La pesadilla americana

La pesadilla americana

 

Hoy se celebra en los Estados Unidos las elecciones para elegir al que será el nuevo presidente. José De Jesús Villalobos, doctorado en Ciencias Políticas y profesor de la Universidad de Texas, declara que en estas elecciones ya votó más de la mitad del padrón de forma anticipada, alcanzando hasta el momento la totalidad de los sufragantes de las elecciones de hace cuatro años. “Se estima que hay más demócratas votando anticipadamente por correo, y que el día de las elecciones habrá más republicanos en los centros de votación”. 

A diferencia del 2016, las distintas plataformas políticas están siendo muy cautelosas en cuanto a las predicciones electorales: “La última vez se predijo que Hillary (Clinton) encabezaría las encuestas. Es complicado predecir el futuro con los sondeos porque lo que predicen son el voto popular, y al presidente lo eligen los Colegios Electorales. Al final, Hillary sí ganó el voto popular, así que las encuestas no estuvieron técnicamente equivocadas del todo. Pero estaban equivocadas en algunos de los Estados clave. Entonces, estas elecciones están siendo más cuidadosos con eso”. 

En este sentido, las encuestas predicen un margen significativamente mayor por parte de Joe Biden en el voto popular que el de Hillary en 2016 frente a Donald Trump. Además, tiene más posibilidades en alguno de estos Estados clave, como Pensilvania, que serían decisivos para el resultado de la elección. El candidato ganador será determinado por los votos que obtenga en los Colegios Electorales de cada Estado. Este sistema de “el ganador se lleva todo”, que tienen la mayoría de los EStados,, está desde hace tiempo ligado a distintos debates controversiales: el partido Republicano sostiene que es la mejor manera de prevenir el fraude en los Estados Unidos, mientras que el partido Demócrata denuncia un intento de “supresión del voto” a determinados sectores sociales.

El nivel de división y el discurso agresivo fueron las bases que consolidaron la política de Trump.

 Valeria Carbone, historiadora, especialista en Estudios de los Estados Unidos e Investigadora Posdoctoral del Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones de América Latina (INDEAL) señala que los representantes del partido Republicano han manifestado que el voto es considerado más un privilegio que un derecho, y describe que eso se refleja en cómo es el proceso de votación: “Primero porque es bastante descentralizado: si bien hay cuestiones normativas o cuestiones que son generales a todos los Estados Unidos, cada Estado tiene la prerrogativa de definir cómo se vota en ese Estado. Cuáles son las condiciones de empadronamiento, dónde se vota, cómo se vota, si va a ser por una papeleta, si va a ser voto presencial, si va a haber o no voto por correo, entonces eso dificulta todo lo que tiene que ver con el proceso de empadronamiento y de elección. Además, el proceso de votación es más complicado porque el empadronamiento no es automático, cada Estado decide cómo lo hace, qué documentos presentar, en qué tiempos se realiza, lo que influyen la verificación de datos en el padrón electoral. La conclusión que hace la mayoría de los especialistas en derechos electorales es que el sistema norteamericano tiende a ser más restrictivo que expansivo”. Además, para la especialista, el sistema de votos por correo alargará el conteo en las urnas, y es probable por tanto que no se conozcan los resultados el mismo día de la elección: “A menos que haya una victoria rotunda por parte de Biden en tres o cuatro de los Estados clave por márgenes tan claros que no sea necesario el recuento de votos, probablemente sean unas elecciones contenciosas que durarán por días o incluso semanas. Incluso si Biden gana por amplios márgenes, está la posibilidad de que Trump, como ha declarado anteriormente, reclame fraude electoral debido al voto por correo. Se prevé mucha controversia, muchos alegatos y mucha incertidumbre hasta que sean contabilizados definitivamente”, agrega Villalobos. 

El Partido Demócrata encontró esta vez como fórmula política a un candidato hombre, católico y de 77 años como Joe Biden, junto a una vicepresidenta mujer y afroamericana, Kamala Harris. Las diferencias entre ambos son evidentes, no sólo en términos de edad, raza y género sino también en términos de a qué arco político representan con más fuerza: “Se critica con frecuencia el hecho de que Biden sea un hombre blanco, grande, incapaz de conectar con las minorías o los jóvenes”, agrega Villalobos. “No acarrea el mismo entusiasmo que Bernie Sanders o Kamala. Su mayor fortaleza es que logra hacer conexión con la cotidianeidad del americano promedio, sobre todo la población blanca y moderada. Está avanzando mucho entre los trabajadores de cuello azul de clase media que le dieron una oportunidad a Trump por cuatro años y hoy están desencantados. Es una de las razones por las que hoy encabeza Pensilvania. Kamala, en cambio, complementa muy bien lo que a Biden le falta en su propuesta, al ser mujer y afroamericana. Casi no hubiera sido nominada en el partido si no era por el voto afroamericano, particularmente el voto femenino afroamericano”. 

“Biden no acarrea el mismo entusiasmo que Bernie Sanders o Kamala Harris», advierte Villalobos.

Patrocinadora del Green New Deal en el Senado y con una agenda agresiva en temas ambientales que no comparte con Biden, Kamala tiene también puntos controversiales. En un contexto como el actual, donde la polarización y la fractura de la sociedad estadounidense es tan fuerte, las movilizaciones sociales por el aumento del desempleo en la pandemia y sobre todo por la violencia policial en cuestiones raciales como los casos de George Floyd y Breonna Taylor que resonaron en todos los medios del mundo, pusieron en la mira a las plataformas políticas y sus propuestas: el apoyo público al movimiento Black Lives Matter por parte de la candidata a vicepresidenta del partido Demócrata se puso en jaque con sus declaraciones sobre su intención de no desfinanciamiento a las fuerzas policiales. “Hace poco salió un informe que decía que desde mayo en adelante de todas las protestas que se realizaron, el 93% habían sido pacíficas. Y que solamente un 7% se habían tornado violentas, en las que el accionar de la policía y de los grupos supremacistas había sido central para el desarrollo de la violencia. 

El hecho de que no solamente ninguno de los dos candidatos reconozca el rol de la violencia de la policía y de los grupos supremacistas es un discurso compartido. Y que ninguno de los dos sectores atienda a la principal demanda de estos movimientos que tienen que ver con el desfinanciamiento policial también me parece preocupante. Hay un desconocimiento de la validez de la protesta social. Y me parece que eso también influye en el hecho de que las protestas en las calles sigan en un año electoral en el contexto de una pandemia”, advierte Carbone.  

Por su parte, Donald Trump comparte fórmula con el actual vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence. Con una economía en declive por la crisis del Covid-19 luego de casi tres años de una fuerte reactivación económica de distintos sectores, el presidente deja hoy muchos saldos en la sociedad norteamericana, que podrían profundizarse, de manera preocupante, con su reelección. Martín Schapiro, abogado especializado en derecho administrativo por la Universidad de Buenos Aires y master en Estudios Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella señala que la administración Trump profundizó las divisiones existentes en la sociedad estadounidense, y que a pesar de que tomó una economía en crecimiento, la pandemia y la deuda, no pudieron detener la crisis económica. “Tuvimos una etapa de recuperación del empleo pero que no había redundado en mejoras salariales, y eso empezó a cambiar al final del gobierno de Obama pero se pronunció mucho más durante el gobierno de Trump donde, además, hubo mínimos históricos de desempleo”, describe Schapiro y agrega otra preocupación a la herencia que deja el Republicano: “Hay otro saldo que es político y socioeconómico que es el nombramiento de casi un cuarto de los jueces federales, y un tercio de la composición de la Corte Suprema, y tiene consecuencias en el modo en el cual los jueces interpretan las leyes. Esto, sumado a  que se trata de un sistema que tiene un control de constitucionalidad tan fuerte, que es muy parecido al argentino, con un Poder Judicial donde los jueces nombrados son conservadores, donde son favorables al mantenimiento de status-quo inequitativos, a criterios de las empresas por sobre los Estados en las regulaciones, y en general son favorables a las tradiciones por sobre los cambios en la arena social. Eso significa que algunos avances de regulaciones, en intervenciones, están en riesgo a partir de la estructura del Estado que va a dejar el gobierno de Donald Trump”. El nivel de división y el discurso agresivo fueron las bases que consolidaron la política de Trump, y como consecuencia dejaron afuera a un espectro político muy grande de posibles votantes. Si bien moviliza a un núcleo duro de ciudadanos, esta reverberación negativa logró espantar votos en el centro. “Me parece que mucho del espacio de crecimiento que hoy tienen los Demócratas está en el centro y que eso hace de Joe Biden un mejor candidato al menos en términos de posibilidades de ganar una elección mano a mano con Trump”, analiza Martín Schapiro. “Las plataformas más ambiciosas de reconversión de la izquierda del partido no fueron incorporadas en el mandato que ha generado Joseph Biden. De hecho, se ha dedicado a desmentir que venga con una plataforma de Green New Deal, de reforma radical de las fuerzas policiales, con una plataforma de prohibición del fracking. No hay una incorporación de la agenda de Bernie Sanders, por lo menos tan grande como se especulaba en algún momento”, describe Schapiro. 

“Una reelección sería una señal de profundización, y no sólo de continuidad», señala Schapiro.

A nivel internacional, Trump se dedicó a profundizar enfrentamientos con potencias como China, con quien lleva una guerra comercial y tecnológica. “En general creo que una reelección sería una señal de profundización, y no sólo de continuidad, de algunas de sus políticas que me parece que tienen como marca más importante el enfoque agresivo pero económico de la solución de los problemas de política exterior estadounidense”, sigue Schapiro. «Me refiero al uso de sanciones económicas como herramienta privilegiada de resolución de problemas. México, por ejemplo, es un país aliado de Estados Unidos, con el cual mantiene una intensa relación. Cuando el gobierno estadounidense quería que México controlara la inmigración desde América Central, desde los países al sur de su propia frontera que llegaban a los Estados Unidos, lo que hizo Trump fue amenazar con imponer tarifas al gobierno mexicano. Y este accedió a cambiar el control. Además, más allá de los montones de amenazas que hubo sobre una eventual invasión a Venezuela, sobre una intervención militar con la activación del tratado Interamericano de Defensa Recíproca, lo que hubo fue primero un establecimiento y después un agravamiento de sanciones económicas contra el país. Entonces, me parece que en la región lo que hemos visto es un reflejo de lo que sucedió en otros lugares”, reflexiona Shapiro y continua: “Cuando miramos la política con Irán, la política que desde el Poder Legislativo se ha usado para Rusia, para Corea del Norte, todas esas políticas privilegian la sanción económica como modo de aproximación. Entonces ahí hay un patrón que seguramente podemos esperar que se profundice, en particular prestaría atención a la competencia tecnológica con China y al uso tal vez de sanciones económicas para mover la competencia tecnológica con China”. En cambio, el perfil más moderado de Joe Biden daría a entender que en cuestiones de política internacional se privilegiarían, por sobre todo, la diplomacia: “El enfoque de una administración Biden volvería a intentar multilateralismos, es decir que sean sanciones internacionales y no sólo sanciones estadounidenses, y tendría otros instrumentos también en el menú, no sólo el instrumento económico”, finaliza Schapiro. 

La transición de gobierno, a partir de la cual se prevé que el nuevo presidente electo asuma el poder el 20 de enero de 2021, es en principio problemática y llena de incertidumbres. Con un presidente que desde el comienzo de las elecciones ha declarado la posibilidad de fraude en las urnas y ha cuestionado el resultado final en caso de no ser reelecto, es ciertamente preocupante para la sociedad norteamericana: “Lo que creemos los que nos dedicamos a observar a Estados Unidos es que, por lo menos desde 1968 con el caso Watergate y el impeachment de Nixon y la corrupción en las elecciones primarias, que no se veía una crisis de legitimidad del sistema político norteamericano tan fuerte como la actual”, declara Carbone. “Estas elecciones están manchadas desde antes de que se empezara a votar. Eso deriva en el hecho de que el 3 o 4 de noviembre no sepamos qué va a pasar porque Trump dice que si él no gana el voto popular es porque hubo fraude, se habla de interferencia extranjera de Rusia y de China, los demócratas hablan de supresión del derecho al voto, más el Colegio Electoral que básicamente filtra la elección popular. Ese es el contexto en el que arrancamos. Y después tenés a un presidente que no condena a los grupos supremacistas, que dice que puede haber violencia porque la gente no puede aceptar una derrota de él. Los Republicanos se encargaron en los últimos cuatro años de preparar un escenario en el que la definición de todo este proceso, que está manchado desde antes de empezar, lo defina la Corte Suprema”, finaliza la historiadora, especialista en Estudios de los Estados Unidos.

¿Trump o Biden?

¿Trump o Biden?

Votación temprana en Brooklyn, Nueva York. 

Las elecciones en Estados Unidos de este martes 3 de noviembre definen la renovación presidencial, el total de los 435 diputados que integran la Cámara de Representantes y el recambio de un tercio del Senado, 34 sobre 100 bancas. Se trata de un momento atípico en donde no existen certezas para la pretendida reelección de Donald Trump o el regreso de los demócratas al poder, de la mano de un Joseph Biden, vicepresidente de Barack Obama entre 2009 y 2017. 

¿Cuál es el rol de las encuestas? ¿Qué impacto tienen dentro del sistema de Colegio Electoral en un país que llevó 4 años atrás a un outsider de la política, apelando al discurso del odio y su multiplicación por diversas redes y medios sociales? Por ello, resulta oportuno analizar cómo funciona a elección presidencial en EEUU

Se trata de un esquema de dos partidos predominantes, los Republicanos y los Demócratas, aunque existen candidatos independientes. Los ciudadanos no votan directamente al presidente sino que eligen “electores” que se comprometen por el candidato propuesto a los votantes, aunque no están legalmente obligados a hacerlo. Este proceso es similar al que funcionaba en Argentina antes de la reforma constitucional de 1994; se lo conoce con el nombre de Colegio Electoral, el cual reúne un total de 538 votos. 

Así las cosas, para llegar a la presidencia, el aspirante debe juntar 270 votos de esos 538. Puede ocurrir, como en la elección pasada, que la presidencia quede en manos de quien obtuvo menos sufragios, ya que los estados no tienen la misma cantidad de electores.

Cada sección electoral representa aproximadamente 711 mil personas y el número de electores se actualiza conforme a la realización periódica de censos poblacionales. Otros factores importantes son el previo registro para participar del proceso, con atención a que la elección se realiza en un día laborable. 

No se trata de una instancia obligatoria como en nuestro país y el factor decisivo suele estar en los indecisos no sólo por un partido, sino entre los ciudadanos desinteresados de la política, tentados a participar en la elección por los candidatos dependiendo cómo vienen los números durante la campaña. 

Así, este sistema genera dinámicas particulares en cada ciclo electoral dado que el voto popular puede resultar significativo según contextos variables como la pandemia de Covid-19, la caída de la Bolsa o la xenofobia entre latinos. En su campaña anterior, Trump descubrió que los propios inmigrantes con ciudadanía norteamericana estaban dispuestos a crear un muro en la frontera de México para evitar perder su estatus.

 ¿Qué pasó con las encuestas de 2016? 

En las elecciones pasadas, las encuestadoras daban por ganadora a la candidata demócrata Hillary Clinton, pero en el momento del recuento de votos, si bien ella obtuvo tres millones más que el actual presidente, Donald Trump, este último se consagró ganador al lograr 290 electores. Estos resultados fueron una sorpresapara  propios y ajenos,  y suscitaron no pocas dudas sobre la validez de las encuestas en situaciones de paridad. 

“No es que estuvieron tan mal las encuestas, hubo un error en tomarlas y hacer una predicción sobre el resultado de la elección, sin tener en cuenta que en realidad estaban muy ajustadas”, sostiene Aldana Vales, periodista especializada en política estadounidense.

En el mismo sentido, el consultor político Carlos Fara considera que las encuestas no fallaron. “Todo el mundo puso la mirada sobre unas encuestas nacionales orientadas a observar los sitios que realizan promedios, como Real Clear Politics, que daban aproximadamente 2 o 3 puntos de diferencia a favor de Hillary, cosa que efectivamente sucedió”.

Para el consultor, “Hillary pierde en el Colegio Electoral y en estados muy disputados en donde se dio el margen de error. En algunos estados clave, si se daban vuelta 150.000 votos, la elección terminaba a favor de Hillary pero, bueno, terminó a favor de Trump en porcentajes muy pequeños”, agrega.

Ante la mala fama atribuida a las encuestas, Fara ofrece una explicación: Las encuestas están un tanto cuestionadas en todo el mundo, porque el entorno ha cambiado. El año pasado CNN en su división polls -dedicada a los sondeos de opinión-, estableció que tipo de encuestas iban a publicar. Y decidieron no mostrar aquellas cuya metodología fuera online, o bajo cualquier otro tipo de mezcla de metodologías de dudoso origen. “Estamos en una transición de debate metodológico sobre qué es lo que vale la pena hacer”, advierte Fara. 

“El problema que tenemos es que no estamos pudiendo identificar sesgos, no en función de variables sociodemográficas, que serían relativamente sencillas de solucionar, sino en función de otro tipo de variables de opinión,  actitudinales o en la relación con la política o el interés con la política, que se vuelve complicado de corregir, porque ahí no tenés un parámetro objetivo, sino que tenes un parámetro variable”, mientras agrega que “la gente se interesaba en la política menos hace dos meses y mucho más hoy que faltan cuatro días para la elección”. 

Los temores a un “cisne negro”

En la práctica quien contesta una encuesta suele ser una persona mucho más motivada políticamente, con lo cual existe una zona gris de sesgo imposible de medir, pero que sucede desde siempre. También el voto vergonzante al que la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann llamó “La espiral del silencio” (1977).

Si bien  existen más dudas que grandes certezas, hay consenso sobre la dificultad de tomar a las redes sociales como termómetro, ¿cuál sería el próximo destino? 

“No hay realmente un rol de las redes para encuestar. Incluso con los errores, las encuestas telefónicas siguen siendo más precisas. Es difícil intentar usar las redes para medir la intención de voto”, sostiene Vales.

Por su parte, Fara enfatiza sobre las dificultades de las metodologías online. Las encuestadoras “están huyendo al incentivo de las encuestas online porque tener una buena muestra digital con una mezcla de metodologías implica un grado de rigurosidad y una cierta inversión que en general en la Argentina, por lo menos no hay, con lo cual los sesgos que se están produciendo son imposibles de corregir”. 

Sobre lo que más hay consenso es respecto al clima peculiar de la elección. “Es una elección especial que se está desarrollando en un contexto completamente inusual en un escenario muy polarizado. Se espera que la participación sea histórica, entonces tiene varias características que la vuelven una elección muy particular”, prevé la periodista.

“Creo que también hay que tener en cuenta que estamos en una crisis mundial sin precedentes, tanto en lo económico como en lo sanitario, y eso está incrementando notablemente el voto por correo, que empieza a ser un interrogante. Un voto que además el propio Trump ha cuestionado. Luego, el hecho de que algunas hipótesis marcan que pudiera ser la elección de más gente vaya a votar desde la de Teddy Roosevelt -quien obtuvo 336 votos electorales-”, opina Fara. 

Sobre la polarización del discurso político, el consultor señala que es una tendencia que excede a Estados Unidos. “Creo que es global y que en boca del presidente de la principal potencia del mundo, tiene una repercusión distinta. Lo vamos a ver en los próximos años y cada vez más seguido. Aunque ya era así, previo a la pandemia, esta actúa como un acelerador disruptivo respecto al vínculo de las sociedades con la política y las instituciones”. 

Para Fara la pandemia primero trajo una serie de cuestionamientos, aceleró procesos previos como la asimilación de uso de tecnologías con empleos que nunca volverán. 

Algo de ello tiene que ver con la evolución del capitalismo que transita por la 4ta. Revolución Industrial, basada en la automatización de procesos y la inteligencia artificial. Se trata de un escenario parecido al 2008 con la crisis de los holdouts, con una recesión económica estructural, pero con efectos de asimilación tecnológica distintos.

“Eso va a quebrar muchos proyectos de vida. El que se iba a comprar la casa, el que se iba  a ir de viaje, etc. y esa ruptura de proyectos de vida, lo que te va a llevar es que también haya un disloque entre la representación política que había hasta la pandemia”, explica. 

¿Qué pasará si ocurre un martes negro?

Ante las posibilidades de que un candidato desconozca el resultado de la elección, Fara duda de que eso ocurra: “El sistema es mucho más fuerte que cualquier presidente, incluido Trump, con una narrativa crítica en general de la clase política, Washington, etc. Es muy dificultoso que alguien tuerza el rumbo institucional, aún siendo Trump. Hay que tener en cuenta que si bien se juega el pellejo de Trump, esos son comentarios de la política, pero nadie puso en duda la legitimidad de la elección”. 

Por otro lado, Vales tiene algunas reservas sobre el propio proceso electoral. “En Estados Unidos hay un sistema indirecto de votación. La gente vota por miembros del Colegio Electoral en noviembre y estos luego eligen en diciembre al presidente y vicepresidente. Lo que hay el día de la elección es un resultado sobre quién va a tener la mayoría del Colegio Electoral, una tendencia que identifican las cadenas de televisión o agencias como la Associated Press con sus análisis del recuento y que les sirve para declarar un ganador esa noche. 

Como tradición, el que pierde reconoce la derrota y después el ganador sale y da su discurso. Es probable que por las condiciones del voto de este año (por correo, con una mayor participación), el recuento sea lento y que sea imposible tener esa tendencia la noche del día de la elección. Sin esos resultados, es poco probable también que alguno de los candidatos reconozca una derrota. Es un territorio bastante incierto”.

Al cierre de esta edición, el promedio de las encuestas nacionales daba una ventaja de poco más de 8 puntos al candidato demócrata, pero ningún dato resulta concluyente. Este lunes 100 millones de personas ya habían votado de forma anticipada -cuando en promedio global de sufragantes suele ser de 150 millones- y el recuento, deberá sumar además los votos en ausencia que lleguen por correo.