La riqueza pluricultural de la Villa 31

La riqueza pluricultural de la Villa 31

El Festival Vecino que el fin de semana pasado se realizó en Barrio Mugica exhibió los aportes de las comunidades migrantes que la integran. Tres historias gastronómicas.

El sábado se realizó el Festival Vecino en el barrio Padre Carlos Mugica (popularmente conocido como Villa 31), que posee una de sus entradas ubicada justo en el medio de la estación de ómnibus de Retiro y las terminales de distintas líneas ferroviarias.

Una gran diversidad cultural se manifiesta en el territorio: paraguayos, argentinos  peruanos y bolivianos son algunas de las comunidades más predominantes, que se hacen notar a través de sus distintas costumbres y manifestaciones culturales.

Las construcciones dentro del lugar dieron como resultado que algunas calles prácticamente no tengan vereda y se crucen con pasillos donde solo se puede entrar caminando.

Los límites del espacio físico dieron como resultado que los autos y camionetas no sean el vehículo más cómodo para manejarse dentro de la Villa; sin embargo, la gente de La 31 no se privó de transportar muebles , materiales de construcción , mercadería para sus negocios  y diversos objetos. Para darle solución a esto, los vecinos popularizaron los llamados «motocarros», vehículos que constan de una moto que tracciona un trailer ubicado en su parte posterior, en donde se carga todo lo que necesiten acercar a sus hogares y negocios.

El equipo de ANCCOM utilizó este medio de transporte para adentrarse en el Barrio Mugica y llegar hasta el bajo de la Autopista Illia .En ese espacio se ubicaban alrededor de mil familias de las 40 mil personas que viven en esa Villa y recientemente fueron relocalizadas en nuevas viviendas a pocas cuadras de sus antiguas casas.

Las edificaciones que quedaron en desuso fueron demolidas para dar espacio a un edificio blanco con vidrios transparentes donde funciona un centro comunitario; por fuera se encuentran una plaza con juegos y algunos asientos que ocupan el ancho de la autopista que pasa por arriba y separa al barrio en 31 y 31 bis.

Ese lugar fue elegido para ubicar el escenario del festival, donde tocaron La Nueva Luna, Marcelo Veliz y Tkato 31, entre otros. En los costados y a lo largo del espacio se establecieron los puestos de algunos emprendimientos gastronómicos y artesanales pertenecientes a vecinos del barrio.

Mujeres Unidas

Elisa Bogado Murray nació en Paraguay y es una de las referentes de la cooperativa Mujeres Unidas, un proyecto gastronómico que comenzó en la pandemia con un programa llamado «Acompañar», donde se reunían mujeres que sufrían violencia de género. Hoy también atienden un merendero.

Elisa cuenta: “La necesidad de comenzar con los trabajos de panadería fue por una cuestión económica que sufrimos en pandemia, empezamos este trabajo con el mismo grupo de mujeres con las que nos dábamos ayuda mutuamente por las situaciones de violencia de género que sufrimos. En un principio éramos seis o siete, hoy somos como 23. Por el momento no nos dedicamos con todo al proyecto, porque nos falta un espacio físico y algo de equipamiento de todo lo que conlleva tener una panadería”.

Con una sonrisa en el rostro, Elisa señala el chipa de la mesa: “En la última edición del festival ganamos el premio al mejor chipa –cuenta-. Nos dedicamos a comida paraguaya por lo general, porque la mayoría de las mujeres que nos juntamos somos del mismo país .Después de ese premio la gente empezó a conocernos un poco más y ahora levantamos pedidos por encargos y nos presentamos en algunas ferias. Todo lo producimos en la casa de una de las chicas. Empezamos a crear redes sociales para empezar a expandirnos de a poco”.

Miriam y su escondite

Miriam Limachi González es boliviana, tiene 53 años y hace 30 que vive en el Barrio Mugica .Desde que llegó al país se dedica a la gastronomía; primero trabajó haciendo comida que vendía en las obras de construcción y luego con un carrito comenzó a cocinar en la calle. A partir de la pandemia se vio obligada a buscar otras opciones para seguir adelante, por lo que empezó a elaborar y vender la comida desde su casa, dándole nacimiento  al Escondite  de Miriam .

«Cuando dejamos de vender en la calle por la pandemia –señala-, con mis hijas empezamos a trabajar desde casa en un pequeño restaurante llamado el Escondite de Miriam, tiene ese nombre porque está un poco escondido de la vista del público. En un principio le vendíamos a familiares y amigos, hasta que empezamos a ganar más clientes».

La idea de Miriam es que el proyecto siga creciendo. «Lo próximo que tenemos pensado es agregarle mesas a mi local para que la gente pueda venir a sentarse a comer y pasar el tiempo. Nuestra especialidad es la comida boliviana, pero en el barrio convivimos con varias colectividades, por eso tuve que aprender recetas nuevas para no dejar a nadie afuera», relata.

Mugica beer

Desde 2019 que La 31 tiene en su interior una fábrica de cerveza artesanal. La iniciativa comenzó cuando Osvaldo Salazar, apodado «Cupa», hizo un curso para elaborar esa bebida y una vez finalizado envió la idea al grupo de Whatsapp del que forman parte sus amigos y compañeros de fútbol.

«Cupa» nació en el barrio y recuerda lo siguiente de los comienzos de su emprendimiento: » Acá estábamos acostumbrados a la cerveza industrial, no se conseguía mucha variedad, se pensaba que la cerveza artesanal era una cosa de chetos. Después del curso le tiré la idea a mis amigos. Al principio éramos como diez los que empezamos con el proyecto. Las primeras veces la cerveza  tenía un gusto muy feo, eso los bajoneó y de a poco se fueron bajando.”

Sin embargo, el proyecto siguió. “Los que quedamos fuimos aprendiendo de los errores y mejorando por la práctica  hasta que conseguimos una buena cerveza que nos animó a invertir en máquinas y herramientas más profesionales», dice, y  agrega: “Por el momento no podemos dedicarnos de lleno a esto, todavía tenemos nuestro trabajo en relación de dependencia. La gente del barrio se fue curtiendo con el gusto y de a poco empezamos a crecer. Hoy no solo vendemos acá adentro, sino que también recibimos pedidos de personas de otros lugares. La idea es seguir expandiéndonos para dedicarnos de lleno a esto”. Hoy, Mugica Beer tiene hasta su propia fábrica dentro del barrio.

Tras las huellas de los japoneses en la Argentina

Tras las huellas de los japoneses en la Argentina

“Me interesaba más buscar historias familiares, chiquitas  y no tanto de lo cultural”, dice Krapp.

Una Isla Artificial es el libro de crónicas escrito por Fernando Krapp que, con un mix perfecto entre información y relato, nos sumerge en las aventuras de japoneses e hijos de japoneses en Argentina. Nos invita a conocer desde adentro sus historias de vida, vinculadas a la migración y el desarraigo.

La óptica del autor va por fuera del “Japón para ver”, del conocimiento turístico: tradicional e intocable. “Me interesaba más buscar historias familiares, chiquitas, buscar una vuelta, hablar de herencias familiares  y no tanto de lo cultural”.  El libro, editado por Tusquets, nos lleva a acercarnos al interior de un colectivo que, a pesar de haberse asentado hace más de 70 años en el país, tiene mucho de incógnita y al que muchas veces conocemos a partir de estereotipos.

En una de las entrevistas que el autor le hace a Marcelo Higa hablan de la inserción de los japoneses en la sociedad y del rol de las tintorerías en esta tarea. Higa cuenta cómo los japoneses hicieron uso de la imagen que se tenía de los orientales, vinculada a la pulcritud y limpieza, para llevar a cabo su negocio.  “Un estereotipo te puede condenar o, al mismo tiempo, te puede salvar la vida”, afirma Higa en una frase que condensa de cierto modo la visión occidental sobre lo desconocido.

Krapp cuenta que a medida en que avanzaba en la investigación “menos me quedaba con eso de lo japonés, y más me iba metiendo en cuestiones que tenían que ver con la identidad argentina”.  Porque al tomar las historias de migrantes, está hablando de argentinos. De una isla diferente. “De cierto modo se fue deconstruyendo esa idea de lo japonés en Argentina y se fue formando otra cosa”, afirma el autor.

“La idea de punto de contacto entre occidente y oriente, construido y artificial, resumía un poco la inmigración».

La idea de “la isla artificial” recorre el libro y el imaginario de los entrevistados. La noción de un “territorio perdido”, reconstruido en otra parte del mundo. El autor del libro, cuenta que en Japón se construyeron islas artificiales -llamadas dejimas– para tener un vínculo comercial con occidente y que “esa idea de punto de contacto entre occidente y oriente, construido y artificial, me pareció que resumía un poco la inmigración, como una especie de puente”.

Krapp, que es cineasta y periodista, cuenta que si bien publicó algunas crónicas ésta fue su primera experiencia escribiendo un libro de este tipo. Uno de los desafíos, según el autor, fue hacer crónica fuera de un territorio determinado.  “Para mí el territorio era Japón -dice-, y era un territorio imaginario. Por algo se llama así el libro, es como esa isla mental”.

En su libro entrevista a familias de floricultores, tintoreros, escritores, cocineros.  Experiencias súper ricas, y por sobre todo variadas, tanto por sus historias como por su geografía. Fue un trabajo de tres años poniendo el cuerpo, recorriendo desde Mendoza a Misiones, la zona sur del conurbano bonaerense y las tintorerías de la Ciudad de Buenos Aires en bicicleta.

La finca de Pepa Hoshi en Real del Padre, Mendoza -primera crónica del libro- fue un descubrimiento para Krapp, que llegó a la provincia por el comentario de un amigo que le dijo que podía encontrar japoneses en esa zona. Compró un pasaje, llegó, preguntó.  Y encontró.  “Me parece que es la mejor manera: ir y ver qué pasa. Si vos vas con una idea preconcebida -afirma Krapp-, te cerras a lo que pueda llegar a pasar. Entonces tiene que ser a la inversa, no saber qué vas a buscar. Caer en la casa de unas señoras, estar con ellas un tiempo. Trabajar en una tintorería y ver qué pasa.  Si vos planteas una hipótesis previa perdés como la cosa experiencial, que es lo más divertido”. Dio con una familia que le abrió sus puertas y lo invitó a quedarse con ellos. Es esa frescura de la espontaneidad y del ir abierto a lo que suceda, sin buscar algo pensado de antemano, la que circula por todos los relatos que construyó en el descubrimiento de esa isla.

Desalojados

Desalojados

Mañana del lunes 14 de mayo. Sarmiento 3120. Entre Anchorena y Ecuador. Barrio de Once. Migrantes senegaleses, haitianos y dominicanos. Desalojados. 37 familias fueron violentamente expulsadas del hotel donde vivían. La medida fue realizada sin orden judicial y sin la presencia de la Defensoría de la Ciudad, teniendo como principales afectados a vendedores ambulantes. Desalojados y denigrados.

Jackson, miembro de la comunidad senegalesa que se hizo presente en el lugar, expresó su indignación al respecto: “No saben dónde llevar a sus hijos, ni dónde dejar sus cosas. Hay niños discapacitados. Esto es realmente horrible”. Se les impide trabajar, y además se les obstaculiza su situación habitacional. “Es un ensañamiento particular del Gobierno hacia las familias extranjeras de color”, expresaba una mujer de paso, que se encontró siendo testigo involuntaria del hecho.

Este acontecimiento fue de mayor gravedad al sucedido hace un mes, durante la mañana del sábado 14 de abril, cuando luego de una serie de violentos incidentes que involucraban a la Policía y a los manteros senegaleses, se desató una reacción popular en el barrio porteño de Flores que tuvo como consecuencia la detención tanto de vendedores senegaleses, como de testigos que pasaban por el lugar.

Omar Guaraz, representante del colectivo Vendedores Libres, afirma que “este tipo de persecuciones son comunes en los barrios de la Ciudad de Buenos Aires”.

Todos los detenidos de aquel sábado de abril, hicieron una denuncia colectiva en la Defensoría General de la Ciudad de Buenos Aires, donde  Demian Zayat es el coordinador de un programa contra la violencia institucional. “Está operando muy bien, y se articula con nosotros y los vendedores para recibir las denuncias y demás”, afirmó Guaraz.

Omar Guaraz, representante del colectivo Vendedores Libres.

Pero el episodio del lunes 14 y su predecesor del mes de abril fueron tan sólo los más mediáticos del último mes. Guaraz afirma que la represión hacia los manteros data del año 2011: El Gobierno de la Ciudad contrataba barras para pegarles y sacarles la mercadería. Sin embargo ellos resistieron porque están hechos de la ‘necesidad’, de la situación que les tocó vivir. Los senegaleses son muy solidarios entre ellos y son duros. No los van a sacar fácilmente”. Vendedores Libres está pensando en tomar medidas de fuerza para visibilizar la situación y crear lazos solidarios con los compañeros cuyos derechos están siendo vulnerados.

El mayor peligro con que amenaza este gobierno es el que afecta a la vida. Muestra de esto es el asesinato de Massar Ba, uno de los más fervientes representantes de la Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina (ARSA), el 7 de marzo de 2016. La causa se encuentra sin avances al día de la fecha.

Una de las premisas de la política migratoria de la República Argentina consiste en reconocer derechos fundamentales de los seres humanos, sin importar su origen, sin embargo la realidad de las leyes demuestra lo contrario. Es el caso de los migrantes de origen senegalés, que no cuentan con regulación migratoria que les facilite radicarse en el país de forma legal, debido a la inexistencia de una embajada de su país en la Argentina. Esto les impide a su vez, poder trabajar en blanco (siendo la relación de dependencia requisito excluyente para los inmigrantes extra-MERCOSUR) e insertarse plenamente en la sociedad, además de la imposibilidad de acceder a los mismos beneficios que otros migrantes.

Hotel de senegaleses clausurado.

«Los senegaleses son una parte invisibilizada de la sociedad», dice Omar Guaraz, de Vendedores Libres.

Los hombres senegaleses escapan de situaciones de extrema pobreza, arribando al país sin otra opción que refugiarse en la ayuda de sus propios compatriotas y en las organizaciones sin fines de lucro sostenidas por ellos. En la actualidad, la comunidad ronda las cuatro mil personas, entre las que se destacan mayormente hombres de entre dieciocho y veinticinco años, que llegan para instalarse y establecer una base en la ciudad para, después de un tiempo, al lograr cierta seguridad económica, regresar a Senegal. Generalmente se desarrollan en el sector informal, en gran medida en la venta ambulante (la actividad que más se realiza en su lugar de origen), aunque algunos ocupan puestos en seguridad privada y servicios gastronómicos u hotelería. Unos pocos, además de trabajar durante todo el día en las calles, realizan una carrera universitaria porque sueñan con un futuro mejor. Residen en todo el territorio nacional, pero su presencia es mayoritaria en la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense. Trabajan principalmente en los barrios de Once, Palermo, Liniers, Flores y San Telmo, lugares donde sufren las redadas policiales y el decomiso de las mercaderías. Sin dejar de lado, además, la discriminación que sufren por parte de la sociedad en general.

“Son la parte invisibilizada de la sociedad, aunque no son los únicos”, explicó Guaraz. “La justicia fue colonizada y transformada en ‘injusticia’. Te pueden privar de tu libertad, te pueden procesar, te pueden armar causas judiciales. Lo mismo que les está pasando a los manteros le va a pasar a la sociedad”, concluyó.

El Decreto Migratorio de enero del 2017 avala la deportación de toda persona extranjera ingresada en el sistema penal, independientemente de ser culpable o inocente y siendo el margen de apelación mínimo. ¿Se toman prevenciones para que las medidas de fuerza llevadas a cabo por los vendedores no terminen resultando funcionales a las políticas migratorias del gobierno?

Para protegerse del accionar del Estado, desde Vendedores Libres se apuesta a la organización como plan de lucha para sobrevivir, involucrando a la mayor cantidad de trabajadores posible, organizándolos, buscando testigos, armando grupos de Whatsapp para compartir las denuncias con legisladores, diputados y con la Defensoría de la Ciudad, entre otros.

Puerta del hotel de senegaleses con la faja de clausura.

La mayoría de los inmigrantes senegaleses trabajan en la venta ambulante.

Por otro lado, Moustafa Sene, representante y vicepresidente de la Asociación de Residentes Senegaleses de la Argentina, se mostró en desacuerdo con la postura de Vendedores Libres y otras organizaciones que alientan manifestaciones de protesta: “La lucha es desde otro lugar y de otra forma. La noción de prevención es muy importante. Los que vivimos dentro de la comunidad, sabemos y sentimos lo que pasa. Nosotros ya fuimos varias veces a esas comisarías, al juzgado y a la Defensoría. Lo que podemos hacer ahora es buscar otra alternativa. Ver cuáles son los proyectos que tiene el Gobierno de la Ciudad, cómo podemos hacer para que los chicos se capaciten y sepan que ‘el lugar prohibido es prohibido’ y no se puede seguir luchando para seguir en la calle. No se puede mandar a la gente a enfrentarse con la policía, sabiendo que no podés pararlos. Porque lo que generas son antecedentes penales para esa gente que hoy ya está en problemas (ya sea con la venta, con la vivienda). La violencia de la policía es otra cosa, y en cualquier momento que ellos cometan una infracción contra uno de nosotros de manera injusta, estaremos listos para denunciarlos. Pero no vamos a acompañar a nadie en esa forma de lucha porque no es nuestro modo. Hubo varios jueces que se preocuparon frente a la cantidad de causas en estos últimos años cuando la comunidad era una de las más tranquilas. Uno de los pedidos de Migraciones, es que eviten las causas judiciales, ya que frente a ellas tendrán serias dificultades para negociar una amnistía. Ahora, llevar a cabo ciertos actos es darle una mano a la criminalización del migrante senegalés. ¿Quién sabe de lo que es capaz la policía si te tienen en la mira? Son capaces hasta de plantarte delitos”, sentenció Sene.

Sólo en el mes de abril, se registraron más de 50 detenciones contra vendedores senegaleses en el barrio de Flores. La venta ambulante es una picazón que el gobierno no para de rascar. Vendedores Libres denuncia una política de exclusión, violencia y xenofobia extremas orquestada mediante un accionar ilegal. Y como una parte más de este plan, sin pan, sin trabajo, y ahora sin techo. Desprotegidos. Denigrados. Desalojados.