“¿Qué clase de sociedad somos que no cuestionamos que a una criatura la mata una bala?”

“¿Qué clase de sociedad somos que no cuestionamos que a una criatura la mata una bala?”

La mañana gris del domingo 18 de marzo se presentaba como el barrio: tímido, pero con ganas. Con deseos, con exigencias, de a poco, los y las vecinas de la Villa 21-24 y del barrio de Barracas se iban agrupando con los niños, las niñas, jóvenes y adolescentes que aguardaban en Iriarte y Montesquieu. Entre puestos callejeros de empanadas salteñas, se iban camuflando globos de todos los colores, se iba desplegando la bandera cabecera de lo que sería una jornada llena de sonrisas, de juego, de memoria y de rabia, traducida en acción.

No hizo falta esperar a que llegara el carrito con megáfono aportado por la Iglesia de Caacupé, para que se empezara a escuchar la canción con la que comenzó, y con la que finalizó, la Caravana por la Infancia Digna que recorrió los pasillos angostos del barrio, hasta llegar a la canchita donde juegan a diario ciento de chicos y chicas. Con un cielo que se despejaba al calor del encuentro, a las 15, los tambores y las voces gritaban: “Alerta. Alerta. Alerta que caminan/Los pibes y las pibas/Por los barrios de Argentina”

La imagen muestra a niños recorriendo los pasillos de una villa, en la Caravana por la Infancia Digna.

La Caravana por la Infancia Digna recorrió los pasillos de la Villa 21-24 y del barrio de Barracas.

Los y las vecinas se asomaban por sus ventanas atraídos por esa proclama que avisa enfurecida, desde abajo, que acá están, ellos son, los niños y las niñas que se movilizan para ejercer sus derechos, los y las que recuerdan a Cinthia Ayala, a Kevin Molina, a Facundo Ferreira y a todos los niños y jóvenes que fueron y son, alcanzados por la desidia del Estado.

Mientras avanza saludando e invitando a sus amigas del colegio a que se sumen, Lourdes, que está entrando en la preadolescencia, grafica no sólo los motivos que la movilizan, sino también una marca de época: “Infancia digna es tener los derechos de los niños, tener el derecho de poder salir a jugar sin temor a que se te caiga una bala perdida, o un secuestro”.

Cinthia Ayala estaba con otros amigos y amigas en la canchita de su barrio Tierra Amarilla, en la Villa 21-24, cuando en la noche del 28 de diciembre de 2014 se escucharon cuatro disparos, uno de los cuales impactó en el estómago de ella, una niña de 8 años, que no hacía otra cosa más jugar.

En muchos casos,  los asesinatos son posibles debido a un Estado (presente), que en los barrios sólo se deja ver en los patrulleros, las escopetas, los cacheos por portación de cara y el ninguneo. Por acción cuando la bala proviene de sus fuerzas represivas, o por omisión cuando la bala perdida proviene de una zona liberada por las fuerzas de seguridad, el abandono social del Estado también se expresa en sus políticas públicas: ¿cómo garantizar el derecho a la educación, con despidos de maestros y recortes de programas socioeducativos? ¿Cómo garantizar el derecho a la salud digna, si las ambulancias no entran a los barrios? ¿Cómo garantizar el derecho a la vivienda digna, cuando se vive sin red de cloaca, ni de gas y se inunda la casa cada vez que llueve? ¿Cómo garantizar el derecho a la identidad cuando la policía te para por llevar una gorra?

durante el Festival Caravana por la Infancia Digna, padres y niños reunidos. Se ven dos banderas que dicen "Ni una bala más, ni un/a pibx menos"

El abandono social del Estado está expresado en sus políticas públicas.

Desde la perspectiva de Gabriela Tozoroni, Secretaria Nacional de ATE para la Niñez, Adolescencia y Familia: “A nuestros pibes, el Estado en lugar de darle políticas públicas de protección, los mata por la nuca, los mata por la espalda y los criminaliza todos los días en sus barrios. En cada lugar donde nuestros pibes tienen que transitar una vida digna, se la hacen cada vez más indigna con la situación también que están atravesando hoy sus familias, con los modelos de ajuste, de represión, de desempleo, y donde en lugar de construir escuelas, seguimos invirtiendo en balas”.

Cinthia era un año menor a Kevin Molina, quien el 7 de septiembre del 2013 fue víctima de un enfrentamiento entre bandas que se disputan los territorios para sus negocios del narcotráfico y liberalización de zona por parte de las fuerzas de seguridad. El tiroteo de tres horas y media, que incluyó según la pericia del caso, 105 disparos, se llevó la vida del niño, que se resguardaba debajo de la mesa en su casa, en Zavaleta. Por este homicidio fueron imputados siete integrantes de las fuerzas de seguridad, por “incumplimiento de los deberes de funcionario público”, al haber desconocido los ocho avisos que entre las 8:25 y 9:02 AM realizaron los vecinos al 911 sobre los hechos que se estaban sucediendo: “Me encuentro justo en el lugar y negativo detonaciones”, fue la respuesta alrededor de las 9 de la mañana, de los agentes de Prefectura que estaban en funciones.

Media hora después, el llamado de los vecinos al 911 no sería ya por ayuda, sino por justicia: Kevin había sido impactado por una bala perdida. De los siete prefectos imputados, el Juzgado 14 sólo procesó a uno, el prefecto Daniel Stofd, jefe del primero de los dos móviles que habían llegado al lugar del tiroteo.

Imagen de un monton de niños sentados durante el Festival Caravana por la Infancia Digna

Ni un pibe menos

Este domingo, son tantas las ganas de celebrar el encuentro, que esos pequeños gigantes pasos hacen caso omiso a la recomendación de las personas mayores que acompañan, quienes piden “ir más despacio para ir todos juntos”. La columna de niños, niñas, jóvenes y adultos seguía sumando cada vez más entusiastas al recorrido, pero sobre todo al motivo de la jornada: recordar a las Cinthias, a los Kevin, a los Facundos, a todos los sueños despojados y traerlos de vuelta en cada sonrisa, en cada abrazo cargado de rabia, para endurecer la lucha, sin perder la ternura. Para que no haya ni una bala más, ni un pibe menos.

“Este festival no debería ser para recordar la ausencia de un chico; debería ser porque los chicos tienen derecho a jugar, a cantar, a ver una obra de títeres, a compartir un momento; y nosotros deberíamos compartirlo con ellos, porque para eso estamos y no para explicarles que falta un chico, una chica”, dirá más tarde, sobre el cierre de la actividad, Noemí Barreto, prima mayor de Cinthia.

La canchita, para cuando llegó la caravana a las cuatro de la tarde, ya estaba preparada con globos, banderines, equipo de sonido para los artistas que animarían el festival con sus historias, sus chistes y sus creaciones, que hacen al niño y niña ejercer el derecho de divertirse libremente. Unas imágenes pegadas sobre cartón, atadas a una reja, rezaban leyendas:

“No es lo mismo preguntarse, ¿qué vas a ser cuando seas grande? a ¿Qué vas a hacer cuando seas grande?” / “Infancia digna es conocer el calor de un abrazo” / “Infancia digna es una infancia libre y protegida” / “Para tod@s, todo”

 “Lo que nos preocupa fuertemente –aporta Tozoroni- es la mirada punitiva y la estigmatización que hace el Estado sobre la adolescencia y la juventud, criminalizando la pobreza, invirtiendo más en balas que en libros, impidiendo garantizar los derechos a los pibes”.

Imagen de niños, padres y madres, jugando en una cancha de basquet

En Barracas ya hay plazas que llevan los nombres de Kevin y de Cinthia. La primera en la manzana de Zavaleta donde vivía el niño, la segunda en Montesquieu y California, donde solía jugar Cinthia. Esos sitios son espacios recuperados por la comunidad que se organiza. Noemí, de cara a los pibes, a las pibas y al barrio, mientras caía la tarde, reflexionó: “Los chicos tienen derecho a ser chicos. A jugar, a tener espacios verdes. No porque falte un nene hacemos una plaza, y nos quedamos con eso y no pensamos en por qué nos falta ese nene. Y llenamos los barrios de plazas porque faltan chicos, y decimos que estamos ayudando a los chicos, para que jueguen, pero tuvo que morir un nene o nena para que esa plaza esté; los chicos tienen que jugar porque tienen que jugar, es su derecho, tienen que ir a la escuela porque ese es su derecho, tienen que recibir una ambulancia porque ese es su derecho, tienen que comer todos los días, porque ese es su derecho. ¿Qué clase de sociedad somos que no cuestionamos que a una criatura la mata una bala?”

La tarde iba cayendo cuando la murga empezó a sonar. Hombres, mujeres, niños y niñas con sus vestidos de tachuelas, silbatos y paraguas rojos y amarillos, ingresaban bailando, con una sonrisa de oreja a oreja, que se contagiaba en cada cara de la ronda. Por allí se la ve a Lourdes saltando, revoleando los brazos con sus amigas. Como en segunda fila de la ronda, se refleja en el rostro de Noemí una mueca de esperanza al ver en cada pibe que corre feliz, la certeza de que estos niños y niñas, sí se cuestionan que una bala mató a una criatura.

Imagen de un niño sonriendo y sosteniendo un pañuelo rojo que dice "infancia digna es..."

“Yo hago lo que hacen todas las mamás: escucho”

“Yo hago lo que hacen todas las mamás: escucho”

“No es fácil que tu hijo te diga que es tu hija y salir a pelear, bancarte el barrio, a la familia, a los vecinos y que tu marido te cague a palos”, dice Gabriela Mansilla desde el living de su casa, humilde pero muy prolijo, en el conurbano bonaerense. Ya hace más de cinco años que entendió que Luana nació nena, que sus genitales no definen su identidad y que la familia debe apoyar y no reprimir. El libro “Yo nena, yo princesa”, donde Gabriela publicó las sensaciones que iba viviendo mientras la acompañaba en su transformación, pronto será llevado al cine y es hoy una referencia única para muchas madres y padres que hasta ahora no sabían qué es lo que estaba ocurriendo en sus hogares.

En tu libro decís que no habías entendido a Luana cuando empezó a manifestarse como mujer. ¿Por qué?

Obvio que no la entendía, no me voy a hacer la superhéroe. No me entraba en la cabeza.  Pensaba lo que piensa la gente común: que el gay se viste de mujer cuando se le da la gana, que son todos degenerados… A mí viene mi nene y me dice:“Soy nena”, y a mí nadie me había informado nada.  Por eso hago hincapié en la educación. Que un profesional al que te acercás te anule inmediatamente lo que estás sospechando y te aconseje que refuerces su masculinidad, te marea.  “Quedate tranquila”, te dice. Pero después vi el documental de Josie Romero, la chica transgénero estadounidense y dije : “¡Era esto!”

Y a otras madres les habrá pasado lo mismo con tu libro.

¡Claro!  Sin el libro, sin militar el tema, hubiera quedado como la noticia de un pibito que andá a saber lo que le hizo la mamá, una loca. Ahora tengo la Asociación (Infancias Libres) donde ya no lucho por mi nena, sino por los niños y las niñas, por la libertad de expresión, por amarse el cuerpo tal como es. Pretendo que se respete su identidad y el rol de género que sienten, no desde el estereotipo ni la norma. Yo armé esto por necesidad de que mi nena tenga contacto con otras nenas.  En el colectivo trans solo hay chicas grandes, y gracias a esto ahora aparecieron muchas mamás que se contactaron conmigo, y la experiencia de una ayuda a la otra. Si no, tendés a aislarte. Se acercaron veintidós familias en menos de un año, todas con nenes y nenas trans. Hace poco armamos el primer encuentro y no sabés lo que surgió de esas nenas…me la pasé llorando desde que empezó hasta que terminó. Esas nenas chiquitas, con el pelo corto que recién les empieza a crecer, abrazando a Lulú…algo nunca visto. Ninguna persona trans con la que hables se pudo encontrar con sus pares a los 4 o 5 años. Y con sus familias presentes queriéndolas. Es algo histórico. Y para las chicas, saber que la que juega con vos es igual que vos, te libera de esa sensación de soledad. Luana me decía: “¿Te imaginás todas estas nenas en mi escuela?”.

cajas con juguetes de Luana

«En mi casa yo le voy a contar a mi hija que el príncipe va a buscar a la princesa y por ahí la princesa prefiere quedarse con otra princesa, o ella rescata al príncipe, o se baja de la torre sola».

Y en la escuela, ¿cómo es el día a día de Luana?

Ella está muy bien, pero es complicado el tema. Los chicos no tienen los mambos que tenemos los grandes, pero son títeres de los padres. Y en muchos casos los alejan de Luana. “Con esa nena no te juntes porque tiene pene, es un varón, podés terminar igual que ella”. Entonces hay un nene en la escuela, por ejemplo, que no le habla.  Y la mamá no se anima ni siquiera a hablarme a mí.  Y a mi me hace mucho ruido el silencio.  Acá en el barrio también, siempre me hace mucho ruido el silencio. Con las docentes bien, pero a veces tengo que lidiar con el hecho de que necesitan tiempo. La otra vez una maestra me dice que yo también tengo que entender, que le dé tiempo para procesar esto. No tengo ganas de darles tiempo de la vida de mi hija. ¿Cómo hago, la pongo en pausa? Yo no me banco que enseñen con las láminas de los dos tipos de cuerpo, ya lo hablé, porque si no van a enseñar que el cuerpo de mi hija no es apto. Otro tema son los cuentos: que cuenten el cuentito que quieran, pero en mi casa yo le voy a contar a mi hija que el príncipe va a buscar a la princesa y por ahí la princesa prefiere quedarse con otra princesa, o ella rescata al príncipe, o se baja de la torre sola.  

¿Tu mamá te acompañó en esta lucha?

Mi mamá me acompañó y me acompaña.  Luana es cuarta generación de leonas, en esta casa.  Mi mamá me enseñó valores, me educó desde el diálogo, desde el “estoy acá para lo que sea porque te amo”. Y me mostró cómo era sacar a patadas al progenitor porque nos levantaba la mano.  Mi mamá salió de ese círculo de violencia por nosotras, sus hijas. Por salvarnos.

la mama de Luana

«Siempre me hace mucho ruido el silencio. Con las docentes bien, pero a veces tengo que lidiar con el hecho de que necesitan tiempo».

Y vos replicaste eso con el padre de Luana y Elías.

Sí. Yo tenía una relación horrible con él, era un psicópata. Sufrí mucha violencia económica. Sentía que si él se iba, se iba la leche de Elías (nota del r: el hermano mellizo de Luana), las galletitas de Luana, pero cuando vi al tipo dando botellas de cerveza contra el piso, los vidrios volando y Luanita parada ahí dije: “Listo, que se vaya, nos cagaremos de hambre”. Entonces me quedé sola con los chicos, sin apoyo económico, y tuve que empezar a hacer pizzas con mi mamá para vender en el barrio. Hubo que hacerle juicio a ese señor para que vuelva a pagar la obra social de sus hijos. El hambre que pasaron, y todo lo que les faltó, tener que mandar a Luana a cualquier hospital y que el médico me la maltrate…este tipo me va a tener que dar una explicación algún día. A mí o a ellos.

¿Es difícil lidiar con el sistema de salud en un caso así?

-Necesito que a Luana la traten como corresponde, además de la atención médica. Fuimos hace poco a una neumonóloga y la veo a Luana nerviosa, como a punto de llorar, hasta que rompió en llanto. Le pregunté qué le pasaba y me dice “¿Y si no entiende?” Antes de tener el DNI era terrible, porque no la querían atender, me decían que me había equivocado de documento, me trataban de estúpida. Tenía que explicarles que era una nena transgénero, hay una ignorancia enorme. Un día en una guardia estaba lleno de gente, y llaman a los gritos a Luana pero con nombre de varón.  Ella toda colorada en el asiento, avergonzada, hasta que un día en una situación así se levantó, golpeó con las manitos el escritorio y gritó: “¡Luana me llamo!”. Cuatro años tenía.

Luana, jugando junto a su hermano Elías.

Luana, jugando junto a su hermano Elías.

¿Por qué te interesa seguir militando alrededor de las infancias trans?

-Primero, porque no se encarga nadie. Los mismos trans que luchan por sus derechos no contemplaron a la infancia. Siguen creciendo niños y niñas de la misma manera que siempre, y recién se ponen a pelear con esto cuando tienen 17 ó 18 años. Y que aparezca una mamá que sale a exponer esto, hace que salgan muchas más.  El activismo ya no pasa por ser trans sino por ser mamá. No solo estás habilitada a luchar si sos trans. Algunos varones trans me han atacado diciéndome que yo no puedo entender esto, porque no me pasa por el cuerpo. Ellos ven una sola parte, no ven la parte de la familia, de la mamá. Yo les digo: “Entendé que no sos vos solo el que lo vive. Te pasa a vos en el cuerpo, pero transforma a toda tu familia”.

Gabriela tiene que cortar la entrevista para recorrer las diez cuadras, en su mayoría calles de tierra, que la conducen hasta la escuela donde tiene que buscar a los chicos, como todos los días.  Luana, trencitas pegadas a la cabeza, sale con una sonrisa enorme, radiante. Elías, arrastrando la mochila, serio, pensativo. A Gabriela le brillan los ojos cuando los mira, los saluda con un beso y encara otra vez para su casa, a seguir con los quehaceres del hogar: prepararles el almuerzo, ayudarlos con la tarea, barrer la tierra que las zapatillas dejaron en el piso y luchar incansablemente para que crezcan libres.  

El libro “Yo nena, yo princesa”, donde Gabriela publicó las sensaciones que iba viviendo mientras la acompañaba en su transformación, pronto será llevado al cine y es hoy una referencia única para muchas madres y padres

El libro “Yo nena, yo princesa”, donde Gabriela publicó las sensaciones que iba viviendo mientras la acompañaba en su transformación, pronto será llevado al cine y es hoy una referencia única para muchas madres y padres .

Actualizado 16/05/2017

El Arca de los niños

El Arca de los niños

Una nueva forma de lucha por los derechos de los niños. Esa es la premisa que lleva adelante la Asociación Civil El Arca, en Moreno. ¿Cómo? Con un proceso gradual de cierre de los hogares de la entidad a cambio de introducir  la novedosa modalidad de apadrinamiento solidario y así evitar que los chicos pierdan su escuela, su barrio, su familia.

Un poco de historia

Betina Perona, directora y fundadora del Arca, cuenta: «Yo pertenecía a un grupo de parroquia con el que íbamos a la estación de Constitución. Estábamos con los chicos que vivían ahí y que no dormían por el miedo. Así surgió el deseo de tener una casa para ellos». En 1986 se inauguró el primer Hogar en Parque Patricios. Tres años después, se mudaron a un lugar más amplio, en Moreno. «Estuvimos 25 años con los hogares. Funcionamos todos los días y no había vacaciones. Fue una experiencia intensa. Pero esto sirvió para mostrarles a los chicos otros modos de vida posible y que había adultos en los que podían confiar», expresa. El Arca mantuvo en pie un hogar para niñas, otro para niños y otro para los que cumplían la mayoría de edad.

En el año 2000, la asociación sintió que no hacía lo suficiente. Por eso, comenzó con actividades en la zona de Cuartel V. «Nos propusimos evitar que los chicos salieran del barrio, terminaran en la calle y después en un hogar», dice Betina. Años después, cerraron la etapa de hogares. «La decisión fue económica y por cansancio. Fueron muchos años de poner el cuerpo. Pero también por una nueva perspectiva, nuestra tarea iba a seguir, pero de un modo distinto», explica.  

Una nueva forma de lucha por los derechos de los niños. Esa es la premisa que lleva adelante la Asociación Civil El Arca, en Moreno.

Cambio de rumbo

Una nueva perspectiva surgió, basada en dos ejes: inclusión educativa y participación. Se trata de prevenir en vez de curar y la modalidad es el apadrinamiento solidario. Apadrinar a un niño es una colaboración mensual económica (que parte de 150 pesos), pero además es establecer un vínculo personal. Evangelina Paolucci, del área de apadrinamiento, explica: «La parte fuerte es el vínculo, donde el padrino acompaña el crecimiento de su ahijado». El Arca se encarga de mediar entre ambas partes. Al respecto, Paolucci agrega: «Se comunican a través de cartas, fotos y dentro de lo posible, visitas. Se genera un sostén tanto para los chicos como para sus familias. Tienen una figura que los escucha e incentiva». Por otra parte, el dinero de los padrinos no va directamente al ahijado o a su familia, sino que se utiliza para llevar a cabo las actividades de las cuales participa, generando un beneficio expansivo hacia su entorno.

Llevar a cabo un proyecto de esta envergadura no es sencillo. Mirta Quinteros, secretaria y co-fundadora de El Arca, explica: «Mi tarea es la gestión y administración. El fin último es que a los chicos y al equipo les lleguen los insumos y el capital necesario. El financiamiento es  clave, pero este es más efectivo cuando hay identificación. Por esto, tratamos de ser un colectivo con un mismo objetivo: hacer efectivos los derechos humanos en la niñez». En este aspecto, el área de comunicación lleva a cabo una labor de vital importancia. Su encargada, Ayelén Ramayo,  cuenta: «Nuestro objetivo es difundir, pero trabajamos en especial manera en la recaudación de fondos. La página web y las redes sociales son hoy los mejores canales que tenemos». Desde su área, Ayelén también agradece la difusión externa que reciben. «Todos los medios de comunicación que se acercan y nos dan voz, hacen que podamos ser vistos, lo cual se traduce en más colaboraciones».

Una nueva perspectiva surgió, basada en dos ejes: inclusión educativa y participación. Se trata de prevenir en vez de curar y la modalidad es el apadrinamiento solidario.

Las experiencias

El Arca realiza sus actividades en Cuartel V. Lucas Jaime, del equipo de inclusión, explica: «Somos la parte que se inserta en el territorio. Actualmente llevamos a cabo una juegoteca, apoyo escolar y actividades en las escuelas». Además, cuenta que la experiencia de ir a los barrios y trabajar en el territorio es lo que más motiva. «Cuando llegás por primera vez y decís que sos de El Arca, los pibes se acercan y te abrazan, eso es increíble». Pero trabajar en Cuartel V tiene sus dificultades. «Hay que tener en cuenta el contexto de los niños. Son barrios en continuo crecimiento. Las calles se inundan, no hay servicio de la basura, problemas de luz, gas o cloacas, y realmente hay un déficit de escuelas. Entonces nos adaptamos a sus realidades. Armamos todo en base a ellos, a sus necesidades, inquietudes y miedos», expresa.  

Por otra parte, algo que destaca a este proyecto es su sistema de voluntariado internacional. De todas partes del mundo llegan voluntarios a participar. Clara Helberg, de Alemania, relata su experiencia: «Hay un programa del gobierno alemán que te conecta con ONGs de todo el mundo. Elegí El Arca porque vi lo que hacían y me gustó». El gobierno de aquel país le pagó el viaje y le da dinero por mes para sustentarse. Clara está hace diez meses en Argentina y es parte del equipo de inclusión. Esto la ha marcado, según cuenta: «La primera vez fue muy bueno. Era muy distinto a todo lo que conocía porque no hay lugares así en Alemania. Por más que haya problemas de infraestructura, acá la gente es muy amigable y los chicos son muy cariñosos».

El Arca tiene historia, presente y un gran futuro. Un digno deseo la impulsa: respetar los derechos de los niños. Hoy, con un modelo innovador y eficaz, que genera vínculos de por vida, han marcado un camino. «Mucho nos ha dado El Arca -reflexiona Perona-. Pero cuando veo los resultados, los chicos que hoy han crecido y han podido cambiar las historias de sus vidas, siento mi satisfacción más grande».

Actualizado 22/08/2017

 

Los últimos privilegiados son los niños

Los últimos privilegiados son los niños

“Acá lo que nos falta es gente para poder laburar uno a uno con los chicos”. Sentadas en los escalones de ingreso del Hogar Curapaligüe, Azul, Diana y Sol explican los motivos de los reclamos que realizan junto a otros trabajadores del centro desde enero de este año. A unas cuadras del Parque Chacabuco, uno de los tres centros de asistencia para niños en situación de vulnerabilidad del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sigue esperando respuestas.

Desde hace siete meses y por tiempo indefinido, el Hogar Curapaligüe paga una multa por no cumplir con los requerimientos básicos que necesita el establecimiento para funcionar. En noviembre del año pasado, tras reiterados reclamos por parte de los trabajadores del hogar, se concedió la medida cautelar que la abogada Mabel López Oliva había solicitado ese mismo mes para que el Gobierno porteño realizara las obras necesarias. A pesar de una refacción reciente en el baño de varones, los chicos y chicas del Curapaligüe todavía conviven con goteras, baños tapados y habitaciones desbordadas que hacen de la convivencia una tortura. “Un lugar que existe para restituir los derechos de los chicos, los termina vulnerando aún más”, denuncia Azul, unas de las trabajadoras del hogar, en diálogo con ANCCOM.

Este año, el Hogar Curapaligüe aloja a 48 chicos y chicas desde los primeros meses de vida hasta los 16 años. Según el informe sobre hogares realizado por la Defensoría del Pueblo en diciembre del año pasado, el máximo cupo para este tipo de instituciones es de 30 personas y el máximo de edad para los hogares de niños es de 12 años. Según Lucila Biasco,  jefa de prensa del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat del Gobierno, “la función de los hogares es dar respuesta rápida”. Ello implica recibir a los chicos en el hogar y luego, en caso de ser necesaria, realizar la derivación correspondiente. Si el hogar se encuentra con su capacidad completa, como es el caso del Curapaligüe, los chicos deberían ser derivados a otros centros. Sin embargo, superada la capacidad espacial y el rango etario del hogar, los trabajadores del Curapaligüe se reparten para poder abarcar las necesidades de todos y de cada etapa del crecimiento: desde los cuentos antes de dormir hasta los maquillajes de las chicas que viven allí sus primeros años de la adolescencia.

“Hay una parte de lo social que acá no se puede dar”, explica Azul, responsable del grupo de varones de 6 a 12 años. Si alguno de los chicos quiere invitar un amigo o una amiga del colegio tienen que quedarse en la salita de adelante, llamada formalmente “sala de vinculación”. Se trata de una habitación de paredes vidriadas y estantes con juguetes y libros, ubicada en la entrada del hogar, donde los chicos y chicas se relacionan con las familias en el proceso de adopción.

“Desde hace años vivimos al borde de que pase algo grave”, afirma Azul. Y recuerda que el año pasado, mientras entraba al hogar con un chico de 4 años, estallaron los vidrios del ingreso central justo encima de él. En reunión con el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad, los trabajadores ya habían pedido que se cambiara la puerta por una de material seguro.

Para evitar que los vidrios cayeran encima del chico, Azul lo cubrió con su propio cuerpo y terminó en el SAME. “Y esa es solo una de las veces que arriesgamos la vida por los chicos”, agrega.

El año pasado, mientras servían la cena, una parte del techo del comedor se desprendió y cayó junto a la mesa del grupo de los más chiquitos. Hace unos meses, se disparó la alarma de incendios en medio de la noche y tuvieron que evacuar el hogar: con una sola escalera y los bebés durmiendo en el primer piso, se tardó más de la cuenta en salir y en el cuarto de las nenas la mitad quedaron adentro. Por suerte, ese día fue una falsa alarma, pero hasta ahora todavía no está aprobado el plan de evacuación. “Si hubiera fuego, no podríamos sacar a todos los chicos”.

Una pared en la que se encuentran dibujados varios niños abrazados y sonriendo.

El Hogar Curapaligüe aloja a 48 chicos y chicas desde los primeros meses de vida hasta los 16 años.

“Gus” llega de la mano de una de las trabajadoras y ambos saludan con la mano antes de entrar al hogar. Lo acaban de operar de las amígdalas. El equipo técnico, que se encarga de pautar los turnos médicos, hacer los informes y revisar la situación de salud de cada chico dentro del hogar, está conformado por dos psicólogas y dos trabajadoras sociales. Cuatro personas para llevar el seguimiento de 48 bebes, niños y adolescentes.

“Lo que peor le hace a un chico es la falta de contención afectiva”, denuncia Sol, que trabaja junto a Azul con el grupo de varones.

Y completa: “Al ser tan pocos para tantos chicos, no podemos darles una atención personalizada como se la daría un padre o una madre”. Entre otras patologías, la falta de cariño y de atención puede llevar a los chicos a tener retrasos madurativos, desnutrición crónica y otras enfermedades.

En febrero, después de ocho meses sin gas, finalmente reconectaron el servicio. Durante ese tiempo la solución a la falta de agua caliente fueron algunas pavas eléctricas y mucha paciencia para la hora de bañarse. Las trabajadoras explican que al momento de mostrar los problemas del hogar tienen tres pilares para sostener el reclamo. Las cartas al Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad son relevamientos de lo que sucede dentro del establecimiento. Esos documentos, en general, no reciben respuesta: los resultados fueron la posibilidad de reunirse esporádicamente con Gabriela Franchinelli, directora de Niñez, y las promesas que los funcionarios hacen en las “reuniones operativas”, que, según cuenta Azul, se convocan de forma intermitente y con poco tiempo de anticipación lo que complica la asistencia de muchos de los trabajadores del hogar.  

En segundo lugar, la denuncia legal. Esa instancia llevó al Gobierno porteño a comprometerse a pagar una multa por la falta de obras necesarias en el hogar. La multa es mensual y se pagará por tiempo indefinido hasta que el establecimiento se ponga en condiciones.

Aunque, en diálogo con ANCCOM, Biasco afirmó que el Hogar Curapaligüe está “hecho a nuevo”, Diana, trabajadora del  centro, asegura que lo único terminado son los baños de varones, que ya se volvieron a tapar. La otra parte, que aún está en curso, es la renovación de la planta baja, donde agregarán una habitación con cunas para los más chiquitos para que, en caso de incendio, los y las trabajadoras puedan sacarlos con facilidad. “Cada vez que inician una obra los tiempos son larguísimos y mientras tanto, hacinan a los chicos en los pocos espacios que nos quedan”, denuncia Diana.

El último recurso de los trabajadores para conseguir respuestas, el que recoge las respuestas más rápidas, está en la calle: movilizarse, reunirse, contarle al barrio la situación que se vive en su propia manzana. Y mientras, turnarse para que la mitad del equipo se quede en el hogar con los chicos, buscando estrategias para hacerlos felices.

 

Actualizado 17/08/2017.

Matemática para todos

Matemática para todos

La mirada de Wenceslao Costa Díaz es chispeante y curiosa. Tiene barba, es casado y padre de dos hijos, pero cuando muestra sus dientes blancos su sonrisa se confunde con la de sus alumnos de sexto grado. No hace tanto estaba sentado en un pupitre de su colegio primario tratando de entender matemática, disgustado con la forma en que le enseñaban, soñando un espacio en donde alguien le ayudara a comprender de qué se trataban los números y de no sentir que lo estaban dejando afuera. En 2011 -con apenas 24 años- creó, junto a un grupo de colegas, el colectivo docente Matepública, cuyo objetivo principal es mejorar la relación de los alumnos de escuela primaria con las matemáticas, haciendo foco en el aspecto didáctico.

«Somos un grupo de docentes que invitamos a jugar con los números a pequeños matemáticos y matemáticas. Sumamos nuestras ganas de enseñar para elevar al infinito y más allá la calidad de la Escuela Pública», afirman en el encabezado del blog del colectivo. Llevan a cabo su militancia por medio de varias acciones: desde talleres extracurriculares que funcionan como refuerzo de la materia hasta encuentros de desafíos matemáticos al aire libre, dos o tres veces por año, en la que confluyen niños y docentes de distintos distritos porteños. En cada una de las actividades lo que prima es la adhesión a una pedagogía que implica enseñar partiendo del conocimiento que aportan los propios chicos.

El colectivo docente Matepública tiene como objetivo principal mejorar la relación de los alumnos de escuela primaria con las matemáticas, haciendo foco en el aspecto didáctico.

«No queremos que la enseñanza sea una bajada de línea. Las tablas ya no se enseñan de memoria. Por ejemplo, proponemos que los chicos aprendan a dividir con restas sucesivas para que entiendan el proceso y descubran por ellos mismos su funcionamiento», explica Wenceslao sentado en un café a dos cuadras de la Escuela N° 17  “Blas Parera”, de Palermo, en la que da clase desde hace cinco años. Junto con su compañera Marta García, aprovechan la hora del almuerzo para dar clases a los chicos y amigarlos con los números. «Si veo que a un estudiante no le está yendo muy bien, lo convoco al taller de una hora al mediodía. La idea es recomponer esa pelea que se tiene con la matemática. Llega un punto en que si te va mal, hasta los mismos compañeros te ponen en un lugar de ‘no saber’. En el taller recuperan la confianza y vuelven a participar en clase», agrega el docente.

Quienes forman parte de Matepública no cobran horas extra, y muchas veces ponen de su bolsillo para conseguir los materiales que se necesitan tanto en los talleres como en los festivales que realizan al aire libre. En esos casos recaudan algo de dinero a través del buffet, que lo atienden los propios padres, agradecidos con el trabajo que el colectivo docente hace con sus hijos. Los familiares también son invitados a asistir a los talleres y festivales para aprender mejores formas de explicar la materia en casa.

«La matemática te enseña a percibir la belleza del mundo. Yo no era muy bueno, y trato de que Teo me supere», cuenta Gerardo Mirkin, docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Está orgulloso de que su hijo haya pasado a la siguiente ronda de las Olimpíadas Matemáticas Ñandú (OMÑA), con tres problemas resueltos sobre tres.

Otro de los objetivos de Matepública es preparar a los alumnos para que formen parte del certamen y mejoren su desempeño año a año. En 2015, once estudiantes que van a los talleres extracurriculares pudieron llegar a la instancia final, con sede en Mar del Plata. «Para muchos ir a la costa es el incentivo. Además de llegar a la final, muchos ven el mar por primera vez. De todas maneras, siempre hablamos con la familia para pedirles que no les pongan presión a los chicos, la idea no es que ganen sino que se superen a ellos mismos», aclara Wenceslao.

Quienes forman parte de Matepública no cobran horas extra, y muchas veces ponen de su bolsillo para conseguir los materiales que se necesitan.

En cada instancia, los docentes les recuerdan a los chicos que lleven puesto su guardapolvo. «Sueño con que cada vez haya más guardapolvos blancos en las rondas», comenta Wenceslao, quien además de enseñar matemáticas trata de transmitirle a sus estudiantes la importancia del acceso gratuito e irrestricto a la educación.

El último festival de Matepública se realizó el pasado sábado 25 de junio en Plaza Mafalda -Concepción Arenal y Conde-, en Colegiales. «Elegimos esta plaza porque es de las pocas que no está enrejada», explica Wenceslao desde el micrófono. Al encuentro asistieron más de cincuenta niños en edad escolar junto con sus familiares y amigos. A medida que van llegando, los organizadores los dividen en grupos y les dan un formulario para que anoten los puntos que sacan en cada desafío que implica sumar, restar, dividir y multiplicar mientras se salta a la soga, se juega al tiro al blanco, al bowling y a los dados. No hay ganadores. Luego del cierre se reparten regalos iguales para todos los participantes.

Por ahora son tres las escuelas en las que se han podido instalar los talleres extracurriculares –la 13, la 17 y la 30 del Distrito 9-, que a su vez dependen de la buena voluntad de los directores que permiten que se realice la actividad, ya que no forma parte del diseño curricular de las escuelas. Algunos directivos son reticentes a dar lugar a las clases que los docentes proponen dar en forma ad-honorem, e incluso se niegan a repartir los volantes del festival en los cuadernos de comunicaciones. Santiago Foucault, docente de Matemática de la Escuela Nº 15 del tercer distrito, confirmó a ANCCOM durante el festival que los talleres comenzarán a darse en su escuela en el próximo semestre.

El último festival de Matepública se realizó el pasado sábado 25 de junio en Plaza Mafalda -Concepción Arenal y Conde-, en Colegiales.

«¿Podés saltar la soga con esos tacos?», le pregunta bromeando Nicolás, uno de los maestros -de guardapolvo blanco-, a una de las participantes del juego. El docente da clase en la Escuela N° 13 Teodoro Roosevelt, que queda justo frente a la plaza. Le resulta difícil implementar la idea de los talleres extracurriculares como los que se dan en la 17 porque en su colegio hay jornada simple. «Es complicado sostener el proyecto porque también depende de la buena voluntad de los profesores, que no siempre pueden quedarse más horas», agrega el docente, quien sostiene que una de las mayores dificultades que enfrentan los maestros es la cantidad de alumnos por clase: veinticinco o treinta.

Los organizadores del encuentro en Plaza Mafalda son entre quince o veinte docentes que se acercan convocados por el colectivo. Entre todos se encargan de la infraestructura: la construcción y despliegue de los juegos –la mayoría están hechos a mano-,  la música, los carteles, los regalos, el micrófono. Mientras los chicos van corriendo de desafío en desafío, algunos familiares conversan sentados en los bancos, otros tiran una manta sobre el césped y toman mate.

A medida que van llegando, los organizadores los dividen en grupos y les dan un formulario para que anoten los puntos que sacan en cada desafío.

Matepública es una iniciativa que responde a -y a la vez denuncia- la ausencia del gobierno porteño en materia educativa. Sobre una tela que cuelga en los alrededores de la plaza dice, en letras grandes, mayúsculas, y pintadas con témperas de colores: “Escuela pública de pie”.  Se exhiben, también, varios carteles que revelan algunas de las políticas educativas llevadas adelante por el macrismo durante los últimos nueve años: “El porcentaje del presupuesto destinado a Educación pasó del 27,4 por ciento al  22,1 por ciento”, “se presupuestó la construcción de una sola escuela para el presente año”, “reducción de cursos y postítulos de formación docente”, “salarios docentes que implican pagos en negro y en cuotas, que no contemplan el porcentaje inflacionario real y que continúan achatando la escala salarial”, “las inversiones destinadas a infraestructura y mantenimiento pasaron de un 9,71% en el año 2008 a un 3,63 por ciento en el año 2016”.

A modo de cierre, Wenceslao les pide a los familiares que se reúnan con los niños para pensar qué tipo de escuela pública les gustaría tener. Quince minutos después, cada chico tomará el micrófono para compartir sus deseos: “Que aunque no tengan plata, los chicos puedan saber”, “que todas las escuelas sean públicas”, “que todos tengan los mismos derechos”, “que vayan todos los chicos”, “una escuela pública justa y linda”, “que la comida sea rica” –pidieron más de una vez-, “mejores computadoras”, “más respeto y amor”, “que haya pileta”, “buenos maestros”, “almohadones”, “que haya clases”, “que siga siendo gratis”, “que haya doctores”, “que esté limpia e iluminada”. Y entre todos los pedidos, estuvo también el reconocimiento para algunos de los maestros que llevan adelante el colectivo Matepública: “Que haya profesores buenos como la seño Paula”, “que haya más maestros como Wences y Carla”.

Los organizadores del encuentro en Plaza Mafalda son entre quince o veinte docentes que se acercan convocados por el colectivo.

Actualizada 28/06/2016