Presentan un proyecto para legislar el negacionismo

Presentan un proyecto para legislar el negacionismo

Este martes se hará pública una iniciativa de Ley Integral contra el Negacionismo que busca combatir los discursos de odio y la apología de los crímenes de lesa humanidad. El debate sobre el punitivismo y qué pasa cuando son los funcionarios públicos quienes banalizan un genocidio.

La reciente proliferación del discurso negacionista respecto a lo ocurrido durante la última dictadura cívico-militar en la Argentina preocupa a parte de la sociedad que creía saldada la discusión acerca de los crímenes cometido en el marco del terrorismo de Estado, delitos de lesa humanidad que vienen siendo juzgados y sancionados por la justicia nacional e internacional, desde hace más de 20 años. 

Los organismos de Derechos Humanos ven con preocupación expresiones negacionistas y apologistas del terrorismo de Estado, como también los discursos y acciones de odio, que proliferaron en los últimos tiempos. En ese contexto, el próximo martes 7 de noviembre presentarán un proyecto de Ley Integral contra el Negacionismo que busca combatirlo “a través de la educación, previniéndolo y erradicando los discursos de odio, poniéndole un límite a quienes respaldan el negacionismo como la etapa final del genocidio y defendiendo la democracia que tanto nos costó conseguir y nos cuesta defender”. Carlos Charly Pisoni., referente de H.I.J.O.S Regional Capital y uno de los impulsores del proyecto, explicó: “A partir de comenzar a estudiar y a entender los negacionismos en el mundo, pudimos redactar un proyecto de ley que tiene una base en la educación con derechos humanos, cuyo objetivo es que todos sepamos lo que se vivió en este mundo y que no vuelva a ocurrir, ese es el principal objetivo referido a los crímenes contra la humanidad”.

ANCCOM conversó con investigadores, historiadores y docentes en genocidios para reflexionar sobre cómo frenar esta ola de expresiones que incitan al odio y la negación de crímenes de Estado.

Una posible respuesta se encuentra en el ámbito legislativo; promulgar una ley contra el negacionismo, como proponen algunas organizaciones de derechos humanos. Este es el camino que han tomado países como Alemania, Francia, Austria y Suiza, que cuentan con leyes que penalizan la negación y/o la apología de crímenes de lesa humanidad perpetrados por el nazismo. Actualmente, en Argentina hay tres proyectos de ley que plantean sanciones similares: lapso mínimo de prisión, multas y, en el caso de funcionarios públicos, inhabilitación para ocupar cargos públicos por cierto tiempo. Algunos hablan de establecer una capacitación sobre genocidio y delitos de lesa humanidad obligatoria para funcionarios públicos que ejerzan como máximas autoridades de los tres poderes o que resulten sancionados por la misma ley.

Héctor Shalom, director ejecutivo del Centro Ana Frank, expresó que, en lo que concierne a funcionarios públicos y comunicadores, “el negacionismo en la voz de personas con incidencia en la opinión pública orientadas a la construcción de violencia, a la incitación a la violencia, al odio, a la apología del odio y de la violencia, debe ser sancionada”. Shalom marcó una distinción entre las personas que generan este tipo de discursos y las personas “que lo replican acríticamente”, por lo que también se diferencian las maneras de contrarrestar el negacionismo. Considerando al negacionismo como discurso de odio, y que como tal está fuera de lo que comprende la libertad de expresión, Shalom dijo que, en el caso de los que expresan estos dichos, “el discurso del odio es un acto fáctico que debe tener una respuesta fáctica de sanción” y que no sancionar estos discursos es dar “un mensaje al sujeto y a todos los demás que observan el accionar de ese sujeto”. También señaló que “paralelamente debe haber una estrategia educativa sobre qué significa el discurso de odio, qué significa el negacionismo, la distorsión, la banalización, qué implicancias tiene, qué consecuencias genera”.

Por otro lado, Marcelo Musante, sociólogo y docente que forma parte de la Red de Investigadores sobre Genocidio y Política Indígena en Argentina, no parece estar tan seguro de que una ley contra el negacionismo sea el camino y opinó que una consecuencia de promulgar una ley de este estilo sería darle a la gente que promueve discursos negacionistas “espacio para que se victimice, y que termine yendo a los programas de televisión, organizando marchas al respecto”, pero que “quizás en lo que tiene que ver con los discursos de los funcionarios, uno podría llegar a pensar algo que vaya en ese sentido”. 

Jonathan Karszenbaum, politólogo, docente y director ejecutivo del Museo del Holocausto de Buenos Aires, en el mismo sentido que Musante, expresó que «evaluaría si después de cinco, diez años, el efecto de la ley fue que se multiplicaran los recursos negacionistas y las sanciones negacionistas» y afirmó: “No creo que sea efectivo, el punitivismo al negacionismo en general. Sí me parece interesante cuando se trata de funcionarios públicos, y con sanciones, como multas o de prohibición o restricción en la función pública, y tal vez no con penas de cárcel. Porque el funcionario público sí debe reconocerse parte de un Estado con una trayectoria, con una historia y con sus propios reconocimientos”. Quien también coincide con la idea de una ley que no sea punitivista es Alex Hadjian, director de comunicación del Centro Armenio de Argentina, quien señaló que él estaría más a favor de que se tomen medidas como que “no se pueda estar en un cargo público y tener discursos negacionistas. Debe formarse a esa persona que expresa públicamente discursos negacionistas en relación al crimen de lesa humanidad sobre los que se manifestó. No simplemente sancionar a esta persona y que siga pensando igual, que entienda el error que está cometiendo. Me parece tocarlo desde ese sentido”.

En general, los consultados coincidieron en la importancia que tiene la educación a la hora de contrarrestar el negacionismo, tanto como complementando las sanciones a las que daría lugar una ley, como herramienta principal que tendría una ley más pedagógica. El doctor en historia e investigador del Conicet Mariano Nagy explicó: “Las personas más jóvenes no vivieron en dictadura, más de la mitad de la población no vivió la dictadura y le queda lejanísimo” y, por eso, subrayó la importancia de las políticas educativas y la necesidad de seguir generando material pedagógico sobre la última dictadura cívico-militar para acercar a las nuevas generaciones a ese período, ya que la escuela suele ser el ámbito en el que hablan sobre la dictadura por primera vez. Musante coincidió en esto último y planteó que “si queremos avanzar contra estos discursos negacionistas y de odio, se construye con la memoria, con más trabajos en las currículas escolares, con más exposición pública”. Y agregó: “Pero no imagino que una ley lo resuelva”. Karszenbaum también coincidió en que “La alternativa siempre es el camino educativo. El museo es una propuesta y se percibe así, entiendo que toda la tarea que hacen en los sitios de memoria en la Argentina también tiene esa impronta”. Aunque agregó: “La amenaza del discurso negacionista está y es verdad que no se soluciona con una visita al museo”. Aunque duda sobre la eficacia de una ley, sostuvo que prefiere que haya una ley a que no la haya.

Otro punto abordado fue qué genocidios debería abarcar una ley contra el negacionismo. Para Héctor Shalom es sumamente importante que la ley “debe involucrar a los procesos de negación, distorsión y banalización de la dictadura cívico militar más aquellos genocidios, crímenes de lesa humanidad o manifestaciones masivas de discriminación que atraviesan diferentes minorías”. Alex Hadjian también expresó que este punto le “parece sumamente importante ampliarlo y generalizarlo hacia todos los crímenes de lesa humanidad”. Por su parte, Mariano Nagy expresó que “el tema de que incluya procesos locales es fundamental”, refiriéndose a que la ley trate también sobre los genocidios sufridos por los pueblos originarios.

En este sentido, el historiador Marcelo Musante destacó la importancia del abordaje comparativo de los genocidios: “Si uno puede trabajar en los distintos genocidios, como el armenio, como la Shoá, me parece que también nos puede servir. Uno cuando analiza las masacres de Napalpí y de la Bomba, por pensar en dos procesos judiciales que tienen sentencia de crimen de lesa humanidad en el marco de genocidio, ambas masacres, por ejemplo, tienen cosas muy distintas, perotambién muy similares. El modo en el que la prensa fue construyendo con anterioridad a la masacre la idea de la peligrosidad del indígena, cómo todos esos discursos mediáticos habilitaron efectivamente la represión, y cómo después esos discursos mediáticos la invisibilizaron y la negaron, y que son discursos que podemos ver en lo ocurrido ahora con Rafael Nahuel o cuando fue la desaparición y asesinato de Santiago Maldonado en el lof en Resistencia de Cuyá. Entonces, me parece que estudiar los genocidios en claves comparativas nos pueden permitir también empezar a ver cuando hay ciertas cosas que empiezan a repetirse”.

En ese sentido, Carlos “Charly” Pisoni, explicó que el proyecto de ley contra el negacionismo que se presentará mañana busca “tipificar el negacionismo en el Código Penal, que esa tipificación sancione a los funcionarios públicos que nieguen, relativicen, minimicen los crímenes de lesa humanidad reconocidos por el Estado Argentino, y que la pena sea la inhabilitación en el cargo de seis meses a cuatro años”. Y aclaró que el proyecto “busca la educación en derechos humanos dándole al INADI la funcionalidad de poder trabajar el tema en sus misiones y funciones. Que se implemente una ley de capacitación obligatoria para todos los funcionarios del Estado, como la Ley Micaela”, ejemplificó. Y destacó la amplitud del proyecto: “No es una iniciativa solamente de organismos de derechos humanos, sino que al implicar los negacionismos de todos los crímenes de lesa humanidad reconocidos por el Estado es un proyecto muchísimo más amplio”.

Prohibido mirar para otro lado

Prohibido mirar para otro lado

En un mundo donde la memoria parece no tener lugar, la obra comprometida de Boris Lurie, que se exhibe en Buenos Aires, se vuelve urgente y necesaria.

Collages, superposiciones y colores fuertes inundan el Pabellón II del Centro Cultural Borges. Allí se encuentran expuestas algunas obras del artista ruso estadounidense Boris Lurie (1924-2008), principalmente las pertenecientes al movimiento de vanguardia NO!Art, del cual él junto a Sam Goodman y Stanley Fische fue fundador.

Mientras la sala abre sus puertas para que la gente ingrese al mundo de Lurie, Cecilia González, curadora de la exposición en el Borges, sostiene que Memoria –tal es el título de la retrospectiva– refiere a la importancia de nuestra propia historia y a los hechos de horror e injusticia. Además, le rinde homenaje a la lucha del artista por mantener la memoria del Holocausto, más en el actual contexto internacional donde parece que los abusos y la violencia continuaron sucediendo después de la guerra.

“Esta muestra es muy oportuna, lo era antes para no olvidarse, pero hoy lo es más porque el terrorismo nos pone en peligro a todos en cualquier lugar”, agrega Liliana Olmeda de Flugelman, curadora de la exposición en la otra sede donde se exhibe, el Museo Judío.

Nacido en Leningrado y de familia judía, Lurie junto a su padre sobrevivieron a tres campos de concentración en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que su abuela, su madre, su hermana y su novia fueron asesinadas por los nazis en la masacre de los bosques de Rumbula. En 1946, él y su padre se exiliaron en Nueva York y ese año comenzó su carrera como artista.

Tal como se advierte apenas se ingresa a la sala del Borges, resultaría “imposible e injusto” intentar comprender la obra de Lurie sin una aproximación a su propia historia de vida y aún así es complejo.

Lurie fue un artista-activista que confrontó contra la guerra, la sociedad capitalista de consumo (sobre todo la estadounidense) y la cosificación de la mujer, y que en sus obras canalizó su trauma del Holocausto. En algunas de ellas apuntaba contra el racismo, el antisemitismo y la hipocresía social que encontró en los Estados Unidos de los años 60 y 70 durante la Guerra Fría, a través de la ironización del pop art y el impresionismo abstracto, corrientes artísticas hegemónicas del momento que –para Lurie– no mostraban la realidad y no hacían memoria.

González considera que “en la exposición se destaca como Lurie hace una confrontación con el consumismo y con la cultura estadounidense mediante el NO!Art, un movimiento social que se rebela contra las estéticas del momento por considerar que, al favorecer al mercado del arte, terminan favoreciendo el consumo. Al no obedecer a los parámetros estilísticos políticamente correctos, al no primar la estética sobre la ética, las obras de Lurie causaban rechazo.

En la exposición hay una obra referente a momentos de elecciones. González señala que “en el collage ‘NO! con dulces’, el artista advierte a la sociedad de su época no dejarse seducir por los candidatos, haciendo referencia a uno de dulce apariencia que para él representaba el mal por sus ideas imperialistas que conducirían a guerras”. “Los estamentos del movimiento que creó se actualizan constantemente con las diferentes situaciones de injusticia y violencia. En el contexto nacional se viven momentos de incertidumbre en los que la sociedad puede ser fácilmente manipulada. Con su gran ‘NO!’, Lurie nos insta a decir ‘no’ a quienes no quieren hacer memoria, porque no hacer memoria es mirar para el otro lado y no hacer nada”, agrega.

La mujer ocupa un lugar central en la obra de Lurie debido a su gran dolor de haber perdido a todas las mujeres de su familia. En algunas de las obras expuestas en el Borges se puede observar cómo el artista se identifica con ellas porque las ve como una víctima más de la sociedad. En muchas oportunidades la presenta como “catalogadas” y utiliza la figura femenina de las pin-up y de niñas para hacer una crítica a la sociedad que las ve como objetos y las vulnera.

González señala que “el proceso de curaduría fue enriquecedor, especialmente porque la selección de las obras se realizó para compartirse en dos instituciones”. “Este proyecto comenzó hace cinco años, estaba programado para exponerse en 2020 pero por la pandemia no se pudo”, aclara Flugelman. El hecho de que se haya atrasado la presentación, según González, “llevó a un conocimiento aún más profundo del artista, lo cual fue una tarea difícil pero reconfortante”.

“Memoria” se exhibe el museo Judío de Buenos Aires y el Centro Cultural Borges, con entrada gratuita, y se puede visitar hasta el 26 de noviembre inclusive.

Las víctimas, los victimarios y los indiferentes

Las víctimas, los victimarios y los indiferentes

Diana Wang, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, reeditó su libro Los niños escondidos. Del Holocausto a Buenos Aires, donde reúne los testimonios del exilio de infantes que iniciaron una nueva vida en esta ciudad. En charla con ANCCOM, la autora relata cómo desde su propia experiencia entendió que quienes pueden cambiar la historia son los testigos indiferentes”.

Empecé a escribir cuando estalló la bomba en la AMIA. Mi mamá me llamó y me dijo: ´Nos quieren matar otra vez´. Yo sentí que ella disparó con todo: el ´nos´ me involucraba y el ´otra vez´ remitía a la Shoá, al Holocausto”.

Habían pasado cuarenta y siete años desde que la familia Wang se embarcó hacia el único lugar donde consiguieron tramitar la visa. Llegar a la Argentina desde Polonia un par de años después de terminada la guerra implicó mentir: tuvieron que decir que eran católicos, porque por ese entonces los judíos tenían muy restringida la entrada, pocos habían ingresado diciendo que lo eran.

Diana, que en ese momento tenía dos años, llegó sólo con su mamá y su papá, su hermano Zenus había sido entregado a una familia católica para que pudiera sobrevivir y desde entonces nunca más lo vieron.

Dueña de un apellido que remite al nombre de una pequeña población ubicada en el sur de Alemania, Diana creció en el país, se recibió de terapeuta especializada en vínculos de parejas y hasta ese 18 de julio del 1994, cuando su mamá la llamó, había decidido no pensar en ciertas cosas.  

Cuando corté y entendí lo que estaba pasando, sentí la necesidad de hablar: que la Shoá no fueron solamente los campos de concentración, que hubo distintas formas de sobrevivir, que nos tuvimos que esconder, cambiar de identidad. Tuve que recordar que quienes estuvieron en los campos casi ni lo lograron”.

En ese momento Diana supo que ese principio de hermetismo estaba quedando atrás: Se necesitan muchas décadas para volver a hablar… y, en ese momento entendí que no pasa porque ´no hay palabras´, por ´el trauma que generó´. Hay palabras. Es otro tema. De sufrimiento podemos hablar. Tenía que entender qué nos había estado frenando”.

Y de a poco lo fue logrando: durante esos años conoció a otros hijos de sobrevivientes, viajó a Polonia, se integró a la Fundación Memoria del Holocausto, asesoró en el proyecto de toma de testimonios de la organización internacional creada por el cineasta Steven Spielberg para recopilar testimonios de sobrevivientes de la Shoá de todo el mundo y ahí conoció a un grupo de personas con una historia similar a la suya que se reunían con periodicidad y se acopló a ellos. Así empezó todo.

Es que ese momento se fracturó la confianza en el sistema social, vos estás parada sobre un piso, una especie de pacto social tácito, y pensás que las fuerzas del poder te van a proteger. Cuando esa gente es la que te quiere matar, se te fractura ese piso, hay un desgarramiento de tal magnitud, que cuando salís de esa situación, lo que necesitas es recomponer tu vida, volver a armar ese piso fracturado. Entonces recién cuando la confianza empieza a restablecerse podes volver a hablar. Es una cosa de otro nivel”.

Diana empezó a escribir y organizó este libro en treinta relatos, todos parte de ese grupo que se llamaba Los niños de la Shoá y los reunió de una manera muy particular, porque todos había venido acá escapando, llegaron con su familia a la Argentina, pero cada uno tenía su propia historia. Sentí que tenían la potencia de que cualquiera que lo lea pueda identificarse con esas situaciones, sólo tenía que encontrar el cómo. Cuando empecé a organizarlos me fue más fácil desgranarlos. Lo que sucedió en el Holocausto tenía una enorme fertilidad docente porque hay mucho que se puede enseñar y no veía en ese entonces que se hacía adecuadamente, sólo se enseñaban situaciones de horror, que había mucho morbo. En todos los testimonios encontraba tres puntos de vista: el de la víctima, el del victimario y también quien veía todo y no hacía nada“.

Diana descubrió que desde el punto de vista de las víctimas es fascinante esto que hoy llaman resiliencia, pero que va más allá de eso: yo encuentro en las vidas posteriores de las víctimas vidas normales, como las de cualquiera. La Shoá fue un hecho horrible en sus vidas, pero no parece ser un trauma indeleble como nos gusta pensar. No necesariamente fue así. Yo te diría que sí empezó a hacerlo cuando pudieron hablar de eso. Empezó a ser un eje importante en sus vidas, que antes se habían encargado de que no lo sea”.

Desde el punto de vista de los perpetradores explica que le resulta interesante ver su comportamiento como el de personas normales, comunes y corrientes que de pronto se hacen cómplices de un plan asesino y que lo ejecutan. El qué pasa con ellos, porque de ahí podes aprender, porque es lo que sigue pasando en todos los hechos genocidas posteriores a la Segunda Guerra, ahí no terminó”.

Yo siempre digo que aquel ´Nunca más´ es otra vez y otra vez y otra vez. Me parece fértil enseñar cómo una determinada propaganda, ideología autoritaria y una determinada forma de procesarlo, hace que la gente haga cosas que no sabía que era capaz de hacer. El procesar tiene que ver con la manera que se incorpora la propaganda y el lavado de cerebro y eso me parece fundamental para la docencia porque los mismos principios diseñados e instalados por el Ministerio de Propaganda nazi, son los que se usan hoy para vender un lavarropas. La propaganda y la publicidad tienen los mismos principios. Yo cuando voy a la escuela secundaria y les pregunto a los varones si el desodorante ´Axe´ les resulta más atractivo que los otros y entienden inmediatamente lo que les estoy diciendo”.

Y como último eslabón, desde el punto de vista de la sociedad en general, los que pueden cambiar las situaciones son los testigos indiferentes. Igual que en bullying: está quién ataca y quién es atacado y la ronda de quienes se ríen es con la ronda con la que hay que trabajar. Esto es lo más importante”.

El libro, que tuvo su edición original hace quince años, se reeditó ahora con un nuevo capítulo, un testimonio más y la foto de su hermano Zenus en la portada, la única imagen suya que conservan.

 

Sobrevivir dos veces para contarla

Sobrevivir dos veces para contarla

“Soy chiquitita, no alcanzo a la mesa, me subo a la silla y caigo, pum, de cabeza”. En un rincón del comedor Sara y su bisnieta recitan versos cortos. Caminan por la casa cantando y compartiendo secretos. “Sara, no te agaches, te puede hacer mal”, le señala su bisnieta de 4 años.

La edad nunca fue un impedimento para la ocupada agenda de Sara Laskier de Rus. Luego de su fiesta de 90 años, rodeada de sus seres queridos, sigue ocupándose de contar su historia en las escuelas. “Siempre hablo por la vida, ese es mi tema. Porque todo lo que sufrí en el Holocausto y con la desaparición de mi hijo en la última dictadura militar no se debe olvidar”.

 Es la primera en llegar y la última en irse de cada evento. Nadie se va sin una selfie con ella. Los momentos para preguntas nunca alcanzan. Los más curiosos se quedan hasta el final, consultando su historia y dónde pueden obtener su libro: Sobrevivir dos veces, en el que la madre de Plaza de Mayo relata sus vivencias en la búsqueda de su hijo Daniel, desaparecido a los 26 años, el 15 de Julio de 1977 junto con otros 19 compañeros mientras trabajaban en la Comisión Nacional de Energía Atómica de Buenos Aires.

“¿En qué creés Sara?” La pregunta llega a través de la voz de un adolescente que está en la sala. Ella escucha bien cada palabra y luego de un suspiro largo responde: “En la justicia”. Sus ojos azules claros parpadean rápido, su voz tiembla. Mira hacia un lado y hacia el otro. La sala está en silencio. “El que hizo todas estas cosas tiene que pagar. Yo creo en la justicia, pero tiene que llegar a tiempo. A veces tarda demasiado.”

Como testigo del capítulo más triste de la historia Argentina, la sobreviviente del Holocausto brindó su testimonio en innumerables causas contra militares. Esos ojos tristes, que recuerdan su paso por Comodoro Py, se sonríen cuando rememora como logró salir de cada juzgado por sus propios medios mientras que los militares estaban encadenados.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Sara llegó a la Argentina en 1948, casada con un jóven que había conocido en Europa. Hija única, nacida en Polonia en un pueblo llamado Lodz, sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau junto a su madre, siendo ellas las únicas sobrevivientes de su familia luego de la guerra. Acomodarse en Buenos Aires no fue tarea fácil para el reciente matrimonio, específicamente por el idioma. “Nunca dejamos de hablar entre nosotros tres de lo que pasamos. Pero nuestras historias de guerras permanecían en secreto para los otros”.

Construir una familia y tener hijos era su sueño. Su cuerpo no estaba enfermo pero si dañado de tanto sufrimiento. Por recomendación del médico, se dedicó a descansar para ponerse y poder tener hijos. Así fue como el 24 de julio de 1950 llegó Daniel y cinco años más tarde Natalia.

“Madre de Plaza de Mayo – Daniel Rus” son las letras cosidas a mano, en hilo celeste, que tiene el pañuelo blanco de Sara. Lo guarda en un cajón de su ropero junto con otros pañuelos y objetos especiales. “A nosotros nos llevaron hijos sanos que trabajaban. Las ciencias atómicas eran la vida de mi hijo. Desde chico soñaba con eso. Llegó a ser físico nuclear, desgraciadamente no logró terminar la tesis porque justo se lo llevaron cuando la estaba preparando”.

Atarse el pañuelo es todo un ritual. No necesita de espejo para guiarse. Entrelaza cada extremo con fuerza, buscando correr el cabello que se cuela entre su cara y moviendo sus anillos para que no se interpongan al nudo. Comenzó a usar el pañuelo cuando conoció a las madres que iban a la Plaza de Mayo. Juntas buscaban a sus hijos y llenaban los formularios de visitas para pedirle al Ministro de Interior, el general Albano Harguindeguy, que les dé explicaciones sobre sus paraderos. Sara recuerda la frase del Ministro: “Señora, su hijo se fue con una chica, ustedes no puede venir a preguntar acá donde está”. Daniel trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica, lugar donde fue secuestrado junto con Gerardo Strejilevich y Nélida Barroca. La familia nunca logró saber con exactitud su paradero. Según testimonios de otros detenidos, su hijo estuvo en la Ex-ESMA.

Sara nunca apartó la ilusión en cada ronda. Los pañuelos los comenzaron a usar para distinguirse. Para que alguien las escuche. Primero utilizaban pañales de tela en la cabeza, después se transformaron en pañuelos, en rebeldía.

“Todo el sufrimiento que vivimos nunca lo vamos a sacar de nuestras vidas. Hicieron el sistema de Hitler, el que yo pasé personalmente, del cual sobreviví; y me tenía que tocar una situación tan similar, perder un hijo que creo que es lo más terrible”.

Es hora del té. La bisnieta tira del pantalón de Sara. Quiere seguir jugando. Ambas sonríen y entre secretos comienzan con otro versito. Tener nietas fue su recompensa. El sol cae, las masitas dulces llegan a la mesa. Sara acaricia sus plantas y se funde en el sillón para sostener en brazos a sus nuevos bisnietos, mellizos.

 

Actualizado 22/03/2017