El rescate de los caídos en la guerra

El rescate de los caídos en la guerra

Gabriela Naso y Victoria Torres hablan de Esquirlas de la memoria, un libro sobre la recuperación de los restos y de la identidad de los combatientes de Malvinas enterrados en el cementerio de las islas en fosas comunes o con la inscripción “Soldado argentino solo conocido por Dios”.

A 42 años del conflicto bélico que marcó a fuego a la Argentina se publica Esquirlas en la Memoria, una crónica que narra las vivencias de los soldados que lucharon en la guerra de Malvinas, y su camino y el de los familiares por la recuperación de la identidad de aquellos combatientes que no regresaron a casa. El libro presenta una perspectiva aguda e íntima de todo el proceso de guerra y posguerra que forma parte de la historia del país y en efecto, de todos los argentinos.

Sus autoras son Gabriela Naso, periodista, realizadora audiovisual, especialista en derechos humanos y la causa Malvinas; y Victoria Torres, quien estudió Letras en la Universidad Nacional de La Plata y escribió varios libros sobre la guerra, y quien actualmente es docente en el Instituto de Lenguas Románicas en la Universidad de Colonia, Alemania. Ambas forman parte del Centro de Excombatientes Islas Malvinas (CECIM) de La Plata.

“Las dos nos comprometimos a contar esta historia desde una perspectiva de derechos humanos y aportar a la memoria colectiva y a la reivindicación de la lucha de este grupo de excombatientes que desde el final del conflicto buscó devolver la identidad a sus compañeros”, expresó Naso en una charla con Anccom.

¿Cómo inicia este proyecto del libro?

Gabriela Naso: Mi primer acercamiento al tema Malvinas se dio a fines de 2016, cuando me contacté con Ernesto Alonso, secretario de Derechos Humanos del CECIM por la agencia de noticias de la Universidad de Lomas de Zamora, sobre el proceso de identificación de soldados argentinos. Publicamos el artículo y después mantuve contacto con Alonso, quien me comentó de la existencia de la causa 1777/07, que investiga los tormentos, abusos y amenazas que sufrieron los soldados conscriptos de Malvinas a manos de sus superiores oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas.

 La periodista se fue metiendo cada vez más, redactando artículos, realizó su tesis de maestría sobre las violaciones de los derechos humanos y a partir de esa experiencia, escribió y dirigió el documental Las voces del Silencio producido por Pulpofilms, titulado  que se estrena este año. Tenía mucho camino recorrido, investigado y cuando conoció a Torres en el CECIM surgió la idea de trabajar en conjunto sobre esta historia.

 Victoria Torres: En mi caso siempre estuve cerca del CECIM, soy platense; es decir, conocía muy bien esta historia. Sin embargo yo venía de la literatura, de la ficción, y aunque estaba convencidísima de que había que escribir sobre esto, era consciente de que se necesitaba una investigación previa para una narración acertada. Entonces nos conocimos con Gabi, quien tenía mucho material de investigación, y allí rápidamente vi la forma, cómo se podía contar y visualicé donde se podía publicar, fue muy claro: en qué editorial, de qué manera se podía hacer un libro sobre esto. Creo que fue un buen complemento, fue un match perfecto. 

Entre risas las autoras confesaron haberse sorprendido de la sincronía laboral y el vínculo sólido y fluido que fueron forjando en paralelo al libro. “Trabajamos juntas sobre este proyecto con un océano de por medio, con diferentes horarios y vidas”, comentó Torres, que reside en Alemania. También destacaron su diferencia generacional como algo positivo en la elaboración de un diálogo más rico dentro de la dinámica de producción.

El proceso del libro constó de una investigación de siete meses, chequeando minuciosamente archivos, testimonios y constantes entrevistas, seguidas del planeamiento de una estructura base de división de capítulos por temas. A finales del 2022 habían comenzado las primeras escrituras intensas que duraron hasta junio del 2023. Luego de presentarlo a la editorial Marea se llevaron a cabo un par de correcciones hasta dar por finalizado el libro.

 ¿Cómo surge el nombre Esquirlas en la Memoria para el libro?

 Gabriela Naso: Hace algunos años en una charla con la psicóloga Ana María Careaga, sobreviviente de la dictaura, escuché esto de que en los excombatientes había algo, como esquirlas incrustadas en el aparato psíquico. Reflexionando sobre ese concepto llegué al título. Esquirlas en la memoria son esos compañeros a los que los excombatientes buscan devolverle la identidad, esos pibes con los que su vida quedó conectada y a los que ellos consideran los únicos héroes de la Guerra de Malvinas.

 Victoria Torres: Cuando Gabi propuso el título se me vino inmediatamente una estrofa de un poema de Gustavo Caso Rosendi, poeta, miembro del CECIM y excombatiente que luego decidimos agregarlo al epígrafe del libro. Y justamente está eso de las esquirlas candentes, que llevan en las pupilas, incrustadas, los recuerdos del horror.

 La palabra esquirlas, recuerda Torres, como testigo de la época de guerra, fue un término de la adolescencia en la inmediata posguerra, es una palabra rara que está relacionada con Malvinas. “Me acuerdo de los amigos que volvían de la guerra y comentaban entre ellos que justamente llevaban estos fragmentos, esquirlas de bombas, incrustados en su cuerpo”. 

¿Cómo se prepararon para trabajar con los protagonistas y familiares en el proceso? ¿De qué manera buscaron la apertura de las personas que formaron parte de esta historia?

Gabriela Naso: Las dos tenemos contacto con los grupos hace tiempo. Y yo creo que haber entrado a una entrevista en profundidad sobre este tema también es resultado de todo el trayecto previo, del vínculo de confianza que se construyó durante años.  

Norma Gómez, hermana del soldado caído Eduardo Goméz, fue fundamental en este camino, insistió la autora, y agregó que fue una luchadora incansable en este viaje para lograr la identificación y el reconocimiento de su hermano, y de todos aquellos que no pudieron retornar a sus hogares luego de la guerra. “Norma fue una persona muy generosa que abrió muchas puertas durante esta aventura, acercando a familiares para que conocieran la iniciativa”, indicó Naso agradecida, recordando su aporte para abrir un puente de diálogo con aquellos familiares que sufrían lo mismo que ella. 

Victoria Torres: Es clave destacar que se formó un vínculo de confianza anterior al libro. Esto permitió que se den cosas muy lindas de forma natural y por ende muy auténticas.

 Gabriela Naso: Hay mucho conocimiento previo del tema y eso también refuerza la confianza e influye en la preparación para hacer las entrevistas. También supimos entender que en el recorrido alguien se podía emocionar y quebrar, entonces una pasaba a ser sostén de eso, estar ahí para el otro, para que pueda expresar lo que quiera expresar siempre desde la contención, la compañía y la escucha atenta y abierta. Para ellos es liberador poner en palabras las cosas que vivieron.

Victoria Torres: El tema de la escucha es fundamental y en mi caso, esto es claramente anterior a cualquier idea del libro. Cuando me acerco a las reuniones o asados que se realizan en la organización, hay como una especie de predisposición natural a la escucha. Es un momento de conexión donde se dan charlas muy profundas de manera fluida. 

En medio de la cocina del trabajo atravesaron un momento de dolor: la muerte de Norma Gómez, indispensable en esta historia. “Ella estaba entusiasmada y que no lo haya podido ver concluido es tristísimo”, expresó Naso, con voz quebrada. A Norma está dedicado el libro. Tuvo que enfrentar trabas y negativas que venían desde sectores de familiares vinculados a las Fuerzas Armadas; les decían que no iban a llegar a ningún lado, que todo resultaría un festival de huesos, que abajo del cementerio había un río que se llevaba los cuerpos o que estaban enterrados en una fosa común. Más allá de las advertencias sobre dar de baja las pensiones o las amenazas de muerte, Norma persistió. Y a pesar de los obstáculos siguió luchando, yendo a ver a familiares, contándoles la verdad sobre lo que sería el proceso.

Malvinas se enmarca en el contexto de la dictadura y las Fuerzas Armadas no se hicieron cargo de la identificación de sus caídos; al contrario, buscaron silenciar a los excombatientes y sus familiares. Estos accionares continuaron aún en democracia. “Nosotros trabajamos con los archivos desclasificados de la Dirección de Inteligencia de la Policía de Buenos Aires que están a resguardo de la Comisión Provincial por la Memoria”, señaló Naso. Allí se pudo observar la persecución a los excombatientes, particularmente a los del CECIM de La Plata, quienes se organizaban para conseguir becas de estudio o de trabajo, entre otras cosas.

Dentro del trabajo que conllevó y conlleva la identificación de los soldados caídos, se encuentran tres fases que las autoras explican muy bien. La primera (PPH 1) consistió en identificar a aquellos soldados que se encontraban sepultados en el cementerio con tumbas que solo tenían la leyenda “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. La Cruz Roja actuó como intermediario neutral entre el gobierno británico y el Estado argentino. Para ello, solicitó el consentimiento de un número significativo de familiares que realmente tuviesen la necesidad de identificar esos cuerpos. Argentina logró conseguir más de ochenta consentimientos informados para dar inicio al proceso. Esta medida tuvo apertura en el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner; no obstante, no se hizo efectiva hasta la época del macrismo. Previo a firmar el acuerdo Foradori-Duncan, donde este tema que siempre había sido tratado como una cuestión humanitaria quedó enmarcado en un acuerdo comercial.

La segunda fase (PPH 2) estaba destinada a la identificación de soldados que se encontraban sepultados de manera colectiva. Hasta el momento, se reconocieron 121 soldados. Sin embargo, todavía quedan cuerpos por identificar de la primera fase. Identidades que no coincidieron con el banco de ADN que se encontraba en la lista que brindaron los familiares de la causa. 

Finalmente, hoy queda pendiente la tercera fase (B4 16) que no se pudo concretar en 2023 por la reticencia de Gran Bretaña. “Nuestro deseo es que este gobierno continúe con la identificación de soldados argentinos porque consideramos que es una responsabilidad del Estado y un ejercicio de soberanía devolverle la identidad a los combatientes que cayeron en las islas”, concluyó, firme, Naso.

La crónica que presentan las autoras es resultado de un trabajo meticuloso y comprometido con el cuidado y la atención a cada uno de sus protagonistas. La misma logra dar vida a una obra íntima, con perspectiva y calidez humana. Cerró Torres: “Recuperamos todas esas pequeñas historias que hacen a la gran historia del colectivo que formamos como nación”.

 Esquirlas de la memoria se presenta el 23 de abril a las 18.30 en la Librería del Fondo de Cultura Económica, Costa Rica 4568, CABA.

 

 

Vivir para contarla

Vivir para contarla

El 2 de mayo de 1982, Mariano Francioni cumplía el Servicio Militar a bordo del Crucero General Belgrano. Fue uno de los 770 argentinos que sobrevivió al ataque británico durante la Guerra de Malvinas y acá relata su historia.

Corría el año 1981 y la última dictadura cívico-militar aún se encontraba azotando Argentina. Mariano Francioni, al igual que muchos jóvenes de la época, había decidido llegar más tarde al trabajo para quedarse a escuchar el sorteo que definía su entrada al Servicio Militar Obligatorio, ,más conocido como la “colimba”.  Esperando un número bajo que pudiera evitar la conscripción, tuvo que conformarse con el 917 que lo enviaba directamente a la Armada. No le quedó otra que resignarse. Se trataba, al fin y al cabo, de una obligación que había que cumplir. 

El conscripto Clase 62 fue incorporado en la última tanda de su año. “A diferencia del Ejército y de la Fuerza Aérea, que incorporaban a todos juntos, la Armada incorporaba cinco tandas por año”, cuenta Mariano. Luego de tres meses de instrucción comenzaron a realizar los pases. Si bien su lugar iba a estar en la armería donde se encontraba, el destino quiso que los planes fuesen distintos. Tras luxarse el codo no pudo seguir allí y cuando obtuvo el alta fue designado para embarcarse en el crucero General Belgrano. 

El primero de diciembre inició allí un entrenamiento más intenso. Su función era el control de averías y actuaba de bombero, enfermero, mecánico. Esas tareas, si bien fueron importantes y necesarias, la posibilidad y obligación de transitar y conocer a fondo el barco fue la clave fundamental para lo que vendría después. “Tenía un suboficial que nos decía: ‘Usted está en tierra, lo meto dentro de una bolsa y lo subo a bordo. Yo abro un poquito la bolsa y saca la mano, solo por tocar el mamparo tiene que saber dónde está’. Yo tenía 18 años, no me interesaba nada de todo eso. Y sin embargo, eso fue lo que me salvó la vida. Gracias al entrenamiento que tuve, quizá no fue el mejor, pero gracias a eso estoy acá”, reflexiona Mariano. 

El verano pasaba y la vida a bordo tenía su rutina pero también su encanto. “Era lo más parecido a tener un trabajo: levantarse temprano, desayunar, ir a la formación. Nos asignaban tareas a realizar, ese era el momento en que todos nos tratábamos de fugar aunque en mi división no se podía. A las dos de la tarde quedábamos libres pero siempre te enganchaban para hacer algo, y luego teníamos guardias. Los días de franco me iba para casa y me decían ‘¿vos estás seguro de que estás haciendo la colimba?’ Había recuperado y hasta aumentado el peso que perdí en la instrucción”. Los conscriptos tenían la posibilidad de ir a la pileta de natación cerca de allí, al casino o a la cantina. Pero Mariano prefería en lo posible ahorrar dinero para volver cada quince días, el fin de semana que tenían libre, y visitar a su familia y amigos. “A pesar de todo eso, uno contaba los días que pasaban como semanas y las semanas que pasaban como años. Incluso antes de la Guerra de Malvinas pensaba: ‘Todavía me faltan ocho meses acá’ y me quería morir. Pero era así, era una obligación”.

10 de abril de 1982. Hacía días que el ambiente estaba tenso: había un ir y venir de camiones, la flota se preparaba, había llegado toda la infantería de Marina y se cargaban los buques de desembarco. “Era como estar dentro de una película de guerra, todos vestidos de combate”, recuerda Mariano. Aquel sábado llamaron a todos los presentes para que dejaran sus puestos de trabajo y se dirigieran al comedor. Ubicado en una esquina en un televisor a color, algo particular para la época, se encontraba Leopoldo Fortunato Galtieri dando un discurso para todos los presentes reunidos en la Plaza de Mayo. En contraposición a los gritos provenientes de la pantalla, los conscriptos escuchaban las palabras en absoluto silencio. “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Finalizada la transmisión, los presentes se levantaron y regresaron a sus puestos de trabajo. “Éramos muchos y sin embargo nadie dijo nada. La sensación era de extrañeza y de una sorpresa muy importante”.

Esperando el regreso de la flota que había zarpado a la Operación Rosario, Mariano y sus compañeros se quedaron en el puerto Belgrano. A su retorno, llega la orden de ir hacia Ushuaia: “Teníamos la tarea de resguardar los canales fueguinos, el paso entre el Atlántico y el Pacífico”.  Se abastecieron con la cantidad necesaria de municiones, cargaron los otros barcos y la flota zarpó. En el tiempo transcurrido allí se realizaban prácticas llamadas zafarranchos. “También tuvimos situaciones de combate real en los que había que cubrir los puestos y lo hacíamos más rápido que en los zafarranchos. Todo eso, sumado a algunos incendios que hubo en el barco, fue un entrenamiento que nos ayudó a sobrevivir”, recuerda el veterano.

“Un día llegó un helicóptero y dejó órdenes: ir a Malvinas. Íbamos a la guerra”. El plan consistía en hacer un trabajo de pinza a la flota inglesa aprovechando el momento en que realizaban su desembarco y que se encontraban más vulnerables. Con barcos más antiguos a los del enemigo buscaban acercarse a la costa y burlar los radares que tendían a confundirse en esa zona. El plan fue suspendido a medio camino, “ya sabíamos que había submarinos por el área y que iban a intentar atacarnos. La pinza se tuvo que abrir y volvimos a los tres lugares designados al este de Islas de los Estados, lugar en el que teníamos que permanecer navegando en zigzag”.

2 de mayo de 1982. Este día no empezó como cualquier otro. El rumor de que iban a ser atacados recorría el General Belgrano. A diferencia de lo que finalmente sucedió, se esperaba un ataque aéreo. “A las seis de la mañana tocó combate real, teníamos que cubrir los puestos de combate y estuvimos así hasta el mediodía. Luego de eso, se levantó la alarma, almorzamos y continuamos con la vida normal en crucero de guerra”. Mariano tomó su guardia que finalizaba a las cuatro de la tarde. Faltando unos minutos para el horario de cambio y encontrándose en el comedor de tropa, decidió quedarse allí para tomar unos mates antes de ir a descansar. 

A las cuatro y un minuto, la historia del General Belgrano y de toda su tripulación cambiaba para siempre. “Me elevé en el aire y sentí como si una persona me agarrara del pecho y de la espalda y me apretara con todas sus fuerzas hacia adentro. Los oídos me quedaron zumbando del estruendo, del ruido del hierro rompiéndose. La luz se cortó”. Mariano se encontraba en el centro del barco, en un local cerrado por lo que el fuego que pasó por todos los pasillos no pudo encontrarlo. “Si hubiera decidido irme a descansar, me hubiera agarrado el fuego. Mi compañero de cucheta vio el fuego venir, se tapó con las frazadas y se descubrió los pies. Las medias de nylon se le fundieron en la piel”.

Mariano aún estaba recuperándose, solo había llegado a tomar un matafuegos cuando el segundo impacto volvió a sacudir la nave. Sobre su cabeza, colgados en el techo del comedor, unos corta caños resistieron ambos torpedos y se mantuvieron en su lugar, “si se caían me partían la cabeza”. Abandonó el comedor y vio al suboficial que se encontraba tomando mate unos minutos atrás. Viéndolo un poco aturdido, lo apuntó con una linterna y le gritó: “¿Qué hace acá? Váyase”. Enseguida se escucharon gritos provenientes de atrás del hombre, de la zona de las máquinas de proa, lugar en el que había pegado el primer torpedo. “Era un tripulante, y lo llamo así porque no tengo idea si era conscripto, cabo primero o segundo. Estaba bañado en petróleo y venía gritando”.

En el camino lo agarró y comenzaron a salir, o mejor dicho, a intentar salir en la oscuridad total. El suboficial con su linterna quedó atrás revisando el lugar. Mariano lo llevaba pero el camino se hacía imposible: “Nos resbalábamos por el petróleo. No se veía nada, no sabíamos a dónde ir. Sabía que estábamos cerca de una escalera y podíamos caer ahí dentro. El aire se consumió”. Fue entonces cuando el entrenamiento y los saberes adquiridos durante esos interminables meses les salvaron a ambos la vida. “Levanté la mano y fui tanteando el mapa, como me habían enseñado. Supe dónde estábamos y fuimos a la escalera de subida”.  Cuando estaban llegando, ya sin aire, el tripulante le dijo:

-Dejame acá, no doy más.

-No, de acá salimos los dos -contestó Mariano. 

Milagrosamente, la puerta se abrió y apareció una mano. Mariano agarró a su compañero y lo empujó hacia afuera. En el proceso sacó la cabeza y volvió a respirar. “Nunca supe si se salvó o no, ni siquiera quién era”. Salió a cubierta y se tiró a un costado, aún no sabía que había sucedido pero creía que los habían atacado por aire. Al no ver movimiento de cañones, ni del personal cargándolos y ante el grito de “¡vayan a las balsas!”, se levantó y fue hasta la popa. Recibida la orden de desembarco, Mariano junto a los 26 que compartieron con él la balsa, abandonaron el General Belgrano que se hundía lentamente. 

La situación era caótica. El barco continuaba inclinándose, muchas balsas se rompían. Las que estaban en el agua quedaban pegadas a la nave empujadas por la corriente de un lado y el viento del otro. Aquellas que iban llegando a la popa, si podían pasar, eran empujadas por el viento y las alejaba del lugar. Mariano y sus compañeros pudieron rescatar a tres personas más, un oficial y dos cabos que se hicieron cargo de la balsa. En el medio de toda esa escena, vio en cubierta a uno de sus amigos: “Éramos tres compinches que siempre estábamos juntos. Lo vi a uno de ellos: Osvaldo ‘negro’ Galvarne y dije ‘bueno, zafó’”. Lamentablemente, unos días más tarde y por medio de su otro amigo en común, se enteraría de su fallecimiento cuando el ancla del barco caía y arrastraba consigo la balsa en la que se encontraba. 

El barco fue recostándose hasta que se hundió por completo. Unidos por la situación vivida y por el cariño a la patria, los tripulantes de la balsa comenzaron a cantar el Himno Nacional. Al finalizar, nuevos ruidos de explosiones los sorprendieron. Las calderas del Belgrano se hacían escuchar desde los 4200 metros del fondo del mar y los puntales, maderas largas de seis metros que se encontraban debajo del techo del barco, salían disparados del agua. Entre los presentes había dos o tres heridos por quemaduras que fueron atendidos rápidamente. Uno tenía una radio y logró sintonizar Radio Colonia donde decían que el barco había sido atacado y averiado. “Si piensan que está averiado no nos van a venir a rescatar”. El miedo y la incertidumbre iban en aumento.

La noche los sorprendió con una fuerte tormenta, con olas de hasta diez metros de altura. Por más que intentaran mantener las puertas de la balsa cerradas, el agua helada ingresaba a borbotones. “Nos turnábamos para tenerla cerrada con las manos. Cuando terminó mi turno tuve que pedir que me sacaran de ahí, que me abrieran las manos a la fuerza porque no podía salir”. Sentados con las espaldas alrededor del habitáculo se encontraban mitad de los presentes de un lado y mitad del otro con las piernas cruzadas, unas encima de las otras. “El que quedaba con las piernas abajo hacía fuerza y las pasaba hacia arriba y así continuamente. Con el frío teníamos que orinarnos encima”. 

Cuando Mariano sucumbió al cansancio y cuando despertó la noche estaba quedando atrás, la tormenta había calmado. Organizaron los víveres que tenían para repartirlos entre los presentes. El agua fue reservada en su mayoría para los heridos y el resto tomó solo un trago. “Había caramelos de gelatina. Nosotros habremos comido un cuarto de caramelo y luego les dimos uno a cada herido. Por suerte estábamos bien alimentados”. Las horas pasaron y todos permanecían allí sentados sin hacer nada. Cerca de la una de la tarde algunas miradas comenzaron a cruzarse pero nadie se animaba a decir nada. Intentando agudizar el oído, miraban a los costados y buscaban la aprobación de los demás hasta que alguien se animó a romper el silencio.

“¿Ustedes escuchan? ¿Están escuchando?! ¡Un avión!”

El motor de un avión se acercaba, los estaban buscando. Pasó varias veces pero no había suerte, hasta que por fin, los del cielo y los del mar, se encontraron. El avión se movió ligeramente de un lado a otro, los estaban saludando. “¡Nos vio!” El ánimo cambió completamente y para levantar aún más a los presentes, el oficial les contó la historia de una gitana quién al leerle la mano le advirtió que luego de pasar la etapa más feliz de su vida tendría la prueba más dura. Pero que saldría adelante, que la pasaría. “Así que yo tengo confianza”, les dijo mientras les mostraba las fotos de su señora e hijos. 

Tras 29 horas y cerca de las cinco de la tarde se encontraron a lo lejos con las luces de un buque que se acercaba. No comprendían el por qué de la tardanza pero luego supieron que no muy lejos de dónde ellos se encontraban había un conjunto de balsas diseminadas por la zona. El momento de abordar el Aviso Gurruchaga llegó. “Nunca pasé tanto frío en mi vida como en esos minutos”, recuerda Mariano. Tiritando y con el agua congelada que salpicaba cada vez que la balsa y el buque chocaban, hizo lo posible para tomar la escalera de soga que le habían tirado. “Por suerte no me caí, yo no sé nadar. Igual no me hubiese servido de nada porque me hubiera muerto congelado”. 

El Gurruchaga era un barco pequeño, de poca tripulación pero todos allí brindaron hasta lo que no tenían para ayudar a los sobrevivientes. “Nos duchamos y nos dieron toda su ropa. Vaciaron hasta el último cajón para que nos pudiéramos cambiar la ropa orinada y vomitada. Después nos dieron sus jarritos y pasó un colimba con chocolate que nos advirtió que ‘no estaba caliente sino hirviendo’”. A medida que iban llegando los rescatados, los ponían en la cama, les hacían masajes para que entren en calor y cuando estaban mejor, iban con el siguiente. Sobrevivieron 770 personas pero aquel 2 de mayo murieron la mitad de los argentinos fallecidos en Malvinas.

El frío de Ushuaia fue mitigado por la calidez con la que los recibieron los fueguinos quienes los esperaron con cajas repletas de galletitas, chocolates, paquetes de cigarrillos. “Allí estuvimos en un hangar del aeropuerto donde nos dieron overoles, medias, zapatillas, camisetas, calzoncillos”. Esperando ver a sus dos amigos, Mariano embarcó en uno de los últimos aviones. Al llegar a la Base Naval un gritó le devolvió la alegría que había perdido: “¡Te dije, que la mierda flota!”. Su amigo, Hugo “la Bruja” Adeso, asomaba la cabeza desde una de las camas altas. Al feliz reencuentro le siguió la tristeza por la noticia del fallecimiento del “Negro”. 

Tras una serie de confusiones con su nombre y apellido, y el de un cabo segundo llamado Máximo Frangioni, la familia de Mariano no estaba segura de qué había sucedido con él. Su madre decidió ir hacia allí y aclarar la situación. “Nos cruzamos en el camino sin saberlo. Cuando ella llegó le dijeron que yo iba hacia Buenos Aires”. En un micro con todas las ventanillas y cortinas cerradas por la supuesta “subversión” los llevaron hasta Constitución. En el camino, se animaron a mirar hacia afuera y vieron a las personas que los observaban y saludaban. 

“¡¿A dónde los llevan?!”, querían saber algunos.

“¡Venimos del Crucero General Belgrano!”, les contaban a los peatones, que se agarraban la cabeza, sorprendidos.

Al llegar a Constitución, Mariano tomó el 12 que lo llevaba a Barracas, por fin iría a casa. La autopista aún en construcción y que siempre le había irritado al pensar en las casas destruidas, ahora se veía maravillosa. Las cinco cuadras que tuvo que caminar desde la parada hasta su destino le tomó una hora recorrerlas. Los vecinos salían y lo saludaban. “Me invitaban a comer y yo les decía que ni siquiera había arribado a casa todavía. Al llegar a la esquina vi a lo lejos a mi hermano que hacía señas: ‘¡Ahí viene, ahí viene!’, gritaba. Ahí salió mi viejo y lo vi en la puerta de casa”. A Mariano se le quiebra la voz.

Solo tuvieron diez días de licencia y nuevamente debieron volver, sin saber cuál sería su destino. “A mí me mandaron al Hospital Naval Central que todavía estaba sin inaugurar. Tuve que hacer guardia militar, nunca tuve la suerte de trabajar seis horas e irme a casa, como sí le tocó a algunos. Yo entraba a las ocho de la mañana y salía a la misma hora del día siguiente”. Tras un año en la colimba, Mariano obtuvo la baja.

Los meses e incluso los años que siguieron estuvieron marcados por el apoyo, la compañía y el cariño de su familia y amigos que lo ayudaron a seguir adelante. “Cada caso es distinto, hay algunos que no quieren saber nada con lo que pasó. Nadie está preparado para eso, ni en ese momento ni ahora. La gente nos recibió y nos acogió bien pero también es cierto que muchos no te daban trabajo por considerarte un ‘loquito de la guerra’. No fue mi caso pero sucedía”. Mariano se dedicó a ayudar a su hermano en su tapicería, luego acompañó a un socio en una relojería. Más tarde comenzó a trabajar con su padre en la tornería. “Ellos me ayudaban a mí. No era experto en esas cosas pero aprendía y me las rebuscaba. Todo lo que tení que hacer, preguntaba cómo se hacía y lo aprendía por necesidad, porque no nos quedaba otra”.  En el año 2005 surgió la posibilidad de formar parte del personal auxiliar de una escuela en Provincia, “era como un portero. Al principio el sueldo era bajo pero luego se consiguió un plus y con eso compensaba. Luego el plus aumentó y ahí ya era un buen sueldo. Me quedé ahí hasta que me jubilé”.

Mariano recuerda aquellos años como una lucha constante, cortando calles y peleando por hacerse notar en los medios de comunicación. “Nos escondieron cuando llegamos y recibíamos órdenes solapadas de consejos para que no nos juntemos con los centros de veteranos. Pero gracias a esos centros se consiguieron distintos puestos de trabajo y leyes”. Durante el gobierno de Néstor Kirchner se hizo la “Carpa Verde” que se instaló en la Plaza de Mayo y que nucleó a todos los veteranos del país. “Hubo palazos y muchos terminaron en cana, pero ahí las cosas empezaron a cambiar”, recuerda. “Fuimos consiguiendo más cosas que nos correspondían pero siempre con mucho sacrificio”.

La lucha por el reconocimiento histórico continúa pero, en particular, el excombatiente señala la “desmalvinización” constante e implacable que observa y percibe por parte de políticos como también de los medios. “Tenemos que seguir peleando, siempre desde la vía pacífica y política pero con fuerza. Si no levantamos la cabeza, no vamos a lograr nada”. También da cuenta de la existencia de “malvineros” que tal vez no fueron al conflicto pero que a ojos de sus hijos son veteranos por ser patriotas y transmitir ese amor por su tierra. 

Para Mariano el mayor reconocimiento viene del pueblo, de los amigos y de la familia. “Cuando voy por la calle y llevo algo que me identifica como excombatiente, siempre se me acerca alguien y me saluda, me da la mano. En los festejos del Mundial fui a comprar una gaseosa y me la dejaron más barato porque era para mí”, recuerda divertido. Un día sus hijos lo esperaban en casa con una sorpresa que habían estado escondiendo por unos días. Grabado para siempre en su piel, le mostraron las Islas Malvinas. Con los ojos llenos de lágrimas, Mariano comenta “para mí es un orgullo bárbaro”.

Llamativamente, en relación a la experiencia vivida, Mariano disfruta de ir a navegar. “Incluso antes de hacer la colimba tenía la fantasía de navegar a vela. Cuando estaba en el General Belgrano, generalmente estaba adentro, encerrado trabajando. Recuerdo un día que decidí ir a tomar aire y me quedé mirando desde el medio de la cubierta. No lo podía creer, había visto fotos, películas pero estar ahí, ver esas olas, ese mar azul”. Se encontró allí con un suboficial quien con aire sereno, poco habitual en él, le dijo: “El día que no pueda volver a navegar, me voy de la Armada”.  Programando unas vacaciones con amigos para ir a navegar a Brasil, decidió tomar clases. Allí se reencontró con ese amor por el mar. Desde entonces navega cada sábado y cuando encuentra un tiempo libre: “No importa qué esté haciendo, yo cuelgo cualquier cosa y me voy a navegar”.

Estudiantes de una escuela técnica restauraron un avión de la Guerra de Malvinas

Estudiantes de una escuela técnica restauraron un avión de la Guerra de Malvinas

Catorce alumnos de una escuela de Quilmes pusieron en valor un nave Aero Commander 500 como parte de su proyecto curricular para su tecnicatura en Aeronáutica.

Los alumnos del último año de la Escuela de Educación Secundaria N° 7 “Taller Regional Quilmes” ex IMPA, que depende de la Fuerza Aérea, reconstruyeron la nave Aero Commander 500, utilizada en el conflicto bélico de 1982.

Parecía una contienda imposible, pero no lo fue. No al menos para los catorce estudiantes abocados a la tarea de reconstrucción del Aero Commander 500, que formó parte del proyecto curricular del último año de estudios de la tecnicatura aeronáutica y que quedará en esta escuela, que se encuentra próxima al Rio de La Plata, en la ribera quilmeña, como material didáctico para nuevos trabajos en la institución.

El avión, que en el pasado garantizaba las tareas de apoyo para el desempeño de otras aeronaves en la guerra, hoy brilla con un fondo blanco y su trompa celeste con líneas del mismo color que rodean toda la nave, emulando la bandera nacional. Su nombre “55 héroes” homenajea a los caídos de la fuerza durante el combate. La matrícula de la Fuerza Aérea Argentina y la marca del territorio de las Islas Malvinas complementan esta renovación que no olvida la historia pasada.

Lucas Ibarrola, recientemente egresado de la escuela, fue uno de los impulsores para que este trabajo formase parte de las prácticas de profesionalización aprobado por las autoridades del ex IMPA. Destacó que todo estos detalles de la fachada le “dan personalidad” a la nueva versión que, según el joven, hoy está en condiciones de volar pero no lo hace por cuestiones legales. “Decidimos trabajar en este proyecto porque el avión estaba lastimadísimo, le faltaba mucho cariño”, se sinceró Lucas.

Se trata de un avión bimotor a pistón, que fue comprado por nuestro país en 1968, durante la gestión del dictador Juan Carlos Onganía y que, hasta su aterrizaje de emergencia por una falla de mecánica en su tren de aterrizaje y su posterior inactividad, era el más longevo en vuelo que tenía la Fuerza Aérea. El arma donó el avión tras su en 2018 y fue iniciativa de los estudiantes, con apoyo de los profesores y del resto de la comunidad educativa, los que hicieron posible el sueño de restaurarlo.

Aunque el colegio tenía otros dos aviones similares, el desafío era darle vida nuevamente al que había llegado en peores condiciones. “El avión no vino ni para un museo, vino para tirarse. Y nosotros lo dejamos no para un museo, sino para una flota aérea”, afirmó Lucas, orgulloso, que recuerda que sus dos profesores a cargo —Luis Frontini y Leonardo Calienni— los alertaban que no iban a llegar a terminar el trabajo en los plazos estipulados. Sus tutores calificaron la labor como “más que efectiva” y destacaron que el grupo funcionó de una forma “compacta” para alcanzar semejante resultado.

Lucas indicó que tanto él como sus compañeros ignoraban lo que este avión había hecho durante la guerra de Malvinas hasta que se toparon con la posibilidad de hacer la restauración. Pero cuando se enteraron, “se volvieron locos”. “Siempre se le da el foco a los aviones de combate. El Aero Commander 500 le daba la posibilidad a los otros a que lleguen allí. Llevaba personas y carga para que los otros aviones pudieran combatir. Este (señalando la nave), no llegó a Malvinas pero sí proporcionó muchas tareas desde nuestro territorio: garantizando las misiones de enlace, llevando pilotos de combate, haciendo evacuaciones aeromédicas. Todo esto es un poco desconocido en general”, planteó.

La camada de séptimo año que ahora egresó de la escuela trabajó mucho para fabricar casi desde cero la estructura del avión. Los encargados de trabajar en la estructura debían reparar la panza del avión y todos los golpes que mostraba, lijarlo completamente y, luego, pintarlo. “Tenía 17 capas de pintura abajo. Lijamos a pulmón por casi cuatro meses”, afirmó entre risas, y admitiendo que debieron pedir refuerzos con chicos más jóvenes de otros cursos para completar la tarea. “El avión va a quedar acá para ellos”, expresó Lucas, que quiere seguir su carrera en la Fuerza Aérea.

Además del grupo de estructura, se armaron dos equipos más para el renacimiento del Aero Commander: uno que debían poner el sistema de luces que harían que funcionase el de lubricación y el hidráulico; y, otro responsable de poner los dos motores de la nave en funcionamiento.

El proyecto atrajo la atención de varias empresas. Algunas de ellas aportaron pintura y hasta cursos para aprender técnicas. “Nosotros no sabíamos pintar porque la materia la perdimos cuando fue la pandemia”. Trabajaron con máquinas de compresión, también donadas: “En un día, con una sola pasada, pudimos terminar de pintarlo”, destacó. Otras entidades aportaron lubricantes y accesorios para limpiar los tapizados y las uniones eléctricas. Además, fueron donadas abundantes litros de combustible que permitieron que ambos motores funcioncen. “El papá de un compañero de quinto de Aeronáutica nos donó todo el plotteado”, completó Lucas, mientras contemplaba el resultado final.

Los jóvenes no solo se ganaron la admiración de sus pares en el ámbito de las escuelas técnicas del país, sino también la algarabía de excombatientes en la Guerra de Malvinas.

“Muchos chicos están motivados por este tema. Cuando se aborda y se trabaja al respecto, surge el interés”, observó Jorge Pablo Juárez, director del ex IMPA, que, además de trascender por el proyecto de restauración del Aero Commander fue reconocida por la iniciativa de otro grupo de alumnos que diseñó un sistema anti propagación para la extracción de petróleo por derrames en el mar.

“Empezaron a aparecer todos los mecánicos, pilotos y técnicos del avión. Desde todos los puntos del país llegaban sus mensajes preguntando por los avances, y cuando se ponía en marcha. Vino un vecino mío durante la presentación, que combatió en Malvinas con un (Douglas Skyhawk) A-4, y que, años después, voló este mismo avión. Se emocionó muchísimo. También vino a verlo el abuelo de un compañero de segundo año que lo arreglaba y lo volaba. Nos dijo que nosotros le habíamos cambiado la vida”, resaltó Lucas, con una enorme sonrisa.

“Nosotros hicimos todo lo posible para que el avión sea algo que quede en la escuela como un recuerdo eterno de que las islas son nuestras”, concluyó Lucas. El resultado quedó a la vista.

Un chocolate amargo

Un chocolate amargo

Se estrena «Operación chocolate», un documental que narra la historia de un chico que envió a un soldado de Malvinas una carta dentro de una golosina que terminó vendida en un kiosco. En segundo plano, aparece la manipulación de los medios de la época.

El documental Operación Chocolate, dirigido por Silvia Maturana y Carlos Castro, expone la travesía a partir de la cual el gesto solidario de un niño de apenas siete años, Gustavo Gabriel Vidal, devino en símbolo del engaño de los medios de comunicación.

Era abril de 1982 cuando Gustavo, mejor conocido como ‘el niño del chocolate’ y protagonista del filme, decidió enviar una golosina junto con una carta escrita por él mismo a los combatientes de Malvinas. “Hice la carta como tantas otras personas en aquel momento. La gente la pegaba sobre el chocolate o el paquete de arroz. Pero a mi mamá se le ocurrió depositarla dentro del chocolate, lo cual fue el diferencial, pues no se vio”, recordó Vidal, quien observó que éste no fue un gesto aislado, sino que formó parte de una serie de donaciones que se dio a nivel nacional y con fuerte difusión en los medios.

Con la esperanza de obtener en el futuro la respuesta o visita del soldado que recibiera el chocolate, Gustavo incluyó en la carta su dirección. Sin embargo, tras el fin de la guerra, el desenlace de su acción fue completamente distinto al esperado. El chocolate nunca llegó a las Malvinas, así como tampoco tantos otros alimentos y demás objetos de valor donados: “Lo compra en un almacén de Rada Tilly una nena de siete u ocho años. Lo abre y dice: ‘Abuela, ¡una carta!’. Era la mía. Pedro Peralta, padre de la nena y un médico preocupado por el estado en que volvían los chicos de la guerra, desnutridos, fue el receptor final de la nota”.

Así, desde Comodoro Rivadavia hasta Villa Ballester, llegó a la familia Vidal una carta de Peralta alertando sobre la situación. Pronto comenzó a difundirse la historia por el barrio, hasta que “le llega a un periodista que lleva la nota a la revista Gente. Viene a mi casa, saca fotos y dice ‘mañana sale la nota’. Un escándalo, en ese momento tenía muchísima tirada. Mi papá estaba ansioso, va a Chacharita a buscarla, cuando llega a la estación estaba la cara de su hijo ahí. Casi se muere”, describió Vidal.

El ‘niño del chocolate’ se convirtió en el caso paradigmático de revelación del engaño mediático y político en el que habían caído muchas personas, en un contexto de temor profundo por la dictadura militar. A 40 años del conflicto del Atlántico Sur, el documental rastrea el viraje de enfoque de la revista Gente y otros medios masivos en lo que respecta a la Guerra de Malvinas. Primero una fuerte manipulación de la información en pos de ocultar las atrocidades que vivían los soldados, y después llegó la ‘desmalvinización’, una vez perdida la contienda.

Sin embargo, Vidal admitió haber empezado a “reencontrarse” con la historia en su adultez, puesto que tras recibir múltiples amenazas e incluso ser investigados por la Secretaria de Inteligencia (ex SIDE), su familia se desvinculó del hecho vivido, haciéndolo pasar como una anécdota más y “escondiéndolo bajo la alfombra”. Además, si bien recordó haber tenido entrevistas esporádicas a lo largo de los años, su vida se desarrolló al margen del hecho; siguiendo los pasos de su padre, farmacéutico, se desempeñó como profesional de la salud.

“Cuando pasa el tiempo y no hay documentación, la historia queda en el ‘boca a boca’, como algo cultural, ‘el mito del chocolate’. Por eso, me resultó interesante reflotarla”, comentó Vidal respecto a una comunicación que recibió en 2017 por parte de la directora de una escuela de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe, fanática de la historia del “niño de chocolate” y ávida de que Gustavo viaje a contarla junto a veteranos de Malvinas. A partir de vivir esta experiencia, Vidal aseguró que comenzó a vincularse e involucrarse con lo que había constituido parte de su infancia.

“El documental es la reconstrucción del niño, hoy adulto. El reencuentro con esa historia y su resignificación. La idea es hacer el recorrido de la carta”, mencionó Vidal sobre Operación Chocolate. Su participación en el proyecto tiene el objetivo de validar el hecho, en tanto acontecimiento histórico, de forma que se denuncie el engaño y la desilusión frente a las donaciones que nunca llegaron a destino, pero destaca la necesidad de privilegiar el valor de la solidaridad y darle visibilidad a los veteranos.

El documental podrá verse este jueves 29 de septiembre a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”, Av. Corrientes 1543, CABA. Luego, a partir del 27 de octubre, podrá verse en el Cine Gaumont, Rivadavia 1635, CABA. Y simultáneamente será parte de los contenidos de la plataforma nacional CINE.AR Play.

Recitar Malvinas

Recitar Malvinas

En el marco de los 40 años de la Guerra del Atlántico Sur, se presentó en la Biblioteca Nacional el libro “Poesía argentina y Malvinas”, una antología de 98 autores y autoras, cuyo objetivo es llegar a las escuelas para trabajar la memoria.


.

En el marco de las conmemoraciones por los 40 años de la guerra de Malvinas, el 1º de septiembre, antes del intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, se realizó la presentación del libro “Poesía argentina y Malvinas. Una antología (1833-2022)”, coordinado por Enrique Foffani y Victoria Torres. La antología reúne 98 autores y autoras argentinos de poemas sobre la guerra de Malvinas que comienza en 1883 con la usurpación de las islas y termina en la actualidad. 

Con una infinita carga emocional, la compilación de poemas editada por el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS, CONICET-UNLP) y la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (FaHCE, UNLP), publicada con financiamiento del CONICET, la antología de casi 600 páginas, 98 autores y autoras recorren 189 años de historia. Es producto de un investigación realizada por Enrique Foffani, investigador del IdIHCS , y Victoria Torres, científica argentina de la Universidad de Colonia, Alemania. 

Tras un año de revisión de obras literarias que van desde 1833 hasta la actualidad, los antólogos recuperan dos poemas escritos en el siglo XIX. El poema que abre la antología sobre las islas fue escrito en Argentina, es un anónimo publicado en la Gaceta Mercantil en el año 1833. La selección de los poetas se basó en privilegiar el carácter representativo y abarcativo de los temas y motivos que Malvinas suscitó a lo largo de 189 años de sostenida escritura y lectura.  

La presentación se llevó a cabo en el Auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, donde el clima conmovedor y de memoria contó con la presencia de Enrique Foffani, Gustavo Caso Rosendi, Patricia Saccomano y Alejandro Villanueva, autores y autoras de algunos de los poemas que luego deleitaron al público con la lectura de ellos.  

“La poesía toca tierra y sabe ver esa dimensión que está más allá. Archiva de otro modo el testimonio, documenta zonas de la vida que rozan los afectos y acontecimientos que la historia no puede detectar”, señala Foffani al iniciar la jornada que tiene a la poesía como protagonista. 

Se rindió homenaje al primer director de la Biblioteca Nacional argentina, Paul Groussac, con la lectura de un fragmento de su libro escrito en francés Las Islas Malvinas. Luego, Santiago Silvester, ensayista, poeta y escritor argentino dio inicio al ciclo de lectura con su poema “En el mar hay muertos”.  

De los 98 poetas, 18 son mujeres, entre ellas Patricia Saccomano, quien leyó tramos de su poema largo titulado “Madres de Soldados”, que refleja la lucha de las mamás cuyos hijos van hacia la guerra. “Cuando Enrique me convocó lo primero que pensé fue en las madres. Después empecé a pensar en otras mujeres porque me enteré de que había enfermeras que hace poco las consideraron veteranas. Hay un silenciamiento y me interesaba el rol de la mujer, que también estuvo en Malvinas”, contó en diálogo con ANCCOM.

Seguido, Gustavo Caso Rosendi, ex combatiente de Malvinas, leyó fragmentos de sus poemas “Soldados” y “Nosotros”, escrito al volver de Malvinas luego de una visita al Monte Longdon con sus compañeros en 2013. Su poema “Trinchera de vuelta” es presentado en un emotivo audio grabado que tiene como música de fondo el viento de las islas Malvinas. El audio del poema en crudo fue grabado por Alejando Villanueva, compañero de trinchera de Gustavo en las Islas Malvinas, una noche después de haberlo escrito. 

“Un pedazo de muerte en la palma de mi mano” es el comienzo del poema “Esquirla” de Alejandro Villanueva, ex combatiente de Malvinas, quien apoyó un pedazo de esquirla traída de Malvinas sobre la mesa. Con la lectura de su poema “Taberna” fue el encargado de cerrar la emotiva lectura de poemas. 

A través de los textos de 98 autores y autoras, la antología tiene como objetivo instalarse en las bibliotecas de las escuelas primarias para que sea utilizado como material al conmemorar la guerra de Malvinas.  

En un clima de fraternidad, solidaridad y conmemoración que solo la poesía sabe generar, los poemas se han convertido en el campo de batalla donde la guerra quedará inmortalizada. “La poesía se conecta con documentos, con cuestiones que tiene que ver con la historia, con el imaginario cultural. Tiene que ver con la manifestación estética de un pueblo, de una comunidad. Por eso Malvinas puede ser vista como un tema doloroso de Argentina, pero concita la poesía como lo hace con el cine y el teatro”, concluye Enrique Foffani.