“El poder se ha vuelto cada vez más opaco”

“El poder se ha vuelto cada vez más opaco”

Múltiples fenómenos, ironía y un futuro cercano que ya es nuestro presente: Pistas Falsas es el nuevo libro de Néstor García Canclini, quien recurre a la ficción para abarcar la complejidad que caracteriza la configuración del mundo actual. La novela,  editada por la editorial Sexto Piso, incluye observaciones y análisis antropológicos en boca de sus personajes que experimentan la vida en ciudades multifacéticas. El antropólogo, doctor en Filosofía y referente de los Estudios Culturales latinoamericanos, recorre así las intersecciones culturales, económicas, sociales y emocionales que se presentan en un mundo globalizado, caracterizado por la interconectividad y la pérdida del respeto por los valores democráticos.

¿Por qué decidiste recurrir a la ficción para hacer un análisis sobre la realidad y qué te motivó a elegir una fecha futura cercana?

El año es relativamente arbitrario. Inclusive, antes de que la novela se publicara, dos lectores, uno de ellos el editor, me sugirió que alejara un poco más la fecha. Mi respuesta fue que me resultaba inaccesible pensar la sociedad en el 2050 y que lo más distante que me animaba a diferir el momento era 2030. En cuanto al recurso de la ficción, he escrito en varias etapas de mi vida cuentos, poemas que no publiqué, un poco porque soy muy exigente con la ficción. Y luego hay una búsqueda de deshacerse parcialmente de restricciones que coloca la metodología de las Ciencias Sociales. Había incluido de manera limitada, en algunos textos anteriores, recursos ficcionales, que entremezclan la historia de un estudiante de doctorado con partes de ensayos o conferencias que no quería publicar aisladamente. Me parece que la ficción tiene más libertad que las Ciencias Sociales para situarse en las intersecciones que plantea la configuración del mundo actual.

¿Cuál es el rol actual de las Ciencias Sociales y cómo podrían salir de ese callejón sin salida que tanto expresa el protagonista de Pistas Falsas?

Mi impresión es que llevamos ya dos o tres décadas sin ningún paradigma universalizable. Hubo en el siglo XX teorías que pretendieron ser omniabarcadoras, que buscaron imponerse como pensamiento único: el nazismo, el estructuralismo y, de otro modo, el neoliberalismo. Teorías hoy no tan convincentes para explicar el conjunto de la totalidad social. En este mundo tan interdependiente y obligado a globalizarse, hay narrativas situadas que  están dichas desde un lugar de enunciación que en parte las inhabilita para abarcar la complejidad del mundo. Hay autores de primera importancia como Bruno Latour que sostienen que no es necesario que haya teorías, que lo que tenemos es actores en red que pertenecen a distintas redes y se comportan de un modo en el trabajo y de manera diferente en otro espacio. Lo que hay que hacer es examinar los varios sistemas de redes en que estamos insertos. Eso tiene ventajas: me resulta atractivo entender de un modo antropológico y etnográfico comportamientos sin pretender establecer de entrada el lugar de clase o de status en que está situada esa conducta. Sin embargo, la dificultad es que pese a que Latour habla de instituciones como Microsoft, donde se condensan sistemas de redes bastante durables, no analiza la cuestión. Creo que tenemos que hacernos cargo de que no somos actores que elegimos las redes todo el tiempo, sino que también pertenecemos a sistemas de redes de larga data y con un peso institucionalizado. Si no entendemos que estamos en redes como los medios que usamos regularmente para informarnos, no comprendemos las varias lógicas en las que nos insertamos sin controlar. Y esas lógicas tienen un poder de condicionamiento o determinación que se han vuelto mayores en años recientes, cuando los algoritmos sistematizan y ordenan saberes que nosotros mismos no tenemos y articulan nuestras distintas redes para perfilarnos y dirigir nuestro consumo y nuestra conducta como ciudadanos.

El nuevo libro de Néstor García Canclini recurre a la ficción para abarcar la complejidad que caracteriza la configuración del mundo actual.

En un capítulo del libro, el antropólogo manifiesta su rechazo al modelo basado en la recolección de datos de Google y menciona una serie de esferas de su vida en la que esa racionalidad no puede penetrar. ¿Creés que hay ámbitos de la vida cotidiana que pueden escapar a esa lógica?

Cada vez menos, pero después de una etapa ingenua de adhesión a las redes y a lo digital y de fascinarnos con sus ventajas y servicios, comenzamos a enterarnos en qué grado condicionan nuestro comportamiento, cómo pueden interferir en decisiones tan importantes como el Brexit, la elección de Trump, o la pacificación en Colombia y en muchos otros comportamientos individuales y grupales. Eso ha llevado a que en marzo de 2018, la Unión Europea, advertida sobre esos riesgos y,  siguiendo también demandas sobre consumidores, colocara reglas estrictas para todas las empresas. Pero la verdad es que a nivel mundial no se están tomando decisiones de fondo. Como ciudadanos tenemos nuevas escenas de acción que no son ya votar en las elecciones nacionales, sino actuar en relación con poderes mayores y más ricos que los sectores nacionales, que son nuevos actores como Youtube, Waze, Google y Facebook.

En un momento escribís: “Como los empresarios fraudulentos: logran que los voten quienes compran sus promesas de que en las fábricas y en las bolsas comprendieron lo que los políticos y economistas ignoraban”. ¿Cómo se redefine la figura del ciudadano en este contexto?

Sabemos que desde hace treinta o cuarenta años la política fue capturada por la economía, los gerentes, y a su vez la economía fue subordinada a las finanzas. El capital especulativo no productivo que se mueve en el mundo es mucho mayor que el productivo de la industria. Esto es distorsionador de cualquier bienestar social que se busque. ¿Cómo intervenir en eso? Pareciera que cada vez más hay una desciudadanización, una sustracción de poderes que antes ejercíamos un poco ilusoriamente pero que permitían a través del voto, las manifestaciones públicas y los organismos de derechos humanos, influir en las decisiones. El poder se ha vuelto cada vez más opaco en el sentido que, en esta transnacionalización, los estados deciden cada vez menos. Su capacidad de controlar qué deciden Bruselas, Nueva York o ciudades asiáticas es nula aunque esas decisiones nos afecten. Estamos poco preparados para intervenir en esta nueva distribución del poder. Esto implica un cambio en las Ciencias Sociales: no solamente pasar de una escala micro a una macro, sino ver cómo se articulan las cosas. Mi experiencia de investigación en los últimos años y de otros, revela un extendido descreimiento a los partidos, sindicatos y las formas institucionalizadas de representación a las que nos había habituado el siglo XX. Algunos confiamos en redes alternativas, que pueden ser protestas callejeras, movimientos sociales, comunicación en redes sociales y todo esto es útil porque moviliza y crea otra forma de compartir la información. Pero por lo general son deliberaciones sociales de alta intensidad y corta duración y que tocan poco los núcleos económicos, financieros, donde se gestiona el poder y donde se toman decisiones en función no del bienestar social.

«Mi impresión es que llevamos ya dos o tres décadas sin ningún paradigma universalizable», afirma el autor.

¿Sobre qué estás trabajando ahora?

Lo que estoy estudiando ahora va en esta dirección. Cómo se relacionan las formas tradicionales de información y participación, como las calles y las pantallas, con otras formas de obtención de información alternativa y deliberación social.

¿A qué te referís con el término “globalizaciones tangenciales» y en qué se diferencia de la idea convencional de globalización?

Por un lado creo que estamos en una etapa no de plena globalización, sino de globalización y desglobalización. Hay países enteros que están queriendo desglobalizarse: el Brexit o Trump, con su política salir de los acuerdos internacionales referentes a decisiones ecológicas, financieras y de armamento. En América Latina UNASUR fue, durante la primera década del siglo XXI, una oportunidad de construir acuerdos entre gobiernos progresistas. Luego, más que nada, hubo alineamientos bizcos de gobiernos latinoamericanos con otras instancias de globalización tangencial, parcial, no abarcadoras de la totalidad. Incluso el esfuerzo más logrado estructuralmente de agrupar una región para fortalecerla, que fue la Unión Europea, se está descomponiendo aceleradamente. Los países no saben qué hacer, entonces la política intentada es autodefensiva, hacia adentro de sus fronteras. La pregunta es quién se hace cargo de los ecos de la colonización que la misma Europa dejó en África y el mundo árabe.

¿Cuáles son los desafíos de esta nueva configuración?

En este mundo de globalización que depositaba sus ilusiones en la interdependencia global y en entendernos por la capacidad de acceder a información de los otros, esa ilusión se desvanece porque hay un cierto grado interculturalidad que a nosotros nos resulta insoportable. No hay instrumentos para abarcar tanta complejidad y diversidad. Una autora, Gayatri Spivak, dice que la globalización ocurre en las finanzas y en los datos, pero poco más. Un desafío democrático es ver la manera en que pueda haber globalización de la información extraña que crecientemente nos llega y nos obliga a vivir en la misma ciudad con coreanos y chinos. Aunque persiste el intento de pensar en ciudadanías globales o regionales, como los de Etienne Balibar, estamos en un campo de las Ciencias Sociales por un lado muy atractivo, en los que la comunicación tiene un lugar decisivo, y por otro, con muy pocos instrumentos, necesitamos ir construyendo.