«Que exista una movida queer es de yuta madre porque el folklore siempre ha sido muy machista»

«Que exista una movida queer es de yuta madre porque el folklore siempre ha sido muy machista»

Crónica de una noche entre zapateos, bombo, pañuelos, glitter e inclusiones feministas y trans en el barrio de Almagro: cuando la danza se transforma en un acto político.

Almagro. Sobre la calle Mario Bravo, un cartel advierte: Centro Cultural Archibrazo. El afiche en la entrada interpela a los invitados: “Respeto, diversidad e inclusión”. Banderines multicolores decoran los pasillos que llevan al patio. De fondo suena “Zamba para no morir”, de Mercedes Sosa. A unos pasos está el salón. En el escenario, una luz pone el foco en la bandera colorida que tiene escrito «Folklorazo Queer», el movimiento que organiza el evento. Los colaboradores van de un lado a otro para ultimar detalles. Todo indica que pronto comienza el baile.

Las violas ya están afinadas y los músicos en el escenario. Acomodan las partituras y preparan los acordes para dar inicio a la peña disidente. El público —amigos, amigas, parentela, curiosos y curiosas— espera para levantarse ni bien escuche las primeras notas de la chacarera. Esta noche van a bailar y zapatear sobre el piso gastado de la heteronorma. El Folklorazo Queer garantiza la fiesta.

“Lo queer es lo no binario. Traemos ese término a la danza para romper con los estereotipos de género. El Folklorazo le da espacio a propuestas artísticas que no son hegemónicas. Superamos el cupo femenino y trans en los escenarios”, dice Eli Marchini. La joven de 33 años es oriunda de José Mármol. Cuenta que es lesbiana, bailarina y organizadora de la peña. Desde 2019, el Folklorazo Queer apoya a los artistas sexualmente disidentes en el tradicional género, a través de encuentros “libres de prejuicios y llenos de amor y danza”. 

Un gesto de rebeldía

El gaucho y la paisana son las figuras arquetípicas del folklore tradicional. El primero, con la frente en alto, bien “macho”, conquistador y habitante de las llanuras pampeanas. Fiel representante de la vetusta “argentinidad al palo”, la tradición y las costumbres del campo. La mujer gaucha, “la china”, sumisa, dócil y delicada, devota cuidadora del rancho. Son símbolos instalados en el imaginario social del ambiente folklórico desde épocas remotas, representantes de una patria conservadora y binaria que se quedó en los tiempos del Martín Fierro, lejos de la apertura que se vive en el presente en nuestra sociedad. 

Si toda estructura está para romperse, las identidades diversas caen como un tsunami que arrasa sobre la ya obsoleta superficie heteronormativa del folklore. Entonces, las pistas de las peñas se abrieron de a poco al glitter y a las diversidades e identidades disidentes.

En las pistas del Folklorazo reinan la extravagancia y los colores brillantes de protesta, y nadie está obligado a usar pollera o bombacha si no lo representa. Juegan los tacos, las plumas, el brillo. El drag y el vogue se suman como disciplinas en un criollismo resignificado.

Con este ideal de transgresión en la cabeza, Sol Pérez y Elina Marchini crearon esta peña nómade. Un encuentro por mes, un paso más hacia la igualdad y la libertad. Cuentan que una vez cada cuatro semanas buscan espacios que las reciban con amor y sin prejuicios. “Pero, claro, siempre están los misóginos que te miran de reojo y te juzgan por ser torta,: ser mujeres no heterosexuales es un obstáculo”, dice Eli. Luego agrega que, muchas veces, cuando quieren presentarse en lugares administrados por hombres, no les ofrecen días ni horarios, les cierran la puerta en la cara. 

La clave, según las chicas, está en no parar. En demostrar que el Folklorazo no es marketinero, que apuestan por un espacio que reivindica las identidades de género, las orientaciones sexuales y las distintas formas de vivir lo popular.

Clase de baile

“Armemos una ronda así bien grande entre todes”, dice Sol, bailarina, profesora y motor del evento. Este sábado, la sala de El Archibrazo quedó chica para los bailarines y las bailarinas que se acercaron a aprender zamba. Todos y todas revolean los pañuelos al compás de la guitarra en seis por ocho que suena a través de los parlantes del centro cultural. La mayoría son principiantes. Les cuesta coordinar izquierda y derecha, los giros y el zapateo. Disfrutan y se ríen cuando no les salen. Lo importante es disfrutar. “En nuestras clases siempre decimos que el zapateo y zarandeo es tirar magia. Cada quién puede bailar cumbia, vogue, contemporáneo, o lo que mejor le salga, si es parte de su identidad”, resalta Sol.

“La idea es conectar con la otredad, con nosotras mismas”, dice Justin, bailarina, cantante y actriz no binaria. Es otra de las organizadoras del Folklorazo. Esta noche enseña a “sentir el pañuelo”, a caminar el espacio, a mirar a los ojos, a comunicar a través de la danza. Explica: “Acá venimos a ser lo que queremos ser, para sentir la zamba con cada paso que damos”.

La ronda continúa, cada vez más sincronizada. Una vez aprendidos los movimientos básicos, llega el momento en el cual los bailarines y las bailarinas se animan a la primera coreo de la noche. “Amiga, mostrémosles este paso”, lanzan las profesoras y la cosa se va poniendo más complicada. Las docentes dividen a los participantes en dos filas enfrentadas. Se baila de a dos, rotando pareja y lugares para que todos bailen con todos. Es inevitable que los cuerpos se choquen en cada pasada. “Uy, perdón”, se escucha, entre risas. Se practica la coreo reiteradas veces: sobrepasos triples, medias vueltas, encuentros, desencuentros, errores, aciertos. Al final de la clase, todos y todas hacen una “pose final”. Las profes piden un fuerte aplauso. 

Música y esperanza

Mientras las organizadoras levantan el micrófono y hacen la presentación, el público compra cervezas y empanadas. Se preparan para la fiesta.

Pausa. Silencio. Expectativa. Suben ellas: la “Banda en construcción”. Así se definen, por ahora. Es la primera vez que tocan juntas. Su repertorio, detallan a coro, fusiona el folklore local con géneros latinoamericanos como el tango, la murga y el candombe. Así forman esta noche: Ana en el bombo, Macu en la voz y la guitarra, Georgina en la voz y en el cuatro. Consultadas por su propuesta musical, resaltan que buscan transmitir un mensaje revolucionario a través de las letras de otras artistas.

Suena una chacarera de Duratierra. El público deja las sillas para ir a bailar. La diversidad tiene su momento de disfrute con zapateos, zarandeos, el avance y retroceso de esta danza bien argentina.

Después de un par de vueltas de chacarera, llega el momento del tango. Lo que parece ser un homenaje, se desmiente a los pocos segundos. “Raras, como encendidas”, canta Macu, y todo el mundo sabe que habla de “Los mareados”. Pero de esas estrofas de antaño quedaron detalles nada más: “Esta noche hay aquelarre / las ancestras convocadas /¿Qué me importa que se rían / que nos llamen las mareadas?”, resignifica y sigue: “Hoy decimos Ni Una Menos / y en las calles lograremos, vida y libertad”. 

“Que exista una movida queer es de yuta madre, ya que el folklore siempre ha sido muy machista y muy masculino. Seguimos haciendo lo que hacen los feminismos y disidencias, y dejamos un mensaje político al subirnos al escenario”, explica Georgi. El show termina con “Creo”, un tema de Eruca Sativa. La canción, firme exponente de la lucha de los feminismos, agrega un mensaje de protesta al final: “Hartas estamos de los femicidios, de los travesticidios, de lesbofobias. Hartas de no poder decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras formas de amar. Estamos hartas de que abusen de nuestras infancias, pedimos por infancias que no estén más invisibilizadas”. Una ola de aplausos invade el salón de El Archibrazo.

La noche sigue. Hay agite y viene del Oeste. Ellas se llaman Maldita Sea. Dani está en la voz, Inés en bombo y segunda voz, Agustina completa el grupo en violín. La peña se llena de alegría y de buenas energías. El público acompaña y sigue bailando, como si la noche fuera eterna. “Nuestro repertorio musical es de Santiago del Estero”, cuentan. Detrás de cada selección de canciones, hay una investigación profunda, revelan las Maldita Sea. Se fijan en las letras, en la historia de sus compositores, para que vayan en sintonía con el mensaje feminista y de respeto por la diversidad que quieren transmitir.

La noche termina, y es solo recién con el último acorde que suena de Maldita Sea cuando la gente enfila para la salida. Las organizadoras y artistas prometen repetir la peña pronto, no sólo para extender el disfrute, sino para continuar con la visibilización y promoción de espacios donde primen el respeto, la diversidad y la igualdad. En este sentido, Georgi señala: “Estar arriba de un escenario que se define como folklore queer es un acto político”.

De rock, folk y otros temas

De rock, folk y otros temas

“Con Arbolito tenemos una misma ideología política, un mismo camino. Estamos hermanados con la música, así que hay una comunión”, explica Bruno Arias.

Este domingo promete ser una gran fecha para la música argentina. Como si fuera obra del destino -o del buen trabajo de producción-, la primera edición del FestiBAl Otoño 2019 reúne al folklorista jujeño Bruno Arias y a la banda de rock folk Arbolito, dos propuestas de música popular y latinoamericana distintas, pero que coinciden en varios aspectos: sonoridades amplias, letras con decidido contenido social y un público en común. En el Teatro Ópera, los músicos presentarán sus últimos discos junto con las canciones que ya son clásicos.

“Va a ser una fecha muy linda. Si bien van a ser dos recitales, cada uno con sus repertorios, la gente que vaya al Ópera esa noche va a ver como si fuese un gran show”, sostiene Agustín Ronconi, guitarrista de Arbolito. La banda ya ha compartido escenario con Bruno Arias en otras oportunidades, tanto en peñas como en recitales. En esta ocasión, fueron invitados por la producción del festival a participar del ciclo de 16 conciertos -a lo largo de mayo y junio- que representan la cultura popular del país. La coincidencia entre ambos artistas, promocionada como un “encuentro de cultura andina, rock y folk”, pretende aprovechar los puntos en común de las propuestas artísticas. “Tenemos una misma ideología política, un mismo camino. Estamos hermanados con la música, así que hay una comunión entre las bandas”, explica por  el cantautor jujeño, y en esta percepción también coincide Ronconi, sobre todo en lo que respecta a las temáticas sociales y culturales, y de resistencia latinoamericana. “Nos consideramos compañeros de ruta, así que va a ser un placer compartir una vez más con él.”

Este domingo, en el Teatro Ópera, serán dos shows en uno.

El show consta de dos partes. En el caso de Arbolito, su momento protagónico será un “pantallazo actual del lugar donde está la banda hoy, con alguno temas clásicos re-arreglados y con sonoridades nuevas”, cuenta Ronconi. Además, el grupo formado en 1997 por estudiantes de la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA) estrenará dos de las tres canciones que conforman su último álbum, Simples vol.III: «Los vigilantes» y «Maquinola». La tercera canción la tocarán por primera vez en la presentación oficial del disco, en agosto. El proyecto Simples comenzó en 2016 y actualmente cuenta con tres volúmenes, cada uno con tres canciones. “Hay distintas razones por las que encaramos de esta manera: no estábamos como para embarcarnos en una producción muy grande, más que nada por los costos que supone; y por otro lado, teníamos ganas de trabajar con distintos productores para darle a cada canción una identidad distinta”, explica el guitarrista y cantante del grupo que, además, autogestiona sus proyectos. En esta ocasión, Simples vol.III lo produjeron junto a Luis Volcoff y Lito Daverio, dos productores jóvenes que aportaron una sonoridad más tecnológica al disco.

Por su parte, Bruno Arias presentará canciones de su último disco, Eterna risa, en un despliegue con banda completa y bailarines, e invitados internacionales como la cantora brasilera Indiana Nomma, el cantautor cubano Raúl Torres y Víctor Contreras, “uno de los mejores vientistas andinos que hay en Chile”.

Tanto Arias como Arbolito mantienen una actitud comprometida con la realidad sociopolítica del país y de América Latina que se expresa en su música, desde las temáticas que abordan sus canciones hasta las participaciones en recitales solidarios -como el realizado en apoyo a los despedidos de Clarín, en el caso del folklorista. Las expectativas por el año electoral se mezclan con sus propios deseos, en los que también encuentran un lugar de coincidencia entre ellos. “Si hay algo que esperamos es de alguna manera poder a volver a tener un proyecto de país con un rumbo y que nos pueda volver a representar un poco más a todos y a todas”, sostiene Ronconi. Mientras que Arias, en la misma línea, considera que lo más importante en estos tiempos es mantener la unidad, “sobre todo porque nos viven dividiendo política y culturalmente, y el pueblo tiene que estar siempre unido, porque los políticos pasan y el pueblo es el que queda.” Para ello confían en la música como forma de darle alegría a la gente, para ayudar a transitar los momentos difíciles. Desde el escenario, Arbolito pretende hacer lo que siempre hizo: “Generar el encuentro, generar emoción y la posibilidad de seguir adelante con lo que tengamos, pero a la vez de darnos fuerza para revertir los malos tiempos y seguir peleando por la posibilidad de tener un proyecto de país un poco mejor.” Arias expresa en palabras ese plus que caracteriza, a su vez, a ambas propuestas musicales: “Y si también, a través de la canción, puedo sembrar conciencia y visibilizar alguna lucha social o algo que está pasando en la actualidad, mejor.”

El 26 promete ser una noche distinta en el Opera, una noche  de folklore con aires de rock, y de rock con sonoridades andinas. Pero, sobre todo, de encuentro con la música popular, de la mano de Arbolito y Bruno Arias.