Toda compra es política

Toda compra es política

Una vez por mes, los Productores Feria La Nuestra realizan un ferifestival en el predio de la exEsma para comercializar productos de la economía popular con valores del comercio justo y que promuevan la organización cooperativista.

El Ferifestival Cooperativo es una nueva propuesta en el mundo de las ferias del AMBA y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y tendrá su segunda edición el próximo sábado 11 de noviembre en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex Esma). Organizado por el colectivo autogestivo Productores Feria Nuestra, que reúne puestos de diversos emprendimientos y se enfoca en las cooperativas. 

Su edición inaugural se realizó el 7 de octubre, en la calle Son 30.000 del Espacio, en el marco del VII Encuentro Federal de Derechos Humanos, feriantes y organizadores pusieron la feria a prueba en un espacio público, puertas adentro de la exEsma. Aunque se trató de la edición inaugural, no fue la primera vez que estos productores se juntaban para ofrecer sus productos. 

Feria Nuestra tiene sus orígenes en Tecnópolis como parte del Plan Federal de Ferias, una iniciativa que promueve el acceso a productos elaborados por actores de la economía social y popular. Carlos González, uno de sus organizadores explicó: “El área donde estaba la feria se desarmó y nosotros quedamos a la deriva, ahí varados. Lo que hicimos fue juntarnos entre todos los productores y buscar contacto para poder volver a feriar ahí en Tecnópolis, porque comono teníamos lugar de trabajo. Conseguimos el lugar en Tecnópolis nuevamente, y desde ahí venimos con todo el colectivo”. González presenta así al colectivo: “Hace un año y pico que estamos como Productores Feria Nuestra, el programa de Nación se llamaba Feria Nuestra, cuando se cae formamos Productores Feria Nuestra. Somos un colectivo de alrededor de 70 productores que, si bien todos tienen una trayectoria importante como productores hace muchos años, como organización independiente son los primeros pasos”. 

Sobre cómo llegaron a feriar en la exESMA con el Ferifestival, González contó que el contacto llegó a través de la organización H.I.J.O.S.: “Estaban buscando feriantes, justo coincidió que nosotros estábamos buscando lugar, nos pusieron en contacto y a partir de ahí se empezó a trabajar” y agregó que “el espacio es hermoso, es increíble, pero tenemos que ver también qué les sirve a los productores, qué les sirve a los chicos de H.I.J.O.S. también, ir viendo lo que pasa”.

González también habló de lo que desea para el futuro del Ferifestival: “Hay distintas ferias que ya están establecidas, que ya tienen nombre, que tienen una marca digamos, la idea nuestra como Productores Feria Nuestra es conseguir eso, que el día de mañana digan ´están los chicos de Feria Nuestra´ y que sepan qué es esto”, se ilusionó y expresó que “la idea es poder tener distintos lugares, no solo un espacio fijo, así como vinimos acá, tenemos Tecnópolis, estamos hablando con la gente del municipio de San Martín, para poder también tener un espacio ahí cada tanto; en Quilmes, que se pueda recorrer en distintos lugares y que la gente sepa dónde está”.

Ignacio Agustín Orellano, otro de los organizadores explicó: “Es un gusto poder estar en un lugar donde nos sentimos representados todos, que nos incluye a todos, y que defiende la producción artesanal o cooperativa”. 

Surgieron también comparaciones entre las experiencias previas en Tecnópolis con cómo se desarrolló la jornada en el Espacio Memoria. “La gente va en vacaciones de Invierno, ya dispuestos a gastar plata, entonces es distinto, acá no, acá vienen a la actividad y de repente se encuentran con la feria y por ahí no vienen preparados para comprar cosas. Queremos que sea un lugar que la gente pueda conseguir algo directo del productor, y que nos sirva también a nosotros, que sea una fuente de ingreso de algo que nos gusta hacer”, expresó Gonzñalez. Detrás de su puesto de masas para infancias, la feriante Gisele Sotera de Bella Masa explicó: “Son dos cosas totalmente diferentes. En mi caso, que hago productos infantiles, se notó la diferencia, entré a un lugar donde no hay muchos niños” pero destacó la buena organización de la feria, que hizo que de todos modos haya sido una buena experiencia. La feriante Danisa, de la cooperativa de mujeres Espacio Terra, remarcó que notó que, en la primera edición de la feria, los visitantes se brindaron a “conocer cada stand y a escuchar cada historia”.

Sin importar cualquier diferencia o similitud entre feriar en uno u otro lugar, algo que muchos remarcaron fue el compañerismo que sienten entre ellos luego de varias ferias juntos, pero también por el hecho de que la feria se enfoca en cooperativas. “Yo creo que las cooperativas son importantísimas, porque reúnen personas que tienen productos diferentes, distintos y podemos sentarnos y compartir experiencias”, expresó Kamila Alves Dos Santos. La feriante Lucía, de Aluna Natural, señaló la importancia de “poder fortalecer los lazos entre emprendedores, entre familias, volver a generar esto de lo colectivo, del sentimiento de pertenencia, de ayudarnos entre todos”. Gisele de Bella Masa también dice que “ ayudar al otro es lo más importante”.

Otra de las organizadoras Malu Zelay habló sobre lo que el Ferifestival Cooperativo busca aportar a la exESMA: “Es hermoso poder estar de alguna manera militando el lugar, como apropiándonos, pero apropiándonos bien, de un lugar donde hubo mucho dolor y transformarlo en alegría, festejo, y en fuente de trabajo” y agregó que busca que los visitantes puedan “venir a sentarse, tomando mate, y que podamos hacer de este lugar algo mejor”.

Carlos “Charly” Pisoni, miembro de la organización H.I.J.O.S., comparte esta perspectiva: “Nosotros hace rato que venimos generando actividades en el predio de la ex-ESMA con el objetivo de refuncionalizar el espacio, y entendemos que una de las formas de hacerlo es a través de generar acciones y eventos que tengan que ver con la alegría, con el festejo”,  expresó y agregó: “Entendemos que una de las formas de reivindicar la lucha de nuestros viejos es generar espacios que puedan promover la economía popular y el derecho al trabajo” y que “la idea no es que esta sea una feria vacía, sino que esté llena de contenidos políticos y que podamos generar acciones que tengan que ver con charlas, con eventos en torno a la agenda actual de Derechos Humanos”.

Respecto a cómo encontraron a Productores Feria Nuestra, Charly contó: “Nosotros tenemos un convenio con el INAES por nuestro proyecto educativo, para poder realizar cursos de formación cooperativa, y en ese marco es que llegamos a la Feria [Nuestra], que también está enmarcada dentro de proyectos del INAES. Ahí llegamos a la idea de lograr que esta feria se instale una vez por mes y que todos sepan que el primer sábado de cada mes pueden ir a la exESMA, pueden ir a una charla, y hacerlo todo de una manera libre y gratuita”.

De cara a la segunda edición del festival, la organizadora Malu Zelaya contó: “Nos preparamos con más fuerza para el segundo festival, ya que son muchos los productores, son muchos los grupos de la economía popular que participan”. Y contó que va a haber espectáculos de circo y bandas musicales. Sobre las expectativas para esta edición del Ferifestival, Zelaya expresó: “Estamos poniendo más el cuerpo, difundiendo, compartiendo por todos lados para que la gente pueda venir”, ya que esta vez no contarán con la presencia del Encuentro Federal de Derechos Humanos- “Hay mucha gente que nunca entró a la ESMA por lo vivido en la dictadura, entonces lo que necesitamos es eso, que sea un espacio para venir y compartir con otros”, señaló.

Del artista a su público

Del artista a su público

La feria de pequeño formato es una nueva manera de promoción del trabajo de miles de ilustradores y artistas de todo el país que proponen la venta directa al público de sus obras. Los encuentros se realizan con frecuencia mensual y el último -denominado MANGO– fue el 16 de diciembre en El Taller de Don Omar, Fitz Roy 1245.

La denominación “pequeño formato” surge, no por las dimensiones del evento, sino por el tamaño de lo que allí se vende: fanzines en lugar de revistas, prints (copias impresas de dibujos originales) en lugar de cuadros, stickers, entre otras creaciones. Además, no suelen exponer las grandes editoriales, sino los propios artistas. La relación directa con el público permite a los expositores aumentar los márgenes de ingresos y, al mismo tiempo, ofrecer su obra a valores inferiores de lo que lo haría cualquier intermediario.

Gastón Mengo, ilustrador detrás de Mengoloton, aclara que “es como una oportunidad para que el artista tenga un ingreso y se haga conocido sin necesitar una editorial atrás”.

La autogestión es uno de los pilares más importantes en este tipo de ferias. Sin depender de ninguna empresa o entidad mayor, las exposiciones son impulsadas por los mismo artistas, con el afán de juntarse entre amigos, poder brindar al público calidad, y ofrecer oportunidades de trabajo. Si bien, como señalan los organizadores de la feria MANGO, hoy están golpeadas por el ajuste general que vive el país, “el poder autogestivo que encontramos es único y ofrece resistencias, apostando al tejido de redes y a la construcción de un sistema comunitario y desde las bases”.

Las ferias varían en su tamaño, temáticas y locaciones. Generalmente se realizan en multiespacios, casas culturales prestadas a la organización. Sus nombres también varían: Ey!, MANGO y DINÁMICA son algunos de ellas.

Caridibuja, ilustradora venezolana radicada en Argentina, participó de la feria “Vamos Las Pibas”, dedicada especialmente a artistas e ilustradoras de género femenino. Su perspectiva sobre la experiencia fue -según sus propias palabras- muy gratificante. “Tener contacto directo con personas que aprecian mi trabajo y otras que lo conocen gracias a la feria es una experiencia única -describe-, las redes quitan mucho del contacto humano que uno puede llegar a tener con el público”.

Así como Gastón menciona la oportunidad con bajo presupuesto, Caridibuja hace hincapié en que las ferias son una manera muy efectiva de hacerle llegar su trabajo a otras personas, compartir con otros creadores y ver en vivo las reacciones que los trabajos generan en los demás. Los organizadores de MANGO agregan que para muchos artistas estas ferias son su principal fuente de ingreso, tanto por la venta directa de sus obras como por los contactos y trabajos que surgen a raíz de ellas.

Florencia Tedesco, asidua visitante y especial coleccionista de las intervenciones de la dibujante Pum Pum, opina que “las ferias tienen lo especial de estar frente al artista sin nadie en el medio, y además ofrecen la posibilidad de encontrar miles de cosas muy originales que no tienen nada que ver con los productos que podés encontrar en un local comercial. Ir a una feria es toda una salida”.

MANGO, la feria constituida por Diego Jit Martínez, Sasha Reisin, Euge Petre, Maca De Pablo y Lu Benvenuto, es un ejemplo de cómo este formato autogestionado de promoción cultural va ganando terreno. “La feria nace en un cruce de oportunidades, las ganas de encontrar y divertirnos entre los artistas, el deseo de hacer accesible las creaciones que se exponen en la feria, la casa que permitió esa primera experiencia —explican a ANCCOM—.  A partir de la motivación y con el mayor ánimo de jugar y probar, aun tomándolo con seriedad nace MANGO”.

Descripta por los propios organizadores como feria, festival, evento, falso cumpleaños, carnaval y todo lo que no entra en palabras, es una ejemplificación de cómo la feria del pequeño formato ha logrado convertirse en algo más que un espacio de promoción cultural. “Para nosotros es mucho más que una feria. MANGO es un lugar de encuentro entre amigos. Un lugar en donde compartir con pares, divertirse y hasta para generar nuevas conexiones”.

La feria del pequeño formato es una demostración de cómo, ante un panorama desfavorable y un sistema de difusión más bien cerrado, los mismos artistas logran ampliar las formas de trabajo y establecer nuevas reglas del juego. Y quizá, la mayor cualidad de las ferias, más allá de crear espacios artísticos, generar conexiones y poder dar acceso a productos artísticos a bajo costo, sea la capacidad de hacer sentir a todos sus visitantes como si estuviesen en casa, entre amigos.

Acutalizado 12/12/2017

Organizaciones de la economía popular en crisis

Organizaciones de la economía popular en crisis

Economía social. Economía solidaria. Economía popular. Conceptos que si bien tienen diferencias remiten a la  iniciativa de millones de personas afectadas por el capital concentrado y el desarrollo tecnológico que los expulsa de la economía formal y los obliga a recurrir a diversas prácticas laborales para sobrevivir. No obstante, en otros casos, no se trata de una obligación, sino de una decisión, y al parecer los emprendedores que deciden salirse de la lógica mercantil estandarizada del capitalismo, tampoco la tienen fácil. Sin lugar a dudas, el conurbano bonaerense es una de las zonas de nuestro país que concentra a miles de trabajadores populares, siendo los partidos de Merlo y Moreno dos ejemplo principales de esta problemática. Por tal motivo, ANCCOM recorrió dichos distritos para conocer sobre la economía popular de la región y algunos de sus actores.  

Hecho en Moreno es una cooperativa de la zona de Moreno dedicada al rubro textil. “Fabricamos y vendemos ropa. Producimos de todo: camperas de polar, vestimenta escolar y en su momento hacíamos prendas para el Estado, relata Marta Paredes,  su tesorera. La entidad creada en el 2011 nuclea a distintos emprendedores y adquiere el mismo nombre que la marca asociativa impulsada por el Municipio, abocada a promover bienes locales. En la actualidad, el emprendimiento atraviesa por serias dificultades. La cooperativa está medio en stand by, porque se cortó el trabajo que teníamos del Estado. No hay propuestas por parte del gobierno”, señala Marta. Sumado a esto, la coyuntura económica del país obstaculiza las posibilidades de crecimiento para el sector. No sabemos a quién vamos a venderle. Y todos estamos igual, incluso hay cooperativas que se han desarmado”, describe la productora.

En el partido de Moreno es el Instituto Municipal de Desarrollo Económico Local (IMDEL) el encargado de dar apoyo a los emprendedores y productores del distrito. Al respecto, la administradora general del organismo, Mariel Fernández, habla de la realidad de esta actividad en la región: En Moreno vas a cualquier barrio popular y ves ferias organizadas por los vecinos. Pero, puntualmente, junto al Banco Social del municipio trabajamos con 5000 emprendedores y productores”. A su vez, al ser consultada por la génesis de este movimiento económico, la funcionaria argumenta: “Con el desarrollo del capitalismo y el avance tecnológico sucede que se necesitan menos trabajadores. Entonces, a medida que esto continúe va a ir creciendo el volumen de una economía popular que queda por fuera del sistema formal y genera sus fuentes laborales”.

Mercado de trueque «Lulú», realizado los sabados en el club Unión de Merlo con una participación de entre 400 y 500 personas.

Una de las políticas propiciadas por el IMDEL es el Mercado Popular Itinerante (MPI). Dicho espacio, ubicado en el área céntrica del partido, concentra a cien emprendedores morenenses para que puedan comercializar sus productos. Uno de ellos es Walter Ponce, quien junto a su mujer, hace cuatro años, crearon la marca Las Delicias del Oeste dedicada a la fabricación artesanal de mermeladas y conservas. Nosotros hacemos todo: compramos los productos, los frascos, hacemos las etiquetas, todo”, comenta. Al igual que otros emprendimientos, Las Delicias del Oeste necesita de la compañía del Estado para progresar, así los expresa Walter: “A todo productor le hace falta préstamos, asesoramiento y lugares de ventas, porque hay muchos productores y poco donde vender.   

La economía popular no siempre surge porque “no queda otra”, sino que también puede nacer desde el deseo. Ese es el caso de La feria del fin del mundo. La misma comenzó el 17 de noviembre de 2012, en “El Churqui” un espacio político-cultural perteneciente al partido de Moreno. El fin era tener un lugar donde vender los trabajos realizados por artesanos que no eran aceptados en otras ferias más tradicionales, donde se excluye cierta forma de concebir el trabajo. Es decir, no se acepta la lógica de entender al producto como una obra de arte, sino que se lo entiende simplemente como una mercancía.  

Los actores de la economía popular resisten en el actual clima social y político.

A mediados de 2013, la feria comenzó a realizarse en la plaza “De las carretas”, ubicada en la estación de Moreno. A partir de este cambio, la actividad empezó a funcionar a través de asambleas abiertas. Como menciona Sonia, referente del espacio: “Todo se resuelve en ese ámbito salvo cosas urgentes. Se plantean propuestas, se debate y en el último de los casos se vota, pero la idea es llegar siempre a un consenso”. A lo que la organizadora añade: “Las tareas se dividen en comisiones según cada sector. Difusión, bandas, teatro, comisión de exposiciones, pegatinas, etc. Las integran dos o más personas, que luego traspasan los datos a las asambleas”.

El proyecto fue creciendo y en el 2014 llegaron a participar 50 personas en la organización. Este tipo de lógicas de trabajo, requieren de una economía local activada. Y por lo tanto, en el contexto económico actual, lograr que la feria crezca potencialmente, se torna complicado. Como nos relata Sonia: “Se siente bastante que la gente tiene menos plata y por lo tanto vendemos mucho menos. Hay menos gente en la calle, debido a que todos están persiguiendo el mango y eso significa tener menos tiempo libre para ir a la plaza a tomarte un mate, más allá de que no vayas a comprar. A nosotros eso, más la suma de lo represivo, nos genera bastante desgaste. Estar pendiente de que no te saquen del lugar, de tapar parches. Eso corre el foco de lo que tenemos que hacer, que es innovar en la feria. Lo que no crece se estanca y nosotros tratamos de crecer”.

El Mercado de trueque «Lulú» se realiza los sabados en el club Unión de Merlo.

Por último, hay que mencionar al trueque, una de las actividades más reconocidas dentro de la economía popular. En el distrito de Merlo funciona uno de los más concurridos de la zona: el Trueque/canje LULU.  Establecido en el Club Unión de Merlo, y con un grupo de Facebook con más de 30.000 miembros, todos los sábados reúne a miles de personas. Silvia “Lulú” Aranda, fundadora del trueque, explica su nacimiento: Surge hace tres años por la situación económica. Y como en este tiempo alcanza menos la plata, la gente busca esto. Por eso empezamos siendo mil y ahora somos casi 33.000”.

 De este modo, por una entrada de $10, los integrantes consiguen la mercadería que necesitan. Se puede cambiar de todo: comida, ropa, electrodomésticos, muebles, etc. Lo que más se busca es leche en polvo, porque hay muchísimos chicos”, expone la fundadora. Pero no sólo hay variedad de productos, sino de personas, las cuales provienen de todas partes del Gran Buenos Aires y presentan realidades distintas,  según cuenta Silvia: Hay gente que no tiene trabajo, hay chicas que el sueldo del esposo no les alcanza, hay gente que elabora sus productos y otras que intercambia bienes usados o comprados”. Así, mediante distintas estrategias, por convicción o necesidad, los actores de la economía popular resisten en el actual clima social y político.

Actualizado 18/10/17

Feria con F de Fauna

Feria con F de Fauna

Parado en el fondo de su gacebo, de espaldas a los visitantes que recorren la feria de pájaros de Villa Domínico, el puestero destapa una bolsa de plástico cubierta con un pequeño rectángulo de cartón y exhibe, orgulloso, un jilguero enjaulado. La exhibición es rápida y cautelosa. El puestero observa unos segundos al pájaro –un cuerpo amarillo del tamaño de un puño, la cabeza cubierta por una capucha negra-, lo mira sacudirse frenéticamente dentro de la jaula de madera, después barre la vista por encima de su hombro y, al final, cuando el comprador ocasional ya ha visto suficiente, vuelve a cubrir el paquete. No vaya a ser cosa que alguien se entere.

A pesar de las fiscalizaciones realizadas en abril y de los allanamientos efectuados en diciembre pasado, en donde se secuestraron unas 200 aves de distintas especies, la feria de pájaros de Villa Dominico sigue recibiendo denuncias de asociaciones ecologistas por maltrato y comercio ilegal de animales exóticos en algunos de sus puestos. Los vendedores, por su parte, se defienden y aseguran que la actividad que realizan es legal, que los animales son sometidos a los cuidados necesarios y  provienen de criaderos habilitados y que, más allá de algunos casos aislados, la venta de especies silvestres ha quedado en el pasado.

Feria de Villa Domínico. Fotos Déborah Valado /ANCCOM

 

-¿Cuánto?

-4 gambas.

-¡¿4 gambas?!

-Sí, es un cabecita negra. Lo cacé en Madariaga, una belleza. Mirá que algunos pueden pedirte hasta 2 lucas.

El puestero, un hombre bajo y descuidado, de unos cincuenta años, vestido de jogging, polar y un gorro que deja escapar algunas canas, aclara que el pájaro fue un encargo de un comprador que, por ahora, no volvió a aparecer.

-Ya van dos semanas que no viene. Y encima los de Fauna, últimamente, están tremendos. Por eso estoy un poco perseguido.

Los de Fauna son los inspectores de la Dirección de Fauna de la provincia de Buenos Aires, quienes en abril último recorrieron la feria y fiscalizaron que se cumplan las condiciones de la ley 22421, que prohíbe la venta de fauna silvestre, como jilgueros, reina moras, y calandrias, entre otros. Además, el 21 de diciembre pasado, a partir de una denuncia por incumplimiento de la norma 14346 de Protección Animal, la Justicia allanó dos puestos y secuestró alrededor de 200 aves hacinadas, enfermas y heridas. Desde entonces, los vendedores están alertas y las aves exóticas dejaron de estar a la vista.

Feria de Villa Domínico. Fotos Déborah Valado /ANCCOM

 

“Hace 10 años que venimos denunciando a la feria por maltrato, abandono e insalubridad. Además consideramos que la venta de animales silvestres sigue vigente”, dice Germán Arza, referente de la Asociación para la protección de animales callejeros (Apac), de Avellaneda. “Más allá de las últimas fiscalizaciones, en las que nosotros participamos como veedores, todavía se pueden encontrar pájaros silvestres en la feria. Hay cardenales, rey del bosque, jilgueros, calandrias y reina mora. El comercio de fauna está regularizado, es cierto, pero hay animales que no se pueden vender. Y cuando se vende un animal existen condiciones que se deben cumplir. Se tiene que controlar el origen y el estado de esos animales porque, si no, puede provocar un problema sanitario gravísimo”, sostiene Arza.

La ley 14346 de Protección Animal establece una pena de prisión de 15 días a un año para aquel que “infligiere malos tratos o hiciere víctima de actos de crueldad a los animales”. Las asociaciones protectoras señalan que las aves son hacinadas en jaulas pequeñas y oxidadas, sin agua ni alimento suficiente, y a la intemperie.

Ubicada sobre la calle Emilio Zola, a un costado de la estación de trenes de Villa Domínico, sobre los fondos del Parque Los Derechos del Trabajador, en el partido de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, la feria abre todos los domingos desde bien temprano. Entre los puestos de ropa, comida y CDs, se arma la decena de carpas y tráiler con peces de colores y aves. Detrás de los puestos y de las jaulas descansan las camionetas con los baúles abiertos.

Es media mañana y una humareda proveniente de un puesto de venta de choripanes sobrevuela los toldos. Héctor, otro de los puesteros, dice que cada vez que le preguntan por alguna especie silvestre contesta que no. Que por ahora no. Que a lo mejor, en una de esas,  algún puestero tenga algo escondido ahí atrás, pero que él no. Héctor, unos cincuenta años, canoso, un aspecto llamativamente similar al vendedor del jilguero, también dice que la venta de animales silvestres es un delito menor.

Feria de Villa Domínico. Fotos Déborah Valado /ANCCOM

 

-Por qué no se meten con el narcotráfico y la trata de personas. No. Prefieren venir acá con las ecologistas y decir que hay maltrato. Yo tenía dos patos en una jaula y me los llevaron. En cambio vas por la ruta y están esos galpones llenos de animales y no les dicen nada. Así estamos. Así es Argentina- dice Héctor, en cuyo puesto, ahora, vende canarios rollers a 250 pesos, manones a 45 y codornices a 60. También tiene palomas, blancas y grises, que algunos se las llevan para preparar al escabeche, explica. Los compradores, por su parte, cargan a sus pájaros en bolsitas de papel y recorren la feria. Hay padres que caminan con sus hijos, familias enteras paseando, parejas, amigos, hombres mayores que preguntan por el precio de una cotorra australiana. Entre el canto de algunas aves, se escucha un tema de Abel Pintos.

“Las aves deberían estar en libertad –agrega el referente de Apac-. Ni siquiera deberían ser criadas para estar encerradas toda su vida. Por eso lo que pedimos es un cambio cultural, y que la feria de Domínico se cierre definitivamente”.

Vida y milagros en el Parque Centenario

Vida y milagros en el Parque Centenario

El arquitecto y paisajista francés Carlos Thays amaba las flores. En 1909 se cumplían en Argentina cien años de la Revolución de Mayo, y el gobierno quiso conmemorar la fecha con la creación de un parque. Entonces le ofrecieron a Thays diseñar un espacio verde en el centro geográfico de la ciudad. Carlos aceptó y se sentó en su escritorio, que daba a un ventanal. Dibujó formas en un papel, y cerró los ojos para ver cómo sería el paisaje. Imaginó un parque enorme, con arboleda, con flores, con caminos. En un papel cuadrado esbozó la ciudad, y en el medio de la ciudad hizo un círculo que llenó de verde. Sin saber que con ese gesto, estaría creando el centro geográfico de la capital.

Thays se enamoró de Buenos Aires, plantó 150 mil árboles en la ciudad, y creó más de ochenta parques en toda Argentina. Dejó una huella en el diseño de la urbe porteña, y se hizo tan conocido que lo llamaron  “el jardinero de Buenos Aires”. Ese apodo le sobrevive.

Por todo esto, en el medio de la ciudad de Buenos Aires hay un lugar que conmemora los cien años del mítico Mayo, y fue diseñado por ese francés que amaba las flores. Es un parque redondo con lago en el medio. El “jardinero francés” ya no está, pero quedaron los árboles, las flores, los caminos. Y el famoso lago, que es atracción general.

Es enero de 2015. Un hombre desparrama mayonesa con una trincheta sobre una feta de jamón cocido.

Una chica y su madre se acercan a un artesano y le entregan un mechón de pelo -de la chica- para que él teja una rasta.

Una joven con acento inglés pregunta dónde queda la calle Corrientes.

Una pareja se besa con pasión -las manos van y vienen- en un puesto de juguetes. La intimidad de la escena espanta clientes.

Una artesana que vende mapas pintados en tela, le pregunta -enojada- a su pequeña hija: “¿Vendiste América del Sur?” La nena la mira pasmada, y entrega ese gesto como toda respuesta.

Un hombre y dos mujeres intercambian opiniones sobre cortarle o no la cola al perro del hombre. Él dice –se defiende- que “eso ya pasó de moda”. Después mira para abajo, duda.

Un hombre que vende vestidos, toma uno y hace un bollito para demostrar que no se arrugan. Pasa todo el día haciendo bollitos. Y no, no se arrugan.

Un octogenario vende libros a precios de hace décadas: Capote 40 pesos, García Márquez 30, Galeano 20.

Un hombre armó su puesto plagado de avisos de ofertas, perchas que sobresalen, carteles que dicen “remato todo, nos vamos”. Y así está hace cuatro años: vendiendo que se va.

Todo esto sucede en el mismo lugar, a la misma hora. Parque Centenario, Villa Crespo, a las 16 horas de un sábado de calor.

Desde su creación, el parque Centenario pasó por distintas etapas. Es un lugar más donde los hombres y las gestas quedaron anquilosados, marcados como surcos en la tierra. Pero específicamente en el medio de ese parque pasó de todo. Thays había diseñado el parque en el medio de la urbe, como un corazón que bombea.

En 1953, el gobierno de Perón decidió construir un anfiteatro en la mitad exacta del parque: para fomentar la cultura, para que toque la orquesta, para que baile el ballet. Se lo bautizó con amor: “Anfiteatro Eva Perón”. Sin embargo, después de un tiempo, fue destruido en uno de los avances de la revolución libertadora. El anillo central volvió a ser virgen, espacio de nada. Pasaron casi veinte años y donde había estado el anfiteatro, la última dictadura militar decidió construir un lago. Durante la democracia, el lago se secó y así estuvo un largo rato. El anfiteatro, por su cuenta, fue reubicado cerca del lago y en 2009 volvió a sonar la música con tango y jazz. Actualmente, el parque está renovado, y en el lago hay una isla con vegetación, peces y patos. Las aguas están en calma.

Un día de septiembre de 2012, ante la mirada atónita de los transeúntes, los camiones estacionaron frente al parque y unos hombres bajaron con palas, bolsas, y barrotes. Los artesanos y puesteros miraron sorprendidos, no sabían a qué atribuir el movimiento. Cuando se enteraron, ya era tarde: el gobierno porteño había decidido enrejar el Centenario. Esta medida formaba parte de un programa de reformas de espacios verdes, llevado a cabo en más de setenta plazas y parques de la ciudad por el Gobierno local.

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El tema es polémico, la decisión del Gobierno no esperaba ser autorizada por los vecinos para implementarse, pero tomó a todos por sorpresa. Los del PRO fallaron en la manera de comunicarles la noticia a los feriantes, artesanos, y vecinos que sintieron las rejas como un atropello. Esos días y noches de 2012 fueron duros, y algunos vecinos se juntaron en el parque a reclamar, y sobre todo para expresar lo que sentían. Lo que ellos querían gritar era un gran no: a las rejas, a que cambien el parque tan querido.

Una de esas noches, la policía reprimió a los que reclamaban, y eso fue un golpe para los manifestantes.  Entonces, hubo más voces en contra que hicieron lo imposible para evitar que las rejas se colocaran (acamparon, hicieron convocatorias, solicitadas, juntaron firmas, carteles, banderas). Detrás de ese no a las rejas había dos cuestiones: el miedo de los puesteros a perder el lugar de trabajo, y el malestar de los vecinos que sentían que no iban a poder disfrutar del lugar por las noches.

Durante un mes los artesanos dejaron de trabajar para que se terminara la obra. El parque se enrejó con un vallado regular y una puerta con candado que se cierra todos los días a una hora estipulada. Hay seguridad y agentes de la ciudad custodiando la zona.

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Con respecto a los puestos de trabajo, se conservaron: los artesanos siguen en su lugar, y los de reventa fueron reubicados y organizados. Varios puesteros concuerdan que desde la colocación de las rejas y el cuidado intensivo del parque, la situación mejoró y hay más visitantes.

Los sábados, domingos y feriados, en el Centenario se arman dos ferias: la de artesanías, y la de reventa de objetos usados. Esos nombres –artesanías y reventa- son los que ordenan el espacio. Las dos ferias están ahí: juntas pero separadas. No se confunden, no se rozan. Los artesanos defienden su identidad de “cosas hechas a mano”, y si uno pregunta por la otra feria, la sienten muy ajena, muy distinta. Y con los de reventa pasa algo similar. Sin embargo, artesanos y revendedores, tienen algunas historias en común, además del espacio que comparten.

En los días estipulados, los puestos van apareciendo como flores que crecen. Primero llegan los armadores, que son quienes colocan los fierros del esqueleto metálico: el armazón de la feria. Ese esqueleto es como un gusano oxidado que hace una curva y rodea al parque por un costado. Después de un rato, llegan cientos de hombres y mujeres a preparar sus puestos.Con telas de colores, con mantas, con muñecos colgantes, cubren el esqueleto oxidado y lo adornan. Le dan cuerpo a la estructura.

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Los artesanos llegaron por primera vez al parque en los años ochenta, en la misma época en que volvía la democracia. Hoy tienen más de 30 años allí, y sus puestos son míticos, ubicados en uno de los ingresos principales del parque sobre avenida Díaz Vélez. Venden pulseras y collares de plata, anillos con piedras de colores, muñecos hechos con botellas, aros, escarpines, cuadros, inciensos, velas.

La organizadora de la feria de artesanos es una mujer fuerte llamada Silvia. Cuando habla, mira a los ojos y es franca. Se acuerda la fecha exacta en que llegó por primera vez a la feria: el 7 de julio de 1984. Pasaron 31 años, y después de tanto tiempo, Silvia no duda en decir: “lo mejor que me pasó fue ser artesana”. Cuenta que en los años ’80, era “la novedad de las ferias y en esos tiempos éramos 330 puestos, una de las ferias más grandes y lindas, y todos vendíamos muy bien”.

La feria de reventa, por su lado, nació hace más de quince años. Se creó cerca del año 2000, en parque Rivadavia, y fue el tronco al que muchos se agarraron para no hundirse en la crisis. Mientras algunos reclamaban con cacerolas, hubo otros que salieron a la calle con zapatos, carteras, muñecos, tortas: querían venderlos. Otros ofrecieron lo que sabían hacer: afilar cuchillos, cocinar empanadas, dibujar retratos, arreglar carteras. Había personas que llegaban con bolsas cargadas de objetos y un solo objetivo: venderlo todo. Pusieron las cosas sobre mantas, alguno se trajo una mesa, y esperaron. Entonces llegaron otros con bolsas vacías y un solo objetivo: comprar barato.

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Luis está en la feria de artesanos, pero llegó con la camada del 2000, con unas carbonillas en la mano, un banquito y unos dibujos para mostrar lo que sabe hacer: retratos en el momento. Caras, gestos, y sonrisas en líneas grumosas de carbonilla. Es un dibujante que ofrece sus retratos por 80 pesos. Vive a tres cuadras del parque, ganó su lugar  por concurso y está hace 15 años. Dice que pasaron muchas épocas, que hubo momentos donde hacía ocho retratos por día, y no paraba de dibujar, pero que hoy hace dos o tres con suerte.

En un momento estuvo mal de la vista: “Veía todo gruma, tenía gelatina en los ojos. Y así fui a visitar a mi hija y a mi nieta a Australia”. Él, que se pasa la vida dibujando caras, captando los detalles de un rostro, cuando tuvo que ver a su nieta, llegó a un país extraño con gruma en los ojos. Pero dice que a ellas las pudo ver, porque las tuvo cerca.

Matías es un artesano que hace pulseras, anillos, dijes y colgantes en plata y alpaca. Tiene el puesto hace siete años y vive de la venta de sus productos. Hace rastas con soltura, como si tejiera escarpines, y explica con paciencia cómo hay que dejar la punta del pelo para que la rasta se pueda colocar. Siempre tiene una sonrisa amable.

De ese primer grupo espontáneo que nació en parque Rivadavia, muchos migraron hacia el Centenario. Los primeros que llegaron se ubicaron en el corazón del parque, cerca de las canchas, y con el paso del tiempo se reubicaron en las calles circundantes, más cerca de peatones y curiosos. En la actualidad, los puestos de reventa están ubicados en uno de los costados del parque, hasta el hospital Naval. La variedad de objetos que se ofrecen incluye corazones de goma espuma, cuchillos antiguos, plantas decorativas, juguetes usados, camperas de nieve, monedas de colección y discos originales.

Diego tiene un puesto de reventa de juguetes nuevos, y colecciona años de vender en ferias porteñas. Estuvo en parque Rivadavia vendiendo vinilos, con el grupo fundador.  Cuenta que allí “las cosas se desmadraron y me vine al Centenario a vender objetos variados en la primera feria improvisada, donde se vendía lo que fuera”. Después de un tiempo se organizó la feria y se establecieron ciertos requisitos para tener un puesto. Diego es disc jockey y hace muchos años se mantenía vendiendo vinilos, pero si uno le pregunta ¿lo tuyo es la música?, responde que no.

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Don Franco vende pulseras, anillos y colgantes de plata y oro. Habla con un acento italiano inconfundible y trabaja con otro señor. Cuando alguien le compra algo, Don Franco le da su palabra: promete que si se llega a arruinar, él devuelve el dinero, o lo cambia por otra cosa. Pero está seguro de lo que ofrece: cuando alguien le compra, lo despide diciendo “te vas a hacer fanático, te lo aseguro: vas a volver”.

Y quizás eso es lo que se respira entre los puestos, un aire que dice vas a volver, que se repite en silencio mientras se venden helados, monedas, zapatos, películas. El parque tiene algo que imanta, quizás la variedad de puestos, o la amabilidad de algunos, o los precios, o todo eso junto. Es como si Thays lo hubiera planificado para que así sea: que uno vaya al parque y sienta que hay algo indefinible que le dice: andá tranquilo, ya vas a volver.