De la tierra a su mesa

De la tierra a su mesa

Una vez por mes, se organiza la Feria Agroecológica de Jáuregui.

A 80 kilómetros de distancia de la ruidosa y desenfrenada Buenos Aires, en los terrenos que se extienden a lo largo y ancho del Acceso Oeste, se abre paso la localidad de Jáuregui, lugar de tierras fértiles para la siembra.

El viento frío de la madrugada del sábado acompaña los primeros rayos de sol que cae sobre los hogares habitados por las familias de productores de la colonia Darío Santillán, quienes se preparan desde muy temprano para dedicarse a cosechar y seleccionar cuidadosamente los alimentos para llevar a cabo la Feria Agroecológica que cada mes organizan. “Si nos llueve, organizamos el edificio y lo hacemos allí”, resalta Frank Ramos, uno de los líderes de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), boliviano,  que vive hace más de 20 años en Argentina.

Mauro y su hijo de 8 años se preparan para la cosecha. Entre mate y galletitas terminan de equiparse con lo necesario para salir de casa. Caminan por el sendero que lleva al primer sector de siembra. Bien abrigados y con botas de lluvia, penetran con mucho cuidado entre los cultivos de verdeo y puerro y comienzan el armado de paquetes para los 18 bolsones que vendrán a buscar los compradores fijos que tiene la colonia. Esa cosecha que se hace de manera prolija y que lleva su tiempo para realizarlo de manera cuidadosa parece un verdadero arte. Mauro y su hijo no son los únicos. A la distancia se saludan con familias que se encuentran haciendo la misma dedicada tarea con la lechuga, el repollo, el perejil, el cale. En varias idas y vueltas, con carretillas llenas, se logra tener listo lo necesario para darle apertura a la Feria.

Los productores reclaman mayor apoyo del Estado.

“Yo me desvinculé de los productores que están trabajando en La Plata para dedicarme a la agroecología. Esto es diferente porque en el trabajo de la tierra, la renta no te permite mantener la lógica de la agroecología ya que los alimentos tienen que ser manipulados para que se logre mes a mes conseguir el pago del alquiler de las tierras”, comenta Frank mientras recorre los cultivos. Los alimentos, sin ser tratados, tardan en cosecharse entre dos y tres meses.

Esta forma de trabajo hace que Frank se sienta feliz, pero piensa que se puede hacer mucho más, ya que si bien las tierras en las que ahora se dedican a trabajar fueron producto de un convenio logrado en el gobierno anterior, reitera que no cuentan con el apoyo suficiente para poder trabajar dignamente. “Necesitamos más herramientas, como palas por ejemplo. Todo lo que hemos logrado armar es de producción propia, con materiales conseguidos por nosotros como es el sistema de riego”, afirma mientras señala los caños de agua que recorren las parcelas. “Queremos más apoyo del gobierno, que compren nuestras cosechas para poder crecer”, asegura.

Raquel es otra de las productoras que habitan en la colonia. Sus hijas Thalia y Cristina viven en La Plata y cada vez que se realiza la Feria deciden viajar seis horas en colectivo para acompañar a su madre. Preparan las mesas y las verduras que serán vendidas y disfrutan con los chicos de las visitas de los compradores. Así pasan el resto del día. Ellas se cuentan las nuevas noticias, se ríen, conversan, mientras los más pequeños juegan a la pelota en una canchita frente a la iglesia. El domingo nuevamente emprenden la travesía de regreso, muy temprano, para lograr descansar lo que queda de la tarde y así el lunes a primera hora llevar a los chicos a la escuela.  

El sistema procura que el consumidor pague un precio más barato y el productor reciba un valor justo.

Así se va llevando a cabo una nueva versión de la Feria. Un sistema de comercialización que intenta llegar cada vez a más personas, en el que las lógicas de venta directa permiten no solamente eliminar intermediarios que hacen que los precios se encarezcan y el consumidor tenga que pagar un precio más alto sino que permite abonar un valor justo al productor por su dedicado trabajo.

Daniel Cacciutto lidera el proyecto llamado Más Cerca Más Justo, que trabaja de la mano de UTT. Considera que es importante que conozcamos de dónde vienen los alimentos que consumimos ya que sostiene que “el alimento es una necesidad básica, en donde la comercialización tiene que estar al servicio de la comunidad y donde nosotros como sociedad nos tenemos que involucrar en entender cómo es ese proceso, en conocer quiénes son esos productores y que se motive la pequeña producción de alimentos”. El proyecto cuenta con un galpón en el Mercado Central, en donde converge con otros emprendimientos como son Mercado Territorial, de la Universidad de Quilmes, También Me Copo, del frente Popular Darío Santillán, Almacoop, de Nuevo Encuentro y Todos Comen, un proyecto pensado para llegar a las clases más marginadas. Trabajan con la misma lógica, en donde se valora el vínculo directo con el productor y se busca mejorar los canales democráticos para la comercialización de sus productos y lograr un precio justo tanto para quien produce como para quien consume.

Las formas de comprar los alimentos varían con el surgimiento de nuevos proyectos que apuestan a mejorar la calidad de vida de aquellos que labran con sus manos las tierras, dedican horas de cuidado y paciencia a cada plantación, sufren cuando el clima no es favorable, disfrutan al ver brotar sus frutos, dedican horas enteras, momentos de sus vidas, a producir para ellos y para todos.

Libros libres

Libros libres

La sexta edición de la Feria de Editores tendrá lugar los próximos 9, 10 y 11 de junio en Santos Dumont 4040 con entrada libre y gratuita. Contará con 140 editoriales de Argentina, Chile, Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela. Sus organizadores, Víctor Malumián y Hernán López Winne, integrantes de Ediciones Godot, en diálogo con ANCCOM cuentan sobre las principales actividades de esta nueva edición y el recorrido de un espacio cultural que continúa creciendo.

La propuesta, relataron, surgió con el objetivo de construir un espacio propio donde las editoriales autogestivas, independientes o comunitarias puedan encontrarse y también llegar a un público cada vez más amplio. Inicialmente realizaban la Feria en la sede de FM La Tribu, junto a quince editoriales de amigos y conocidos; con el correr de los años este espacio fue creciendo y emergió la necesidad de planificar, organizar y afrontar nuevos desafíos. “Queríamos construir un espacio propio en el cual poder dialogar con el lector de manera directa. Queríamos un espacio donde nosotros pusiéramos las reglas y las normas”, aseguró Malumián.

En la edición anterior, que tuvo lugar en la Galería de Arte Central Newbery, se acercaron unas seis mil personas y se presentaron alrededor de 85 editoriales. Para este año se cree que la convocatoria puede ser más amplia, dado que se han incorporado editoriales del interior del país y también del extranjero. Cada editorial aborda diversos campos temáticos, como cocina, música, infantiles, cine, ensayo y filosofía, ficción, no-ficción, entre otras.

Para esta nueva convocatoria los organizadores diagramaron un “salón de derechos”, en el cual participarán invitados de España. “Para nosotros fue algo muy difícil de pensar –declaró Malumián-. Lograr construir un espacio dentro de la Feria que esté destinado al intercambio de conocimientos, de derechos y de saberes muy propios de las editoriales de nuestro tamaño. Lo pensamos imposible, pero sin embargo pudimos hacerlo”.

Hernan López Winne y Víctor Malumián creadores de la Feria de Editores parados en el medio de la calle.

Víctor Malumián y Hernan López Winne: “Queríamos construir un espacio propio en el cual poder dialogar con el lector de manera directa; donde nosotros pusiéramos las reglas y las normas”.

Respecto al crecimiento que experimentó el espacio, cree que uno de los factores fundamentales es la emergencia de diversas editoriales que han ido constituyéndose en estos años. Para esta edición, alrededor de 300 de ellas se pusieron en contacto para participar. “Por otra parte, creemos que la Feria ha logrado superar cierto núcleo endogámico, en el cual nos encontrábamos y hablábamos con quienes ya nos conocían –comentó Malumián-. Estamos logrando llegar a un segundo círculo, en el que quizás la persona no tenga por qué distinguir entre una editorial y otra, por ejemplo, sino que simplemente va a buscar un libro que le interesa. Frente a esto y a la emergencia de muchas nuevas editoriales, es que entendemos el crecimiento del espacio”.

En relación a la participación de editoriales del extranjero, aseguran que fue algo que les llamó la atención. “En un primer momento nos daba miedo, les enviábamos fotos para que vean que los ´stands´ eran mesas donde poníamos libros –relató López  Winne-. Sin embargo nos decían: ´Nosotros vamos´. Algunos de ellos, incluso, ya nos dijeron que quieren estar presentes para la próxima”.

Los criterios que emplean para la selección de editoriales se nuclean en dos ejes principales. Por un lado, se respeta que las editoriales que participaron en ediciones anteriores puedan volver a participar. En segundo lugar, se prioriza en función del abordaje temático, es decir, aquellas áreas que quizás no estén del todo cubiertas. Por otra parte, uno de los desafíos que quieren asumir hacia próximas ediciones radica en constituir un cuerpo de editores que asuma la selección de los sellos que participarán de la Feria.

Las actividades planificadas en esta edición constan de siete charlas, distribuidas en los tres días de la exposición y la firma de ejemplares el sábado y el domingo. Dentro de éstas actividades se destacan el cierre de la Feria a cargo de Luis Gusmán y Eduardo Grüner, como así también la charla “¿Por qué no logramos una toma de conciencia y un accionar real sobre la violencia de género?”. Finalmente, los editores reflexionaron en torno al debate abierto en relación a la crisis de la venta de libros y su desplazamiento por parte de las nuevas tecnologías. “Creemos que son soportes distintos y que cada uno va encontrando su tiempo y su lugar –concluyó Malumián-. Para algunas publicaciones quizás sea más conveniente utilizar herramientas de las nuevas tecnologías y para otros no. Creemos que se repite un poco el viejo cuento de ‘la radio murió cuando llegó la tele’”.

Hernan López y Víctor Malumián posando para la foto.

«El crecimiento de la Feria se da por la emergencia de diversas editoriales que han ido constituyéndose en estos años».

Actualizada 08/06/2017

Consumo cuidado

Consumo cuidado

Hay una feria en la Ciudad de Buenos Aires donde la relación compra y venta es más justa para las partes involucradas y donde se construye un feedback más enriquecedor que el del frío hábito de proveerse en el supermercado, con sus productos industrializados a precios remarcados. Se halla un tanto escondida en la inmensa urbanidad. Por eso hay que buscarla guarecida en un enorme pulmón verde. La Feria del Productor al Consumidor cobra vida el segundo fin de semana de cada mes en el predio que comparten las facultades de Agronomía y de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires (UBA). El acceso es gratuito, de 10 a 19, por Avenida San Martín 4453 o por Avenida de los Constituyentes 3454.

La iniciativa se lanzó en octubre de 2013, fruto de la articulación de profesores y estudiantes de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CALISA) con los productores que se animaron a vender, sin intermediarios, su mercadería. “La feria se rige bajo las bases de una economía social y solidaria, una producción artesanal y responsable con el medio ambiente, la soberanía alimentaria y la alimentación saludable”, comenta Pablo Callegaris, uno de los organizadores.

El segundo fin de semana de cada mes en el predio que comparten las facultades de Agronomía y de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires (UBA), se puede visitar la feria.

Los feriantes deciden todo en una asamblea mensual y, a su vez, se dividen en distintas comisiones para garantizar el mejor funcionamiento del espacio.

Todos los caminos del inmenso terreno fueron bautizados con el nombre de las plantas que los bordean. En el llamado Las Casuarinas se extienden, de lado a lado, a través de unos 150 metros, los puestos de unos cien expositores. A mitad de esta calle, protegida por una larga cortina forestal, se ubica la Carpa Cultural, en cuyo interior se emite el programa de radio abierta “Feriate Conmigo”. La transmisión anuncia charlas informativas para los adultos y actividades culturales para que jueguen los chicos mientras aprenden sobre derechos humanos.

Detrás de esta tienda roja, están distribuidas ­a izquierda y a derecha del mástil del Pabellón Central­ mesas y bancos de madera. Sentados allí están los comensales que hace un momento retiraron de los puestos gastronómicos hamburguesas, tartas, empanadas, panes rellenos, cerveza casera, jugos, licuados de fruta fresca y tés saborizados. “Se come rico, saludable y barato”, comenta Florencia, quien es habitué del mercado, y añade: “Sentís que estás siendo parte de un colectivo de consumo y que además terminás favoreciéndote con productos que no se consiguen en cualquier lado”.

En esta feria, «se construye un feedback más enriquecedor que el del frío hábito de proveerse en el supermercado, con sus productos industrializados a precios remarcados».

También hay familias y grupos de amigos que se acomodan en el amplio césped del establecimiento. Toman mate, juegan a la pelota, pasean a sus perros o practican capoeira. Para ellos, durante ese día, el mundo se condensa allí; parecen ajenos a la bocina que anuncia el arribo del tren del Ferrocarril Urquiza a la estación Arata, cuyas vías delimitan la extensión de la feria.

Callegaris explica la razón de los precios justos que pueden encontrarse en este mercado social: “Al acortar la cadena de comercialización hay una repercusión menor en el precio final. Son precios acordes con los costos de producción. Le permiten al visitante llevarse un producto a precio justo y al productor le garantiza condiciones de vida aceptables, que van de acuerdo a su esfuerzo y su trabajo”, explica el miembro de CALISA.

Yésica Diomedi es egresada de Agronomía, hace artesanías de cerámica e integra la Cooperativa Morón SurCo Huerta Agroecológica. Para ella este “es un espacio de revalorización de los vínculos y de reencuentro con la universidad que tantos buenos recuerdos me ha dejado”. También constituye la posibilidad de desarrollar proyectos de trabajo a partir del vínculo que pudo establecer con otros productores. “Y así se ramifican los sueños en ideas, un esfuerzo que más tarde dará trabajo”, sintetiza Yésica.

“Al acortar la cadena de comercialización hay una repercusión menor en el precio final. Son precios acordes con los costos de producción», explica uno de los organizadores.

En la mayoría de estos puestos el visitante se lleva algo más valioso que mercadería a buen precio. El stand del Taller Reverdecer vende productos que han sido elaborados por internos de la Unidad Penal número 47 de San Martín. María Marta Bunge explica que se trata de acercar al público y a los estudiantes el esfuerzo de grupos que permanecen indiferentes para la mayor parte del conjunto social. “Ofrecemos productos elaborados a partir del trabajo de jardinería, costura y cerámica, y ­somos sinceros­ no ofrecemos productos de gran calidad, pero esto sirve para visibilizar la realidad de los presos: ellos no son violencia”, puntualiza la secretaria de CALISA.

En el Kiosko Saludable Veni­UBA, Lucía improvisa unos acordes con su ukelele. Su amiga Mariel Sposato, mientras, dialoga con ANCCOM: “Llevamos a la práctica una concientización sobre el tipo de alimentos que ingerimos. Mostrar que es posible una alternativa alimenticia por fuera de la industria y del envasado”. El kiosco nació del trabajo en conjunto de estudiantes de Nutrición y de los docentes de CALISA. “Buscamos preparaciones sencillas y accesibles que puedan ser realizadas en cualquier hogar. También tenemos el proyecto de un recetario”, comenta Mariel. Consideran este espacio, además, un medio para poder terminarsus estudios. “Nos sirve como experiencia laboral y nos da ganancia porque lo que vendemos es para cada uno de nosotros”, concluye.

Detrás de Carina Centurión se observa el enorme cartel esmeralda de la organización El Puente Verde, la cual desde el 2000 trabaja con personas con problemas psíquicos, económicos y sociales, y que encuentran dificultades para insertarse al mercado laboral. “Apostamos por una agroeconomía social y solidaria que suponga un cambio de paradigma y una alternativa frente al agronegocio expulsivo y destructivo. Para esto necesitamos políticas públicas que acompañen”, comenta Carina, integrante también de la comisión de Prensa y Difusión de la feria.

«En la mayoría de estos puestos el visitante se lleva algo más valioso que mercadería a buen precio».

María Elena Salas vino desde Chile en su juventud, hoy es miembro de esta cooperativa y asegura que el tipo de público que asiste a este mercado está asociado con los ideales de la organización y “suele ser afín a los proyectos sociales”.

Los libros también están presentes a través de las cooperativa Muchas Nueces, dedicada a la literatura infantil con temática social y solidaria, y la Editorial Tierra del Sur, con un catálogo de autores con orientación anarquista, izquierdista, y en favor de los derechos de género.

Claudia Nigro ejerce la docencia en Medicina Veterinaria y participó como invitada en CALISA. En esta oportunidad, acudió a la feria como visitante y destaca la importancia del contacto fluido, cara a cara, entre los ciudadanos que se dan cita para evaluar la posibilidad de consumir alimentos sanos, seguros y soberanos.

“Estos productos provienen de una matriz productiva diferente a la de los alimentos industrializados y que se hace a costa del planeta”, explica. Claudia proviene del sur de Santa Fe y considera que los porteños deberían apreciar la existencia de una feria como la de Agronomía. “En Casilda, mi ciudad, este tipo de ferias no existe porque las tierras están siendo utilizadas para la agroexplotación intensiva. Es por eso que espero que la aprovechen”, remarca.

El sol ha caído con su luz, las sombras de los feriantes se desvanecen al tiempo que sus coloridos puestos se desarman en caballetes, hierros y tornillos.

Hasta el próximo mes, los visitantes saciaron su necesidad de más alternativas comerciales solidarias, a precios justos y en beneficio del planeta.

La iniciativa se lanzó en octubre de 2013, fruto de la articulación de profesores y estudiantes de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CALISA) con los productores que se animaron a vender, sin intermediarios, su mercadería.