«Vamos a salir adelante»

«Vamos a salir adelante»

Los trabajadores de La Nueva Avan, la fábrica de autopartes recuperada por sus trabajadores, no se amilanan por los anuncios de Milei. «Pasamos el gobierno de Macri y la pandemia con perseverancia», dicen.

Maximiliano Ponce de León, socio de la cooperativa.

La Nueva Avan es una empresa nacional autopartista con una característica distintiva: fue recuperada por sus propios trabajadores en momentos de crisis. Es productora de barras, rótulas y extremos de dirección para los trenes delanteros de los vehículos, y se encuentra ubicada en la localidad de Villa Rosa, zona norte de la provincia de Buenos Aires. Comercializa sus productos con importantes marcas de la industria automotriz como Ford, Peugeot, Chevrolet, Toyota, entre otras, y hacia diferentes provincias a lo largo y ancho del país.

Corría 2009 cuando los empleados de la planta comenzaron a notar maniobras de vaciamiento en la empresa por parte de los anteriores propietarios. Jorge Cabello, antiguo trabajador autopartista de Avan, hoy presidente de la cooperativa, comenta: “Ingresaba la materia prima, producíamos y cumplíamos con las entregas, pero a nosotros no nos pagaban, no nos hacían los aportes jubilatorios, nos debían aguinaldo, vacaciones y casi todos los días venían los proveedores a reclamar porque nadie les había pagado. Se notaba que se estaba vaciando la fábrica”.

Jorge Cabello, presidente de la cooperativa.

Ante el repentino aviso del cierre de la planta, el personal decidió tomar el lugar para emprender un periodo de ocho meses de lucha y defender así sus puestos de trabajo. El pedido de desalojo por parte de los propietarios implicó que los trabajadores se vieran imposibilitados a moverse del predio. Inmediatamente se realizaron colectas impulsadas por el municipio de Pilar para juntar alimentos y abastecer a los empleados. Esta comida era racionada por los propios trabajadores y reenviada a sus casas para proveer a sus familias, que se encontraban privadas de su principal fuente de ingresos debido a las faltas de pago.

En el transcurso de esos ocho meses de tensión y negociación, se trató de recuperar la empresa mediante un proyecto enviado al Congreso, que en última instancia fracasó por la negativa del entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Agotadas las instancias legislativas las partes lograron llegar a un acuerdo. “Finalmente los abogados de los propietarios del predio y los trabajadores acordaron que los dueños se hicieran cargo de los gastos de mudanza de la maquinaria hacia la nueva locación de la fábrica, y también lograron negociar una suma de dinero extra para que la empresa pudiera comenzar a producir”, explica Maximiliano Ponce de León, socio de la cooperativa.

Ya en manos de los trabajadores, se decidió formar una cooperativa para administrar la fábrica. Actualmente cuenta con treinta socios, de los cuales ocho pertenecen a aquella camada que decidió dar la lucha necesaria para recuperar la empresa. Desde entonces, La Nueva Avan no para de crecer. Con el correr de los años han logrado incorporar maquinaria de última generación que le permite a la fábrica generar más puestos de trabajo, cumplir con la demanda de los clientes y mejorar la calidad del producto para mantenerse competitivos en el mercado.

“La idea es que la fábrica sea no solamente un lugar de trabajo, sino también un lugar socialmente comprometido con el progreso. Nosotros teníamos un socio que se nos fue hace poco, era un chico que venía de Venezuela, que no tenía conocimientos de nada relacionado al rubro, pero en un año aprendió a manejar torno, se especializó en programar y hoy está trabajando en una fábrica del parque industrial en donde tiene un sueldo acorde a sus capacidades. Eso para nosotros es un logro y un orgullo. Era un chico que potencialmente no tenía salida laboral, y al día de hoy logró una especialidad en tornería, que es una formación que se está perdiendo y nosotros buscamos fomentar”, agrega Maximiliano.

Durante los primeros cuatro años la cooperativa se orientó en la reorganización de la fábrica y en volver a generar confianza entre los clientes que dudarán respecto a la calidad de los productos. Hoy, gracias al esfuerzo y empeño que le ponen cada uno de sus integrantes, La Nueva Avan se posiciona como una empresa con gran potencial y comprometida en recuperar sectores del mercado que se perdieron durante la transición.

Actualmente se dedica a vender a casas de repuesto, pero con la ayuda del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) la cooperativa busca ordenar la producción y cumplir las normas y requisitos necesarios para volver a colocar sus productos en las líneas de producción de importantes marcas como Fiat, Volkswagen, etc. La estrategia se está desarrollando a través de un proyecto basado en un programa para fortalecer cooperativas a través de capacitaciones sobre gestión, administración y documentación de la producción.

Considerando la importancia que tuvo y tiene la presencia de los diferentes organismos e instituciones estatales en estos casos, los socios de la cooperativa opinan sobre qué expectativas tienen sobre la gestión del nuevo gobierno encabezado por Javier Milei. “A mí me tocó ser presidente durante la gestión de Mauricio Macri y la piloteamos. Después ya con Fernández nos tocó transitar la pandemia y también pudimos sortear los diferentes obstáculos. Yo creo que esa perseverancia, esa voluntad de salir adelante, de trabajar y de no bajar los brazos nos encuentra hoy como fábrica comprando otra máquina para aumentar la producción”, dice Cabello.

“Es muy reciente todo, hay algunas cuestiones que nos alarman, como la del dólar, porque los precios están dolarizados, y entendemos que algunas políticas de las que se está hablando nos pueden perjudicar bastante, pero yo creo que lo peor es la incertidumbre. Hay que esperar una semana o dos y ver cómo va evolucionando todo esto y sobre la marcha decidiremos qué camino vamos a tomar”, agrega.

 

“No somos pesimistas. Creemos que poniendo el lomo se puede salir adelante. Es obvio que si mañana liberan la economía no vamos a poder competir contra los repuestos chinos de buena calidad. Hoy en día circula en el mercado interno el ‘chino malo’ y la gente ya sabe que esos repuestos duran poco tiempo. Nosotros hemos logrado generar mucha confianza porque hacemos productos de calidad, y eso funciona como una especie de garantía en algo tan delicado como es el tren delantero de un vehículo”, dice, por su parte, Ponce de León.

“Nosotros a cada socio nuevo que entra a trabajar acá le explicamos que en La Nueva Avan cuidamos la vida de las familias. Si nuestras rótulas se rompen en velocidad, se puede matar una familia entera, entonces nuestras normas de calidad son muy rigurosas. La gente sabe que compra calidad y nos elige por su seguridad. Entonces frente a un repuesto malo nos vamos a superponer y la vamos a sacar adelante como sea, pero si se libera la economía a lo loco y entran otros competidores se puede complicar”,  reconoce.

Cerámica Neuquén, en peligro

Cerámica Neuquén, en peligro

El Juzgado Laboral Nº 1 de la provincia patagónica ordenó el remate de las instalaciones de la fábrica recuperada por sus trabajadores.

Numerosas organizaciones sociales y partidos de izquierda de la Unidad Piquetera Nacional reclaman contra el remate de la fábrica recuperada Cerámica Neuquén, anunciado para el 27 de octubre. Tras el abandono de sus dueños, la fábrica del Parque Industrial de la capital provincial opera desde el 2014 bajo la gestión de una cooperativa obrera, sin embargo un juez laboral dispuso el remate para pagar las indemnizaciones del grupo de trabajadores que no participó de la ocupación. A diferencia de otras empresas ocupadas y gestionadas por sus trabajadores, como la emblemática Zanon en esa misma ciudad, nunca logró la expropiación porque el proyecto presentado por el FIT en 2018 nunca fue tratado por la Legislatura.

La semana pasada, trabajadores de la fábrica se movilizaron en el oeste de la capital neuquina con el objetivo de mostrar su rechazo ante el remate de la fábrica, que pone en jaque el destino de sus empleados. Los reclamos continuaron al día siguiente y se llevaron a cabo en distintos puntos del país, con la finalidad de visibilizar la delicada situación de los 80 trabajadores y trabajadoras de Cerámica Neuquén.

La planta, dedicada a la producción de cerámicos en pisos y revestimientos, atraviesa una difícil situación. Cerámica Neuquén, que en la actualidad es administrada por la cooperativa Confluencia Ltda, posee una deuda millonaria con la central eléctrica Calf, que ronda los 83 millones y el pago aún no se ha negociado. 

 

Los manifestantes abogan para que no se suscriba el preacuerdo entre las partes, que incluye a los ex dueños y a los ex trabajadores, dado que éste supone el cierre de una empresa que representa el sustento vital de una gran cantidad de familias. Se exige que las autoridades brinden una respuesta que permita que la fábrica siga funcionando y no perjudique los puestos de trabajo.

La ausencia del servicio eléctrico por decisión de Calf, que se extendió por un plazo de dos semanas, impidió a la empresa producir y esto repercutió enormemente en sus ingresos. Además, significó importantes pérdidas y daños en las máquinas por el parate sin planificación de las líneas. “Los cortes de energía provocan daños muy fuertes dentro de la fábrica: el horno, donde se cocinan los cerámicos, tiene unos rodillos comprados en Brasil por casi 40 dólares cada uno. Entran unos mil doscientos y muchos se partieron por el enfriamiento del horno, de modo que el impacto es muy duro. Va a llevar un par de semanas poner la producción al mismo nivel que teníamos antes del corte”, explica Andrés Blanco, obrero ceramista de la planta Zanon (hoy Fa.Sin.Pat.) y diputado provincial por el Frente de Izquierda, en diálogo con ANCCOM.

“Estamos inmersos en un sistema que intenta ahogar las experiencias de lucha de los trabajadores. En Zanon, hace unos años, la empresa de energía de Neuquén nos cortó la luz como castigo por acompañar la lucha de los trabajadores de la salud. Hoy queremos acompañar a Cerámica Neuquén y pelear para que se mantengan los puestos de trabajo. Toda la industria ceramista en Neuquén está autogestionada. Todas y cada una de nuestras luchas nos representan como trabajadores y como hermanos de clase”, agrega Blanco.

El pasado lunes 11 de septiembre, tras llegar a un acuerdo con Calf, se llegó a la restitución de la energía eléctrica. Desde el grupo de trabajadores comentaron que se logró el cambio de titularidad del medidor a nombre de la Cooperativa Confluencia, lo que les ha posibilitado pelear por una tarifa diferencial para las gestiones obreras. No obstante, el problema principal sigue a la vuelta de la esquina. El remate fue ordenado para el 27 de octubre a las 11 de la mañana por el titular del Juzgado Laboral 1 de Neuquén, Víctor Cosentino, quien se jubiló días después de decretar la subasta de la fábrica y aprobar la solicitud de remate. Por su parte, los trabajadores afectados se preparan para enfrentar el que parece un peligro inminente, que pone en riesgo sus situaciones de vida. 

Hay salida

Si bien el gobierno nacional abrió un canal de diálogo en el Congreso para tratar este tema, hay un obstáculo sumamente crucial. “Nos piden que firmemos un acuerdo, pero el gobierno provincial de Neuquén no colabora, con la excusa de que la actual gestión del MPN (Movimiento Popular Neuquino) ‘está en retirada’ debido a la inminente asunción de Rolando Figueroa el próximo 10 de diciembre. Hay un vacío y requerimos una respuesta urgente” sostiene Blanco.

Los diputados del Frente de Izquierda reclamaron al Ministerio de Economía de la Nación por la situación que está atravesando Cerámica Neuquén. El texto que presentaron también acompaña el reclamo de concreción de la propuesta presentada en 2020 por Cerámica Neuquén SA, en función de efectuar el pago de indemnizaciones a sus antiguos empleados, ya acordadas con los antiguos dueños de la empresa. “El Ministerio de Economía de la Nación tiene una gran posibilidad de destrabar esto. El lote del crédito que solicitó la empresa antes de irse lo tiene essa dependencia. Ellos pueden autorizar la suspensión del remate”, afirma el diputado provincial.

Asimismo, Blanco argumenta que el deseo subyacente del Sindicato de Ceramistas consiste en poner las fábricas al servicio de un gran plan de obras públicas. “Se lo venimos demandando al gobierno provincial hace tiempo. Es lo que la sociedad demanda. Acá en Neuquén hay más de 200.000 familias que no tienen vivienda. Son la desigualdad y la precarización las que se han ido profundizando con el correr de los años. Si se cierra una fábrica, es un crimen. Nos estamos preparando para lo peor, pero en definitiva queremos evitar que pase”.

Más de ochenta familias se encuentran en peligro de perder su sustento vital y hay un temor irrefrenable al desalojo, pero es imposible dejar de pensar, por sobre todas las cosas, en la amenaza que supone a los avances de las gestiones obreras la posibilidad del cierre de Cerámica Neuquén. 

 

La diputada y candidata a la presidencia de la Nación por el PTS en el FIT-U Myriam Bregman sostuvo que es esencial actuar frente a la situación actual, que bien podría ser un peligroso antecedente contra las fábricas recuperadas que se sostienen a pulmón. “Hoy, mientras se aplican tarifazos impagables que ponen en peligro la continuidad de la producción, la provincia de Neuquén es escenario de lo que podría ser un peligroso precedente contra la experiencia de estas fábricas”.

Además de ser la principal fuente económica de familias enteras, Cerámica Neuquén guarda un profundo valor emocional para quienes allí trabajan con esfuerzo y dedicación. Luego de 42 años de funcionamiento, hoy más que nunca reinan el miedo y la incertidumbre en cuanto al futuro próximo. No obstante, los empleados no están dispuestos a bajar los brazos y cesar sus reclamos.

“Debemos seguir luchando. Nadie debe convencernos de que la solución es agachar la cabeza. Es un orgullo para mí estar representando trabajadores y trabajadoras que tienen la convicción de no resignarse. Estas familias trabajadoras que van a dar todo por no quedarse en la calle son las verdaderas protagonistas de esta historia” sostuvo con ímpetu Blanco, alentando a sus compañeros y compañeras a no abandonar en estos tiempos difíciles.

La lucha de Cerámica Neuquén se remonta a varios años. Cuando en 2020 el juzgado de Primera Instancia en lo Laboral dio la orden de avanzar en la tasación y remate de la planta de Cerámica Neuquén, miles de trabajadores salieron a expresar su repudio y solidaridad en todo el país. Las manifestaciones llegaron a Buenos Aires con una enorme movilización en el Obelisco, resuelta en el Encuentro Nacional de Fábricas Recuperadas, y de la que participaron Madygraf, Fasinpat, Ansabo y otras gestiones obreras. En el lugar de la protesta, Madygraf repartirá de manera gratuita sanitizante de alcohol producido por ellos mismos, porque la marcha ocurrió en plena pandemia.

Un museo vivo

Un museo vivo

IMPA, una fábrica recuperada por sus trabajadores, que se transformó en un centro de iniciativas culturales, una escuela primaria, un bachillerato, la Universidad de los Trabajadores y ahora también en un Museo de la Cultura del Trabajo. Ruido de maquinarias, aromas a tintas y obreros con mamelucos son parte de la muestra.

Martillazos y el ruido metálico de máquinas en acción. Esos son los primeros sonidos que se escuchan al atravesar el portón del Museo IMPA. En vez del silencio reflexivo, retumba la sinfonía descoordinada de las tapadoras y los engranajes. En vez de vitrinas que cubren las máquinas casi centenarias, están sus trabajadores manipulándolas, sacando nuevos pomos de aluminio al mundo. En vez de la pulcritud brillante, la tinta y el esmalte embarran el piso de este museo.

Aquella cristalización de la cultura de la que hablaba el historiador británico Peter Burke cuando se refería a la tradición convertida en museo entra en conflicto con el proyecto de IMPA. ¿Hay lugar, entonces, para algo más que historia muerta en un museo? “Este museo tiene que ver con lo vivo, porque estamos en un espacio donde todo el tiempo estamos produciendo”, abre las puertas Vanesa Zito Lema, socióloga y responsable del área de Relaciones Institucionales del espacio autogestivo.

Sobre Querandíes al 4288, en pleno barrio porteño de Almagro, Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentina (IMPA) es sede desde hace tiempo de diferentes iniciativas, como Barricada TV,  las Ferias del Libro Independiente y de espectáculos culturales como la ópera proletaria de Lírica Lado B. Así también, la fábrica alberga proyectos cooperativos y autogestionados: un centro cultural, un bachillerato popular, una escuela primaria, la Universidad de los Trabajadores y el Museo de la Cultura del Trabajo y la Identidad Obrera. Su fachada insoslayable está cubierta de dibujos y letras grandes que rezan: “Cultura, Trabajo, Resistencia, Educación”.

“Es el ruido, el olor, los colores, los movimientos. Por eso nosotros siempre decimos que es un museo vivo’”, cuenta Margarita Robertazzi, directora del espacio, mientras avanza por la fábrica. Enseguida advierte que esta no es una calificación museológica: “Todos los museólogos nos dicen que eso no existe. ¡Yo los invito a conocerlo!”.

“Este museo tiene que ver con lo vivo», describe Vanesa Zito Lema.

Ocupar, resistir y producir

A finales de 1997, ante una crisis galopante que derivó en una política de vaciamiento, comenzó la ocupación. La toma, que duró unos cuantos meses sin gas ni luz, contó con la amenaza de desalojo de la policía e intentos de espionaje, pero también con el apoyo de los vecinos y vecinas que se acercaban a colaborar.

Es al año siguiente que el conflicto se resolvió en la conformación de la fábrica como Empresa Recuperada por sus Trabajadores (ERT), y se inscribió formalmente bajo el nombre de Cooperativa 22 de Mayo”. Finalmente, en 2015, momentos antes de la asunción del macrismo, IMPA obtuvo la aprobación de la Ley Nacional de Expropiación Definitiva.

Por los vidrios esmerilados se filtra poco sol, compensado por tubos de luz fría. Tapia maneja la máquina prensapomos de memoria, con los ojos cerrados. Los pomos de aluminio salen escupidos uno atrás de otro por un tobogán metálico. Después, con Vera y Cejas, llega el embellecimiento: su máquina se encarga de pulir, cortar, ajustar el diámetro y hacer el control de calidad.

Trabajaba en una imprenta hasta que me echaron. Una compañera de trabajo me dijo: Mirá, tengo a mi primo que trabaja en una fábrica, y me hizo el contacto. Yo estaba estudiando para ser tornero mecánico, trabajé arriba en la parte mecánica, en preparación. Antes hacíamos bandejas para comida. Ahora no las hacemos más y me tuve que venir acá en la producción de los pomos”, explica Carlos Hessling, quien comenzó a trabajar en IMPA exactamente hace 44 años.

El recorrido por el museo avanza esquivando a los trabajadores mientras realizan sus tareas. Su misma presencia se vive como una experiencia performática en medio de las instalaciones de la fábrica acompañada por sus ruidos, olores y movimiento.

Según los trabajadores, el objetivo de hacer un museo fue crear un espacio donde se pudiera mostrar la lucha de las empresas recuperadas: Poder narrar la historia desde la memoria social, recuperar las voces de los sectores que generalmente son silenciados, invisibilizados”, explica Zito Lema.

Un grupo de seis investigadores de distintas disciplinas, que eran parte de la Universidad de los Trabajadores, comenzaron a organizar lo que luego sería el Museo IMPA. Nos pareció importante recuperar la historia, conocerla. Los y las trabajadoras aceptaron la idea con los brazos abiertos y comenzamos con las entrevistas”, señala la socióloga.

Un proyecto comunitario

Desde 2011 y hasta 2020, el museo funcionó en una parte de la planta baja en desuso. Durante la pandemia del covid-19, en su carácter de fábrica recuperada, IMPA se vio afectada por la difícil situación económica del país y sufrió algunas reestructuraciones. Además de tener que adquirir un generador por la falta de electricidad, el museo tuvo que modificarse. Es una historia que en realidad no se cierra nunca, sino que todo el tiempo se va repensando. Se rearma el guion a partir de lo que los propios trabajadores van trayendo a la historia. Porque es su propia historia, laboral y familiar”, cuenta Zito Lema.

En la medida en que las piezas se modifican, se cambian, se aumentan las colecciones, uno podría preguntarse qué museo no está vivo”, plantea Sandra Escudero, antropóloga especialista en Museología, y agrega: Si bien se puede discutir si es o no relevante la terminología de vivo, la experiencia de IMPA puede definirse sin dudas como un museo”.

Según el Consejo Internacional de los Museos (ICOM), un museo es una institución sin ánimo de lucro, permanente y al servicio de la sociedad, que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material e inmaterial. Abiertos al público, accesibles e inclusivos, los museos fomentan la diversidad y la sostenibilidad.

A partir de la década de 1960 entran en crisis un montón de cosas, entre ellas, el modelo del museo tradicional. De ahí surgen los museos comunitarios. Su idea base está en una gestión comunitaria, de manera participativa: qué se va a mostrar y cómo o qué se va a coleccionar se piensa comunitariamente”, explica Escudero. Aunque cada experiencia comunitaria tiene sus matices, lo que nunca se deja de lado es el hecho de que tiene que ser participativo de la comunidad. En ese sentido IMPA es además un museo comunitario”, resalta.

Fábrica de ideas

Zito Lema cuenta que, al cabo de un tiempo de la creación del museo, comenzaron a llegar a la fábrica muchos pedidos de escuelas para hacer visitas guiadas: Entonces empezamos a armar, a partir de la investigación que hicimos con los trabajadores, un guión museológico para narrarle la historia de IMPA a los chicos”.
La escuela y el museo funcionan en conjunto como dos aparatos del Estado moderno”, afirma Escudero, y agrega: En la mayoría de escuelas, cuando hacen visitas a museos te llevan al museo tradicional, al que te disciplina en la historia oficial. Los museos comunitarios rompen un poco con eso: la gente de la comunidad es la que lo sostiene y sus objetos están vivos, no son esa cosa sacrosanta atrás de la vitrina. Los objetos se usan y circulan”.

«Durante el recorrido, la gente está trabajando», cuenta Margarita Robertazzi, directora del espacio.

En este sentido, como directora del museo, Robertazzi coincide: Durante la recorrida, la gente está trabajando. Los museos memoriales no son así, porque en general lo que conservan es lo edilicio. Conservan el campo y adentro está el museo. Pero nadie está trabajando al mismo tiempo que hay un museo. Por eso lo llamamos museo vivo’”.

La recorrida se detiene en medio del primer piso de la fábrica, donde se abre un pozo de aire y luz. En contraste con la oscuridad del interior, el patio se luce con sus pintadas de colores llamativos, fileteados que intervienen las escaleras, retratos del Diego y del Gauchito Gil, murales de los trabajadores y viejos tachos de tambos que hacen las veces de macetas para un sinfín de plantitas y flores. En este espacio se sintetiza la idea de IMPA que muchos definen como una fábrica de ideas. Acá se ven los atravesamientos centrales de su identidad: la producción, la cultura y la educación”, cierra Zito Lema.

Tejiendo pasado, presente y futuro

Tejiendo pasado, presente y futuro

La fábrica de acolchados, sábanas y cubrecamas Alcoyana se convirtió en una cooperativa de trabajo autogestionada por los antiguos empleados. Presidida por una mujer, ahora enfrenta el desafío del traspaso generacional.

La Cooperativa de Trabajadores Alcoyana se encuentra en el barrio de Carapachay, partido de Vicente López. En una zona donde años atrás funcionaron muchas fábricas. Una de las pocas que continuaba abierta era esta planta de sábanas y acolchados que se había hecho famosa por auspiciar uno de los juegos de “Atrévase a Soñar”, un programa de entretenimientos de la década del 80 que conducía Berugo Carámbula. Pero el 5 de mayo del 2010, la firma fue declarada en quiebra por un interventor judicial.  A partir de ese momento, todo fue incertidumbre para sus trabajadores que no dudaron en luchar por conservar sus puestos de trabajo y comenzaron una toma que duró unos pocos días.

La actual presidenta de la cooperativa es Claudia Luna, quien abrió a ANCCOM las puertas de la planta para conocer un poco más el trabajo cotidiano. 

El local de exhibición es amplio e iluminado, rodeado de muestras de los productos de la marca. A ambos lados del salón hay unos muebles con repisas cubiertos de  distintos modelos de sábanas, acolchados y cubrecamas. 

A través de un pasillo largo, Claudia hace de guía hacia el interior de la planta para comenzar el recorrido y explica que allí se lleva adelante un proceso que quita las “pelusitas” de la tela de friza para que quede más suave. Al tener máquinas grandes trabajando, a medida que vamos ingresando a los distintos sectores el ruido aumenta.

El segundo sector es Tejeduría, allí se comienza a tejer la tela que luego será estampada o teñida. En este momento se están tejiendo paños para sábanas en un piso largo con distintos telares automáticos. Cinco trabajadores controlan los equipos. Al fondo, otras máquinas tejen las telas para repasadores y manteles. Todas ellas pertenecían a la planta original y ahora están a nombre de la Cooperativa Alcoyana. Se ve una gran cantidad de equipos que no están en funcionamiento, algunos están en reparación y otros por falta de materia prima. Claudia cuenta que trabajan con otra cooperativa que les provee algodón. Mientras que el poliéster lo importa otra empresa porque no hay proveedores nacionales. Con esas dos materias primas se genera la cadena de producción. 

La cooperativa actualmente está trabajando con unas 86 personas que son las que quedaron activas después de la pandemia. La mayoría de los trabajadores está desde la toma de la fábrica. En un momento llegaron a contar con 163 personas. Pero actualmente la preocupación pasa por que casi todos los socios son personas mayores, cerca de su retiro, y no cuentan con mano de obra joven que aprenda los oficios para que pueda continuar funcionando la planta. 

Cuando la cooperativa comenzó a funcionar en el año 2010, los trabajadores vendieron chatarra, máquinas que no estaban funcionando para poder levantar la fábrica. Finalizaron procesos que habían sido abandonados por los dueños anteriores y con ese dinero pudieron instalarse. A partir de allí se encargaron de salir a recuperar a los clientes que había perdido la empresa en el momento de la quiebra. También buscaron nuevos. 

 Los trabajadores que se hicieron cargo de la administración comenzaron con poco conocimiento en la gestión, pero con ayuda de compañeros de otras cooperativas y fábricas recuperadas pudieron encaminarse. Claudia cuenta que actualmente pertenecen a una red de cooperativas llamada RECOOP donde fábricas recuperadas de distintas ramas se compran y venden productos entre sí. Y generan contacto entre ellas.

Camino al sector de Teñido y estampado, donde funcionan máquinas que trabajan con vapor, está Darío Agüero, que es el secretario de la cooperativa. Tiene 29 años, es uno de los más jóvenes y se sumó a la cooperativa en 2012. Claudia comenta que es una persona muy trabajadora y, desde que llegó, se interesó en el área administrativa. Ambos están de acuerdo en que el potencial de la cooperativa es grande, pero falta acuerdo entre sus trabajadores, más que nada por la edad de la mayoría que ya ven como un camino posible el retiro. Creen que es necesario el recambio en el equipo pero las condiciones salariales son difíciles de sostener actualmente y por eso muchos de los más jóvenes decidieron buscar otras propuestas de trabajo.

Pasando por el sector de Costurería, que le da la terminación a las sábanas y acolchados, llegamos a la oficina de la Administración. Allí se encuentra Walter Sorato, el tesorero, desde atrás de una computadora y una pila de carpetas cuenta que fue parte de la toma de la fábrica en 2010. Recuerda que la organización fue muy rápida: una vez que consiguieron asesorarse con el abogado Luis Caro y pudieron hacer los trámites para conformarse como Cooperativa. Hoy el espacio físico donde se encuentra la fábrica está judicializado, debido a que en el 2017 la empresa privada Galopenim S.A. compró la quiebra, es decir todo el predio que pertenecía al dueño anterior, prometiendo hacer la donación de la planta para que la cooperativa siga funcionando. Por el momento se encuentran a la espera de esa resolución, manteniendo la esperanza de no tener que mudarse a otro lugar.

Durante la pandemia, recibieron ayuda del Estado y luego hicieron una nueva solicitud al Ministerio de Desarrollo Social que no prosperó. Por ahora, los trabajadores logran mantenerse con la propia producción pero desean poder aumentarla para seguir creciendo.

 

PRESIDENTA

Claudia es hasta ahora la única mujer con cargo de gestión. Dice que las compañeras no se animan a postularse, porque creen que es un desafío ocuparlos cuando en su mayoría los socios de la cooperativa son varones y hay que saber darse lugar para tomar decisiones. De todas formas, durante su mandato hasta ahora han prosperado y logrado mantenerse a flote, pese a diferentes dificultades, sobre todo económicas.

La imprenta recuperada Madygraf cumple cinco años

La imprenta recuperada Madygraf cumple cinco años

Eran las 6 de la mañana. Los empleados que iban llegando de a poco a la puerta de la empresa gráfica R.R.Donnelley, en el km.36,7 de la Panamericana, Garín, leían con estupor el comunicado de la empresa, escrito sobre una hoja pegada con cinta en el portón de entrada:

“Escobar, Agosto 11, 2014
Estimado colaborador:
Lamentamos profundamente tener que comunicarle que, afrontados a una crisis insuperable y habiendo considerado todas las alternativas viables, estamos cerrando nuestras operaciones en Argentina y solicitando la quiebra de la empresa, luego de 22 años de actividad en el país.
Esperamos pueda usted entender esta situación no deseada por nosotros, pero desgraciadamente inevitable. Deploramos las dificultades que esta decisión le causará.
Para mayor información respecto a esta situación, puede llamar al siguiente teléfono: 0800-345-1442.
Atentamente,
R.R. Donnelley Argentina, S.A.”

Ni siquiera habían dejado firma o sello oficiales para anunciarles a sus 400 trabajadores que quedarían en la calle. Sólo aquel 0800 al que nadie llamó.

Se cumplen cinco años de aquel momento, pero la historia de la Cooperativa Madygraf no comenzó esa mañana ni al día siguiente, cuando los trabajadores decidieron tomar la fábrica y ponerla en producción por ellos mismos. Se remonta muchos años atrás y carga con millares de momentos de resistencia y lucha. Tires y aflojes, idas y venidas.

La imprenta creó una jugoteca para los hijos de los trabajadores.

Historias en el pasillo

María de los Ángeles Plett invita a ANCCOM a hacer una recorrida por la fábrica. Es lo que hacen los y las trabajadoras siempre que alguien visita Madygraf por primera vez. “Éste es un lugar que está abierto a la comunidad. Acá puede venir cualquier vecino o vecina a decir ‘quiero hacer una recorrida’ y alguien va a cubrir eso”, cuenta. No se trata, sin embargo, de dar simplemente una vuelta por las instalaciones. “Nuestra apertura es política. Es para que vean que hay un ejemplo distinto, que se puede pelear y resistir”.

El ingreso es a través de un pasillo cuyo final se pierde en la distancia. A los costados se abren puertas y ventanas que dan acceso a todos los sectores de la imprenta: Pre-prensa, Prensa, Encuadernación, Despacho y un gran número de otros lugares más pequeños. La disposición del espacio no es azarosa, como quizás podría pensarse. “Antes había una división muy importante entre los compañeros. Prensa se enfrentaba con encuadernación, por ejemplo. Eso estaba fomentado desde la patronal, como política para que los trabajadores no se unan. Bueno, es lo que pasa en todas las fábricas: si sos contratado cobrás menos. Lo mismo si sos tercerizado o mujer”, explica María de los Ángeles. Desde el comienzo había pocas mujeres en Donnelley, recluidas en Calidad y Administración. Lentamente fueron desplazadas, quedando sólo unas pocas en éste último sector. Se trataba de una fábrica eminentemente masculina. “Se había generado un clima muy machista, muy de enfrentamiento. Era una cuestión de ego, de puestos de trabajo. ‘Yo soy maquinista y tengo más autoridad que el que pone pliegos’, ponele. O un tema de ‘no me gusta tu cara’ directamente. ¿Vieron que los varones son así?” dice riéndose. “La fábrica es un mundo aparte. Te tenés que ver 8, 12 o 16 horas con todos. Es difícil. Pero todo este clima -enfatiza- también lo generaba la misma patronal”.

Asoma el sector de Encuadernación y María de los Ángeles invita a pasar. Describe con soltura todo el proceso de trabajo y, apuntando con el índice bien alto hacia las máquinas, dibuja en el aire el recorrido que hacen las revistas hasta tomar su forma final. Es frecuente que en Madygraf una trabajadora conozca el funcionamiento entero de la fábrica. “Lo que hacemos es fomentar los puestos rotativos. Queremos que todos roten sus tareas, que los compañeros conozcan el proceso de producción. Es importante que ellos sepan de la A a la Z, lo que no te cuenta la empresa”, comenta. Y agrega: “Aparte, queremos evitar la burocratización. Por ejemplo, la directiva se cambia una vez al año. Y el que sale de la dirección va a la máquina. Volvés a tu puesto de trabajo. Todo esto discutido con los compañeros y votado en asamblea”.

«Queremos que todos roten sus tareas, que todos conozcan el proceso de producción», dice María de los Ángeles.

Cada paso permite conocer alguna situación, algún nombre, alguna historia. María de los Ángeles señala unos ductos. Se trata de un proceso subterráneo que, cuando sale una revista de la máquina, se lleva todo el sobrante de papel a través de un sistema de aire hacia otro lugar, en el exterior del edificio. “Cuando eso se trababa, porque entraba una revista o un alambre de los ganchos por ejemplo, lo que hacía la patronal era atarle una cuerda a un trabajador y meterlo ahí dentro para que lo destape con la mano. Fíjense el nivel de conciencia de todos, que permitían esas cosas. El compañero que lo hacía, que ya no está laburando acá, era `un palito`, lograba ingresar ahí. Entraba, empujaba todo y después lo sacaban. Y eso no es algo que está preparado para que entre la gente. Si se les quedaba el tipo ahí yo no sé cómo carajo iban a defender eso. Tuvo mucha suerte la patronal, haciendo ese tipo de cosas y que no le salieran mal”.

Esa no era una situación aislada, formaba parte de la dinámica que tenía la entonces Donnelley: jornadas de 12 horas y un régimen que implicaba trabajar incluso los sábados y domingos. “Los compañeros se internaban acá y las condiciones de laburo eran terribles. Hay algunos que tienen cinco hernias de disco. Tenían 30 años y estaban literalmente rotos. A eso se le sumaba todo el estrés laboral”, rememora María de los Ángeles.

Las marcas del tiempo quedan en los cuerpos y también en los lugares. Toda la cartelería, que indica sectores, oficinas, tableros de electricidad, tienen todavía estampado el logo de “R.R. Donnelley”. Los sillones y las mesas que llenan las oficinas de lo que fue la Gerencia General son los mismos en los que se sentaban los directivos de la compañía a planificar las medidas a ejecutar. Ahora son los trabajadores y trabajadoras quienes se reúnen allí a discutir el devenir de la cooperativa. En Madygraf, el pasado todavía se siente en el aire pero no con la forma de un trauma, sino como memoria y aprendizaje.

María de los Ángeles advierte: “Yo siempre en las recorridas le digo a la gente miren las paredes, porque las paredes de Madygraf hablan”. Tal cual: en uno de los muros se exponen, enmarcadas, las tapas de algunas revistas que imprimió la cooperativa. Y entre ellas, se encuentra una que se sale de lo común. “Este es nuestro cuaderno. Es una herramienta de trabajo, militancia y hermandad. Cuando vos lo abrís, tenés la historia de Madygraf. Lo llevamos a las escuelas en donde el Estado no llega y así tratamos de generar un lazo de solidaridad y acompañamiento con las docentes de la zona y de otros lugares también”, cuenta con orgullo.

También es una herramienta de lucha. En febrero de este año, los trabajadores de Madygraf protestaron frente al Congreso de la Nación a partir de un “cuadernazo”, o sea, la entrega gratuita en la vía pública de sus cuadernos, en reclamo por irregularidades durante una licitación pública en la que la fábrica recuperada había participado. La cooperativa había sido la mejor oferente y, sin embargo, no les otorgaron la licitación alegando que hubo problemas internos al Ministerio de Educación, que los sobres de Madygraf les habían llegado abiertos a las autoridades, y que, por lo tanto, deberían volver a llamar a licitación, beneficiando a las demás empresas que a partir de entonces sabrían cuál era la oferta preparada por Madygraf y así podrían ajustar las propias. Incluso hubo una represión aquel día, que terminó con un trabajador de Madygraf y un periodista de Página/12 detenidos. “No nos la dieron porque somos un ejemplo de resistencia, de decir que vos no tenés por qué resignarte si te echan de tu laburo. Madygraf es un ejemplo para la situación que se vive ahora, porque ataca profundamente la cuestión de la propiedad privada”, reflexiona María de los Ángeles.

Por la crisis y los cambios de hábitos a partir de las nuevas tecnologías, Madygraf bajó a un tercio su producción.

Casi al lado del cuaderno de Madygraf, está otra de las grandes conquistas de la cooperativa: la Juegoteca. No es ni más ni menos que la guardería en donde las trabajadoras pueden dejar a sus hijos e hijas durante el horario de trabajo. Allí están con docentes, trabajadoras sociales y practicantes de distintas universidades, divirtiéndose con juegos indescifrables, dando vueltas alrededor de las mesitas donde toman la merienda, corriendo de repente para desaparecer en algunos de los cuartos del fondo. Cuartos que pertenecieron -en las épocas de Donnelley- al sector de Recursos Humanos, donde se decidía la suerte de los 400 empleados que trabajaban en la empresa. “Nuestros hijos tienen juegos, cursos de Educación Sexual Integral…todo lo que no les da el Estado y la escuela, acá lo podemos aplicar. Y hay también una lucha propia por la Juegoteca. Esto lo conquistó la Comisión de Mujeres de Madygraf, que se la peleó en una asamblea a los compañeros. Y cuando salimos a reclamar, lo hacemos tanto por los subsidios para la fábrica, para las máquinas, para todo eso, pero también para la Juegoteca”, explica María de los Ángeles mientras saluda a las niñas que se cruzan.

Imágenes del pasado y realidades vivas del presente, todo se mezcla en el largo pasillo de Madygraf. María de los Ángeles no da dos pasos sin saludar a algún compañero que se dirige a una reunión, que tiene algún trabajo pendiente o que, simplemente, está llegando. “Todo esto se empezó a organizar desde el saludo. Se trataba de unificar desde ese lugar. Después se fue convirtiendo en un proceso mucho más profundo”, dice e invita a pasar a una de las oficinas del primer piso.

A ambos lados del portón

María de los Ángeles Plett trabajó desde muy joven en distintas fábricas de la Zona Norte del Conurbano bonaerense. Las rebeliones populares del 19 y 20 de diciembre de 2001 la encontraron con 23 años y como único sostén económico de su familia. “Yo estaba muy mal porque no entendía qué pasaba. Literalmente, no lo entendía. Mi mamá lloraba en el sillón diciendo ‘¿qué pasa?¿qué pasa?’. Hubo saqueos en el barrio y en todos lados. Hubo muertos y los mostraba la televisión”, recuerda. Por entonces, trabajaba en Pepsico. Allí conoció a Leonardo Norniella, miembro de la Comisión Interna de la fábrica y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). “Él me preguntó ‘¿Y?¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a ir a tu casa o vas a luchar?’ y yo le respondí que sí, que iba a luchar”. Así empezó a militar en el PTS. Su situación económica y personal -por diversos problemas familiares- la habían llevado a tomar conciencia sobre cómo funcionaba el mundo a su alrededor. Para colmo, al año siguiente la despidieron de Pepsico.“Ese fue un momento bisagra en mi vida. Me dije que este mundo no es el que yo quiero. Ni para mí ni para nadie. Empecé a entender que estaba en una sociedad de clases, donde unos pocos tienen todo y la mayoría no tiene nada”. Con el correr de los años transitó por diferentes trabajos precarios dentro de la industria alimenticia y autopartista. “Toda la generación del 2001 ha pasado por esto. Laburé siempre de forma contratada: cinco o seis meses. Donde pegaba un laburo, me metía. Mi único trabajo efectivo fue en Tyco Electronics, donde trabajé durante cinco años”, rememora. Hoy es una de las referentes en la lucha de Madygraf.

María de los Ángeles Plett.

El camino hasta aquí fue largo y se enlaza con decenas de otros nombres e historias. Comienza, según el relato de María de los Ángeles, con Eduardo Ayala. Por el año 2003, era delegado de La Verde, o sea, de la Federación Gráfica Bonaerense, sindicato del sector. Eduardo había entrado también a trabajar en la Universidad Nacional de Luján y allí conoció a un grupo de estudiantes militantes del PTS. Hablaban de política en general y, con el paso del tiempo, sobre su trabajo en Donnelley. Discutieron, finalmente, sobre la necesidad de organizar a los empleados de la fábrica frente a las duras condiciones de trabajo que les imponía la patronal. “Lo primero que hicieron fue recuperar la Comisión Interna. Eduardo había hablado con algunos de sus compañeros con quienes tenía cierta afinidad. Se presentaron bajo una lista, que al final resultó la más votada. Ese fue el primer ladrillo, la base de la organización”, relata. A partir de entonces, la Comisión Interna comenzó a reclamar por el pase a planta permanente de los contratados y tercerizados, se manifestó en contra de los despidos y exigió mejoras en las condiciones de trabajo.

Mientras se desarrollaba esta experiencia, del portón de entrada para afuera también sucedían cosas. “Yo soy la fundadora de la Comisión de Mujeres de Madygraf”, declara María de los Ángeles. “Esta es una experiencia que arrancamos con otra compañera que actualmente no está acá. Empezó en Kraft, en 2009, cuando fue lo de la gripe porcina. Los compañeros tomaron la empresa porque había casos en la guardería y en planta, y a la patronal no le importaba. Eso llevó a que se organizaran y plantearan la situación. Igual, no era solamente la gripe, eso fue lo que terminó de desbordar el vaso. También estaba el reclamo por las condiciones laborales, el pase a planta de los contratados y tercerizados y la cuestión de las mujeres, o sea, la igualdad salarial. Allí se logró armar una Comisión de Mujeres que duró lo que duró el conflicto y después se disolvió. No se logró armar un núcleo duro, digamos”.

Este puntapié impulsó a María de los Ángeles para conformar una Comisión de Mujeres en Donnelley. Sin embargo, allí prácticamente no había empleadas mujeres. La misma María de los Ángeles no trabajaba en la empresa. ¿Quiénes la conformarían, entonces? “Las esposas de los trabajadores”, responde. Al lunes siguiente hubo 19 despidos. La Comisión Interna intervino y organizó un festival en la puerta, convocando a las familias. “Empezamos a invitar a todas las mujeres. ‘Compañera, venite, sumate, nos vamos a organizar desde afuera, vamos a luchar junto a nuestros compañeros, defendamos nuestra familia’. Hoy nos reímos cuando lo contamos, pero en aquel momento íbamos por ahí con el cartelito y las mujeres te decían ‘después veo’ o ‘estoy con la nena’… Pero tres nos dijeron que sí y a la primera reunión vinieron cinco. Nos encontrábamos en la casa de alguna porque no teníamos un lugar físico. Entonces terminamos siendo las mujeres con todos nuestros pibes dando vueltas alrededor, discutiendo cómo organizarnos. Así arrancó la Comisión de Mujeres, allá por 2011”, resume.

La primera tarea de la naciente comisión fue armar un comunicado sobre la situación que en ese momento vivían los empleados de Donnelley y llevarlo al Congreso de la Nación. Lo esencial era mostrarle a la patronal que, mientras los trabajadores luchaban dentro de la fábrica, puertas afuera también tenían una organización de peso que los respaldaba: nada más ni nada menos que sus familias. Finalmente, dieron marcha atrás con los despidos, pero la tensión seguiría creciendo.

En 2013, la organización de los trabajadores y las mujeres en Donnelley ya era considerable. Es entonces cuando la directiva empezó a plantear que la empresa se encontraba en crisis, en una “situación complicada”. Desde el Ministerio de Trabajo le concedieron el Repro (Programa de Recuperación Productiva), un subsidio mediante el cual el Estado cubre una parte del pago de los salarios. “¿Cómo puede ser? Imprimían Paparazzi, Gente, Billiken… ¡tantos títulos! Si las revistas salen igual, ¿cómo puede ser?”, remarca María de los Ángeles retratando el desconcierto que tenían. Los trabajadores descubrieron, con el correr de los días, que en realidad la patronal desviaba la producción. En otras palabras: hacía que las revistas se imprimiesen en otros talleres. “Lo que hicimos fue ir a esas fábricas y hablar con la Comisión Interna para decirles ‘mirá, la patronal nos está cagando. Ustedes laburen, pero nosotros no vamos a dejar salir las revistas, vamos a bloquear los portones’. Convocamos a toda la solidaridad que habíamos ido juntando en este tiempo: empleados de otras fábricas, estudiantes y nosotras, las mujeres. Estuvo bueno porque no fue algo hostil con los trabajadores, es más, les pedíamos que nos acompañen de alguna manera. Hubo muchas comisiones internas que incluso decidieron dejar de imprimir esas revistas”.

Paralelamente, la Comisión Interna de Donnelley se movilizó al Ministerio de Trabajo para reclamar que se levante el Repro. “Llevamos las pruebas que habíamos conseguido, demostrando que la crisis no era verdad, y les pedimos que se lo saquen. Era raro, porque los tipos del Ministerio nos preguntaban ¿pero ustedes qué quieren entonces? O sea, la gente va a pedir que les otorguen el Repro, no que lo saquen”. Desde el Ministerio levantaron el Repro, pero la empresa siguió insistiendo con el supuesto estado de crisis y con la necesidad de despedir personal. “’Averiguamos dónde vivía el gerente”, cuenta riéndose y sigue: “Vivía en un country… a todo trapo. Agarramos a nuestros hijos, los subimos al micro y fuimos. Hay un video de aquel día, en el que los chicos le cantaban “Vergara, Vergara, poné la cara” [n.de r. :Claudio Vergara era el nombre del entonces gerente]”.

Las rispideces iban empeorando entre unos trabajadores cada vez más organizados y una patronal que no encontraba forma de disciplinar la fábrica. Para mediados de 2014, Donnelley presentó un recurso preventivo de crisis: 123 despidos y una reducción del 40% en el salario. “Las últimas asambleas ya eran en el portón de entrada, con las mujeres afuera y ellos adentro. Nos dividía el portón cerrado”, recuerda. “Nos odiaban. La patronal prefería discutir con cualquiera, menos con las mujeres”. Todos sabían que el lunes se aplicaría el recorte. Durante el fin de semana, los trabajadores y las mujeres se organizaron para recorrer la zona, ya sea en auto, en bicicleta o caminando, haciendo guardia, y así poder evitar que la empresa vaciara la fábrica. Pero nadie se imaginó aquel cartel pegado en la puerta de entrada en la mañana del 11 de agosto.

Estrategias de autogestión

“Cerró la empresa, se fue. ¿Y qué pasó con los clientes? Porque había producción pendiente. La Editorial Atlántida tenía su papel para imprimir en uno de los depósitos. Cuando se enteraron, vinieron para llevárselo. Nosotros les dijimos que no. ‘¿Vos querés sacar las revistas? Bueno, dejá el papel. Las terminamos nosotros’. Claro, si le dábamos el papel a Atlántida nos quedábamos sin clientes”, recuerda María de los Ángeles.

Pedirles las llaves a los guardias y abrir el portón aquel 12 de agosto fue el primer paso. Pero después hay que seguir caminando. Ése es el verdadero desafío: continuar, sabiendo que nada termina. Hay una serie de videos bautizados por la Comisión de Prensa y Difusión como “Notigraf”, en uno de los cuales se puede ver a la enfermera de la fábrica, Alcira Landeira, hablando de cómo bajó el estrés laboral y lo beneficioso que era para evitar el ausentismo y accidentes. De todas formas, se presentaba el desafío de producir y organizar la fábrica por sus propios medios.

De los 400 empleados que tenía Donnelley, 200 se fueron tras el cierre. En un momento se presentó la tarea de imprimir la revista Billiken, que además de las hojas impresas llevaba un producto embolsado: vasitos, platitos de plástico o algún juguete circunstancial. Esta publicación implicaba un trabajo que no podían cubrir los empleados presentes, menos aún después de la merma post-toma. ¿Quiénes se encargaron de realizarlo? Las esposas de los trabajadores junto a la Comisión de Mujeres. Más adelante se presentó otra publicación similar y se empezó a discutir si las mujeres deberían también formar parte de la cooperativa. Aunque hubo un sector que se opuso, la asamblea fue favorable al ingreso, pero con una condición: “Votaron que por tres meses no podamos hablar en las asambleas. Con todo el proceso de lucha que habíamos tenido, con todo lo que habíamos hecho… Mirá lo que es el machismo, ¿no? Nosotras participábamos con un nudo en la garganta, pero lo tuvimos que bancar. Después discutimos mucho tiempo sobre eso”, cuenta.

Entre las dificultades que afronta la cooperativa, el contexto socio-económico es insoslayable. Las publicaciones en papel están siendo desplazadas por los medios electrónicos, achicando considerablemente el mercado. Madygraf pasó a imprimer un tercio de lo que hacía. Además, el naufragio del proyecto neoliberal impacta a la industria por todos los frentes: “Actualmente las gráficas están paradas. El papel está dolarizado, así que no hay precios estables. Aparte, nos están matando con los tarifazos. Todo eso complica la situación de la fábrica y el pago de los salarios”, lamenta María de los Ángeles.

Por otra parte, también se suma el problema constante del desgaste de las máquinas. “La patronal no invertía en la fábrica y nosotros aún pagamos ese costo. Lo pagamos y lo resolvemos, porque esto nos ayuda a profundizar lazos políticos, de solidaridad y de hermandad con los estudiantes universitarios. Vienen estudiantes de la UTN a darnos una mano e incluso laburan en equipo con los compañeros de mantenimiento. Ellos mismos crearon piezas para las máquinas que, de otra forma, tendríamos que pedirlas a Alemania”, explica.

Las soluciones que encuentran los trabajadores de Madygraf son proyectos que se balancean entre lo económico, la subsistencia de la cooperativa, y lo político. En los terrenos de la empresa, hasta hace cinco años prácticamente abandonados, Madygraf levantó el Club Obrero: una serie de instalaciones de recreación abiertas para el uso de la comunidad. La cuota es de 300 pesos, un valor simbólico pero que aporta al sostén de la fábrica. “Si hay un montón de gente que labura en las empresas y no puede acceder a los recreos, entonces ¿por qué no levantar uno nosotros? Los tercerizados, por ejemplo, no tienen ese derecho. Además vienen de facultades, vienen vecinos… hay un clima de hermandad. Aprovechamos eso también para charlar y discutir con todos”, explica María de los Ángeles.

La otra gran propuesta de Madygraf son sus festivales. Si bien se busca un rédito a través de la entrada y el bufet, su objetivo es el de convertirlos en espacios de participación política. Por eso, además de las bandas que se solidarizan con la cooperativa, siempre son invitados los distintos grupos y organizaciones que se encuentran en lucha.

Este 7 de septiembre pasado, por ejemplo, Madygraf organizó un gran festival para celebrar sus cinco años de gestión obrera. Más de dos mil personas escucharon a The Primentes, Las Manos de Filippi, Cadena Perpetua y El viejo Márquez. Fueron invitados a participar y tomar el micrófono numerosas organizaciones sociales, ecologistas, estudiantiles, de lucha contra el gatillo fácil -como los familiares de los chicos asesinados por la policía en San Miguel del Monte-, cooperativas y referentes de varias luchas en curso, como el reclamo docente en Chubut.

“Cuando tomamos la fábrica, no lo hicimos para nosotros. La tomamos como un lugar para aportarle a la sociedad. Y, desde ese punto de vista, ganar la conciencia del barrio, de otros trabajadores, de los docentes”, sostiene.

Ese es quizás uno de los mensajes que se impone a la vista cuando se ingresa a Madygraf. Ésta no es una imprenta como las demás. “Nunca vas a encontrar una fábrica que se pare durante ocho horas para realizar una jornada de discusión”, comenta María de los Ángeles.

Ultima pregunta obligada. ¿Por qué “Madygraf”? “Cuando se toma la fábrica nos preguntamos sobre qué nombre ponerle. Había distintas ideas… ”Cooperativa Panamericana”, por ejemplo. Pero Julio, un compañero, planteó que debía llamarse Madygraf. ¿Por qué? Por Madeleine. Ella es la hija de uno de nuestros compañeros, que tuvo un accidente cuando tenía tres años y quedó muy grave. Le dieron una expectativa de vida de 10 años. Y hoy tiene 20. Nosotros consideramos que Mady es una luchadora. Y que nosotros también lo somos”, concluye emocionada hasta las lágrimas.