“Ser antirracista es algo que nos debemos todes como argentines”

“Ser antirracista es algo que nos debemos todes como argentines”

En 2013 se declaró el 8 de noviembre como el Día Nacional de los Afroargentinos y de la cultura afro. Pero más allá de esa moción no hubo políticas de Estado dirigidas a una población que, según lo declarado por el Grupo de Trabajo de Expertos de las Naciones Unidas sobre Afrodescendientes después de visitar el país en marzo, “no goza del pleno disfrute de los derechos económicos, sociales y culturales. La discriminación racial estructural les impide disfrutar de los niveles internacionales mínimos para el desarrollo”.

Blanquear la historia
El Estado argentino que se construyó en el siglo XIX era eurocéntrico y ese rasgo que persiste en la sociedad y en la Constitución que aún hoy promueve la inmigración europea. Los libros escolares nombran únicamente a una sociedad argentina europea, no se enseña sobre el aporte afrodescendiente, en la universidad la información se limita a un pie de página. “En la escuela no nos enseñan sobre nuestros referentes, en la universidad ni siquiera hay una clase donde te digan algo sobre la comunidad afrodescendiente, es difícil crecer y no tener un modelo a seguir”, cuenta Alí Delgado, estudiante de derecho, afroargentino descendiente de caboverdianos, parte de la agrupación antirracista Xangó.
Esta invisibilización y falta de investigación sobre los argentinos afrodescendientes entorpece el diálogo. “Es difícil hablar de esto porque el argentino no se considera racista, a partir de esta invisibilización naturalicé muchas conductas racistas, uno se cría pensando que es todo así y que debe callar la boca y bajar la cabeza”, cuenta Delgado. En línea con lo observado por el Grupo de Expertos de la ONU, habla desde su experiencia: “Somos los más vulnerados, en las aulas de la universidad somos pocos los afrodescendientes, a veces con suerte hay uno o una en el aula”.

Moustafa Sene es senegalés, vive hace 12 as en el país, se nacionalizó argentino y su interés por el aporte afrodescendiente en la historia argentina lo llevó a investigar por su cuenta ya que en clase únicamente se hablaba sobre el aporte de las colonias europeas, pero a los negros que luchaban en las guerras de Independencia no se los mencionaba. “Incluso los soldados y capitanes fueron borrados de la existencia, en el Museo Histórico Nacional que está en Parque Lezama hay un cuadro gigantesco con los nombres de los soldados y el grado de jerarquía, menos los de los negros”, dice. Moustafa resume así el relato común sobre la conformación de la sociedad argentina: “Orgullo de la Argentina genéticamente blanca y un reconocimiento de la población negra que se limita únicamente a mencionar que murieron en las guerras y por las epidemias”.

Redes y antirracismo

Jacqueline Serrano tiene 20 años y participa en actividades colectivas por el antirracismo y la visibilización de la afroargentinidad. Su tránsito por el sistema educativo primario y secundario estuvo lleno de incertidumbre. “Los profesores nos decían que en la Argentina no hay personas negras, supuestamente habían muerto todas, siempre traté de aportar en clase y dar a conocer que esa historia que cuentan no es real, que estamos ahí y seguimos, no es un momento en el que una se reivindica, es todo el día, todo el tiempo”, explica. Jacqueline utiliza las redes sociales para la militancia antirracista y cuenta: “Les jóvenes venimos impulsando esto desde las herramientas que nos son familiares: Instagram, Youtube. El trabajo en conjunto que hacemos nos fortalece y creo que ser antirracista es algo que nos debemos todes como argentines”.

Argentina Federal y afrodescendiente

En Corrientes, Entre Ríos, Chaco y Formosa cada 5 y 6 de enero se realizan los festejos en honor a San Baltasar. Gabriela Caballero es correntina afrodescendiente y explica que “la comunidad afrodescendiente se identifica con él y esos días de enero ayudan a visibilizar a las personas afroargentinas y a problematizar sobre la estigmatización de lo negro”. Gabriela es hija de madre española y padre afroagentino, y explica que si bien en la actualidad el racismo persiste, para las generaciones anteriores era peor. “Mi papá ha tenido que salir a trabajar con su título en mano para que le crean que es ingeniero eléctrico, entonces entiendo que recién ahora, a sus 66 años, se empiece a reivindicar como afrodescendiente. La estigmatización que sufrió fue tan fuerte que a nosotros nos empoderaban desde el punto de vista blanco europeo y no pensando en nuestros familiares africanos y esclavizados, es lamentable que desde 1880 se haya querido borrar nuestra identidad por considerarla barbarie cuando dieron su vida por el país en el que estamos”, afirma.
Uno de los puntos destacados en la declaración del grupo de expertos de la ONU explica que “ Pocos recuerdan que los afrodescendientes estaban en la primera línea de batalla durante las guerras libradas por la independencia de Argentina y en el período inmediatamente posterior. Asimismo, los y las afrodescendientes trabajaron incansablemente en los establecimientos agrícolas en apoyo del crecimiento de la economía argentina”.

Teatro afroargentino

El trabajo de las y los afroargentinos y afroargentinas para visibilizar la discriminación que sufren las personas negras en el país también recorre los teatros. La obra No es país para negras de Todo en Sepia-Asociación de Mujeres Afrodescendientes en la Argentina y dirigida por Alejandra Egido propone problematizar la discriminación en una sociedad que no reconoce su racismo. Silvia Balbuena es décima generación de afrodescendientes argentinas y actriz titular de la obra de Egido. Su tatarabuelo era compositor de tango y por eso también reivindica las raíces afro del género musical que han sido apropiadas y su origen negado. Con Todo en Sepia ha viajado por Latinoamérica presentando y representando obras basadas en hechos verídicos para visibilizar la presencia afrodescendiente en el país. “Cuando estábamos en otro país y les decíamos que las artistas eran todas afroargentinas no podían creerlo, no hay visibilidad sobre el hecho de que Argentina también es afrodescendiente”.

Almorzando con Seynabou Sane

Almorzando con Seynabou Sane

Karambenor nació para dar a conocer la cultura senegalesa en el país y generar recursos para la ayuda solidaria.

Un grupo de jóvenes lleva bandejas de un lado a otro mientras empiezan a llegar los invitados, la cocina del Club Eslovaco es pequeña, pero hacen falta muchas manos para llevar adelante un almuerzo para cerca de 100 personas. Cada vez que alguien entra a la cocina deja escapar por la puerta un aroma que hace que la mayor parte de invitados se empiece a concentrar cerca de la comida. Ibrahima es uno de ellos. Tiene 28 años, estudia Programación y trabaja en una panadería. Hace dos años llegó a Buenos Aires, es la primera vez que asiste a un almuerzo organizado por Karambenor. “Me siento bien, como en familia, además es una gran oportunidad para volver a comer comida de mi país”, cuenta.

Karambenor Argentina nació en 2012 del interés de un grupo de mujeres senegalesas en dar a conocer su cultura y, a la veza como una forma de ayudar a la comunidad tanto en Argentina como en Senegal. Karambenor significa ayuda mutua en diola, uno de los idiomas principales del país. Seynabou Sane, la principal referente llegó al país en el 2000. Explica que la idea nació mucho antes, pero por la cantidad reducida de compatriotas la concreción de Karambenor tuvo que esperar al menos una década. “Recién entonces logramos reunirnos unas 10, hasta llegar a las 15 que somos ahora ”, señala.

Las senegalesas agrupadas en Karambenor son de la región del río Casamance, al sur de su país. Esta zona limita al norte con Gambia y al sur con Guinea Bissau. La vegetación de la parte sur del país  y un río de cuatro kilómetros de ancho que la recorre, mantiene al paisaje de un color verde intenso, que no se encuentra en el norte,  donde está ubicada la capital, Dakar.

Con mucha simpatía, las senegalesas ofrecen comidas regionales y muestran su vestimenta y música típica .

“Cuando viene un senegalés de Casamance a Buenos Aires, lo primero que hace es ver dónde están los de su región, así es como nos conocemos”. Seynabou cuenta que Karambenor tiene entre sus objetivos principales la integración en la Argentina, dar a conocer la cultura de Casamance y también encontrar formas de ayudarse mutuamente. “Cuando llegás a un país extranjero, donde estás solo porque tu familia está lejos, donde no tenés muchos recursos, necesitás apoyo. Entonces Karambenor es una asociación de apoyo económico y también espiritual”, dice.

Lo recaudado en los almuerzos se destina a un fondo de ayuda mutua. “Cuando alguno necesita un crédito pequeño que tal vez el banco no te resuelve, lo otorgamos de ese fondo y el compañero o compañera lo va pagando cómo puede”, agrega. En otros casos, la solidaridad llega hasta Senegal: “No es mucho lo que podemos mandar, pero siempre que podemos lo hacemos”, añade Seynabou.

En la actualidad, la situación de los recién llegados al país es complicada. “La mayoría trabaja en comercio, sobre todo venta callejera, alguno tendrá su local, pero en general es venta callejera y la situación está difícil. Si ya lo es para los argentinos, para nosotros no va a ser menor, pero igual tenemos que ir a trabajar para salir adelante”.

Lo recaudado en cada Karambenor se destina a créditos solidarios otorgados a los miembros de la comunidad. También se envía una parte a Senegal.

En la entrada del salón principal hay un grupo de adolescentes que además de recibir a los invitados están atentas a los pedidos que puedan surgir de la cocina. Se conocieron en las reuniones mensuales que organizaban sus madres agrupadas en Karambenor. Desde hace un par de años han asumido un rol más activo en la agrupación. Se hacen llamar las mini Karambenor; Adamaa (20) Cristina (17), Aissatou (16), Rokhaya (13). “Nos empezamos a conocer en las reuniones, nuestras madres nos llevaban y ahí nos hicimos amigas, nos divertimos mucho cuando nos encontramos”, cuenta Aissatou. Adamaa la interrumpe suavemente con un reclamo amistoso  dice: “Ah, pero en realidad nos tendríamos que juntar más seguido”. Las amigas se ríen y reconocen que, como a todo grupo de amigas, a veces dejan pasar el tiempo sin verse.

En el patio, dos amigos esperan que empiece el almuerzo, Ibrahima tiene 19 años y Omar 18, los dos están cursando el secundario y sus madres también participan en Karambenor. “Me gusta porque hay comida, baile, creo que hasta un desfile de moda”, cuenta Ibrahima y rápidamente aclara que él no participará como modelo. Amadou, de 55 años, entra al salón principal y un grupo de las mini Karambenor se le acercan corriendo mientras le piden: “Tío, tío, comprate un número para la rifa, van a sortear telas y un juego de aros para que le regalés a la tía”. “Estas reuniones hacen que me sienta en África, todos me dicen tío”, bromea él, que llegó a la Argentina en la década de 1990,  cuando  no había muchas personas de Senegal en el país, y actividades como las de Karambenor no existían. Amadou es miembro de la Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina y trabaja en una fábrica de papel.  El movimiento de comida saliendo de la cocina le recordó que debía ir a buscar un asiento para almorzar con Karina, su pareja de origen argentino con quien formó una familia.

Karambenores y mini Karambenores empiezan a participar en la distribución de platos. Angelina, de 41 años, está en la entidad desde su inicio, aunque ella es de Guinea Bissau. En su mano lleva uno de los platos más representativos de la cocina de Casamance: chebu jen (carne estofada con zanahoria, morrón, repollo y berenjena acompañada de arroz). Explica que hay dos opciones más: cous cous con carne en salsa de maní y la opción vegetariana: arroz con porotos y vegetales. “Cuando hacemos esta comida nos sentimos como si estuviéramos allá, tratamos de hacer esta actividad cada año, con mucho esfuerzo hemos logrado organizar hasta dos almuerzos anuales.

«Las mujeres tienen más facilidad para hacer comunidad y transmitir los valores”, considera Ousmane.

La comida va llegando a su destino.  Ousmane, de 31 años,  reparte los distintos platos entre los invitados, la mayoría ya espera sentado a que llegue alguna de las tres delicias de la cocina de Senegal del sur.  El joven arribó a la Argentina hace diez años y  cuenta  que  antes de Karambenor no había una agrupación que organizara estas actividades. “Creo que las mujeres tienen más facilidad para hacer comunidad y transmitir los valores, así como para ayudarnos entre nosotros”, considera.

A medida que los platos se vacían, avanzan las actividades preparadas por Karambenor. El percusionista Abdoulaye Badian da inicio a la música en vivo, lo acompañan dos argentinos que fueron alumnos suyos en alguna de las dos escuelas de percusión que fundó Badian en Buenos Aires. El ritmo de los tambores se intensifica. Badian explica que lo que hay es un diálogo entre tambores, una suerte de conversación familiar. El ritmo se replica en los pies de los invitados, que empiezan a moverse con agilidad debajo de las mesas. Algunos se paran y empiezan a bailar. Un aroma a café y clavo de olor viene de la cocina y llega hasta las mesas acompañado de beñé (similar a un buñuelo). De pronto, las Karambenor y mini Karambenor entran al salón, esta vez vestidas con los atuendos tradicionales de Casamance. Las mujeres forman una fila que baila hasta llegar al frente, donde las esperan los tres percusionistas que bajan del escenario para acompañar de cerca los círculos de baile o sabar. Una vez que termina la danza, las mujeres vuelven a formar la fila, siguiendo el ritmo de los tambores que van detrás de ellas e invitando a todos unirse, el baile finaliza -o recomienza- en la vereda de la calle José Mármol, en el porteño barrio de Boedo, a miles de kilómetros donde nació, en el sur de Senegal.