En Fiorito, Diego sigue siendo Pelusa

En Fiorito, Diego sigue siendo Pelusa

Los vecinos y amigos del barrio de Maradona lo siguen adorando con la alegría del primer día. A tres años de su muerte, proliferan anécdotas y recuerdos. Todos lo conocieron desde la cuna.

Pancho Torres, amigo de la infancia de Diego.

Pancho Torres, amigo de la infancia de Pelusa.

A pocas cuadras del Puente La Noria, desde el Camino de la Ribera, la calle Larrazábal se extiende hacia el interior de Lomas de Zamora. Es como un angosto túnel del tiempo, que al cabo de unos minutos traslada a los transeúntes a un mundo en el que Diego Maradona sigue vivo. 

Para los vecinos, él nunca se fue, ni siquiera cuando murió el 25 de noviembre del 2020. En la tierra santa de Villa Fiorito, su rostro aparece en las fachadas de casas, clubes, centros culturales y comercios, no solo como homenaje al jugador más grande de la historia, sino también como reflejo de la identidad barrial. 

El potrero donde transcurrieron sus primeros partidos fue tomado y ahora hay una decena de casas. Sin embargo, aún se mantiene otra de las canchas en las que jugó, ubicada en la esquina de Larrazábal y Chivilcoy. Allí se encuentra Estrella Roja, la primera institución en la que compitió Maradona.  

Junto a la entrada del club, un mural gigante muestra el cartel de la Estación Fiorito, tal como quedó después de que le reemplazaran las letras I y O por un 10. A su lado, un Diego de apenas 11 años mira tímidamente hacia el frente, mientras a un costado el futbolista ya consagrado celebra con la Copa del Mundo en una mano y la medalla en la otra. 

La cancha de Estrella Roja está rodeada de casas que se separan del campo de juego solo por unos centímetros. En los extremos antes estaban los arcos del potrero ocupado, pero el paso del tiempo los deterioró y ahora hay dos nuevos, de color celeste y blanco. 

Dentro de la cantina, Pancho Torres limpia la barra. Las paredes del lugar están repletas de imágenes de Diego, casi como si fuera una parroquia y no una entidad deportiva.

-Siempre viene mucha gente a hablar y yo lloro porque lo conocí de pibe — declara Pancho entre  lágrimas. 

Los caminos del cantinero y el futbolista se cruzaron a principios de la década del 70, en la vera del Río Matanza – Riachuelo. Torres estaba cazando pájaros, cuando vio que el cuarto hijo de los Maradona se acercaba con una gomera en la mano. En cuanto lo divisó, se tiró al suelo y gateó entre los arbustos hasta que lo tuvo a unos metros. 

-Pelu, dame la gomera o te tiro — amenazó Pancho, mientras apuntaba con el elástico de su arma rudimentaria al rostro del niño. Diego dudó durante unos segundos, pero acató la orden.

Con el tiempo, el robo quedó en el olvido y se volvieron amigos. Cuando no jugaban al fútbol, iban al basural conocido como La Quema a revolver montañas de residuos buscando algo para comer o llevarse a la casa. Es que Villa Fiorito estaba signada por la pobreza y los esfuerzos de los vecinos para sacar adelante un barrio al que el Estado jamás había llegado.  

La situación era tan precaria, que los vecinos cuentan que a la hora de buscar trabajo no podían decir que vivían en esa zona del conurbano bonaerense. Solo aparecían en los diarios cuando ocurría algún crimen. 

Por ese motivo, la gloria de Maradona fue vivida como una reparación histórica:

-Con su forma de jugar al fútbol hizo conocer a Fiorito en todo el mundo, demostró lo que puede surgir de un pibe así, de la villa. Este pibito cruzó todos los límites, como la música que no tiene fronteras, él tampoco tiene fronteras —sostiene Pancho—. Me siento re orgulloso de Fiorito, de lo que es él, que nunca se le fue la villa de la boca. No se disfrazó de nada, no se regaló con nadie, ni se arrodilló delante de nadie.

Torres vive en el club. Allí guarda alguno de los tesoros que heredó de su amigo, como una campera y un par de zapatillas Puma usadas por él.

-Yo a veces hablo con Pelusa. Acá lo conocen todos, pero yo tuve la oportunidad de conocerlo, de darle la mano —confiesa—. Yo lo saludo, le digo “Buen día, Pelu”. 

La casa en la que se crió Maradona está a unas cinco cuadras de Estrella Roja, en Azamor 523. Se esconde detrás de unas rejas sobre las que cuelgan algunas banderas y de dos árboles que custodian el camino que conduce a la puerta.

Sobre el frente de la construcción, la cara de Diego aparece con la mirada puesta en el infinito. De su cabeza se desprenden los rayos de una luz que le da una imagen santificada, confirmada por la inscripción ubicada en la parte inferior de la pared, en la que se lee “La casa de D10S”. 

A mí a veces me preguntan por qué no tengo un tatuaje. A él lo llevo siempre en la cabeza y en el corazón— confiesa Vaca.

Son las doce del mediodía y junto al antiguo hogar del astro futbolístico, “Vaca”  atornilla el panel interno de la puerta de su  auto. Él fue otro de los primeros testigos de la magia maradoneana. 

-Nos criamos juntos, crecimos juntos. Jugábamos acá en la calle —comenta—. No teníamos idea de lo que podía llegar a ser. Él es quien es también por el papá, por el sacrificio del papá, que venía de trabajar y lo llevaba a La Paternal. A veces no quería ir, pero era de agarrarlo y llevarlo. 

Al igual que Pancho, cada vez que se refiere a Diego, lo llama Pelusa. Es como si hubiera dos Maradona: el prócer y el humano. Al primero le respetan el nombre de su documento; con el segundo usan el sobrenombre del chico que cazaba ranas a la vera del río.

—A mí a veces me preguntan por qué no tengo un tatuaje. A él lo llevo siempre en la cabeza y en el corazón— confiesa Vaca.

Sus palabras reflejan los sentimientos no solo del barrio que vio crecer al dios argentino, sino también los de todos aquellos que se aferraron a Maradona cuando no había más que palos y pobreza. Es por eso que su sonrisa se repite una y otra vez en las paredes de Fiorito, porque en su alegría se consolidaba la de las clases populares. Se trata de una impronta que ya quedó sellada en la memoria histórica y que nadie podrá borrar jamás. 

Un exabrupto de regalo para Diego y Charly

Un exabrupto de regalo para Diego y Charly

El 23 de octubre cumplió años Charly y el 30 hubiera cumplido el Diego. El artista Alfredo Segatori los homenajeó con un mural en los bajos del puente de Bullrich y Libertador.

El artista urbano Alfredo Segatori fue convocado por la Comuna 14 y el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires para reversionar y reciclar su obra “Por una Cabeza, al ritmo del 2×4”. Tiene su origen en la promesa que Segatori le hizo a Charly García de pintarlo en un mural, en 2019, cuando en su obra Limurock de Charly García intervino la limusina en la que viajó el ídolo del rock nacional para festejar aquel cumpleaños, el 23 de octubre.En relación al proceso de creación de este nuevo mural que cubre las paredes bajo los puentes de Avenida Bullrich y Avenida del Libertador, Segatori en diálogo con ANCCOM, afirmó: “Son imágenes creadas, no son fotografías. Me imaginé a Charly con el Obelisco en la mano dirigiendo la ciudad. Hicimos esta secuencia con un piano, que viene como una escalinata y lo pinté al Diego Maradona con Raffaella Carrá bailando un tango. Fue una mujer disruptiva para su época, con la que Diego tenía buena relación”. La nueva escena, transcurre bajo la mirada atenta del zorzal Carlos Gardel. El artista ya había pitado en 2021 al diez, nacido un 30 de octubre, en el barrio de La Boca: en Aristóbulo del Valle 50, se puede visitar el mural “San Diego del Barrio de La Boca”.

Segatori trabaja el arte urbano. Se define como un “muralista de la city porteña” y es reconocido mundialmente por sus trabajos en la pintura de espacios públicos. Mediante diversas obras de su serie Exabrupto de color, imprimió a la ciudad con su arte. Define a su serie como abstracta y la asocia a la improvisación total. Busca generar algunas texturas personales y jugar con los colores. En este caso, nombró a sus murales Exabrupto de color es tango y Exabrupto de color es rock y fusionó un fondo en tonalidades fucsias con lo figurativo. “Juego con el verbo ‘exabruptear’, que no existe, pero para mí tiene que ver con algo que no es un salpicado y tampoco es una explosión: es un exabrupto. Es algo que sale del alma y tiene que ver con un gesto, un movimiento brusco que se realiza con enfado y viveza”, definió el artista.

En ese exabrupto, busca un contacto con la urbe y generar un momento de alegría. “Elijo ser artista porque creo que el arte tiene la posibilidad de unir a pesar de las diferencias, más en estos momentos de guerra y de tanta violencia que vivimos. Como dice Charly, ‘cada cual tiene un trip en el bocho’, pero desde el hacer arte y contemplarlo podemos ponernos de acuerdo a pesar de pensar diferente”, concluyó Segatori.

La esquina del Diego

La esquina del Diego

Se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Diego Armando Maradona y en Merlo se hizo, en su honor, un mural 3D que le da vida y color al barrio de Villa Amelia. Uno de sus autores, Santiago Nicolás, habla sobre el valor simbólico de la obra y qué implica ser muralista.

“Gracias por haber jugado al fútbol, porque es el deporte que me dio más alegrías, más libertades, como tocar el cielo con las manos. Gracias a la pelota”, respondía el Diego en su programa La Noche del 10, allá por 2005, cuando se preguntó a sí mismo qué se diría en el cementerio. Aquellos dichos, no fueron solo palabras. Siempre miraba el balón con una sonrisa pícara, como enamorado, y cada vez que la tenía enfrente, hacía lo que quería: caños, gambetas, jueguitos y, por si fuera poco, un gol con la mano.

El amor de Maradona se materializó en una esquina del conurbano bonaerense, específicamente entre las calles Chile y Primera Junta, del barrio de Villa Amelia, en el partido bonaerense de Merlo. Un vecino mandó a hacer un mural con la cara del Diez en la pared de su casa, a modo de homenaje, pero con la particularidad de que encima del techo se hizo una escultura gigante de su mejor amiga: la pelota.

Para lograr el objetivo, se hizo una obra colectiva en la que se contrató a un albañil para el armado de la esfera de hormigón y a un muralista llamado Santiago Nicolás, quien desplegó toda su capacidad artística para representar, de la manera más fiel posible, la alegría del jugador. Nicolás dialogó con ANCCOM sobre la repercusión mediática del mural, su relación con “El Diego” y el detrás de escena de su oficio.

¿Qué te sorprendió de la viralización del mural?

La llegada que tiene con las personas. Me enteré que, por ejemplo, un compañero fue a sacarse una foto con su tía que vino de Córdoba y se encontraron con un hombre tucumano que también había llegado de visita al barrio y fue a sacarse una foto. Me parece que está bueno cómo se conectan las personas, cómo les llega el sentimiento. No sé si tendrá que ver un poco con la explosión del Mundial, quizás también porque es tiempo de la conmemoración del fallecimiento del Diego. No sé bien, pero me parece muy lindo la emotividad de la gente y que se sientan representadas y conectadas con el Diego.

¿Es la primera vez que te toca vivir una situación así?

No, ya había hecho otros murales que se habían viralizado, pero quizás este fue un poco más. Por ejemplo, hice una nota para Telefé y eso no me había pasado. Sí había hablado antes, pero no con medios de tanto alcance. También me parece que la cuestión es la distinción que tiene este: la pelota. Eso es lo que hace que se exponga o que llame la atención. He hablado incluso con el cliente y con el chango que hizo la pelota, y les dije: «Para mí, por lo menos lo que yo pinto, no es el que más se destaque siquiera. Es un muro más, pero la pelota es lo que cambia todo”.

¿Esta obra hizo que aumente la demanda de encargos?

En general, cuando pinto algún muro que toma relevancia, suelen caerme más mensajes de lo normal, pero en sí no suma más trabajos. Sí suma la cantidad de presupuestos que paso y es más explosiva la cantidad de mensajes de cariño o de likes, en este mundo de redes.

En tu cuenta de Instagram se puede ver que hiciste varios murales de Maradona, ¿cuántos llevás hasta ahora?

La verdad que perdí la cuenta. Calculo que debe estar cerca de los 35, aproximadamente. Me acuerdo que en un momento los conté hasta llegar a diez, pero después ya me vi superado y no tengo la cuenta exacta.

¿Qué significa para vos el Diego?

A mí lo que me pasa es una cuestión más simbólica. Me siento conectado a través de la gente con lo que es el Diego, porque siento un poco, lo que decía antes, la emoción. No me considero maradoniano porque tengo 30 años, nunca lo vi jugar. Entonces, no tengo esa conexión que tienen los clientes o las clientas que me llaman, pero sí pude mamar un poco lo que sienten esas personas, casi como un sentimiento de familia, como sentir que quizás perdieron a un ser querido, como si fuese un hermano, un padre o un amigo. Eso sí lo noto un montón y me llega esa sensación, la emoción y el sentimiento de las personas que me llaman para hacerlo.

Arte individual y colectivo

Santiago dibuja desde que era pequeño, un gusto que llevó consigo siempre hasta que a los 20 años ingresó a la Universidad Nacional de las Artes, en donde conoció y profundizó conocimientos sobre pintura. Luego, allá por 2015, salió un día a la calle con un amigo y comenzaron a pintar. En ese momento, se dio cuenta que le encantaba “tirar un poco de color” en el espacio público y se sintió libre. Supo que a través del arte podía manifestar e interpretar cuestiones que lo interpelaban, no solo a él, sino también a la sociedad. Así fue como se moldeó este artista que, a partir de 2018, se dedicó exclusivamente a desplegar sus capacidades como muralista.

Además de tu formación, ¿cómo es que lográs murales profesionales?

Es todo el tiempo estar practicando, más allá de que haya tenido una facilidad artística desde niño. Es desarrollarse con la práctica, porque si no eso se pierde. En este trabajo todo el tiempo estamos tratando de pulir un poco más lo que tenemos, tratamos de darle vuelta a las cuestiones técnicas.

¿Qué otras obras que hiciste destacarías?

Antes se hacían encuentros de muralistas a nivel nacional e internacional, pero la pandemia cortó todo. Este año volvimos al ruedo y viajé por el interior del país con una compañera, que se llama Flor Pani, y pudimos hacer una obra en Sumampa, un pueblo de Santiago del Estero. El eje temático era Sumampa como pueblo y como punto de conexión de mucha parte importante de la historia argentina. Entonces pintamos una mujer ancestral, con rasgos de personas de identidad marrón. Durante el año casi siempre estamos trabajando en equipo, pero fue la primera vez que viajamos como colectivo a pintar en un encuentro. Generalmente siempre estamos pintando cosas que nos piden clientes, pero acá pudimos hacer una obra nuestra y esa fue de las mejores que hasta ahora desde que estamos pintando. Después, hice un mural de Breaking Bad en una quinta. Ese también fue un laburazo, además la idea estaba buena. A veces te piden cosas que por ahí no tenés ganas de pintar y a veces te tocan cosas que te encantan.

¿En qué consisten los encuentros de muralistas?

Durante el año se gestan distintos encuentros de muralismo autogestivos. Hay otros que son municipales o provinciales. Es un ámbito muy piola, conocés personas de distintos lados y compartís pensamientos, pintadas y acciones políticas. También, a través de eso se llega a charlas de organización para saber qué es lo que nos falta conseguir en términos de derechos como laburantes. Tenemos el grupo del oeste, hay grupos de La Plata, en general están en todo el país. En realidad, en todo el mundo, pero solo hablo de lo que conozco. Lo que yo veo, por lo menos desde que arranqué, es que paso a paso, si bien viene un poco lenta la mano, tenemos cada vez más organización.

Muralismo es trabajo

Caminás por la calle con una de tus amistades. Hablan de cosas banales hasta que tus ojos se clavan y brillan al observar una pared que tiene pintado algo que te gusta mucho. Le pedís a tu acompañante que te saque una foto con tu celular y luego la compartís en todas tus redes sociales y te explotan los likes, pero lo que nadie sabe es todo el esfuerzo que hubo por detrás para producir esa obra.

¿Cuáles son los mitos de tu oficio?

Más allá de que nos gusta y sabemos que es algo artístico, que no se crea que es algo de ocio, sino que es un trabajo como cualquier otro. No es algo que hagamos y vivamos del aire. Uno de nuestros lemas es: “Mural es trabajo”.

¿Qué dificultades laborales existen?

Primero, estamos todos en negro. Siempre laburamos así. Por eso tratamos de hablar sobre las cuestiones de seguridad mínima para trabajar. Cuando estamos hablando entre “compas” y quieren saber algunas cosas, siempre compartimos conocimientos. Les decimos: “Si vas a trabajar a tal altura, tenés que usar andamios, ya no tenés que usar escalera porque es muy riesgoso”. Siempre se habla mucho de cómo armar los andamios y a partir de cuántos metros hay que atarlo. Hay que usar sogas, arneses, los elementos necesarios y básicos para no tener accidentes. Es una profesión algo riesgosa por la altura, porque ya sabemos y ha pasado que hay compas que han sufrido algún accidente. Hay que estar atentos y atentas a que no suceda y proteger también a la gente que transita por la calle, para que no se caiga una herramienta desde seis metros de altura. Son accidentes que se pueden evitar. También, por ejemplo, si se va a pintar debajo del sol, hay que usar protector solar y hay que fijarse bien los horarios en los que se va a trabajar. Esas cuestiones se charlan siempre en estas reuniones grupales que hacemos entre muralistas.

¿Qué es lo que más te gusta de tu laburo?

Me gusta pintar siempre en la calle. O sea, también se puede pintar dentro de hogares particulares y locales, pero a mí lo que más me gusta es la calle, porque ahí se siente el acompañamiento. La gente es muy piola, siempre te da una mano en lo que necesites, te alienta y se alegra al ver los colores y el rostro de alguien que les guste. Te hacen sentir parte, porque te ven ahí y saben que sos parte de la calle, un elemento más. Sumar desde lo artístico-cultural al barrio es lo que más me gusta.

¿Hay algo que sea solo por amor al arte?

A veces hacemos pintadas comunitarias. Cuando tengo tiempo, me gusta pintar acá en mi barrio. Quizás no siempre se sabe que a veces son murales comunitarios. Eso sí es directamente por amor al arte y al barrio. Lamentablemente y afortunadamente, esto es contradictorio, no tenemos tanto tiempo para hacer esas cosas, porque tenemos mucho laburo. Entonces, tratamos de hacernos los tiempos, porque nos encanta mostrar que está esa posibilidad. El arte cercano al barrio es posible y generar museos a cielo abierto con murales comunitarios está buenísimo.

El kilómetro cero del Mundial 86

El kilómetro cero del Mundial 86

Juan Ignacio Provéndola es periodista, docente y autor de varios libros. Recientemente publicó “Operativo Tilcara”, un racconto del increíble viaje que organizó Carlos Bilardo en 1986 con el objetivo de preparar a sus jugadores para el Mundial de México.

La Copa del Mundo de 1986 se iba a disputar en tierras mexicanas, donde diez de los doce estadios seleccionados estaban a más de 1500 metros sobre el nivel del mar. El doctor Carlos Salvador Bilardo, conocido por sus brillantes delirios, encontró ahí el primer problema a resolver, quizás el más importante de todos. Para afrontarlo, convocó a un grupo de catorce jugadores de la élite del fútbol local (José Luis Brown, Ricardo Bochini y Claudio Borghi, por nombrar a algunos) y diseñó un plan tan disparatado como exitoso: un viaje al pueblo jujeño de Tilcara, donde durante diez días la base de la Selección del 86 enfrentaría todo tipo de condiciones adversas antes de partir hacia la tierra prometida. Juan Ignacio Provéndola es periodista, docente y autor de múltiples libros; el último de ellos es Operativo Tilcara. Entre viejas postales de rock y un video de las playas de su Villa Gesell natal, el escritor dialogó con ANCCOM sobre cómo “entre canchas de ripio, agua por turnos, un solo teléfono en todo el pueblo y el calor sofocante de la altura, Bilardo estableció en Tilcara el auténtico kilómetro cero de un camino que culminó en el 29 de junio de 1986 en el Estadio Azteca”.

¿Qué te llevó a escribir sobre un acontecimiento que quizás es muy famoso para el fútbol argentino por el mito de la promesa a la Virgen de Copacabana pero que a la vez es muy desconocido en cuanto a los detalles de su historia?

Una casualidad, porque yo no conocía Jujuy hasta que viajé en 2017 por distintos laburos. Yendo desde San Salvador a La Quiaca, me estaba llevando un amigo de Jujuy en su auto y hacemos una paradita técnica en una ruta de Tilcara porque había una estación de servicio. Yo aproveché y me fui a dar unas vueltas por los comercios y construcciones y vi que había un potrero de tierra. Entonces me saqué una selfie para mandar a amigos de Gesell -porque allá también tenemos equipos locales que juegan en canchas precarias- y cuando me subo al auto le muestro la foto a este amigo jujeño para preguntarle de quién era la cancha. Él me cuenta y me agrega: “Acá vino Bilardo con varios de los que fueron al Mundial de México a prepararse”. No le creí. Yo que soy del interior también sé que a veces exageramos un poco las historias para impresionar a los forasteros. Después vi que había un montón de notas al respecto y me generó la inquietud. Cuando volví a Buenos Aires le pedí a un colega el teléfono de Bilardo y al mes de insistir me atendió. Le cuento esta historia y le digo que me costó creerla. Me dijo que sí, que era cierto. Estuvimos hablando como una hora, increíble el narigón. Arrancó a recordar un montón de cosas increíbles, fabulosas, disparatadas, bizarras, alucinantes. Ahí empezó todo.

 ¿En base a qué otras fuentes construiste tu relato?

El segundo que se acordó mucho y se copó fue el Checho Batista. Después, tilcareños que fueron parte de Pueblo Nuevo, un club recién fundado en ese momento, que es donde la Selección entrenó. Además, como Bilardo llevó catorce jugadores, (iba a llevar diecisiete pero al final tres se lesionan) si quería hacer un picado no le alcanzaban los números. Entonces le preguntó a los de Pueblo Nuevo si armaban un equipo de once y los tipos obviamente le dijeron que sí, más vale. Ellos también fueron una fuente importante porque convivieron todos los días. Fui cuatro veces a Jujuy, cinco con esta parada que es la que originó todo. Después revisé diarios de la época. Más allá de Clarín, La Nación y El Gráfico, que fueron los medios nacionales más importantes que mandaron corresponsales, me parecía interesante ver cómo había sido el registro de los locales como para corrernos un poco de el porteño-centrismo en la construcción de una historia.

 ¿Encontraste muchas diferencias entre el relato que se contaba en Buenos Aires de lo sucedido y lo que veía la gente de Tilcara?

Sí, porque en ese momento no existía la televisión por cable, es un fenómeno de los noventa. El único contacto que había con imágenes en movimiento eran canales de aire que se veían a lo sumo en San Salvador. Tilcara no tenía televisores y había un solo teléfono. Ricardo Bochini tenía treinta y dos años en ese momento y ya era una leyenda. Siendo un prócer total del fútbol argentino, en Tilcara la primera vez que lo ven en movimiento es en la cancha de Pueblo Nuevo. Lo más cercano eran las fotos en blanco y negro de los diarios.  Entonces me preguntaba cómo registraban ellos el contacto con jugadores que solo conocían por fotos. Fue una conmoción para la provincia. Otra cosa que me interesaba era ver cómo relataban la cotidianidad de los jugadores de la Selección. Una cosa era como lo reflejaba el enviado del diario Clarín, que estaba muy perturbado por el estado de la cancha y en todas las notas decía: “es un peligro, Bilardo es un irresponsable, los jugadores se pueden romper”. Para los jujeños eran normales esas canchas, entonces no veían eso, el eje estaba puesto en otro lado. Los medios porteños, como todos los criados en el llano, hablaban mucho de los efectos de la altura y el calor. En cambio, para los jujeños eso es parte de la normalidad y relataban más cuando los jugadores salían a pasear por el centro, el rasgo más humano, cómo iban a la plaza a la hora de la siesta a tomar mates. Quizás una intimidad que hoy es muy difícil.

En el libro mencionás que Bilardo tenía un doble objetivo a la hora de preparar el viaje: el principal era preparar a los jugadores para la altura de México pero también buscaba consolidar el grupo. ¿Cuál fue el que marcó la diferencia en los resultados que después obtendría el equipo?

Creo que las dos cosas. No sé si viste Héroes. Ahí vas a notar cómo se arma el grupo humano. Ellos tenían una cámara ahí en el Distrito Federal y en ese documental ves realmente la cotidianidad de la concentración que fue muy larga, casi dos meses, es un montón. Así que sí, creo que el viaje ayudó mucho a armar el grupo porque en Tilcara es donde Bilardo empieza a armar la lista que él quería. Hasta el ochenta y cinco era una combinación de jugadores que él quería probar con otros que se imponían por historia. Pero por otro lado, el tema de la altura es importante. Bilardo fue el único entrenador que reparó en eso, a pesar de que ya había habido un mundial en México y varias de las selecciones que fueron al 86 ya habían jugado ahí en el 70. Fueron los únicos mundiales en la historia que se jugaron en altura. Para los sudamericanos puede ser algo relativamente familiar por las eliminatorias en La Paz o en Quito, pero sigue siendo un escenario que mete bastante miedo. Imaginate para los europeos. Sin embargo, en el 86 lo vuelven a desatender. A tal punto que Alemania casi se queda afuera en la primera ronda por subestimar ese dato, lo mismo Inglaterra.

¿El viaje cumplió su objetivo?

Si bien no fue una aclimatación, porque para eso tendrían que haber ido inmediatamente antes de México, el viaje sirvió para que los jugadores le pierdan el miedo a la altura. No solo por la falta de aire. A veces te agarra taquicardia, unas jaquecas terribles, sentís una cosa muy incómoda que no la podés resolver y eso te da nerviosismo. De los catorce de Tilcara, doce fueron al mundial. Ya habían estado diez días en un escenario parecido, por lo que cuando van a México y la altura empieza a molestar se calman porque saben que a los dos o tres días el cuerpo se plancha. Es la imagen de Jorge Burruchaga en el último gol contra Alemania, que parece que todavía hoy sigue corriendo. Corre solo, no lo marca nadie, los defensores estaban con la lengua larga. Los alemanes hacen ese empate y se les acaba la nafta automáticamente. Hago la inversa, me pregunto si hubiese sido igual el devenir del Mundial de México para Argentina sin ese viaje a Tilcara. No lo sabemos. Los que fueron en el 86 lo viven como una experiencia repositiva, más allá de la altura, de la precariedad y la austeridad en el día a día. Eso ya te demuestra que generó un buen semblante, así que yo creo que es un poquito de cada cosa.

 

La precariedad que mencionás, jugar contra equipos amateur de la zona, canchas de tierra y en malas condiciones. ¿Todas esas particularidades que tuvo el viaje pueden haber contribuido a su éxito?

Sí, creo que ayudó mucho porque cuando ellos van a concentrar al América de México en la estadía del Mundial ven que no alcanzaban las camas. Entonces le agregan un anexo que era un quincho, quizás la austeridad de Tilcara ya los fue un poco amoldando. Por eso yo señalo el viaje a Tilcara como el kilómetro cero. Siempre para los futboleros el inicio del mundial es el sorteo, que es donde ya sabemos cuáles van a ser los rivales de nuestras selecciones. Ahí ya entrás en un auténtico clima premundialista. El viaje a Tilcara fue veinte días después del sorteo. Fue el comienzo de ese proceso final donde ya no había margen de error para nada. Creo que por eso también Bilardo viaja a Tilcara, porque era un lugar que al estar más desconectado del resto del país le aseguraba cierta intimidad y calma para poder hacer experiencias físicas y tácticas que no hubiese podido hacer en Buenos Aires con los medios permanentemente sacándole fotos y observando.

Una situación de aislamiento, condiciones extrañas e incómodas, un técnico cuestionado, un equipo que para algunos todavía generaba dudas pero que logra consolidarse. ¿Observás un paralelismo, salvando las distancias, entre el viaje del 86 a Tilcara y la concentración de la Copa América 2021 que Argentina gana en Brasil?

Nunca lo pensé, pero ahora que lo decís vos, sí. Lo veo muy comparable, sobre todo en la contribución a un espíritu de grupo. El aislamiento es similar, en ambos casos estaban alejados de sus familias y con poca comunicación. Creo que el grado de imprevisibilidad es un punto de comparación también porque en el 86 nadie conocía Tilcara y en el 2021 nadie había experimentado nunca una concentración similar. Está esa escena de Messi en el vestuario valorando la convivencia y haber compartido una experiencia grupal. Muy probablemente lo del año pasado les templó un poco el ánimo. Los jugadores ya estaban ahí, semanas adentro, con toda la manija de querer ganar algo, de querer salir campeones. Quizás Scaloni conoce esta historia de Tilcara y algo podría haber influido, habría que preguntarle.

 

¿Cuál es tu anécdota favorita de Operativo Tilcara?

La verdad es que todo es una anécdota con un wow gigante, de principio a fin, pero la que más gracia me da es cuando Bilardo me cuenta que se vistió de mujer coya. Más allá de que parezca gracioso que se viste de mujer, él hizo particular énfasis en que para disimular con los jugadores se pone a bailar. Entonces me dice: “Mirá pibe que yo bailo muy bien, ¿querés que te muestre?”, se para y como que empieza a moverse. Y yo digo: “no, Carlos, no hace falta” y la gente miraba. Después, cuando yo contaba la anécdota a amigos y colegas, nadie me creía; hasta que finalmente sale la serie documental de Bilardo. Ahí hay una escena buenísima en México cuando todo estaba medio picado en el grupo y él para distender se pone a bailar y logra que todos se rían. Bailaba igual que como me quiso bailar a mí. Me alucinó eso porque me permitió entender en esa microanécdota la capacidad de liderazgo que tenía Bilardo. Ordenar, ordena cualquiera, el tema es persuadir. El Narigón tenía esa cosa de obsesivo y cabulero por un lado, pero después tenía una gran condición humana para empatizar y quizás quitarle un poco la tensión a la cosa. Yo me imagino que cuando de repente todos se enteran que esa esa señora vestida de chola era Bilardo le habrá generado algo en la cabeza a los tipos. Si este tipo, que es grande, que es doctor, que salió campeón con estudiantes; corre el riesgo de hacer ridículo para controlarnos,  ¿nosotros no vamos a hacer un esfuerzo de entrenar atrás de una pelota tres veces por semana? Me parece que lo termina graficando bastante como es él en toda su complejidad. Por eso creo que fue lo que fue y cambió el fútbol argentino, ¿No?

El profe del Diez

El profe del Diez

Por Franco Ojeda

Fotografías: Gentileza Telam

«Yo estaba condenado a una vida intrascendente y aburrida y él la transformó en una vida maravillosa que ni en el mejor de los sueños la hubiese imaginado”, dice Signorini.

Jalisco, México, está a 7.778 kilómetros de Buenos Aires. Allí, donde Diego Maradona alcanzó la cumbre del fútbol mundial, se encuentra el hombre que lo preparó, Fernando Signorini. “El Profe” o “Ciego”, como afectuosamente le decía el pibe de Fiorito, trabaja actualmente para el Chivas de Guadalajara.

En coautoría con Luciano Wernicke y Fernando Molina, Signorini acaba de publicar Diego desde adentro, un libro editado por Editorial Planeta en donde cuenta su historia junto a Maradona, desde el momento en que se conocieron en Barcelona hasta su experiencia en la Selección Argentina.

“Fue el 28 de junio de 1983”, rememora con una sonrisa. Nacido en 1950 en Lincoln, provincia de Buenos Aires, a mediados de los 80 Signorini partió hacia Barcelona para estudiar los entrenamientos del entonces DT azulgrana César Luis Menotti. Era un día caluroso cuando el Profe vio que de un auto bajó Maradona un poco nervioso porque los portones del club estaban cerrados. Al ver la situación, Signorini dijo: “Viste Diego, después dicen que a los que madrugan Dios los ayuda”. “Tenés razón –le contestó el diez–, soy un verde, es la primera vez que llego temprano y está todo cerrado”.

Luego de ese primer encuentro, siguieron en contacto y Signorini se ganó el afecto y la confianza de Maradona. “A partir de esas reuniones empezamos a establecer una relación basada en la cordialidad, respeto y sobre todo lealtad”, subraya el Profe. El 24 de septiembre de 1983 marcó un antes y un después en el vínculo. Ese día, Diego sufrió la fractura del tobillo izquierdo en un partido contra el Athletic Bilbao, tras un tremendo patadón de Andoni Goikoetxea. Signorini participó del proceso de recuperación, considerado como milagroso porque Diego regresó a los campos de juego 100 días después de su paso por el quirófano.

“Fue un privilegio haber participado, porque de los miles de profesionales, Diego me eligió a mí para ejercer como preparador físico de un futbolista, una figura que hasta ese momento no existía”, señala Signorini. “Era asombrarme de las respuestas casi inmediatas y ante diferentes estímulos. Fue una recuperación que muy difícilmente la hubiera logrado una persona común y eso me dio la pauta que él no era uno más. Era un animal de competición, un gallo que quería pelear, que le peleaba a la mala suerte”, agrega.

 

Diego puso de rodillas a toda la industria construida alrededor de Italia ´90

Fernando Signorini

 

Ho visto a Maradona

Maradona es sinónimo de Nápoles. No sólo desplegó allí su mejor juego en el continente europeo, logrando títulos a nivel local e internacional, sino se transformó en el abanderado de lucha del sur, históricamente relegado frente a la opulencia del norte de Italia. Se metió en el corazón de los tifosi napolitanos que lo inmortalizaron con el cántico “Ho visto a Maradona”, entre tantas ofrendas.

“Su llegada fue como si pateás un hormiguero. Explotó todo, porque de verdad fue una catarata de afecto. Yo sigo pensándolo y no lo puedo creer”, asegura Signorini tocándose la frente al recordarlo. “Había tanto cariño con Diego que hasta, a veces, era un poco exagerado”, opina alegremente el Profe y sostiene: “El hombre es un animal de costumbres y por suerte tengo la facilidad de adaptarme a cualquier ambiente”.

Luego de la victoria de Argentina frente a Alemania en la final de México 86, adentro del vestuario, Signorini motivó a Maradona para el siguiente objetivo: “Él estaba en la ducha, luego del festejo, mientras yo sostenía el trofeo. Él me decía un montón de cosas de la copa, pero yo le dije ‘ya está, esto ya pasó, así que ahora tenés que prepararte para el próximo objetivo, el Scudetto’. Su reacción fue obvia. ‘¿Por qué no te vas a la puta que te parió? Dejame festejar’”.

Hacia 1987, las situaciones extradeportivas acechaban la figura de Maradona y fue Signorini quien ofició de soporte anímico e intervino en algunos de sus conflictos. “Teníamos una relación mutua de empatía. No sé por qué él tenía tanta confianza en mí, pero no tuve problemas en interceder por él y decir las cosas por su nombre. Diego en muchas ocasiones dijo que yo lo ayudé a mantener los pies en la tierra. Creo que fue exagerado, pero eso se debe a la relación de respeto mutuo”, afirma Signorini. En esa temporada, Maradona terminó de consolidar su mito obteniendo la primera Liga Italiana para el Nápoli.

Cuatro años más tarde, con el primer doping positivo y una suspensión de 12 meses, Maradona puso fin a su etapa en el fútbol italiano. “Fue la situación más triste que me pasó con Diego, porque fue el fin de una relación de mucho amor entre él y los napolitanos”, evoca Signorini.

«Diego era un animal de competición, un gallo que quería pelear, le peleaba a la mala suerte”, dice Signorini.

Diego y la Selección

            México 86 fue el primer mundial de Signorini junto a Maradona. Lo prepararon con el apoyo de un fisiólogo italiano. “Diego comenzó a visibilizar el Mundial antes que nadie. Por eso nos preparamos tres meses antes, porque él sabía a dónde iba a jugar”, remarca Signorini en relación a la climatología y el nivel de oxígeno en suelo azteca. “Ese contexto adverso podría ser beneficioso para Diego porque no iba a padecer las marcas asfixiantes a las que él estaba acostumbrado”, explica. “El Mundial está hecho para vos o para Platini, eso depende de vos”, le dijo Signorini, quien usaba al volante francés de la Juventus para motivar a Maradona.

“Me di cuenta que era su Mundial cuando él dijo a la prensa: ‘Yo seré la figura´ –cuenta Signorini–. Yo sabía que, si Diego no se lucía, el equipo lo iba a hacer. Entonces usé esa manera de desafiarlo y siempre considero que un gramo de tejido cerebral pesa más que 76 kilos de músculo. Por eso, cuando dijo esa frase, pensé ‘agárrense que el león dio el zarpazo’”. El rol de capitán y líder no sólo futbolístico sino también anímico del Seleccionado fue fundamental. “Tenía un carisma, una sonrisa, su mirada era contagiosa, sus gestos, su optimismo para apoyar a sus compañeros… La verdad fue un ser tocado por la varita”, se emociona Signorini.

En Italia 90 el contexto era diferente. Maradona venía de ganar su segundo Scudetto y era visto en el norte como el enemigo número uno. En ese torneo, las lesiones en el tobillo fueron un condicionante para su juego, pero lo suplió con otra faceta. “Diego era capaz de soportar el dolor, él no tenía obstáculos porque para él lo más importante era la Selección”, destaca Signorini, quien sostiene que el partido más importante de esa copa ocurrió en Nápoles, en la semifinal contra Italia. En una conferencia de prensa previa al partido, Diego se animó a criticar el falso nacionalismo italiano y esto caló hondo en los hinchas del Nápoli. “A través del fervor y todo el agradecimiento que ellos tienen por Diego, gran parte de ellos estuvieron contentos de que Diego pusiera de rodillas a toda la industria construida alrededor de ese torneo”.

La preparación para Estados Unidos 1994 fue la más conmovedora. Maradona decidió entrenarse en un campo en La Pampa para encontrar paz y tranquilidad. “Fueron los mejores diez días que pasé junto a él –manifiesta Signorini–. Era un lugar que lo volvía a poner en contacto con la naturaleza y lo hacía recordar sus años en Fiorito. Al principio no quería estar ni un minuto, pero luego no se quería ir más de ahí por el cariño que recibió de la gente del lugar”. Según el Profe, la salida de Diego durante aquel mundial fue desmoralizadora para el conjunto argentino que no se pudo recuperar de su ausencia: “Fue la mejor Selección a nivel individual que se conformó, pero su partida aplacó todas las ilusiones”.

En 2008, Diego regresó a la Selección como entrenador y Signorini lo acompañó como preparador de ese equipo que participó en Sudáfrica 2010. “Fue la guinda del postre y que él haya confiado en mí para preparar a esos jugadores, yo no le puedo pedir más a la vida”, agradece Signorini, quien, con modestia, prefiere no decir qué fue Diego en su vida, pero con una sonrisa responde: “Yo estaba condenado a una vida intrascendente y aburrida y él la transformó en una vida maravillosa que ni en el mejor de los sueños la hubiese imaginado”.