Bailando por una ley

Bailando por una ley

La lucha por la creación de un Instituto Nacional de Danza cumple diez años. En 2022 se presentó por octava vez el proyecto legislativo. ¿Se aprobará esta vez?

Una vez más, como cada 10 de octubre, se celebra el Día Nacional de la Danza, recordando a las bailarinas y bailarines del Teatro Colón que fallecieron en un accidente aéreo en el año 1971. Pero no es lo único que hay que tener presente.

Los diferentes movimientos de danza del país, las personas que se identifican con este arte, este trabajo, luchan por la aprobación de la Ley Nacional de Danza. El proyecto fue presentado, por primera vez, en la Cámara de Diputados el 3 de septiembre de 2012 por el Movimiento por la Ley Nacional de Danza , desde entonces fue ingresado reiteradas veces. Eugenia Schvartzman, bailarina, maestra e integrante del movimiento, compartió con ANCCOM: “En todos estos años la comunidad se ha organizado, entiende de manera masiva la importancia de esta ley. Es una bandera que acompaña a todo el sector, se han hecho actividades, charlas y movilizaciones“.

Durante la pandemia, el arte en general y la danza en particual sufrieron su mayor golpe, dejando en evidencia la precariedad en la que se encuentra y la necesidad, la urgencia, de crear un Instituto Nacional de Danza en la órbita del Ministerio de Cultura de la Nación para que fomente la actividad, le dé jerarquía a la disciplina y quede todo esto establecido para las próximas generaciones.

“Todo el sector de la cultura desnudó la precariedad en la que trabaja, particularmente la danza”, añade Schvartzman. “Nos tocó sufrir la incertidumbre de no tener interlocutores en el plano del Estado nacional, con lo cual el Ministerio de Cultura de la Nación toma nota de esta situación”. Luego de la pandemia se realizaron acompañamientos por medio de la generación del área de danza específica, tal es el ejemplo del área de danza de Tecnópolis  logrando el reconocimiento y la presencia de la danza en espacios donde previamente no estaba.

Esta ley no solo es de carácter urgente para las personas del área, sino también para la sociedad, debido a que no solo es una expresión artística sino también social. Por lo cual forma parte de la construcción de nuestra historia e identidad, y tiene que ser acompañada y protegida por el Estado.

Sin ley

Históricamente esta área es olvidada y postergada, varios han sido los intentos sin resultados, el último reingreso del proyecto, por octava vez, fue el 8 de noviembre de 2022. Este fue acompañado por otro más: “Ingresó otro proyecto por el Movimiento Federal de la Danza, entonces tuvimos dos proyectos en la Cámara y hoy podemos decir que esos proyectos están unificados. Durante estos meses hicimos un trabajo entre las dos organizaciones y el resto de las organizaciones del sector que vienen acompañando y militando el proyecto de ley junto con asesoras y diputadas para lograr la mejor Ley Nacional de Danza”, cuenta  Schvartzman.

Actualmente se encuentra en manos de las diputadas abordando cuestiones parlamentarias y acelerando el tratamiento en la Comisión de Cultura y Presupuesto. Schvartzman reflexiona: ”Creemos que son momentos que marcan un momento histórico, que el proyecto esté unificado y que tenga voluntad política de ser tratado es muy importante, no solo por diputados y diputadas de diferentes bloques políticos sino también por parte del Ministerio de Cultura. Creemos que tiene muchas chances de ser tratado ahora y de lograr su sanción”.

Con respecto al contexto actual en el que el candidate presidencial Javier Milei dice que debería desaparecer el Ministerio de Cultura Schvartzman asegura: ”En el plano de la cultura ya pasó que no tuvimos Ministerio y esto fue extremadamente complejo. En el gobierno macrista el Ministerio retrocedió varios pasos y volvió a ser una Secretaria y eso le quita desempeño, le quita estructura. Creemos firmemente en las instituciones transparentes, que se manejen de manera transparente, en donde trabajadores y trabajadoras del sector sean parte de ellas, y por esto estamos planteando un Instituto Nacional de la Danza como un esquema mixto donde la articulación con el sector es la columna vertebral”.

Diez años y ninguna ley

Diez años y ninguna ley

Los trabajadores de la danza volvieron a presentar un proyecto de ley en el Congreso para crear un instituto nacional del sector que regule la actividad. Mientras tanto, la precarización laboral domina la escena.

“Todas las actividades convocan a la danza, pero nadie la reconoce”. Esas son las palabras de Manuela Fraguas, integrante del Frente de Emergencia de la Danza (FED). Este año se cumple una década desde la primera presentación del proyecto por una ley nacional para esa actividad, y sin embargo, los derechos de los trabajadores del sector siguen siendo obviados.

El primer intento legislativo fue presentado como un «proyecto particular de iniciativa de la comunidad de la danza», pero nunca fue tratado en el Congreso. Hace dos semanas, referentes de ese ambiente presentaron nuevamente la iniciativa ante la Cámara de Diputados.

Este nuevo proyecto de ley tiene como objetivo el fomento y la protección de la actividad, particularmente, mediante la creación de un Instituto Nacional. Mientras que el ámbito del cine es representado por el INCAA y la música por el INAMU, actualmente la danza no cuenta con un organismo propio. Esa falta se traduce en una carencia de interlocutores en el Estado; es decir, no se les da un lugar a sus voces y reclamos, y por ende, no se llevan a cabo políticas públicas que contemplen sus necesidades particulares.

Eugenia Schvartzman, en el espacio Las Juanas de formación en artes escénicas.

Pandemia y después

La falta de regulación se hizo especialmente notoria en  2020 y 2021, ya que las medidas sanitarias para combatir la pandemia implicaron la suspensión total de sus actividades. En este marco, el FED, un grupo conformado por 37 organizaciones de proyectos afines, se autoconvocó para dar cuenta de la crisis que se estaba atravesando y para pensar en estrategias a corto, mediano y largo plazo. Mientras tanto, dado que no existen políticas públicas de fomento a esta actividad cultural, muchas escuelas y espacios escénicos debieron cerrar de forma permanente.

Julieta Rodríguez Grumberg, codirectora del MOVAQ, Aquelarre en Movimiento, un espacio artístico cooperativo ubicado en la Ciudad de Buenos Aires, sostiene que la pandemia agravó y “puso en relieve problemas estructurales que el sector ya tenía”. Por su parte, Liliana Tasso, vocal de Coreógrafos Contemporáneos Asociados, afirma que la Ley Nacional de Danza apunta específicamente a proteger al sector independiente de los trabajadores. Es decir, aquellos que no se encuentran bajo el contrato de una compañía, y que por lo tanto sostienen su trabajo informal de manera autogestiva.

«El Estado no se hace cargo de que existe la actividad, de que se desarrolla, de que crece, del aporte sociocultural que proporciona», afirma Manuela.

 

La precarización laboral de los trabajadores de la danza es motivo de alerta: los empleados no suelen estar registrados, y aquellos que sí lo están, en su gran mayoría, se inscriben como monotributistas, aunque en ocasiones no se justifica el pago de esta cuota. Por otro lado, en las instancias de contratación oficiales, como lo pueden ser festivales, la remuneración suele ser baja, cuando existe. “Pareciera que tenemos que trabajar y estar agradecides de que tenemos un espacio. No se considera una tarea de labor y no se paga, o sí se paga, se paga muy tarde”, afirma Fraguas. 

A modo de revertir esta situación, en 2015 surgió la llamada Asociación Argentina de Trabajadorxs de la Danza (AATDa), que tiene como desafío garantizar un mejor desempeño profesional y lograr condiciones justas de trabajo. Sin embargo, aunque en ese mismo año se iniciaron los trámites en el Ministerio de Trabajo para solicitar una inscripción gremial, esta sigue estando pendiente hasta hoy.

 A pesar de esta situación, AATDa continúa funcionando como colectivo para los trabajadores. Publicó un tarifario salarial, que pauta una tasa mínima, y cuenta con asesoría legal para interceder en conflictos puntuales.

Manuela Fraguas  forma parte de la residencia «Sensaciones de impermanencia», coordinada por Valeria Martínez y Julia Gómez. «La danza es un espacio de mujeres y disidencias, no está poblado de hombres cis», señala

¿Jubilados o retirados?

Dado el carácter irregular de las contrataciones, las jubilaciones de los bailarines también se presentan como un tema de debate. Los únicos que tienen aportes jubilatorios son aquellos que forman parte de las compañías de ballet oficiales, aunque ni siquiera para ellos se contempla acorde a sus tareas. Además, según Grumberg, la jurisdicción que las rige depende del rango de la compañía. “Hay compañías nacionales que dependen de Cultura Nación u organismos afines, y compañías provinciales o municipales”.

En el caso del Teatro Colón, las jubilaciones no están especificadas para el ámbito de la danza. Estas se enmarcan dentro del convenio que tienen los empleados públicos de la Ciudad de Buenos Aires. De esta manera, los bailarines tienen su jubilación a los 65 años, a pesar de que comúnmente el desgaste físico que requiere esta actividad solicita una retirada de la actividad más temprana.

De acuerdo a un censo que impulsó el Ministerio de Cultura en 2020,  dirigido hacia los trabajadores de la cultura, la danza compone la segunda fuerza de este tipo de trabajadores en el país. Se cuenta con ella como protagonista de festivales, programas televisivos y shows privados, sin embargo, a pesar de su masividad y presencia social, mientras que el Estado continúe ignorando los reclamos del sector, los derechos de sus trabajadores continuarán en el detrás de escena.

 

 Julieta Grumberg en MOVAQ Aquelarre en movimiento, la casa escénica que co-dirige.

La danza se mueve al compás de la emergencia

La danza se mueve al compás de la emergencia

Inés Armas, bailarina, docente y codirectora de Galpón FACE.

La llegada del Covid-19 supuso una profunda transformación para la danza en la Argentina. Por un lado, las y los trabajadores de la disciplina coordinaron fuerzas como nunca antes para reclamar por sus derechos. Por otro, las condiciones de aislamiento inauguraron una etapa de experimentación en el campo.

El Frente de Emergencia de la Danza emitió el 8 de septiembre un comunicado en el que solicita medidas urgentes al Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Entre otros aspectos, la agrupación denuncia que tras cinco meses de cuarentena el organismo, encabezado por el funcionario Enrique Avogadro, no ha puesto en marcha ninguna iniciativa para paliar la crisis. Los estudios de danza, duramente golpeados, no pudieron presentarse a subsidios ni recibieron ayuda para adecuar los espacios a los protocolos aprobados para actividades sin público. El Ministerio porteño tampoco realizó un relevamiento que dé cuenta de la situación de las y los trabajadores de la danza, no diseñó un plan para generar fuentes de ingreso, ni garantiza un presupuesto 2021 acorde a las necesidades.

La emergencia sanitaria ha potenciado reclamos de la danza de larga data en todo el país. Sólo una porción minoritaria resultó beneficiada con las ayudas otorgadas por el Estado como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) o el Fondo Desarrollar. “Más del 85 por ciento no pudo acceder debido al grado de informalidad en el que estamos”, sostiene David Señorán, maestro, coreógrafo y director a cargo de la comunicación del Movimiento Federal de Danza (MDF) en el Área Metropolitana Buenos Aires (AMBA).

Según un informe publicado por el MFD en mayo, el sector cuenta a nivel nacional con  450.000 trabajadores independientes, entre artistas, gestores culturales, talleristas, intérpretes, coreógrafos, propietarios de salas y espacios independientes. Sólo el 16 por ciento trabaja de manera formal, el 42 lo hace en condiciones de informalidad y el 42 restante en ambas modalidades.

La actividad carece de un marco legal e institucional que la regule, a diferencia de otras expresiones artísticas que sí lo tienen como el teatro (Instituto Nacional del Teatro, INT), el cine (INCAA), o la música (INAMU). Tampoco tiene sindicatos. Por eso, desde 2019 el MFD nuclea a las y los trabajadores de la disciplina para  impulsar el Proyecto de Ley Nacional de Danza  y crear un instituto nacional, así como también ampliar el Registro Nacional de Trabajadoras y Trabajadores de la disciplina y articular redes de trabajo.

Recién en marzo último, la danza logró ser reconocida dentro de las industrias culturales nacionales, lo que le permitió a los bailarines dialogar con organismos públicos y postularse a subsidios. No obstante, predominan la precariedad y la ausencia de políticas públicas, y la mayoría de sus trabajadores vive de las clases que dicta. Con el aislamiento, sus ingresos se interrumpieron y se calcula que 36.310 estudios cerraron sus puertas. “Solo un 60 por ciento pudo continuar su actividad de forma virtual y sus sueldos se redujeron al 20 por ciento”, afirma Señoran.

Ante la emergencia, las y los trabajadores del sector comenzaron a reunirse en el espacio virtual y, organizados en colectivos, encontraron algunas vueltas para salir a flote. “Fue un proceso muy interesante de transformación”, dice Inés Armas, codirectora de Galpón FACE, un espacio de producción e investigación en danza contemporánea y artes performáticas. “A veces se nos acusa a les bailarines de ser muy individualistas”, señala y agrega “En esta cuarentena hemos logrado juntarnos y desarrollar estrategias de contención y de activación de políticas que pueden beneficiarnos a todes”.

La relación entre danza y tecnología está poco desarrollada en el país, debido en buena parte al acotado presupuesto que se destina a la disciplina a través de los fondos públicos. En este sentido, se activó una etapa novedosa. Las clases a distancia fueron unas de las primeras en abrirse paso, entre videoconferencias y cargas de contenido didáctico digital a plataformas y redes. “Muches alumnes que estaban con resistencia encontraron el tiempo para dedicarse a investigar nuevas técnicas”, cuenta Armas.

Según la docente, otro rasgo provechoso de los encuentros virtuales es la intimidad que establece la cámara. “Es un acceso a lugares de riesgo que en un espacio compartido no se tiene. En el ámbito privado hay más permiso a la diversidad y a la búsqueda individual”, explica. Sin embargo, la cámara interpone algunos obstáculos. “Es una mirada muy exigente y tal vez más aguda que el espejo típico de los bailarines –añade Armas–. Es un retroceso hacia la propia acepción (N. de la R.: en el sentido de aceptación)”. Pero las clases a distancia no pueden reemplazar la vinculación interpersonal que se genera en la presencia. “La principal dificultad que encontré es la ausencia del otre, el compartir ese espacio”, opina Armas.

Señoran coincide: “Muchos estudiantes eligen a un maestro. Y cuando se produce esa conexión virtuosa, se avanza. Pero algo de eso está interrumpido”. Según el coreógrafo, el aislamiento repercute sobre el cuerpo en dimensiones que exceden la física: “Quienes intentan hacer un recorrido en estas disciplinas entrenan para estar lo suficientemente vulnerables a lo que suceda alrededor y que no les sea indistinto. Que atraviese su cuerpo, y devolver algo convertido en movimiento –remarca–. Vamos a tener que hacer un gran trabajo para que las preguntas vuelvan a estar instaladas en los cuerpos y no en una pantalla y para que esos cuerpos puedan dar respuesta desde la danza”.

Los espectáculos también encontraron su lugar en el ciberespacio. Algunos aprovecharon la ocasión para reflexionar sobre el contexto, como la Compañía Universitaria de Danza de la UNSAM, de la cual Señoran es director. Junto con el área de Cine Documental de la misma casa de estudios, presentaron el pasado 21 de agosto La Trampa, su primera producción virtual. “Tiene que ver justamente con las trampas que uno hace para poder estar en contacto y las que inventan nuestros cuerpos para poder casi tocarnos”, puntualiza Señoran. Aun así, al pensar sobre la vinculación entre la disciplina y la virtualidad surgida durante la pandemia, guarda ciertas reservas: “Estas producciones son estrategias para seguir en acción, eso ya es valioso. Nos permiten elaborar preguntas vinculadas a la vida académica o la investigación. Pero no sé cuánto del arte específicamente se encuentra en esa estructura”, admite.

Mientras se las ingenian para sobrellevar el presente, las y los trabajadores de la danza esperan un pronto regreso. En AMBA, el MFD elaboró una Propuesta de Protocolo de Seguridad e Higiene para elevar a los municipios al llegar a la fase 5, en la cual se retomarían las actividades culturales. El documento establece normas de bioseguridad para el uso de las instalaciones y de higiene, pautas para el tránsito de personas, prácticas y comportamientos a respetar, y la promesa de garantizar las recomendaciones formuladas por el OMS, como el uso de barbijo y la distancia social. También se contempla la implementación de una declaración jurada donde cada cual declare no poseer síntomas de coronavirus ni haber estado en contacto con alguien que los tuviera. “Al no recibir respuestas, nos vimos obligados a realizar nuestros propios protocolos”, expresa Señoran.

En medio del desamparo laboral, la falta de políticas y la pandemia, las y los trabajadores de la danza no tiran la toalla y se arremangan para reabrir el telón. Señoran es optimista: “Gracias al esfuerzo que estamos haciendo todos, estamos estimulando el pensamiento para poder considerarnos trabajadores de la danza e ir tras nuestro derecho”.

Cuerpos sin género

Cuerpos sin género

La trampa del paraiso perdido fusiona danza, arte performático y música.

La luz del teatro se enciende y se ve lo que parece el nacimiento del primer humano. Suenan aves y otros animales. Se supone que debería ser Adán creado a imagen y semejanza de Dios, sin embargo aparece una mujer que se asemeja a un robot. Se oye el latido de un corazón. Ella se desplaza pero no es humana, abre los ojos y busca. La danza comienza.

La trampa del paraiso perdido es la nueva puesta de la coreógrafa y bailarina Rhea Volij y el músico y director Patricio Suárez que fusiona danza, arte performático y música. El propósito de los realizadores es indagar en los límites de lo que es ser humano –de lo orgánico e inorgánico, de lo femenino y masculino–, y lo hacen con tres bailarinas en escena que exploran los movimientos disponibles de sus cuerpos. En la noche del estreno, Volij y Suárez dialogaron con ANCCOM.

¿Cuál es la idea detrás de la obra?

Rhea Volij: Empezamos con improvisaciones, en sesiones en donde yo bailaba y Patricio me miraba. Pensamos cuestiones relacionadas a todos los cuerpos posibles que hay en la actualidad. Al principio apareció lo ciborg gracias a una imagen del cuadro de Adán de El Bosco, que tiene cinco siglos. Todo esto comenzó a generarnos preguntas.

¿Cómo conceptualizaron el cuerpo?

RV: Nos preguntamos por qué y cómo se configuraron los cuerpos en géneros y en modos. Pensamos en descomponerlos en la mayor cantidad de partes posibles, lo que implica una ruptura de estos cuerpos “reales”, que a su vez son meras construcciones. En el inicio, está Adán en el paraíso, pero dos escenas más adelante nos transformamos en gusanos. Así, a través del hilo narrativo, mostramos una sucesión de cuerpos que viven incomodidades que nunca terminan de resolver y se van convirtiendo siempre en otra cosa.

Patricio Suárez: La figura del ciborg no fue un punto de partida. Partimos del cuadro y seguimos indagando hasta darnos cuenta que la idea de artificio y técnica, o del moldeo y modulación de los cuerpos, venía de mucho más atrás. La obra intenta llegar a eso. Casi a ciegas fuimos avanzando y encontrando lugares en donde la relación con la técnica, de lo orgánico y lo inorgánico, afecta al cuerpo. Exploramos los lugares de unos cuerpos capaces de experimentar sufrimiento, goce o sublevaciones, respecto a un sitio que no se adecua del todo al exceso de vida que tiene.

El sexo y el placer tienen un lugar importante…

RV: Siempre me interesa poner el sexo en mi trabajo, es un campo vital de la experiencia humana. Sería un grave error dejarlo afuera cuando se crea una obra de arte. En La trampa del Paraiso perdido trabajamos mucho con las sombras y el componente erótico va de la mano. En la tercera escena hay algo muy lindo que llamamos “parto queer” en donde somos flores que florecen por el culo, esto tiene que ver con la incomodidad y con dar cuenta de lo que es igual en todos los cuerpos nuevos que aparecen. Cada siglo trae un ajuste para los cuerpos, en los puntos de control y fuga. Nuestro parto queer, este parir por el culo, viene del campo del deseo. Es una metáfora de lo que sucede con la sexualidad ahora.

«Lo erótico no aparece estereotipado, siempre tiene un doblez, juega al borde de lo monstruoso», cuenta Pablo Suárez.

¿Utilizaron algún texto para profundizar en el tema?

RV: Me gusta Rita Braidotti y pensé en traer sus conceptos a la obra. Es una feminista deleuziana muy abierta que habla de la inmanencia que se les dio a las mujeres y, por el contrario, la trascendencia que se les dio a los hombres. En nuestra composición hay sexo pero no hay cuerpos sexualizados, no hay géneros, solo cuerpos, y a partir de ahí avanzamos. Con esto en mente pensé al Dictador, uno de los últimos personajes que aparecen, que representa esa trascendencia masculina. Hay un intento constante, en relación con el butō, de ser siempre conscientes de no bailar desde la fuerza sino desde la representación. Todos los bordes se hacen indiscernibles porque tenemos un interés en eso. Hay una escena donde una de las chicas representa a Amy Winehouse y en realidad mostramos a una mujer vaciada por la mirada, aquello que llamamos “el devenir Amy Winehouse”.

PS: Lo erótico no aparece estereotipado, no es una caricatura de lo que sería la sexualidad en escena, siempre tiene un doblez, siempre está jugando al borde de lo monstruoso, y esto es muy interesante porque el deseo funciona así en lo real, es ambiguo y complejo.

La música también juega un papel fundamental…

PS: Una parte surgió hace dos años, de la “cocina” que tuvimos con Rhea, allí fuimos utilizando discos de Neubauten, una banda alemana de rock industrial, y compuse el resto en relación con lo que ya se había producido de danza, para darle mayor espesor. Trato de pensar el sonido como si fuese un olor que genera ambiente y muchas veces, sólo por intuiciones, he probado cosas y en general han funcionado. La primera escena tenía una música distinta y nos dimos cuenta que debilitaba la danza y terminamos componiendo otra. Usé sonoridades de corazones de feto, respirador artificial, y de fondo ruidos del paraíso. Aquí se combina la idea de lo orgánico y lo inorgánico.

¿Cuánto tiempo les llevó desarrollar la obra?

RV: Arrancamos a fines de 2017. Fui acumulando el material que quería desplegar. Fue intenso, cinco horas por día, dos veces por semana. Y si bien empezó siendo un solo, experimenté el deseo de bailar con otras personas, algo que no suelo hacer, porque sentía que la obra pedía una reproducción de cuerpos. Conseguimos un subsidio y al año siguiente comenzamos. Pero cada escena se hizo en esa cocina de nosotros dos…

PS: Fue un trabajo de cercanía audiovisual. Definimos una hoja de ruta y fuimos extrayendo aquello que derramaba más sentido. Partimos de la improvisación y de una serie de pinturas medievales: Cranach, Bruegel, El Bosco, Van der Maiden. Pasaba algo mágico porque por momentos la danza de Rhea se aproximaba mucho a esas imágenes. Ahí pensamos en condensar todo. El universo del Jardín de las delicias de El Bosco fue muy importante, me ayudó como punto de partida.

¿Se encontraron con dificultades?​

RV: El vestuario es genial pero cuando elegí el látex como material sabía que iba a ser un sacrificio. Pero dentro del arte siempre está este elemento: es el sacrificio de la belleza. También los tacos son muy altos, pero en pos de la defensa conceptual de la obra, los usamos.

PS: El látex es un material orgánico que parece todo lo contrario y la vestuarista, Silvia Zavaglia, lo supo desde el inicio. Más allá de la dificultad, queda muy bien.

¿Qué espacio tiene hoy la danza independiente?

RV: En Buenos Aires, las y los bailarines no tenemos lugares para bailar. Nos prometieron que la Usina del Arte iba a ser un espacio de danza pero nunca sucedió. Es muy difícil. La danza no tiene la relevancia que tiene el teatro y debería, porque hay propuestas muy buenas.

PS: El arte se hace preguntas que no se hace la ciencia por ejemplo, el arte genera conocimiento y nuestro trabajo, cuando lo hacemos bien, tiene que ver con estar cerca de preguntas atemporales y muy próximas a la experiencia humana. Yo vengo del teatro y la música, y en la danza hay una libertad que deriva de deshacerse del lenguaje para responder estas preguntas de manera más orgánica. Hay más preguntas y pocas afirmaciones.

La trampa del paraiso perdido puede verse los sábados 22 y 26 de junio a las 20 en el Galpón de Guevara (Guevara 326, CABA), y los jueves 11 y 18 de julio a las 20.30 en el Centro Cultural de la Cooperación.

La  danza argentina espera por su ley

La danza argentina espera por su ley

El Movimiento por laley nacional de danza se propone dignificar a la actividad, que sus trabajadores tengan derechos y a que sea fomentada por el Gobierno Nacional. Así lo sostiene María Noel Sbodio, actual coordinadora del movimiento: “El proyecto  de ley nacional de danza surge más o menos en el año 2008, cuando se convocó a una reunión a la comunidad afín. Hacía rato que se venía hablando sobre esta ley, pero nadie tomaba la iniciativa. El teatro y el cine ya tienen su regulación, pero la danza siempre está relegada. Es algo difícil, porque hay muchos géneros y tipos de danza. Nosotros  tratamos de instalar la idea de que todos somos trabajadores de la danza y eso nos unifica, todos tenemos que pelear por lo mismo, sin importar a qué se dedica cada uno en el movimiento”.

El pasado 29 de abril, Día mundial de la danza, se realizó en la Facultad de Derecho el Foro Argentino de Danza. Sbodio cuenta que este evento “nació para seguir pidiendo que se aplique el proyecto. Queremos fomentar la idea de que necesitamos estructurar el sector.  Intentamos que cada provincia logre su propio foro, que haya representantes en todas las provincias”.  El 29 de abril, pero del año pasado, se presentó el proyecto de ley en el Congreso, junto con las 10 mil firmas de personas cercanas a la danza que lo acompañaron.

Actualmente, comentó Sbodio,  “el proyecto está en el Senado, en la comisión de Comunicación y Cultura, sin ser tratada por el momento”.  “Para que el proyecto se lleve a cabo, tiene que tomarlo un legislador, pero nosotros no queremos que se lo apropien, sino que se mantenga la neutralidad partidaria”, añadió.

“No  me voy de joda, me voy a bailar. Me rompo los pies, el alma y el cuerpo. Hay un montón de cosas que implican que no es un divertimento, es un laburo y un disfrute. ¿Por qué el laburo no se ve como un disfrute? Y ¿Por qué el disfrute no se ve como un laburo? Están mal los conceptos a nivel social”, se pregunta  Natalia O’Connor , profesora nacional de danzas y artista. “El hecho de bailar constantemente sin regulación está naturalizado, para muchos estás de joda, la mayoría entiende que el arte es un hobbie, un placer y no un trabajo. Como tomarte un café, y leer un libro”. Agregó. Al día de hoy, no existe ninguna ley que ampare a los trabajadores. “A vos te hacen un contrato que no está regulado, no hay una ley que me respalde si a mí me pasa algo”, contó O’Connor.

Para Sbodio existe una necesidad: “Que el Estado reconozca a la danza como una actividad a fomentar y al mismo tiempo crear un Instituto Federal de Danza. Justamente, la ley de fomento lo que brinda es el status del trabajador a todos los bailarines, coreógrafos y afines. Lo que no logró la danza hasta ahora fue esa organización y el debate, un tema de unificar todo en un solo sindicato”.

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Como primer paso, el movimiento que coordina Noel Sbodio se plantea crear una ley de fomento y como segundo, crear una laboral y así el sindicato de trabajadores de la  danza. “Desde el principio, nos preguntamos si queríamos una ley de fomento o una ley laboral. Elegimos empezar por la primera, y lo laboral viene ahora donde planteamos crear un sindicato de trabajadores de la danza”, agregó Noel. Según los datos del movimiento que impulsa la ley, existen en nuestro país más de 15 mil trabajadores que entrarían dentro de esta regulación. Ninguno de ellos cuenta con obra social, vacaciones ni ART. En su experiencia, O’Connor recuerda: “Tuve muchísimos yesos y cuando me pasaba algo tenía que usar la obra social de mis padres”. Y agrega: “Como profesora nacional de danzas, al no estar regulado nuestro trabajo, aunque estés enfermo o tengas algún problema, vas igual a trabajar, y así se te pueden ir los alumnos para otro lado”.

En cuanto a la trayectoria que un bailarín promedio puede lograr, con estas condiciones laborales, Natalia O’Connor afirma que “en el momento que se instale la ley, vamos a estar un poco mejor todos, tantos los empleados como los empleadores, podremos defendernos y entrar al circuito del trabajo corriente, yo con 40 años ya tengo que buscar otra forma de vivir, nadie me reconoce todos los años de trabajo, no tengo jubilación”, añadió.  “Está la idea de que el arte es para unos pocos, y en realidad el arte es gratis y es para todos. El problema es que el sistema educativo no incluye el arte, por ende no se le da valor. Es como si vos le decís a tu vieja ‘quiero tocar la guitarra todo el día- como dice la canción- y que a gente se enamore de mi voz ‘ . ¿Por qué eso no puede ser tu laburo? La mayoría dice que eso es de vagos pero para tocar la guitarra hace falta un aprendizaje, eso es hacer arte”, reflexionó la profesora de danzas.