Sep 25, 2018 | Culturas, Novedades
Una mujer gorda mirándose en un espejo, atravesada por rayas de colores que rozan la psicodelia habita la tapa del libro Gorda vanidosa y sintetiza con precisión lo que transmite cada página. Así, con toda la carne y sobresaliendo sin pudor entre todas las demás, Lux Moreno –en su primer libro- expone a la vanidad como herramienta de resistencia desde el activismo gordo, en una sociedad que propone e impone corporalidades a las que nunca se llega. Sabe lo que le costó construirse, y por eso la gorda vanidosa no agacha la cabeza, te mira fijo y te grita que de este sistema especialista en expulsar no se salva nadie.
En el camino nada fue fácil. Atravesó distintas corporalidades, llegando a la anorexia y crisis anímicas por una nula autoaceptación. Pero en 2013 dijo “basta para mí” y pateó los mandatos. Astutamente no los dejó ir muy lejos, porque en esta mixtura de autobiografía con un vasto marco teórico los desmenuza con una precisión no apta para condescendientes sociales.
¿Cómo comenzó el proceso de escritura?
En realidad me vinieron a buscar de la editorial Paidós. Me pidieron que escribiera un proyecto de libro sobre Crossfit, entonces lo hice desde una perspectiva de diversidad corporal y les gustó tanto que me terminaron pidiendo que escribiera sobre identidad corporal. La idea no era hacer un libro, ya que al venir de la Facultad de Filosofía, trabajo en un registro que es bastante académico. Por eso había que tomar algunas decisiones. Una fue armar un híbrido entre la perspectiva crítica del activismo gordo y el fat body positive, que es la parte más tibia de aceptación corporal que a mí no me interesa. Entonces lo que hice fue partir de mi experiencia, usando la primera persona para ir armando teoría al mismo tiempo. Así, la hilvané con una serie de dispositivos de control, que tienen que ver con el modelo médico hegemónico, los estereotipos de belleza, las tecnologías sobre el cuerpo como el deporte y los modos de reconocimientos: el gran problema del sistema de consumo.
La intersección de esas variables es la brújula que guía todo el libro, y demuestra que su relato no se puede considerar universal. ”Más allá de que haya varios libros sobre experiencias personales de gordas, el tema es que el hecho de ser una gorda que vive en Latinoamérica, en Argentina y de determinada clase social, también dice un montón de otras cosas”, amplía la autora. Por estos motivos, su relato impulsó a que otros quieran contar sus historias desde sus particularidades, o le agradezcan por “al fin” hablar del tema desde este enfoque, convirtiéndolo en una herramienta liberadora.
La autora Lux Moreno presenta su primer libro Gorda vanidosa, en el que se posiciona en el activismo gordo y propone la vanidad como resistencia.
¿Qué es en tu vida el activismo gordo?
Ser activista gordo tiene que ver con denunciar los estereotipos corporales, y de hecho mi preocupación casi obsesiva sigue siendo el registro del cuerpo, no ser más o menos gorda. También qué pasa socialmente con esas representaciones que tenemos del cuerpo, que hoy en día lo que tenemos es el cuerpo como mercancía, y la idea es preguntarse ¿cómo llegamos a eso, si es un tipo de alienación súper violenta y solo valida una serie de jerarquías? En este caso es: si no sos súper delgado no accedés a la categoría de éxito. Mucho tiene que ver con que yo soy gorda desde que tengo uso de razón. Me hacían mucho bullying. Pasé por lugares más sombríos y oscuros como la anorexia y la bulimia, y quizás fue cuando tenía un cuerpo “correcto” y la presión era terrible. De hecho, ahora me tuve que hacer un bypass gástrico, por la enfermedad de reflujo y bajar de peso no es para mí algo cómodo. Bajo de peso y digo “ay la puta madre, la ropa me queda grande”. Yo voy a ser gorda hasta el día que me muera, aunque baje de peso, porque tengo la marca de la ex gorda. Es una identidad en la que yo me pude reafirmar subjetivamente. Recuerdo que en una nota me preguntaron qué hacía cuando salía de mi casa para sentirme bien. Y yo no hago nada: lo único que hice fue mandar a la mierda todos los mandatos. Por eso la figura resistencial es la gorda vanidosa. Un día me di cuenta de que no había que hacer nada, yo era genial así como era, no me tenía que andar disculpando por ser gorda, o pidiendo perdón por sacarte un poco de asiento en el colectivo. ¿Por qué no ser un gordo vanidoso? ¿Tengo que ser la gorda simpática, la gorda buena onda? ¡Ni en pedo!
El libro lo escribió a gran velocidad trabajando en una oficina full time. Gran parte fue llevada al papel en viajes rutinarios de colectivos o huecos temporales entre las obligaciones. En solo dos meses Lux le dio el cierre a su primer libro. Ella lo relaciona con lo aceitada que tiene la problemática ya que da clases y está escribiendo su tesis de maestría sobre identidad corporal. De todas maneras, no deja de ser poco tiempo, como si de transmitir un mensaje urgente y necesario se tratase. ”La idea era que fuese un texto amigable para quien hace teoría, pero también para quienes no y tengan ganas de acceder a una temática como es la diversidad corporal y el activismo gordo. No quería algo que fuera críptico enunciativamente, y la verdad que lo que es difícil es escribir fácil”, explica la escritora y sin dudas lo logra. El texto llega en su totalidad a quienes se dejan atravesar por sus relatos personales que interpelan y desnaturalizan la cultura, como también a quienes se aferran a autores como Gilles Deleuze y Michel Foucault, porque el marco teórico es el que sostiene y hace crecer todas sus experiencias narradas.
«Yo voy a ser gorda hasta el día que me muera, aunque baje de peso, porque tengo la marca de la ex gorda», dice Lux Moreno.
¿Cuáles fueron las expectativas a la hora de escribirlo?
Aunque suene medio berreta, pasó eso de tirar un mensaje en una botella al mar y ver qué pasa. Y siento que por ahora muchas cosas. No tenía la expectativa de que me reconozcan por el libro que hice, pero yo no me achico ante ninguna crítica porque siento que mi opinión es algo válido. Aunque sea conjetural teórica o lo que fuere, siento que construí una voz dentro del activismo gordo y desde un lugar muy particular. Quizás era eso lo que más me interesaba: empezar a atravesar fronteras. Porque el gueto es re-cómodo y divertido pero llega un punto que te hincha las bolas.
Ago 29, 2018 | Culturas, Novedades
María Centurión y Valentín Mederos de la Obra La Cuna Vacía (dir. Omar Pacheco) – Teatro La Otra Orilla.
La propuesta de la obra La Cuna Vacía comienza con un desafío a los sentidos y las emociones. De una manera poco ortodoxa y rupturista, la obra narra los sucesos ocurridos durante el golpe militar de 1976, proponiendo una manera diferente de recordarlos, de reconocer la fuerza de tantas mujeres y, por último, de nunca olvidar. Presentada por primera vez en el 2006, al cumplirse 30 años del Golpe, en el Centro Cultural de la Cooperación, y reestrenada en 2011, continúa con su gran capacidad de interpelación a los espectadores, todos los viernes a las 21 en el teatro La Otra Orilla, General Urquiza 124, CABA.
El director de la obra, Omar Pacheco, la presenta tomando como eje la propuesta metodológica y técnica del “Teatro Inestable”; una propuesta definida como una filosofía de vida, que presenta un sistema de comunicación diferente, contrapuesto al establecido por el teatro tradicional. Pacheco –que hace más de 36 años que trabaja con este concepto- concibe este teatro para movilizar y modificar la actitud pasiva del espectador. “No hay otra posibilidad de construir un imaginario distinto sin un proyecto grupal, sin oponernos al sistema, sin romper con lo establecido y eso lleva largos años de formación y de búsqueda personal y colectiva”, afirma el director.
El cuerpo es uno de los ejes de la obra. Poniendo más énfasis en él que en la palabra, la obra casi no tiene diálogos. Por el contrario, continuamente aparecen escenas donde la gestualidad lo es todo, desde rostros de horror hasta danzas que manifiestan el dolor de los personajes. La obra parte desde la noción de desaparecido y el cuerpo se convierte en una metáfora de las luchas, los miedos y las ausencias en los años dictatoriales.
“Este proyecto tiene que ver con la creación de un nuevo sistema de comunicación, el cual demanda poner el cuerpo en crisis, sacarlo de la comodidad de los movimientos y acciones de la vida cotidiana para activar otras zonas que expresen y transmitan, no que informen a través de la palabra”, expresa María Centurión, actriz de la obra.
“Desde el primer momento, en la formación aprendemos que el cuerpo es el que habla. En general la palabra informa desde lo literal para que el espectador comprenda desde la racionalidad todo lo que está sucediendo. En cambio, el cuerpo puede transferir un mensaje mucho más profundo, siempre y cuando está cargado de contenido”, comenta, por su parte, Valentín Mederos, otro de los integrantes del elenco.
La obra no tiene una continuidad narrativa sino que se presenta en un espacio atemporal, con escenas sueltas de danza, intervenciones de muñecos y monólogos. Esta manera de comunicar altera profundamente la recepción del espectador, poniéndolo también en tensión e interpelándolo no solo desde un punto racional sino emocional. Uno de los resultados de esta manera de narrar es el hecho de que al final de la obra, el espectador se sienta tan afectado que no pueda aplaudir.
La obra no tiene una continuidad narrativa sino que se presenta en un espacio atemporal, con escenas sueltas de danza, intervenciones de muñecos y monólogos.
Elementos como los sonidos, la música y la luz también se ven alterados. Al encontrarnos en un espacio que está la mayor parte del tiempo a oscuras, la luz de manera tenue ilumina los rostros de los actores, enfatizando sus caras y sus expresiones. Omar Pacheco afirma que al ser la estética narrativa inédita, provoca una conmoción que justifica a la pregunta de por qué el público no siente la necesidad de aplaudir.
Finalmente, la temática de la dictadura y la manera de narrar es la que termina poniendo en quiebre la manera tradicional de expresar un discurso. Desde los postulados del Teatro Inestable se conjugan el compromiso artístico con lo ideológico. Y así la obra se presenta desde un lugar de resistencia, comprometida con la realidad política del país.
“Transmitir el horror de lo que significa una dictadura es una forma de resistir al olvido, de interpelarse e interpelar a los otros, para que la memoria esté activa, presente y, sobre todo, para recordar que aún nos falta encontrar a nuestros desaparecidos y a sus hijos expropiados de su identidad”, expresa María. Valentín Mederos agrega: “Todo lo que hacemos en la vida y en el arte es un hecho político e ideológico, por lo tanto no podemos desconocer nuestra historia, nuestra memoria, y debemos tomar partido frente a la realidad de la cual formamos parte.” Presenciar La cuna vacía se inscribe en ese camino.