“Trato de ver cómo es la gente”

“Trato de ver cómo es la gente”

Escritora de larga trayectoria, docente comprometida y segunda mujer en ganar el Premio Iberoamericano Manuel Rojas, Hebe Uhart desarrolló una literatura que tiene como puntos fuertes los relatos atrapantes y una mirada detallista del mundo, plasmada en sus novelas -que acaban de publicarse todas reunidas en un solo volumen- o en los registros de travesías agrupados en Viajera crónica, De la Patagonia a México o en Visto y oído. De todo eso, habló en su apacible casa de Almagro.

¿Cómo es el trabajo en el que la viajera que conoce, investiga y documenta pasa a ser una productora de ficción? ¿Cómo se encara ese proceso donde se entremezclan y conjugan la imaginación y la realidad de lo investigado?

O al revés.  Cómo una escritora de ficción se convierte en viajera, en mi caso lo siento así. De todos modos los géneros son engañosos, es decir, no hay tanta diferencia en algo que sea ficción o no ficción. Lo que tiene la literatura de crónica de viaje, o la crónica de viaje, es rescatar voces, modismos. La crónica te ofrece novedades, cuando sentís agotado el campo de la ficción, eso te ofrece modos de hablar, modos de comportarse, de pensar el mundo totalmente distinto. Te da un saber, una mayor amplitud cuando sentís un poco cercenado el campo de la ficción, es decir, te vas afuera y vas a buscar un material que te sirve para contar.

¿Qué cosas y personas te inspiraban antes y qué cosas son nuevas, frutos de la época y de la vida?

El campo de lo que te llama la atención es múltiple. De hecho he trabajado sobre los animales porque me llaman la atención, y la relación de personas con animales y qué sé yo… Es posible que haya habido un cambio en el registro de los personajes que me interesaban, pero en este momento me interesa más la crónica porque me trae novedades, muchas novedades.

¿En qué etapa de la vida sentís qué produjiste literatura de manera más profusa?

La literatura puede ser profusa o puede ser una merda (risas) puedo decir donde pienso que di lo mejor: Mudanzas y Camilo asciende, en esas novelitas pienso que di mucho. Después me mantuve en una meseta.

¿Cómo encontrás a tus personajes? ¿Cómo los escribís y los pensás?

En cada caso de manera distinta. Depende la época de la vida, se dan de manera diferente. Algunos los he hecho con gran apoyatura de estudio para componer. Por ejemplo, para el personaje de un alemán me base en un montón de cosas. Desde un libro de la literatura alemana que no era demasiado bueno, pero a veces yo tengo material que no es demasiado bueno pero lo uso como material antropológico para ver qué están pensando, por dónde les va la cabeza. Pero también me fui a la calle Florida y la mire con ojos alemanes. Yo conozco Alemania, fui dos veces, estudié en la Facultad de Filosofía y sé por dónde van, entonces ahí, con un montón de elementos, compuse el personaje. Pero con muchos elementos previos, como una especie de trabajo de investigación.

¿Se podría decir lo mismo de algunas de tus historias?

A no todas las he hecho así. Para los recuerdos de mi infancia o de mi adolescencia no tengo ninguna necesidad de hacer un estudio antropológico, pero para los personajes lo he hecho.

Como escritora y docente-tallerista, ¿qué observás en las nuevas generaciones de escritores? ¿Tienen alguna característica específica?

Sí, la síntesis. Los medios y soportes nuevos generaron eso. Pero como yo los tengo como individuo, no los veo mucho como generación, los veo muy individuados, muy particulares a cada uno. Pero sí, la síntesis es una característica.

En otra entrevista dijiste que “escribir es comunicar”…

Sí, exactamente. Yo tengo una alumna en el taller que escribe mal, formalmente mal, pero comunica muchísimo. Para mí es una de las mejores, pero no sé por qué escribe así. Yo le digo que es como si tuviera un manto de terciopelo pero lleno de abrojos y de telas de araña, qué sé yo. Hay que pulirlo a eso. Pero yo no pulo mucho formalmente a la gente porque a eso lo hacen en cualquier editorial, ellos tienen buenos correctores. Si van a llegar, tienen unos correctores que son bárbaros.

¿Y qué es lo que ves?

Yo veo lo que me cuenta, lo que me comunica.

Habiendo recibido varios reconocimientos y, a casi un año de ganar el premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, en Chile. ¿Qué importancia le das a los premios?

Ninguna. Poquísima. Tiene poquitísima importancia porque es como una suspensión de la vida cotidiana, mi vida no está hecha de premios. El premio es un momento que fue en noviembre del año pasado que ahora me hace la obligación de viajar a Chile para hacer de jurado. ¡Qué no me gusta! No hay que depender de los premios, uno tiene que seguir su camino. Por supuesto que si fuera joven el premio me parecería extraordinario y estaría pujando por ser traducida, pero ¡no me importa ser traducida! De hecho hay unos textos, pero son cosas que no me resuenan.

Naciste en Moreno, ¿qué lugar ocupa en tu vida?

Hace muchos años que no estoy, hace cincuenta años. Vuelvo a Moreno y lo veo totalmente distinto. Lleno de autos, de gente, con quinientos mil habitantes. Cuando era chica tenía cuarenta mil… imaginate. Se podía jugar en la calle, era otro lugar. Vuelvo cada dos meses, tengo amigas, parientes, pero es otra cosa para mí. No estoy llena de melancolía por la casa que vendí, ni nada…

¿No te produce nostalgia pensar en la infancia?

Sí, pero la escribí a rolete. La infancia, la adolescencia, la familia… ya está. Creció uno, crece todo. Me parece muy feo el centro de Moreno (risas). De todas formas, tiene sus lugares lindos.

Hablando de la escritura de crónicas de viaje, imagino que tenés que despojarte de prejuicios…

Hay que tener presente que otros sectores sociales miran los fenómenos desde otros puntos de vista. Ese otro punto es lo que me interesa. La gente de campo, por ejemplo, en relación a los animales, los mira de manera diferente a las ciudades. Acá tenemos mascotas pero en el campo no… En fin, los pueblos chicos son muy interesantes, la gente habla y no tiene filtro. Una vez estaba en Uruguay, un pueblo que se llama Santa Rosa, tiene mil habitantes. Yo tengo una teoría, cuando más pequeño es un lugar más complejos al cuete son sus intelectualidades (risas). Era un pueblo que no tenía un café, tenía una especie de lugar donde hacían hamburguesas. Le pregunté a unos chicos por algún referente del lugar y me mandaron a ver a un profesor de Geografía, me recibió en el hall de la casa, afuera. Santa Rosa queda a una hora de Montevideo, pero es un punto perdido. El referente me contó que Santa Rosa estaba buscando su identidad. Yo pensaba, se conocen todos desde antes de nacer…

Salgo de ver a ese profesor complejo y complicado y me paro delante de una vaca y una oveja que estaban juntas y pasa un señor y me dice: “Esta se llama Rosa y la otra se llama Pamela”. ¿Ves? Tienen la identidad hasta de las vacas. Yo digo, toda esta complejidad con el tema de la identidad… acá no tienen ningún problema en realidad es muy simple. Cuando es una ciudad grande como Córdoba o Buenos Aires, estudio la historia porque es muy interesante. Miro mucho los letreros de la calle, son muy significativos. América Latina, por ejemplo, tiene tanto… en Colombia, para bañarte le dicen: “¡Empelotate!”  No importa si son varones o nena. Los modismos son otros. Vos vas viendo a través de los letreros o de los lenguajes, lo que aceptan o no aceptan, ves cómo son. Eso es lo que trato de ver: cómo es la gente.