“Los grandes medios tiene que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar”

“Los grandes medios tiene que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar”

El sábado pasado, en Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo (ex ESMA), se exhibió en forma gratuita el documental Messenger on a White Horse, traducido como El Mensajero. El largometraje dirigido por el australiano Jayson McNamara, que se estrenó el 12 de octubre en el cine Gaumont tras participar en el festival BAFICI, retrata la valerosa lucha del periodista británico Robert Cox, editor en jefe del Buenos Aires Herald en la década del 70, cuando casi en soledad expuso las violaciones a Derechos Humanos cometidas por el gobierno de la Junta Militar durante la última dictadura. Con una impecable narración fiel a los hechos, múltiples testimonios de testigos, sobrevivientes y familiares de víctimas, y una gran cantidad de material fílmico de la época -incluyendo escenas nunca antes vistas- El Mensajero presenta la historia de este pequeño y tradicional diario porteño de habla inglesa que, bajo la dirección de Cox, se destacó por ser uno de los únicos medios de comunicación que se enfrentó al terrorismo de Estado denunciando la desaparición forzada de miles de personas en medio de un clima de persecución y censura.

Participaron de la proyección la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto, el director Jayson McNamara y el mismo Robert “Bob” Cox, quienes luego de la presentación hablaron sobre la producción del film y respondieron preguntas del público. “Este documental deja para la historia el merecido reconocimiento a este periodista maravilloso, al que le rendimos nuestro homenaje y agradecimiento porque dejó un enorme ejemplo para el mundo de lo que debe ser el verdadero mensajero de la verdad. Gracias Bob”, expresó de Carlotto.

Actualmente jubilado y radicado en Carolina del Norte (EE. UU.), Bob Cox regresó una vez más a Argentina acompañado por su inseparable esposa Maud Daverio -con quien lleva más de cinco décadas de matrimonio-, y dedicó un rato, antes de la proyección del documental, a dialogar con ANCCOM y narrar con su fluido castellano, teñido por un inconfundible acento anglosajón, las vivencias de su extensa carrera periodística.

¿Por qué decidió dedicarse al periodismo?

Para escribir y vivir de la escritura. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 17 o 18 años, decidí ir al diario local del suburbio londinense donde nací y comencé a trabajar gratis para ellos. Empecé como corrector, haciendo obituarios y llevando mensajes y placas para las fotos. Me gustó muchísimo, y me quedé en el periodismo, que fue mi educación, porque no fui a la universidad hasta muchos años después, cuando me dieron una beca para Harvard. Después tuve que hacer dos años de conscripción en la armada inglesa y estuve en la Guerra de Corea. Cuando volví empecé a pensar cuál era la mejor manera de viajar por el mundo sin plata. Entonces vi un aviso para el Buenos Aires Herald. Conseguí el puesto y llegué a la Argentina el 4 de abril de 1959.

¿Cómo fueron sus inicios como periodista en Argentina?

Empecé trabajando como redactor en el Herald. Llegué a Argentina un poco por coincidencia. Mi padre siempre había querido emigrar a Argentina. Él era oficial de radio en transatlánticos, y cuando desembarcó en Buenos Aires, en el año 1938, vio una ciudad magnífica y un país que para él representaba el futuro; entonces trató de convencer a mi madre de emigrar, pero ella era muy inglesa. Dio la casualidad que años más tarde yo vi el aviso del Herald en la revista World’s Press News y pensé que sería fantástico. Mi idea original era trabajar un tiempo acá y después viajar por el mundo. En ese entonces era posible encontrar trabajo en diarios de habla inglesa por todo el mundo donde habían quedado antiguas colonias del Imperio Británico. Pero todo cambió cuando nos encontramos (sonríe mirando a Maud). Nos conocimos en una fiesta y entonces decidí quedarme. Nos casamos y formamos nuestra familia en Argentina. Tuvimos cinco hijos: Victoria, Robert, David, Peter y Ruth. Hoy ya están todos grandes.

Robert Cox está sentado mirando a cámara.

«El mayor problema es la auto-censura, cuando los periodistas mismos deciden callar», afirma el editor del Buenos Aires Herald en los años 70, Robert Cox. 

Después de que lo nombraran editor en jefe del Buenos Aires Herald, introdujo varios cambios en la dinámica del periódico. ¿En qué consistieron esos cambios?

En 1968 me nombraron editor en jefe. El Herald, al principio, era más bien un diario internacional, para lectores de muchos países -especialmente diplomáticos de embajadas y viajeros-, gente que hablaba en inglés. El diario no estaba enfocado sobre Argentina en sí, sino que era conocido por su cobertura de noticias internacionales. Pero algunos colegas del Herald y yo empezamos a interesarnos por lo que pasaba en el país y a escribir sobre noticias locales. Antes del golpe de Estado (1976) había un problema con el periodismo en Argentina, porque muchos periodistas eran poco éticos y no siempre reflejaban la realidad.

Durante la última dictadura militar, el Buenos Aires Herald fue uno de los pocos medios de comunicación que denunció abiertamente las violaciones a Derechos Humanos cometidas por el terrorismo de Estado. ¿Por qué cree que la mayoría de los medios de comunicación no informaban sobre las desapariciones de personas?

A lo largo de esos años hubo un gran silencio en Argentina, y nos encontramos con que nosotros éramos unos de los pocos que informaba sobre lo que pasaba en la dictadura. No éramos los únicos porque hubo otros diarios, pero todos chicos como The Southern Cross (un diario de la comunidad irlandesa). Pero los grandes medios decidieron guardar silencio. Todavía no tuvimos una explicación de su parte y yo creo que es importante que ellos mismos investiguen su pasado. Es importante que los grandes medios expliquen por qué decidieron no contar lo que pasaba, o por lo menos publicar una carta de alguna de las madres que buscaban a sus hijos. Tienen que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar.

¿Cómo fue que tomó conocimiento de lo que estaba pasando?

La primera semana después del golpe recibimos una carta, enviada a mi colega Andrew Graham-Yooll, de una pareja que nos escribió porque nosotros publicamos en el diario un aviso fúnebre de un hombre que apareció muerto en una zanja. Fuimos a verlos a Zárate y nos contaron que esa persona, que era jefe de un laboratorio, había sido llevado por un grupo de uniformados. Era sospechado únicamente por haber ido a la universidad a buscar su doctorado en Química y por reunirse con otros estudiantes. Se lo llevaron y lo torturaron hasta matarlo. Después trataron de cubrir todo. En el velatorio pasaron los famosos Ford Falcon sin patente tirando panfletos fraudulentos con la firma de Montoneros diciendo: “El señor ha sido ajusticiado por ser traidor a nuestro movimiento”. Un día me llamó Monseñor Kevin Mullen, que solía ir con una lista de desaparecidos a pedirles información a los militares sobre su paradero, y me contó que un señor le había confesado: “Me llevaron los militares y me torturaron exigiéndome que les diera el nombre de «la Orga» (en referencia a la organización Montoneros); entonces yo les di los nombres de la personas más respetables que conocía, y ahora ellos han desaparecido”.

¿Cree que la sociedad argentina en general tenía algún conocimiento de la realidad o estaba totalmente desinformada?

Hubo mucho miedo. Al principio la gente tenía miedo de las guerrillas; después de la Triple A, que era la respuesta para reprimir las guerrillas; y por último al régimen militar, obviamente con apoyo de muchos civiles importantes. Era obvio lo que estaba pasando porque estaban secuestrando personas a plena luz del día. Pero la gente decidió no ver. Siempre me pareció difícil entender por qué en Alemania el régimen nazi mató a seis millones de personas y el pueblo alemán no hizo absolutamente nada, y es porque cuando la gente no quiere ver lo que pasa, no ve. En Argentina pasó lo mismo. Y cuando no hay periodismo para informar, es más terrible.

¿Cómo fue su acercamiento a Madres de Plaza de Mayo y qué lo impulsó a asistir a las rondas?

Al mismo tiempo que era director del Herald, trabajaba como corresponsal del New York Times, del Washington Post y de Newsweek. Un día estaba yendo al edificio SAFICO- sobre avenida Corrientes-, donde estaban todas las agencias de noticias extranjeras, para enviar mis notas y se me acercó una señora pidiéndome ayuda porque estaba buscando a su marido. Ella me dijo que había rumores de que se podía conseguir información sobre detenidos en una oficina de Casa Rosada si se llegaba a las 8 de la mañana. La gente, desesperada, se congregaba toda la noche en Plaza de Mayo para conseguir un turno. Una noche fui y me reuní con ellos -al principio eran 20 o 30 personas, después fueron cada vez más-, y ahí me enteré de los primeros esfuerzos de los familiares de desaparecidos para organizarse para conseguir información, porque era imposible ya que solo daban 10 turnos por día. Como en el Herald estábamos haciendo editoriales traducidos al castellano, la gente se dio cuenta de que estábamos informando. Al principio yo salía a buscar a la gente para conocer sus historias y escribir notas, pero después ellos comenzaron a acercarse al diario para explicarnos lo que pasaba. Las madres de desaparecidos venían a buscarnos. Al final el diario parecía un consultorio médico. Fue después de un tiempo que las Madres decidieron hacer las rondas. Para nosotros era importante tener un periodista en el lugar para tener testimonios, hasta que uno de nuestros cronistas fue detenido. A partir de eso, iba yo mismo.

En medio del clima de terror e incertidumbre que se vivía, ¿por qué usted decidió publicar denuncias sobre secuestros ilegales, aun sabiendo que podía sufrir represalias?

Me di cuenta de que era posible salvar vidas publicando los nombres de los desaparecidos. Eso era lo más importante. Obviamente, a los militares no les gustó eso. Yo le dije a (al Ministro de Interior de entonces) Harguindeguy: «Tengo una lista de nombres y no es que quiera publicarlos, pero mientras no aparezcan es necesario hacerlo; si salen, no hay ningún problema y no voy a seguir publicando más». Una vez hice una nota sobre una madre que buscaba a su hijo. A él ya estaban por trasladarlo, y cuando salió su nombre en el diario, no sabemos exactamente cómo, los oficiales fueron a preguntarle enojados por la publicación y él contestó: “Es un diario inglés, yo no sé hablar inglés”. Y después lo liberaron.

Robert Cox está de pie en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos. Está parado en Detrás suyo hay una gigantografía que muestra a Madres de Plaza de Mayo protestando por la aparición de sus hijos.

«Cuando la gente no quiere ver lo que pasa, no ve», dice Robert Cox en relación al silencio civil ante las atrocidades de la última dictadura.

Hace poco se conocieron unos audios inéditos de una entrevista que usted le realizó al Ministro de Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy, donde prácticamente admitía que las decenas de periodistas desaparecidos habían sido asesinados.

Yo siempre tuve una lista de aproximadamente 60 periodistas desaparecidos. Un día, poco antes del mundial del 78, Harguindeguy convocó a varios editores y periodistas a una conferencia de prensa más o menos para decirnos que nos portáramos bien, porque los ojos del mundo iban a estar sobre Argentina. Yo tenía mi grabador, que en ese entonces era un aparato enorme como una caja de zapatos, y lo seguí a su oficina con la intención de preguntarle por los periodistas desaparecidos. Él me respondió: “Yo no soy Jesús; no puedo decir ¡Lázaro levántate!”. No me di cuenta hasta mucho más tarde de que todo el tiempo había tenido el grabador encendido. Hasta ese momento no sabía que estaban asesinando a los detenidos, que en Argentina había máquinas de exterminio. Nosotros pensábamos que iba a ser como los anteriores golpes de Estado, que los estaban reteniendo para después liberarlos o enjuiciarlos, pero los estaban matando casi desde el principio. Esa frase del ministro fue tan clara como una confesión.

Muchos periodistas también fueron víctimas de persecución. Más tarde, usted viviría en carne propia la represión. ¿Cómo fue esa experiencia?

Cuando me detuvieron, me llevaron a un nexo de la Policía Central. En la entrada había una esvástica cubriendo la pared, la insignia del nacional-socialismo. Para mí era una repetición del nazismo. Estuve cuatro días detenido, pero quería quedarme más tiempo para averiguar más. Me encerraron en una especie de tubo y desde ahí escuché los gritos de personas bajo tortura. Afuera hubo una reacción inmediata porque el diario era reconocido en el exterior (a lo que Maud agrega: “Inglaterra, Francia y Estados Unidos intervinieron enseguida. Llamaban todo el tiempo a la Embajada argentina, los volvieron locos”). Después me fueron pasando de una celda a otra, hasta que al final me pusieron en una celda grande que llamaban «Sheraton», que era una especie de “cárcel VIP”, donde en un momento también estuvo (Jacobo) Timerman. Al final me liberaron.

En 1979 usted y su familia tuvieron que exiliarse del país. ¿Cómo llegaron a esa situación y cómo siguió su vida en el exilio?

Finalmente tuvimos que salir del país, después de muchas amenazas. Primero pusieron una bomba en la casa de un amigo nuestro que nos avisó que los militares estaban hablando con mucha furia sobre el Herald. Pensamos que estaban todos muertos, pero por suerte él y su familia se salvaron. Fuimos a verlo y antes de volver llamé a casa y mi hijo me advirtió que no volviera porque me estaban buscando. Ahí decidí salir del país por un tiempo. Tuve que separarme de mi familia porque yo era un peligro para ellos. En un momento trataron de secuestrar a Maud. Después regresé y nos quedamos seis meses más hasta que le enviaron una carta a mi hijo Peter, de 11 años, amenazándonos de muerte a todos. Ahí tomamos la decisión de irnos. Tuvimos que exiliarnos en Europa, pero siempre quisimos volver en cuanto los militares llamaran a elecciones. Más tarde nos instalamos en North Carolina. Durante el exilio, en un momento participé en un programa en Nueva York donde expuse la situación de Argentina. Ahí conocí a un ex agente de la SIDE que me pidió ayuda para conseguir asilo político en Estados Unidos y que me explicó el plan que tenían los militares para matarme. La idea era que cuando yo saliera a trabajar, iban a liberar a unos agentes montoneros presos e iban a montar un simulacro de enfrentamiento para ejecutarnos a todos y después decir que me habían matado los montoneros. Era un plan bastante inteligente.

El documental El Mensajero, dirigido por Jayson McNamara, retrata su trayectoria como periodista y reconoce la importancia del Buenos Aires Herald como uno de los únicos medios que se enfrentó a la dictadura. ¿Cuál fue su impresión del documental?

Para mí es muy bueno porque es totalmente honesto, que es lo más importante. Ellos han conseguido lo más cercano posible a la verdad y encontraron material inédito facilitado por estaciones televisivas extranjeras que nadie había visto en Argentina. Para mí, ver el documental es como volver a vivirlo exactamente como era; no es volver al pasado sino traerlo al presente. Creo que es una obra de arte, porque tiene tanta simpatía, especialmente para las Madres. Es un gran homenaje para ellas. Estoy seguro de que si no hubiese sido por esas mujeres, los militares habrían sido mucho peores porque ellos les tenían miedo al coraje de las Madres.

El director McNamara describió su obra como “la historia de cómo cuatro locos jaquearon al poder a través de la verdad”. ¿Usted cómo describiría la labor del Herald durante la dictadura? ¿Diría que funcionó como la voz de las víctimas de la represión?

Sí, porque las víctimas y los familiares no tenían voz. Había un gran silencio y nadie los escuchaba. Tenemos amigos que salieron de la ESMA por las historias que publicamos.

Usted recibió varios premios por su labor periodística y en 2010 fue declarado Ciudadano Ilustre por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por su lucha en defensa de los derechos humanos ¿Cómo sintió esos reconocimientos?

Estaba muy sorprendido. No me gusta mucho eso de que me destaquen, porque hubo mucha gente que trabajó conmigo y es importante que los reconozcan a ellos también. Fue muy lindo sentir que, aunque no nací en Buenos Aires, ahora era parte de la ciudad. No tanto por la parte de «ilustre», pero sí que me reconozcan como ciudadano.

Tomando en cuenta su propia experiencia, ¿cómo puede un periodista ejercer su función de informar a la sociedad en un clima de persecución y censura?

La censura no es ningún problema, porque de una manera u otra uno puede comunicarle a la gente publicando una foto o algo. El mayor problema es la auto-censura, cuando los periodistas mismos deciden callar. Obviamente, es muy difícil porque los periodistas comunes también son víctimas. Yo tuve la posibilidad de hacer lo que hice porque era director del diario, pero no es fácil. Los periodistas no pueden silenciar la información.

¿Cuál es el rol del periodista en la defensa de los Derechos Humanos? ¿Qué mensaje les daría a quienes hoy se dedican al periodismo?

Hay que informar siempre con total honestidad. Hay que separar las opiniones políticas. El deber de un periodista es informar a toda costa, sea en un gobierno que le guste o no, sin pensar en ideología. Y cuando se trata de Derechos Humanos, tenemos que obviar la grieta y todos los periodistas tenemos que trabajar unidos. Los periodistas tienen que ser los guardianes del pueblo, ese es nuestro rol. Yo creo que el periodismo no es una profesión, sino una vocación. Tenemos que defender a la gente, porque ahora sabemos que en Argentina, cuando no hay periodismo, la gente está indefensa. Es parte del deber del periodista defender los Derechos Humanos.

 

Actualizado 15/11/2017.

“Siempre tuvimos en claro a qué lugares no queríamos llegar”

“Siempre tuvimos en claro a qué lugares no queríamos llegar”

A simple vista, el público bailaba. No abundaban ni banderas ni remeras con el nombre de la banda, lo que más caracteriza a los seguidores es el balanceo propio del reggae y sus cantos. Las banderas que luego aparecieron fueron entregadas como regalo hacia la banda en el transcurrir de distintas canciones. Néstor Ramljak, mientras cantaba, se las ponía  sobre lo hombros en forma de agradecimiento. Así empezó Nonpalidece su gira The Aswad Experience, en la íntima sala de La Trastienda, a la que volverán el 23 de octubre para cerrar la gira que durante estos días está haciendo por Mar del Plata, México, Panamá, Costa Rica y Chile. La están realizando junto al cantante inglés Brinsley Forde, fundador y voz del grupo Aswad, banda que desde 1975 realiza música con raíces reggae . En los shows, Nonpalidece y Brinsley Forde presentan los dos temas nuevos que realizaron juntos: “Keep the fyah burning” y “Total Destruction” y, a su vez, Forde cantará temas propios.

Nonpalidece  se encuentra andando desde 1996, cuando decidió darle voz y estilo propio a la música que a le gustaba. Grabó su primer disco en 2000, llamado Dread Al Control. Le siguieron seis discos más. La banda busca que sus canciones comprometan el arte con causas sociales. Esto lo reflejó su último disco Activistas, de 2013, en el que el book de cada una de las doce canciones de la placa está asociada a distintas personalidades de América Latina involucradas en causas vinculadas a luchas por los derechos humanos, como por ejemplo Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y Susana Trimarco. Recientemente participaron con sus voces de la canción «¿Dónde está mi hermano Santi? Digan quién se lo llevó», el video realizado por organismos de Derechos Humanos, artistas y la familia Maldonado para pedir por la aparición de Santiago, el joven desaparecido desde el 1°de agosto, cuando desapareció en medio de una represión de la Gendarmería en el Lof de Cushamen.

La banda conformada por doce integrantes viajó y transmitió los valores de su música por todo el continente latinoamericano, Estados Unidos, y el año pasado, por primera vez, a Europa. La semana que viene vuelven con su música a la ciudad porteña. Bruno Signaroli, guitarrista e integrante de la banda desde sus comienzos dialogó con ANCCOM.

Recital de Nonpalidece en La Trastienda.

¿Cómo transitan estar de gira junto a Brinsley Forde?

Estar de gira de por sí es una montaña rusa, algo muy intenso. Tocar junto a él esta vez nos da mucha alegría, es un honor y un orgullo. También es un gran desafío porque nosotros hacemos de banda suya cuando él canta sus temas, entonces es aprenderse un recorrido de canciones distintas. Estamos al lado de una personalidad célebre, que a su vez, a sus 64 años, está muy compenetrada con el ahora.

¿Cómo se produjo el encuentro para tocar juntos en la gira The Aswad Experience Latinoamérica?

En parte fue de manera fortuita. Fue después de un show que hicimos con la banda Israel Vibration, donde nos encontramos con Flabba Holt, el bajista y fundador de los Roots Radics. Él nos propuso hacer un tema juntos, proyecto al que se sumó Brinsley Forde cuando llegó este año a Argentina. Les mostramos unas bases nuestras, y como le gustaron quiso componer una letra. Una de ellas es “Keep the fire burning”, y la otra es “Total Destruction”, las canciones que están en este nuevo  CD. Con “Total Destruction” pasa algo extraño porque la música es un sonido alegre, pero la letra en cambio no lo es. A medida que lo iban haciendo se iban mostrando partes del tema, y así se hizo la composición conjunta.

¿Y en el caso de ustedes? ¿Cómo fue su encuentro en los ’90, que dio origen a Nonpalidece?

Se produjo debido a una búsqueda de querer reproducir la música que nos gustaba. Nosotros nos hicimos amigos en el barrio y hablábamos de música. No existían las redes sociales, esa era la manera que teníamos. Esa búsqueda de sonar como el reggae que nos gustaba nos fue llevando a otras cosas, a ir puliendo lo que era necesario para que se escuchara como queríamos. Entonces íbamos probando, y de a poco fuimos incorporando más integrantes, hasta llegar a los que somos hoy.

En tu caso, ¿cómo fue la transición de tocar un instrumento de viento a uno de cuerdas?

Empecé a tocar la trompeta en la banda como una cuestión de necesidad, porque estaba ese lugar vacante. Era una manera de hacerme lugar. A mí, en realidad, me gusta más la guitarra, y es un instrumento con el que me siento mucho más cómodo. Sentí el cambio porque es totalmente diferente la manera de encarar el instrumento. Lo que pasaba era que no teníamos trompetista, y el ritmo del reggae lleva en las melodías una base muy fuerte de ese instrumento. Era el único viento de la banda en ese momento. Luego vino Agustín (Azubel), y ahí yo pasé a la guitarra. Después se fueron sumando los otros vientos.

En los shows, Nonpalidece y Brinsley Forde presentan los dos temas nuevos que realizaron juntos: “Keep the fyah burning” y “Total Destruction” y, a su vez, Forde cantará temas propios.

¿Te acordás cómo fue el primer ensayo de la banda?

No me acuerdo de uno en particular, pero tengo muy buenos recuerdos de los primeros ensayos. Los hacíamos en la sala La Nave, de Tigre, un lugar con muy buena energía, donde además tocaban otros músicos. Era un ambiente de mucha música y las dueñas del lugar eran muy voladas.  La pasábamos muy bien haciendo música ahí.

Hiciste referencia a la falta de redes sociales cuando ustedes se juntaban en el barrio. Hoy esas plataformas se usan mucho para compartir música y mostrarse. ¿Recordás cómo compartían su gusto por el reggae?

Exclusivamente la manera que teníamos era el cassette. Tratábamos de escuchar lo que habíamos logrado grabar. Todavía tengo una caja guardada con los cassettes que escuchaba en ese momento. Hoy hay mucha información. Antes no teníamos acceso fácil, conocíamos a pocas bandas y de a poco nos interiorizamos en más. Cada disco que encontrábamos o artista, era una luz, algo que te había costado mucho conocer. Así nos pasó con Bob Marley, Peter Tosh, Culture, entre otros. Todo pasa muy rápido hoy, a mí por lo menos me gusta más sentarme a escuchar un cassette o un CD entero.

¿Qué fue lo que más les costó en el trayecto?

No sé qué fue lo que más nos costó, quizás haya sido aprender a aceptar al otro y pensar más en colectivo. Somos muchos en la banda y a veces eso puede traer situaciones incómodas, principalmente en una gira, porque dormís mal y estás muchos días fuera. Lo más difícil es aprender a convivir. Otra cosa que cuesta también es producir la gira, porque nosotros desde el principio decidimos ser una banda independiente, entonces producimos todo nosotros y eso lleva a tener que estar en todos los detalles.

¿Alguna vez pensaron cambiar la filosofía de ir contra la corriente, de no tener un sello discográfico?

No, nunca nos pasó de dudar cómo llevábamos el proyecto. Si ocurre que quizás en algún momento te sentís frustrado porque hay cosas que cuestan un poco más. Un sello discográfico te da mucha más visibilidad. Pero nunca lo dudamos.

Nonpalidece se encuentra andando desde 1996, cuando decidió darle voz y estilo propio a la música que a le gustaba.

¿Los condiciona en su música tener que estar pendiente de la parte comercial o de las últimas tendencias?

Tenemos en cuenta algunas cosas en la manera de crear, por ejemplo en el video de “Total destruction” hicimos dos versiones, una normal y una versión 360 grados. No lo hacemos porque haya que hacerlo, pero si nos gusta optimizar y crear con los recursos que tenemos. También es una manera de brindarle nuestra música de otra manera al que no puede ir a un concierto nuestro. Hacer un video no es algo que nos resulte tan divertido como hacer música en vivo, es una manera de llamar la atención de manera visual en el negocio de la música.

¿Cómo ves al reggae en la actualidad? ¿Hay alguna banda que te interese?

El reggae ya tiene un lugar ganado en el país, hay muchas bandas de músicos jóvenes. Una que me gusta se llama C4, es conocida, tiene 25 años de trayectoria. Me parece que tiene personalidad. En general, las bandas buscan ir por el mismo lugar que otros, se intenta más la copia. Por eso es muy bueno cuando una logra un estilo propio.

En sus recitales se pueden ver niños chiquitos que están bailando sus canciones. ¿Qué les provoca ver esto?

Es un cariño muy grande el que nos da el público. Hay gente que nos viene a ver, que fue creciendo con nuestra música, y ahora trae a sus hijos. Es lindo que puedan compartir el reggae en familia, cuando nosotros éramos chicos no podíamos compartir música con nuestros padres, culturalmente estábamos en las antípodas. Eso está bueno porque en parte te hace pensar que lo que nosotros hacemos no tiene que ver con una moda. Es algo maravilloso, incluso tal vez los nietos dentro de unos años puedan escuchar nuestra música.

¿Qué creés que tiene la banda que los hace Nonpalidece?

Siempre tuvimos en claro a qué lugares no queríamos llegar. Queríamos hacer música que nos guste y buscar que los shows sean siempre dinámicos. No presionarnos, sino disfrutar de esto. Si no fuese así ya lo hubiésemos dejado de hacer. Creo que eso es también lo que el público valora, la autenticidad.

Grabó su primer disco en 2000, llamado Dread Al Control. Le siguieron seis discos más. La banda busca que sus canciones comprometan el arte con causas sociales.

 

Actualizado 18/10/2017

Del artista a su público

Del artista a su público

La feria de pequeño formato es una nueva manera de promoción del trabajo de miles de ilustradores y artistas de todo el país que proponen la venta directa al público de sus obras. Los encuentros se realizan con frecuencia mensual y el último -denominado MANGO– fue el 16 de diciembre en El Taller de Don Omar, Fitz Roy 1245.

La denominación “pequeño formato” surge, no por las dimensiones del evento, sino por el tamaño de lo que allí se vende: fanzines en lugar de revistas, prints (copias impresas de dibujos originales) en lugar de cuadros, stickers, entre otras creaciones. Además, no suelen exponer las grandes editoriales, sino los propios artistas. La relación directa con el público permite a los expositores aumentar los márgenes de ingresos y, al mismo tiempo, ofrecer su obra a valores inferiores de lo que lo haría cualquier intermediario.

Gastón Mengo, ilustrador detrás de Mengoloton, aclara que “es como una oportunidad para que el artista tenga un ingreso y se haga conocido sin necesitar una editorial atrás”.

La autogestión es uno de los pilares más importantes en este tipo de ferias. Sin depender de ninguna empresa o entidad mayor, las exposiciones son impulsadas por los mismo artistas, con el afán de juntarse entre amigos, poder brindar al público calidad, y ofrecer oportunidades de trabajo. Si bien, como señalan los organizadores de la feria MANGO, hoy están golpeadas por el ajuste general que vive el país, “el poder autogestivo que encontramos es único y ofrece resistencias, apostando al tejido de redes y a la construcción de un sistema comunitario y desde las bases”.

Las ferias varían en su tamaño, temáticas y locaciones. Generalmente se realizan en multiespacios, casas culturales prestadas a la organización. Sus nombres también varían: Ey!, MANGO y DINÁMICA son algunos de ellas.

Caridibuja, ilustradora venezolana radicada en Argentina, participó de la feria “Vamos Las Pibas”, dedicada especialmente a artistas e ilustradoras de género femenino. Su perspectiva sobre la experiencia fue -según sus propias palabras- muy gratificante. “Tener contacto directo con personas que aprecian mi trabajo y otras que lo conocen gracias a la feria es una experiencia única -describe-, las redes quitan mucho del contacto humano que uno puede llegar a tener con el público”.

Así como Gastón menciona la oportunidad con bajo presupuesto, Caridibuja hace hincapié en que las ferias son una manera muy efectiva de hacerle llegar su trabajo a otras personas, compartir con otros creadores y ver en vivo las reacciones que los trabajos generan en los demás. Los organizadores de MANGO agregan que para muchos artistas estas ferias son su principal fuente de ingreso, tanto por la venta directa de sus obras como por los contactos y trabajos que surgen a raíz de ellas.

Florencia Tedesco, asidua visitante y especial coleccionista de las intervenciones de la dibujante Pum Pum, opina que “las ferias tienen lo especial de estar frente al artista sin nadie en el medio, y además ofrecen la posibilidad de encontrar miles de cosas muy originales que no tienen nada que ver con los productos que podés encontrar en un local comercial. Ir a una feria es toda una salida”.

MANGO, la feria constituida por Diego Jit Martínez, Sasha Reisin, Euge Petre, Maca De Pablo y Lu Benvenuto, es un ejemplo de cómo este formato autogestionado de promoción cultural va ganando terreno. “La feria nace en un cruce de oportunidades, las ganas de encontrar y divertirnos entre los artistas, el deseo de hacer accesible las creaciones que se exponen en la feria, la casa que permitió esa primera experiencia —explican a ANCCOM—.  A partir de la motivación y con el mayor ánimo de jugar y probar, aun tomándolo con seriedad nace MANGO”.

Descripta por los propios organizadores como feria, festival, evento, falso cumpleaños, carnaval y todo lo que no entra en palabras, es una ejemplificación de cómo la feria del pequeño formato ha logrado convertirse en algo más que un espacio de promoción cultural. “Para nosotros es mucho más que una feria. MANGO es un lugar de encuentro entre amigos. Un lugar en donde compartir con pares, divertirse y hasta para generar nuevas conexiones”.

La feria del pequeño formato es una demostración de cómo, ante un panorama desfavorable y un sistema de difusión más bien cerrado, los mismos artistas logran ampliar las formas de trabajo y establecer nuevas reglas del juego. Y quizá, la mayor cualidad de las ferias, más allá de crear espacios artísticos, generar conexiones y poder dar acceso a productos artísticos a bajo costo, sea la capacidad de hacer sentir a todos sus visitantes como si estuviesen en casa, entre amigos.

Acutalizado 12/12/2017

La escuela de la calle

La escuela de la calle

Una escuela en malas condiciones no puede garantizar el aprendizaje de los alumnos, especialmente si no cuenta con la infraestructura necesaria. En distintas zonas del Conurbano existen instituciones escolares con muchos problemas edilicios, lo que atenta contra el derecho a la educación. ANCCOM recorrió escuelas del oeste suburbano con problemas de toda clase.

Clase pública en la Escuela 66 de Francisco de Alvarez

La escuela pública N° 66, de la localidad de Francisco Álvarez, es una. Los alumnos, durante distintas épocas del año, sacaron bancos y mesas a la calle para tomar clases en la vía pública , ante los problemas de infraestructura. La situación del establecimiento se agravó cuando desbordó el pozo séptico y llenó de mal olor las aulas. La comunidad del barrio hace años que reclama al Consejo Escolar local, pero sólo consiguió que un camión atmosférico acuda para vaciar el pozo en lugar de hacer  uno nuevo. La directora del colegio no quiso hacer declaraciones al respecto.

“Hay un pozo para la primaria y otro para la secundaria. Uno está desmoronado, por eso se llena el otro rápidamente. Los reclamos vienen del año pasado”, dijo Lautaro, empleado de un negocio vecino a la escuela.

Vivian es madre de cinco hijos y todos son alumnos de la Escuela 66. Detalló varios problemas que tiene el establecimiento: “¿Problemas? El pozo séptico, los vidrios rotos, las puertas no tienen manija, en los baños no andan las canillas, siempre está goteando y están sucios. Este año se perdieron la mitad de las clases por eso. Yo hablé con el director de secundaria y me dijo que nadie se hace cargo, le dije que mi marido iba a ir a arreglar la puerta pero se lo negaron. Mis hijos directamente ya no quieren ir, para ellos no es normal copiar la tarea y venir para hacerla en casa. Le están cerrando el paso a los chicos con mesas para que no se acerquen a los pozos”.

Pablo es uno de los padres que colaboraba en los arreglos de la escuela, hasta que le impidieron continuar. “¿Sabés lo que hacen los directores? Cuando hablamos con ellos, nos ayudan, pero los sancionan. Hay pérdidas de agua por la pared, ¿qué pasa si un chico queda electrocutado? ¿Quién se va a hacer cargo? Los directores están reclamando desde 2015. La escuela no tiene la culpa, es el Estado”.

Las condiciones de infraestructura impiden que las clases puedan realizarse normalmente.

El Artículo 85 de la Ley de Educación Nacional establece en  el capítulo VI, referido a los derechos y deberes de los estudiantes: “Los alumnos deben desarrollar sus aprendizajes en edificios que respondan a normas de seguridad y salubridad, con instalaciones y equipamiento que aseguren la calidad del servicio educativo”. Sin embargo, la realidad es distinta a la letra de la ley.  Quien debe ocuparse de la situación de las escuelas es el Consejo Escolar de cada municipio, un órgano descentralizado  que depende de los fondos que envía la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires para infraestructura, servicio alimentario y seguridad e higiene.

En el predio del Jardín 964 del Barrio Los Hornos ya no hay más espacio. La solución que ofreció el Gobierno provincial es la construcción de aulas modulares para “inaugurar” así la Escuela Primaria N° 84, tras siete años de reclamos de los padres. Pero el acceso desde la calle Portugal es imposible debido al estado de las calles: cuadras llenas de barro, pozos, piedras de gran tamaño bloqueando el camino, restos de árboles y falta de veredas imposibilitan la llegada. Una vecina dice: “No se puede acceder, todo el barrio es igual. Hay barro por todos lados y las calles están destruidas”.

En tanto, en la Escuela N° 6 Juana Azurduy, del Barrio San José, Dayra, vocera del Centro de Estudiantes, describe los problemas de su escuela y los motivos que conllevaron a una toma del establecimiento: “Nuestra escuela cuenta con problemas edilicios desde 2012. Todo el sector de la entrada tiene las paredes que se electrifican. Quien se encargó principalmente de arreglarnos los problemas eléctricos y que ahora están haciendo el contrapiso y refaccionando nuestra nueva entrada provisoria es la Cooperativa de Trabajo Tupac Amaru. Se solidarizan personas que no tienen nada que ver con nuestra escuela. Y quien realmente se tendría que hacer cargo, no lo hace”.

Toda la comunidad reclama por las mejoras en el establecimiento.

Jésica es una ex alumna de la escuela, pero su familia tiene un kiosco dentro del establecimiento: “Soy una ex alumna; terminé el año pasado. Desde que empecé tercer año estamos luchando para mejorar la escuela. Íbamos al Consejo Escolar una vez por mes, nunca tuvimos respuesta. Hay días que llovía, se mojaban las aulas y se suspendían las clases”.

Dayra además agregó a su testimonio un incómodo momento que les hizo pasar Gendarmería: “Cinco años después del proyecto de obra, tomamos la escuela, pero del lado de afuera. Nos mandaron a Gendarmería Nacional,  que sacó fotos de todos los menores de edad”.

También denunciaron todo tipo de problemas de infraestructura, los familiares de alumnos de escuelas como la 27 de Trujuy, la 45 de Francisco Álvarez y la 46 del Barrio La Victoria.  El  Consejo Escolar de Moreno, al que corresponden las escuelas, fue intervenido el mes pasado por las autoridades bonaerenses, por un plazo de 180 días. Mientras la anterior conducción del Consejo, elegida junto a los comicios provinciales y nacionales, denunció intencionalidad política como causa de la intervención, la Gobernación contraatacó al difundir supuestas irregularidades registradas en el pasado reciente. En el medio, los chicos…

Los hijos de los represores, al Congreso

El colectivo Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía reúne a hijas, hijos y familiares represores por la memoria, verdad y justicia. “Liliana Furió (hija de un militar) me contactó por las redes sociales en mayo del año pasado y empezamos con esto juntas”, recordó Analía Kalinec, la hija del condenado a prisión perpetua Eduardo Emilio Kalinec, conocido como el Doctor K. “Pensamos que nadie más estaba pasando esa situación”, señaló. 

En la foto aparece Pablo Verna, Impulsor de la reforma de ley. HIjos de Represores impulsan una reforma del codigo penal para poder declarar contra sus padres.

“Si el Estado en su normativa interna tiene normas que prohíben y nulifican medios o fuentes de prueba debe cambiarlo”, dijo Pablo Verna.

Junto con Liliana, Analía comenzó a buscar a otros hijos e hijas de militares en las redes sociales. “Laura Delgadillo comentó en la nota de la hija de Etchecolatz, de la revista Anfibia, y es ahí donde la contacté”, recordó. 

El 7 de noviembre pasado, el colectivo presentó en el Congreso de la Nación un proyecto de reforma a los artículos 178 y 242 del Código Penal Procesal de la Nación “para que las prohibiciones, de esos artículos, de declarar y denunciar en contra de nuestros familiares, no corran para los crímenes de lesa humanidad”, explicó Pablo Verna, hijo de Julio Alejandro Verna, médico y ex capitán del Ejército. “Esas prohibiciones entran en conflicto con la obligación internacional que dice que en los crímenes contra la humanidad los Estados partes están obligados a investigar, juzgar y sancionar”, expone Verna y aclaró: “Si el Estado en su normativa interna tiene normas que prohíben y nulifican medios o fuentes de prueba debe cambiarlo, en esa medida se está incumpliendo”.   

En la foto aparece Analía Kalinec

“Vemos que hay una intencionalidad política y un cambio de dirección en lo que se venía haciendo y en los logros que se fueron consiguiendo”, dijo Analía Kelinec sobre la política de DDHH actual.

El padre de Analía fue oficial ayudante de la Policía Federal. En 2015 quedó firme la condena a perpetua por participar en interrogatorios y torturas en los centros Atlético, El Banco y El Olimpo. “Crecí en una ignorancia total”, confesó la hija del Doctor K. La primera vez que el padre de Analía quedó detenido fue en 2005. “Hasta ese momento jamás lo había relacionado con la dictadura, estuve dos años diciendo que era todo mentira”, resaltó y agregó: “La última vez que lo vi, en Devoto, lo increpé, fue en 2008. Le dije que leí la causa y los testimonios y le pregunté si fue parte. Él me respondió: No, bueno fue una guerra y no es así como dicen, fueron siete mil. ¿Qué me estás diciendo?, le dije. No bueno, pero vos imaginate, nosotros sabíamos que alguien había puesto una bomba en un lugar y le teníamos que sacar información para salvar más vidas, dijo, intentando justificar las torturas. A partir de ahí no lo vi nunca más”. 

En mayo de este año, la Corte Suprema de Justicia falló a favor de aplicar lo que se conoce como “ley del dos por uno” a condenados por delitos de lesa humanidad. Otros en la misma condición, como Luis Patti, con doble condena a perpetua o Antonio Musa Azar, ex jefe de Inteligencia de la policía de Santiago del Estero, cuatro veces condenado, recibieron el beneficio de la prisión domiciliaria. “Nos convocó el cambió de sentido en materia de derechos humanos que se viene impulsado desde el Gobierno”, enfatizó Analía Kalinec. “Nosotros vemos que hay una intencionalidad política y un cambio de dirección en lo que se venía haciendo y en los logros que se fueron consiguiendo”, opinó. Kalinec definió el fallo del dos por uno como un “intento fallido de una amnistía encubierta”. Pablo Verna define la situación como “el Happy Hour del horror”.

“A mi familia no le interesa escuchar lo que yo pienso sobre la última dictadura”, remarcó Kalinec. Y expresó que el mandato familiar es “aceptar lo que hizo su papá, que estuvo bien y defendió a la patria” o negar y “hacerte la tonta” y ratificó que ella no podía seguir ninguna de esas dos opciones.   

En la foto aparece Bibiana Reibaldi.

“Me fui oponiendo a él a medida que pasaban los años y sucedían circunstancias muy dolorosas”, cuenta Bibiana Reibaldi.

Distinta es la historia de Bibiana Reibaldi. La dictadura-cívico militar comenzó cuando ella tenía 20 años y estudiaba Psicología en la Universidad de Buenos Aires. “Ya tenía un criterio formado, que no se parecía al de mi papá”, recuerda. Su padre, Julio Reibaldi, fue oficial de Inteligencia y analista. “Era el que ubicaba a las personas que después iban a secuestrar y organizaba los grupos que hacían esos trabajos”, detalló Reibaldi. En 1978 ella comenzó a estudiar psicopedagogía en la Universidad del Salvador. “Ya para esos años me daba mucha vergüenza explicar a qué se dedicaba mi padre”, agrega. “Me fui oponiendo a él a medida que pasaban los años y sucedían circunstancias muy dolorosas que ameritaban que yo tomara una posición contraria a su accionar”. Julio Reibaldi murió en 2002 sin ser juzgado penalmente. 

Desde el colectivo luchan contra el mandato de silencio que sufrieron en la dictadura, y ahora en democracia continúa con la imposibilidad de denunciar penalmente a sus padres. “Era muy fuerte, no se hablaba en la familia de lo que pasaba”, señala Reibaldi. Para dejar de lado ese mandato, buscan reformar los artículos 178 y 242 del Código Procesal Penal de la Nación para poder aportar, judicialmente, a la memoria, la verdad y la justicia.

Actualizado 12/12/2017