En las escuelas porteñas el gato por liebre es sinónimo de arroz por pollo

En las escuelas porteñas el gato por liebre es sinónimo de arroz por pollo

Frente a la Legislatura se realizó una concentración de madres, padres, alumnos y docentes. Reclamaron que la vianda de les pibes tenga alimentos y que sean saludables.

Sobre la calle Perú al 160 se erige el edificio de la Legislatura porteña. En la peatonal, que luego se hace Florida caminando para el lado de Corrientes, dos nenas con joggin color rosa pastel y guardapolvo blanco juegan entre las vallas metálicas negras de seguridad. Al lado, frente a un gacebo con flyers que rezan la consigna “Por un nuevo sistema de alimentación escolar”, sus padres y docentes disertan ante el micrófono abierto convocado por la legisladora Ofelia Fernández. 

Arriba de una mesa blanca, cerca de los oradores, están emplatadas o empaquetadas las comidas que todos los días reciben los chicos y chicas de la Ciudad de Buenos Aires en los comedores escolares. Un pollo descolorido junto a un puré uniforme, pebetes poco apetecibles y paquetes con tres galletitas ultraprocesadas. Alejandro, padre e integrante de la Campaña por una alimentación de calidad y gratuita para todxs, con la participación de la comunidad educativa, agarra con una mano el micrófono y con la otra uno de los medallones rebozados: “Esto que dicen que es de pollo fue analizado por especialistas y confirmaron que era arroz. Les dan a los pibes arroz con arroz. Por este plato el Gobierno de la Ciudad paga 320 pesos», sostiene Alejandro. 

Por este plato, el Gobierno de la Ciudad paga 320 pesos.

Laura Seminara tiene 29 años y es docente hace nueve. Actualmente, es maestra de primer grado en una escuela de Parque Avellaneda. Todos los días ve a sus estudiantes comer los mismos sándwiches de pan blanco con jamón y queso. De postre manzana, mandarina o una barrita de cereal. “A veces piden más y no siempre tenemos para repetir, mucho menos para todes”, cuenta Laura.  

Para los niños y niñas solo existe una alternativa de menú por motivos de salud, certificado médico mediante. Las creencias religiosas o gustos personales no son contemplados. Además, Laura comenta que con el tiempo la calidad, variedad y cantidad de los alimentos empeoraron: “Hace unos años les daban “milanesas”, medallones de “pollo” o “pescado”. Luego empezaron a ser todos los sándwiches de fiambre (jamón o un ultraprocesado que decían que era de pollo pero tenía gusto a sopa)”, cuenta. Todavía recuerda la vez en la que, hace 11 años, ella misma se intoxicó con la comida del comedor. “Cada vez les dan menos frutas y después de la pandemia dejaron de darles yogur. El desayuno es una porción mínima: se les da mate cocido con leche y una  sola magdalena, por demás insuficiente”, agrega. 

Con esta foto, madres, padres y docentes de la comunidad educativa se organizaron por la calidad de vida de sus hijas e hijos. Así nació la Campaña que entre sus principales objetivos busca “terminar con el sistema de comedores escolares concesionado y pensar la transición hacia la recuperación de las cocinas escolares”, expresan en el comunicado. 

Para facilitar el proceso a los organismos responsables elaboraron una lista de propuestas. Algunas de ellas consisten en discutir los pliegos de la licitación pública con la comunidad educativa;  solicitar la inconstitucionalidad del sistema de becas; incorporar a trabajadores de la economía popular; presentar un proyecto de ley donde se priorice la educación alimentaria, y se respete la Ley de Etiquetado Frontal; y realizar un control comunitario con las cooperadoras de la cantidad y calidad de los alimentos brindados por las empresas concesionarias.

La Campaña por una Alimentación de Calidad propone volver a la cocinas escolares y dar de baja a las concesiones. 

Entre la gente que rodea el gacebo donde exponen los oradores, del bolso de una maestra sobresale un papel para forrar enrollado color verde con lunares blancos. Un niño que lleva guardapolvo blanco da vueltas animado en su monopatín, no debe llegar a siete años. Hoy en el colegio debe haber comido una madalena con mate cocido y quizá un sanguchito con fiambre. Y después de eso sus padres lo pasaron a buscar por la escuela y vinieron juntos hasta la Legislatura a pedir que le den algo más nutritivo de comer. Frena su monopatín, se baja, lo da vuelta y encara en otra dirección.

Sabrina Santesteban manda a su hija Indira al Jardín de Infantes Común N° 02 D.E 07 «Prof. Marina Margarita Ravioli» en Caballito. Como Licenciada en Nutrición, especialista en el área infanto-juvenil (MN 5598), observa como todos los días su hija recibe productos ultraprocesados en la escuela mientras que en casa le enseña a comer más sano. 

Así fue como ella junto con otra nutricionista, una médica y con el apoyo de la Comisión de Nutrición del Ravioli, conformada por otras madres, padres y directivos, hicieron un análisis nutricional de las viandas que recibían las niñas y niños del jardín. En función de eso, elaboraron un documento para argumentar la importancia de una alimentación de calidad en las infancias. En el listado de los productos que a diario se ofrecen en el comedor del Ravioli se analiza que “la mayor parte de los ingredientes de cada producto son aditivos”.

Una consigna tan clara como pasar de ultraprocesados a frutas se empezó a alargar. “Nos dijeron que era una cuestión de lugar, que nuestro jardín no contaba con las condiciones edilicias para poder almacenar las 600 raciones de fruta”, cuenta Sabrina. Sin embargo, pudieron llegar a un consenso: este año se redujo a menos de un 50% el azúcar y cacao en infusiones con el objetivo de llegar gradualmente a cero. “Esa pequeña reducción parece insignificante pero a la larga funciona como apaciguador del deseo por lo dulce”, explica la nutricionista.

Tres adolescentes posan para fotos con sus carteles escritos en marcador rojo sobre cartón. En el medio, una chica con el pelo teñido de azul sostiene un cartel que reza: «Este cartel es una mierda como el sistema de alimentación escolar».

Según un artículo publicado en el Observatorio del Derecho a la Ciudad, actualmente el presupuesto para el servicio de comedor es de $318,90, el de desayuno $37,44 y el de refrigerio $110,70. “Es decir que, por cada magdalena con mate cocido que se sirve, el GCBA paga casi 38 pesos, y por ese medallón de pescado sin proteínas, el gobierno paga casi 320 pesos”, exponen Jonatan Baldiviezo, María Eva Koutsovitis, y Alejandro Volkind, autores de la nota.

Son 12 mil millones de pesos los que el GCBA va a pagarle –solo por este año– a las empresas que ganen la licitación. Esto corresponde a “un presupuesto gigantesco que, en vez de garantizar comida nutritiva, abundante y de calidad, redunda en una pésima alimentación para les estudiantes y en gigantescas ganancias para las empresas”, analizan los autores. Además hablan de una falta de seriedad por parte del GCBA con dichas empresas: “En la estructura de costos que aparece en los pliegos de la Licitación, no figura la ganancia estimada de la empresa. En los papeles, las concesionarias brindan el servicio de manera gratuita”.

La legisladora Ofelia Fernández presentó un proyecto de ley para establecer un nuevo programa de alimentación escolar

En el barrio de Agronomía se encuentra la Escuela Primaria Nº 4 D.E. 16 Cnel. Mayor Ignacio Álvarez Thomas, en la que funciona una cooperadora que fue intervenida durante un año por el GCBA pero que -aún así- no pudo quebrar a la comunidad. “La Coope del Alva” es una de las cuatro en Capital Federal que autogestiona su comedor. Eso marca una diferencia sustantiva porque “el objetivo del servicio autogestivo es la calidad, y no la ganancia. Son nuestres hijes quienes comen en la escuela, no un cliente. Nos preocupa y nos ocupa, como familias, que lo que llegue a la mesa cada día sea de la mejor calidad posible”, explica Paula Insaurralde, integrante de la Coope que hoy marcha frente a la Legislatura.

Hay más diferencias sustantivas entre el servicio autogestivo y el concesionado. Por ejemplo, en el Alva los alimentos se reciben a diario y se cuenta con un personal profesional, estable y con experiencia que depende de la cooperadora. En el modelo privado se contemplan otras cosas. “Si a las cooperadoras no las dejan ni controlar los servicios, algo que está previsto en la norma y que las conducciones deberían garantizar, menos les van a permitir autogestionar. Se termina un negocio millonario”, sugiere Paula.

El 11 de abril, la legisladora porteña, Ofelia Fernández, presentó un proyecto de ley para proponer un nuevo plan de alimentación escolar. El mismo tiene como principios rectores la soberanía alimentaria, el derecho a la alimentación adecuada y el incentivo de la Economía Popular, Social y Solidaria, entendida esta última como el “conjunto de recursos, actividades, personas, instituciones y organizaciones que operan según principios de solidaridad, cooperación y autoridad legítima” en toda la cadena productiva.

Entre otras cosas, el proyecto establece la “universalidad de todos los servicios alimentarios que se brindan en los establecimientos educativos de todos los niveles y modalidades” ya sean públicos o privados con cuota cero dependientes de la Dirección General de Educación Estatal y el Ministerio de Educación de CABA. También contempla la garantía de un menú especial por cuestiones de salud o de decisión propia.

“Hay que discutir que se come en las escuelas, como se brindan los servicios y entender que la alimentación escolar es parte de la educación y por lo tanto no se la puede dejar en manos de privados”, resalta Paula entre el bullicio de la marcha. La Coope del Alva ha venido hoy porque, más allá del contraste notorio que le dio su autogestión en términos de calidad, sabe que en el debate también debe replantearse el sistema de becas: “La educación es gratuita y la alimentación escolar es parte de esa educación, por lo tanto no debe ser arancelada. Es derecho de todes poder acceder a una alimentación adecuada y el Estado tiene que garantizarlo. En este sentido, es fundamental que se fortalezca a las cooperadoras como herramienta de participación activa de la comunidad”, cierra Paula. 

«No alcanza»

«No alcanza»

El 20 de marzo se decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio. Fue un viernes. El decreto implicaba el cierre de comercios, oficinas, cines, lugares de esparcimiento. Y también de las escuelas. El lunes, los niños, niñas y adolescentes que estudian en los establecimientos públicos de la Ciudad de Buenos Aires hicieron largas filas para retirar su almuerzo en los comedores, que consistía en un sandwich con una feta de queso y otra de jamón. “Bueno, ni siquiera era una feta de jamón”, aclara Alicia Navarro Palacios, directora de la Escuela N°7 del Polo Educativo de la Villa 20 en Lugano. “Uno le puede decir jamón y suena como demasiado. Era una feta de un fiambre de pollo con un color raro”, describe.

El Gobierno de la Ciudad había decidido, ante la imposibilidad de continuar con la modalidad de entrega de comida en el comedor, cambiar el almuerzo por unas “viandas” compuestas por dos sándwiches de jamón y queso, una barrita de cereal, dos paquetes de galletitas y, en algunos casos, un litro de leche o una fruta. Los alumnos recibieron ese magro almuerzo hasta el 1 de abril, cuando el Gobierno decidió cambiarlo por una “Canasta Escolar Nutritiva” de entrega quincenal, a partir de un amparo judicial presentado por las legisladoras del FITU-PTS Alejandrina Barry y Myriam Bregman.

“También junto a cooperadoras, muchas mamás y docentes interpusimos ese amparo colectivo para que se diera una comida de calidad para nuestros chicos”, relata Barry. “Con el fallo, el Gobierno tuvo que cambiar y empezar a dar bolsones alimenticios. Pero la comida que entregan no alcanza en cantidad y la calidad no cumple siquiera con la Ley de Alimentación, que habla de seis nutrientes: cereales, sus derivados y legumbres secas; hortalizas y frutas; leche, yogurt y quesos; carnes y huevos, o atún; aceites y grasas; azúcares y dulces”. Al mismo tiempo, desde la bancada se plantea que no puede entregarse un “bolsón universal”, ya que se debe contemplar las diferentes franjas etarias que tienen distintas necesidades calóricas: de 0 a 7 meses; de 7 a 12 meses; de 1 a 3 años; de 4 a 8 años; de 9 a 13 años y de 14 a 18 años. 

Los bolsones repartidos incluyen -según si la escuela es de jornada simple o completa- el desayuno, almuerzo y refrigerio. Para graficar el grado de precariedad de estas entregas sólo basta con leer que, en cuanto al desayuno, se entregan cinco saquitos de té y otros tantos de mate cocido. Se supone que debería también incluir dos litros de leche y diez unidades de alimento sólido, pero la leche va y viene y los sólidos se materializan en algunas barritas de cereal o galletitas de marca -por no hablar de la calidad- completamente desconocida. “Hay veces en que se entregan dos leches y otras en las que no se da nada. Además, dos leches para quince días no alcanzan. Con lo que comen los chicos, dura alrededor de dos días”, se lamenta Alicia. 

El virus, la cuarentena y la pobreza

Pero el trasfondo de esta triste realidad es el de una pandemia incontrolable, una crisis económica que oscurece el horizonte y la precariedad estructural de quienes viven en barrios con escasa infraestructura e ingresos informales. Según UNICEF, más del 60% de los menores en el país serán pobres para fin de año a causa del descalabro económico mundial producido por la Covid-19.

Federico Puy lleva diez años siendo maestro de primaria en el Normal N°5 de Barracas y tiene a su cargo dos quintos grados. “La mayoría de mis chicos son del barrio Zavaleta y de la 21-24. En estos meses sufrieron un montón de cortes de luz que, pobres, las únicas leches que les dábamos se les terminaban cortando. Muchos de ellos ya nacieron a la vera del Riachuelo y vienen con un montón de problemas de salud, además por vivir en forma hacinada. Aparte, por no tener agua se expandió mucho el contagio de Covid en barrio”, explica.

Algunos días estuvo soleado y la brisa del viento hacía la espera, en lo posible, agradable. Otros días llovió con furia, haciendo que las familias intentasen refugiarse bajo paraguas, telas o techitos. Aún así, en las escuelas la fila siempre fue numerosa los días en que llegaban los bolsones con comida. “Lo que hicimos fue diversificar horarios para que no haya acumulación de familias en la puerta y no tengan que estar esperando”, relata Federico. “Estas familias tienen una gran necesidad”, agrega Alicia y continúa: “la población de mi escuela trabaja en las ferias, en changas, por horas en las casas o en los talleres de costura. Todos empleos precarios. Entonces, cuando comenzó la cuarentena, no pudieron salir a trabajar. No entraba un peso en sus casas. Y el IFE no fue para todos, porque hubo gente que no lo pudo cobrar. Lo poco que les das te lo agradecen, pero te dicen que realmente no les alcanza y te preguntan por más: ‘¿No me podés dar dos?’. Si habrá necesidad que hacen largas filas para recibir esos saquitos de té, las dos leches, los paquetes de galletitas y la barrita de cereal. Pero no alcanza. No les alcanza”.

Alicia cuenta que en la Villa 20 de Lugano también hay varias manzanas que no tienen agua. “Allí va el camión y les entregan un poco, pero les dicen ‘no la tomen eh, que no es potable’. Por eso les dan unos sachet de agua apta para el consumo. Pero hace unas semanas en la Zavaleta salieron las familias a protestar porque también tenía feo gusto y olor”. 

Uso de tapabocas, distanciamiento social y constante lavado de manos: esas son las recomendaciones sanitarias para evitar el contagio. ¿Cómo puede sostenerse en cuarentena una familia que vive a partir de ingresos informales? “En los grupos de WhatsApp que tenemos con las familias incluso nos mandan su changa, para ver si alguno agarra”, continúa Alicia. ¿Cómo pueden higienizarse quienes no tienen agua? Uno de los reclamos también es el de la entrega de elementos básicos de higiene. El Gobierno de la Ciudad los oyó y envió: un jaboncito de hotel por bolsón. Fue Alicia quien subió la foto en las redes con varios de esos jaboncitos, que entraban todos juntos sin problema en la palma de su mano, donde se leía claramente que eran para “hotel”. El escándalo fue importante y el Gobierno decidió enviar un jabón algo más grande. Pero aún así se repite en eco esa frase, casi como una oración, de Alicia: “No alcanza”.

No alcanza y por eso los docentes encuentran, como pueden, soluciones parciales. “Como la canasta no tiene productos de limpieza, lavandina o detergente, eso lo donan nuestros profesores. Los docentes de nuestra escuela hacen colectas y lo compran de su bolsillo. Con eso agrandamos un poco esa canasta, con todo el esfuerzo del mundo porque cualquiera puede imaginar que a nadie le sobra ese dinero”, explica Federico.

Así, los docentes pivotean entre la pedagogía, la asistencia social, la militancia política, la contención humana. “Nosotros cumplimos muchos roles”, continúa Federico. “Más allá de que uno puede cuestionarlos, porque nuestra función debería ser pedagógica, creo también que la pedagogía es política. Tenemos un rol, si se quiere, ‘privilegiado’ por nuestra relación con las familias y los barrios que nos pone en un lugar para pensarnos como organizadores de sus demandas. Tenemos casos de gatillo fácil, de abuso policial, de chicas que desaparecen por las redes de trata, de despidos en las fábricas, y nosotros cumplimos un rol muy importante porque enseguida avisamos a todo el mundo, hacemos campañas y la solidaridad se puede acrecentar”.

Alicia también cree que su trabajo va más allá de lo estrictamente académico. Es docente de primaria desde hace más de 28 años y en todo ese tiempo vio los distintos rostros que fue tomando el país y su gente, las escuelas y sus chicos. “Yo viví el 2001, que fue terrible. Los pibes se nos desmayaban de hambre, literalmente. Recuerdo a un papá con varios hijos, excelente vestido, limpieza impecable, los chicos super educados, una famillia muy contenedora. Él se sentó y se puso a llorar contándome que estaba desocupado, que no podía salir a laburar mientras sus hijos y su mujer hacían changas. Tengo esa fotografía, ese recuerdo mejor dicho. Esta crisis de ahora es profunda, porque además uno sabe que es sanitaria, económica a nivel mundial y eso se ve reflejado en las tomas de tierras, en la desesperación de la gente que no puede pagar el alquiler. La escuela cumple un rol fundamental, haciendo visibles esas demandas, peleando junto a las familias y exigiendo lo que tiene que ser garantizado desde el Estado. Porque no trabajamos con máquinas, trabajamos con gente que conocemos: niños y adolescentes con los que cotidianamente nos vinculamos y esas familias que nos confían lo más importante que tienen”.

La vieja y conocida normalidad

Aunque el triste sandwich de marzo gatilló la bronca y las innumerables idas y vueltas durante estos últimos seis meses, la cuestión de la comida en los comedores escolares se remonta muy atrás, hacia los tiempos de la primavera neoliberal y su paradigma privatizador. El Servicio Público de Alimentación en las escuelas públicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se encuentra cartelizado por unas 19 empresas concesionarias que ganan licitaciones sin esfuerzo y cambian de nombre cada cierto tiempo cuando el esquema se desequilibra un poco.

El 22 de junio de este año, la jueza a cargo de la causa abierta por las legisladoras del FITU-PTS, Romina Tesone, exigió al Gobierno de la Ciudad que informase el costo y la cantidad de las canastas entregadas, la suma pagada a las concesionarias -antes y durante la cuarentena-, el monto del presupuesto para el servicio de comedores y la cantidad ejecutada hasta el momento. El gobierno de Horacio Rodríguez Larreta se negó y, el 18 de agosto, la jueza le aplicó una multa de ocho mil pesos diarios al ministro interino de Educación Luis Bullrich hasta que no diera cuenta del pedido. También lo imputó penalmente por incumplimiento de los deberes de funcionario público. El 23 del mismo mes, el gobierno finalmente respondió, aunque no brindó información sobre cuánto era el monto pagado a las concesionarias.

El presupuesto para el servicio de comedores durante este año es de 5.031.358.533 pesos; hasta agosto se ejecutó el 69,86%, o sea, unos 3.531.129.891 pesos. En cuanto a la cantidad de canastas, el gobierno alegó que no conoce el número exacto pero que ejecutan una cantidad fija según el número de estudiantes matriculados; por lo tanto, hasta agosto se entregaron 133.557 almuerzos -1.400 pesos cada uno-, 78.001 refrigerios -529 pesos- y 222.687 desayunos -175 pesos-. Tomando en cuenta estos últimos dos datos, desde la bancada del FITU-PTS calcularon cuánto fue gastado efectivamente en comida y surgió el siguiente número: 2.672.125.540 pesos. 

O sea, de este dato se desprende que entre el presupuesto y lo efectivamente gastado en los bolsones hay una diferencia de 859.004.351 pesos. “Un presupuesto de 800 millones de pesos que no se sabe a dónde fueron a parar”, sentencia Alejandrina Barry. “Muchas de estas concesionarias fueron aportantes de Cambiemos y, además, son empresas que reciben el ATP del Gobierno Nacional a la vez que el 35% de lo que el Gobierno de la Ciudad les otorga es justamente para el pago de salarios. Mientras tanto, a sus empleados o les habían bajado el sueldo o los mantienen en forma precarizada. Realmente una estafa, una estafa con algo que es realmente gravísimo porque estamos hablando de la alimentación de los chicos y las chicas del sector más vulnerable de la sociedad”.