Resistir a las políticas del olvido

Resistir a las políticas del olvido

A pesar de la falta de presupuesto, el Sitio de Memoria Virrey Cevallos, ubicado en Monserrat, es uno de los Ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) que lucha por mantener viva la memoria de lo sucedido durante la última dictadura cívico militar y trabaja para promover y defender los derechos humanos. Actualmente el Estado sólo cubre los sueldos de los empleados, los servicios de electricidad, agua y la conexión a Internet. Pero todas las actividades proyectadas se ven limitadas por la falta de recursos.

El ex CCDTyE funcionó entre 1976 y 1983. Se ubica en la calle Virrey Cevallos 630. Dependió del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA) y, según testimonios recabados, también operaron en él, integrantes de la Policía Federal y del Ejército. El centro fue recuperado en 2003 y abierto al público en 2009, gracias al accionar de la Asociación de Vecinos de San Cristóbal Contra la Impunidad, ex detenidos, organismos de derechos humanos, familiares y organizaciones sociales y sindicales. “Aquí se hizo todo”, declara uno de sus trabajadores que prefiere reservar su nombre para resguardar su fuente laboral. “Era una casa abandonada, sin luz, agua, ni nada”, completa. Al día de hoy, aún no cuenta con calefacción. La casa, construida en 1900, sufrió varias reformas por lo que el trabajo de restauración y el rastreo de pruebas es arduo. De los tres pisos que la componen, hasta el momento, sólo pudieron detectarse dónde estaban las celdas, el comedor de los represores, el cuarto de armas, los baños, la cocina y una sala de tortura. Allí, un cartel indica: “`Evitábamos que nuestros hijos vinieran a nuestro cuarto porque temíamos que oyeran los gritos que oíamos nosotros`. Testimonio de un vecino.” Hasta el momento se pudo confirmar que ahí estuvieron detenidas ilegalmente ocho personas, con un máximo de cuatro en simultáneo. Siete de ellas sobrevivientes y un desaparecido. Sus estadías eran cortas y las celdas eran particulares. Aún hoy siguen investigando y recolectando información. En ese sentido, una de las integrantes del equipo comenta: “El trabajo de los medios también es importante para nosotros. Osvaldo Antolín, unos de los detenidos, logró reconocer el espacio gracias a un programa de televisión.”

Las habitaciones de la casa son pequeñas. Una sola está habilitada para realizar actividades donde entran treinta personas como máximo.

Las habitaciones de la casa son pequeñas. Una sola está habilitada para realizar actividades donde entran treinta personas como máximo.

“Acá realizamos un trabajo colectivo. Siempre se trabaja mejor así”, dice otro trabajador del Sitio. “Contamos con una mesa conjunta donde participan vecinos y diferentes organizaciones sociales –detalla-. La idea es que esté representado el barrio en las políticas de memoria que se desarrollan acá, pero es difícil porque la gente todavía ve este espacio con cierta reserva, no logra asumirlo como un lugar propio donde puede venir a hacer actividades”.

La participación vecinal es clave tanto en la reconstrucción de la historia del espacio como en la acción para mantenerlo vivo, apropiarlo y extenderlo más allá de las paredes del edificio. En el patio, que funcionaba como garaje, cuelgan los carteles de la muestra 40 años de resistencia realizada por un grupo de serigrafistas chilenos que tendrá su inauguración este mes. “Tenemos pensado hacer algo similar con artistas argentinos para que trabajen sobre lo que queremos cambiar: violencia institucional, pueblos originarios, violencia de género, entre otros temas.”, cuenta entusiasmado uno de los miembros del espacio.

Las actividades que suceden en el ex CCDTyE pueden dividirse en dos grandes ramas: aquellas relacionadas con políticas públicas de memoria donde se llevan a cabo visitas guiadas, encuentros del Programa Jóvenes y Memoria y trabajo particular con las escuelas del barrio. Por otro lado, se montan muestras de arte, se realizan ciclos de cine y encuentros de lectura, entre otras actividades. Durante el carnaval 2017 realizaron una murga con música y comida en la calle y participaron aproximadamente 300 personas. Todo se hizo en conjunto con los vecinos, las organizaciones barriales y sindicales. “Nuestra intención es lograr abrirnos al público, que participen cada vez más personas, desarrollar lazos y visibilizar nuestras actividades”, explican sus trabajadores.

una de las habitaciones

La casa, construida en 1900, sufrió varias reformas por lo que el trabajo de restauración y el rastreo de pruebas es arduo.

Actualmente en Virrey Cevallos se llevan a cabo tres o cuatro actividades artísticas mensuales, sin embargo, el presupuesto actual para ello es nulo. “Es muy difícil proyectar cuando tu presupuesto es cero”, declaran los trabajadores. La problemática económica existe desde el inicio del espacio y no es exclusiva de Virrey Cevallos. A ello hay que sumarle que en el 2014 los ex CCDTyE de la Ciudad de Buenos Aires quedaron bajo la órbita del Estado Nacional y se aprobó el traspaso sin un presupuesto específico para ellos.

“No tenemos una señalética, ni iluminación acorde a lo que es este espacio de memoria”, dicen los trabajadores. Las habitaciones de la casa son pequeñas. Una sola está habilitada para realizar actividades donde entran treinta personas como máximo. La excepción es el segundo piso donde hay una habitación amplia pensada como ‘Salón de Usos Múltiples’ pero que no está habilitada. “El proyecto de obra nunca salió. Sólo logramos colocar las vigas para mantener la estructura y realizar un techado en el transcurso de 2014”, cuenta uno de ellos. Apenas un folleto en la puerta presenta el espacio. “Hemos querido realizar muestras y no pudimos, quisiéramos tener una publicación propia, hay muchas ideas dando vueltas y ni las pensamos.” Muchas cosas del cotidiano se podrían hacer al menos con una caja chica bien administrada, pero no la tenemos. Una estufa, cajas de conservación, compra de libros, por ejemplo, porque por el momento, son todas donaciones”, cuenta otra de las trabajadoras del ex Centro Clandestino.

Actualmente llevan a cabo un minucioso trabajo de investigación y realizan un proyecto de memoria del barrio junto a la Facultad de Sociales de la UBA. “Hay mucha información que estamos tratando de organizar. Quisiéramos contar con un archivo propio del lugar, con una web para consulta, armar un esquema con lo que contamos, un mapa, un catálogo”, explica una de las encargadas.

escalera externa de la casa donde funcionó el centro clandestino

De los tres pisos que componen la casa, hasta el momento, sólo pudieron detectarse dónde estaban las celdas, el comedor de los represores, el cuarto de armas, los baños, la cocina y una sala de tortura.

“Este lugar ya está convertido en un espacio de resistencia”, declaran. Si bien, explica, nunca contaron con suficiente presupuesto a lo largo de su existencia como sitio de memoria, “lo que cambia es fundamentalmente la decisión política. En el otro gobierno no había presupuesto pero había una decisión de generar recurso. Ahora la política es que no haya presupuesto y eso es un cambio fundamental”, dice. Muchas de las actividades se llevan a cabo vaquita mediante, cuentan. Proyectan en función de lo que creen que podrán llegar a cumplir. “Nuestro propósito es no pasar frío en invierno. Cuando tenés las necesidades básicas cubiertas, es mucho más fácil poder seguir hacia adelante”, agrega esperanzado otro de los trabajadores. Frente al actual discurso negacionista del gobierno, los trabajadores del sitio de la memoria responden con acciones: “Salimos a pegar carteles, salimos a explicar”. Mientras los vecinos se acercan para acompañar, ellos refuerzan su compromiso con el lugar: “A nosotros nos sirve como una herramienta para desentrañar conceptos muy arraigados en el sentido común, como, por ejemplo, por qué no fue una guerra o qué significa que se hable de 30 mil y no de 9 mil detenidos-desaparecidos. En cada actividad, se aclara la situación del espacio y nuestra lucha”, cuentan.

Su mayor objetivo es poder traspasar el sitio como un espacio que recupera y sostiene la memoria del horror, para transformarse en un lugar donde además se construye futuro: “Este es un espacio recuperado por la gente. Ahora queremos que la gente se meta de nuevo. Que se hagan cargo, que sientan que los que van a defender sus lugares son ellos”, señala un miembro del espacio.

Hasta hoy han realizado sus prácticas, estudiantes de las carreras de Trabajo Social y de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Sociales de la UBA. La proyección es poder contar con un intercambio fluido y constante con estudiantes universitarios, ya que consideran necesario que los jóvenes tomen contacto con sitios de memoria, sobretodo en un contexto de lucha social contra las políticas del olvido. “Queremos sumar cada vez más actividades, que vengan nuevas personas y se amplíe el público participante”, agrega. “Nuestro deber y deseo es pensar en lo que va hacia adelante”, explica su compañero, con las manos juntas y los brazos extendidos hacia el futuro.

Actualmente en Virrey Cevallos se llevan a cabo tres o cuatro actividades artísticas mensuales, sin embargo, el presupuesto actual para ello es nulo.

Actualmente en Virrey Cevallos se llevan a cabo tres o cuatro actividades artísticas mensuales, sin embargo, el presupuesto actual para ello es nulo.

 

fachada del Espacio para la memoria virrey ceballos

El centro fue recuperado en 2003 y abierto al público en 2009, gracias al accionar de la Asociación de Vecinos de San Cristóbal Contra la Impunidad, ex detenidos, organismos de derechos humanos, familiares y organizaciones sociales y sindicales.

Actualizada 30/05/2017

La moda de borrar la memoria

La moda de borrar la memoria

El paredón blanco fue manchado. Correspondía al frente del Grupo de Prevención Motorizado de la Policía Bonaerense de Esteban Echeverría, hasta entonces inmaculado. Militantes, sobrevivientes y familiares de desaparecidos que pasaron por ese escenario hace más de cuarenta años pintaron con negro las consignas “Nunca Más”, “Memoria”, “Verdad” y “Justicia”, e identificaron el lugar con dos carteles que advierten que allí funcionó el ex Centro Clandestino de Detención y Exterminio (ExCCDyE) “La 205”, donde se cometieron delitos de lesa humanidad durante la última dictadura. Sin embargo, esa “mancha” duró pocos minutos. Finalizado el acto, que tuvo lugar la tarde del sábado en la puerta del ex CCD liderado por el subcomisario retirado Walter Acosta, miembros de la Policía Bonaerense quitaron los carteles y pretendieron tapar con pintura blanca más de cuarenta años de historia.

Alan Muñoz, miembro de Peronismo Militante El Jagüel, contó lo sucedido: “Cuando todo terminó tomamos el colectivo, a dos cuadras del lugar, en la mano del frente de la autopista. Éramos unos 22. Vimos que a uno de nuestros compañeros, que estaba con dos chicas, lo había parado un móvil de la Policía y bajamos a preguntar. Ahí fue cuando notamos que del otro lado de la autopista un policía estaba blanqueando la pared y otro estaba sacando el cuadro que habíamos colgado. Fuimos a preguntar y, cuando llegamos, ya había otro policía con una pala sacando el cartel de madera que habían puesto los chicos del Colectivo de Educación. Les preguntamos por qué lo estaban haciendo, cuál era el problema, pero nunca nos respondieron. Salieron seis policías más e hicieron una especie de barrera, al costado del cordón de la vereda, para que no nos acercáramos”. El domingo, a la misma hora, solo el primer cuadro reapareció en la pared. Pequeño, junto al enorme cartel negro del Grupo de Prevención Motorizado. Consultado por ANCCOM sobre los episodios del día anterior, un policía que se encontraba mirando hacia el paredón negó saber algo al respecto.

Muñoz confesó la incertidumbre e impotencia que el hecho generó en él y en sus compañeros. “Encima uno de ellos, mientras sacaba lo que habíamos puesto, se reía. Fue totalmente a propósito. Al principio les preguntábamos por qué, pero viendo que no nos respondían nada, y que ya habían sacado todo, les empezamos a pedir los carteles para llevarlos a nuestras casas. Pero tampoco hubo respuesta”, relató. Y agregó: “Qué contradictorio. El mismo día que el Gobierno Nacional decide dar marcha atrás sobre el decreto de movilidad del feriado del 24 de marzo, pasa esto. Nos da mucha bronca, cuando a la mañana se está diciendo una cosa, a la tarde se está haciendo otra completamente diferente”.

Según denunció el militante, en noviembre del año pasado sucedió algo similar en la estación de tren El Jagüel, cuando fueron retirados los cuadros de cinco vecinos desaparecidos que cuatro años atrás la agrupación había colocado allí: “Por una orden del Ministerio de Transporte decidieron sacar absolutamente todos los cuadros que había en ese momento en la estación. Después de peleas y de insistir mucho, nos enteramos que se los habían llevado a Temperley. Nadie nos dijo por qué, solo que había sido un error de alguien del Ministerio”, explicó.

Para visibilizar lo ocurrido y romper el silencio impuesto por la Policía Bonaerense, se convocó a una conferencia de prensa este miércoles a las 17, en la puerta del GMP, de la que participarán organismos de derechos humanos, organizaciones sindicales, intendentes, legisladores y diputados. “Desde que lleguemos hasta que termine la conferencia, van a estar los compañeros del frente cultural haciendo un mural alusivo sobre lo que sucedió y sobre lo que queremos que termine siendo ese lugar: el espacio de la memoria de Esteban Echeverría”, anunció Muñoz. Con ese objetivo, los militantes mantuvieron el domingo una reunión con el diputado Miguel Funes, que está elaborando un proyecto para presentar en la Cámara de Diputados provincial, para que el ExCCDyE “La 205” sea declarado Espacio Para la Memoria.

 

 

Demarcación de “La 205”

 

A fines de diciembre del año pasado, las sobrevivientes Liliana Latorre, Ana Ramona Sánchez y Catalina Alaniz realizaron la primera inspección ocular al lugar, junto al juez Daniel Rafecas, otros trabajadores de su juzgado, el abogado Pablo Llonto y militantes de la zona. “Me siento muy movilizada, muy conmovida, porque desde que vine el 21 de diciembre a este lugar junto al juez Rafecas, supe que era aquí dónde había estado. Después, con la compañera Ana Ramona Sánchez, dimos unas vueltas,  porque a esos árboles los veíamos a través de unas ventanitas rectangulares que había en el lugar. Estábamos acostadas en el piso, pero yo me aflojaba la venda continuamente. Me daban unas tundas por eso, pero bueno, así podía observar. Escuchaba el ruido de los pájaros, el ruido de los aviones. Yo siempre calculé que estaba en algún lugar cerca de Ezeiza. Y bueno, cuando vine aquí, apenas bajé del auto y caminé hacia el portón, me di cuenta que este era el lugar”, dijo Catalina Alaniz, sobreviviente de “La 205”, ex centro clandestino que estuvo en funcionamiento durante 1976 en la actual dependencia del Grupo de Prevención Motorizado de Esteban Echeverría.

Alaniz, Latorre y Sánchez habían sido trasladadas desde el ex centro Puente 12 / Brigada Güemes –ubicado en Camino de Cintura y Autopista Riccheri, en diagonal al ExCCDyE El Vesubio–  junto a otros compañeros. Por ello, se cree que “La 205” funcionaba como un espacio satélite de Puente 12. “Esto formaba parte del circuito de la Bonaerense, manejado por Ramón Camps. Y, por supuesto, tenía intervención de inteligencia del Ejército. Los sobrevivientes que dieron testimonio vieron acá gente que había estado en Puente 12 y que ahora está desaparecida”, explicó el periodista y abogado Pablo Llonto.

“El trayecto nos pareció corto porque a mitad de camino nos bajaron y nos hicieron un simulacro de fusilamiento. Luego nos volvieron a subir a la camioneta y llegamos aquí, a este fatídico lugar. No había nadie, estaban únicamente los guardias. Fuimos nosotros los primeros en llegar”, explicó Alaniz durante el acto de demarcación realizado el sábado pasado. Luego de su cautiverio en “La 205”, y Sánchez fueron liberadas en Haedo y en Morón, respectivamente. Liliana Latorre fue trasladada a la Comisaría 1º de Monte Grande y tiempo después fue legalizada en la Unidad Penitenciaria N°2 de Devoto. “Suponemos que estos campos han estado vinculados entre sí y creemos que hay en esta zona muchos campos más”, dijo Latorre. Y confesó: “Yo he podido regresar a los campos de concentración e identificarlos. Pero nunca podré recuperar la parte de mí que ha quedado en ellos”. Llorando, finalizó sus palabras y abrazó fuerte a Alaniz: “Ahora estamos del lado de afuera”, le dijo emocionada.

Sentada en primera fila estaba Alba Lanzillotto, sosteniendo en una carpeta roja la foto de su cuñado Domingo Menna y su hermana Ana María Lanzillotto, vista en “La 205” por Catalina Alaniz, minutos antes de dar a luz a Maximiliano Menna,  último nieto restituido. Alba se unió en el abrazo y minutos después agregó: “Compañeras, compañeros. A pesar del gran dolor que me produce ir conociendo la historia por la que atravesaron mis hermanas, soy una gran defensora de la memoria. Como dice la canción, si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia. Todos tenemos la obligación de ir enriqueciendo nuestra memoria”. Consultada por ANCCOM sobre la importancia del hallazgo de este ex centro clandestino, Lanzillotto expresó: “Ellos han querido que la historia no aparezca, que se crean sus mentiras. Y cada vez que encontramos un sitio, que hacemos algo, les damos golpes. Tienen que decir la verdad,  cambiar ese espíritu vengativo, lleno de odio. Este tiempo va a ser medio difícil, porque el gobierno actual está favoreciendo el odio, la venganza. Pero hay que ganarles, de a poquito se puede. Yo digo, la gran revolución no se puede hacer, pero cada cosa de estas que ganamos es una pequeña revolución”.

 

Las pistas y el culpable

Según explicaron representantes de Peronismo Militante al iniciar el acto de demarcación de ex centro clandestino, “esto comenzó unos años atrás, con un proyecto que habíamos hecho sobre el centro clandestino Transradio Internacional. Cuando publicamos ese documental en YouTube, el compañero Ricardo Poggio –del Archivo Nacional de la Memoria– lo vio, nos contactó y nos acompañó a profundizar en esta investigación. Nos dio la oportunidad de conocer más datos sobre esto, para poder identificar de manera definitiva este centro, La 205”.

“Una de las puntas para encontrar el lugar fue el legajo de Walter Acosta, el jefe de este centro clandestino. El policía Rodolfo Peregrino Fernández mencionó a Acosta en una primera declaración, hace más de treinta años”, explicó el abogado Pablo Llonto. En 1983, Peregrino Fernández dio a conocer la existencia de ese centro. La otra prueba que hizo posible rastrear la localización, fue el testimonio de las tres sobrevivientes: “Siempre decían que después de Puente 12 las habían llevado a un lugar cercano. Pedimos los planos del GPM y coincidían. Cuando vinimos en diciembre, el reconocimiento fue total”, agregó.

Walter Acosta aún permanece en libertad. “Cuando hace unos días llegó la policía a su casa para detenerlo, lo encontraron con suero. La esposa informó que estaba con un cáncer terminal, en estadio cuatro”, explicó Llonto. La policía pidió instrucciones al juez Daniel Rafecas, quien ordenó no detenerlo hasta verificar el estado de su enfermedad. “Se pidieron los papeles, los certificados médicos y se le hizo un examen por el Cuerpo Médico Forense, que sí, que estaba con morfina. Cuando se dan situaciones como estas, se resuelve que el enfermo no tiene capacidad para estar en juicio, por lo tanto se lo aparta del proceso judicial, momentánea o definitivamente. Pero yo apelé esa resolución, porque los peritos médicos dijeron que había algunas cosas raras en el informe”, agregó.  

Por el momento, es el único nombre directamente implicado. Los listados de quienes trabajaron durante 1976 en esa dependencia ya fueron solicitados y serán entregados en febrero o marzo, para continuar buscando a los responsables de uno de los tantos centros clandestinos de detención que funcionaron en nuestro país durante la última dictadura cívico-militar.

 

01/02/2017

¿Cómo es vivir en un ex centro clandestino de detención?

¿Cómo es vivir en un ex centro clandestino de detención?

La casa de la calle Franklin 943, ubicada en el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires, es una construcción antigua y en los últimos treinta años cambió varias veces de propietario. Cuenta con un garaje y una puerta en el frente. La puerta tiene un vidrio espejado que no permite ver hacia adentro. Según el padrón electoral, hay dos personas que tienen radicado allí el domicilio. ANCCOM se trasladó hasta la vivienda con una sola pregunta: ¿Cómo es vivir en un ex centro clandestino de desaparición de personas? La persona que vive ahí no quiso hablar ni dar declaraciones. Enojado, preguntó si lo buscaban «por lo de los desaparecidos». Respondió que él no sabía nada y que en los tiempos de la dictadura la casa pertenecía a otros dueños.

La historia del Centro Clandestino Casa Franklin, ubicado en el corazón del barrio de Caballito, no es muy conocida, quizá porque existe uno solo sobreviviente: el periodista y escritor Sergio Bufano.

Bufano militó en su adolescencia, allá por los años sesenta, en la Juventud Comunista y luego se incorporó al Movimiento de Liberación Nacional. Ya en los años de la dictadura de Juan Carlos Onganía se sumó a las Fuerzas Argentinas de Liberación y hacia mediados de la década de 1970 se integró a la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO).

En 1976, Guillermina Elsa Carlota Santamaría Woods también militaba en OCPO. La vida de ambos iba a cambiar en la mañana del 8 de julio de ese año.

«Quedamos en encontrarnos en Aguirre y Estado de Israel, Villa Crespo, para discutir cosas de la organización, sobre las próximas actividades y demás cosas. Le pedí que nos tomáramos un taxi y fuéramos a Puente Pacífico porque después tenía otras reuniones. El taxi dobló por Aguirre, alcanzó a hacer dos cuadras… y yo miré para atrás. Era una costumbre. No sé si eso aceleró lo que iba a ocurrir».

En ese preciso momento, se les cruzó un auto y otro se les pegó de costado. El taxista frenó y los apuntaron con una Itaca. Desconocidos comenzaron a golpear el techo del taxi con pistolas. «Nos sacaron a cada uno por una puerta distinta», recuerda Bufano. Los golpearon, y se escuchó un disparo. «Estaban muy nerviosos, a uno se le escapó un tiro», relata Sergio, que alcanzó a distinguir un acento alemán entre sus secuestradores.

Los encapucharon, los subieron a un auto, uno encima del otro en el asiento de atrás, y los llevaron a Casa Franklin. Entraron por el garaje y subieron una escalera.

«Apenas entramos, nos golpearon mucho. Se me ocurrió, a pesar de que nunca lo había pensado, imitar a un cardíaco. Me dejé caer y dije que sufría del corazón». Sergio dijo necesitar «Coramina», un remedio para cardíacos y –quién sabe por qué- le creyeron. «Ahí empezó la sesión de tortura de Guillermina».

La llevaron a la habitación contigua y la torturaron con una picana. Según el relato de Bufano en el expediente del Archivo Nacional de la Memoria, pudo verificar las torturas «al interrumpirse el sonido de la radio por la baja de tensión coincidentes con los gritos».

Como los alaridos se escuchaban, los represores volvieron a la habitación donde se encontraba Sergio y encendieron un tocadiscos. Pusieron uno de los primeros discos de Mercedes Sosa a todo volumen. «Durante muchos años no pude escuchar más a Mercedes Sosa, que a mí me encantaba», se lamenta el sobreviviente.

A Sergio lo golpearon hasta que vomitó dentro de la capucha. Sus secuestradores le dijeron que habían salido a comprar pastillas de Coramina. Le sacaron la capucha, le pusieron una venda y le dieron las pastillas. «Me sentaron en una silla y, como no podía respirar, me sacaron las esposas».

En un momento, paró la tortura a Guillermina. «Algo dijo. Un dato falso, porque nunca cayó nada por parte de ella. Escuché que salían y ruidos de armas largas. Se quedaron dos, creo, conversando con Guillermina».

Uno de los dos represores iba y venía entre las habitaciones. Pasaron más horas. En un momento, cuando sintió que estaba solo, Sergio se levantó la venda y vio aquella casa de la calle Franklin  por dentro. Parecía abandonada. Había un colchón en el suelo de madera, diarios viejos, una radio y el tocadiscos. Se puso la venda de vuelta, y nuevamente entró su secuestrador. Cuando salió de vuelta, Sergio se levantó y caminó hasta el pasillo donde habían entrado. «Buscaba una pistola. Mi idea era suicidarme. No se me cruzaba por la cabeza la idea de la fuga», recuerda. Llegó a las escaleras. Se encontró con un patio con paredes muy altas, imposible de saltar. Bajó las escaleras. Vio una puerta cerrada con llave. Llegó al garaje. Había un Fiat 600, que inspeccionó para buscar algún arma. Fue en ese instante que notó que la puerta del garaje estaba cerrada con un destornillador cruzado entre las manijas. Lo sacó y logró escapar. Llegó hasta el Cid Campeador lleno de sangre y se tomó un colectivo por Gaona. Al chofer le dijo que había sufrido un accidente.

Esa noche, Sergio volvió a Casa Franklin con sus compañeros. Armados. Su idea era rescatar a Guillermina. Pero ya no había nada ni nadie. La puerta seguía semiabierta. Una vecina, que vivía justo enfrente de la casa, declarará años después que esa noche escuchó movimientos y ruidos de sirenas. Esa misma vecina aportó que «los ocupantes de la finca habían practicado una abertura que posibilitaba el acceso directo al interior del inmueble desde el garaje. Hasta entonces, la abertura no existía y cuando dejaban el vehículo en el garaje debían salir a la calle para entrar a la casa por la puerta principal». Según otros vecinos, también habían elevado la medianera del fondo de la casa, como consta en el expediente del Archivo Nacional de la Memoria. Los compañeros de Guillermina siguieron pasando por la casa de la calle Franklin durante los siguientes días, pero ya no había nada.

Según Sergio, la misma vecina que vio movimientos extraños le había comentado a su marido que «en esa casa pasaban cosas raras». Su esposo, entonces, consultó con un amigo de la Comisaría 11, que estaba a pocas cuadras de Casa Franklin. ´Ni te acerques, no te metas, olvidate de ese asunto’, le contestó el policía. Pero ella no resistió la tentación, se acercó días después del escape de Sergio y pudo constatar que la propiedad ya estaba abandonada.

Bufano se exilió en México, donde realizó la denuncia en la Organización de las Naciones Unidas. Volvió recién en 1983, tras la asunción de Raúl Alfonsín como presidente electo democráticamente.

El Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado dice que Guillermina fue llevada a Campo de Mayo, al «Campito», donde hizo tareas de limpieza. En 1977, pasó a la ESMA. Según la declaración de un sobreviviente de ese centro clandestino de detención y exterminio, Guillermina estaba embarazada de tres meses cuando la secuestraron. No se sabe qué pasó con su hijo. Estos relatos hacen presuponer que la casa de la calle Franklin era un centro clandestino de detención de tránsito.

Los antiguos propietarios

Una de las particularidades de la casa de la calle Franklin es que, según consta en los expedientes judiciales, pertenecía a una familia de apellido Río, la misma que era propietaria del inmueble donde funcionaba el ex centro clandestino Virrey Cevallos, hoy recuperado y convertido en sitio de memoria.

“La casa de Virrey Cevallos era propiedad de los hermanos Río que oficiaban de testaferros de las Fuerzas Aéreas», informó a ANCCOM Osvaldo López, sobreviviente y coordinador de ese sitio de memoria.

Del Archivo Nacional de la Memoria surgen varias coincidencias entre Casa Franklin y la de Virrey Cevallos. El modus operandi sería el mismo, ya que el aparato represivo de la Fuerza Aérea necesitaba centros clandestinos de detención (CCD) «satélites de corta duración (…) que se hallasen en la zona de Capital para extraer rápidamente información a los secuestrados, y luego derivarlos a otros CCD por tiempo prolongado».

El documento «Huellas de una casa. Informe sobre el ex CCDTYE Virrey Cevallos» señala que el trabajo de la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA), que en un momento funcionó en la Séptima Brigada Aérea, consistía en enviar allí grupos de personas y torturarlas, apenas eran detenidas.  «El objetivo era obtener así ‘información fresca’ (lograr que ‘canten’) acerca del paradero de sus compañeros de militancia u otras cuestiones. Aplicando rápidamente picana eléctrica, submarino seco u otros tormentos, habían dicho los jefes en el curso del Edificio Cóndor, se evitaba que los militantes todavía libres notasen la desaparición de un compañero y escaparan de los lugares que frecuentaban habitualmente. Luego de ello, los militantes eran secuestrados y mantenidos ilegalmente en cautiverio en los CCDTyE por el lapso de días, meses o incluso años», detalla el informe.

Caso Franklin. Testimonio de Sergio Bufano. Secuestrado y torturado en casa Franklin. Buenos Aires.

Caso Franklin. Testimonio de Sergio Bufano. Secuestrado y torturado en casa Franklin. Buenos Aires.

¿Por qué no está señalizada?

Desde afuera, hoy la casa de la calle Franklin parece una casa cualquiera. Nadie vinculado a la reconstrucción de la memoria o la justicia volvió a ingresar luego de que se cerrara, sin muchos avances, la causa que investigaba el caso de Sergio Bufano. Ni siquiera a él se le permitió entrar: reconoció la vivienda por fotos.

«La Dirección de Sitios de Memoria es un organismo que tiene a su cargo las políticas relacionadas a los sitios de memoria en el marco de la Ley 26.691, de 2011, que declara sitios de memoria del terrorismo de Estado a todos los lugares que fueron centros clandestinos de detención o tuvieron algún tipo de vinculación con hechos de terrorismo de Estado», explica Gonzalo Vásquez, coordinador de la Red Federal de Sitios de Memoria en diálogo con ANCCOM. La Ley 26.691, según Vásquez, garantiza la preservación de todos los sitios para facilitar las investigaciones judiciales, así como también la señalización y difusión de esos lugares.

Sin embargo, la casa de la calle Franklin no está señalizada. «No podemos hacerlo porque es una propiedad privada. En otros casos lo hemos hecho, pero generando instancias de negociación con los propietarios o en vía pública. Como en los casos de Ledesma o la planta de Ford», señala Vásquez.

Actualmente, hay 129 lugares señalizados y para fin de 2015 serán 135. El mapeo total de centros clandestinos de detención y otros lugares de reclusión ilegal del terrorismo de Estado en Argentina entre 1974 y 1983 suma actualmente un total de 762. El proceso de señalización incluye un trabajo territorial con las organizaciones y las autoridades. «Es muy riguroso el procedimiento. Tiene que haber aunque sea un testimonio que dé cuenta de ese lugar, que ese lugar pueda ser identificado», señala.

«Señalizar no es ir a poner un cartel. Es generar un hecho político con un trabajo donde el Estado se acerca al territorio, participan todos los actores en un ida y vuelta muy fluido. Lo que hacemos es comprometer a los estados locales», subraya Vásquez. El trabajo de la Dirección tiene como base esos vínculos con las organizaciones sociales y secretarías de Derechos Humanos de cada provincia.

El mapeo es exhaustivo. Aparece cada lugar donde se produjo una reclusión o detención ilegal, o donde hubo torturas o maternidades clandestinas. «Lo que importa es qué función cumplió cada uno en el entramado general. Queremos que se entienda el sistema represivo». En ese sentido, Vásquez aclara que en los relatos no hacen hincapié en el morbo o en el horror. «No es el eje del relato. Tampoco es que se oculta, se habla todo el tiempo de la aplicación de torturas, pero no nos detenemos en los detalles de lo que implicaba la tortura, sino en el sentido político de obtención de información para perseguir a nuevos militantes, generar terror, la deshumanización de las víctimas que generaban los campos de concentración».

«Ojalá se pudiera recuperar», desea Sergio y confiesa: «Esto por ahí me impulsa a ir algún día y tocar timbre».

 

Caso Franklin. Testimonio de Sergio Bufano. Secuestrado y torturado en casa Franklin. Expediente, fotografías de la casa donde fue secuestrado. Buenos Aires. 19 de noviembre de 2015. Foto: Romina Morua. ANCCOM UBA

Caso Franklin. Testimonio de Sergio Bufano. Secuestrado y torturado en casa Franklin. Expediente, fotografías de la casa donde fue secuestrado.

Retratos: Gonzalo Vásquez (Coordinador de la Red Federal de Sitios de Memoria)  Ex Esma. Buenos Aires. 6 de noviembre de 2015. Foto: Romina Morua. ANCCOM UBA

Gonzalo Vásquez (Coordinador de la Red Federal de Sitios de Memoria) en la Ex Esma en Buenos Aires.

Paredes que hablan

Paredes que hablan

Las paredes hablan en el Cevallos. “Nuestro objetivo en la transmisión de la memoria es relacionar las experiencias de lucha que hubo con la realidad, el contexto y la dinámica de la lucha de hoy”, señala Osvaldo López, el coordinador del ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Virrey Cevallos, un sitio abierto para todo aquel que desee visitarlo.

ANCCOM recorrió el espacio donde actualmente se realizan muestras y exposiciones artísticas, se organizan charlas, talleres, ciclos de cine y paneles sobre diversas temáticas. «Esta casa siempre fue una vivienda privada», relata López, quien estuvo secuestrado una semana en ese mismo lugar antes de lograr escapar.

“Durante la dictadura, el inmueble estuvo a cargo de los hermanos Río que oficiaban de testaferros de las Fuerzas Aéreas. Lo alquilaban a un civil de la inteligencia de la aviación, que era quien firmaba los contratos de alquiler. Los Río aparecen también como dueños de otra casa de la calle Franklin, que también le alquilaban a la misma persona y también fue un centro clandestino de detención”. Ese otro centro se encuentra en Franklin y Honorio Pueyrredón, en el corazón de Caballito. «Esa casa está denunciada pero no recuperada».

“Nuestro objetivo en la transmisión de la memoria es relacionar las experiencias de lucha que hubo con la realidad, el contexto y la dinámica de la lucha de hoy”, señala Osvaldo López, el coordinador del ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Virrey Cevallos.

Según explica López, quienes operaban en el Centro Virrey Cevallos tenían relación con el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA) y con la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA). En uno de los juicios, los dueños mostraron los contratos y aseguraron que creían que se trataba de un “alquiler normal”. En 1998, la inmobiliaria Ricci adquirió la propiedad, que la alquilaba por cuartos.

“Hasta el 2001 -explica López-, cuando se empezó a correr la bolilla que allí funcionó un centro clandestino, los que vivían acá dejaron de pagar y tomaron la casa. Estuvieron un año hasta que la inmobiliaria los desalojó y la puso en venta. Los vecinos empezaron a denunciar e hicieron una presentación al juez Rodolfo Canicoba Corral porque fundamentaban que era un elemento probatorio para la causa judicial. Presentaron un proyecto en la Legislatura que tardó un año en salir. Finalmente se expropió, pero durante ese trámite murió el propietario, fue a sucesión y tardó cuatro años en concretarse el trámite, recién se terminó en el 2008. Nosotros comenzamos a trabajar en el 2009”.

López había participado de la recuperación del espacio con los vecinos y ya contaba con un proyecto. “Me sentía comprometido con esto, dijo a ANCCOM. Un equipo de cinco personas comenzó a investigar el lugar.

“Averiguamos de quién dependía, quiénes eran los represores que estaban acá. Hicimos un timbreo con los vecinos y al principio había mucha resistencia a hablar del tema”, recuerda López y agrega: “Ni bien llegamos, lo primero que hicimos fue abrir las puertas. Registramos de manera muy minuciosa de todos los comentarios de las personas que entraban. Así nos llegó mucha información. Paralelamente, leímos todos los testimonios de sobrevivientes que había, que en ese momento no eran muchos. Teníamos tres, ahora tenemos seis. Nada nada. Con esos testimonios, dividimos la casa en dos: los lugares mencionados en los testimonios los dejamos como estaban. Los que no, los usamos como oficina. La casa estaba muy destruida”.

Ex centro clandestino de detención de la fuerza aerea. Esparacio para la memoria. Virrey Ceballos 630. 28 de agosto de 2015, Ciudad de Buenos Aires. Fotos Rocío García/ANCCOM

“Ni bien llegamos, lo primero que hicimos fue abrir las puertas. Registramos de manera muy minuciosa de todos los comentarios de las personas que entraban. Así nos llegó mucha información», relata López.

El trabajo de investigación incluyó pedir los legajos del personal de SIFA y RIBA para intentar reconocer los archivos fotográficos. Luego, se reactivó la causa judicial, que estaba parada” en la primera instrucción. “Hay dos querellantes y cuatro procesados. Se va a llevar a juicio oral el año que viene. Pero nosotros tenemos más de veinte reconocidos por fotografías. Cuatro procesados para nosotros es poquísimo. Nos piden más elementos probatorios pero es difícil por las condiciones de secuestro”.

López era cabo primero en la Fuerza Aérea y militaba en el PRT. Lo secuestraron en 1977 en San Miguel, provincia de Buenos Aires. Lo detuvieron y lo llevaron primero a Morón, donde lo torturaron, y luego a la casa de Virrey Cevallos, acusándolo de haber cometido un atentado en la base donde trabajaba.

Según cuenta, quienes cumplían tareas en el Centro Virrey Cevallos hacían un trabajo de contrainteligencia: “Buscaban personal dentro de las Fuerzas o hijos de militares que pudieran tener militancia política. Este era un lugar de tránsito, los secuestraban y decidían rápidamente el destino: los mataban, los llevaban a otro centro clandestino, los llevaban a la cárcel o los liberaban. La única que estuvo mucho tiempo acá fue la periodista Miriam Lewin, que pasó once meses y después la llevaron a la ESMA”.

El trabajo de investigación incluyó pedir los legajos del personal de SIFA y RIBA para intentar reconocer los archivos fotográficos.

López estuvo una semana secuestrado, hasta que logró fugarse. «Mi escape fue muy fortuito, cosas que se dan una sola vez en la vida. Estaba esposado y encadenado en la celda, tirado en el piso. En esos días, me di cuenta que a veces me ponían esposas viejas, que se abrían, y la cadena que tenía en el tobillo tenía un eslabón atado con alambre. Una noche me pude soltar de las esposas, rompí ese alambre y me saqué la cadena por abajo. Después, abrí la puerta de madera, que tenía una tranca puesta y un candado. Había unos orificios y pude sacar la mano por ahí para levantar la tranca».

En ese momento, los custodios estaban durmiendo ya que era un sábado a la noche. Cuando salió, se cruzó a la celda de enfrente para intentar liberar a una chica y no pudo. Años después se enteraría que era Miriam Lewin. Cuando escuchó ruidos desde abajo, Osvaldo se trepó por un caño hacia el techo. Por allí pudo salir a la calle México.

Una vez que logró escaparse, López se fue para Córdoba. No podía ir más lejos porque no tenía documentos. “Hicieron ocho allanamientos en lugares donde podía estar. Pasaron por la casa de mis padres y los apretaron, les dijeron que les iban a poner una bomba si no aparecía. Mi hermana se comunicó conmigo y me dijo: ‘Vinieron acá, nos amenazaron. Hacete cargo, vos sos el que militaba, nosotros no’. Me pusieron en una gran contradicción”.

En Córdoba hizo una denuncia, le pidió a un abogado que haga un hábeas corpus y se presentó en un juzgado. Denunció que había estado secuestrado, pero a las dos horas lo pasaron a buscar de nuevo. “Fui sabiendo que me podían matar, no tenía dudas”.

Cuando empezó a correr la noticia de su desaparición, hubo una protesta por parte de los cabos hacia sus superiores porque ya había habido otros dos secuestros. “Eso, sumado a que querían dar una sanción ejemplificadora, hizo que no me boletearan y me condenaran en un consejo de guerra a 24 años. Me mandaron a la cárcel de Magdalena”.

El sitio de Virrey Cevallos estaba conformado, originalmente, por tres casas distintas. “Cuando los hermanos Río compran esta propiedad, hacen una serie de reformas: sacan una de las puertas para construir un garaje y construyen un entrepiso que conecta las tres casas por dentro”, relata Soledad, una de las guías.

“No podemos decir nada que no nos hayan dicho los testimonios”, detalla. El trabajo es minucioso y, podría decirse, arqueológico. “Por más que veamos un lugar con azulejos y un inodoro, no podemos afirmar que ahí funcionaba un baño”. Cada sector tiene una placa con el testimonio que identificó el sector. “La casa es una prueba material para la justicia”. Los pocos lugares que funcionan como oficinas para los trabajadores del sitio, fueron partes de la casa que no estaban identificadas: una de las oficinas estaba en una habitación que luego fue identificada como la sala de interrogatorios y tuvieron que mudarla a otro sector.

Allí radica la importancia de los testimonios de los vecinos del barrio. Si es que hablan. “Hay vecinos que todavía viven en esta manzana, sabemos que tienen información pero no quieren darla”, indica Soledad. Hay un testimonio de un sobreviviente que dice que en una especie de balcón interno que daba al patio, había una ametralladora, imposible de ver desde afuera. “Una vez pasó un vecino, de los que no quieren hablar, y comentó que ahí en el primer piso había una ametralladora”, explica la guía. Lo mismo pasa en el sector de las habitaciones que funcionaban como celdas: hay un edificio de la misma manzana con balcones que dan directamente a las celdas. Pero el barrio sigue en silencio.

Marta Carreras, la restauradora del sitio, mantiene la casa en las mismas condiciones en que se encontró. Realizó un trabajo de decapado de las paredes, para que se puedan observar los tres momentos de la construcción (cuando eran tres viviendas, cuando fue un centro clandestino y cuando fue una casa tomada o inquilinato) a través de las distintas capas de pintura.

El recorrido de la visita comienza por el garaje, donde entraban los autos con los secuestrados. Pasaban por un patio y eran llevados a la sala de interrogatorios. Luego, a la sala de torturas. “Reconocía la sala de torturas por el piso de madera”, dice el testimonio de un exdetenido. Recorrerla, propone un juego macabro al visitante. Cada paso de ese suelo de madera retumba por toda la habitación, el mismo sonido que debían escuchar los torturados cuando estaban encapuchados esperando a que llegue su torturador.

Ex centro clandestino de detención de la fuerza aerea. Esparacio para la memoria. Virrey Ceballos 630. 28 de agosto de 2015, Ciudad de Buenos Aires. Fotos Rocío García/ANCCOM

El recorrido de la visita comienza por el garaje, donde entraban los autos con los secuestrados. Pasaban por un patio y eran llevados a la sala de interrogatorios. Luego, a la sala de torturas. El Ex centro clandestino de detención de la fuerza aérea se ubica en Virrey Ceballos 630 en la Ciudad de Buenos Aires.

“Una vez, lavando la vereda, escuché gritos y pedidos de auxilio de una chica y venían de la ventana donde se veían los guardias, fue aterrador para mí… tanto que nunca pude hablarlo”, reza la placa del entrepiso construido en el ’71. Cuando funcionaba el Centro Clandestino, ese lugar era la sala de guardias, desde donde se vigilaba la entrada a la calle y a las escaleras.

En el primer piso, se encontraba el comedor de los represores, con una cocina al lado. “A una de las personas que estuvo secuestrada la traían a lavar los platos, con los ojos vendados. Pudo ver que la vajilla que estaba usando tenía el logo de la Fuerza Aérea”, recuerda la guía.

A otro de los secuestrados, lo desnudaron “como forma de castigo” y lo ataron a un caño que pasaba por las escaleras, cerca de la cocina. “Estuvo como 15 días a la intemperie, en pleno junio, con mucho frío. Hoy tiene problemas de asma”. Había un cocinero, que no sería parte de la Fuerza Aérea, que lo desataba algunas noches y lo llevaba con él a la cocina para que se caliente. “Le pedía que se levantara la venda y lo mirara a la cara. Él no accedía, pero el cocinero se la levantaba igual. Le decía: ‘Mirame. Si esto alguna vez se da vuelta, acordate que yo te ayudé’”. Nunca identificaron al cocinero. Sí se puede ver, desde la cocina, el agujero donde estaba el caño. Las paredes hablan en el Cevallos. Pero no cuentan todo.

 

Actualización 30/09/2015