Navidad tras las rejas

Navidad tras las rejas

Mientras muchos piensan en el pan dulce y la sidra, hay otros que la pasan las fiestas en soledad en una cárcel. Maximiliano, de 36 años, cuenta su experiencia en prisión y cómo busca reinsertarse ahora que salió en libertad.

La Navidad en Argentina se caracteriza por las cenas familiares, el intercambio de regalos y la clásica cuenta regresiva de Crónica TV con Los Palmeras de fondo. Así es cómo lo vive el grueso de nuestra sociedad. Para las personas encarceladas “es una fecha muy triste en la que el aislamiento y la soledad se hacen sentir”, explica Fernando Benítez, presidente de la Fundación Tercer Tiempo de Santa Fe que aboga por la reinserción social de quienes están privados de su libertad a través de herramientas como el rugby.

Se trata de una fecha simbólica en la que la desdicha no se limita a la persona encarcelada, sino que atraviesa a todo su círculo cercano. “Yo no soy una persona que le preste mucha atención a las festividades pero sí me tocó ver a pibes chicos que entran por primera vez a la cárcel y se ponen muy tristes, están con el teléfono constantemente comunicándose con la familia”, cuenta Maximiliano, de treinta y seis años, un exdetenido que salió en libertad asistida en mayo de este año luego de haber sido encerrado en tres ocasiones desde sus veinte años.

Según Benítez, la Ley N°24.660 de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad no tiene en cuenta las festividades y estas son tratadas como un día más. Aún así, explica que cada unidad penitenciaria puede contar con disposiciones circunstanciales. “Los primeros años que estuve detenido, los días festivos nos permitían visitas extraordinarias”, dice Maximiliano. Se trata de encuentros especiales aparte de los estipulados semanalmente. “Ahora lo acomoda el director de cada unidad como le parezca más conveniente. En la Unidad N°6 de Rosario las visitas son entre semana y no te permiten visitas el domingo porque es Navidad”, explica.

“Hay personas que no quieren que llegue ese día, que se encierran para no ver a nadie porque al estar sensibles se ponen más violentos, menos tolerantes”, cuenta Maximiliano y agrega: “Antes de estar compartiendo con otra persona prefieren guardarse para sí”. Según Benítez, esta realidad se genera por la falta de comunicación con los seres queridos que a su vez es producto de la sobrepoblación carcelaria. Santa Fe tiene la particularidad de que dentro de las unidades “no está permitido el teléfono celular”, explica Benítez. “Por lo tanto –agrega-, las llamadas no pueden ser ese mismo día”. Contexto que agrava el sentimiento de soledad.

 

El adentro

 

Más allá de que existan fundaciones como Tercer Tiempo que se dedican a organizar actividades, talleres y cursos para ayudar a la reinserción de las personas encarceladas, el apoyo y contacto con las familias cumplen un rol central. “Soy una persona afortunada. Creo que casi nunca estuve sin visitas”, dice Maximiliano y cuenta que no todos tienen esa suerte.

En las unidades femeninas, los hijos menores de cuatro años pueden convivir con sus madres en contexto de encierro pero son separados una vez cumplida esa edad. Benítez explica que se trata de un sistema “bastante cruel” ya que no es un ambiente adecuado para la crianza de un niño: “Sabemos que las cárceles son un poco violentas y crecer en ese mundo no es lo más sano”, comenta.

En tanto a la comunicación telefónica, Maximiliano explica que en su último año en prisión había dos celulares autorizados cada veinticinco personas que se turnaban para que no hubiera conflictos. Se trataba de aparatos “viejos” y sin acceso a internet que solo podían usarse para realizar llamadas y enviar mensajes y que eran controlados varias veces al día por las autoridades.

Además de acompañar desde afuera, los familiares se encargan de aportar víveres y productos de higiene personal a los detenidos ya que “dentro de la unidad te dan poco y nada más que el alimento que te tienen que dar todos los días”, cuenta Maximiliano y explica que se trata de un menú fijo que no siempre es el adecuado para sus necesidades alimenticias. “Hay muchos que viven de la comida de la unidad y otros que tienen la suerte de que un familiar les lleve algo”, resume.

Si bien dentro de las unidades los presos pueden trabajar, estos trabajos no son de fácil acceso ni bien remunerados. “Mayormente te provee tu familia pero hay muchos pibes que no tienen a nadie”, cuenta Maximiliano. Este contexto genera solidaridad entre algunos encarcelados que ayudan a los que menos tienen.

Esta es la realidad de quienes están privados de su libertad, situación que Benítez junto a sus compañeros de la Fundación Tercer Tiempo buscan que se cuestione. “El Estado se limita al carcelero que abre y cierra la reja y deja a la persona privada de su libertad. Y la sociedad tiene una mirada vengativa, quiere que la cárcel sea el peor castigo para la persona por lo que hizo”, dice Benítez y propone un abordaje desde la responsabilidad subjetiva para que el que cometió un delito se haga cargo de él pero que también pueda trabajar en su futura reinserción en sociedad.

 

El afuera

“La misma gente que iba a la unidad a enseñarnos rugby me presentó a la Asociación Uniendo Caminos, donde estoy ahora”, cuenta Maximiliano y explica que las fundaciones ayudaron a que le permitan salir de la unidad semanalmente para hacer un curso de panificación y luego otro de ayudante de pizzero.

“En la Fundación Tercer Tiempo inicialmente éramos dos personas que fuimos con una pelota a jugar con los internos”, cuenta Benítez. Durante sus ocho años de trayectoria, han incorporado a diferentes profesionales como psicólogos, abogados y trabajadores sociales que ahora forman parte de un equipo que busca ayudar a reconstruir la vida de las personas privadas de su libertad. Con esta premisa, han creado cooperativas de trabajo como la Cooperativa Esmeralda de panificados en la que se desarrolla Maximiliano.

“Nosotros trabajamos por producción. Según lo que producimos, es la ganancia”, cuenta Maximiliano y explica que cuando salió en libertad asistida, su prioridad era cubrir las necesidades de su pareja y sus tres hijos, uno de ellos en camino, el primero en libertad: “Teniendo la posibilidad de que yo me desenvuelvo en la cocina, para comer no nos falta porque yo con un poquito de harina puedo hacer cualquier cosa. Pero hay veces que cuesta conseguir el paquete de harina”, comenta.

Si bien “la plata no alcanza”, Maximiliano señala que sus hijos de once y nueve años ya pusieron sus cartas a Papá Noel debajo del arbolito y agregaron un posdata diciendo que entienden si no pueden recibir lo que pidieron. “Yo quisiera que ellos tengan más de lo que yo tuve pero no tengo los medios para dárselos, no tengo las mismas posibilidades que tuvieron mi mamá y mi abuela”, reflexiona.

Después de dieciséis años de encuentros y desencuentros con la justicia, Maximiliano nos cuenta que se siente en libertad y está experimentando muchas cosas por primera vez: “Salí hace siete meses en libertad y estoy pasando por todo el proceso de tener que ser sostén de mi familia. Es la primera vez que estoy pasando un embarazo con mi esposa, que fui a una ecografía, que la acompañé al hospital. Ahora estamos discutiendo si voy a presenciar el parto. Si bien falta porque está de cuatro meses, son todas cosas nuevas que estoy viviendo ahora”, resume.

 

Día de la madre en contextos de encierro

Día de la madre en contextos de encierro

La Red Creer es un espacio pensado para la inclusión socioeconómica de las personas privadas de su libertad o liberadas y sus entornos directos. Las organizaciones que la conforman realizan diversas actividades para ayudar a las madres a repensar el vínculo con sus hijos e hijas y así “desarmar lo aprendido en contextos de vulneración de derechos”.

Maria Laura Fernandez tiene 44 años, es chef, jefa de hogar, madre de 2 niños y vive en Florencio Varela. Estuvo privada de su libertad pero mediante presentaciones en la justicia logró transitar esta situación bajo arresto domiciliario por ser “el único sustento económico y emocional de su hijo menor de edad”.

“Son muchas las cosas que cargamos como mujeres y madres solteras, y muchas las cosas que me llevaron a estar detenida”, explica María. “Me pude conocer más a mí misma”, agrega. Durante su tiempo detenida se recibió de promotora territorial de prevención de la violencia de género para ayudar a otras mujeres que pasaban por situaciones similares a las de ella. Ya en libertad asumió la militancia social como una forma de hacer correr la voz sobre la importancia del acompañamiento para creer que otra forma de vida es posible. “Hay un montón de compañeras que no llegan”, se lamenta María quien conoció a la Red Creer a través de la Dirección Nacional de Readaptación Social.

La Red Creer es un espacio pensado para inclusión socioeconómica de las personas privadas de su libertad o liberadas y sus entornos directos. Las organizaciones que la conforman realizan diversas actividades para ayudar a las madres a repensar el vínculo con sus hijos e hijas y así “desarmar lo aprendido en contextos de vulneración de derechos”.

Según el informe «Contextos de Encierro en América Latina» del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Inseguridad y Violencia y la Universidad Nacional de Tres de Febrero, la mayoría de las mujeres están privadas de su libertad por delitos no violentos. El 63 por ciento de ellas todavía está sin condena y el 27 por ciento de las que son madres tiene más de tres hijos.

En este contexto la red apunta a que tras las rejas se puedan construir otras formas de cuidado. Profundizar en la historia personal de las mujeres que viven con sus hijas e hijos de hasta 4 años en contextos de encierro permite hallar algunos puntos comunes entre todas. “Muchas de ellas desarrollan funciones vinculadas a lo maternal desde muy chicas, porque cuidan a hermanas o hermanos más pequeños o porque quedan embarazadas en la adolescencia y aprenden a ser mamás en contextos difíciles”, explica Marcelo Koyra, fundador de la Fundación “Crear desde la educación popular”, una de las 140 organizaciones que integran la Red con la perspectiva de generar, oportunidades laborales y de formación para personas que están y estuvieron en prisión.

Una de las mayores dificultades que afronta el ejercicio de la maternidad desde el encierro es que las dificultades van cambiando, afectadas por el desarrollo del proceso penal. Con la detención y el ingreso a las comisarías, se produce una separación de los niños y niñas, un desprendimiento que Koyra considera “desgarrador”. Luego cuando las mujeres pasan a los “pabellones de madres” del Servicio Penitenciario Bonaerense lo difícil está vinculado a las prácticas de cuidado en el contexto de una institución creada para garantizar la seguridad de sus habitantes: “Si bien los espacios han sido adecuados para albergar infancias, la infraestructura edilicia, ese espacio físico, no está diseñado ni proyectado según el interés superior del niño”, remarca el titular de la organización.

Patricia Tévez, vicepresidenta de la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACIFaD) considera que cuando las mujeres están detenidas se vulneran mucho los vínculos. La familia que está del lado de afuera, tal vez con otros hijos, no puede ir a verla. También son frecuentes los casos en que sus hijos están a cargo de hogares u otras instituciones y pierden toda clase de relación con ellos, lo que le genera “mucha tristeza”.

“Si bien los espacios han sido adecuados para albergar infancias, la infraestructura edilicia, ese espacio físico, no está diseñado ni proyectado según el interés superior del niño”, remarca el titular de la organización, incica Patricia Tévez.

Vínculos maternos

ANCCOM consultó a distintos integrantes de la Red Creer acerca de cómo trabajan para reformular el vínculo materno de las reclusas construido en situaciones de vulnerabilidad. En el caso de la Fundación Crear lo hacen desde la educación popular. El trabajo que desarrollan en la Unidad Penitenciaria 33 de Los Hornos, en La Plata, no tiene como objetivo principal una reforma del vínculo materno. Sin embargo, comentan que “este proceso se despliega a la luz de los intercambios que se generan con ellas en los distintos talleres que realizamos, los cuales están dirigidos a las infancias: títeres, teatro, plástica, música, danza, yoga y crianza sin violencia y cuestiones de género vinculadas a las mamás”.

Como explica Marcelo Koyra lo que buscan es fortalecer las capacidades de las mamás para llevar adelante procesos reflexivos y crianzas desde la ternura. Para esto trabajan en grupos desde la perspectiva de un abordaje psicosocial y de la educación popular con técnicas lúdicas y con actividades creativas. Estas actividades les permiten “historizar” la construcción del desempeño de su rol materno, indagando en los orígenes de su construcción.

Desde la visión de la vicepresidenta de la ACIFAD se considera que el proceso sale más que nada de las propias mujeres “porque hay unidades donde se puede mantener un vínculo acorde en las visitas de sus hijos pero otras en las que no”. Esto se debe a que en muchas penitenciarias el uso de teléfonos celulares está prohibido y las madres no pueden hablar con la maestra o la psicóloga y así seguir los pasos de ese hijo o hija. Además hay veces que las familias no pueden llevar ni una vez al mes a esos niños para que puedan ver a sus mamás. “Es muy difícil, pero ellas intentan poder estar”, sintetiza. 

Florencia Sequeira, coordinadora de la Red Creer, piensa que para darle un giro a la situación actual hay diversas urgencias que se necesitan atender en contexto de encierro y especialmente para las mujeres que pasan por un proceso de privación de su libertad: “Consideramos que los espacios, tanto para aprender habilidades técnicas como socioemocionales, son sumamente necesarias de abordar dentro de las unidades penitenciarias y que brindarles estas oportunidades de formarse, de conocer sobre oficios, de poder adquirir conocimientos sobre emprendedurismo, sobre economía social, son herramientas que van a permitirles acceder a fuente de ingreso una vez que recuperen su libertad y sobre todo, en el corto plazo, lo que tiene que ver con lo autogestivo”.

En Argentina hoy 15 de octubre se celebra el día de la madre, cuyo origen religioso ya se secularizó y expandió por toda la sociedad. En Estados Unidos el día (que se celebra en mayo) se debe a las activistas Anna Reeves Jarvis y Julia Ward Howe quienes esperaban y rezaban para que alguien, un día, reconozca la memoria de las madres, “para celebrar el servicio incomparable que prestan a la humanidad en todas las áreas de la vida”. 

La radio libera

La radio libera

Se desarrolló la Primera Conferencia Latinoamericana de Radio en Contextos de Encierro. Miembros del programa de diferentes rincones del mundo compartieron sus experiencias y dieron cuenta del poder de reinserción de esta herramienta.

Se realizó la Primera Conferencia Latinoamericana de Radio en Contextos de Encierro, organizada por Prison Radio International, el Programa de Extensión en Cárceles de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y FM La Tribu donde se inauguró el encuentro el 4 de octubre, último.

En esta primera conferencia llamada “Escuchar la cárcel”, invitados de distintas ciudades del mundo reflexionaron y dialogaron acerca del derecho a la comunicación de las personas detenidas, de derribar mitos y prejuicios del mundo exterior y de pensar a futuro la radio en contexto de encierro.

La conferencia contó con tres paneles de especialistas en la temática: “Radio en cárceles en América Latina y el mundo” del que participó Phil Maguire, director ejecutivo y fundador de Prison Radio International en Inglaterra. Al comienzo de su ponencia propuso creer en el poder de la radio para transformar las vidas. En cuanto a la puesta en marcha del Programa de Prison Radio Internacional en cárcel planteó: “Nosotros no nos acercamos al micrófono porque supimos que las voces que importaban eran las de ellos”. Maguire fue productor radiofónico en la BBC y creó con Prison Radio la primera emisora de radio nacional del mundo para personas privadas de su libertad.

Ximena Granja, trabajadora del servicio nacional de integración a personas adultas privadas de su libertad en Ecuador, también hizo su aporte a esta mesa y contó lo gratificante que le resultó la implementación del Programa de radio en su país: “Los privados de su libertad proponen los temas en el programa de radio en cárcel, nadie les impone el tema, el guion, la producción, edición, locución es cien por ciento elaboración de los detenidos”. Además agregó que ellos solo hacen revisión por si hay algún contenido que no es adecuado aunque eso nunca pasó. Sobre la respuesta de los detenidos declaró: “Ellos asumieron el reto, fueron respetuosos y tuvieron una gran experiencia, de todo el grupo que salió y pasó por el taller. Hubo cero reincidencias y eso es algo que nos llena de satisfacción porque entienden que estos proyectos les trajo nuevos retos a su vida, los empoderó como seres humanos al momento de obtener su libertad y eso da la idea que están bien organizados”.

Paulina Olalla, exdetenida que participó del Programa en Ecuador contó: “Fue maravilloso porque me sentí libre frente a un micrófono, mis pensamientos eran libres, nunca ninguna de las autoridades me dijo `di esto`. Mis compañeras y yo éramos libres, manifestamos lo que sentíamos, volábamos detrás de unos muros que nos detenían, estábamos encerradas pero nuestra mente fue libre”.

Ruth Armstrong, abogada y criminóloga, experta en justicia penal, contó su experiencia en una cárcel en Texas: “Estuve frente a detenidos que hicieron cosas muy malas, pero en vez de conocer criminales conocí personas. Todos necesitamos construir algo mejor y la pena de muerte no es la solución, yo aprendí a escuchar las voces. Muchos crecimos con una política que dice que tenemos lo que merecemos y te das cuenta de que esa no es la realidad. Hacer este tipo de actividades te motiva a tener otro corazón, a tener un sentimiento social distinto y te promueve a hacer otra cosa.” Para ella “la radio en la cárcel construye esperanza, esa esperanza es un hacha con el que se derriba una puerta cuando hace falta”.

“Fue maravilloso porque me sentí libre frente a un micrófono, mis pensamientos eran libres. Mis compañeras y yo éramos libres, manifestamos lo que sentíamos, volábamos detrás de unos muros que nos detenían, estábamos encerradas pero nuestra mente fue libre”, dijo Olalla.

El panel de Derechos y comunicación contó con la participación de Miriam Lewin, defensora del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual quien habló del trabajo de la Defensoría y comunicó: “En la Defensoría consideramos que la comunicación desde adentro es fundamental. Estamos convencidos de que, cuanto más porosas y transparentes sean las paredes de las instituciones cerradas, menos posibilidades hay de que se violen otros derechos fundamentales”. 

Lewin también compartió las «Recomendaciones para el abordaje mediático responsable de los contextos de encierro y las personas privadas de la libertad» disponibles en la página de la Defensoría. (https://defensadelpublico.gob.ar/wp-content/uploads/2023/07/recomendaciones-contextos-de-encierro-1.pdf ).

También estuvieron Claudia Cesaroni, directora del CEPOC (Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos) y Macarena Fernández Hoffman, la coordinadora del equipo de Política Criminal y Violencia en el encierro del CELS (Centro de Estudos Legales y Sociales), ambas hablaron del derecho a la comunicación de los detenidos informando, desmintiendo mitos en torno a la tenencia de los celulares en la cárcel.

Cesaroni aclaró: “El derecho a la comunicación significa poder usar dispositivos como lo usamos todas las personas, y si algunas personas usan estos dispositivos para cometer delitos, de ninguna manera eso implica prohibirlas para todos”. Luego habló del derecho que tienen las personas privadas de su libertad a poder mostrarse o ser mostrados, habló de cómo se comunica cuando una persona es procesada, condenada o que cometió un delito y la necesidad de evitar que esas comunicaciones sean violatorias de su dignidad: “No hay una intervención pública suficiente cuando esa manera de ser mostrado es denigrante”, advirtió.

Por otro lado, la coordinadora del CELS recalcó: “La cárcel es sólo privación de libertad y el resto de los derechos, como la comunicación, deben ser garantizados”.Y sobre el uso de celulares, describió:“El celular no es solo comunicarse sino también una puesta a futuro al momento de la salida.. Es una fuente de denuncia de violencia, el celular expande otros derechos. Un ex detenido contaba que antes, cuando usaban el teléfono público, había peleas si te pasabas un minuto y había una pelea que no sabía cómo podía terminar. Con el uso del celular bajo la violencia y la ansiedad de saber qué pasa con su familia al estar encerrado”.

Cesaroni opinó sobre el caso de la Provincia de Buenos Aires con la regulación y la habilitación del uso de celulares a partir de marzo del 2020: “Para garantizar los derechos al contacto con familiares y con el afuera, el servicio penitenciario bonaerense desarrolló un protocolo para habilitar y regular los celulares y a partir de ese momento el protocolo está vigente. De esta práctica se observó una disminución de la violencia dicho tanto por los detenidos, los defensores y los jueces como los trabajadores del servicio penitenciario.

La Comisión de Hechos Violentos comunicó que desde el 2019 al 2021 los hechos violentos disminuyeron un 49%. “Todas las personas con celulares tienen registrados el aparato y el chip, solamente se puede tener acceso a whatsapp, no a redes sociales, Si de alguna manera te conectas a una red social salta de una manera y te hacen un acta o una sanción disciplinaria”.

En el último panel, denominado “Qué será de la radio en cárceles”, fue una invitación a pensar la construcción de la identidad sonora identitaria.

Gastón Montells, comunicador, docente y productor cultural, afirmó que las ideas más grandes son las que podemos pensar en conjunto. “Si hay un desafío comunicacional inicial que habilite una conversación tiene que ver con el hecho de ́desencantar, de quitar el encantamiento, entendiendo como encantamiento a todo proceso normalizador o de sumisión, debemos desnaturalizar, permitirnos construir otros reales posibles”.

“Los proyectos que logran contarse son realmente diferenciales, las experiencias con las radios comunitarias o los proyectes en cárceles son una confirmación de eso, de cómo juntos habilitan narrativas que empiezan a ser originales, empiezan a anunciarse por sí mismos, la oportunidad que permite, con otros tiempos y otros lenguajes”, describió Montells.“Los proyectos comunitarios han sido fundantes de procesos porque siempre intentan construir sus condiciones de existencia .Los cuerpos están encerrados y las imaginaciones son infinitas, la imaginación nos permite narrarnos con otras enunciaciones”.

Mikki Lusardi, directora de Nacional Rock, sostuvo que  lo mejor que puede dar lo público es el federalismo. “La gran ventaja de institucionalizar este tipo de comunicación tiene que ver con romper con la estigmatización, cuando algo se vuelve institucionalizado es mucho más difícil construir un discurso que vaya en contra. Si las personas privadas de su libertad puedan tener un entramado que los ampare y los proteja solo les abre oportunidades”.

Lili Cabrera, exdetenida cerró la mesa: “Pensaba en el título del evento “escuchar la cárcel”, cómo sobreviven estos proyectos si nos gana el neofascismo y en ese contexto veo la crueldad del sistema”. Cabrera recordó: “Se llevaron a cabo proyectos que parecían imposibles, yo soy liberada pero pienso en las personas que estaban dentro y en sus familiares, pienso también en las conquistas y es difícil que estos proyectos funcionen. Yo también entré con otros proyectos, como el de la fibra óptica para que se pueda estudiar en la cárcel”. Luego retomó algo de construir sentido y recordó: “En nuestro colectivo la comunicación es muy importante para comunicar un producto de la cooperativa textil y de encuadernación, como comunicar lo que hacemos sin victimizarnos”.

Cabrera cerró: “Como sociedad tenemos ese desafío, cómo hacer que las personas privadas de su libertad salgan y puedan hacer otra vida, las personas pobres son las que van a la cárcel pero cualquiera puede pasar por un penal”.

En la conferencia se abordaron distintos temas en torno a la comunicación en el encierro. Algo quedó en claro y es que nada sucede sin intervención y sin articulación colectiva.

¿Qué les pasa a los presos?

¿Qué les pasa a los presos?

«El libro de los jueces» se estrenó este jueves en el Cine Gaumont y relata la experiencia de dos magistrados que recorren las cárceles. Una novedosa concepción del perdón y el derecho restaurativo.

“Mi interés está puesto en el ejercicio de la actividad y de la función de los jueces en nuestra sociedad” afirmó Matías Scarvaci, director y guionista de El libro de los jueces, la película que se estrenó este jueves en el cine Gaumont.

El director de Los cuerpos dóciles, galardonada en el Festival de Mar del Plata, recorre esta vez el trabajo de dos jueces que ejercen el derecho penal restaurativo en la provincia de Buenos Aires. Recorriendo junto a los jueces Walter Saettone y Alejandro David, la cámara de Matías refleja lo que es un tema descuidado socialmente: las condiciones de vida en las cárceles, las distintas historias de los reclusos, así como una novedosa concepción del perdón, la libertad, la marginalidad y la soledad que atraviesan las personas que son sometidas a un sistema diseñado para el castigo.

“Es un castigo psicológico, más que físico”, señala en la película una de las personas privadas de su libertad, entre las tantas historias que construyen el lenguaje cinematográfico buscado por Scarvaci. Para el director, “esta película narra una parte del estado de situación actual de la justicia y de la Argentina. Y de cómo nuestra sociedad resuelve el problema penal.”

¿Qué esperas de la recepción de la película?

– “Espero que pueda llegar a la mayor cantidad de gente posible. Gente que esté interesada en el tema, que tenga sensibilidad Ojalá que sea de mucho interés sobre todo del Poder Judicial, las personas que intervienen en la temática, los operadores judiciales y también las Universidades. Me parece que está bueno que la película pueda discutir en esos ámbitos.”

 

 ¿Cómo fueron los casi dos años de rodaje?

 Primero fue el contacto con los protagonistas: los jueces. Establecer vínculo con ellos. Luego, acompañarlos en el territorio, tanto en las cárceles como en las comisarías, en la jurisdicción donde ellos ejercen.”

Con respecto al foco de la película, Scarvaci sostuvo: “Mi interés está puesto en el ejercicio de la actividad y de la función de los jueces en nuestra sociedad. En mostrar esa tarea, ese rol. En entender qué significa y cuál es la resonancia en los cuerpos de las personas sobre las que caen las sentencias, las decisiones que ellos toman. Y, sobre todo, estar en un lugar que me parece inédito. No sé si hay mucho registro de documentales que muestren la tarea de los jueces. Me parece un lugar de mucho poder. Hay todo un imaginario sobre sobre qué significa ser juez. Entonces me parecía que era poderoso mostrarlo en términos cinematográficos. A partir de allí descubrí a dos jueces que son a mi entender muy interesantes: además de ser jueces me parece que le dan un plus en términos cinematográficos por las características personales y profesionales que tienen: la manera que ejercen su rol, el acercamiento o la mirada. Me parece que en ese sentido la película discute con el estado de la Justicia. Y es interesante que se pueda dar esa discusión para tratar de mejorar”.

 

 

¿Cómo fue el trato con los detenidos, los oficiales, los jueces? ¿Cómo se prestaron a la cámara?

En general fue muy bueno. Está muy invisibilizada esa problemática, entonces el hecho de que haya un interés de poner la mirada ahí generó una buena recepción. Yo también tengo experiencia en trabajo en cárceles, conozco un poco como es. No soy experto en el tema pero sé lo que es ir a lugares de encierro. Hay algo de la naturalización de la mirada o de la cámara que tiene que ver con las experiencias anteriores que me sumaron al momento de establecer relación con esos ámbitos.”

 

¿En qué hacías foco al capturar la realidad del encierro desde lo documental?

A mí me interesan las historias humanas, lo singular de la humanidad, las personas. Me parece que ahí hay una multiplicidad de sentido que intento capturar y narrar en las películas. La realidad en determinados contextos es muy poderosa: en este caso es muy poderoso estar privado de la libertad, muy doloroso. Y me parece que esa condensación es interesante en términos artísticos.”

 

¿A qué se refiere el derecho penal restaurativo?

Es un tema que se está aplicando hace no relativamente mucho tiempo. Una parte de la Justicia intenta ir para ese lado. Tratar de restaurar lo que se rompió, tratar de trabajar sobre la mediación penal. La película intenta tocar ese tema, que me parece muy poderoso. Aparece el perdón como forma de superar, de mitigar el dolor y no quedar trabado, cristalizado en la experiencia dolorosa o acumulando rencor. Soy muy cauteloso en ese sentido porque no todos los delitos son los mismos. La película pone el eje no solo en el victimario sino también en las víctimas. Desde hace un tiempo funciona la Ley de Víctimas: la víctima también es parte del proceso penal, se la tiene en cuenta, se las escucha. Escuchar en un sentido amplio, una escucha activa que permita generar empatía con quien habla o con quien necesita hacer catarsis. Me parece que eso es contenedor. Esos pequeños movimientos, esos pequeños gestos, también están retratados en la película y me parece que hacen a la cuestión. También hay asociaciones de víctimas que trabajan esto del perdón como forma del tratamiento de la condena o del agravio sentido.”

 

¿Por qué el nombre El libro de los jueces?

 El libro de los jueces es un libro donde se establece cuál es la función de los jueces en nuestras sociedades. Un poco tenía que ver con eso, con ir a una idea más elemental o más básica para desnaturalizar lo que está naturalizado: que a las personas se las priva de su libertad, se las encierra y nos dejamos de preguntar qué les pasa. Hay quienes piden «mano dura» sin saber precisamente cómo es que funciona: generalmente con discursos mediatizados, estereotipados en relación al delito o a los delincuentes. Entonces el nombre del documental va un poco por ese lado.

El libro de los jueces se exhibirá en la Sala 3 el Cine Gaumont en funciones que se proyectarán a las 12:30, 14:15 y 20:15.

Las cárceles como desarrolladoras de videojuegos

Las cárceles como desarrolladoras de videojuegos

Mishka Palacios de Caro ofrece un taller de producción de videojuegos en instituciones de encierro. Un espacio de transdisciplinar de expresión y una posible salida laboral. El gaming como política pública.

La industria del gaming y de los deportes electrónicos pegó un salto evidente en el 2020 con el inicio de la pandemia y la necesidad de encontrar estímulos desde casa. A partir de ese momento, vimos marcas desesperadas por entrar en el tag “gaming”, competencias de deportes electrónicos que se volvieron mainstream vía Twitch, y hasta el Kun Agüero creó su propio plantel de deportistas. Más tarde llegaron los medios y los festivales de música a disputar un espacio en ese terreno. 

Pero, ¿por qué el Estado tomó la posta?¿Qué pueden aportar los videojuegos en tanto política pública? Una respuesta posible se encuentra en el Programa de Desarrollo de Videojuegos en Cárceles, una iniciativa transdisciplinaria que parte del Ministerio de Cultura y el Ministerio de Justicia de la Nación en articulación con la cooperativa En Los Bordes Andando (ELBA) y la Fundación Argentina de Videojuegos (FUNDAV). ANCCOM dialogó con Mishka Palacios de Caro, parte de FUNDAV y coordinadore de contenidos de los talleres del programa. 

¿Cómo se armaron los talleres?

Los talleres se dan en las unidades 24 y 26 de Marcos Paz y en la 31 de Ezeiza. Las dos primeras son de jóvenes adultos varones y la 31 es, dentro de la cárcel de mujeres, la unidad de las mujeres que son madres; muchas están con sus hijos en la cárcel. Se armaron salas de tecnología dentro de las penitenciarías, cuando tenemos taller los chicos acceden y tenemos una conexión a internet blindada, por supuesto. Siguen estando presos entonces tienen limitados los accesos y demás: a redes sociales no pueden acceder, por ejemplo. Pero sí estamos trabajando online y, de hecho, estamos proponiendo para el año que viene que empiecen a armar estudios dentro de las penitenciarías pero que puedan tener comunicación interna. Porque los chicos y chicas que participan de los talleres en las distintas unidades están teniendo formaciones diferentes.

 

¿Las formaciones varían por sus intereses o por los contextos? 

Primero hacemos un poco de exploración vocacional entre los y las chicas y después también vemos qué docentes tenemos en qué lugar y cuáles son las disciplinas para las que son más idóneas esas personas que están dando las clases. Los videojuegos son transdisciplinares: necesitan música, arte, escritura, programación, un montón de cosas. En base a lo que vemos que les interesa a les pibis pensamos cómo podemos formales en eso y empezamos a trabajar.

 

¿Por qué vincular la industria de los videojuegos con la política pública?¿Qué viste como oportunidad ahí?

Cuando empecé a trabajar, en 2011, con mis colegas decíamos, entre otras cosas, que estaba empezando a aparecer una escena competitiva de algunos deportes electrónicos que en Argentina antes eran medio inexistentes y en ese momento era también bastante amateur . Entonces comentábamos: esto hubiera sido nuestro sueño en la adolescencia (ya no éramos adolescentes, estábamos en los treintas). Ahí entendimos que había que pavimentar el espacio para que les pibis de la nueva generación logren hacer algo que no se estaba pudiendo hacer acá de una forma un poco más ordenada. Ya para 2014 veíamos una parte industrial y empresarial muy instaurada, pero los independientes y la gente que se estaba formando muchas veces salían de las universidades y quedaban ahí boyando viendo qué pasaba en una nebulosa medio extraña hasta que bajaba una empresa, los agarraba y decía: vos me servís, como si fuese la garra de Toys Story.

 

Y ahí empezaron a armar el colectivo que hoy es FUNDAV… 

Claro, porque veíamos que había una parte de la formación profesional, que es la formación técnica, que estaba faltando: los primeros pasos, cómo tener una entrevista, cómo negociar un sueldo o hacer proyectos. Hay muchas universidades en donde te enseñan a hacer videojuegos y no hacés un videojuego en toda la carrera, es rarísimo. A la par de eso que estábamos formando, tuve la suerte de viajar a capacitar grupos y trabajar en colonias tecnológicas, talleres de videojuegos y jams con adolescentes y preadolescentes en varios lugares del país. Ahí me enfrenté con distintas realidades: viajé por Bahía Blanca, Tucumán, Mendoza, Jujuy, Tierra del Fuego. Pensaba eso de que la tecnología está más democratizada, y la verdad es que no hay una democratización absoluta, sí se habla de eso pero esa democratización es del consumo, no de la producción. Muchos acceden a Netflix, pero ¿cuánta gente puede producir una serie para Netflix? 

 

¿Esa es la visión que trae FUNDAV? 

Exacto. Lo que incentivamos es el desarrollo independiente y con caracteres más artísticos. Entendemos, a partir del trabajo con desarrolladores independientes que están en sus primeros proyectos, que la formación en videojuegos no es siempre de ámbitos profesionales, es decir, a través de las universidades o institutos. Hay muchas personas que entran en los videojuegos con una formación de oficio, haciendo. Y si tenemos los recursos necesarios es muy fácil trasladar eso a cualquier lugar: en este caso a las penitenciarías.

 

¿Por eso el Programa es de desarrollo de videojuegos?

Sí. Todo el mundo juega videojuegos en el celular, todos saben que en Argentina se hacen videojuegos porque existe el Preguntados. Pero cuánta gente sabe que se puede hacer videojuegos en Argentina y que, encima, puede hacer su propio videojuego.Cuando entramos en la cárcel, el primer choque con los chicos es ese: este es un taller de videojuegos. ¿Vamos a jugar? No, vamos a hacer videojuegos. Después de eso viene entender cuál es el alcance de un videojuego, que no tiene por qué ser super visual, ni 3D ni flashero. Con los chicos estamos haciendo aventuras de texto…

 

¿Como un Elige tu propia aventura?

Pero automatizado en la web. 

 

¿Sobre qué escriben?

Los primeros juegos o cosas que tienen para contar son autorreferenciales, hay como unas temáticas repetidas o distintos lugares comunes que van encontrando y que está buenísimo explorar. Cuando empiezan a soltarse y entienden más los alcances de la herramienta surge “quiero hacer algo que hable de un soldado en Ucrania que no quiere ir a la guerra entonces se va a una granja escondida en no sé dónde” y está muy bueno. Por ejemplo, hay un proyecto nuevo que el chico que lo está haciendo no quería contar porque quiere hacer un romance entre un pibe que está en la cárcel y su novia que está afuera, entonces tiene el celular de contrabando y se mandan mensajes, tiene que ver cuándo lo puede cargar y todo eso. Él no lo quería contar porque tenía miedo de que sus compañeros del taller lo burlen; pero hace poco se animó, lo contó y estaban todos re copados dándole ideas. Ahí te das cuenta que los preconceptos que tenemos sobre las identidades que están en las cárceles son unos y las realidades que te encontrás son otras. Incluso les pasa a ellos mismos.

 

Ahí de nuevo la importancia de hacer el énfasis no en jugar los videojuegos, sino en hacerlos. Sus historias siempre las contaron quienes no las viven, ¿no? 

También, así como pasa en la cárcel pasa en todos lados. ¿Cuántos juegos hemos visto sobre pibis trans en pueblos chicos? Además, al nivel del consumo pasa que ya no importa si el juego es para Playstation 4 o 5, si se ve mejor o peor, la gran diferencia es la historia que me estás contando. Por eso, empezaron a aparecer un montón de juegos independientes, experimentales, que ganan un montón de pulsión en el mercado y un montón de tracción y tienen que ver directamente con cuál es la narrativa que están contando.

 

¿Y ayuda a tener una herramienta para la reinserción?

Sí, de hecho desde FUNDAV y en articulación con los ministerios nos estamos contactando con estudios para que el día de mañana cuando les chiques salgan en libertad tengan un trabajo garantizado. Porque una de las cosas que vemos o que nos cuentan es que hay mucha gente que es reincidente y un gran grado de esa reincidencia tiene que ver con que cuando salen, como tienen antecedentes, no consiguen trabajo, nadie los toma. Y la gente igual necesita comer, pagar sus facturas y alimentar a su familia… Por eso, cuando hablamos con algunos representantes de los estudios nos decían: a mí no me importa si el chico, la chica, tiene antecedentes, me interesa que sepa trabajar. La industria tiene un superavit de empleabilidad: hay más empleos que trabajadores calificados. Si yo puedo formar pibes adentro de la cárcel y el día de mañana cumplen la condena y salen, una parte de la reinserción es conseguirle un trabajo. Ahí el Ministerio de Cultura y el de Justicia están intentando articular con el Ministerio de Trabajo para ver si podemos darles alguna facilidad a estos chicos para cuando salgan o a las empresas que los contraten.

 

¿Cómo ven la repercusión de los talleres entre les pibis?

Hay de todo, hay pibes que vienen porque quieren participar del taller, aprender y formarse y están remanijas, si tuviéramos la posibilidad de hacer el taller dos o tres veces por semana o más horas el mismo día estarían ahí. Otros chicos lo usan más como un espacio de expresión, o de relajación. Depende del día, a veces ven si pueden escuchar algún tema de música o si pueden ver las noticias de sus localidades, lo usan de contacto con la realidad; hay unos pibes, por ejemplo, que siempre me preguntan cómo está la calle. Después también hay gente que encuentra su vocación y empiezan a hacer exploración, encuentran de qué quieren trabajar y nos piden: quiero hacer música, videojuegos, otras cosas. Y obviamente también hay gente que deja de venir, ¿no? Los talleres son opcionales, depende de distintas cuestiones en sus legajos pueden acceder o no al taller. Ellos se anotan y el servicio penitenciario después define quién puede acceder y eso. Hay algunos que se anotan y se quedan, otros pierden el interés y dejan de venir.