Trabajadores  cartoneros

Trabajadores cartoneros

La Cooperativa Cartonera del Sur está conformada por 60 personas que iniciaron su labor de recolección de manera independiente y ahora la cogestionan con la Ciudad. Un modelo de reciclaje reconocido en el mundo pero que a ellos los invisibiliza y los malpaga.

Es el primer día más caluroso del año. En el punto verde de la Cooperativa Cartonera del Sur, en Constitución, los trabajadores y trabajadoras llegan desde Guernica, una localidad de la zona sur del Gran Buenos Aires, para cumplir con sus respectivas tareas. “Actualizo la cuenta del banco cada dos segundos para ver si me depositaron”, se queja entre risas uno de ellos. En ocasiones sucede que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) tarda hasta cinco días en pagar sus sueldos.

Después de que se hayan terminado de preparar, alrededor de las 9:30, los recuperadores urbanos —comúnmente conocidos como “cartoneros”— suben al mismo micro que los trajo desde Guernica, con los bolsones que utilizan para recolectar residuos reciclables. Así, se dirigen hacia su lugar de trabajo: la calle. 

Bety termina su cigarrillo y se dirige al micro. Tiene 57 años y hace 15 es cartonera. Forma parte de Cartonera del Sur desde antes que se organizaran en una cooperativa. En el camino aprovecha para conversar con sus compañeros lo que no pudieron durante el viaje desde Guernica hasta al punto verde. Ante las quejas de algunos por las altas temperaturas, Bety responde que prefiere este clima antes que el frío, donde tiene que llenarse de ropa que le impide moverse como el oficio lo demanda.

Generalmente, el recorrido suele ser más largo y consiste de más paradas, pero, como afirmó Maximiliano Andreadis, trabajador directo del Gobierno de la Ciudad en la cooperativa y quien controla el presentismo, hay días en los que algunos no van a trabajar.

Cuando bajan todos en el único destino, Avenida San Juan y Defensa, en el barrio de San Telmo, arman una superficie con ruedas que los ayuda a trasladar sus bolsones durante su trabajo. Esa es la alternativa que encontraron desde que el Gobierno de la Ciudad prohibió los históricos carros. Se separan y cada uno se dirige a la zona que le corresponde para emprender sus cuatro horas de trabajo. Bety comienza su jornada laboral solitaria.

“A nosotros no nos ven”, reflexiona Lidia, a quien todos conocen como Bety. Pero ella se encargó de que, en su área designada, no pase desapercibida. Bety recorre una manzana perfecta: Avenida Garay, Bolívar, Avenida Brasil, y Defensa. Como una manera de marcar territorio y para poder juntar más de lo que su cuerpo puede llevar, ata uno de los bolsones al semáforo de la esquina de Defensa y Avenida Garay.

“Siempre hago el mismo recorrido desde hace ocho años, todos saben que estoy acá, todos saben que este bolsón es mío”. Cuenta que son muy pocas las veces que algún cartonero independiente sacó material de su bolsón. Se cruza con algunos de sus compañeros de la cooperativa con los que no deberían superponerse, pero elige no discutirles.

Andreadis explicaba que los recuperadores que tengan la suerte de que en su zona designada haya algún generador grande de residuos, como alguna cadena de supermercados, podían juntar mucho material sin la necesidad de recorrer demasiado. La primera parada de Bety es el Carrefour Express que debería llenarle más de un bolsón, pero sólo recolecta pocas cajas de cartón. Lo mismo sucede con el supermercado Día de la calle Bolívar, que, aunque a diferencia de otras veces, accede a darle material, es una cantidad no equivalente a lo que produce una empresa de ese porte y hasta se lo entregan sucio y mojado. Para ella, los grandes generadores son otros.

“Buen día, Bety, acá tenés”, la saluda un vecino encargado de un edificio mientras le da una bolsa grande de reciclables. “Él viene a traerme material todos los días, él sí que sabe reciclar”, Bety remarca el gran desconocimiento que tiene la gente sobre la manera de gestionar los residuos.

“Las viejitas”–como las llama ella– del edificio de enfrente del semáforo donde reposa su bolsón, a veces la saludan desde el balcón y otras bajan para alcanzarle las bolsas. El “Supermercado Chino” es otro de sus generadores más grandes y frecuentes, le llena un bolsón y medio cada día. Bety cuenta que costó mucho tiempo e insistencia para convencerlo de que separara los reciclables. Todos los mediodías pasa por la puerta del almacén y el hombre ya tiene preparado su material. Este tipo de arreglos de horarios –y hasta de días– se repite con otros: con un colegio, con una empresa de logística, con un bar y un centro cultural.

Las veredas angostas y el tránsito pesado que caracterizan al barrio de San Telmo, se vuelven un obstáculo para el paso de Bety con su bolsón, y hacen que a veces deba caminar por la calle. Un taxista, por ejemplo, le toca bocina a la par de un grito y una seña de indignación. Bety, sin enterarse de la situación, continúa el recorrido con normalidad.

Tiene nueve hijos y veinte nietos. Asegura que le encanta pasar el poco tiempo que le queda entre el trabajo y las tareas del hogar, con ellos. Llega a su casa muy cansada y sólo alcanza a bañarse y cocinar. Las caminatas con kilos de material encima dejan consecuencias en el cuerpo. Bety tiene problemas en las rodillas y en la cintura y eso le pesa a la hora de trabajar: “Todos los días tomo algún remedio que me calme los dolores porque llega la noche y no puedo ni moverme”.

 

El funcionamiento de la cooperativa

Las cooperativas de recicladores urbanos son asociaciones de cogestión entre sus trabajadores y trabajadoras organizados y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En cada barrio de la ciudad, opera una cooperativa distinta. Tanto Cartonera del Sur como otras cooperativas como El Álamo, están integradas al Servicio Público de Higiene Urbana de la CABA. Estas se encargan de recolectar –de forma exclusiva– los materiales reciclables secos como cartón, plástico y papel.

Los recuperadores urbanos están formalizados. Pagan un monotributo social que les permite acceder a una obra social y a realizar aportes jubilatorios. Pero Bety asegura que esa jubilación no le va a alcanzar cuando la necesite.

Los elementos necesarios para cumplir con su trabajo, como los uniformes, bolsones, camiones y colectivos, son garantizados por el Gobierno porteño. El hecho de formalizar a los recicladores urbanos estableció una nueva logística en el circuito de los residuos, donde se pasó de la separación de la basura en la vía pública a la clasificación en los centros verdes.

Tanto los materiales reciclables que se depositan en los contenedores verdes de la ciudad como los que son recolectados puerta por puerta por los recuperadores urbanos, son llevados a los centros verdes para su procesamiento. Hoy, existen ocho de estos centros gestionados por las cooperativas de cartoneros.

En el caso de Cartonera a del Sur, algunos trabajadores al finalizar su jornada se acercan hacia el lugar caminando con sus bolsones debido a que trabajan por esa zona. A otros que operan más lejos, los pasa a buscar el micro mientras que a sus bolsones un camión. Una vez que llegan al centro, ubicado en Solís al 1900, cada uno pesa sus bolsones: “Los lunes y viernes junto más de 150 kilos, por ejemplo, pero varía dependiendo el día”, relata Bety.

Además de su sueldo base de 90.000 pesos, los trabajadores tienen un incentivo de 40 pesos por kilogramo de material recolectado. Maximiliano Andreadis asegura que algunos de los recuperadores a veces llegan con mucho menos de lo que juntan porque una parte la venden por su cuenta “para ganar unos pesos de más”. Según Bety, el incentivo que le pagan es muy bajo con relación a lo que sale realmente vender cada material.

Al día siguiente, los operarios de planta –que trabajan ocho horas– se encargan de jerarquizar los materiales que acopiaron los “cartoneros” y clasificarlos según su tipo: plástico PET de color por un lado y transparente por otro; papel de diario; otros tipos de papelwa y cartones. A estos últimos se los enfarda en una pequeña máquina para que se compacte aún más su tamaño y se pueda comercializar a un mayor valor; porque el cartón, cuando se los interviene con esta técnica, se vende directamente a la papelera, sin intermediarios.

Julio Herrera, balancero de la Cooperativa. 

De la cooperativa también forman parte las promotoras ambientales, que pertenecen al Programa Promotoras Ambientales de la Ciudad. Son quienes se encargan de concientizar e informar sobre reciclaje a los vecinos y vecinas de los distintos barrios y también de capacitar sobre diferentes temas a los trabajadores de la cooperativa. Por ejemplo, se ocupan de explicarles a los encargados de los edificios cómo separar los residuos y cuáles son los que le deben dar a los recuperadores urbanos de su zona.

Los encargados cobran un bono por clasificación de residuos que puede llegar a tener un valor de 18.000 pesos. Para cobrarlo, deberían darle un remito al Gobierno que compruebe que le hayan entregado el material a los cartoneros y si no se lo presentan serán multados. Los recuperadores son los que hacen estos remitos para los encargados.

Cuenta Bety que una vez le vinieron a pedir constancia sin siquiera haberle entregado un cartón. “Hasta que no me des algo, no te voy a dar ningún papel”, le dijo Bety al encargado y lo recuerda con gracia. Si nadie los controla, los materiales reciclables que por ley deberían juntar todos los vecinos de un mismo edificio no terminan su cadena de reciclaje.

“Estoy segura de que algunos encargados me dan solamente la basura que hacen ellos y no la de todos los vecinos. Piensan que somos ignorantes o analfabetos porque trabajamos en la calle y que por eso no entendemos cómo funcionan las cosas”, señala.

 

Daniela Montenegro, secretaria de la Cooperativa. 

Historia larga

“Yo era costurera y mi pareja cartoneaba por Constitución, abajo del puente. Cuando me dejó de rendir ese oficio, él me convenció para que hiciera su mismo trabajo”, explica Bety sobre sus comienzos como recuperadora. Así conoció a Graciela, la que tiempo después fundó, junto a otras compañeras, la cooperativa. “Graciela siempre fue la jefa”, cuenta sobre la que hoy es la presidenta de Cartonera del Sur.

Graciela, Bety y otros cartoneros y cartoneras venían desde Guernica en el tren Roca. Todos juntos con sus carros ocupaban un vagón entero. En su ciudad, el trabajo, para ese entonces, escaseaba. Ser cartoneros fue la salida más redituable que encontraron. “Tiraban los carros” abajo del puente y volvían a sus casas. Al ser informales, no tenían un lugar donde dejarlos ni tampoco un recorrido asignado.

“Un día vi un cartel en un edificio del Gobierno que decía algo sobre una cooperativa, dejé mi carro afuera y entré a preguntar qué significaba, cuando me explicaron supe que quería armar una”, señala Graciela. Después de eso, reunió a muchas de sus compañeras –la mayoría, mujeres– y las convenció de buscar la forma para lograr ese objetivo.

Supieron que se tenían que presentar a un Concurso Público y para eso debieron escribir un proyecto. Con la ayuda de muchas personas ajenas al grupo de recuperadoras, escribieron 180 páginas y participaron. “Llegué con mis 180 hojas y veía a otras personas con cajas enormes llenas de documentos. Me dio vergüenza, quería volverme”, confiesa Graciela. Por eso, al momento de enterarse que ganaron, no lo podía creer.

La historia no finalizó ahí. Una vez que se constituyeron como cooperativa, en 2012, necesitaban un lugar propio donde funcionar como grupo de trabajadores. Así es que algunos meses después, emprendieron su búsqueda: consiguieron un edificio en la calle Solís al 1900, alguna vez utilizado por el GCBA como depósito de protocolo y ceremoniales. “Rompimos el candado, nos metimos y nos recibieron millones de pulgas”, destacó la presidenta de la cooperativa. Como el Gobierno no lo usaba, se los asignaron como espacio de trabajo y funcionamiento del centro verde.

Una de las promotoras ambientales denuncia que, aunque en la Ciudad de Buenos Aires los recuperadores urbanos estén formalizados e incorporados al sistema, hay una invisibilización constante de su existencia en las campañas oficiales del Gobierno. Mientras que el sistema de reciclaje de CABA es premiado y reconocido globalmente por su funcionamiento, los recuperadores urbanos, las personas fundamentales en este proceso, consideran que su trabajo necesita ser más reconocido públicamente. La lucha todavía no terminó.

Mataderos se pudre al sol

Mataderos se pudre al sol

Restos de carne, sangre y grasa tapizan las inmediaciones del Mercado Rodó. La desidia de industrias, comercios y Estado convierten a un barrio en un basural a cielo abierto.

Restos de carne sanguinolenta desbordan los contenedores de basura. Olor constante a salchicha impregna el aire. La grasa vuelve resbalosas las veredas. El mediodía es tórrido en el oeste de la Ciudad de Buenos Aires y unos pibes buscan su almuerzo entre los desperdicios. Ya prendieron un fueguito frente al laboratorio Roemmers. Carne sobre carne. Y la amenaza constante de que los plásticos de los envoltorios de pollo vuelen y se peguen en las piernas o en la cara de la mantera haitiana que vende ropa interior. Bienvenidos al mercado cárnico. Mataderos rojo shocking. Digno paisaje de cine gore.

Seguramente van a pasar horas hasta que los camiones de basura vacíen los contenedores y laven las veredas de la calle Rodó. En ese largo intervalo, los restos de carne y menudencias a la intemperie  emanarán líquidos y mal olor. Banquete para ratas, palomas y cucarachas.  

La Ley de Basura Cero parece una broma pesada ante los recortes de presupuesto de las auditorias porteñas que controlan la higiene de la vía pública. Mientras tanto, la basura se acumula en el barrio. Mataderos se pudre al sol.

Carne outlet

“Es muy desagradable ver la sangre corriendo. Sería mucho mejor que tuvieran un lugar para depositarla, no a la vista del público. Nací en Mataderos y lo veo cada vez más sucio”, dice Silvia Benítez, vecina con pila de años en el barrio enclavado al oeste de la ciudad. Según el último censo, son casi 9.000 vecinos los que  viven alrededor del Mercado Cárnico de Rodó, punto neurálgico del comercio de carne y sus derivados. Los negocios ocupan diez manzanas, atravesadas por las calles Rodó y Lisandro de la Torre, y se dispersan por Martiniano Leguizamón, Bragado y Murguiondo.

 En esas cuadras repletas de trabajadores vestidos de blanco, camiones que llevan y traen mercaderías y contenedores de basura abarrotados, se pueden conseguir carne vacuna y productos de granja a precios muy bajos.  Es una especie de “outlet de carne”. “En esta zona se comercializa más del 40% de la carne de la ciudad. Hay más de 100 comercios entre mayoristas y minoristas”, explica Fabián Ojeda, presidente de la Cámara de Empresarios y Comerciantes de la Carne y sus Afines de Mataderos (CECCAM).

El consumo de carne vacuna, álgido tema de promesas partidarias en este año electoral e inflacionario, superó las previsiones más pesimistas. Según las estadísticas del Ministerio de Agricultura de la Nación, en 2021 los argentinos consumieron un promedio de 53 kg por habitante.

En este contexto de incremento del consumo, se estima que el volumen de residuos de esta industria alcanzará en 2022 las dos millones de toneladas. Este sobrante orgánico se puede reciclar. Según un informe de la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Aires, hay 35 plantas en el país que utilizan estos desechos como materia prima, los procesan y reciclan en comida para animales, biocombustible y productos de tocador.

El informe también explica que el sector frigorífico tiene una gran incidencia en la contaminación del medio ambiente por la gran cantidad de subproductos y residuos que se desprenden de su producción. El principal impacto ambiental de este nicho productivo es la generación de aguas residuales con altos niveles de materia orgánica, grasas, nitrógeno, fósforo y sales. Estos efluentes proceden de la limpieza y desinfección de equipos, instalaciones, y también de los líquidos que resultan del proceso de producción (baños de escaldado, limpieza de canales, aguas de cocción.) y de las aguas de refrigeración. Las aguas de limpieza pueden contener, además, cantidades importantes de detergentes y desinfectantes. La sangre líquida y residuos de grasa pueden dispersar patógenos más allá del área controlada del frigorífico. El problema está a la vista en Mataderos.

Veredas tomadas

Resuenan en la mente las palabras de Esteban Echeverría, autor del clásico El matadero –también de La Refalosa de Ascasubi-, cuando Oscar Carballo, desde su puesto de verduras y frutas, cuenta que “las veredas se vuelven como jabonosas por la grasa mal lavadas por los empleados de las carnicerías. Muchos vecinos sufrieron caídas y golpes, y después todo queda en la nada”. Los contenedores son pocos y están abarrotados con los residuos que los frigoríficos descartan.

La actividad de los comercios del Rodó comienza muy temprano a la madrugada, luego hacen un corte al mediodía, momento en el que tiran el sobrante de los desechos de la producción. No hay separación de residuos que tienen posibilidad de reciclarse en origen. No se ven en esas cuadras tampoco contenedores específicos para este tipo de residuos. Carballo precisa: “Al cortar carne, el desangrado trae insectos y moscas. Los vecinos se quejan y alguna vez vinieron las autoridades a clausurar algunos frigoríficos. La sangre de los cortes cae a la vereda y los carniceros limpian sin mucha voluntad. En la cuadra tenemos sólo dos contenedores y son de color negro. En otros barrios hay de diferentes colores por el tema de la contaminación y para reciclar. Acá no hay nada de eso”.

La Ley 1854/05, conocida como Ley de Basura Cero, establece como objetivo la disminución de la cantidad de desechos en la Ciudad de Buenos Aires. La basura  es depositada en los rellenos sanitarios del CEAMSE. “Estas metas a cumplir serán de un 30% para el 2010, de un 50% para el 2012 y un 75% para el 2017 –dice la normativa-, tomando como base los niveles enviados al CEAMSE durante el año 2004. Se prohíbe para el año 2020 la disposición final de materiales tanto reciclables como aprovechables”. Como el Gobierno de la Ciudad no cumplió con las metas, impulsó un cambio legislativo para adecuar los objetivos a su ineficaz gestión.

Lo que sucede en el Mercado Rodó contrasta con lo que se puede leer en la página web del Gobierno de la Ciudad, donde se informa que recibe 8.000 toneladas de basura por día,  el  80% de los residuos que gestiona tiene tratamiento y más del 50% es recuperado. En tono amigable se explica que “para seguir haciéndolo necesitamos que deposites en los contenedores negros o grises únicamente los residuos que son basura y el resto lo recicles”. Esta fórmula amable no parece ser parte de la realidad del barrio de Mataderos. Se intentó consultar por este tema a la Dirección de Limpieza de la Ciudad. Después de varias derivaciones entre diferentes asesores, nadie contestó las preguntas sobre la higiene de las calles que rodean al mercado.

Cadena de responsabilidades

La consultora medioambiental Cooprogretti pone el foco también en la frecuencia insuficiente de la recolección de residuos en el barrio de Mataderos. La empresa Níttida tiene esa tarea en la zona. Vacía los contenedores sólo una vez por día y en horarios nocturnos.

Esta prestataria  tuvo denuncias por deficiencias en la recolección de residuos en años anteriores. En 2014, el Ente Único Regulador de los Servicios Públicos de la Ciudad la sancionó con una multa de $ 255.728,99 por omisión en el vaciado de contenedores, levantamiento de bolsas y derrame en la vía pública.

El lavado de las veredas es responsabilidad de los frentistas y locales. En estas calles en particular se complementa con un servicio de hidrolavado, único mecanismo que sirve para remover los restos de grasa y líquido lixiviado de la calzada. Níttida también está a cargo de esta prestación y del lavado de contenedores y cestos papeleros en el barrio. Según el informe de Cooprogretti: “La recolección de  residuos es inadecuada y  no se adapta a las característica de la zona”. Como paliativos propone duplicar los repasos de la limpieza de las calzadas, aumentar la frecuencia de lavados mecánicos de veredas y contenedores y modificar los hábitos del generador de residuos a través de talleres e islas ambientales. También con mayores sanciones.

Mientras tanto, el tufo a desidia de los responsables comparte ese olor hediondo de la carne al sol que tanto identifica al Mercado Rodó de Mataderos.

Un Aconcagua de basura

Un Aconcagua de basura

Comprar y comer, cocinar, vestir, maquillar, perfumar, decorar, plantar, vaya uno a saber cuántas actividades, hasta limpiar implican ensuciar. Es que a todo, básicamente todo, lo contiene alguna cáscara, tela, plástico o vidrio (en este planeta hasta se consigue aire enfrascado), por no mencionar que todo envoltorio desechado lleva otro envoltorio que lo contiene. La basura se empaqueta para ser basura y hay tanta e inimaginable cantidad de residuos generados diariamente que pensar en ese número nos aplastará.

En Argentina, según cifras del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable (MAyDS), cada habitante produce 1,15 kilogramos de residuos sólidos urbanos por día. Cada dos segundos, Argentina produce una tonelada de basura. Dos segundos, el tiempo que le tomaría al país entero decir dos veces «dos segundos». Anualmente se generan 16,5 millones de toneladas en Argentina, una pirámide de basura cuya base sería de 85 m2 y cuya altura sería similar al Aconcagua. 

Actividades cotidianas como cocinar dejan una montaña de residuos que, así como para existir dependen de los seres humanos,  también son ellos quienes pueden reutilizarla o, fruto de su indiferencia, dejarla contaminar la tierra, el agua y el aire por  años, por días, por semanas, por años, por décadas o por veintena de décadas, dependiendo del tipo de desecho que se trate.

La separación de residuos y su tratamiento es fundamental para  que esa gigantesca e inimaginable tonelada producida por segundo que entendemos como basura, no destruya el medioambiente. La separación y tratamiento de residuos contribuye a que esa tonelada indescifrable pueda clasificarse para saber qué está caduco y qué puede reusarse o reformularse.

En nuestro país, el hábito de clasificación de residuos sólidos urbanos (RSU) es practicado de manera desigual. Hacia 2017, el MAyDS estimaba que en promedio solo el 37% de todas las localidades de todas las provincias contaban con sistema de separación de residuos sólidos urbanos. Solo siete de las provincias poseían la mitad o más de sus jurisdicciones con sistemas de clasificación. Cuatro de ellas alcanzaban, como máximo, el seis por ciento.

De todas formas, e indistintamente de que cada casa separe los residuos según su tipo, hay un colectivo de trabajadores y trabajadoras que basan su actividad en la recolección y posterior discriminación de desechos. En 2019, existían  alrededor de 49 mil recuperadores urbanos, según la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR). Más de cien son las cooperativas que, a lo largo y ancho del país, nuclean a quienes trabajan en transformar lo indiscriminado en reciclable y no reciclable y dar un respiro a la tierra que sostiene y sufre los basurales a cielo abierto, esos espacios que reciben el 65% de esa tonelada generada cada dos segundos en nuestro país.

Alicia Montoya es responsable del equipo técnico de El Álamo, una cooperativa de recicladores urbanos de la Ciudad de Buenos Aires, y define a su organización como socio-laboral, ya que además de colaborar en la disminución la cantidad de residuos haciéndose cargo del reciclamiento de desechos, ofrece a quienes recogen y reciclan esos desechos la posibilidad de volver esa tarea una forma de trabajo digno y organizado. “Previamente a la cuarentena, en El Álamo procesábamos 400 toneladas diarias de residuos reciclables (papeles, cartones, plásticos tipo film y PET, latas de aluminio y vidrios) provenientes solo de los barrios porteños de Agronomía, Parque Chas, Villa Devoto y Villa Pueyrredón y los shoppings de la Ciudad”, explica Montoya. Es decir, las manos de El Álamo procesaban residuos reciclables diariamente, hasta la irrupción del Covid-19, casi cuatro veces el peso del avión más grande de la flota de Aerolíneas Argentinas (el Airbus A330-200).

Igualmente grande en tamaño y pesada debe ser la incertidumbre de los 197 trabajadores de la cooperativa por la disminución de basura procesada, debido a la imposibilidad y dificultad para circular y recolectar reciclables. El Álamo procesa hoy cien toneladas mensuales. Son estos últimos datos aplastantes. Por una parte, resulta asombroso que solo cuatro barrios y algunos centros comerciales de la Ciudad de Buenos Aires produzcan tamaña cantidad de residuos (y se cuenta únicamente aquellos reciclables). Por otra parte, la gran importancia que tienen los desechos, aunque sean indeseados, para un sector de la economía de nuestro país.

De dónde vienen 

La separación cumple dos funciones. Por un lado, permite que se sepa qué hacer con cada desecho generado (cómo tratarlo, si reutilizarlo o bien se busquen las condiciones para que perezca lo menos nocivamente para el medio ambiente) y, por otro, llevar adelante una estadística que permita conocer qué tipo de desechos ponderan de acuerdo al consumo de nuestra sociedad y cómo poder la vasta cantidad de basura que nos rodea. Discriminar permite saber que, por ejemplo, aproximadamente el 49% de los residuos generados en Argentina son orgánicos (comestibles, biodegradables, etc.), 14% papel y cartón (ampliamente reutilizables) y el 15% plásticos.

Según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, el 41% de los desechos son comida. Eso representa entre 200 y 250 toneladas diarias. 

Clasificar para transformar

Mientras se genera conciencia, hay que pensar también sobre las diferentes maneras de aprovechar ese volumen de residuos generados por impresionante que resulte. Un ejemplo del potencial aprovechamiento puede encontrarse en CEAMSE, la empresa pública destinada a gestionar los residuos generados en el AMBA. En sus cinco estaciones de transferencia y tres rellenos sanitarios propios y dos más en calidad de contratista, mil quinientos trabajadores clasifican y procesan toneladas y toneladas de residuos diarios. Secos o húmedos, reciclables; papeles, cartón, vidrio o plásticos, todo sin metal. Lo que es reciclable se enfarda, lo no reciclable va a los rellenos; los orgánicos (comida y restos de podas) se estabilizan por tres semanas.

Todo eso significa la producción de residuos del 36% de la población del país que se sitúa en el conurbano bonaerense, un promedio de 20.400 toneladas aproximadas de procesamiento diarias en 2019 y un acumulado de casi tres millones y medio de toneladas procesadas en lo que va del 2020.

Lo novedoso es la utilización del biogás resultante de la descomposición de los residuos en los rellenos sanitarios para la generación de energía eléctrica. Marcelo Rosso es ingeniero y gerente en el Área de Nuevas Tecnologías y Control Ambiental de CEAMSE y explica a ANCCOM el proceso: «Dispuestos los residuos en los rellenos sanitarios generan una emisión gaseosa (biogás), una mezcla de metano, dióxido de carbono y otros oligogases. Si a esa mezcla se la depura de humedad y material particulado y se traslada hacia motores a combustión que generan movimiento, tenemos energía eléctrica. Esa energía se estabiliza en media tensión y se brinda, mediante un electroducto, al sistema interconectado nacional de distribución de electricidad. Producimos 20 megavatios por hora, lo suficiente para abastecer a una población de doscientos mil habitantes en el mismo período de tiempo».

 

Tanto el dióxido de carbono como el metano generados por la descomposición de los residuos sin tratar, por ejemplo en un basural a cielo abierto, son altamente inflamables y contaminantes. Pero por otro lado, en CEAMSE no solo tratan esos residuos con estrictas maneras de seguridad, que evita esa contaminación, sino que además generan una energía verde. Es decir, poblaciones como las de Gran San Luis, San Fernando del Valle de Catamarca o José C. Paz podrían ser abastecidas solamente con la energía eléctrica generada, aprovechando la descomposición de ciertos residuos. Lo más importante, de todos modos, es reducir. Y cuando se habla de políticas de Estado sobre la generación de residuos se habla de medidas destinadas a los productores de bienes materiales a reflexionar sobre la nocividad que supone adornar cada bien que producen. Es decir, si vale la pena usar tanto plástico, tanto papel, tanto cartón, tanto vidrio, tanta tinta.

Otros usos 

En 2019, entró en la Cámara de Diputados de la Nación el proyecto de Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (o Ley de Envases), que centra la responsabilidad del manejo de residuos y su financiación del manejo  en los productores y que, de aprobarse, disminuiría los aportes de la ciudadanía para la gestión de residuos. Rosso argumenta sobre la importancia de este proyecto de ley. “Sería de gran valor una ley semejante -que se aplica en países vecinos como Brasil, Chile o Uruguay- por dos motivos principales. Por un lado, porque los productores o importadores costearían parte de la logística de captación, tratamiento y reciclaje o reutilización de los embalajes introducidos en el mercado. Pero, además del financiamiento, también eso contribuye a evitar la disposición final de esos embalajes en rellenos sanitarios”. Por su parte, Montoya, concluye: “Es un proyecto de ley fundamental para avanzar en materia de reciclaje. En nuestro país se está discutiendo desde 2005, pero siempre queda en propuesta”. Paradójicamente, es un proyecto que nunca se aprueba pero siempre se recicla.

Otro proyecto es el presentado también en Diputados en 2018 sobre Educación Ambiental que busca unificar criterios en torno a una ley y estrategia federal sobre los residuos, la creación de espacios de formación, intercambio y producción de enfoques tanto de concientización como, principalmente, de acción. El objetivo es evitar la disparidad en la implementación de sistemas de separación de residuos sólidos urbanos en los distintos departamentos a lo largo y ancho de cada una de las provincias y generar el hábito de reciclaje en aquellos lugares donde es casi inexistente.

Por último, en septiembre el presidente Alberto Fernández acompañado del ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable, Juan Cabandié, anunció un Plan Federal de Erradicación de Basurales a Cielo Abierto, que se estiman en cinco mil en todo el país y suponen la forma en que los municipios eliminen su basura, que generalmente carecen de medidas mínimas de seguridad que eviten la contaminación del agua, la tierra o el agua. Este proyecto busca, como solución, la construcción de más complejos socioambientales para tratar diferenciada y eficientemente a los residuos dependiendo de su naturaleza, así como también la provisión de equipamiento de protección para los recuperadores y recicladores urbanos de todo el país. Este proyecto demandará, aproximadamente, 250 millones de dólares para su concreción. Desde el MAyDS aseguran que es el primer intento de un gobierno nacional de encarar una problemática que, como se expuso, hasta hoy se concibe como de competencia municipal.

Basurales a cielo abierto en el Gran Buenos Aires: otra cuenta pendiente

Basurales a cielo abierto en el Gran Buenos Aires: otra cuenta pendiente

Luján, el basural más grande de la provincia de Buenos Aires, ubicado en el bloque de Barrios Santos.

Más de 74 basurales a cielo abierto fueron detectados en 2018 en distintos municipios del interior de la provincia de Buenos Aires y figuran en el informe elaborado por la Defensoría de la Provincia. Algunos de ellos se encuentran en las localidades de 25 de Mayo; Alberti; Mercedes; Luján; San Andrés de Giles; Tandil; Marcos Paz; Miramar, Pehuajó, entre otros. La mayoría de estos basurales se encuentran a menos de 4 kilómetros de la zona urbana, un ejemplo es el de la ciudad 25 de Mayo, ubicado a menos de medio kilómetro. Esta cercanía, aumenta la probabilidad de que los habitantes contraigan algún tipo de enfermedad. ANCCOM relevó esta problemática y habló con los actores involucrados.

Viviana Fulleringer, vocera del Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible (OPDS) explicó que “la Provincia saneó en 2018 los basurales a cielo abierto de San Vicente, Junín, Balcarce, Azul, e Isla Martín García. Y en 2019 el de Ranchos, partido de General Paz. Otros municipios cerraron o están cerrando sus basurales a través de CEAMSE». Sin embargo, se adelanta Fulleringer: “Es importante conocer que la gestión de residuos y la disposición final de éstos es de absoluta competencia municipal y que la Provincia solo controla esa gestión, asiste técnicamente y sanciona si es necesario. En algunos casos muy sensibles, financió obras de saneamiento, pero no está entre sus obligaciones”. En el año 2015, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) otorgó un préstamo al país, con el objetivo de financiar proyectos GIRSU (Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos). Federico Bordelois, coordinador de la Unidad Ejecutora Especial Temporaria de Residuos, en la secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, explicó que “lo que hace el programa es financiar proyectos de sistemas integrales de tratamiento de residuos urbanos, entre los cuales se encuentra el componente de la radicación de basurales. Debe haber unos 10 o más proyectos financiados. Por ejemplo, en Catamarca la obra finalizó, mientras que en Jujuy, Viedma y Calafate están en ejecución”. Además, en línea con la vocera del OPDS, Bordelois también aclaró que la problemática de la basura es, legalmente, una problemática municipal.

El programa GIRSU cobra un rol importante, ya que “no hay proyectos concretos o programas sobre erradicación de basurales que no estén atados a un sistema GIRSU, es decir, si yo erradico un basural, tengo que poner la basura en algún lado. La problemática del basural se da en lugares donde la recolección es deficiente o no hay lugares aptos, suficientes, como para disponer la basura”, afirma Bordelois. El funcionario ejemplificó esto a partir de lo que sucede en el Conurbano: “En algunos partidos, hay una enorme cantidad de basura en lugares donde debería haber plantas de separaciones, que es lo que se tiende a hacer con el programa GIRSU, donde cada localidad tenga una planta e integre formalmente a los separadores y clasificadores”.

Basurales y daños en la salud

Los basurales a cielo abierto, así como cualquier espacio que presente un alto grado de contaminación, pueden llegar a generar problemas en la salud. Los daños pueden ser de diversa índole y diferente gravedad, según la incidencia de varios factores: “Hay desde problemas neurológicos, de desarrollo del sistema nervioso; malformaciones congénitas; bajo peso al nacer; dengue y cólera”, explica Verónica Odriozola, licenciada en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires, con amplia trayectoria en el área de salud ambiental. Odriozola explicitó que “hay estudios que demuestran bajo peso al nacer de los bebés de familias que viven cerca de los basurales, y luego, esto puede aumentar las chances de muerte”. El cáncer es otro tipo de enfermedad que se presenta: “Hay sustancias cancerígenas y algunas son volátiles, que van apareciendo en mayores concentraciones en el aire”, sostiene la especialista. Por otro lado, explicó que hay efectos más agudos, como vómitos y náuseas, que son generados por los distintos olores o materia en descomposición y en línea con lo anterior, expresó: “Yo creo que hay que organizarse y exigir que el basural se relocalice, o la población. Es difícil pensar en que está en manos de una familia evitar enfermedades si vive cerca de un basural. Quemar los residuos que están en un basural, a menudo, es muy contaminante”. Las leyes de basura cero de la mano de políticas públicas que reduzcan la generación de basura parecen ser una posible salida: «A la vez, también, de educación a la población sobre cuáles son los impactos y que aquello que no puede ser evitado o reciclado, tenga un destino lo más sofisticado posible”, dijo Odriozola.

“La quema” de Luján, caso paradigmático

Luján es una ciudad ubicada en la zona Oeste de la provincia de Buenos Aires. Es una ciudad turística que, año tras año, recibe a miles de fieles que peregrinan hacia allí. Sin embargo, a unos kilómetros de la terminal, en el predio de la ruta 192 camino a Open Door, se encuentra uno de los basurales a cielo abierto más grandes de la Provincia, “La Quema”, conocido con ese nombre porque es una zona donde se realizan quemas de residuos.

“La Quema” ha generado grandes perjuicios en la comunidad de Luján. Sergio Almada es uno de los vecinos que, desde ya mucho tiempo, encabeza la lucha por la limpieza del basural. Inició su compromiso con esta causa en el año 2007, cuando en el basural, ya constituido entonces, comenzaron a tirarse deshechos de tanques atmosféricos: “Hacían un perjuicio tremendo, sumado al humo, a las moscas”, narra Almada. Los vecinos lograron, en ese entonces, que se deje de contaminar con este tipo de desechos, pero continuaron la lucha para que se acaben las quemas: “Hemos llevado, muchas veces, vecinos a la puerta de la municipalidad a participar, pidiendo en el Concejo Deliberante que se tomen medidas, y mandando notas al municipio”, continúa Almada. Tras el desarrollo de estas acciones, los vecinos consiguieron que se decrete el estado de emergencia sanitaria en tres ocasiones consecutivas, sin embargo, ha sido solamente por un lapso de 180 días cada uno y, durante esos períodos, no se han resuelto ninguno de los problemas que acarrea el basural. Respecto a ello, Almada cuenta: “Prometieron poner cámaras, luminaria y seguridad, y eso, con la emergencia sanitaria y todo, nunca pasó”.

Como parte del reclamo vecinal, Almada ha realizado una denuncia penal al gobierno municipal lujanense, y a los funcionarios que lo acompañan, en la fiscalía de Mercedes. También se presentó una denuncia por el caso frente a la Comisión de la Corte Iberoamericana de Derechos Humanos. Sin embargo, ninguna medida ha sido realmente efectiva para terminar con las problemáticas del basural.

El concejal Nicolás Capelli, del municipio de Luján, ha elaborado y presentado un proyecto para el tratamiento del problema de la basura que, si bien fue aprobado, al día de hoy no termina de ponerse en marcha: “Desde que asumí como concejal, en el año 2015, declaramos la emergencia sanitaria en el predio de ‘La Quema´. Hoy, por impericia del gobierno ejecutivo municipal, sigue sin dar respuesta concreta y final a la situación de la contaminación en ´La Quema´”, sostiene Capelli.

Lo cierto es que, todavía, la mayoría de las propuestas para la gestión de la basura, no están siendo aplicadas y la comunidad de Luján convive con las consecuencias. Un correcto tratamiento de los residuos es necesario, tanto por el impacto ambiental que estos generan, como por el que producen en la salud, sobre todo, en las comunidades más pobres, que suelen ser las que se alojan en la proximidad de los basurales. Aquellas no se preocupan por las jurisdicciones y lo que necesitan es solución para tener un ambiente sano. Ni más ni menos.

Cuando la basura se hace museo

Cuando la basura se hace museo

Texto: Brenda Pedrolini (Universidad Nacional de Moreno) | Foto: Micaela Pérgola

¿Un museo de la basura? ¿Por qué no? Esa institución se propone contar y conocer la historia del ser humano tomando como punto de partida los residuos que este genera.  Discos de vinilo, máquinas de coser, televisores y cassettes, todos rescatados de la calle o de basurales, conforma el particular catálogo de la entidad, ubicada en Castelar Sur y que ANCCOM recorrió de punta a punta. 

La idea de formar ese particular espacio se originó desde la cooperativa NuevaMente, que es, al igual que el museo, un proyecto impulsado por la Asociación Civil Abuela Naturaleza. NuevaMente está integrada por un grupo de recolectores urbanos y emprendedores que trabajan en la clasificación de residuos. Día tras día, estos trabajadores se encontraban con objetos que consideraban que no podían ser simplemente desechados, ya sea por su valor económico, histórico, cultural o sentimental. Progresivamente, estos elementos se fueron almacenando y, hoy en día, componen  el acervo del museo.

Pero el Museo de la Basura, inaugurado en 2016 y reinaugurado en mayo pasado,  no se limita a conducir al visitante a un tiempo pasado. La propuesta va más allá. Se trata de repensar y replantear todo el concepto tradicional de “basura”. “Los residuos son lo que no le sirve a quien lo tira”, dice Mariano Canelo, uno de los guías y creador del espacio, y explica: “Uno puede tirar cartón y el otro a ese cartón lo convierte en plata”. Si se piensa de esta manera, la idea de “basura” se vuelve frágil, ya no existe como algo inútil, sino como un material, que puede ser revalorizado y aprovechado por quienes estén capacitados para hacerlo.

Siguiendo esta línea, la propuesta del Museo se expande y se convierte en un proyecto integral con la formación de un  “taller socio-productivo», que es un espacio de aprendizaje, donde se intenta transmitir, precisamente, esta perspectiva de revalorización de materiales. En el taller se enseñan distintas técnicas para el tratamiento de residuos y cómo crear productos de muy diversa índole a partir de la materia prima obtenida. “En el Museo contamos un poco la historia de la basura y cómo empezó a aparecer un exceso de material descartable. Al final del recorrido, mostramos el taller como una posible solución, o una de las tantas miles de posibilidades, de hacer algo respecto a esos residuos”, cuenta Martín Astorga, uno de los talleristas.

El predio donde está ubicado el Museo contiene, a la vez, otras instituciones vinculadas a la educación de jóvenes y adultos: una escuela primaria, una escuela secundaria, un centro de formación  profesional y un centro de educación física. Carina García, integrante del equipo directivo del Centro Educativo de Nivel Secundario (CENS N° 454), que funciona en el lugar, explica la sinergia entre todos los actores: “La escuela secundaria tiene una especialidad que es en salud, desde hace 20 años, construyendo una mirada que la vincula a lo ambiental. Hace muchos años empezamos con la separación de los residuos sólidos que generábamos institucionalmente, y en esa búsqueda nos  acercamos a Abuela Naturaleza”. Respecto al Museo agrega: “Me parece una mirada comprometida, que está sostenida por el trabajo de muchos años, y por problematizar cómo sensibilizar y promover la conciencia ambiental dentro del territorio”.

La reinauguración del Museo tuvo una recepción muy positiva por parte de quienes lo visitaron. Algunos ya tenían conocimiento de la existencia de este espacio, pero otros  llegaron de manera fortuita y quedaron gratamente sorprendidos. También participaron algunas agrupaciones relacionadas al medio ambiente, como Circo Reciclado, Espíritu Plástico y Ambiente Lúdico. 

Uno de los integrantes de la organización  ambientalista “Semillas al Viento”, de Isidro Casanova, Agustín Imbrogno, en plena visita al Museo,   comentó: “Estamos viendo todes cómo podemos revisar nuestro consumo, cómo salir de una cultura extractiva e ir a esa cultura de la transformación de lo que ya hay”. De eso se trata un poco el Museo de la Basura, de transformar hasta el pensamiento  y comprender cómo hacer algo útil a partir de los residuos.