“Me gustaría que lo lean Patricia Bullrich y los dinosaurios que no están entendiendo”

“Me gustaría que lo lean Patricia Bullrich y los dinosaurios que no están entendiendo”

Desde hace 20 años, Fernando Soriano es periodista gráfico. Actualmente  escribe en Infobae, hasta 2015 lo hizo en el diario Clarín. En paralelo, el reportero, oriundo de Avellaneda, defiende una causa de la que con orgullo e ironía se autodefine “periodista militante”: la legalización del cannabis, lo mismo que exigieron las 150,000 personas que el sábado pasado participaron de la Marcha Mundial de la Marihuana en su recorrido por el Centro porteño. En su libro Marihuana, la historia, Soriano combina el oficio, a través de una investigación rigurosa, con la causa. Desde los registros de los primeros cultivos de la planta en Asia, pasando por las oleadas prohibicionistas y llegando a los casos actuales de arrestos en Argentina por simple tenencia, Soriano muestra el valor del cannabis en la historia y sus diversos usos: comercial, medicinal, cultural. La obra, recientemente publicada por editorial Planeta, aporta al debate actual algo fundamental: información para argumentar.

¿Por qué decidiste contar esta historia?

Porque por ser una planta prohibida, y sacando las revistas THC y Haze, no hay mucho material formal. Faltaba un libro sobre el tema, como falta un gran documental. El segundo motivo es que en 2009 empecé a hacer notas en Clarín y comencé a ver casos de injusticia: pibes que caen presos por tener un porro, otros que son víctimas de la violencia institucional. Y me interesaba contar esas historias, para que el libro ayude a entender que la planta es una planta y que la prohibición es ridícula.

En el libro, esas microhistorias se mezclan con datos duros, ¿cómo le encontraste la vuelta al relato?

Me volví loco. Cambié varias veces la estructura narrativa hasta que un día me junté en un bar con Camilo Sánchez, periodista, poeta, y docente en TEA, y le dije: “No sé cómo estructurar esto”. Me dijo que siguiera trabajando, que se iba a acomodar solo, y así fue. Creí que esas historias personales tienen más fortaleza cuando se contrastan con las estadísticas que muestran lo absurdo de la prohibición. Por ejemplo, la historia de Miguel Ángel Durrels, que en 2013 aparece supuestamente suicidado en la celda de la Comisaría 1 de Pilar y que había caído por tener 70 gramos de porro paraguayo, una ridiculez. La ley de drogas (23.737) propició esa muerte.

Fernando Soriano

El reportero, oriundo de Avellaneda, defiende una causa de la que con orgullo e ironía se autodefine “periodista militante”.

¿Cómo articulaste la investigación de archivos con las entrevistas?

En la primera parte, hay un trabajo de historiador aunque no estoy ni cerca de serlo.  A veces tenía los relatos personales y después los articulaba con archivos, datos o hasta relatos paralelos. La segunda parte la laburé como lo hago con una crónica larga. Con digresiones, con diferentes temas que se van abriendo. Hay varias historias que han quedado afuera o que en principio daban para un capítulo entero y terminaron siendo dos párrafos dentro de un capítulo. La investigación duró dos años y dos meses, aunque a mí me parecieron dos décadas.

La lucha de las agrupaciones por la legalización está cruzada por el trabajo colectivo y el conocimiento compartido, ¿te nutriste de eso?

Sí. El laburo de las organizaciones es fundamental porque, como dice el subcomandante Marcos, “esto va de abajo hacia arriba”. Para mí, que nací en la dictadura y padecí el menemismo más horrendo en mi juventud, me dio una enorme satisfacción ver que, con esta ley, la democracia funcionó como nos enseñan en la escuela que tiene que funcionar: una idea que sale del pueblo y termina siendo aprobada por los que deciden gracias a que los ciudadanos los ayudamos a entender.

En el primer capítulo, contás el plan trunco de Manuel Belgrano de cultivar y comercializar cannabis en el siglo XIX. ¿Hay similitud con la negación actual en Argentina hacia la planta?

Es diferente porque en aquella época no se conocía su característica psicoactiva. Belgrano sufrió el desfinanciamiento de la Corona española por razones comerciales, no porque la planta estuviera demonizada. La cuestión cultural y el verso de la droga como flagelo, no existían. Sí hay similitud entre la negativa de la Corona hacia el proyecto económico de Belgrano y la actual de no ver la planta como integral, que puede ser usada para textiles, para medicina y para que dejen fumar a quien quiera hacerlo. ¿Por qué no se persigue al bebedor de whisky y sí al consumidor de cannabis si mata mucha más gente anualmente el alcohol que el porro?

¿Cuál es tu opinión sobre la ley que habilita su uso medicinal?

Es un avance importante. Tiene un grave problema: le falta el autocultivo. Pero es un punto de partida para seguir discutiendo con otro nivel de información, porque ayuda a naturalizarla. Es necesario hablar de la marihuana desde otro lado. ¿Por qué una planta se supone que destruye neuronas si ayuda a una nena a bajar sus convulsiones de 600 a cero por día? La ley ayuda a seguir dando esa discusión, porque nadie se va a detener acá, ni tampoco cuando se autorice el autocultivo. Hasta que no se legalice, los activistas van a seguir y yo, que en este caso hago periodismo militante, también.

Pero si no se autoriza el autocultivo, ¿de dónde sale el cannabis medicinal?

El gobierno habla de importar el aceite. Pero no se puede traer todo porque no hay uno solo para todas las enfermedades. Después está previsto investigar, cultivar y repartir en base a esas plantas que se cultiven. Pero para eso falta tiempo, además de que hay que crear organismos, entes de regulación… El gran problema es: ¿qué va a pasar en ese “período ventana” con la gente que necesita el cannabis medicinal? Nada, la gente va a seguir cultivando.

¿Qué se logra con la prohibición?

Un montón de cosas, todas negativas. La prohibición consigue que mueran chicos porque no tienen el cannabis para tratar sus enfermedades; que se muera gente en un calabozo o que los violen después de caer presos por tener 50 gramos de porro; que seguramente se enferme o muera gente por consumir el “paraguayo prensado” que no se sabe qué tiene. El otro día, en una charla en un centro cultural, el director de la revista Haze decía que el problema no es la ausencia del Estado en el tema, sino que está demasiado presente.

¿Cuál es el papel de los medios ante este panorama?

Son los más conservadores, a pesar de que la gente que los hace, en general, fuma. Están presos del peso de la opinión pública. No quieren ir contra el pensamiento ya formado de los lectores. Tendría que ser al revés. Y ese camino lo marcan dos hechos importantes. Una es la aparición de la revista THC, que logró que la gente se anime a leer del tema en el subte y no se esconda como si fuera una porno. Y por otro lado, la nota que me tocó hacer para Clarín en febrero de 2016 a Laura Alesi, la mamá de Josefina Vilumbrales, una nena con síndrome de West (epilepsia grave), cuyo título fue “La marihuana le permite vivir a mi hija”. Eso fue un golpe fuerte en la puerta de los despachos de los diputados y la ley tomó impulso. Eso marca que los medios podrían tener la cabeza más abierta y ayudar.  

Soriano en la calle posando para la cámara

«¿Por qué una planta se supone que destruye neuronas si ayuda a una nena a bajar sus convulsiones de 600 a cero por día? La ley ayuda a seguir dando esa discusión», problemtiza Soriano.

¿Ahí aparece la importancia de lo que llamás “el periodismo cannábico”?

El rol de THC es fundamental porque rompe el paradigma. De hecho, cuando ya poca gente compra revistas, la THC se sigue vendiendo mucho porque es el lugar donde la gente va a buscar la información que necesita. Si vos le prohibís el porro a alguien, lo van a ir a comprar a otro lado. Con la THC pasó eso: sí el tema estaba prohibido en los grandes medios, la THC aparece para ser un espacio de discusión y de ida y vuelta.

Un sector de Cambiemos apoyó la ley de uso medicinal pero el Ministerio de Seguridad persigue a los autocultivadores, ¿qué opinás sobre esto?

Son diferencias lógicas de cualquier gobierno. Aunque alguno la puede entender como un doble discurso. No dudo de la defensa de la marihuana que hizo Alejandro Rozitchner. También veo la desinformación y el prejuicio de Patricia Bullrich. Sirve a la democracia que al interior de un gobierno haya discusiones. El problema es que las decisiones de Patricia Bullrich joden a la gente. Que no exista el autocultivo favorece al narcotráfico. Sólo Bullrich, aunque no es la única, puede pensar que quien tiene cinco plantas en su balcón o en el patio es narcotraficante. Eso es estar alejado de la realidad. Y, además, porque el narcotráfico financia la caja negra de la policía. Si quiere terminar de verdad con el tema, tiene que mirar hacia adentro, hacia los que la rodean.

¿Quiénes más demonizan a la marihuana?

El gran enemigo es la desinformación y el prejuicio. Y en esa bolsa entran políticos, periodistas, médicos. También la Iglesia, que no entiendo con qué cara condena al consumidor de marihuana y no a los curas pedófilos. En 2012, cuando el gobierno kirchnerista casi saca la despenalización del consumo de marihuana, uno de los grandes frenos fue la Iglesia. Respeto muchísimo a los curas villeros que dan una gran batalla, pero ellos dicen que en las villas la marihuana ya está legalizada y que eso no es bueno. Y yo me pregunto qué pasa con los narcos en las villas. Una gran batalla contra ellos sería si se les enseñara a cultivar a esos pibes, para que no tengan que comprarle a los narcos.

¿Qué rol juega la comunidad médica?

Fundamental. Estamos criados en una sociedad donde la palabra del médico es más que la de cualquier otro referente social. Es necesario que se informen para entender el tema. Pasa algo similar en la justicia, donde hay jueces y fiscales que no saben nada. Hay una frase de John Berger que me encanta: “Dejé de creer en los médicos cuando ellos dejaron de creer en los hombres”. Tal vez es momento para que los médicos y las médicas crean más en el ser humano y, en este caso, en la planta.

¿Alcanza con la decisión de un gobierno para legalizar la marihuana?

No, hace falta es que la sociedad entienda mejor. En 2012, cuando casi se legaliza el consumo, varios diputados y diputadas me dijeron que la sociedad no estaba preparada. La decisión final la tiene el poder político, pero los ciudadanos se tienen que educar informándose. Que lean el libro. No hace falta que lo compren, que lo fotocopien si quieren, pero que lo lean y haya más información para discutir.

¿Qué aporta tu libro a la causa?

Información que fue ocultada durante mucho tiempo. Me gustaría que se pueda discutir sobre la planta a partir de “la data” que está ahí. Esto es como cuando hay problemas en una casa, en una pareja o en un laburo, lo peor es negarlo. Los temas se hablan y se naturalizan. A la planta le falta naturalizarse. Estoy feliz de que haya un libro, que esté arriba de una mesa o una biblioteca a disposición de cualquiera, para que se siga discutiendo con más argumentos. Me gustaría que lo lean Patricia Bullrich, Eduardo Feinmann y todos los dinosaurios que no están entendiendo.

 

Actualizada 09/05/2017

Cuando la marihuana es salud

Cuando la marihuana es salud

“Te pido por favor que me ayudes. Necesito que al menos me expliques de qué se trata. No sé qué es pero sé que a una mamá la ayudó”, le suplicó Mariana Quiroga al empleado de la tienda. La mujer recuerda que estaba como loca: su hija Lara ya tomaba veintiséis pastillas por día y no solo no mejoraba, sino que había empezado a orinarse encima.  “Que no esté legalizado no significa que yo no esté de acuerdo con que lo hagas”, le dijo el neurólogo. Enseguida abandonó el consultorio decidida a conseguir el aceite de cannabis, costara lo que costara.

El empleado de la tienda de cultivo se puso nervioso, primero dudó en ayudarla. Anotó su teléfono para pasárselo a su jefe. “No te prometo nada”, le dijo. Esa misma noche, el dueño del local la llamó. Dos días después, le estaba dando aceite a Lara.

“Si me hubiera dicho que la jeringa valía cinco mil pesos, lo habría pagado”, asegura Mariana, medio año después, en el living de su casa. Cuesta imaginarse a esa mujer que en enero golpeaba frenéticamente la puerta de un grow shop para aliviar los efectos de la epilepsia refractaria que su hija padece desde 2012.

¿Cuánto es? –le preguntó al cultivador cuando le entregó las jeringas.

Nada. Yo soy un mediador, lo que a vos te ayuda es la planta –le respondió él-. Pero mirá que esto lo podés hacer vos, ¿eh?

 “Que no esté legalizado no significa que yo no esté de acuerdo con que lo hagas”, le dijo el neurólogo.

“Que no esté legalizado no significa que yo no esté de acuerdo con que lo hagas”, le dijo el neurólogo.

A los seis días, la mamá de Lara notó que las crisis epilépticas habían disminuido en cantidad. Las tenía contadas: solo a la mañana, su hija convulsionaba cinco o seis veces, y ahora lo hacía una sola vez. El cuadro se volvió cada vez más alentador: pocos meses después Lara camina, come y duerme bien, va al baño, hace hidroterapia, va a la escuela especial, al psicólogo y a clases de teatro. Hoy solo toma nueve de las veintiséis pastillas que tomaba a principios de año, complementadas con tres dosis de aceite al día.

“Creo que la medicación hizo más estragos que la enfermedad”, afirma Mariana. De los veinticinco medicamentos que existen para su diagnóstico, había probado quince y ninguno le había hecho efecto. Mientras los médicos buscaban la solución, Lara perdía el cabello de a mechones, pasaba por estados de autismo, bajaba de peso y sus crisis no solo empeoraban sino que se multiplicaban. “Ah, debe ser el tal o cual medicamento que está tomando”, respondía el neurólogo cada vez que Mariana lo llamaba alarmada.

Lara pudo acceder a los distintos tratamientos gracias a una prepaga. La única guardia neurológica de 24 horas en la ciudad de Buenos Aires es el Instituto FLENI. Los hospitales públicos no tienen guardias de este tipo para asistir a pacientes en medio de una crisis epiléptica. Además del tratamiento farmacológico, la medicina ofrece otras alternativas: una cirugía que consiste en la extirpación de una parte del cerebro del paciente  y la dieta cetogénica, una dieta muy restrictiva “que les produce anorexia y desnutrición, cosa que no te dicen”, asegura la mamá de Lara.

“¿Qué vamos a hacer, lamentarnos por la patología de los chicos o qué?”, se preguntaron las mamás en ese entonces."

“¿Qué vamos a hacer, lamentarnos por la patología de los chicos o qué?”, se preguntaron las mamás en ese entonces.»

El cultivador siguió día a día el tratamiento de Lara. Un día le dijo a la mamá: “Yo quiero que vos aprendas a cultivar, porque si a mí me pasa algo, me allanan o me voy a vivir a Japón, vos te quedás sin remedio para tu hija”. Hoy Mariana tiene cinco plantas de marihuana de diferentes cepas en el balcón de su casa e incluso su vecina le ofrece cultivar en su patio. No solo mejoró la calidad de vida de su hija, sino también fundó –junto a otras trece mamás- la sede argentina de la ONG Mamá Cultiva, que promueve la visibilización y legalización del uso de cannabis para fines medicinales. Fue Paulina Bobadilla, presidenta de la sede chilena, quien puso en contacto al grupo de mamás vía whatsapp.

“¿Qué vamos a hacer, lamentarnos por la patología de los chicos o qué?”, se preguntaron las mamás en ese entonces. Enseguida tomaron una resolución: “Primero, informemos al resto de la gente y familias con niños con la misma enfermedad, o parecida, de que en el cannabis encontramos una solución”. Unos meses después, la ONG se extendió a Tierra del Fuego, Rosario y Mar del Plata. Asesoran a familiares y ofrecen talleres de autocultivo y cultivo colectivo. Reciben cien consultas por día de personas con todo tipo de enfermedades. La mayoría llega del interior del país.

“Para la acreditación de talleres, damos prioridad a padres con chicos con patologías severas que deriven en crisis convulsivas. Hay enfermedades de las que no tenemos idea, para las que también sirve el aceite de cannabis, pero no podemos agrupar a todos”, explica Mariana. “Cuando los padres se acercan, quieren conseguir el aceite y no cultivar, luego se van interiorizando. No se trata de una solución mágica: hay chicos que responden enseguida muy bien con una cepa de la planta o con dos, y chicos como Lara que necesitan que cultive más variedades para ella. Hay una cepa para cada nene, pero hay que cultivar, no queda otra. Hasta que los padres logran comprender eso, están los que dejan en el camino, y los que prueban otras cosas”.

“Un gramo de flores de marihuana en el mercado cuesta, como mínimo, 150 pesos y para hacer una jeringa podés llegar a necesitar 25 gramos”, comenta Pablo Dolly.

“Un gramo de flores de marihuana en el mercado cuesta, como mínimo, 150 pesos y para hacer una jeringa podés llegar a necesitar 25 gramos”, comenta Pablo Dolly.

No todo el mundo puede o quiere cultivar. Mariana estima que el 90 por ciento de los usuarios consume aceite producido por cultivadores que se dedican a eso. “Un gramo de flores de marihuana en el mercado cuesta, como mínimo, 150 pesos y para hacer una jeringa podés llegar a necesitar 25 gramos”, comenta Pablo Dolly, que cultiva para consumo personal desde hace quince años. En todo este tiempo, ha elaborado medicamentos a base de cannabis para variados tipos de padecimientos: desde paliativos para contrarrestar los efectos colaterales de la quimioterapia, hasta un relajante para mejorar los últimos meses de vida de un abuelo con esclerosis lateral amiotrófica.

“En realidad, al primer usuario de cannabis medicinal al que ayudé fue a mí mismo”, asegura Pablo. “A los tres años tuve mi primera crisis asmática. Cuando empecé a fumar –a los dieciséis -, descubrí que muy por el contrario de hacerme mal, me hacía bien. Mejoraba”. A los veinte visitó Holanda donde descubrió que era posible sentarse en un bar en el que te daban un menú con distintas flores para consumir libremente. “Eso me cambió la cabeza. De Holanda me traje mis primeras semillas y empecé a cultivar en el año 2000. Hace seis, pude dejar todas las medicaciones”, asegura.

Tanto Mariana como Pablo afirman que hay mucha demanda, y muy poca oferta de cannabis para uso medicinal, por eso una jeringa –que a una paciente como Lara le puede llegar a durar como máximo 25 días- puede llegar a valer más de tres mil pesos. “Pueden pasar muchas cosas en el medio –explica Pablo- . Te pueden dar una jeringa y atrás una semilla para que aprendas a plantar. También te pueden vender una jeringa y mantener el negocio.  Otros te pueden dar una jeringa que no tenga nada. En algún momento se tenía que dar esta conversación. Hay gente que no puede cultivar y eso se tiene que regular de alguna forma que no cueste tres mil pesos la jeringa”.

“Creo que la medicación hizo más estragos que la enfermedad”, afirma Mariana

“Creo que la medicación hizo más estragos que la enfermedad”, afirma Mariana

La legislación

Recién en abril de este año se comenzó a debatir el proyecto de modificación de la Ley de Estupefacientes en Argentina. De las cinco propuestas presentadas, tres exigen la autorización de cultivo de marihuana si persigue “fines terapéuticos o para la investigación de su posible eficacia como medicación terapéutica o para el control de síntoma o cuidados paliativos”. Ninguna permite la comercialización de los productos de cultivo personal, pero sí permite la guarda de semillas, producción de extractos y la facilitación de cannabis a título gratuito. Héctor Cachi Gutiérrez, de la UCR, afirma que el proyecto presentado por su partido no admite la posibilidad de que fabricar el medicamento en forma doméstica: “No vamos a autorizar algo que es delito”. Su propuesta se limita a promover la investigación de los efectos del uso medicinal del cannabis a nivel nacional.

“La discusión central es el autocultivo, que debería estar habilitado como el de cualquier remedio casero. Creo que los médicos no deben opinar por sí o por no en ese sentido. La cuestión médica es una excusa del capitalismo, para el cual el autocultivo es un gran problema. Es cierto que cualquier uso médico necesita determinados pasos, pero la ciencia nunca hizo nada. Si estamos investigando el cannabis medicinal no es porque los médicos dijeron ‘esto sirve’, quienes lo advirtieron fueron los usuarios”, explicó Emilio Ruchansky, autor de Un mundo con drogas.

Pablo Dolly también tiene sus objeciones con respecto a la intervención de los médicos: “Llevo más de quince años estudiando la planta y sus efectos en la salud. Sé que hay que variar la cepa que suministrás a pacientes con esclerosis múltiple, por ejemplo. Hace rato conocemos esta realidad. Una legalización del uso medicinal del cannabis que no contemple al usuario está destinada al fracaso de movida, porque va a estar cooptada por intereses ajenos a lo que es el sentido de la planta: en sí, la cura es gratuita y fácil para toda la humanidad”.

La mamá de Lara, que apenas lleva siete meses complementando el tratamiento de su hija con aceite, también aprendió por ensayo y error: “El único efecto adverso si un día se te va la mano con una dosis, es sueño y hambre”, señala. “Yo estoy segura de que este es el camino. Mucha gente nos pregunta: ¿qué aval tienen ustedes? Y les contestamos: ¡El testimonio de una mamá! ¿Por qué mentiríamos sobre la eficacia del tratamiento de nuestros hijos?”

En tanto se discute el proyecto en la Comisión de Salud del Congreso Nacional, la mayoría de los usuarios de cannabis medicinal sigue dependiendo del autocultivo y de los cultivadores. “Mientras ellos analizan las soluciones, yo ya tengo los esquejes. Nosotros no tenemos miedo. El único miedo de que me allanen es que Lara se quede sin medicamento”, afirma Mariana.

“En realidad, al primer usuario de cannabis medicinal al que ayudé fue a mí mismo”, asegura Pablo.

“En realidad, al primer usuario de cannabis medicinal al que ayudé fue a mí mismo”, asegura Pablo.

 

Actualizada 03/08/2016

Legalicenlá

Legalicenlá

“Hace seis años que vengo a la marcha de la marihuana”, cuenta Pedro (43 años) mientras pica unas flores en la palma de su mano. “Y ésta es la primera vez que traigo a mi hijo -agrega-. Al principio, a mi mujer no le gustaba nada, y ahora, cuando no estoy, ella me cuida las plantas, me las riega. El cambio tiene que empezar por casa”. Después relame el papelillo que separó a un costado y arrugó con cuidado; finalmente enrolla un porro que termina algo compactado. Es sábado a la tarde y el sol empieza a calentar los ánimos en una nueva edición de la marcha mundial que promueve la legalización del cultivo y el consumo de cannabis. “¿Si me paró la cana por fumar? Pfff, vos no tenés idea”, cuenta con el porro todavía en su mano. No espera más, lo lleva hasta su boca, acerca el fuego a las flores y, entre bocanadas de humo, sigue su historia: “Tuve que pasar la noche adentro más de una vez”.

“La despenalización de la tenencia de drogas y del autocultivo de cannabis beneficia a los usuarios que son condenados a la ilegalidad”, explica Sebastián Basalo, Director de la Revista THC, una publicación especializada en el tema. “Este sistema hace que se consuman sustancias podridas que se compran en el mercado negro, y los usuarios ponen en riesgo su vida por ir a comprar esta sustancia. Esa es la situación que tenemos hoy”. Por eso, quizás, éste sábado 7 de mayo, mientras la Plaza de Mayo vive una de sus convocatorias más masivas, lo mismo ocurre en otras ciudades del país, desde Resistencia hasta Ushuaia. “La gran deuda política sigue siendo la modificación de la actual ley de drogas que sigue vigente y que se lleva consigo a más de 10 mil usuarios de drogas criminalizados por año en nuestro país”, expresa Basalo.

La gente comienza a reunirse desde temprano. El aire se caldea rápidamente y los puestos de comida no dejan de vender. Rubén (59 años), que va con su carrito de hamburguesas a todas las marchas, asegura que “ésta es la mejor de todas porque los chicos tienen buena onda y no hay agresividad”. Mientras da vuelta una hamburguesa, sigue hablando: “Hoy traje patys, chori y bondiola, y ya vendí casi todo. Las ventas significan la gente que viene, que es cada vez más, y el gobierno éste, o el que vendrá, va a tener que tomar medidas urgentes”. Un poco más alejado, frente a la Casa Rosada, un cartel que dice “Mari Brownies, recetas de mamá” llama la atención de muchos chicos. “Despenalizar el autocultivo y regular las vías de acceso, sobre todo al cannabis medicinal, son urgencias que deben modificarse de la actual ley de drogas”, expresa Sebastián Basalo. “Si una persona tiene problemas por consumo de cualquier sustancia, lo único que hacemos mandándolo preso es estimular ese problema de consumo y alejarlo del sistema de salud. Por eso la despenalización implica no sólo el respeto por los derechos individuales de las personas, sino por los derechos humanos más fundamentales: la libertad, la salud, la seguridad personal”.

De a poco, la Plaza de Mayo se convierte en un verdadero festival. Tambores, timbales y trompetas musicalizan la escena. Es una tarde cálida de otoño, después de varios días de frío, y los chicos no dejan de sonreír al sol. La policía corta el acceso a la plaza desde las distintas diagonales, pero no se anima a ser parte de la fiesta. “Hasta ahora nos propusimos terminar con el narcotráfico disparando tiros a los que producen y metiendo presos a los que consumen, creyendo que así va a disminuir la demanda y el consumo”, dice Basalo. “Lejos de que ocurra esto, circulan cada vez más sustancias adulteradas, y ese dinero va a parar a los bolsillos de los narcotraficantes, a tipos que generan violencia social”. Muchos de los presentes saben y entienden eso. A varios les ha tocado vivir las prohibiciones de un Estado que ignora su situación y al que hoy piden la regulación total del cannabis. Piden que se termine la persecución a los consumidores. Piden que se respeten sus derechos individuales y que se garantice la seguridad social. “El control total por parte del Estado implicaría que el dinero que va a los narcotraficantes vaya, ahora, a las personas que se mueven por fuerza de trabajo y que el Estado pueda recaudar impuestos a partir de esas ventas y destinar ese dinero a programas de prevención y asistencia”.

 

En la carpa del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) se juntan firmas para un proyecto de ley integral: despenalización, regulación y legalización son las tres palabras destacadas. Federico Moreno, militante del MST, pide a todos que firmen con cuidado y sin prisa. Hay espacio para todos. “Es una cosa ilógica criminalizar el cultivo de una planta -dice Federico-, tanto como creer que la marcha no ayuda en nada. Muchos derechos democráticos se conquistaron con movilización. Los juicios a los militares, el matrimonio igualitario, la Ley de Identidad de Género. Este es uno de ellos”. Los jóvenes van formando una fila sinuosa. Mientras esperan, debaten acerca de los objetivos de la marcha y se preguntan si realmente da algún resultado. Para Joaquín Manso, militante del Frente para la Victoria (FPV), la marcha “termina estigmatizando más de lo que termina liberando porque no tiene una iniciativa política que termine materializando sus demandas”. Para él, la convocatoria debería darse más como una iniciativa política y mucho menos como un festival.

Pasadas las tres de la tarde, la multitud comienza la habitual movilización por Avenida de Mayo hacia la Plaza de los Dos Congresos. Este año, la marcha en la Ciudad de Buenos Aires va encabezada por niños con epilepsia refractaria que dependen del cannabis porque los fármacos no surten efecto en ellos. Sus familias los apoyan la legalización. Detrás de ellos se elevan grandes carteles que dicen “el dolor de nuestros hijos no espera”. “Esas familias son personas que no pueden esperar más y exigen al Estado la urgente despenalización del cannabis medicinal”, comenta el Director de THC. “Cada día que pasa, la salud de esos chicos necesita de la marihuana para tener una calidad de vida más digna, y exigen que el Estado se haga cargo de un tema que ignora hace tiempo a través de las prohibiciones”. La demanda, este año, se centra en la modificación de la actual Ley de Drogas. “En este petitorio, pedimos la derogación de la legislación -dice Federico-  “que incluye a la marihuana como una droga ilegal y eso impide su uso para fines medicinales o de investigación científica”.

 

La multitud avanza a paso lento y decidido. A diferencia de muchas otras movilizaciones, son los niños los que hoy guían a los adultos. Ellos abren el camino, recorren la avenida que tantos reclamos ha vivido y marcan su ritmo y dirección. Son niños,, pero hoy, también, son los principales sujetos políticos, los protagonistas de una historia que pide que se regularicen sus derechos, que se tengan en cuenta sus formas de vida, que se escuchen sus reclamos de voces infantes. “La actual realidad se hace insostenible, y si el gobierno no toma una decisión de forma urgente, la situación puede explotar”, advierte Basalo y concluye: “Hay que avanzar en la reforma de la actual ley de drogas, porque cuanto más tiempo se demore el gobierno, más vidas se van a cargar”.


Actualizada 11/05/2016

Mi hijo, su plantita y yo

Mi hijo, su plantita y yo

Cuando tenía trece años Santi quería una mascota exótica y le pidió a su mamá, Lucía, un Uromastyx. Ella se negaba porque demandaba mucha atención, pero él se comprometió a cuidarlo y, finalmente, ganó la batalla. Consiguió el reptil, una pecera para alojarlo y una potente lámpara que le daba el calor necesario para su supervivencia. A los 17, Santi cambió la zoología por la botánica, en vez de llevar a su casa un nuevo animal doméstico, apareció con una planta de cannabis.

“Yo suponía que Santi fumaba marihuana porque es adolescente, pero la primera vez que comprobé que lo hacía fue cuando la señora que limpia en casa, que lo quiere como si fuera su propio hijo, encontró un porro en su habitación y me lo trajo una mañana, muy preocupada. Me dijo: ‘Lucía, me parece que tus hijos fuman lo que se fuma en el tren’”. Lucía, de 38 años, tomó el teléfono y comenzó a contarles lo que había ocurrido a sus amigos, intercambiando opiniones y pidiendo consejos. Finalmente concluyó que sería mejor que Santi fumara flores cosechadas en su propia casa que marihuana procesada de dudosa calidad. En una cena familiar, fue la propia madre la que sacó el tema: “¿Y por qué no cosechás tus propias flores?”, preguntó sin anestesia. El chico casi se atraganta con la comida, no dijo nada y durante un tiempo no se habló del tema. Hasta que un día aparecieron las plantas en el balcón de su habitación. “Nunca me avisó que las trajo. El primer año estuvieron ahí,  pero este año descubrí una planta de marihuana en mi huerta, entre los tomates. Para colmo, creció hermosa, radiante y a mí se murieron todas. Es increíble, quizás se olvida de darle la comida al perro pero a la planta la tiene resplandeciente”. La queja de Lucía es más jocosa que real. Subraya que no le molesta que su hijo cultive en su propia casa e insiste en que más le preocupa que le compre marihuana a terceros.

Lucía muestra la planta en la terraza de su casa. Entre los restos de lo que alguna vez fueron plantas de tomate, asoma un tallo de cannabis pelado. Todo indica que fue recientemente cosechado. “La regla es que en casa no se puede fumar.  A veces se encierra en la habitación con sus amigos y fuma. Pero si entro yo y los descubro, les pido que lo apaguen. Hay que establecer algún límite”. Lucía no cree que la marihuana sea la puerta a otras drogas, ni tampoco que el mundo vaya a ser mejor si se legaliza el consumo, aunque no está de acuerdo con prohibirlo. “El alcohol –sentencia- es más nocivo”.

“Entre mis amigos ocurre como con todo: el 50 por ciento dice que está bien que lo deje cultivar en casa, y el otro 50 dice que me voy a arrepentir de haberlo permitido”, explica. Hasta ahora, ninguna visita mostró asombro cuando vio la planta en el patio de su casa y nunca sintió la necesidad de esconderla para evitar herir sensibilidades. “Pero si viniese toda la familia a cenar, tal vez tendría que taparla o disfrazarla de árbol de Navidad, porque algún pariente se puede disgustar. Yo pude fumar tabaco delante de mi mamá recién a los 18 años y fue difícil, porque en esa época estaba el prejuicio de que si eras mujer y fumabas, eras una promiscua”.

Mientras Lucía habla en la terraza en el mediodía de un sábado, aparece bostezando Santi, que ya cumplió 19 años. El dueño de la planta se sienta en la mesa a desayunar, permanece en silencio mientras acaricia a su perro, Tabaco. Su madre señala que no le parece bien ingerir tabaco, marihuana o Valium  con el único fin de buscar la felicidad. “Eso es lo que nos intentan vender siempre: que tenemos que ser felices todo el tiempo”, argumenta. Santi deja la tostada y la interrumpe: “Por la razón que sea, todo el mundo está buscando ser feliz, de una u otra forma, mamá. ¿Por qué estaría mal en el medio de eso fumar marihuana?”.

Sofía y Miguel  son amigos de Lucía. Como casi todos los entrevistados para esta nota pidieron cambiar sus identidades porque, aunque aceptaron que sus hijos planten cannabis en sus casas, creen que aún es una conducta sancionada socialmente. La pareja tienen dos hijos: Camila, de 17 años, y Agustín, de 13.  En su mesa familiar se puede hablar de todo, “incluso sobre política, aborto y drogas”, aclaran. Las cuestiones que implican decisiones familiares, como los permisos que se piden para volver tarde a casa o para quedarse a dormir en lo del novio se debaten en el ámbito privado de los padres y luego se las comunican a los hijos. Pero siempre, aseguran, hay un diálogo de por medio, una postura de “escucha” ante las problemáticas nuevas que traen los adolescentes. “Cada familia es un mundo -explica Sofía-. Para nosotros tener autoridad como padres no implica solo poner límites. Tampoco creemos que ser permisivos, o cambiar de opinión sobre un tema, nos quite autoridad. A veces nosotros mismos necesitamos tiempo para asimilar temas nuevos que nos traen nuestros hijos, pero el caso de sembrar marihuana no fue motivo de discusión, más o menos estábamos de acuerdo”.

En el patio de la casa de Sofía y Miguel hay muchas plantas. Todas gozan de buena salud. Pero allí no están las de cannabis. Esas están arriba, en la terracita que tiene la habitación de la hija mayor, porque ahí da mejor el sol. “Un día vino Cami con las semillas y me dijo: ‘Mamá, ¿me ayudás a plantarlas? También la ayudé a transplantarlas más adelante, y después le dije que se empezara a encargar ella. Yo le doy plata y que compre las macetas y lo que necesita. Al principio me resultaba un poco raro pero ahora ya me acostumbré, prefiero que consuma lo que ella misma cosecha. Si no, igual va a consumir afuera, y entiendo que hay gente que vende cosas de muy mala calidad. Nosotros sabemos que plante o no plante, va a fumar igual”.

Tanto Sofía como Miguel alguna vez consumieron marihuana. En el caso de ella, fumaba en su adolescencia en encuentros sociales, pero preferiría que su hija no fumara ni bebiera alcohol. Miguel tiene otra postura. Dice, entre risas: “Yo con tal de que haga la mitad de las cosas que hice a su edad, estoy hecho”.

En casa de Sofía y Miguel tampoco se puede fumar, aunque a veces la prohibición se levanta si se hace alguna reunión de adolescentes. Las reglas son negociables, aunque eventualmente se generan discusiones. “Ahora Cami está aprendiendo a manejar y le explicamos que no es lo mismo que papá fume tabaco y maneje, que tomarse un trago con vodka y un cigarrillo de marihuana, que no está bueno”, explica Sofía. También le subrayaron que no les parece bien fumar marihuana antes de ir a la escuela o al trabajo. “Creo que es una cuestión de confiar en ellos –explica la madre-, en los valores que les transmitimos durante todo este tiempo. Y la comunicación es muy importante”.

Sofía y Miguel coinciden en que no es posible establecer reglas que apliquen a todos los mundos familiares. Cuentan la historia de un amigo que fuma marihuana con su hijo y que, cuando aprueba una materia, lo espera con un porro armado en la casa como premio. Esa práctica a ellos no les resulta compatible, pero creen que quizás en esa configuración familiar en particular pueda funcionar. Las coincidencias de la pareja se terminan a la hora de definir el cannabis. Para Sofía se trata, lisa y llanamente, de una droga. Para Miguel, no. “Es un droga”, se planta ella y argumenta: “Altera el estado de la conciencia”. Mientras señala los pocillos de café, él retruca: “Bueno, si es por eso la cafeína también”.

A Marta, de 70 años, no le resultó tan sencillo como a Lucía, Sofía o Miguel. «La primera vez que supe que mi hija fumaba marihuana fue como un golpe acá», repite más de una vez mientras se señala la boca del estómago. Marta fue directora de un colegio primario y asociaba el consumo de drogas con el mal rendimiento escolar, la falta de aseo, la desprolijidad en la vida cotidiana. Su hija ya no vive con ella, pero sabe que cultiva cannabis en su nueva casa. Y eso la motivó a conocer más sobre el tema: “Yo busqué en la tablet y ahora sé que hay plantas macho y plantas hembra, que son las que sirven para el consumo por su concentración de THC”, explica.

Al principio, Marta se preocupó por el hábito de su hija, que ya cumplió 33 años. Se relajó cuando supo que solo fuma esporádicamente y no de manera compulsiva. Ahora hasta se ríe de sí misma cuando recuerda alguna anécdota causada por su propio desconocimiento: “Una vez fui al departamento de mi hija, vi sobre la mesa un frasco de vidrio lleno de flores que tenía una etiqueta que decía ´felicidad´y lo guardé en la alacena, con las especias.”  A pesar de las risas, Marta no acuerda con el consumo. Decididamente le parece mal. Comenta que más de una vez intentó hablar de drogas con su hija y que siempre terminaron discutiendo.

El caso de Laura, de 55 años, es bien diferente: cuando su hija Claudia se va de vacaciones le manda selfies que la muestran regando las plantas de cannabis, para que vea que se las cuida. También socializó las imágenes con su compañera de trabajo, que sospechaba que su hija cultivaba marihuana pero no desconocía qué aspecto tenía.

Laura –que hace poco compró dos llaveros con forma de cannabis, una para ella y otro para su Claudia-jamás fumó y cree que la marihuana “mata las neuronas”. Advirtió de que su hija plantaba cannabis en la terraza de su propia casa recién cuando aparecieron las primeras hojas. Las observó crecer durante un tiempo y un buen día le preguntó: «¿Eso que plantaste es marihuana?», la respuesta fue un sí, seguro, seco y cortante. Durante un tiempo, Laura vivió preocupada ante el temor de que algún vecino la denunciara. Pero las plantas cumplieron su ciclo completo sin que nadie se molestara.

La cuestión de la ilegalidad suele ser motivo de resquemores entre los padres. Micaela, 26 años, planta en la casa familiar desde 2013. Su madre, Susana, de 61, reconstruye aquel momento: “No hubo previo acuerdo ni consultas sobre el tema. En realidad, la presencia del cannabis en la casa fue impuesta por ella. No hubo reparos ni ninguna conversación seria alrededor del tema. Solo me inquietó un poco el hecho de que la planta puede verse porque está en el balcón de la casa. La prohibición del cultivo hogareño me parece drástica y no resuelve ningún problema. Mi posición es la de acompañamiento”.

Quizá la anécdota más graciosa la haya protagonizado Rodolfo, que ya pasó los 50 años.  Una noche, su hijo Tobías llegó a su casa y le dijo: “Papá, con esta planta nos vamos a llenar de plata”. Un buen día, el hombre la encontró destruida, víctima de los cogolleros, tal como se conoce a los que roban la cosecha de otros. “Me puse a guardar las hojas que quedaron en una bolsita, pero después me enteré que no servían para nada”, recordó riéndose de su propia ignorancia. Al final, casi le había tomado tanto cariño como su propio hijo. “Me la vendió tanto que hasta casi me pongo a fumar con él”, admite.