Oct 4, 2017 | Culturas, destacadas
La vida de un músico puede estar inundada de frustraciones. “Con la música te vas a morir de hambre”, “búscate un trabajo de verdad” o “tocando no le vas a dar de comer a tus hijos”, son algunas de las advertencias que suelen escuchar quienes definen su vocación por los acordes y los ritmos. Sin embargo, muchos deciden romper la barrera, archivar la opción del trabajo de oficina y llevar su arte bajo tierra. Las diferentes líneas del subte de la Ciudad de Buenos Aires son escenarios privilegiados de cantantes, guitarristas, percusionistas y multiinstrumentistas. En los andenes también tejen un entramado de solidaridades y acuerdos para definir lugares y tiempos de expresión y espectáculo.
Sebastián Misuraca, guitarrista y cantante de la estación Humberto Primo de la Línea H, asume con orgullo su decisión. “Empecé a venir después de dejar un trabajo”, arranca. Y destaca la organización entre colegas: “Nuestro código es sencillo, el que llega primero a la estación es el que toca. A veces tenés que esperar a que termine de tocar el otro”.

Sergio, violinista de la linea H, egresado del Conservatorio y uno de los primeros en organizar a los trabajadores músicos del subte.
Sergio Israel es violinista egresado del Conservatorio y uno de los primeros en organizar a los trabajadores músicos del subte. “Los códigos son cosas de palabra. Se organiza a través de levantarse temprano y ocupar el puesto. Te sometés a las reglas del juego, pero si tocás mal, la gente no lo compra”, explica.
Los usuarios que trajinan la rutina de un viaje al Centro en alguna de las cinco líneas de subte saben que debajo del suelo porteño hay melodías que suenan desde las primeras horas de la mañana. Así lo afirma Zhorelys Rojas, guitarrista y cantante venezolana de la estación 30 de Diciembre de la Línea H. “Ya desde las 4 de la mañana hay un músico. Por lo general, se toca durante cuatro o cinco horas”, señala. La artista, que interpreta su música hace ocho meses acompañada de una amiga coterránea, también da cuenta de las dificultades: “Se puede tocar en Once, Corrientes y Santa Fe, porque en las otras siempre hay problemas. Metrovías nos saca y lo preferimos evitar”.
Algunos mitos alarmantes circulan formando un muro de miedo para los que quieren iniciarse en el mismo terreno. La necesidad de contar con un permiso de Metrovías es uno de ellos. Efectivamente, la normativa existe, pero no constituye ningún freno para los que ya tocan cotidianamente. El también venezolano flaustista Chris, de la Línea A, combinación con la H, lo experimentó: “El año pasado hubieron temporadas que las personas de Metrovías llegaban y nos corrían de la estación con la excusa de que teníamos que tener un permiso que obviamente ellos no van a dar para tocar en un andén. Decían que las políticas de Metrovías no permitían que un músico esté tocando en el subte y entonces, para evitar problemas, esperábamos a que se fueran y empezábamos a tocar de nuevo”.

Zhorelys Rojas, guitarrista y cantante venezolana de la estación 30 de Diciembre de la Línea H.
La compañera de Zhorelys también da cuenta de las trabas para acceder al permiso. “Te dan un correo que siempre rebota pero, en realidad, los de Metrovías no te pueden sacar. La única que puede hacerlo es la Policía, pero no viene mucho por aquí”, asegura.
Otro de los mitos que emergen es el de la presencia de una especie de mafia subterránea que decide quién puede tocar y quién no a través de amenazas y patoterismo. Sin embargo, los únicos que parecen haber tenido una secuencia similiar son Tomas Chattah y Maxi Velazquez, guitarristas y cantantes de la estación Humberto Primo de la Línea H. “Hace mucho tiempo nos pasó que nos vinieron a apurar los vendedores en la Línea A porque no estábamos tocando después de las 18:00. Nos dijeron que si nos quedábamos nos iban a romper las cosas, y nos advertían que ya le había pasado a otra chica”. Sin embargo, subrayaron que se trató de un “hecho aislado”. Y agregaron: “Entre los músicos hay muy buena onda. La Línea H es la más característica de los músicos. Se sabe que acá estamos nosotros y está todo bien”.

Tomas Chattah y Maxi Velazquez, guitarristas y cantantes de la estación Humberto Primo de la Línea H.
Federico Lemos, guitarrista y cantante de los vagones de la Línea B, también afirma que los conflictos no son la moneda corriente: “Una sola vez recibí amenazas, pero generalmente esas cosas pasan con los vendedores. Entre los artistas hay buena onda”.
La decisión de tocar bajo tierra, con el rumor de las formaciones que llegan y se van como acompañamiento obligado, es para muchos una decisión política. Para otros, la última opción para no renunciar a mostrar su arte. “Decidimos tocar en el subte porque la movida de la música es un poco difícil si uno quiere trabajar como contratado en los bares. Aquí los músicos están acostumbrados a trabajar a la gorra y entonces no nos toman mucho en serio”, razona Zhorelys. Y completa: “Hay sitios donde te cobran por tocar y a nosotros, los venezolanos, nos parece una locura”.
A su turno, Chris comparte su trayectoria y un diagnóstico más optimista: “Yo siempre he trabajado con la música y es lo que me gusta. Mientras uno pueda trabajar bien, le va bien”.
Tomás y Maxi también hablan de una opción de último recurso pero reconvertida: “Vinimos a tocar al subte porque no tenemos trabajo y está muy difícil, pero también porque es una manera de difundir lo que hacemos porque hoy en día han cerrado muchos centros culturales y quedan pocos espacios donde uno pueda desarrollarse”.

Federico Lemos, guitarrista y cantante de los vagones de la Línea B: “Una sola vez recibí amenazas, pero generalmente esas cosas pasan con los vendedores. Entre los artistas hay buena onda”.
En sintonía, Hugo Zeler, cantante de los pasillos de la Línea H, combinación con la B, prefiere hablar de un diálogo con los oyentes casuales. “Yo, en realidad, vengo a evangelizar y decidí tocar en el subte porque en vez de estar en casa solo, canto para la gente. En la radio capaz que cambian el dial, pero acá lo tienen que escuchar. Es una manera de llevar las canciones a las personas”.
Por su parte, Sergio Israel sintetiza: “en el hotel Alvear me pagan dos mil pesos por tocar una obra que acá la toco gratis, pero uno no tiene el Hotel Alvear todos los días”. Su historia y la de muchos que eligen pasar buena parte de su día dando conciertos en los pasillos y estaciones del subte revelan que, aunque el barco se hunda, los músicos seguirán tocando hasta el final.
Actualizado 04/10/2017
Sep 20, 2017 | Culturas
Lo que hace años comenzó como un movimiento contracultural, hoy es parte de la vida cotidiana de miles de personas que deciden llevar en su piel un tatuaje no sólo como portador de una significación personal, sino también, como mera decoración o como un producto artístico.
“Hay gente que se tatúa porque lo toma como una moda, otras porque lo ven como un arte, otras porque tienen un motivo o una situación clave en sus vidas que quieren dejar marcada en su piel para siempre,” asegura Camila Médica, usuaria frecuente de las casas de tatuajes, con ya nueve estampas en su piel.
El tatuaje es un arte que da la posibilidad de plasmar lo que uno desea o elija de una forma permanente e infinita. Y, a su vez, da la gran responsabilidad de elegir a quién asignarle la tarea de marcar la piel. “Con esa persona -dice Camila- establecés un vínculo por depositarle tu confianza. Y viceversa, porque te contiene si tenés miedo a las agujas por primera vez o si algo más pasa, y finalmente por las horas de charla que compartís junto a esa persona cada vez que vas a tatuarte”.
Las palabras de Camila expresan de forma sencilla lo que hoy, poco a poco, se ha convertido el tatuaje. Lo que comenzó como una costumbre carcelario, siguió como movimiento relegado, como una práctica socialmente poco aceptada, hoy ha logrado irrumpir en lo más hondo de la sociedad, instalándose y ganando aceptación día tras día.

“Saber dibujar es de una enorme ayuda para el oficio», opina Román Páez.
El oficio del tatuador, muchas veces poco considerado y muchas otras olvidado, implica un perfil compuesto por numerosas variables, que rondan desde lo artístico, hasta la ética y la salud. “Hacer un tatuaje -explica Fada Venus, tatuadora con una trayectoria de más de veinte años y encargada del curso de tatuajes de la Universidad Nacional de las Artes (UNA)- es una responsabilidad muy grande, no solo a nivel del profesional, sino a nivel personal: hay que poner máximo cuidado en las cuestiones sanitarias, así como también lograr que el cliente pueda salir completamente satisfecho con algo que le va a quedar por el resto de su vida.”
El tatuaje hoy es visto como un objeto de decoración en el cuerpo humano. “Ahora – señala el tatuador Mathias Lugani- en la sociedad está aceptado y establecido como una tendencia. Pero el tatuaje era una contracultura, un tabú. Falta mucha educación del público general que lo ve como un referente de estatus y no como un compromiso para toda su vida”.
Fada Venus recuerda que en sus orígenes ser tatuador no era un oficio que tuviese amplia aceptación. Dice, además, que ser mujer le agregaba otro componente, que se le dificultó la entrada a un mundo que parecía de hombres: “Hoy es mucho más fácil porque está más aceptado, hay mucha gente con tatuajes”.
Los hábitos y costumbres de las nuevas generaciones lograron que, lo que antes era una práctica relegada, hoy se convierta en un oficio como cualquier otro. En este sentido, aprender a tatuar significa aprender de tipos de máquinas, agujas, tintas y normas de seguridad. Para tener un estudio de tatuaje propio se necesita constante ejercicio, compra de equipamiento, capacitación sobre normas sanitarias a través de cursos y habilitaciones oficiales. Lo que implica un alto presupuesto desde el inicio, muchos principiantes lo solucionan con sus propios medios. Yol García, tatuador amateur, hace referencia a las “máquinas tumberas”, realizadas con motores de radio y lapiceras; Jony Díaz, otro tatuador amateur, también recuerda sus inicios con respecto al equipo: “Mi primera máquina la hice yo, es lo que sería hoy día una máquina rotativa: la fabriqué con un motor de un grabador viejo y una lapicera”.

Los últimos tiempos han presenciado el nacimiento de estudios de tatuajes que solo trabajan con diseños personalizados y originales.
En la práctica del tatuaje resulta claro el peso que tiene la faceta artística. Una obra en la piel puede ser considerada tanto un mero “sticker” o decoración, pero también como una obra de arte. El tatuador Román Páez opina que “saber dibujar es de una enorme ayuda para el oficio, te permite realizar diseños personalizados, conocimientos de texturas, luces y sombras, proporciones que te van a ayudar en muchas circunstancias del tattoo”.
El debate entre el tatuaje como portador de significación y el tatuaje como mera decoración tiene dos polos: Elizabeth Noelia opina que “el tatuaje tiene que significar algo, por eso lo hacés; aunque sea por gusto, pero tiene que ser un gusto que no es temporal. Tiene que marcar algo en tu vida, porque lo vas a tener siempre”. Y quienes, como Cristian Paternoster, sostienen: “No creo que el tatuaje deba sí o sí contener un significado. Si bien uno le da un significado al tatuaje, no tiene por qué ser el motivo de realizarlo. Quizás simplemente uno se tatúa porque quiere adornarse, le parece lindo y no tiene un significado más allá de ‘me gusta’”.
Los últimos tiempos han presenciado el nacimiento de estudios de tatuajes que solo trabajan con diseños personalizados y originales, como son el caso de Hunch Tattoo, Five Cats Tattoo e Iris Tattoo, siendo casas que tienen una fuerte ligazón con el diseño y el arte. A nivel objetivos e importancia de los estudios, Guillermo Ryan, fundador de Hunch Tattoo, en diálogo con ANCCOM, comentó: “Creo que hoy los artistas que realizamos tatuajes estamos más formados a nivel artístico, y por esa simple razón es que alguien capacitado en diseñar y dibujar puede ofrecer una opción más individual para cada cliente, logrando así que se puedan llevar en la piel algo único e irrepetible”.
Aunque el objetivo pueda ser tatuar sus propios diseños, es cierto que las tendencias tienen una gran influencia en el público, quienes suelen pedir los diseños “de moda”. Al respecto, Fada Venus asegura que son miles de infinitos, palomas y anclas los que permiten que el tatuador se arme de un estudio capaz de sustentar luego sus propios diseños. Na Pitta, quien tatúa junto a su marido, acuerda agregando que “a veces la gente no sale de lo convencional o de lo que «está a la moda». Hay que orientar al cliente, siempre respetando lo que quiere.”

«Actualmente el tattoo en la sociedad es más aceptado, y es valorado como un arte», dice hector Lupe.
Gustavo, tatuador en Morgan Tattoo hace 25 años, aclara al respecto que “quizá la masificación le quita al tatuaje aquello de obra de arte”. Desde Ogam Tattoo, en cambio, aclaran que, si bien la masividad ha desplazado en ciertos aspectos lo “artístico” del tatuaje, sigue siéndolo. “Depende de la persona -agregan-, además de que es claro que los diseños evolucionan junto con las épocas”.
“El rol del tatuador ha cambiado —asegura Guillermo Ryan— ya que hay muchos artistas que vienen de otras disciplinas como Bellas Artes, Diseño Gráfico, entre otras. Tomaron la opción de probar con el tattoo como un lienzo más. De esa manera, los protagonistas de los estudios han cambiado a lo que se veía hace 15 años.”
“Nuestro objetivo es poder expresar de la mejor manera posible nuestro papel artístico, me refiero a poder lograr la satisfacción de dejar a nuestros clientes contentos con un tatuaje con identidad y firma única —indica, hablando del objetivo de Hunch—. No buscamos diferenciarnos, ya nos consideramos diferentes, y no es por ego, creo que todos los estudios tienen algo diferente que ofrecer. Por nuestra parte, realizamos tatuajes de «Autor», somos ante todo ilustradores, diseñadores, dibujantes, que hemos tomado a la piel como nueva forma de expresión”.
El tatuador Héctor Lupe Ramírez agrega: “Actualmente el tattoo en la sociedad es más aceptado, y es valorado como un arte. Esto ayudó mucho a que podamos seguir creciendo y aprendiendo como artistas”.
Cada vez más, el tatuaje gana la aprobación social y logra asentarse como una práctica establecida y reconocida. Así, la visión sobre la falta de estética, el miedo al tatuaje en la adultez y los prejuicios quedan en el pasado, reemplazada hoy por una generación que va a estar marcada artísticamente de por vida.
Actualizado 20/09/2017
Sep 13, 2017 | Entrevistas
Martín Churba, el diseñador argentino reconocido en el mundo como un artista innovador en lo textil, parecía no querer alejarse ni perderse detalle de lo que las tejedoras de Red Puna estaban contando a alumnas de la Facultad de Diseño y Urbanismo de la UBA, en el marco de la Tercera Bienal Nacional de Diseño, que se desarrolló del 16 al 19 de agosto, en el Pabellón III de Ciudad Universitaria. Mientras ellas echaban las semillas de achihuete junto con las cenizas, y les explicaban a las alumnas cómo hacer un tinte natural, Churba hacía preguntas como cuánto tiempo había que dejar el tinte con la lana, y remarcaba las respuestas de las tejedoras para que las alumnas fueran siguiendo el proceso. El diseñador trabaja con ellas y otros campesinos y artesanas de comunidades aborígenes de Jujuy desde 2005, cuando fue contactado para dar herramientas y agregar valor a los tejidos y artesanías que hacía la comunidad. Para ese entonces, ya hacía tres años que había empezado de manera independiente con su marca Tramando, en la que empleó a trabajadores que habían quedado desocupados en la crisis de 2001. Con esta marca empezó a exportar a Japón y, en 2014, abrió un local en Dubai.
Si bien sus estudios formales fueron las artes escénicas y el diseño gráfico, finalmente resultó un pionero de la moda: armó el primer estudio de diseño textil de la Argentina junto a Florencia Vitón (con quien trabaja en Red Puna) y Carla Bonifacio. Su inserción internacional fue en los años 90 junto a Jessica Trosman, con el emprendimiento TrosmanChurba, considerado una revolución de la moda, y que les daba empleo a personas con capacidades diferentes. Su compromiso con integrar a trabajadores al proceso productivo también se ve reflejado en la Fundación Pro-Tejer, organización sin fines de lucro que busca potenciar la industria nacional, reuniendo a los sectores de la cadena de valor de la industria textil e indumentaria. Desde su lugar de diseñador, Churba busca integrar, componer, combinar, no sólo telas, sino personas. En diálogo con ANCCOM compartió la experiencia de trabajar intercambiando experiencias con los trabajadores de Red Puna.
Generalmente el trabajo de un diseñador de indumentaria se asocia más al estilo urbano, o a la revista de moda. ¿Cómo es la experiencia de brindar herramientas para trabajadores de la Red Puna que tienen sus propios diseños?
Lo que vehiculiza esa posibilidad es el gran desafío que tienen las comunidades de incorporarse al sistema, sin perder identidad. Es un ejercicio comunicacional, un diálogo permanente. El camino era constantemente preguntarnos «¿Qué es para vos diseño? ¿Qué es para mí diseño? ¿Qué es entonces, para nosotros, diseño?», tiene que ver un poco con tomarse ese trabajo de decodificar lo que cada uno de nosotros quería expresar. Integrar su trabajo y su cultura es un desafío de ellos también, porque tienen que lograr que todos nos tomemos el trabajo de hacer esa homologación de lenguaje. Cuando vos querés ir a su cultura también tenés que integrarte. Tenés que lograr que alguien te quiera enseñar sus modos de hacer y su cultura. A ellos les pasa lo mismo. Ellos tienen que lograr puentes que homologuen ese sistema de comunicación que hay que crear.
¿Y para vos qué es el diseño?
Para mí es un proceso en el cual se eligen distintas opciones y se define un sistema de elementos. Diseñar tiene que ver con el proceso anterior a administrar esos elementos. Es como pensar antes de lo proyectual. Pensar el contexto, pensar la disposición de las cosas y de las personas. Luego viene el proceso de creación. Ese es el proceso de selección de elementos. Y luego, la narrativa final, que es eso que vos creas, y que tiene un vínculo con ese contexto que trazaste al principio.

«Cuando vos querés ir a su cultura también tenés que integrarte. Tenés que lograr que alguien te quiera enseñar sus modos de hacer y su cultura», dijo Martín Churba.
Como diseñador, integrás mucho tu trabajo con procesos que están en la trama histórica del país. ¿Cómo relacionaste el diseño con lo social?
Quizás eso tiene un poco que ver con ser uno de los primeros en la actividad, entonces le vas dando forma un poco a la disciplina. Trato de darle cierta entidad a los hechos y a las cosas a través del uso de la metáfora. Creo en que esa posibilidad hace cambios en toda la realidad.
Muchas veces, hacés referencia a tus primeros años de diseño, en los que algunos te miraban extrañados porque no estaba desarrollada la actividad en Argentina. ¿En algún momento pensaste que el oficio no iba a instalarse en el país?
Es algo que pienso todos los días. Aunque el diseño en sí, ya es una realidad. Está la Facultad y está totalmente incorporado. El diseño sí se instaló cómodamente. Tal vez la creatividad es lo que sigue peleando con la realidad. Pelea con los mercados, con la imaginación de la gente, con la libertad. La creatividad como hecho de libertad es algo en lo que siento que siempre volvemos a cero. Es una lucha constante.
¿Qué es lo que impide para vos esa creatividad?
La racionalidad, el capital, y a veces la misma academia. La creatividad la impiden todas las ideas que tienen estructuras rígidas y que no se parecen a nosotros, los seres humanos, que somos blandos, cambiantes, sensibles e inteligentes.
¿Cómo encontraste el equilibrio para aportar tus métodos de diseñador a los tejedores de la Red Puna, que a su vez tienen sus propios métodos?
Era un punto que lo discutíamos todos los días, cómo no invadir. Pero al mismo tiempo, si hay un problema que no encuentra solución, por qué vas a privar a alguien de que cambie el resultado de lo que hace, si encima no les satisface. Ellos viven en lo contemporáneo, no viven en el pasado, quieren renovarse. Nunca decimos lo que tienen que corregir y cómo. Ellos saben qué quieren corregir y te dicen lo que no les sale. Cuando ellos me conocieron me dijeron que querían mejorar su calidad y el valor percibido de sus productos para la venta.
¿Qué pensás que fue lo que más cambió en el intercambio que tuvieron con ustedes?
Las siluetas, los moldes de hule. Sirve mucho de patrón para los tejedores que quieren vender, que son la mayoría. Fue un proyecto que inventamos pensando que teníamos que armar cierta armonía de forma. Tampoco sabíamos si lo iban a incorporar porque las tejedoras decían que no medían, sino que contaban puntos. Lo que pasa es que tenían que esperar hasta el final para ver si estaba bien hecho. Era un desafío ver si habían tensado menos o por demás. Pasaron tres o cuatro años hasta que lo quisieron incorporar. Las siluetas sirvieron como un orden. Contrariamente a lo que decía antes sobre los órdenes y las estructuras, al mismo tiempo, los sistemas son geniales para brindar recursos.
¿Cómo te relacionás como persona y como diseñador con esta experiencia ?
Siempre me sentí una persona ajena a este saber cultural. Me relaciono desde el respeto. Todo este saber, como por ejemplo el teñido con tintes naturales, es algo que les pertenece, y que ellos comparten con algunos de nosotros en situaciones en las cuales se puede dar una justicia en el vínculo. La mayoría de las veces esto no es lo que sucede. En general los vínculos entre las comunidades y la gente que vive en las ciudades son asimétricas. Sentirme a la par, a pesar de tener esta diferencia cultural tan importante, fue el gran desafío. No pensar que somos lo mismo, porque cada uno tiene su cultura, que lo configura con su identidad, pero tampoco pensar que hay uno más que otro, o uno que pueda sobre el otro, sino que sea un vínculo de paridad. Desde ahí, cualquier aprendizaje es un proceso a descubrir.

«No pensar que somos lo mismo, porque cada uno tiene su cultura, que lo configura con su identidad, pero tampoco pensar que hay uno más que otro, o uno que pueda sobre el otro, sino que sea un vínculo de paridad», dijo Martín Churba.
Actualizada 12/09/2017
Sep 7, 2017 | Culturas
Amadrinada por la dibujante argentina Maitena, se presentó en La Rural la cuarta edición de Comicópolis, el festival internacional de la historieta, que incluyeron invitados como -Yoichi Takahashi, creador del famoso animé Captain Tsubasa, más conocido como Súper Campeones-, muestras de Quino y un festejo por los cuarenta años de la saga Star Wars, además de concursos y un sinfín de actividades para todos los públicos.
Iniciada el viernes pasado, Comicópolis probó suerte en La Rural, cambiando de sede, luego de haberse presentado regularmente en Tencópolis. Y si antes era una actividad de entrada era gratuita auspiciada por el Estado, ahora pasó a ser un emprendimiento privado y arancelado. En esta ocasión, Maitena fue la madrina, y se la galardonó con una muestra de sus obras: Maitena Escencial. También, entre los renombrados títulos argentinos, se montó un stand especial por los sesenta años de El Eternauta, la famosa historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, de finales de los cincuentas, obra emblemática de las sagas del comic argentino de aventura y reconocida en todo el mundo.
Dante Cardozo, de Quattro Design, stand especializado en posters, expresó a ANCCOM la ventaja del festival: “Me parece acertado que haya un evento grande del género, que contrasta con, por ejemplo, ComicCon, otro evento de renombre, más enfocado en las series y películas”.

Comicópolis no solo un encuentro entre los “grandes” y los fanáticos, sino un encuentro de iguales a iguales, unidos por una misma pasión: los comics.
Pero lo que más resaltó en la cuarta edición fue el sin fin de trabajo autodidacta, del fan para el fan, de historias de pasión y trabajo propio, haciendo de Comicópolis no solo un encuentro entre los “grandes” y los fanáticos, sino un encuentro de iguales a iguales, unidos por una misma pasión: los comics, las historietas y, por qué no, el universo de los dibujos animados.
“Hay muchos que se hicieron conocidos por Facebook,” indica Martín López, miembro del equipo organizador, mientras recorre un las mesas apiñadas que presentan productos de diversos dibujantes conocidos en el mundo virtual, como es el caso de Brunancio y Szoka. “Eso te permiten las redes: dar a conocer tu trabajo, y si pega en el público, pega”. Es cierto que, en una disciplina con tanto énfasis en lo visual como lo es el comic, las redes sociales hoy se han transformado en una herramienta fundamental para visibilizar y dar a conocer no solo el fan art, o arte de los fanáticos, sino también las producciones propias.
Claudio Aboy, ilustrador de fama internacional y cuyo trabajo con Lucasfilm lo han logrado establecer como un referente, expresa que “realmente, aunque yo no lo creyera, hay mucha gente en torno a las licencias (DC, Marvel, Lucasfim, etcétera) que están hoy mirando permanentemente los trabajos de los dibujantes. Miran dibujantes de todo el mundo, y si el estilo engancha en lo que es la forma general de la saga, siempre hay posibilidades de que surja algo”. Su trabajo es la cristalización de esa afirmación, ya que, como explicó a ANCCOM, fue contactado por Lucasfilm por sus trabajos al óleo e invitado a participar con una de sus obras. “Yo pensé que era una broma, al principio no le di bolilla”. Gracias a un insistente contacto por parte de la productora, hoy trabaja de forma fija para Lucasfilm, realizando óleos a pedido, además de trabajar para DC, entre otros.

«(El cosplay) es la materialización de la pasión de un fanático por un personaje», dijo Yami S.
Si bien las editoriales, casas de ropa y de artículos de merchandising estaban presentes, en esta edición tampoco faltaron los stands atendidos y producidos por los propios dibujantes. “Para un artista, es una gran oportunidad —opinó Gastón Mengo, dibujante y frecuentador del evento—. La calidad de producciones es muy buena en general”.
En esta perspectiva se alinea el trabajo de los cosplayers, artistas de las telas y especialistas en dar vida a los personajes a través de la producción de trajes completos, que incluyen detalles como armas, peinados y demás. Yami S. Cosplay, participante del concurso de cosplay de Comicópolis, cuyo primer premio fue un viaje a Japón en Haloween, explica que su disciplina “es la materialización de la pasión de un fanático por un personaje. Siempre que le preguntes a alguien por qué hace cosplay de tal o cual personaje te va a decir que ese personaje le gusta, lo inspira, lo alegra, lo complementa, etcétera,” explica y agrega: “Creo que es la muestra más pura de fanatismo, cuando ya comprar posters, cómics y figuras no alcanza, y tenés ganas de personificar a ese carácter que te genera algo. Y la gente de afuera también lo siente así, porque cuando te piden una foto es porque ese personaje también genera algo en el otro, y ahí está la magia de todo esto”.
Las imágenes exhibidas en el salón principal, donde se desarrolló el Mundo Cosplay, muestran el increíble trabajo autodidacta de maestros de la costura que replican a sus personajes favoritos, como el caso de Paula Vázquez y su réplica del traje de Amidala de la saga de Star Wars. Además, el evento en sí brindó especial cuidado a quienes decidieron homenajear a sus personajes favoritos, como explica Flor B, quien no participó del concurso, pero fue invitada a subir al escenario. Según su experiencia, fue muy positivo “el sector de cosplay help con máquinas de coser y demás cosas por si llegábamos a tener algún percance, sumado a amplios cambiadores exclusivos para cosplayers. Además, lo que se destacaba eran las escenografías exclusivas para sacarse fotos”.
La perspectiva a futuro, en general, es buena, como aseguraron en el stand de Quattro Design: “Están haciendo las cosas bien, y que tienen un muy buen margen para seguir creciendo y cobrar más importancia”. El resto de la feria fue una oda a la producción en papel y un festejo a los artistas: entre concursos de dibujo, un espacio dedicado a Ni Una Menos, visitantes entusiasmados que vestían túnicas de Jedi sin importarles la opinión de quienes los mirasen, merchandising hecho a mano y diseños de autor, Comicópolis fue un festín para el fanático.
Como expresó Aboy, “todo lo que se hace con ganas y que tiene cierta cuota de calidad, funciona”. Comicópolis fue la expresión máxima de que sí, efectivamente, funciona.
Actualizada 06/09/2017
Ago 23, 2017 | Culturas
Blas Jaime esperaba tranquilo el comienzo de la avante premier del documental del que es protagonista. Estaba parado con su bastón en la sala de entrada de la Casa de Entre Ríos, en la Ciudad de Buenos Aires. Entre quienes van llegando, María Teresa Barbat, investigadora uruguaya, ni bien lo ve abre sus ojos con sorpresa, una gran sonrisa se despliega sobre su cara y se apura a darle un fuerte abrazo.
“¿Usted da clases de Chaná? -le pregunta a Blas, entusiasmada-. Queremos aprender; tenemos papeles con la lengua escrita pero no sabemos pronunciarla”. Blas Jaime es un entrerriano de 71 años, jubilado de Vialidad, reconocido por la UNESCO como el último hablante de la lengua chaná, una de las cuatro que hablaban los charrúas. El saber que su mamá le había transmitido lo atesoró durante años sin decirle a nadie, ya que le habían enseñado que no era conveniente hablar de su ascendencia, además de que tampoco le interesaba a demasiadas personas por aquel entonces. Blas lo contó recién en el censo de 2005, lo que luego desencadenó la investigación del lingüista José Pedro Viegas Barrios del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Su confesión validó la lengua, que se pensaba que había desaparecido 200 años antes. Esta noticia despertó el interés de la directora de cine Marina Zeising, quien decidió que podía aportar a la conservación del valor cultural de la lengua desde su lugar de cineasta y comenzó a trabajar para concretar su proyecto. De esta manera nace Lantéc Chaná (Lengua chaná), el documental que abarca diferentes aristas de esta historia: la conservación del lenguaje, la cultura, su situación actual, y el territorio. Este documental sobre Blas Jaime y la cultura chaná estará disponible a partir de mañana en el Cine Municipal Select de La Plata para todo el público. Además, se prevé su estreno en Italia, Cuba y Uruguay.
En la avante premiere, luego de presentar el documental, Zeising quiso que Blas dijera algunas palabras. Blas miró dulcemente a los invitados y dijo sonriendo levemente con voz tranquila: «Socorro». Al terminar las risas, Blas continuó: «Me gustó más hoy que cuando lo vi por primera vez. Estoy feliz por esto tan impensado, y una de las cosas que más me emociona es que estén aquí, conmigo, mis hermanas chaná». Una de ellas, Mariana Miletti, dijo a ANCCOM: «Blas nos llama hermanas porque somos descendientes también. Enterarnos que había otro chaná y que era hablante fue emocionante, porque fue una manera de conectarnos con el pasado, ya que en nuestra familia no llegó a transmitirse, y no era algo de lo que se hablara», confesó Tové, nombre que le dio Blas a Mariana, en lengua chaná. «El nombre que me puso significa bonita», dijo sonriente.
Era normal que no se hablara del origen en las familias descendientes de chanás. La historia que pasaron en los momentos más duros hizo que quienes se adaptaron tuvieran que ocultar su historia, sus costumbres, su conexión con los pueblos originarios. Blas explicó a ANCCOM que cuando los españoles escuchaban hablar con su lengua nativa a niñas o niños, les cortaban la lengua o les pinchaban los ojos para que no la siguieran difundiendo. Por esto mismo, la directora se conectó tanto con este trabajo: «Ver ahora a un protagonista chaná hablando, escucharlo, ver sus gestos, es algo que habilita lo audiovisual». La actriz Ana Kogan de a poco cae de su participación en la película: «Hacer este documental fue vivir la situación, además de actuar. Yo era el único personaje de ficción. Uno presta el cuerpo, la mente y las emociones para ese momento. Ahora me estoy dando cuenta lo importante que es haber hecho esta película y que se difunda».

«Ver ahora a un protagonista chaná hablando, escucharlo, ver sus gestos, es algo que habilita lo audiovisual», comentó Marina Zeising, directora del documental «Lantéc Chaná».
Blas tuvo el compromiso con su cultura de memorizar durante años la lengua chaná. Su madre le enseñó las costumbres y los valores. Las mujeres eran quienes transmitían la tradición y el lenguaje, pero en este caso, le tocó a él realizar esta tarea, ya que sus dos hermanas están fallecidas. Actualmente su hija Evangelina sigue con la tarea de enseñar la lengua, y da clases en Entre Ríos. «No le enseñé cuando ella era pequeña, porque yo trabajaba mucho y no tenía tiempo. En la secundaria, cuando le quise enseñar me dijo que ella no quería ser india. Ahora que se casó y tuvo un hijo algo se le debe haber despertado y quiso que le enseñe», contó Blas.
Los chanás habían habitado el norte de la actual provincia de Buenos Aires, llegando hasta la parte meridional de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos por el norte, así como la zona alrededor del río Negro y el río Uruguay. Por esta razón la investigadora uruguaya María Teresa Barbat explicó a ANCCOM que en Uruguay, en el pueblo Santo Domingo Soriano, el eclesiástico Dámaso Antonio Larrañaga, doscientos años atrás, al escuchar lo que hablaban algunos chanás ancianos intentó escribir palabras a medida que oía. De esta manera, quedó una cierta escritura de la lengua oral en Uruguay. La investigadora uruguaya pensaba que nunca podría llegar a saber su pronunciación exacta. La respuesta estaba del otro lado del Río de La Plata, cuando Blas Jaime decidió contar que sabía hablar chaná. Ahora ella quiere aprender en sus clases.
«Inicialmente había pensado enfocar el documental en las tierras, porque Blas hablaba mucho de eso, pero finalmente me di cuenta que su verdadero objetivo era mantener su lengua, su cultura, y darlas a conocer», dijo Zeising en diálogo con ANCCOM. Además agregó: «Quise focalizar que era la lucha de la lengua y la cultura, pero todo se cruza. Hay una pobreza estructural causada por una cuestión histórica. No es momentánea de ahora, no es que vino un gobierno malo e hizo eso, sino que tiene que ver con una construcción histórica, los terratenientes tienen las tierras que eran de los indígenas».
Actualizado 22/08/2017.