«No somos solo incubadoras»

«No somos solo incubadoras»

“La palabra ancestra no existe en el diccionario, si la buscan aparece error», subrayó Navarro.

El taller de Ancestras se dictó en el SUM de la Facultad de Trabajo Social de la UNLP. El aula se fue llenando de mujeres, el primer día lluvioso del 34º Encuentro Nacional de Mujeres hizo que disminuyera el número de asistentes.

Hubo mujeres viejas, mujeres jóvenes, mujeres nenas. Hubo mujeres con bastones, mujeres con arrugas y sin arrugas, mujeres de todos los colores, todas con el pañuelo verde. Estaban sentadas en sillas y en el suelo, en forma de círculo. 

Mónica Navarro, gerontóloga coordinadora del taller, tomó la palabra y definió el nombre de este taller: La palabra ancestra no existe en el diccionario, si la buscan aparece error. Nosotras nos hemos propuesto resistir a la idea de que lo único que existe, el modelo de todas las cosas es lo masculino.” 

Sexualidad, VIH, mandatos, menstruación fueron algunos de los temas que circularon en el taller de ancestras.

Navarro explicó que así como la repetición de las desigualdades construyen mujeres que las naturalizan, si las mujeres construyen actos que resisten a esas desigualdades se va a poder romper con ellas. Pero para eso, se necesita recobrar la historia. 

Cada mujer entró mojada por la lluvia y apurada. Contrario a lo que se podría esperarse, hubo más mujeres jóvenes que viejas. 

Navarro hizo presente la primera pregunta del taller: ¿Que son las ancestras? ¿En qué pensamos cuando pensamos en ancestras?

Despùés le dio la palabra a cada mujer, de a una y en el orden en el que la fueron pidiendo. Para hacer uso de ella se iban un objeto. Había manos ansiosas levantadas, la mayoría pertenecvían a las mujeres más viejas. 

Una mujer de pelo gris contó su historia, con la voz fuerte y clara: 

“Mi abuela fué para mi lo máximo, crió seis hijos soltera. Separarme fue una lucha terrible. Sufrí maltrato psicológico, donde constantemente recibía: ‘No podés’, ‘callate’, ‘sos una inútil’, ‘no sabés’. Mi lucha interior era ‘sí lo voy a hacer’, ‘sí lo voy a lograr’, ‘sí puedo’. Todo ese sí era porque si mi abuela pudo ¿Por qué yo no? Yo lo logré, logré salir,  y siento que si yo lo logré fue por el ejemplo de ella.”

“Lo que me quedó de mis ancestras es que había que casarse con un muchacho bueno», recordó una de las participantes.

La palabra  pasaba alrededor del círculo, una de las mujeres del pelo más blanco no dejaba de asentir con la cabeza y agradecer cada historia y a cada mujer, gesticulando con su bastón. 

“Para mí aparecía la imagen de mi madre, casi por contraejemplo. A veces son aquello que vimos construido en relación a una tradición de la mujer para la casa. Mi madre fue una mujer que renunció, sin saber que renunciaba, a cosas que le gustaban, porque cantaba maravillosamente bien, y siempre decía que si hubiera sido en otra época habría querido ser actriz. Para mí, el recorrido fue desprenderme de eso, y ser otra ancestra para mis hijas, para mis sobrinas, que están hoy en los talleres. No quedarme con esa renuncia, ya tuvimos una historia de mujeres que renunciaron a demasiadas cosas. Sí, fueron muy valientes, hicieron mucho lo que tenían que hacer, nos cuidaron, pero ya es suficiente, hemos pagado un precio altísimo con nuestras ancestras. No tenemos más culpas que pagar, es hora que podamos elegir lo que queremos ser.”

Entonces, Navarro pidió nuevamente la palabra: “En las discusiones, con las peleas, con las acciones, nuestras ancestras también nos transmitieron el malestar de la manera en que pudieron. Incorporaron toda esa represión en sus vidas no sin haber pagado el precio. Sin las mujeres que arriesgaron todo, no sabríamos que tenemos derecho a replantear esos mandatos e incluso a pensar que los derechos sobre nuestro cuerpo no tienen vencimientos.”

Hoy es creciente el número de mujeres viejas con VIH. Navarro explica que esto se debe a la invisibilización del cuerpo de la mujer después de la etapa reproductiva. “La mujer no es un ser sexuado, no tiene derecho a sentir placer hasta su muerte para las políticas públicas.”

“¿Por qué nos negamos a procesar la edad con el género?», preguntó Navarro.

La siguiente mujer en tomar la palabra es rubia, cuenta su historia, tiene sesenta años y se considera a sí misma ya una ancestra: 

Lo que me quedó de mis ancestras es que había que casarse con un muchacho bueno, que había que ser servicial, alegre, una buena chica,  que había que bancarse absolutamente todo. Había que odiar a figuras como Eva Perón, que era la puta, la prostituta. En la adolescencia miré a esas abuelas mayores, pude entender todo lo que les hubiese gustado ser y no pudieron. Después de muchos años, les agradezco infinitamente a todas ellas, porque me pusieron el grito, pude gritar y decir basta, hasta acá. A partir de ahí no dejé nunca de gritar. Me considero una ferviente militante feminista.” 

Tras estas palabras, desnudó su brazo, mostró un tatuaje de colores vivos sobre la piel arrugada: un puño en alto que sostiene un pañuelo verde. Irrumpió un segundo de silencio, de reconocimiento. 

Los relatos se superponían. Hablaban sobre la edad, sobre el género y la vejez. Mujeres jóvenes y viejas contaban sus historias. Navarro preguntó: “¿Por qué nos negamos a procesar la edad con el género? ¿Qué le querés arrebatar al patriarcado?”

Una señora levantó la mano con tanta insistencia que hizo reír a todas. Dijo: “Estaba mirando el listado de los talleres, se filtra hasta en los encuentros de mujeres el patriarcado. Hay una charla que habla sobre cuerpos menstruantes, la mujer sirve cuando está en un periodo de reproducción ¿No es cierto? Pero no hay ningún taller que hable sobre la época del climaterio, seguimos siendo mujeres. Le quiero arrebatar al patriarcado lo reproductivo.”

Un aplauso general la interrumpió y no la dejó continuar, este aplauso duró largo rato. Pero ella agregó: “No somos solo incubadoras.” 

Las respuestas siguieron llegando y se hicieron unísonas. ¿Qué quieren arrebatarle al patriarcado?. El miedo, los femicidios, el no te metás, la represión, los travesticidios, el silencio, la plurinacionalidad, el dominio sobre los cuerpos.

Las mujeres se reían, festejaban y aplaudían. Cada nueva respuesta se llenaba de alegría el aire. 

Una artista rosarina, entonces, se ofreció a cantar. El encuentro cerró con “Lavanderas de Río Chico”, como homenaje a las ancestras. Se le unían las voces del resto de las participantes. Se reían cuando se equivocaban. Las jóvenes, las nenas y las viejas se volvieron una sola voz. 

Desde lejos se las ve,

sentadas en la arena

lavando ropa en el río.

Pueblo duro en ademán,

con la carga en la cabeza

vienen cantando y se van.