Transgresión

Transgresión

“Todos tenemos la parte masculina y la parte femenina”, dice Naty Menstrual.
“No me siento ni mujer ni hombre”, dice Karen Bennett.
“Creo que soy un devenir”, dice Susy Shock.

Tres artistas transgresivas presentan una visión crítica y reflexiva sobre diferentes temas que nos atraviesan como sociedad: identidad, ‘ser hombre’, ‘ser mujer’, prostitución, igualdad y
transfobia, entre otros.

Karen es cantante, guitarrista y compositora, traductora de alemán e inglés. Susy canta, escribe y
es docente. Naty, también es escritora, actriz, locutora y diseñadora de indumentaria.

Acompañamos a las tres por los lugares donde fluyen y brotan sus virtudes, donde lucen sus
talentos: un recital en el bar El Viejo Buzón, el “Poemario Transpirado” en Casa Brandon, la vigilia del
último ‘Ni una menos’, un café concert en Pride Café y un día de trabajo en la feria de San Telmo.

“Diseñé una remera que dice: ser puto, ser trans, ser trava, ser torta, ser bolita, ser negro, ser
hombre: ser humano”, dice Naty.

“Siempre trato de decirles a mis amigas mujeres: ‘Dejen de ser mujeres, no seamos ni hombres,
ni mujeres’. Es la forma más grosa de romper con el modelo machista”, dice Karen.

“Ser travas es lo más maravilloso que nos puede pasar, el problema es lo que le pasa a este
mundo con esto”, dice Susy.

Desde sus experiencias personales y únicas, Naty, Karen y Susy cuentan cómo comenzaron a
dedicarse a aquello que aman hacer, cómo lograron visibilizarse tal como deseaban y con qué
dificultades se encontraron en ese camino.

Mirá el especial de ANCCOM:

 

Actulizada 02/08/2017

Benetton intervenido

Benetton intervenido

Hoy a las 5 de la tarde, artistas, investigadores y fotógrafos autoconvocados intervinieron una publicidad de perfume de UNITED COLORS OF BENETTON en la línea D de Subterraneos de Buenos Aires. El fundador de la marca, Luciano Benetton, es también propietario de 900.000 héctareas de sur argentino.
Hace tres meses, Santiago Maldonado era visto por última vez con vida en aquellas tierras.

 

Actualizado 1/11/2017

14 años después, la misma estación

14 años después, la misma estación

14 años después de la masacre de Avellaneda, organizaciones populares convocadas por el Frente Popular Darío Santillán rindieron homenaje a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán con una jornada cultural el pasado sábado. El domingo volvieron a cortar Puente Pueyrredón para exigir juicio y castigo para los responsables políticos.
Allí estuvo Anccom.

 

Actualizado 30/06/2016

ADO-Petinari: trabajadores sin patrón

ADO-Petinari: trabajadores sin patrón

“Todo lo que te imagines, el torno lo hace”, explica Julio Ramírez mientras pone en marcha la máquina que ahora está iluminada y produce un fuerte ruido metálico. Coloca el pistón, ajusta el milímetro, mueve una palanca y modera la velocidad; hace todo con la rapidez y la facilidad de quien practica el oficio hace veinticinco años. La herramienta de corte se acerca y tornea la pieza: «Esto es parte de mí –dice Ramírez mientras mira el torno-. Acá aprendí, es mi vida».

***

 

Torneros, herreros, soldadores, matriceros; los trabajadores de la fábrica ADO-Petinari son obreros calificados que en cinco días pueden armar una carrocería completa. Durante cinco décadas ésta metalúrgica fue una de las más importantes del mercado nacional dedicada a la fabricación de volcadoras, acoplados y semirremolques. Pero en 2015 la firma Acoplados Petinari dejó de pagar salarios y fue acumulando una deuda que llegó a más de 50 millones de dólares con los trabajadores. La fábrica cerró sus puertas: los trabajadores quedaron fuera; la seguridad privada, dentro. Luego de varios meses de estar en la calle, los operarios decidieron entrar y crear la cooperativa Acoplados del Oeste, ADO. Cuando empezaron -en agosto de 2015- eran 15. Hoy la integran 120 trabajadores.

Ese mes apareció en el diario La Nación el comunicado sobre la convocatoria a concurso preventivo por cesación de pagos de Petinari. En septiembre la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires aprobaba el proyecto de expropiación de la fábrica presentado, a instancia de los trabajadores, por el diputado Miguel Funes, del Frente para la Victoria. En marzo pasado consiguió la aprobación de ambas cámaras: votó a favor hasta el PRO, el bloque oficialista. La expropiación era ley.

Pero un mes después la gobernadora María Eugenia Vidal la vetó.

Y desde entonces, 120 familias pueden volver a quedar en la calle.

 

 

ADO está en Merlo, a la altura del kilómetro 32 de la ruta 200. Tres banderas flamean en la entrada: la de Argentina, la de la provincia de Buenos Aires, y la de la cooperativa. Son dieciséis hectáreas de predio: galpones con techos de hasta veinte metros de alto, maquinarias gigantescas, construcciones que tienen cien años y son patrimonio histórico, como un antiguo leprosario que los bomberos utilizan para operativos de simulacro. En la antigua vivienda del casero de la fábrica vive Julio Centurión con su mujer y sus tres hijos. Hace dos meses, cuando ya no pudo pagar el alquiler de la casa donde vivía, ni el plan de vivienda en el que estaba invirtiendo, sus compañeros le dijeron: «¿Por qué no te venís a la casa del casero?” Centurión es hincha de River, tiene 48 años y el deseo de bautizar en la fábrica a su hija de dos meses, Milena Lucía, a quien -de antemano- sus compañeros llaman “Ado” .

Centurión dice que lleva catorce años trabajando en la fábrica y que de allí sólo pueden sacarlo de una manera: muerto. “He dejado mucho en esta empresa, desde lo físico, lo moral y lo psíquico -cuenta con la garganta cerrada y los ojos llenos de lágrimas-. Es muy doloroso lo que vivimos con los compañeros . Nos dejaron en la calle”.

 

***

 

La historia de Petinari incluye capítulos de traiciones familiares, estafas a los empleados, pedidos de quiebra y disputas judiciales. En 2006, con la muerte de Pedro Petinari -fundador de la empresa-, empezaron los conflictos. «Los hijos empezaron a hacer cualquier cosa con la fábrica -sitúa Luis Becerra, trabajador e integrante de la cooperativa-. Son cinco hermanos y se robaban entre ellos millones de dólares. ¿Cómo no nos iban a cagar a nosotros?»

En 2012 fue el primer gran conflicto salarial; duró tres meses hasta su resolución. “A partir de ese momento, la patronal empezó a vaciar la fábrica -recuerda el presidente de la cooperativa, Jorge Gutiérrez-. Los depósitos estaban llenos y empezaron a rematar todo; nos decían que era para traer máquinas nuevas, pero nos dimos cuenta de que no era así». La política de desguace alcanzó también a la mano de obra. De 350 trabajadores en 2009 -época en la que Petinari se instalaba como pionera en el mercado mundial-, la empresa pasó a tener 189 en 2012.

Y desde junio de 2014 la situación se agravó aún más. La familia Petinari comenzó a forzar a los empleados a firmar convenios mensuales con quitas del 40% del sueldo y suspensiones de jueves y viernes sin goce de haberes. La modalidad se iba a mantener sólo por tres meses, pero la patronal decidió extenderla más allá de septiembre, y en noviembre los trabajadores se negaron a firmar una nueva prórroga. Recuerda Gutiérrez: “Al aguinaldo lo cobrábamos en seis cuotas de mil pesos: al de diciembre de 2014 lo terminábamos de cobrar en junio de 2015, y así. Con las vacaciones nos decían que si nos íbamos, no cobrábamos el aguinaldo”.

La situación no dio para más y en febrero de 2015 decidieron cortar la Ruta 200 para hacer visible el reclamo y exigir respuestas al Estado. Ya lo habían hecho también durante el conflicto de 2012. Pero esta vez Petinari redobló la apuesta y envió cien telegramas de despido. El Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor de la Argentina (SMATA), les dio la espalda: “El SMATA nos pedía que levantáramos la medida de fuerza y (Ricardo) Pignanelli (el secretario general del sindicato) nos empezó a acusar despectivamente de zurdos -rememora Gutiérrez-. Nosotros le dijimos que si ser zurdo era pelear por nuestros derechos, entonces que nos acusara de zurdos, pero esto no podía seguir así”.

El 19 de marzo de 2015 tuvo lugar una primera orden de desalojo y el predio quedó apenas ocupado por personal de seguridad privada. Allí cobró impulso definitivo el proyecto de constituir una cooperativa. Pero para entonces Petinari ya llevaba casi una década de descalabro administrativo. “No decidimos cortar la ruta y formar la cooperativa de un día para otro, veníamos de un año largo de conflicto”, asegura Diego Esteche, trabajador de la fábrica desde hace doce años. Sin embargo, lo peor no había pasado: “Cuando volvimos a entrar encontramos un boleto de compraventa: los Petinari le iban a vender la fábrica a un grupo de accionistas propios -agrega Esteche-. En junio se iba a hacer la escritura. Nosotros estábamos afuera, la empresa pasaba a nuevos dueños y listo. Por suerte conseguimos que saliera una cautelar y se paró todo”.

 

Jorge Gutiérrez es el último delegado gremial que queda en la ex Petinari desde que comenzó el vaciamiento; cumple esa función desde hace ocho años, de los doce en total que lleva trabajando en la fábrica. Fue elegido presidente de ADO gracias al respeto y a la admiración que por él sienten sus compañeros. “Es un rol difícil y desgastante, porque todos tienen sus problemas y hay que trabajar duro para mantenernos unidos -reconoce-. Podemos tener nuestras diferencias pero el objetivo es uno: recuperar a fábrica y la fuente de trabajo de mis compañeros». Viaja permanentemente a La Plata, corazón político de la provincia, en donde mantiene reuniones con funcionarios y legisladores para involucrarlos en su lucha. “Esta experiencia es nueva para mí”, admite Gutiérrez, que enfrenta el desafío con la ayuda de su consejero Francisco Martínez, a quien apoda “Manteca” (en referencia a Sergio Martínez, el delantero uruguayo que jugó en Boca Juniors en los ‘90), un cooperativista de Textiles Pigüé recomendado por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (de la gestión anterior), cuando los trabajadores de la ex Petinari decidieron crear la cooperativa.

Entre quienes apoyan a la cooperativa están las Madres de Plaza de Mayo. Hebe de Bonafini, con quien tiene relación -y a veces habla- Gutiérrez. En su visita reciente al Papa, le llevó una carta de parte del obispo de Merlo en la que contaba la situación de la cooperativa.

 

***

 

Eber Moreno tiene 41 años, es santiagueño y conserva la tonada y la simpatía provinciana. A los trece empezó a trabajar esquilando ovejas y cosechando papa; a los diecinueve, viajó a Buenos Aires. El oficio lo aprendió en la fábrica; veintidós años después tiene conocimiento en casi todas las áreas. Mientras la empresa pagó, Moreno muchas veces destinó todo su aguinaldo en herramientas de soldadura y herrería; a aquella inversión hoy la considera una ventaja para poder tener sus trabajos independientes y sostener a la familia, conformada por su mujer, sus cuatro hijos y sus dos nietos. «Así voy sobreviviendo”, dice Moreno y cuenta que hace poco construyó su primera escalera. “Toda la estructura que ves acá es mano de obra y pulmón de los trabajadores”, explica, y se acuerda de un trabajador de setenta y pico de años que hizo todos los techos y que cuando se jubiló se fue así, como si nada.

Felix León, de 60 años, está en la fábrica hace ocho. “¡Hasta infartado trabajó!”, dice Moreno señalando a su compañero. León –dice- no cree en la empresa, cree en sus compañeros, y por eso asegura: “Hoy no quiero darle nada a nadie, esto lo quiero para todos nosotros”. Durante el conflicto del verano de 2015 estuvo todos los días de los ocho meses en la ruta: por eso se autodefine como “una marca registrada”. “Al principio me escondía, me tapaba la cara porque me daba vergüenza -dice-. Yo laburé toda mi vida, es muy feo terminar de esa forma. Después ya me conocía todo el mundo y me hice un cara rota”. Se ríe, León.

 

****

 

Todos recuerdan ese verano como una época muy dura y triste. Se organizaban en grupos de seis personas y se dividían los turnos; ponían dos tachos en la mitad de la ruta para visibilizar el conflicto pero sin cortar el tránsito. “Nos plantamos en la puerta porque si la dejábamos libre, venían los dueños para llevarse las maquinarias y las herramientas -explica Centurión-. Y si nos sacaban eso, nos quedábamos sin nada”. Durante un año Centurión pasó  las veinticuatro horas del día en la ruta para evitar el vaciamiento de la planta. «Le decía a mis hijos que papá se iba a defender el trabajo, y no sabía cuando volvía -recuerda- Fue una lucha fuerte, constante, pero con mucho orgullo».

“Muchos ayudaban porque conocían la lucha -se acuerda León-. Pero también estaban los que pasaban y te gritaban: ‘¡Anda a laburar!’, y eso me hacía pomada, me destruía”.

Cuando en agosto los trabajadores no toleraron más la situación, decidieron entrar y recuperar la fábrica. “La empresa dice que nosotros entramos por la fuerza; pero mirá -demuestra Gutiérrez señalando con la mano la enorme entrada al predio que abarca cuadras y cuadras- está abierto por todos lados. Dijeron que rompimos el portón y secuestramos a los de seguridad, cuando fueron ellos mismos los que nos abrieron”. Hoy Gutiérrez está procesado penalmente por ese supuesto “secuestro” de los tres guardias de seguridad; él lo traduce como una estrategia de la empresa para desarticular a la cooperativa.

Petinari también acusó a los trabajadores de que entraron a la fábrica para robar, pero cuando se hizo el inventario junto con la empresa y el síndico de concurso sobraban máquinas. “Nos somos usurpadores, somos defensores de nuestros derechos laborales”, sostiene Centurión sobre los adjetivos que usa Petinari para deslegitimar a los trabajadores. “¿Pero qué puedo esperar de la empresa si en catorce años nunca tuve un salario digno, ni una obra social digna, ni vacaciones dignas, nunca tuve la libertad de salir un fin de semana con mi familia, y siempre existí para la fábrica de lunes a lunes?”

 

***

 

Rosa y Fernanda, las mujeres de la fábrica, se encargan del trabajo administrativo. Rosa es de las cooperativistas más nuevas -está hace tres años-, y siente que en esta lucha recuperó su dignidad como trabajadora. “Hubo mucho maltrato; para la empresa el trabajador era un esclavo -explica Rosa-. Mucho tiempo la gente aguantó trabajando sin ART, sin elementos de seguridad, sin cobrar los aumentos correspondientes, cobrando fuera de término o en cuotas, y hasta no cobrando. Incluso la falta de higiene, con semejante establecimiento nunca se hizo comedor. Y el trabajador siempre se calló la boca para no perder la fuente de trabajo”.

Como víctima de la negligencia, los trabajadores recuerdan a su compañero Maximiliano, que en 2006 murió aplastado contra una columna cuando el gancho de una batea de cinco mil kilos, que no estaba asegurado, se desprendió y lo mató en el acto. «Lo taparon con una lona y querían que siguiéramos trabajando», cuenta Esteche. También se acuerdan de otro compañero que quedó con la mitad del cuerpo paralizado al electrocutarse con una soldadora mojada por el agua que caía del techo roto.

“Durante varios años era obligación trabajar doce horas diarias, pero en el recibo figuraban sólo nueve”, denuncia Fernanda, que trabaja en la fábrica hace dieciocho años y parece conocer de cerca las irregularidades de la empresa: “Estafó hasta facturando doble una unidad. Petinari tiene todo mal: con los proveedores, los clientes, los trabajadores, y con el Estado. Pero también está la falla del Estado: si vas a Morón verías la infinidad de denuncias que hicimos constantemente como empleados hacia Petinari. Empapelás la ciudad, con esas denuncias”.

 

***

 

Julio Ramírez es -según sus compañeros- el científico de los tornos. Lleva diez años en la fábrica. “Es el oficio más viejo del mundo”, dice mientras manipula el torno paralelo, que hace el trabajo artesanal de la tornería, y se usa principalmente cuando el torno computarizado -que según Ramírez “hace maravillas”- está roto. Hacer un cilindro en el computarizado puede llevarle a Ramírez tres horas; artesanalmente, dos días. Pero si tiene que elegir, se queda con el torno paralelo.

Ramírez tiene dos barras de titanio y cuatro tornillos en la espalda por haberse caído de una máquina en 2012. En ese momento la ART le dijo que sólo era «un fuerte dolor de espalda»; pero cuando se fue a hacer una revisión más específica se encontró con que tenía una vértebra rota y que podía quedarse en silla de ruedas. “Decidí operarme y cuando fui a hablar con la empresa me dijeron: ‘no se preocupe Ramírez, después vamos a arreglar’; así como lo dijeron, quedó en la historia”. Ramírez hace una pausa. Y pregunta: “¿Vos pensás que yo les puedo dar esto? Si me arruinaron la vida».

A sus cincuenta años Ramírez siente que su cuerpo ya no aguanta tanto. La lucha por el trabajo, sin embargo, lo hizo más fuerte. «Lloré, me enojé, zapatée; no lo podía creer; pedíamos monedas en la calle siendo todos obreros calificados”, recuerda sobre el conflicto. “Hoy la cooperativa me cambió la vida; siento que peleo por algo muy mío”, dice, y está seguro, como Centurión, de algo: «Yo de acá me voy muerto”.

 

***

 

El alma de la fábrica es el sector de corte y plegado, donde la materia prima se corta e inicia su recorrido hacia los demás sectores: tornería, hidráulica, armado, pintura, terminación y reparación. “Ahora no hay trabajo, pero sabemos que es un problema general”, dice Gutiérrez sobre la situación económica actual de la cooperativa. La producción en los últimos meses bajó casi un 70 por ciento. Desde agosto hasta diciembre, los trabajadores cobraban alrededor de ocho mil pesos por mes. Hoy, el salario se redujo a dos mil. Y a pesar de que la fábrica está funcionando a un 30 por ciento, las tarifas de los servicios aumentaron de diez mil a cuarenta mil pesos.

Frente a la desaceleración de la producción, de los 120 trabajadores que integran la cooperativa sólo 70 están trabajando actualmente en la fábrica. «Hoy funcionamos como una escuela. El que era tornero, ahora aprende a hacer guillotina y viceversa; nos ayudamos entre todos», cuenta Gutiérrez. El ritmo de la actividad en la metalúrgica también se modificó: el trabajador ya no cumple un horario y se va; si hay que quedarse más tiempo para terminar, lo hacen. “Se cobra si se trabaja; todavía hay que concientizar a los compañeros sobre eso -dice Gutiérrez-. Es aprender a trabajar sin patrón”.

***

 

“Desde que somos una cooperativa el compañerismo se reforzó más que nunca: todos estamos luchando por lo mismo -expresa Centurión-. Somos como una gran familia”. Sueña, dice, con que algún día haya 600 compañeros en ADO. A futuro, la cooperativa tiene el objetivo de ser también un espacio de formación y de primer empleo para los jóvenes que egresan de los colegios industriales, a través de un convenio con el municipio. “Queremos darles la oportunidad a hombres y mujeres de integrar la teoría con la práctica, que puedan llevarse su moneda con enseñanza y futuro -dice Centurión-. Que los compañeros más grandes puedan enseñarles a los más jóvenes la educación del trabajo y de la expresión, y se llenen de satisfacción. Esa es la ilusión y el futuro que queremos para esta fábrica».

 

***

 

El abril pasado la gobernadora Vidal decidió vetar la ley de expropiación de la fábrica. A través del Decreto N° 307/2016 establece que la expropiación implica “la creación de un nuevo gasto en la Ley de Presupuesto vigente”; también asegura la presunta “voluntad de la parte empresaria de abonar las primas adeudadas”. “Eso no es cierto -replica Becerra-. Si se fijan en las actas del Ministerio de Trabajo que están en Morón, figura claramente que la empresa ni se presentó a las audiencias”.

A principios de mayo los trabajadores impulsaron un  nuevo intento de  llevar a la Legislatura la expropiación de Petinari. “En realidad, lo que se quiso hacer fue anular el veto -relata Becerra-. Teníamos el compromiso del bloque del Frente Renovador para acompañarnos, pero a último momento se dieron vuelta y el proyecto se cayó”. En cambio, consiguieron que la Cámara de Diputados bonaerense diera media sanción a una ley que impide cualquier intento de desalojo en la fábrica durante 90 días. “Falta la otra media sanción, pero esperemos que a ésta no la veten también -dice Esteche-. Suponemos que no, porque fue aprobada por los mismos diputados del oficialismo. Sería un papelón que la gobernadora vetara una ley sancionada por sus propios legisladores”.

 

***

 

“Nuestro objetivo es resistir hasta fin de año, cuando debería declararse oficialmente la quiebra de Petinari, lo que sería un paso decisivo para que se reconozca a nuestra cooperativa”, explica su presidente, Jorge Gutiérrez. El cielo está despejado y el sol le ilumina la cara: “El veto nos hizo más fuertes y nos dio más ganas de pelear -dice-. Con la empresa no queremos negociar, no es creíble, y los compañeros quedaron mal psicológicamente. Ya estamos conformados como cooperativa. Y no hay ni un paso atrás”.

“La escritura es lo que salva”

“La escritura es lo que salva”

“Mi madre se decide finalmente a explicarme, a grandes rasgos, lo que pasa. Hemos tenido que dejar nuestro departamento, dice, porque desde ahora los Montoneros deberán esconderse. Es necesario, ciertas personas se han vuelto peligrosas: son los miembros de los comandos de las AAA, que levantan a los militantes como mis padres y los matan o los hacen desaparecer”. Así comienza La casa de los conejos, la primera novela de Laura Alcoba,  obra en la que cuenta sus vivencias de niña inmersas en la última dictadura cívico militar, que lleva hasta el momento once ediciones y fue traducida en varios idiomas.

¿Qué rol ocupa la literatura a la hora de narrar las memorias? ¿Qué significa hoy ese libro para quien vivió su infancia en dictadura? ¿Cómo es el vínculo que tiene con Chicha Mariani, la abuela que busca a la niña que se llevaron de esa casa y aún sigue apropiada? En una charla exclusiva con ANCCOM luego de haber visitado el país, Laura Alcoba, habla de la importancia del testimonio entrelazado con lo ficcional  para narrar la Argentina de los 70.

El libro de la buena memoria

La casa de los conejos saca a la luz las memorias de una niña de siete años que transcurre una vida clandestina en una casa activa de Montoneros en la ciudad de La Plata, arrasada por un operativo en el que participaron más de cien efectivos del Ejército y la Policía Bonaerense en noviembre de 1976. Allí asesinaron a todas las personas que se encontraban en el lugar, entre ellas, Diana Teruggi, quien estaba con su hija de tres meses, Clara Anahí. La beba secuestrada y apropiada hasta la actualidad, es la nieta de María Isabel Chorobik de Mariani -una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo- que posteriormente creó una fundación con el nombre de su nieta desaparecida. Laura Alcoba y su madre, vivían allí pero el día del operativo no estaban, por eso sobrevivieron y pudieron exiliarse luego en Francia. Alcoba cuenta que escribió ese libro en un estado muy particular: “Acá y allá, en París y en francés, pero al mismo tiempo en La Plata; en 2006 -año en que finalizó su obra literaria- y a la vez en 1976”. La novela fue por entonces traducida por Leopoldo Brizuela para Edhasa. Alcoba asume que su escritura fue llevada adelante con todas esas imágenes de la  muerte pero también con la impresión, al mismo tiempo, de que «Diana estaba viva y sentada a  su lado».

La escritora vive en París desde 1979, año en que se exilió junto a su madre. En febrero pasado volvió a la Argentina junto al contingente que acompañó al presidente François Hollande, a días de conmemorarse el 40 aniversario del golpe de Estado más sangriento de nuestro país. La experiencia le dejó “una mezcla de impresiones y de emociones” que aún procesa. Alcoba expresó que ese viaje representó un modo de agradecimiento a Francia, por la solidaridad del pueblo francés en aquel entonces, algo que siempre recuerda con muchísima emoción: “Pensé que era importante significar todo aquello, hoy, en la Argentina de 2016”. Entre todas las actividades programadas, estuvo también en el homenaje a los desaparecidos que el presidente francés realizó junto a organismos de derechos humanos locales en el Parque de la Memoria: “Sólo puedo decir que el acto fue fuertísimo, había mucha emoción entre las personas presentes, sentí que ese momento era importante. Estaban las Abuelas de Plaza de Mayo y pude abrazar a Estela de Carlotto (presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo); ese encuentro dio sentido a mi viaje”, relata con emoción.

Laura Alcoba cuenta que vive “con tristeza y temor” los cambios que se han dado en materia de derechos humanos desde la asunción del presidente Mauricio Macri y considera que la Argentina, hasta entonces, era un ejemplo porque  “hay algo que proteger, que cuidar” y cree que la justicia tiene que seguir haciendo su trabajo.

Foto: Pascal Hée - Gentileza de Laura Alcoba

Esa niña adulta

Alcoba se licenció en letras en l’Ecole Normale Supérieure, es especialista en el Siglo de Oro español, editora y traductora en Francia. Su obra se tradujo al alemán, al inglés, al serbio, al italiano y al catalán.  La casa de los conejos fue su debut literario; una novela  caracterizada por la construcción de la narradora infantil y sus vivencias dentro de esa casa clandestina: “La voz de la niña era la que tenía más fuerza y si bien, en un primer momento  la voz infantil alternaba con una voz adulta, la  voz infantil se impuso”, reflexiona sobre la figura de  la narradora.

Leer la novela de Alcoba, que es su historia, es como meterse en ese sitio entre conejos y armas, es sentir el cariño de Diana -con quien de niña forjó una relación de amor incondicional –  es también desear la sonrisa de Clara Anahí y soñar el ansiado abrazo. Alcoba permite con su belleza literaria abrir las puertas de un pasado traumático desde la sutil mirada de la niña que fue, entre la inocencia y el conocimiento en un marco de encierro, y que con la palabra da cuerpo al silencio instituido de aquella época: “Si alguno nos pregunta cómo llegaste a casa, le decimos simplemente que alguien te dejó en la puerta de casa. Si te pregunta algo a vos, vos le decís lo mismo: que estabas en un lugar que no sabés cómo es ni dónde queda, con gente que no sabés cómo se llama, y que te dejaron en nuestra puerta nada más. Pero sería mejor que nadie preguntara nada”. La cita remite a una de las tantas advertencias hacia la niña, que no deja de expresarse: “Me parece que tengo miedo. No sé. En fin, es una más de las tantas cosas de las que no estoy segura”. Así, la niña de La casa de los conejos, utiliza estrategias narrativas para contar el dolor y la incertidumbre del futuro desde la mirada inocente y a la vez consciente, del terror que acechaba a su alrededor: “El miedo estaba en todas partes. Sobre todo en esta casa”, escribe.

Laura Alcoba continuó en sus obras el legado de la memoria: luego de escribir La casa de los conejos, siguió con Jardín Blanco (2010), libro que aborda, entre otras, las figuras de Perón y Evita. Luego, en Los pasajeros del Anna C (2012), relata la historia de una pareja de jóvenes argentinos que viajan a Cuba en los años sesenta para formarse política y militarmente y que luego, vuelven a su país, como lo hicieron sus padres, en un barco. En 2014 publicó El azul de las abejas, que muestra la relación epistolar que mantuvo con su padre -preso- cuando ella llegó a Francia, exiliada de Argentina. La autora afirma con convicción que “la escritura es lo que salva”, en relación al silencio y al recuerdo del trauma. Es que para ella, entre la escritura y la  memoria social hay una construcción lenta, progresiva que está en marcha;  algo que aún no podemos ver “porque no tenemos la distancia necesaria”, pero se va tejiendo, porque “no se puede dictar ni decretar, tampoco se puede detener”.

La casa de los conejos

“Te preguntarás, Diana, porqué dejé pasar tanto tiempo sin contar esta historia (…) Aquí estoy. Voy a evocar al fin toda aquella locura argentina, todos aquellos seres arrebatados por la violencia. Me he decidido porque a menudo pienso en los muertos, pero también porque ahora sé que no hay que olvidarse de los vivos”. Así inicia el relato la narradora para contar la vida -a escondidas- en esa casa, que, “oficialmente” funcionaba como un pequeño emprendimiento de conservas de conejos, pero que en realidad era la imprenta de la revista “Evita Montonera”, publicación oficial de la organización. Laura Alcoba vivió allí durante un tiempo junto a su madre, entre temores y amenazas: “Debo de haber entrado en pánico, porque yo sé muy bien que sobre mi madre pesa un pedido de captura, y que estamos esperando que nos den un apellido nuevo y documentos falsos. ¿A mí también me buscan, acaso?”. De esta manera, la narradora historiza las memorias en torno a la violencia política de esos años en los que el ámbito de lo privado se veía constantemente amenazado por el terrorismo de Estado. La novela deja en evidencia las escenas donde protagonizan el deber del silencio y el mundo familiar clandestino.

Volver

“Acompañada por Chicha, casi treinta años después, en La Plata, pude así volver a ver lo que queda de la casa de los conejos (…) No existen palabras para la emoción que me invadió cuando descubrí, en cada cosa recordada, las marcas de la muerte y la destrucción”. De esa manera Laura narra en la novela el momento del reencuentro con el sitio, que desde hace unos años se convirtió en un espacio de memoria, llevado adelante por la Asociación Clara Anahí, organismo de Derechos Humanos presidido por Elsa Pavón y Chicha Mariani desde 1996. “Es emocionante y no deja de ser extraño. El recuerdo de ese lugar tal como era en 1975-1976 sigue muy presente en mí. A las imágenes de la casa, tal como es hoy, siguen superponiéndose en mi recuerdo las imágenes de ese lugar tal como fue, como si los tiempos se confundieran”, relata  admitiendo que esos retazos de la memoria que le volvieron de ese sitio son la materia prima del libro. Es que los recuerdos de esa casa y de esa época, no se borraron con el tiempo, sino que están más latentes que nunca.

Alcoba cuenta que su regreso a la Argentina, en 2003, fue como meterse en el túnel del tiempo, “o más aún, como si el tiempo de repente no existiera”. Es que en la casa, todo quedó así, congelado: la camioneta estacionada, las paredes destrozadas por el brutal impacto, el escondite en el fondo. “Cuando vi la furgoneta de Diana en la que tantas veces había estado con ella, ahí la tenía, delante de mis ojos, acribillada de balas. Pero yo aún me veía adentro, al lado de Diana”.

El libro nació de esas sensaciones, pues la casa le hablaba desde aquel entonces “como si fuera un nuevo presente”. Pero claro, allí todo estaba destruido, había muerto mucha gente, cuando la policía entró luego del brutal operativo encontró diez cadáveres. Alcoba afirma que de esa superposición de sensaciones e imágenes nació el libro; “el libro que tenía que escribir”. Sucede que al momento que entró en contacto con Chicha Mariani, por mail, en 2003, antes de viajar a la Argentina y de volver por primera vez a la “casa de los conejos”, la respuesta que Chicha le envió fue determinante: “De cierto modo, fue el disparador de todo lo que vino después. Ella sabía que mi madre y yo habíamos vivido ahí, con su hijo y con Diana. Después de la emoción y la alegría del reencuentro que formulaba en las primeras líneas de su email, venían estas palabras: “yo creía que vos y tu mamá estaban muertas”. Fue terrible para mí leer esa frase. Lo sabía, claro, pero nunca me lo había formulado a mí misma de ese modo: podíamos haber muerto. Es más: tendríamos que haber muerto. Luego pensé, estoy viva. Y me acuerdo. Por eso escribí, por eso sentí que tenía que escribir”.

El dolor del abrazo que no fue

El 24 de diciembre llegó la noticia más linda para esperar la Navidad: los medios anunciaban la aparición de Clara Anahí, la hija de Diana; la nieta de Chicha. Circularon fotos y la alegría era compartida desde la Argentina hacia la prensa mundial. A Laura le llegó el anuncio desde la familia de Diana antes de que fuera público y sintió por entonces una emoción enorme, “una sensación como de vértigo, una felicidad infinita que me hizo llorar de felicidad”. Luego fue la decepción; la mujer en cuestión, finalmente no era Clara Anahí. Para Alcoba, fue un episodio horrible: “Lloré de tristeza y de rabia también, porque tuve la impresión de que se había jugado con nuestro dolor. ¿Quién lo hizo? ¿Fue sólo precipitación, equivocación, ganas de creer? Tal vez. Pero fue como si Clara Anahí hubiese aparecido y vuelto a desaparecer en 24 horas. Violentísimo”.

Alcoba sigue en contacto con Chicha Mariani y con la familia de Diana Teruggi que vive en París y también con los dos sobrinos de Diana, que después de haber vivido en Francia, volvieron a la Argentina. Su última charla telefónica con Chicha fue el 25 de diciembre.  “Todo esto dejó muy mal y triste a Chicha Mariani. La responsabilidad de las personas que difundieron esa información, sin respeto además, hacia la intimidad que requería ese momento de “reencuentro”- es enorme.  No termino de entender cómo ni por qué se apresuraron de ese modo antes de haber verificado la información. Me sentí muy mal por haber creído todo eso – por haber compartido la noticia en las redes sociales, también. El dolor que se hizo con todo esto es muy grande. En Chicha, es infinito”.

Tejer la memoria

Laura considera que aún queda mucho por contar, mucho por decir, mucho por hacer, por transformar, “porque sólo así se digiere el pasado”. Sucede que los/as hijos/as de la dictadura aún todavía tienen mucho por contar, pero “la necesidad de hacerlo es íntima y vital”. Alcoba cuenta que no le gusta la expresión “deber de memoria” pues no se trata de hacer deberes ni obedecer ninguna orden exterior, y alerta que tampoco hay deber de silencio ni de olvido. “Cada uno dirá lo que quiera, cuando se sienta dispuesto a hacerlo, cuando lo sienta necesario. Cuando encuentre las fuerzas, también. Muchos, aún hoy, no encuentran las fuerzas”. Afirma que le llegan muchos mails de lectores que le cuentan cosas personales después de haber leído sus libros, como si la lectura los ayudase a formular, a reencontrar recuerdos.  

Sin dudas, Laura Alcoba colabora con sus obras con ese trabajo de memoria que se va tejiendo con el tiempo. La lucha continúa y la búsqueda también porque “Clara Anahí vive en alguna parte. Ella lleva sin duda otro nombre. Ignora probablemente quiénes fueron sus padres y cómo es que murieron”. Así concluye Alcoba su libro y remata: “Pero estoy segura Diana, que tiene tu sonrisa luminosa, tu fuerza y tu belleza. Eso también, es una evidencia excesiva”. Y claro, que no es un final, porque el abrazo llegará y también se podrá escribir, quien dice,  sobre la belleza de encuentro.