La soberanía alimentaria y la democratización de los alimentos

La soberanía alimentaria y la democratización de los alimentos

Colonia Agroecológica de la UTT en Jáuregui.

Desde que el presidente Alberto Fernández anunció la intervención a Vicentin, quedó instalado el debate sobre la “soberanía alimentaria”, un tema hasta entonces empujado por organizaciones sociales y campesinas y del que poco y nada se hablaba en los medios. Enfrente, está el modelo agroindustrial hegemónico, para el cual los alimentos y los recursos naturales deben ser manejados por el mercado, sin la injerencia del Estado como garante de la producción, la distribución, la calidad y los derechos de agricultores y consumidores.

El concepto de “soberanía alimentaria” fue acuñado en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación realizada en Roma en 1996, por impulso del movimiento internacional Vía Campesina, que agrupa a organizaciones de todo el mundo, incluida la Argentina, y uno de cuyos principios fundacionales es la lucha por “el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo”.

Marcos Filardi, abogado e integrante de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de Nutrición de la UBA y de la Red de Abogados por la Soberanía Alimentaria (RedASA), afirma que la soberanía alimentaria “no es una construcción que ha nacido de los gobiernos o  de los organismos internacionales sino del campesinado organizado del mundo que en 1996 dijo: ‘Nosotros no venimos a hablar de seguridad alimentaria sino de soberanía alimentaria entendida como el derecho de los pueblos a definir libremente sus políticas, sus prácticas y sus estrategias de producción, distribución y consumo de alimentos”.

Se trata de una lógica contrapuesta al modelo dominante que entiende a la tierra, las semillas, el agua y los alimentos como meras mercancías y no como derechos fundamentales. Hablar de soberanía alimentaria también es hablar de la agroecología como modo de producción, en armonía con la naturaleza, y de la creación local de alimentos y su distribución sin intermediarios. Mientras el capitalismo agroindustrial busca exportar más y más para hacer crecer el negocio, para ella el objetivo es satisfacer las necesidades alimenticias de la población.

Uno de los principales cuestionamientos de los defensores de la soberanía alimentaria, es que la mayor parte del suelo cultivado en el país esté monopolizado por la soja, el maíz y el algodón, es decir que la disponibilidad de tierras para otro tipo de alimentos saludables no es prioritaria. A esto hay que agregar que el grueso de la soja de exportación se destina para biocombustibles y agromateriales industriales.

No sólo los alimentos están a merced de la oferta y la demanda, sino además los recursos necesarios para su producción, entre ellos el agua, la tierra y las semillas que desde el punto de vista de la soberanía alimentaria deberían ser bienes naturales comunes. “La tierra tiene que estar al servicio de quien la trabaja y la cuida. Las semillas son un patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad que, en consecuencia, no pueden ser objeto de derechos de autor o de patentes que impidan el acceso a ellas, en tanto son la base de la reproducción de la vida misma. El agua es un bien humano fundamental, no solamente como alimento en estado líquido esencial para el sostenimiento de todas de todas las formas de vida, sino también como insumo fundamental para la producción alimentaria, la higiene y el saneamiento”, explica Filardi.

Argentina es el tercer país productor mundial de transgénicos después de Estados Unidos y Brasil, subraya Filardi, “prácticamente el 100% de la soja es transgénica, el 96% del maíz lo es y el 100% del algodón también. Entre 1996 y hoy se ha incrementado el uso de los agrotóxicos en un 1400% porque esa soja, ese algodón y ese maíz han sido diseñados para tolerar su aplicación y ocupan el 80% de la superficie cultivada”.

O sea que el maíz, la soja y el algodón en Argentina son modificados a través de la introducción de uno o varios genes de otras especies para mejorar la tolerancia a herbicidas y para que los cultivos puedan resistir las plagas.  La soberanía alimentaria plantea como necesaria la eliminación de estos agroquímicos por sus efectos negativos en la salud y en el medio ambiente.

“Laboratorio a cielo abierto”

Diego Domínguez, profesor de la UBA, investigador del Instituto Gino Germani y especialista en sociología del campesinado y desarrollo rural, sostiene que el modelo de agricultura industrial en el país “terminó copiando los estándares norteamericanos basado en el modelo biotecnológico, el uso intensivo de agroquímicos y de maquinaria pesada”. Domínguez critica los modos de producción agrícola dominantes por ir contra la vida y la sostenibilidad medioambiental. “Se ha denunciado que Argentina es un laboratorio a cielo abierto porque la fumigación sobre las poblaciones locales está generando realmente un drama a nivel de salud pública y también que la demanda de nuevas tierras requiere de desmontes, lo que provoca una destrucción del bosque nativo y la erosión de los suelos, es decir, empobrecimiento y destrucción de ecosistemas”.

El modelo agroindustrial incita la producción sistemática de ciertos alimentos exclusivamente en determinadas regiones, lo que a su vez genera el desplazamiento de los alimentos de un lugar a otro para su distribución a través de camiones, que impactan en la contaminación del medio ambiente y significan un sobrecosto para el consumidor final. Filardi sostiene que “la soberanía alimentaria, en cambio, aboga por la localización de los sistemas alimentarios: todo lo que pueda ser producido localmente, hay que hacer el esfuerzo de que se produzca localmente, para tener menores costos, evitar las emisiones de gases de efecto invernadero y lograr el acceso a alimentos cosechados de manera fresca. Ante la intermediación altamente concentrada en la que ganan los súper e hipermercados, hay que acercar al productor directamente con el comensal”.

Según Domínguez, otro aspecto problemático es la conflictividad provocada por la presión del agronegocio en las zonas donde hay presencia de campesinos rurales indígenas y pequeños productores: “Este agro marcado por el neoliberalismo y por los flujos del capital financiero a nivel global, tiene una voracidad en la incorporación de recursos y tierras que colisiona con las estrategias locales de producción y vida, lo que trae como consecuencia una disputa territorial”.

La soberanía alimentaria se presenta como una propuesta democratizadora sobre los alimentos, para que la sociedad pueda tomar decisiones acerca de la producción, distribución y consumo sin la intervención del mercado. “Este paradigma alternativo plantea el derecho de los pueblos a definir su sistema alimentario –destaca Domínguez–. El derecho de los pueblos a discutir, conversar consensuar y resolver cómo se producen los alimentos, con qué tecnologías, para qué y a dónde van a ir”.

El Estado debería actuar como garante para el logro de estas transformaciones. Domínguez opina que el Estado argentino, en particular, ha hecho caso omiso a la discusión estructural: “El gran problema es que ha estado ausente, salvo por algunos programas que, por la militancia de sus técnicos y las convicciones de sus funcionarios, a veces consigue apoyar y, de alguna manera, colaborar con las exigencias de los movimientos sociales. Pero como política pública de mediano y largo plazo, no se registran estas experiencias”.

¿Y Vicentin?

La intervención del holding Vicentin y su posible expropiación pusieron en agenda la idea de soberanía alimentaria. Para Filardi, el anuncio del Presidente es esperanzador porque el Estado podría jugar un rol como actor estratégico en un sector concentrado en tan solo 10 empresas que abarcan el 93% de las exportaciones de commodities, aunque advierte: “Si el Estado, a partir de esta empresa, sigue comprando soja transgénica, resistente a agrotóxicos para molerla y fabricar aceite de soja, agrocombustibles, que es una energía del hambre porque se están destinando tierras o cultivos que bien podrían estar abocados a alimentar seres humanos, eso no tiene mucho que ver con la soberanía alimentaria. Si además se obtienen los subproductos de la soja como lecitina y glicerina, y eventualmente aceite de soja y todo eso va a la exportación, tampoco tiene que ver con la soberanía alimentaria”.

Y añade: “Ahora, si a partir del control de Vicentin como empresa pública se pretende dinamizar a la agricultura familiar campesina indígena y a las cooperativas, abastecer el mercado interno, de alimentos sanos, seguros y soberanos, a precios accesibles y populares, si se vale de toda esa infraestructura logística de puertos y de puntos de venta que tiene la empresa, podría estar al servicio de la soberanía alimentaria”.

Domínguez cree que la posibilidad de expropiación se está desdibujando debido al “núcleo de poder que subsiste en torno a los sistemas alimentarios y los recursos naturales” y que, si bien no representaba un cambio paradigmático, sí parecía “un paso que podría llegar a abrir otros debates”.

“Esto sirve de indicador y síntoma de lo poco dispuestas que están las élites a permitir cambios paradigmáticos en torno a las cuestiones nodales, a las grandes definiciones de hacia dónde va la humanidad. Si no se democratiza el sistema alimentario, posiblemente los colapsos anunciados sobrevendrán y las poblaciones, sobre todo las urbanas y de menores recursos, quedarán a merced del hambre y la desigualdad. Si el Estado no interviene y no puede disciplinar al capitalismo, difícilmente se pueda llegar a enfrentar escenarios como los que se vienen”, concluye Domínguez.

Marcha contra expropiación de Vicentin en Bahía Blanca.

Dibujar la memoria, la verdad y la justicia

Dibujar la memoria, la verdad y la justicia

Eugenia Bekeris y María Paula Doberti son artistas visuales militantes. Cabría preguntarse qué artista no lo es, pero en su caso la labor artística al servicio de una causa ha sido tan sostenida y significativa que han creado una obra que se volvió un documento histórico vivo del ejercicio de hacer memoria. Desde hace diez años, ambas asisten a las audiencias públicas donde se juzgan los delitos de lesa humanidad, se sientan como oyentes y con sus manos, lápiz negro y un bloc de notas tamaño A4 dejan testimonio de los rostros y las palabras, diálogos, escenas y recuerdos que acontecen allí, a partir de las declaraciones de víctimas sobrevivientes, testigos y perpetradores del horror cometido durante la última dictadura militar argentina.

El fruto de esas horas y trazos militantes hoy puede palparse como un conjunto: 100 de esas piezas artísticas -en el sentido amplio del arte, en su dimensión política y creativa- fueron seleccionadas y forman parte de Dibujos Urgentes. Testimoniar en juicios de lesa humanidad, libro-archivo publicado por Mónadanomada ediciones que sus creadoras presentaron el miércoles 11 de marzo en el Centro Cultural de la Cooperación. El origen de sus prácticas, hace una década, fue la iniciativa que H.I.J.O.S. y la Universidad Nacional de las Artes (entonces IUNA) lanzaron con la idea de contrarrestar la decisión de la Corte Suprema de prohibir los registros fotográficos y fílmicos en los juicios, tras la desaparición de Jorge Julio López.

“No tiene nada que ver el dibujo de un retrato tradicional con uno de nuestros dibujos de las audiencias -dice Doberti, aún cuando el ojo lego percibe rostros y cuerpos en esas imágenes-. Lo que hacemos es dibujar durante toda la declaración del testimonio, sin metaforizar, sólo lo que vemos. Son dibujos textuales, porque solemos agregar fragmentos de las declaraciones. Es muy distinto, porque uno observa muchas horas a una persona, va corrigiendo el dibujo, tratando de encontrarle la expresión, y en ese detenimiento se convierte en algo diferente. Además, lo hacemos a través de una pantalla, a su vez mediatizada por el vidrio de la sala de la audiencia, y en el contexto de una declaración bastante dolorosa. Lo que hacemos es la visualización de un testimonio”.

Presentación del libro en el Centro Cultural de la Cooperación.

Este trabajo nació de la prohibición de fotografiar y filmar los juicios. ¿Qué diferencia creen que hay entre un dibujo y una fotografía o un video para registrar lo que se vive allí?

María Paula Doberti: El dibujo tiene algo que acerca más al espectador. No sé por qué motivo, pero algo lo hace más cercano. Hacerlo con la mano, sin la mediación que tiene una foto o un video, quizás. O el estar hechos de manera rápida, a lápiz negro, con el agujerito de bloc en el papel… Tal vez eso acerca a quien los mira, como algo que formó parte de su propia historia, porque todos dibujamos en algún momento de la vida.

¿De dónde nace esta idea de lo “urgente”?

MPD: Fuimos armando la idea de qué es un “dibujo urgente” mientras los íbamos dibujando.

Eugenia Bekeris: Lo urgente fue emergente de la práctica. Empezamos a notar la urgencia del dibujo en un ámbito judicial de quienes habían logrado sobrevivir. Era un ámbito delicado y allí la urgencia era una cualidad fundamental para atrapar y registrar estos juicios como hechos únicos.

¿Cómo empezaron a organizarse para hacer los dibujos?

EB: Nosotras no nos conocíamos. Al principio, cada una empezó a dibujar sola. Y sucedió que, estando en ese ámbito, en estos escenarios del horror, hacerlo en compañía de una colega era fundamental y necesario.

MPD: Juntas fuimos decidiendo qué hacer y qué no. Por empezar, resolvimos que los dibujos no se tocan. Si un dibujo queda por la mitad, porque una persona declaró poco y no lo terminamos, así queda. No los completamos porque los consideramos un testimonio. La relación con las palabras también la descubrimos en la práctica: al principio,  sólo dibujábamos por la necesidad de que esas palabras no se evaporaran, de no perder esos fragmentos de testimonios que atravesaban alma o daban escalofríos. Nos dimos cuenta de que, a veces, anotábamos lo mismo.

¿Fue difícil dibujar a los genocidas?

MPD: Sí, me costó. No sé si dibujarlos, me costó verlos. La primera vez que vimos a Videla, dije “guau, ese es Videla, ese viejecito anciano que casi no puede caminar”. Nos han preguntado si dibujamos igual a un genocida y a un sobreviviente, y la verdad es que sí: el dibujo es igual. Y eso lo hace más perverso: saber que es una persona como cualquiera. No tiene cara de genocida, tiene cara de persona común como la que te cruzás en la calle. Cuando se pone a hablar, se transforma en Videla. Ahí saca todo su demonio interno. Me pasó con Julio Poch, el aviador de los vuelos de la muerte. Realizó una declaración muy larga, como de cuatro horas. Al principio, estaba muy coacheado por sus abogados, usaba un vocabulario súper cuidado, y además estaba muy bien vestido, un tipo grande, pintón, te diría. Y en un momento, me dio miedo y se lo dije a Eugenia. ‘Este tipo me está dando miedo’, le dije. Y ella me dijo: ‘Te está seduciendo, por eso te da miedo’. Recuerdo también otra vez, ante un apropiador, en una sala muy pequeña. Yo estaba dibujándolo desde atrás, el rostro a tres cuartos, y se ve que él sintió mi mirada. Se dio vuelta y me miró fijamente a los ojos. Como si me dijera: “¿Qué estás haciendo?”. Me sostuvo la mirada y no pude seguir el dibujo, me atemorizó. Ese tipo, es capaz de hacer todo aquello por lo que hoy lo están juzgando, sólo mirándome me heló la sangre.

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Las escenas macabras y los dolores inconmensurables son parte de eso inaprensible que atraviesa sus dibujos, y que antes las atravesó a ellas. Son recuerdos que ahora les pertenecen y que su memoria invoca casi irracionalmente, a su puro antojo. Doberti trae la figura de Stella Calloni, testigo especialista en el juicio por el Plan Cóndor, cuando se le pregunta por el número de dibujos que acumularon en estos diez años. Y consultada por cuál fue la última audiencia que dibujaron, Bekeris detalla su último registro del dictador Jorge Rafael Videla, ese que guardó entre sus papeles hace siete años. Sus recuerdos, testimonios de virtual presencia ante aquel terror, también funcionan según la lógica de lo urgente: lo que conmueve, lo que dejó huella en su alma, es lo que sale a la superficie.

“Recuerdo muy bien la audiencia de Stella Calloni -la evoca Doberti-. Ella era una persona grande, pero cuando declaraba no tenía ni un ayuda-memoria. Tenía una memoria impresionante y hablaba sin parar, con mucha precisión. Me acuerdo que, durante el cuarto intermedio, me la crucé en el baño: era una anciana a la que ayudaban a caminar. Me impactó que fuera la misma persona. Y cuando se reanudó la audiencia, volvió a ser gigante y todopoderosa”.

Bekeris es la última persona que capturó una imagen pública del genocida que encabezó la junta militar que se alzó con el poder luego del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.  Aunque no había nadie en el sector asignado al público, estaban presentes miembros de la querella, el abogado del dictador y los jueces: sin embargo, en la memoria de Eugenia, el recuerdo es de él a solas frente a ella.

“Me acuerdo que entró al recinto vacío sostenido a cada lado por un hombre, arrastrándose -relata-. Se sentó a dar su alegato y parecía que no iba a poder hablar, tenía la boca pastosa. Tuvieron que acercarle un vaso de agua. Me provocó vértigo ver a ese anciano moribundo, con la nariz dilatada, los párpados caídos, los ojos vidriosos, balbuceando. Era un despojo. Le mandé un mensaje a María Paula: “Videla se va a morir”. Cuando por fin pudo hablar, repitió que no le daba a ese juicio ningún valor legal, que seguía acompañando a sus camaradas hasta el final. Junto al dibujo, tengo escrito lo que dijo: hablaba despacio, como si me lo estuviese dictando a mí. Yo dibujaba en mi cuaderno pequeño, con lápiz y goma, ese final: ese genocida tan temido y cruel estaba reducido frente a mí, sentadito ahí, muriendo. Como si fuera una venganza sutil, alejado de la escena de crueldad y condenado a cadena perpetua. A los tres días, murió”.

Su subjetividad, movilizada durante las audiencias, ¿cómo se conjuga al dibujar con la intención de registrar la escena?

MPD: Obviamente una siempre dibuja desde una. Es inevitable. Pero nosotras teníamos la claridad de saber que nuestro objetivo era darle visibilidad a los juicios: lo hacíamos y seguiremos haciendo desde esa tarea militante, no con el fin de exponerlos en una galería. Nos sentamos a dibujar desde otro lado, acompañando esos testimonios. Es distinto a estar en un taller componiendo más reflexivamente. Personalmente, en los dibujos de los juicios soy pura emoción. Es muy complicado dibujar ahí.

¿Por qué?

MPD: Porque los testimonios son muy crudos y duros. Me ha pasado no poder seguir dibujando porque tenía los ojos llenos de lágrimas y tener que parar y serenarme. O atemorizarme frente a un genocida. Son emocionalidades complejas a la hora de hacer un dibujo, que además vienen desde afuera. Cuando uno dibuja en taller, las emociones nacen desde el hacer. Acá, es lo que oís, que te puede dar un palazo o ganas de abrazar a alguien.

¿Es posible dibujar en esos momentos?

EB: Adquirimos práctica para abordar estos escenarios, encontrando estrategias para dibujar. Siempre uso una metáfora de lo que me pasaba a mí: iba de cacería a atrapar imágenes. Y eso genera una cierta distancia emocional. Era vertiginoso, urgente. Confrontadas al hecho con velocidad, teníamos que documentarlo con rapidez. Eran aterradores los testimonios de las víctimas testigos, pero no teníamos tiempo de aterrarnos. Aún cuando esos testimonios desoladores nos ponían a la vista una experiencia inabordable.

¿En qué sentido?

EB: Podríamos asociarlo al concepto que refiere a los sobrevivientes del Holocausto y a ese “otro lado” donde estuvieron, como otra dimensión de la realidad, a la que nosotros, que no estuvimos, no tendremos acceso nunca y de la que ellos no podrán salir. Es inabordable, inasible, difícil hasta de comprender. Te hace doler, te sorprende, te pone triste, pero nosotras no intentamos darle ningún tipo de emoción a nuestros dibujos. No agregamos fiereza ni tristeza, aunque en nuestro dibujos algo de eso trasciende.

Hay algo de lo sombrío en sus trabajos.

EB: Sí, hay algo que es inquietante. El día de la última aparición de Videla, me acuerdo que llegué a casa y dormí el resto de la tarde, como tres horas. Nos impactó en el cuerpo todo eso que vivimos.

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Los juicios por delitos de lesa humanidad que lleva adelante Argentina son un hecho único e inédito en todo el mundo: prácticamente no hay países que hayan saldado esos delitos con sus propios tribunales y con las leyes que se aplican a todos sus ciudadanos. En ese sentido, las autoras de Dibujos Urgentes lamentan la poca concurrencia de público que llega a las audiencias. “Los juicios no tienen ni la difusión ni la visibilidad que merecen, por eso nosotras subíamos siempre los dibujos a nuestras redes. A veces, la gente se enteraba de los juicios por nuestros dibujos. Durante mucho tiempo, ha sido un proceso judicial casi invisible”, se lamenta Bekeris.

Por el imprescindible ejercicio de la memoria, pero también para reivindicar unos procesos de justicia inéditos y originales en todo el mundo, es que su obra se agiganta en valor. “Creo que es muy importante este trabajo -agrega. Estos dibujos pequeños y en lápiz dan cuenta con sencillez de hechos muy importantes para las nuevas generaciones. Para quienes nacieron en post dictadura, el libro puede ser una estrategia poderosa de información. A veces la lectura no alcanza. Nosotras escuchamos e intuimos lo que les pasó a quienes declararon, más de eso no podemos hacer, pero los textos vuelven su palabra presente, la traen in situ, nada de lo que dijeron fue modificado. El testimonio intacto en dibujos es una posibilidad de acceder a otro fragmento de la verdad en esta lucha contra el olvido y el negacionismo”.

¿Por qué creen que se acerca poca gente a los juicios?

MPD: Un poco de todo. Al principio iba mucha gente, pero hay que sostener una práctica de tantos años… Siento que hay muy poca difusión y mucha gente no se entera. Los cuatro años del macrismo fueron tremendos en ese sentido, hubo un silenciamiento total. Además, creo que esta idea de preservar a los testigos y no poder fotografiarlos ni filmarlos, invisibilizó a los juicios, justamente cuando parece tan necesario que alguien acompañe en esos momentos.

Además de sus dibujos, su presencia debe haber sido importante en ese sentido. ¿Tuvieron devoluciones sobre eso?

MPD: Una vez, Eugenia le mandó uno de nuestros dibujos a una persona que había declarado y no los había podido ver, porque a veces, cuando salen del tribunal, les mostramos los dibujos o les pedimos sus mails para mandárselos. Esa vez, ella le preguntó a un sobreviviente si nuestros dibujos le parecían banales en el marco de todo lo que habían vivido. “Lo que nos importa es que ustedes estén ahí y que los dibujos sean como un testimonio”, le dijo. Imagino, por lo que nos cuentan, que no debe ser igual declarar frente a una sala llena que hacerlo cuando no hay nadie. A veces, cuando van personas que tienen una gran militancia, van muchos compañeros y se produce un diálogo con quien declara. Y otras veces, cuando está sola la persona declarando, es muy triste. Me pasó una vez que me quedé sola en la sala. Declaraba una mujer por la desaparición de su hermano. Llevó una foto de él, y no había nadie. Se fue muy angustiada, después de declarar, abrazada a la foto de su hermano. Está bien que se declara para que escuchen los jueces, pero también es necesario que haya alguien del otro lado, escuchando…

Estabas vos.

MPD: Sí, pero estaba yo sola. Y como ella estaba muy angustiada, no me dio para acercarme. Es que ella lloraba. Y yo también.

“Creemos que es una medida irresponsable”

“Creemos que es una medida irresponsable”

En contra de la suba de las retenciones a la soja  desde el lunes y hasta el jueves las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) y la Sociedad Rural Argentina (SRA) dispusieron un paro agropecuario con cese de comercialización de granos y de hacienda, sin el aval de todos los productores de alimentos.  Lo que deja visible que “el campo” es diverso, multisectorial y tiene distintos intereses, exigencias y necesidades que demanda al Estado. ANCCOM dialogó con  Lucas Tedesco referente de la Unión de los Trabajadores de la Tierra (UTT)  quien expresó una visión disidente a la Sociedad Rural: “Estamos en contra de ese paro de cuatro días de un sector minoritario, por eso realizamos el martes pasado un verdurazo y tractorazo regalando 20.000 kilos de verdura a los vecinos y vecinas que decidieron acercarse”, afirmó.

Como en 2008, pero 12 años después, las discusiones en torno a las políticas fiscales  para el sector agrario siguen teniendo los mismos actores políticos y sociales en disputa. En ese entonces Cristina Kirchner conducía los destinos de la Argentina, su gobierno dispuso la Resolución 125/2008 para establecer un esquema móvil de retenciones a la exportación de la soja. Dicha medida llevó a un conflicto de tres meses con las patronales agrarias en los que se produjeron cortes de ruta, derrame de alimentos y desabastecimientos en las góndolas de los supermercados.

 En el 2020,  el máximo cargo de la Nación lo ocupa Alberto Fernández, quien en la apertura legislativa del Congreso de la Nación del primero de marzo, anunció nuevas políticas distributivas y señaló al sector agrario: “Hemos convocado al campo para que colabore en la lucha contra el hambre”.  Así las retenciones para el sector agroexportador sojero pasó del 30 al 33%, establecido en el Decreto 230/2020  emitido el 4 de marzo. Dicha norma se ampara en Ley 27541 de “Solidaridad Social y Reactivación Productiva en el Marco de la Emergencia Pública” y es una de las medidas que se dispuso para  mejorar los ingresos fiscales en un contexto económico de endeudamiento, alta inflación, recesión creciente, desempleo generalizado y emergencia alimentario. “Si se le pide el tres por ciento al campo sojero, que son los grandes de los grandes porque producen más de 1000 toneladas anuales, es una medida redistributiva para los sectores más vapuleados que son los medianos y pequeños productores, quienes  producimos alimentos para el mercado interno”, reflexiona Lucas Tedesco en apoyo a las medidas tomadas por el gobierno.

“El paro no va a tener la medida que ellos esperaban,  el martes (por ayer) hubo record de entrada de animales en el mercado de Hacienda, se va hacer Expoagro y se comercializan granos. Sí hay grupos localizados en Córdoba y Santa Fe que pertenecen a una élite y son los que incentivan en esta medida de fuerza”, explicó el dirigente de la Unión de los Trabajadores de la Tierra. Pero advirtió que “si sube el precio de los granos por el paro nos afectaría porque representamos a más de 16.000 familias trabajadoras de la tierra en 15 provincias del país, y esto dispara los precios de la carne. Creemos que es una medida irresponsable”.

A diferencia de 2008, el planteo de Fernández respecto al aumento a las retenciones de granos de soja es que se destine al desarrollo y la distribución dentro del sector agrario. La visión de desarrollo económico del Presidente  es apostar por “una Argentina contra el hambre” para ello convoca a diversos sectores a dialogar: “Desde que asumió Fernández, hemos tenido reuniones con casi todos los funcionarios del gobierno que tengan que ver con el sector y participamos en la mesa del Consejo contra el Hambre. Nosotros proponemos construir mercados y almacenes populares para eliminar intermediarios y bajar los costos de los alimentos. Para que cada municipio pueda tener su propia producción de verduras y carnes necesitamos que se implementen las colonias de abastecimiento urbano”, finalizó Tedesco para esclarecer una visión “del campo” contrapuesta a la Sociedad Rural. 

Viaje al interior de la marea verde

Viaje al interior de la marea verde

 

Poco antes de las 16 todavía la estación no explota de personas. Todavía no son tantas las que se juntan, pero con cada tren que arriba se van sumando decenas al montón. En realidad, Constitución siempre está repleta de gente, pero hoy tiene un tinte diferente. Mucho violeta, más de lo habitual, llama la atención, enseguida. Hay algo característico que se distingue: los brillos, el pañuelo y los labios pintados. Para muchas son como uniformes. Van asomando los carteles que expresan las consignas como gritos al cielo: “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”, “Nadie le preguntó a mi agresor cómo iba vestido”, “No nací mujer para morir por serlo”. En un brazo se lee un “LIBRE”, así, en mayúsculas, con letras plateadas y brillantes. No es un anhelo, es una promesa: las mujeres hoy se juntan porque quieren ser libres.

Es 9 de marzo y están de paro. Ayer domingo fue el Día Internacional de la Mujer Trabajadora pero el paro se realiza hoy, lunes, bajo la certeza de que “si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”. En Argentina, solo en marzo hubo seis femicidios, lo que acumula 69 en lo que va de 2020.

Encuentros, amigas que esperan a otras amigas, familias enteras, compañeras de trabajo, adolescentes, niñas y niños, adultas, pibas solas, pibas en grupos. Todas en la estación, listas para ir al Congreso. Un grupo de 20 jóvenes se acomoda en ronda. Tiran en el centro sus mochilas, el glitter, las pancartas. “Nosotras nos nucleamos todas en la Facultad”, explica María, una estudiante de Comunicación Social de la Universidad de Lomas de Zamora. “Somos todas compañeras que tratamos de involucrarnos en la realidad de nuestro país. Es una construcción necesariamente colectiva; juntas podemos cambiar el mundo”, afirma mientras espera que se unan más pibas a la manada. A un costado, está Micaela junto a su hermana y unas amigas. También son estudiantes universitarias de zona sur. “El feminismo nos interpela a todas de diferentes maneras”, dicen, “venimos porque nos conecta y nos emociona”.

Cerca de ellas está Romina Domínguez, que viene desde Longchamps. Está con sus hijas -una adolescente y otra de tres años- con las amigas de la más grande y con su ahijada. Mientras ataja a la más chiquita que se distrae con todo lo que pasa a su alrededor, espera a su hermana, que viene desde Temperley. Aunque cree que la sociedad todavía no está lista para tantos cambios, marcha porque quiere que sus hijas “sean libres de pensar lo que quieran” y que “no salgan con miedo a la calle”.

A un costado se congregan Graciela, Nélida, Ana, Fabiana, Gabriela y Florencia, que llegaron en tren desde Almirante Brown. En sus remeras se lee “Unidxs y organizadxs”, una organización peronista que, entre otras cosas, trabaja en conjunto con el municipio en auxilio a aquellas mujeres en situaciones de violencia. “Es importante venir para visibilizar las diferentes realidades que viven las mujeres y las disidencias sexuales”, afirma Gabriela. Graciela agrega que viene por sus hijas y sus nietas: “Yo quiero para ellas un futuro sin violencia”.

Apenas pasaron unos minutos de las cuatro de la tarde cuando llega la estampida proveniente de La Plata. Son decenas las mujeres que atraviesan los molinetes para hacerse paso: ha arribado a destino la marea feminista del tren Roca. Una chica de no más de 15 años sostiene un cartel naranja que con letras negras anuncia “en la voz de mis hermanas escucho la revolución”. Grupos y grupos llegan y se unen a los que ya estaban. Aparece la bandera multicolor del movimiento LGBT+, más carteles, más glitter, más pañuelos. Una tímida batucada se oye a lo lejos, y el murmullo se enciende a cada paso, hasta retumbar por las paredes. “Agite”, una organización estudiantil independiente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de La Plata marca el ritmo con los bombos y los tambores, mientras continúan su camino hacia el subte. Tras ellas desfila una multitud de personas con el mismo rumbo. Las y los que pasan no pueden evitar darse vuelta: la ola verde pisa fuerte.

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En los vagones de la línea C no entra un cuerpo más, hasta que frena en Avenida de Mayo, donde queda prácticamente vacío. Al salir, el cielo anuncia con sus nubes una lluvia amenazante. En la pared de un edificio unas mujeres pintan un stencil gigante. Son tres profesoras de Bellas Artes, que hace poco decidieron juntarse para hacer intervenciones artísticas en la via pública. “Queríamos acompañar la movilización con alguna acción, por eso cambiamos la conocida imagen de Banksy de un hombre tirando flores, por una mujer con una botella con fuego en la mano”, explica Pía. La imagen se acompaña de la frase “agradezcan que pedimos justicia y no venganza”.

Sobre 9 de Julio y Avenida de Mayo, justo debajo de la estatua de Don Quijote de la Mancha, Adriana y Eli de la Comunidad Danzante se encuentran con sus compañeras para ultimar los detalles antes de bailar la danza del Tinku. “Para nosotras representa el encuentro con otras comunidades. El Tinku reivindica nuestras raíces ancestrales. Es una danza guerrera, de resistencia y lucha”, explica Adriana. Su compañera, Eli, agrega: “Reivindicamos el feminismo comunitario, antipatriarcal, antiracista”.

En esa misma esquina, se concentra la Asamblea por la Salud Integral Travesti-trans-no binarie. “Decidimos visibilizar el conflicto que tenemos para acceder a los tratamientos de reversión hormonal en todo el país. En julio del año pasado los laboratorios que proveen de nuestro tratamiento al Estado se bajaron de las licitaciones y ahora está habiendo faltantes en todo el país”, cuenta Ese Montenegro, uno de los referentes del colectivo. “Una de las cosas que reclamamos es la producción estatal de hormonas. No podemos seguir siendo rehenes de las multinacionales, ellos definen nuestra vida según sus ganancias”. Ante la pregunta de si encuentran amparo en el feminismo, contesta que sí pero señala que hay un avance del discurso fascista transexcluyente que le preocupa. “Con ese grupo no transamos”, declara.

Un poco más atrás está el proyecto “Preservativo para Vulvas”. La iniciativa surgió hace un año y ya se expandió por varias ciudades del país. Desde el colectivo denuncian la falta de voluntad política y de información que hay sobre el tema y plantean cuatro ejes de acción: concreción de un preservativo para vulvas, distribución gratuita de los métodos que ya existen en otros países vecinos, la creación de un protocolo ginecológico con perspectiva de género y la difusión de información para docentes. Sofia, referente del movimiento, también exige que en las escuelas se hable de sexo, y que específicamente enseñen cómo cuidarse entre personas con vulva”.

El ruido va en aumento y a los cánticos se le suman las bocinas: poco a poco se va complicando el tránsito en la 9 de Julio. Las personas no paran de caminar rumbo al Congreso, con banderas, bombos y pancartas. Carla Oviedo, docente de primer grado en una escuela doble jornada de Quilmes, se detiene a ver una murga del partido de San Martín. Su delantal está intervenido con la frase “la seño te cree siempre”, en referencia al abuso infantil. “En las escuelas tendrían que poder encontrar ese apoyo. Las maestras tenemos un rol importante, pero sin políticas estatales nos excede la situación”. Ella aplica la Educación Sexual Integral en su aula pero denuncia que, al no estar debidamente reglado, queda a discreción de cada docente hacerlo o no.

A pocos metros de la Plaza de los dos Congresos, se despliega una pancarta gigante con el lema “Separación de la Iglesia y el Estado”. En la columna que avanza hay cantos, hay intervenciones artísticas, hay saltos, hay movimiento. Las mujeres organizadas vienen de todos puntos de la Capital y Gran Buenos Aires y se agrupan bajo las consignas más diversas: algunas que surgieron recientemente, como “la revolución de las viejas”, otras que ya tienen años de lucha, como “Mamá Cultiva”. En el centro de la Plaza, un grupo de mujeres artistas con hijes y carteles que decían “Vomite todo aquí”. Karina, una de las integrantes del movimiento, describe que se trata de poesía de la urgencia, una escritura catártica, donde se invitan a las personas a participar para sacarse las opresiones mediante la escritura y la deposite en un chango vomitario”.

El deporte también dijo presente en la jornada. A un costado, Greta Martinelli, jugadora de voley en Boca Juniors, pide por la profesionalización del voley femenino: ellas no tienen médicos, ni kinesiólogos, ni contratos, ni la paga de sus compañeros hombres. “Es un largo camino pero esperamos que se pueda lograr”, comenta con esperanza. “Trabajamos desde abajo para llegar hasta arriba”. También estuvo Romina, de 26 años, que forma parte de San Lorenzo Feminista, una organización de hinchas que busca generar un cambio dentro del club. “A veces hay acciones para combatir; el machismo dentro del fútbol pero es difícil. Se da un paso para adelante y tres para atrás”, comenta.

Hay, también, relatos más difíciles de digerir. Sobre esa misma calle, mientras caen unas tímidas primeras gotas, tres mujeres y una niña despliegan una tela sobre la vereda de los números impares. En el cartel se hacía mención a la desaparición de Claudia Repetto. Susana, su hermana, denunciaba: “Estamos pidiendo para que aparezca Claudia, desaparecida desde el domingo pasado. Su expareja se la llevó y no sabemos nada de ella. Se hicieron los rastrillajes en la playa y se encontró una pala en los acantilados”.

El día se cierra con el acto final y la lectura del documento en el que confluyen todos los reclamos. Ya es de noche cuando Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo, se sube al escenario. Una vez más y como siempre, recuerda a lxs  detenidxs desaparecidxs y exige justicia. El conocido “ahora y siempre” resuena en el barrio del Congreso. Poco después de las 20 se empiezan a disipar los contingentes y comienza el regreso a los hogares. Aunque, sobre avenida Callao, aún quedan multitudes saltando al grito de “aborto legal, en cualquier lugar”.

«Atravesamos el racismo en nuestros procesos identitarios»

«Atravesamos el racismo en nuestros procesos identitarios»

«Soy ayudante de cátedra y cuando llegan los pibes al aula me miran raro, dudan que sea docente», dice Aymara.

Las cuadras que rodean la Plaza Lavalle parecieran ser consideradas un centro importante de la cultura en la Ciudad de Buenos Aires. En unos pocos metros concentra desde el prestigioso Teatro Colón hasta Tribunales, repleto de profesionales y universitarios. En el medio, el Instituto Libre de Segunda Enseñanza (ILSE), colegio dependiente de la Universidad de Buenos Aires (UBA); y a unas pocas cuadras, el Centro Cultural Borges. 

Entre los habitués que recorren esas cuadras se mezclan decenas de turistas a cada hora, cuyo lugar preferido es el Petit Colón, uno de los cafés notables de la ciudad. En aquella esquina, Libertad 505, repleta de mármol claro, madera oscura, tapizados bordó y decoraciones doradas, está ya sentado Alejandro Mamani, abogado e integrante de Identidad Marrón. De traje y con un café frente a él, es uno más de los tantos que se encuentran en el bar; pero  no lo es. Entre la gente -judiciales, turistas, visitantes del teatro, señoras-, es el único no blanco, el único marrón. 

Marrón. Así se identifica, así se autopercibe y así se presenta. 

Poner sobre la mesa su color de piel es la forma que tiene de sacar a la luz el racismo. “Nuestro planteo está en el debate de lo no visual y lo visual. Es por donde vemos el racismo, que claramente es visual, es fenotípico. A pesar de tu autopercepción o de tu conocimiento de cuáles son tus orígenes, si tu fenotipo es indígena, la dinámica de los valores y los contravalores se activa. Y es estética, es visual”, explica Mamani. 

Junto a otros profesionales de diversas ramas -la mayoría, universitarios de primera generación-, Mamani conforma Identidad Marrón, un “colectivo de personas marrones hijxs y nietxs de indígenas y campesinos de América”, y llevan como bandera algo que tantos otros niegan o son incapaces de ver: su color de piel. “Lo visual es construcción y es un campo de batalla. Como también lo es la cuestión de las representaciones”, sostiene Mamani, sentado en ese espacio que, inconscientemente -o no-, está pensado por y para blancos. 

Más tarde llega Aymara Choque, también abogada y parte del colectivo que reúne personas marrones; ella, además, pertenece a la red Tejido de Profesionales Indígenas. Desde su perspectiva, también entran en juego la identidad indígena -asumida y en proceso-, y el feminismo.

Dentro de Identidad Marrón se sostiene la idea que el racismo es “estructural, que se da en todos los espacios y en los progresistas”. Por eso, el grupo se construye como un lugar de reflexión y acción desde distintos campos -arte, humanidades, educación, jurídico, entre otros-, con el objetivo de visibilizar el racismo, pensar respuestas a las problemáticas que afrontan las personas racializadas marrones, e incidir en la transformación de la realidad.

«Hay un saber que siempre nos termina aplastando y que no tiene en cuenta nuestro propio saber», dice Aymara.

¿Por qué cuesta tanto identificar la racialización de las personas marrones?

AM: Ha sido tan poco debatido el tema del racismo en la parte hispanoparlante latinoamericana que es complejo. Desde el grupo no planteamos respuestas sino que trabajamos dudas, y ponemos la cuestión contextual para dar cuenta de cuáles son los elementos que conforman o activan la maquinaria racista en nuestras sociedades. 

Wendy Sulca, Yalitza y More Rial son ejemplos de cómo se ataca por el color de piel, de cómo se ha hecho una dinámica de discurso racista. En silencio, porque no decimos que sea racismo. No se lo puede pensar porque asimilamos que racismo es el Ku Klux Klan, es la imaginación de la segregación yanqui. Hay una cristalización en el binomio blanco/negro-afro, muy relacionado al contexto anglosajón.

¿Esto tiene algo que ver con la “apropiación cultural”?

AM: Lo de apropiación cultural también depende de cuáles son los grupos y cuales están legitimados. Hay una legitimación social académica para hablar de racismo y afro en Argentina, para cuestionar desde ese lugar. Podemos hablar de qué es apropiación cultural, hacer una traducción literal de todo lo que plantea la academia anglosajona. Pero claramente somos un contexto diferente y tenemos que encontrar aquí cuál es la forma en que el racismo existe, cuál es la forma que toma acá. 

¿Qué objetivos tienen cuando plantean la categoría “marrón”? 

AM: Las personas blancas saben que son blancas, o de última sabemos que son blancas. Las personas negras y afros tienen toda una construcción académica teórica bastante interesante y reivindican el color negro. Pero ¿nosotros no tenemos color? Hay una cuestión identitaria, una cuestión muy compleja respecto a todo lo del racismo en América Latina. Y eso es lo que queremos tratar a partir de la categoría “marrón”. No decimos que sea el término correcto. Hemos recogido rastreos de insultos a personas con rasgos aindiados, como “color caca” o “color puerta”, pero no te dicen “marrón de mierda”. 

El color lo que termina haciendo es demostrando que claramente no soy negro. Pero, a diferencia de Aymara, no quiero utilizar la categoría indígena como una imposición. Mi fenotipo es este, me puedo mirar al espejo y sé cómo funciona la estructura racista contra mí. Voy a hablar de eso, desde mi lugar. Nosotros revalorizamos lo indígena, nuestros antepasados, lo campesino. Pero nuestro punto fuerte de discusión es el racismo. Y a partir de eso, algo que encontramos como una forma de aglutinar a los descendientes de indígenas y campesinos, fue lo marrón.

Aymara Choque: Lo que me pasaba cuando era más chica era que me decían «negra de mierda», y yo me miraba y decía «no soy negra», no era de ese color negro que veía en las cosas. Y mi mamá decía «nosotros somos hijos de la tierra», porque la tierra es más parecida a mi color.

Entonces, el racismo está, y eso es algo que nos unifica. A mí desde la perspectiva indígena y ellos desde la perspectiva que no se reconocen como indígena y quizás están en el proceso y quizás no. Todos los que conformamos Identidad Marrón, hemos atravesado el racismo desde nuestros distintos procesos identitarios.

«El que agarra el micrófono en una marcha es el blanco, y el que agarra las pancartas es el marrón», dice Mamani.

¿Qué clase de respuestas ofrecen?

AM: Respuestas políticas. Queremos crear políticas públicas posibles, tratar de modificar la realidad en cierta forma. Hace cuatro o cinco años llevé al INADI una denuncia por racismo de un chico al que lo habían discriminado en un boliche de Palermo y no le habían tomado la denuncia. Fuimos con otra abogada indígena que trabaja dentro del INADI, y le preguntaron si la denuncia era por xenofobia. Pero no, porque era argentino. Y la persona del INADI no sabía por qué era la denuncia. Era racismo. Y su respuesta fue  «¿Cómo va a ser racismo si no es afro?».

Queremos habilitar las líneas, las herramientas administrativas para denunciar las situaciones de racismo real y no banalizarlas. No queremos símbolos, queremos crear derechos para las generaciones futuras, que pueden sentir que el rechazo es personal, que hay un tema de exclusión social personal cuando en realidad es algo estructural. Pero también para las generaciones pasadas, para la vejez, personas que han trabajado precarizadas sin un solo aporte, que han colaborado con la construcción de un país y han sido olvidadas. Ya sea desde planes de incidencia social donde se tenga en cuenta el racismo como una variable, como se tiene en cuenta el feminismo en ciertas variables; hasta la modificación de la Ley Antidiscriminatoria respecto de la carga de la prueba: que el comercio, bar o boliche tenga que probar que no discriminó, que cumple la ley y que las diferenciaciones son objetivas. Que el derecho de admisión no sea una excusa para discriminar. 

Mencionaron también la cuestión de la identidad indígena, ¿qué papel juega Identidad Marrón en eso y cuál es su postura frente a dicha identidad?

AM: Identidad Marrón es un lugar de proceso de asumir la identidad indígena. Es un proceso personal y no es obligatorio, no todas las personas con rasgos indígenas tienen que reconocerse indígenas; y si lo hace, tiene que ser con sus propios tiempos. Pero, independientemente de este proceso en el que con Aymara estamos en instancias totalmente diferentes, el racismo nos termina llegando en la misma forma y en la misma instancia. Y eso es lo que nos une para trabajar. Otro debate que tenemos es el cómo se ha delimitado lo indígena como concepto y a qué personas le cabe la identidad. En América Latina el concepto de indígena ha quedado tan reducido que si no estás en una comunidad, no sos pobre, tenés estudios primarios, secundarios, universitarios, o sos de una ciudad, no sos indígena. 

AC: Hay también un estereotipo de lo que debería ser un indígena. Asumir mi identidad dentro del colectivo fue como repensarme nuevamente. Ahí me di cuenta de un montón de cosas respecto del mundo indígena, como que sí había gays, lesbianas y personas trans. Pasa que tenés 527 años de conquista que están atravesados por la institución de la Iglesia, y hay toda una cuestión ahí. Es como una deconstrucción también hacia eso. Y creo que eso es lo que me llevó a estar dentro del colectivo.

AM: Hay también una negación a la hora de hablar del color. Cuando se habla de lo indígena y respecto de lo marrón, en Latinoamérica se utilizan un montón de categorías, pero nunca se da un color. Este era nuestro lugar, América era nuestro lugar, tenemos preexistencia. Y la forma de anular esa preexistencia, de anular el color, y de usar el mestizaje y el criollismo como una estrategia de anulación, estuvo a través de los años y caló hondo. 

«Los dos somos abogados, y muchas veces la gente no asume que lo somos, nos piden créditos», señala Mamani.

¿Consideran que en el tratamiento diferente de las muertes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel hay una cuestión racista?

AC: En el caso Maldonado, en relación con la muerte de Rafael Nahuel, hay una cuestión de valores. Porque Maldonado era una persona blanca pero que estaba muy metido en la militancia indígena, y la comunidad lo termina aceptando. En cambio, Nahuel era indígena, era parte de la comunidad, entonces ya estaba en otro contexto. Hay una cuestión de valores ahí.

AM: Es un tema tabú. Pero si decimos que las vidas no valen lo mismo es porque sabemos que las vidas no valen lo mismo. Porque la vida de Rafael Nahuel no vale lo mismo que la vida de Santiago Maldonado. Es muy cruel, pero es verdad. La vida de los ocho chicos wichis que se murieron de hambre y sed en el norte no valen lo mismo que la vida de un niño de Capital. Si acá se hubiese muerto un niño de clase media, esto hubiese sido un escándalo nacional. Entonces de verdad las vidas no valen lo mismo. 

Hace unos días hubo bastante revuelo a partir de que Elizabeth “La Negra” Vernaci dijo que “Jujuy es Bolivia”. ¿Qué opinan de tal enunciado? ¿Y qué piensan de la postura del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, al respecto?

AM: Lo de Vernaci fue un exceso pero jugaron todos ese juego. Es una pequeña frase que es chocante y esconde algo de racismo. Que una nacionalidad se utilice como insulto da cuenta de qué estamos hablando: porque no es solo una nacionalidad, sino que la nacionalidad refiere a un fenotipo y el fenotipo es lo indígena. No es que no queremos ser bolivianos o no queremos ser indígenas. En 24 horas hubo todo un revuelo alrededor de los dichos, pero en lo que va del año murieron ocho niños wichis de hambre y sed, y no generó lo mismo. 

En Salta y Jujuy es muy común que se diga «esta persona es boliviana» como un insulto a pesar de que fenotípicamente sean iguales: no hay una diferencia estética, mis pómulos y ojos son del mismo tamaño, los rasgos de mi cara son iguales, mi color de piel es el mismo, mi apellido, incluso, es el mismo. Asumimos que todo lo indígena es de afuera. Lo que plantea Vernaci es mucho más complejo, porque claramente se piensa que Jujuy o Salta no es Argentina, pero ¿por qué? No porque sea Jujuy o Salta, sino porque hay pobreza y hay indígenas.

AC: Creo que también tiene que ver con una cuestión de ciertos nacionalismos que se fueron implementando respecto de las migraciones buenas y las migraciones malas. Una migración de los países limítrofes no es la que el argentino o el estereotipo de la Argentina quiere. No es lo mismo decirte que “sos italiano” que decirte “sos boliviano”, porque claramente hay una cuestión más despectiva. Y el hecho de que todos salieran con los tapones de punta, me da la sensación de que es como si ser boliviano fuera un insulto. Tiene que ver con todo un contexto histórico: es el pensarse como un país tan atrasado como Bolivia en su momento, antes de que llegara Evo Morales; con el tema de que el boliviano es sumiso, que en muchos casos viene a la Argentina a trabajar y ser explotado; y, sobre todo, con un indigenismo que no es asumido. 

Se ponen en juego dos cuestiones paralelas: por un lado, el jujeño que dice no ser boliviano como si fuera despectivo; y por el otro, quien dice «el jujeño es boliviano», porque viene con una mirada de que en el contexto argentino son todos “bajados del barco”. 

AM: Detrás de eso se esconde el racismo, se esconde que yo no quiero ser indígena porque no quiero ser indígena pobre, no quiero ser indígena marginal, no quiero ser indígena con un no status. Hay una cadena asociativa. 

¿Qué sucede con las personas marrones respecto de los lugares de poder o autoridad?

AM: Hay una cuestión que refleja dónde está el poder, de dónde viene. Uno no se cría cuestionando, uno no crece cuestionando la estructura. Uno cuestiona una estructura cuando tiene la capacidad para hacerlo, no antes. Nosotros no cuestionábamos que nuestros profesores de derecho fueran todos blancos. 

AC: De hecho a mí, que soy ayudante de cátedra, cuando llegan los pibes a la comisión me miran raro, como dudando que sea la persona a cargo. Hay un estereotipo.

AM: No se nos puede pensar en posiciones de autoridad ni de calidad académica. Los dos somos abogados, y muchas veces la gente no asume que lo somos, nos piden créditos. Lo llamamos «la sombra de la duda» con respecto de los titulados o profesiones como los artistas. Siempre dudan, como que la pregunta va dos veces: ¿de verdad? A mí me pasa… capaz está enlazado con esta cuestión de hiper validarme en la academia, pero yo tengo tres posgrados, una especialidad, una maestría. Y el tema sigue siendo la duda, la sombra de la duda que nos persigue.

¿Esto se ve reflejado en las posibilidades de acceso a posiciones de poder? ¿Incluso en estructuras que se reconocen como progresistas?

AM: Sí. Por ejemplo, las estructuras estatales son blancas, sean peronistas o sean de cualquier otro color político. Si agarrás la foto de todos los ministerios y sacás a todas las personas blancas, no deben quedar más de 5 personas en cargos de poder. Y eso sí es un tema tabú en la política «copada», porque nos gusta hablar de los pobres, de las minorías, de los cabecitas negras, de lo popular. Pero el poder es el poder. El que agarra el micrófono es el blanco, y el que agarra las pancartas en el fondo es el marrón, somos nosotros. Y nosotros ponemos eso en el tablero. Hablemos.

¿Y qué sucede con el feminismo? ¿También se dan estas dinámicas?

AC: El feminismo que se fue adoptando es un feminismo occidental que no tuvo en cuenta el contexto de las personas que no tenemos o no accedemos a ciertas clases. En mi caso, como indígena, cuando empezó toda esta nueva oleada no me sentía identificada porque no veía a una mujer indígena que estuviera hablando sobre cuestiones de mujeres indígenas. Porque nosotras también atravesamos las diferentes cuestiones que pasan las mujeres pero en otro contexto: el racismo. Además de que las demandas de quienes vivimos en la urbanidad, en el campo o en las comunidades, son diferentes. Todo ese contexto indígena es lo que ese feminismo no entiende, porque viene con otra cuestión identitaria, con una cultura, usos y costumbres totalmente distintos a una sociedad que siempre impuso el cómo tendría que ser una mujer. 

En el 2018 participé por primera vez del Encuentro Nacional de Mujeres y, particularmente, de una mesa sobre pueblos indígenas. Éramos ocho mujeres indígenas, y el resto, blancas. Me hizo preguntarme por la poca participación de mujeres indígenas en los Encuentros, y también en la poca visibilización que tenemos. ¿Qué iba a discutir en una mesa cuando ni siquiera el Estado te reconoce las políticas públicas para pueblos indígenas porque no hay visibilización?

Lo mismo con el feminismo. Hay una cuestión siempre avasalladora respecto de una doctrina de los saberes: hay un saber que siempre nos termina aplastando y que no tiene en cuenta nuestro propio saber. Cuando fue el golpe de Estado en Bolivia y Rita Segato dijo que Evo cayó por su propio peso, desde el colectivo Tejido de Profesionales Indígenas, que conformo, le contestamos que no estaba teniendo en cuenta el contexto de refundación de Bolivia como Estado Plurinacional y la incorporación de 36 naciones indígenas cuando es claro que hay una vocación totalmente avasalladora que nunca entendió la temática de los pueblos originarios. En 527 años de conquista nada se logró con consenso, sino que siempre fue con violencia y con imposición de saberes.

Dentro del feminismo también hay un aplastamiento de saberes ya que no entienden que nosotras nos repensamos cuestiones dentro de nuestras culturas, usos y costumbres. Y también hay racismo. Cuando se hizo una manifestación por el caso de Darthés, que todas las actrices acompañaron a Thelma Fardín -lo que me parece perfecto-; al mismo tiempo había una violación de una niña que no fue noticia porque era indígena y pobre. Pero hasta que no se empiece a visibilizarnos, a generar políticas públicas para los pueblos indígenas, siempre vamos a estar en esa disyuntiva.

¿Consideran que, en el debate sobre racismo, son las únicas personas autorizadas para hablar sobre ello? ¿O cómo es que se tiene que construir conocimiento sobre la racialización de las personas marrones en América Latina y, particularmente, Argentina?

AM: El debate sobre el racismo es un debate que se tiene que dar con toda la sociedad, es un debate abierto. Todos tenemos que poder hablar, entender y tratar de colaborar, porque la lucha por la igualdad es una lucha conjunta. Lo que no tiene que pasar, que sí pasa, es que nos terminen objetivando como objeto de estudio. Nosotros no somos personas sin voz, no necesitamos un curso de racismo dictado por chicos blancos. 

Ese es nuestro debate y crítica también con las teorías anglosajonas y europeas respecto del racismo y la decolonialidad. Hay una tendencia social al tutelaje de nuestra historia, de nuestros relatos, de nuestras realidades, de las comunidades indígenas. Como una postura del salvador blanco que sabe qué es lo mejor para nosotros.

AC: Y eso es algo que pasa todo el tiempo. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) hoy está a cargo de una chica blanca. Sabiendo que hay muchos profesionales que son indígenas, la pregunta es por qué no puede estar un indígena a cargo. No niego la capacidad de esta persona, pero dentro de la academia también existen otros profesionales que tienen la capacidad de estar enfrente del instituto. Dentro del feminismo pasa lo mismo.

AM: Nosotros vamos a crear teoría, vamos a crear respuestas, vamos a analizar contextos. No vamos a ceder ante las imposiciones de esta neocolonialidad, que lo que hacen muchas veces es silenciarte.