«La raza no es un fenómeno biológico sino político»

«La raza no es un fenómeno biológico sino político»

«El racismo es algo complejo y, sobre todo, no se puede confundir con algo muy parecido: la xenofobia», dice Schaub.

Jean-Frédéric Schaub es historiador, investigador y profesor -un “maestro crecido”, según sus propias palabras- en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París, una de las instituciones académicas más prestigiosas del mundo. Nacido en Francia en 1963 en el seno de una familia judía, su vida está cruzada por la historia del racismo. Él mismo reconoce esta influencia en sus intereses y en la formación de su personalidad. Sin embargo, prefiere que sea la historia de las sociedades la que dé cuenta sobre el fenómeno.

Autor de numerosos artículos y ensayos, se especializó en los estudios sobre España y Portugal en la Edad Media. Fue así que llegó a lo que considera los inicios de las prácticas raciales, a diferencia de la creencia general del colonialismo como sus orígenes. Esta idea es la que está presente en su libro Para una historia política de la raza (publicado recientemente por Fondo de Cultura Económica), en el que da cuenta de la antigüedad del racismo y del profundo contenido político subyacente en esa clase de discriminaciones.

De esos temas dialogó con ANCCOM y reflexionó sobre el contexto en Argentina, en donde dio el último miércoles en Ostende una conferencia durante La Noche de las Ideas 2020, actividad que repetirá este viernes en Mar del Plata.

El título de su conferencia es «Entender el pasado del racismo presente, para que no tenga futuro» ¿Por qué considera que es tan importante conocer ese pasado para comprender el presente?

Al escribir la historia, uno puede tomar conciencia de que la cuestión de la segregación o de la opresión racial, que nos parece una cosa rechazable y evidente, fácil de definir, no es una cosa sencilla. En cuanto uno empieza a pensar en ese tema con la profundidad histórica que yo pienso se requiere, uno se da cuenta de que, en realidad, el racismo es algo complejo y, sobre todo, no se puede confundir con algo muy parecido: la xenofobia.

No todas las manifestaciones de rechazo a las personas o colectivos son de carácter racial. Pueden tener otros fundamentos. Es cierto que, desde un punto de vista lógico y desde un punto de vista sociológico, cualquier juicio de valor sobre colectivos es abusivo: si digo que todos los tuertos son engañosos estoy cometiendo una injusticia con la gran mayoría de tuertos, que no son engañosos. Cualquier juicio de valor sobre un colectivo humano, siempre es erróneo. Ahora, por ser erróneo no siempre es racista.

Entonces, creo que el tema importante hoy día es poder diferenciar planteos políticos de carácter diferente. Por ejemplo, si yo digo que no quiero a la gente que delata su admiración por el nazismo, por su peinado, por su actitud, por su vestimenta, esa aversión no es de carácter racial. Lo interesante del trabajo del historiador es discriminar entre formas de hostilidades que son de naturaleza diferente. La sociedad está compuesta por gente que no se quiere mutuamente; hay mucho amor, amistad y solidaridad, pero también hay de lo contrario. El riesgo es que todas las formas de rechazo mutuo sean confundidas en una especie de gran magma en el que todo es racismo. Entonces, mi trabajo consiste en discriminar.

 ¿Considera que esta forma de comprender el racismo contribuye a que en un futuro estas formas de opresión no existan más?

Sí. Cuanto mejor entendamos cuáles son los mecanismos del racismo, mejor estaremos armados para detectarlo y luchar contra él. Tampoco albergo la ilusión de que una idea justa desbanque a una idea falsa por el mero hecho de ser justa. Eso no existe. Lo que existe es la lucha política, y hay que luchar políticamente para que el planteamiento racista y las prácticas sociales de discriminación de carácter racial sean combatidas en la sociedad y abolidas. Por eso es muy importante que trabajemos con la historia.

 Una cuestión que tiene en cuenta es el debate en torno a la utilización de la palabra “raza”, y el cómo en Francia prácticamente se la eliminó del vocabulario. En relación con el mejor entendimiento del racismo, ¿es posible trabajar sobre ese concepto y el de raza sin hacer mención a los mismos?

Por supuesto no es posible. Esa es la razón por la cual empleo la palabra “raza” en un país que la ha borrado de su vocabulario después de la Segunda Guerra Mundial. Además, lo hago sin ponerle comillas ni guiones, y sobre esto hay un gran debate. La cosa divertida es que en Francia, quienes emplean la palabra race, sin comillas ni guión, en general son aquellos que pertenecen al movimiento intelectual, decolonial, antirracista político, vinculado con la crítica radical de izquierdas, y es un marcador muy fuerte utilizar esa palabra de esa manera. Yo no pertenezco a ninguno de esos movimientos y sin embargo empleo la palabra. Eso me sitúa en un lugar un poco extraño o sorprendente en el debate francés, porque la gente se sorprende en que ponga tanto énfasis en la importancia del tema sin comulgar con las versiones más radicales en el campo político francés.

Yo empleo “raza” exactamente como en las Ciencias Sociales se emplea el concepto de «clase» o el concepto de «género»: las clases sociales en sí mismas no existen, y el género tampoco existe. Son formas de describir las relaciones socio-económicas entre distintos grupos de la sociedad, y de describir la relación entre los sexos en la sociedad. Del mismo modo, “raza” en singular significa que dentro de la sociedad hay procesos por los cuales grupos se ven discriminados en función de un imaginario que moviliza la noción de raza.

 ¿Puede existir algo que no se nombra? ¿O existen, realmente, las razas, independientemente de cómo se las llamen?

El hecho de que las razas no existen es un tema muy interesante. Nos tranquilizamos cuando los biólogos genéticos dicen que, desde su ciencia y sus conocimientos, consideran que las razas no existen. Pero en realidad eso no dice nada porque la raza no es un fenómeno biológico sino un fenómeno político, eso es el corazón de lo que quiero presentar.

El periodo que está empezando -todavía más para la generación joven que para la mía- es lo de una biología genética que está invadiendo el campo social como nunca lo hizo en el pasado y como no lo había hecho en los tiempos de los nazis o en tiempos del racismo llamado científico del siglo XIX, por ejemplo. Estamos viviendo en una sociedad en la que por 30 ó 35 dólares, entregando un poco de saliva a una empresa, podés saber qué porcentaje tenés de sangre de española, irlandesa, judía, etc.

Es una absoluta ingenuidad pensar que de una vez por todas, las Ciencias Sociales pueden vivir apartadas como si los biólogos no hicieran nada. Producen muchos resultados, y los conocimientos que están aportando sobre el ser humano se van expandiendo con una velocidad extraordinaria. Por eso, para mí, cuando ellos dicen que las razas nos existen, no me tranquiliza de ningún modo: primero porque vamos a tener que lidiar en el futuro contra la posible facilidad de pedirle al biólogo genético que nos explique cómo son los hombres; hay que resistir esa tentación, tomando en cuenta lo que hacen pero resistiendo la idea de que ellos tengan la clave de las claves. Pero por otro lado, tenemos que seguir, realmente, al pie del cañón para defender que el tema racial es un tema político y que se resuelve luchando políticamente contra él.

Usted estudia el proceso de formación de categorías raciales como recursos políticos. ¿Por qué motivo, en algún momento de la historia, se necesitan estas categorías como recursos políticos?

He estudiado ejemplos en los que el proceso de atribución de caracteres raciales específicos que se da a la gente viene a ser útil en un momento en lo que, antiguamente, podía ser una situación de separación clara entre dos grupos, se hace más borrosa, menos evidente. Tres casos de ello: cuando el grupo de los que gozan el privilegio de ser nobles ven que algunas familias reciben también ese privilegio; cuando una persona nacida esclava es liberada por su dueño para ser un ciudadano libre; y cuando una minoría religiosa consiente a convertirse a una religión dominadora, incorporándose al grupo mayoritario. En todos esos casos, el grupo que domina descubre que su exclusividad se ve contradicha por una evolución de aquellos que estaban en una situación exterior, inferior o marginal. Entonces, ese grupo quiere poder controlar el quién, el cuándo, el cómo y, sobre todo, a qué ritmo. Este es el corazón del sistema racial.

Por ejemplo, si ves el caso de la historia de las relaciones entre el grupo blanco anglosajón protestante de los Estados Unidos del siglo XIX, la violencia de su racismo crece con la libertad otorgada a los esclavos en 1865, con el final de la guerra civil. Porque mientras la gran mayoría de las personas de origen africano permanecía bajo yugo de un estatuto de inferioridad legal como esclavos -y por consiguiente, no podían de ninguna de las maneras pertenecer a lo que se llama la nación-, no se necesitaba desarrollar con la misma fuerza un discurso sobre su exterioridad. Pero en cuanto la abolición de la esclavitud se hace realidad legal, de repente todos los descendientes de esclavos y todos los esclavos africanos residentes sobre el territorio de los Estados Unidos se convierten automáticamente en conciudadanos, y en gente que, teóricamente, pertenece a la misma nación política que los blancos anglosajones protestantes. Los descendientes de europeos no piensa de ninguna manera posible formar una nación común con los africanos, y entonces se desarrolla todos ese discurso ultra racista que conocemos que transcurre desde 1865 hasta los años ’80 del siglo XX, con la obsesión particular  de que el hombre negro contamine a la mujer blanca.

El mismo fenómeno se produjo en el mundo ibérico al final de la Edad Media, cuando se convierten al cristianismo -por convicción, por amenaza o por cálculo- todos los judíos que vivían en la Península Ibérica. Durante cierto tiempo, las familias cristianas acogieron bien a esos nuevos cristianos. Pero esa aceptación no duró mucho y al cabo de dos generaciones el proceso se estancó, se paró en seco y se desarrollaron instituciones y movimientos políticos para rechazar a aquellos cristianos que tenían un origen judío. Ya no era perseguir a un judío, era perseguir o rechazar a cristianos de padres, abuelos o bisabuelos judíos. Y ahí sí que tenemos un fenómeno de carácter racial porque, en el fondo, tanto como los negros no son extranjeros sino conciudadanos, de la misma manera los cristianos nuevos son feligreses de la misma iglesia, solo que el grupo mayoritario los va a rechazar. Ahí es donde veo una particularidad importante histórica del pensamiento racial, y el papel extremadamente importante que tienen en esa historia las sociedades ibéricas.

«Es una ingenuidad pensar que las Ciencias Sociales pueden vivir apartadas como si los biólogos no hicieran nada», señala.

 En Argentina, sobre todo en lo últimos cuatro años en los que gobernó Cambiemos, el tratamiento de sectores con menos recursos pareciera ser similar a esta especie de segregación o rechazo que explica en una relación racial. Mario Margulis plantea la noción de “racialización de las relaciones de clase”. Considera que es posible que la relación de clase pueda llevarse a cabo desde mecanismos racistas?

Yo creo que el rechazo de clase no necesita de la categoría racial para ser opresivo o para ser injusto. Se convierte en algo racial cuando en la política, como medida intelectual, se defiende la teoría o la idea según la cual los hijos de pobres, de todas formas, aunque se les de mejores oportunidades, volverán a ser tan desafortunados como sus padres; y que, por consiguiente, no sirve de nada desarrollar programas de mejoras de oportunidades. Ese discurso existe en algunos sectores muy racistas de Estados Unidos para desmantelar los programas de acción afirmativa en dirección  de la población afroamericana, argumentando que los afroamericanos son naturalmente menos preparados fisiológicamente para desarrollar habilidades mentales sofisticadas. Entonces hacen hincapié en esta convicción que no tiene ningún tipo de fundamento para abogar en favor del desmantelamiento de los programas. Cuando esto, de alguna forma, se aplica al tema de la desigualdad social, entonces se puede decir efectivamente que hay una dimensión racializante.

Hay un autor francés explícitamente racista, Renaud Camus, que explicó una cosa muy significativa. Dijo que para un campesino, poder acceder a literatura clásica, a gran literatura del siglo XVI, del siglo XVIII, lo que se necesita es un proceso lento de depuración y refinamiento de su estado primitivo, para llegar a la cumbre de la delicadeza de la literatura clásica, y que para esto se necesitan tres generaciones. El campesino no puede, tampoco su hijo, capaz que su nieto pueda, siempre que del campesino nazca un maestro y del maestro, un profesor de letras. Entonces, esa idea de que se necesita un proceso depurador de toda la barbarie, de toda brutalidad para llegar a un nivel de refinamiento que dé acceso a la vida espiritual superior y que yo controlo, yo digo cuántas generaciones.

Esto, en el fondo, es el auténtico racismo. Porque el racismo es una forma de usar las metáforas y los mecanismos de la transmisión intergeneracional, el linaje, la familia, la genealogía, para controlar el ritmo del cambio sociológico. Los racistas, en el fondo, desarrollan un discurso sobre que la gente no puede cambiar, pero saben que no es verdad. Entonces, lo propio del racismo es afirmar que la gente  no puede cambiar para poder controlar el ritmo del cambio. Ese es el corazón del problema.

 Hace poco resurgieron los dichos de un funcionario del gobierno anterior en los que decía -palabras más, palabras menos- que «un niño que nace en una familia pobre tiene una marca en el cerebro».

Eso es claramente racismo. Ese caso, claramente, es una racialización de un discurso de clase.

 En 2019 se aprobó un decreto en Argentina -hoy ya derogado- que permitía a las fuerzas de seguridad pedir documento en el transporte público con la excusa de “averiguación de antecedentes”. Usted relata en Para una historia política de la raza una medida similar adoptada por Sarkozy en Francia. ¿Es posible que estas prácticas sean por “identificación por rostro”, es decir, por discriminación racial?

Esa es una cuestión muy delicada. Tenemos que partir del supuesto de que el perfilaje es una práctica necesaria y legítima en el trabajo de la policía. En el marco de investigaciones policiales existen indicios que llevan a los agentes a buscar a individuos entre tal tipo de personas mejor que otras, para poder llegar a sus fines. Esa tipificación puede resultar de varios indicios, incluidos los fenotípicos. Es hipócrita y vano hacer aspavientos y escandalizarse sobre eso. En cambio, la misma práctica deja de ser necesaria y legítima cuando de lo que se trata es presionar de forma indiscriminada y aleatoria a colectivos a los que se los distingue por tal o cual rasgo, incuso fenotípico.

Como también es innecesaria e ilegítima cuando se trata de demostrar que los agentes tienen la capacidad de multar a cantidad de gente cuya documentación no parece en regla, como ocurre en Francia. La solución para que las averiguaciones dejen de cobrar un carácter racista consiste en obligar a los agentes que, cuando paran a alguien en la calle para pedirle sus documentos, entreguen a esa persona un certificado sobre el acta realizada. Si una persona ha sido controlada varias veces de forma aleatoria por su aspecto físico debería poder acudir a un juez con esos certificados para denunciar a la policía. Ese me parece que es el buen método. Imaginar que un poder, incluso de lo más democrático, exija a la policía que deje de perfilar es un vano ensueño, y por consiguiente una vía que no lleva a ninguna parte.

Tras las huellas de los japoneses en la Argentina

Tras las huellas de los japoneses en la Argentina

“Me interesaba más buscar historias familiares, chiquitas  y no tanto de lo cultural”, dice Krapp.

Una Isla Artificial es el libro de crónicas escrito por Fernando Krapp que, con un mix perfecto entre información y relato, nos sumerge en las aventuras de japoneses e hijos de japoneses en Argentina. Nos invita a conocer desde adentro sus historias de vida, vinculadas a la migración y el desarraigo.

La óptica del autor va por fuera del “Japón para ver”, del conocimiento turístico: tradicional e intocable. “Me interesaba más buscar historias familiares, chiquitas, buscar una vuelta, hablar de herencias familiares  y no tanto de lo cultural”.  El libro, editado por Tusquets, nos lleva a acercarnos al interior de un colectivo que, a pesar de haberse asentado hace más de 70 años en el país, tiene mucho de incógnita y al que muchas veces conocemos a partir de estereotipos.

En una de las entrevistas que el autor le hace a Marcelo Higa hablan de la inserción de los japoneses en la sociedad y del rol de las tintorerías en esta tarea. Higa cuenta cómo los japoneses hicieron uso de la imagen que se tenía de los orientales, vinculada a la pulcritud y limpieza, para llevar a cabo su negocio.  “Un estereotipo te puede condenar o, al mismo tiempo, te puede salvar la vida”, afirma Higa en una frase que condensa de cierto modo la visión occidental sobre lo desconocido.

Krapp cuenta que a medida en que avanzaba en la investigación “menos me quedaba con eso de lo japonés, y más me iba metiendo en cuestiones que tenían que ver con la identidad argentina”.  Porque al tomar las historias de migrantes, está hablando de argentinos. De una isla diferente. “De cierto modo se fue deconstruyendo esa idea de lo japonés en Argentina y se fue formando otra cosa”, afirma el autor.

“La idea de punto de contacto entre occidente y oriente, construido y artificial, resumía un poco la inmigración».

La idea de “la isla artificial” recorre el libro y el imaginario de los entrevistados. La noción de un “territorio perdido”, reconstruido en otra parte del mundo. El autor del libro, cuenta que en Japón se construyeron islas artificiales -llamadas dejimas– para tener un vínculo comercial con occidente y que “esa idea de punto de contacto entre occidente y oriente, construido y artificial, me pareció que resumía un poco la inmigración, como una especie de puente”.

Krapp, que es cineasta y periodista, cuenta que si bien publicó algunas crónicas ésta fue su primera experiencia escribiendo un libro de este tipo. Uno de los desafíos, según el autor, fue hacer crónica fuera de un territorio determinado.  “Para mí el territorio era Japón -dice-, y era un territorio imaginario. Por algo se llama así el libro, es como esa isla mental”.

En su libro entrevista a familias de floricultores, tintoreros, escritores, cocineros.  Experiencias súper ricas, y por sobre todo variadas, tanto por sus historias como por su geografía. Fue un trabajo de tres años poniendo el cuerpo, recorriendo desde Mendoza a Misiones, la zona sur del conurbano bonaerense y las tintorerías de la Ciudad de Buenos Aires en bicicleta.

La finca de Pepa Hoshi en Real del Padre, Mendoza -primera crónica del libro- fue un descubrimiento para Krapp, que llegó a la provincia por el comentario de un amigo que le dijo que podía encontrar japoneses en esa zona. Compró un pasaje, llegó, preguntó.  Y encontró.  “Me parece que es la mejor manera: ir y ver qué pasa. Si vos vas con una idea preconcebida -afirma Krapp-, te cerras a lo que pueda llegar a pasar. Entonces tiene que ser a la inversa, no saber qué vas a buscar. Caer en la casa de unas señoras, estar con ellas un tiempo. Trabajar en una tintorería y ver qué pasa.  Si vos planteas una hipótesis previa perdés como la cosa experiencial, que es lo más divertido”. Dio con una familia que le abrió sus puertas y lo invitó a quedarse con ellos. Es esa frescura de la espontaneidad y del ir abierto a lo que suceda, sin buscar algo pensado de antemano, la que circula por todos los relatos que construyó en el descubrimiento de esa isla.

La amargura de los kioscos

La amargura de los kioscos

El consumo de golosinas cayó el 13,5% en los últimos años.

La crisis impacta fuerte en los kioscos. La Unión de Kiosqueros de la República Argentina (UKRA), entidad que representa al rubro, dio a conocer cifras lamentables. Desde diciembre del año 2015 hasta la actualidad, durante la gestión del presidente Mauricio Macri, bajaron la persiana treinta y tres mil locales por la fuerte caída de las ventas, el aumento de los alquileres y de las tarifas de los servicios públicos. La gran mayoría de los locales se encontraba en la Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.

El derrumbe de los kioscos arrastró a las fábricas de golosinas. Ese es el caso reciente de la empresa La Nirva, fabricante del famoso alfajor Grandote, que estuvo un año entero sin producir y sus empleados no recibieron los sueldos. O el de la firma Suschen, conocida por sus golosinas Mielcitas y Naranju, que detuvo su planta y,como consecuencia, sus empleados se unieron y formaron una cooperativa de trabajadores.

Se calcula que en Argentina hay un kiosco cada cuatrocientos habitantes y un total de ciento diez mil en el país. Es un negocio típico que prolifera con la recurrencia de las crisis económicas. Se convierte en un rebusque ideal cuando aumenta la desocupación.

Adrián Palacios, presidente de UKRA, afirmó que en los últimos meses cerraron unos cuatro mil locales y los dueños quedaron con graves deudas económicas. “El Estado no ha tomado medidas adecuadas hacia nuestro rubro. Pedimos llevar las tarifas de luz y gas al año 2017 para que los trabajadores puedan seguir con sus negocios y manteniendo la fuente laboral”, explicó. En muchos kioscos, como mínimo, trabaja el titular y, algunos, tienen empleados. Palacios estima que, por lo menos, setenta mil personas se quedaron sin trabajo.

Karina es la encargada de un kiosco que se encuentra sobre la Avenida Entre Ríos e Independencia que funciona durante las veinticuatro horas. Hace nueve años que vende golosinas todos los días y comenzó en su primer local de la calle Solís.

Por otro lado, Ayelén es empleada de un pequeño quiosco que se encuentra en la Avenida Entre Ríos y Moreno, a una cuadra del Congreso de la Nación Argentina. La joven trabaja hace cuatro meses allí.

Alquilar en la Ciudad de Buenos Aires requiere dinero. Mientras que Karina paga en su local treinta mil pesos por mes, el dueño del local en el cual trabaja Ayelén paga cincuenta mil pesos, debido a que está ubicado en las cercanías del centro porteño.

Además, al costo de la renta se le debe sumar los gastos en las tarifas de servicios públicos. “De electricidad pagamos doce mil, y gas no tenemos”, afirmó Karina. En el negocio que trabaja Ayelén, la luz tiene un costo de diez mil pesos. Karina agregó que lo más crítico que atraviesan es la suba de precios de todas las semanas, ya que en cada suba del dólar o del combustible, suben los importes. “Hay también alguna movida política y suben los precios”, protestó.

“El cliente, hace unos años,  compraba unos cigarrillos y unos chicles ahora sólo viene a comprar el atado”.

Con respecto a las golosinas, el consumo cayó un 13,5 por ciento en los últimos años, según informó la Asociación de Distribuidores de Golosinas y Afines (ADGYA), entidad que representa al sector de la distribución. En el negocio de Karina, los clientes disminuyeron -manifestó- pero el hecho que esté ubicado sobre una avenida disminuye la baja. Y continuó: “Los chicos que van al colegio consumen cosas chiquitas como chupetines, alfajores o caramelos. Tabaquería se vende muchísimo. A la noche se vende más. Antes se llevaban un montón de productos, y ahora dos o tres cosas. Un beldent está veinticinco pesos en mi local, pero en otros lugares lo conseguís a treinta”.

Ayelén también notó la caída del consumo en su local, y remarcó que cien pesos alcanzan sólo para comprar unas galletitas y una gaseosa. En su negocio, los clientes eligen comprar pocos productos, no más de dos. “El cliente que hace unos años compraba unos cigarrillos y unos chicles -dijo- ahora sólo viene a comprar el atado, por ejemplo”.

En la búsqueda por la supervivencia, los establecimientos llevan adelante distintas estrategias. Agregan mayor cantidad de promociones, en algunos venden panchos o sándwiches, abren más horas por día, o despiden empleados y llaman a colaborar a los miembros de sus familias. Otros suman diferentes rubros como artículos de librería, juguetes para niños o regalería.

En el caso de Karina, en su momento se las rebuscó para decorar el negocio con la temática de Halloween. Eso la llevó a incrementar las ventas durante esos días. “Con Halloween arrasamos, ordené el negocio con juguetes, golosinas y objetos de decoración, de esa manera busco al cliente”, comentó. De todo aquello que había preparado, le sobró una celda que colgaba del techo y contenía un muñeco, y al ritmo de las palmas de Karina, se activó el juguete con el sonido de una risa diabólica. Otra de sus tácticas es vender otro tipo de productos como bolsas brillantes para regalos o maquillajes para los niños.

En cambio, el quiosco de Ayelén opta por las promociones y ofertas para atraer mayor cantidad de clientes. “Por ejemplo, tenemos el alfajor Guaymallén -dijo- a cuatro unidades por cincuenta pesos y sale mucho”.

Los kioscos registran en la actualidad una fuerte competencia por parte de las grandes cadenas de supermercados y farmacias, como Farmacity, que incluyen la venta de golosinas y galletitas y pueden ofrecer mejores promociones por tratarse de comercios más grandes, qué adquieren sus mercadería con otros volúmenes. Además, se ven amenazados ante la presencia de las cadenas que ofrecen aparente modernización y mejora del servicio. Los dos gigantes que se vienen expandiendo y copando los barrios porteños, Open 25 y 365, fueron adquiriendo locales logrando alcanzar lugares estratégicos como los aeropuertos, las terminales de ómnibus y la calle Florida en el centro de la Ciudad. El negocio de Karina tiene mucha competencia alrededor, uno similar en la esquina, otro enfrente y también a la vuelta, y encima están los supermercados.

Según la Cámara de Kiosqueros Unidos (CKU), una organización que agrupa a trabajadores del sector, se genera una competencia salvaje. Por un lado, las personas que se quedaron desempleadas en el último tiempo invirtieron su indemnización en esta actividad. Por el otro, porque los comercios que cerraron sus puertas, abrieron kioscos-ventana, una modalidad de venta de mercadería desde sus propias casas.

Ayelén registró que subieron un 10 por ciento marcas como Felfort, Coca Cola, y Pepsico. De igual manera, Karina coincidió y agregó: “Aumentó muchísimo lo que es gaseosas, marcas como La Serenísima y Terrabusi. Pepsico no tanto.” Los dos comercios, además de primeras marcas, venden segundas firmas, como la gaseosa de producción nacional Manaos.

Optar por las distribuidoras es una gran alternativa para ellos. “Compramos a las distribuidoras -dijo, Karina- pero no a las empresas.” Por su parte, el jefe de Ayelén adquiere lo justo y necesario para tener durante la semana, y elige las ofertas siempre.

El director de la UKRA aseguró que los costos fueron en incremento e intentan buscar siempre lo mejor. Quieren evitar que los clientes recurran a supermercados chinos, almacenes u otros comercios. Al ingresar en la página web de la entidad un reclamo se presenta: “Solicitamos la reducción del IVA al 0 por ciento a las golosinas”.

El cierre de los kioscos es inevitablemente visible. Karina indicó que en su zona cerraron una gran cantidad de negocios, pero a la vez inauguraron otros nuevos. “La gente cree que se va a salvar con un kiosco, pero no es así. Hay que estar muchas horas acá para que te vaya bien”, opinó. “Este precisamente está lleno de mercadería, limpio y hay muy buena atención -agregó- todo eso cuesta un montón. Igualmente, hay que saber comprar y vender”.

Por otra parte, Ayelén comentó que el negocio hace seis meses era un Rapipago, una red de cobranza extrabancaria, y sólo de comestibles se vendían panchos. Luego, cambió de dueño y comenzó a funcionar como kiosco propiamente dicho.

Infokioscos, la web orientada al rubro que publica artículos como “A la venta el nuevo alfajor Guaymallén triple de fruta” y “Disfrutá el verano con la promo Arcor helados”, hace tiempo que está avisando los riesgos que enfrentan los establecimientos.

Palacios sumó el problema de la tarjeta del transporte público conocida como SUBE: “Tenemos conflicto con la rentabilidad de la carga, porque es del 1 por ciento lo que nos deja a nosotros por brindar el servicio.”  Este el caso de Karina, que para atraer clientes al paso que le compren algo, ofrece el sistema. “Imaginate que tengo que cargar más de veinte mil pesos -dijo, irritada- para tener 200 pesos de ganancia, es imposible”.

La situación fiscal de los trabajadores del rubro es compleja. El dirigente afirmó que el 80 por ciento de los que se dedican al rubro pertenecen al ala monotributista, mientras que sólo el porcentaje restante está dentro de los responsables inscriptos.

El kiosco remite a la infancia y a la niñez. Las salidas e idas y vueltas al jardín de infantes aluden a los tirones de las manos de los niños que se detenían a mirar las coloridas golosinas y reclamar la compra de alguna en lugar de seguir su recorrido. Argentino como el tango y el dulce de leche, este gran gigante se encuentra en aprietos.

 

Las pesadas del rock

Las pesadas del rock

Gimena Zamorano y Natalia Ré de la banda Furias

Si nos ceñimos al imaginario popular, el heavy metal es terreno de varones, de “machos”. Gran cantidad de artistas, bandas y productores, tanto nacionales como internacionales, se han encargado de fomentar esa imagen. Sin embargo, desde sus mismísimos orígenes, las mujeres estuvieron presentes. Y no solo como meras espectadoras o groupies, sino como reales hacedoras de la movida, como protagonistas directas de la historia del metal. Ahora bien ¿qué significa ser mujer música? Y, además: ¿Cómo es serlo en un género musical minoritario?

En el ámbito nacional, ya desde los años ’80 hubieron quienes se plantaron en bandas mixtas, como Mabel Díaz quien supo ser la bajista de Thor; o Graciela Folgueras, que constituyó la primera banda Argentina de metal con todas integrantes mujeres. Graciela fue creadora, guitarrista y voz de la banda Las Brujas, una agrupación con una tormentosa vida producto de sus continuos cambios de integrantes, lo cual demuestra que no solo a fines de los ’80 y principio de los ’90 era complicado encontrar compañeras músicas de metal, sino también mantener una formación estable. Al recordar esa época, Folgueras señala que, más allá de los continuos cambios, “los ensayos no eran tal como pretendíamos. Necesitábamos tiempo para crecer, afianzarnos y encontrar nuestro propio estilo e identidad.”

Sin embargo, las vicisitudes comunes a toda agrupación no eran las únicas que afectaban a Las Brujas. Como la misma cantante y guitarrista lo cuenta: “Todo era difícil y complicado en un ambiente machista y, más aún, tratándose de ese estilo musical”. Incluso, aún cuando ya estaban consolidadas como banda, con giras y material circulando, recuerda que “cada presentación era un desafío, un examen a rendir, ante un público machista que desde abajo nos miraba con extrañeza, intentando tal vez premeditadamente, abrir un juicio ni bien sonaban los primeros acordes. Una pifiada o algún error, como lo suelen cometer las bandas de hombres, no pasaba desapercibido.”

A pesar de todo, Las Brujas siguieron para adelante. La perseverancia las convertiría, con el paso de los años, en una banda de culto. Y aunque en 1992, luego de grabar “El habitante solitario”, hayan tomado la decisión de separarse definitivamente, aún hoy son respetadas y recordadas. Muchos años más tarde un productor de Portugal de nombre Fernando Roberto –dueño de la discográfica Metal Soldiers-, contactó a Graciela Folgueras para reeditar las canciones en un nuevo álbum llamado “La Reencarnación”. Además de eso, en la actualidad ella se encuentra componiendo y grabando para Brujaza, su disco solista.

Estos inicios dentro de la escena metalera no serían meros experimentos  aislados, sino que constituirían un despegue para que, dentro de la movida, otras bandas se abrieran paso. A fines de 1993 surge otra agrupación argentina, también conformada íntegramente por mujeres, pero de características musicales muy diferentes: Sarkástica.  Con influencias de los estilos thrash y death, la banda contaba con la novedad de que su vocalista y guitarrista, Brenda Cuesta, cantaba gutural. Este tipo de canto  se produce  cuando los sonidos graves y similares a gruñidos se hacen al crear una constricción detrás del velo del paladar.  Cantar ‘podrido’ o ‘extremo’ implica, aún hoy, correrse de los estándares dentro del heavy metal, que asocia el rol de cantante femenina a lo lírico, a lo operístico.

Si bien no fue la primera en cantar este estilo, Silvina Harris es actualmente el ejemplo paradigmático de canto femenino gutural en Argentina. Supo ser la cantante de Betrayer  y Climatic Terra. Hoy, vuelta a las tablas tiene, además de su banda tributo Doomsday, un proyecto personal próximo a salir. Harris es, sin dudas, una luchadora del metal. Pero no solo por su voz “podrida”, sino también por todo el trabajo que logró para la escena desde abajo del escenario. Fue manager y prensa de bandas de la talla de Azeroth o Lethal, y productora de eventos como el primer Tributo Argentino a Iron Maiden.

En lo que refiere a sus inicios como música, en 2004 y siendo bajista, tuvo la intención de conformar una banda de metal extremo femenina. Consiguió el resto de las chicas para tocar, menos a la vocalista, y así fue como se animó a asumir ese rol. Sin embargo, ese proyecto inicial quedó en la nada y empezó como cantante en Climatic Terra primero, sumándose a Betrayer tiempo después.

En lo que se refiere a la respuesta que tuvo en la música, Harris cuenta que “en general, tuve buena recepción. No solo cantando, sino siendo productora y manager también.” Pero enseguida hace la salvedad: “El estilo que yo hago es 99% machista… el metal extremo es para hombres. Por suerte a mí me fue muy bien, pero hay que reconocer que yo ya era una figura conocida dentro de la movida y eso me ayudó mucho.” La vocalista afirma que, en general, no sufrió faltas de respeto explícitas ‘por ser minita’, pero “sí sentís que te miran más. Es obvio. Aunque te digan que no va a haber prejuicio, siempre van a sacar el cuero cuando sale una mujer al escenario. Se van a fijar dónde le vas a pifiar, a buscar el error”. Harris defiende a muerte que si una mujer quiere hacer metal tiene que hacer las cosas muy bien. No hay otra opción.

Un punto importantísimo dentro del metal es la imagen, además de la música. Noelia Adamo, escritora integrante del G.I.H.M.A. (Grupo interdisciplinario de heavy metal argentino), afirma que las músicas metaleras están sometidas a un doble juicio: en primer término el estético, es decir, si se ciñen o no a los estándares de belleza imperantes en la sociedad. Luego, el musical, que refiere a sus dotes como artistas, a su desempeño con su instrumento. La autora insiste en que se ven como mujeres primero, y como intérpretes, después. A Harris esto no se le escapa: “Conozco bandas a las que, si la vocalista no se inscribe dentro de los cánones de belleza tradicionales, tiene rechazo. Automáticamente. Y no pasa lo mismo si es un hombre el que está al frente: un hombre con mal aspecto ‘es rock’. Pero si una mujer no es bonita, al toque le dicen que se tiene que bajar. Esa discriminación está. Aunque te digan que no, que es mentira, está.”

Si bien actualmente, en la movida metalera, las bandas con integrantes femeninas proliferan, el panorama está lejos de ser el ideal. El trío Furias, conformado por Gimena Zamorano en voz y bajo, Agustina Hidalgo en batería y Natalia Ré en guitarra, es parte de una nueva generación de agrupaciones que apuestan al talento, a ser reconocidas como músicas.  Así lo dice Ré, la guitarrista: “Si bien queremos apoyar a las bandas de pibas que hay, entra en juego este doble debate de lo estético y del talento musical.  En nuestro caso, armamos algo súper serio, no está hecho así nomás. Todo lo pensamos y realmente el trabajo que hacemos es conciencia. Individualmente, las tres nos perfeccionamos en nuestro instrumentos y, después, eso lo plasmamos en la banda.” Y sigue: “Tiene que ver con lo que vos querés proyectar como banda y cómo querés que te perciban. La idea es que nos escuches y no pienses en un género, sino que pienses en ‘estas tres personas’”.

Por su parte, la cantante y bajista Zamorano se corre del eje y pone la culpa de ese juicio puramente en el espectador: “Es un proceso de cada persona, como espectador, si se está fijando si sos mujer o no… Eso es totalmente indistinto al arte que estamos haciendo en el escenario. Y si una persona va a juzgar eso, porque es parte de lo que es social y culturalmente, bueno, no está bajo nuestro control. Nosotras solamente hacemos lo que tenemos ganas de hacer, lo que nos gusta, y lo hacemos de la mejor manera posible.”

La banda Furias saca su nombre de las divinidades griegas que custodian las puertas del infierno. Pero es un nombre que, además, resulta pertinente a la coyuntura actual donde los debates sobre problemáticas sociales y de género no son ajenos a los artistas. Si bien se formaron en 2012, fueron sufriendo algunos cambios hasta el 2015, cuando se cristalizan en el trío como el que actualmente tocan. Es en ese año cuando logran grabar su primer demo, de tres canciones.

Las integrantes de Furias contestan que es normal encontrarse con frases como “por ser mujer tocás bien”, o “las van a ver solo por ser mujeres”. Dicen que todavía hay gente  a la que le falta ‘laburo’, ‘deconstruirse’, que todavía ‘bardean solo porque somos minas’. Pero entienden que, como sociedad, estamos camino a naturalizar todo. Estos últimos años se empezaron a sumar un montón de mujeres a la movida de la música metal. A estar más en circulación, no solo artísticamente, sino entre ellas, a estar más comunicadas a apoyarse mutuamente para construir, para perfeccionar la escena.  Es menester, en este caso, usar una frase trillada al infinito, pero pertinente al fin: todas y cada una de estas movidas van conformando ‘un paso más en la batalla.