“Los grandes medios tiene que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar”

“Los grandes medios tiene que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar”

El sábado pasado, en Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo (ex ESMA), se exhibió en forma gratuita el documental Messenger on a White Horse, traducido como El Mensajero. El largometraje dirigido por el australiano Jayson McNamara, que se estrenó el 12 de octubre en el cine Gaumont tras participar en el festival BAFICI, retrata la valerosa lucha del periodista británico Robert Cox, editor en jefe del Buenos Aires Herald en la década del 70, cuando casi en soledad expuso las violaciones a Derechos Humanos cometidas por el gobierno de la Junta Militar durante la última dictadura. Con una impecable narración fiel a los hechos, múltiples testimonios de testigos, sobrevivientes y familiares de víctimas, y una gran cantidad de material fílmico de la época -incluyendo escenas nunca antes vistas- El Mensajero presenta la historia de este pequeño y tradicional diario porteño de habla inglesa que, bajo la dirección de Cox, se destacó por ser uno de los únicos medios de comunicación que se enfrentó al terrorismo de Estado denunciando la desaparición forzada de miles de personas en medio de un clima de persecución y censura.

Participaron de la proyección la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto, el director Jayson McNamara y el mismo Robert “Bob” Cox, quienes luego de la presentación hablaron sobre la producción del film y respondieron preguntas del público. “Este documental deja para la historia el merecido reconocimiento a este periodista maravilloso, al que le rendimos nuestro homenaje y agradecimiento porque dejó un enorme ejemplo para el mundo de lo que debe ser el verdadero mensajero de la verdad. Gracias Bob”, expresó de Carlotto.

Actualmente jubilado y radicado en Carolina del Norte (EE. UU.), Bob Cox regresó una vez más a Argentina acompañado por su inseparable esposa Maud Daverio -con quien lleva más de cinco décadas de matrimonio-, y dedicó un rato, antes de la proyección del documental, a dialogar con ANCCOM y narrar con su fluido castellano, teñido por un inconfundible acento anglosajón, las vivencias de su extensa carrera periodística.

¿Por qué decidió dedicarse al periodismo?

Para escribir y vivir de la escritura. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía 17 o 18 años, decidí ir al diario local del suburbio londinense donde nací y comencé a trabajar gratis para ellos. Empecé como corrector, haciendo obituarios y llevando mensajes y placas para las fotos. Me gustó muchísimo, y me quedé en el periodismo, que fue mi educación, porque no fui a la universidad hasta muchos años después, cuando me dieron una beca para Harvard. Después tuve que hacer dos años de conscripción en la armada inglesa y estuve en la Guerra de Corea. Cuando volví empecé a pensar cuál era la mejor manera de viajar por el mundo sin plata. Entonces vi un aviso para el Buenos Aires Herald. Conseguí el puesto y llegué a la Argentina el 4 de abril de 1959.

¿Cómo fueron sus inicios como periodista en Argentina?

Empecé trabajando como redactor en el Herald. Llegué a Argentina un poco por coincidencia. Mi padre siempre había querido emigrar a Argentina. Él era oficial de radio en transatlánticos, y cuando desembarcó en Buenos Aires, en el año 1938, vio una ciudad magnífica y un país que para él representaba el futuro; entonces trató de convencer a mi madre de emigrar, pero ella era muy inglesa. Dio la casualidad que años más tarde yo vi el aviso del Herald en la revista World’s Press News y pensé que sería fantástico. Mi idea original era trabajar un tiempo acá y después viajar por el mundo. En ese entonces era posible encontrar trabajo en diarios de habla inglesa por todo el mundo donde habían quedado antiguas colonias del Imperio Británico. Pero todo cambió cuando nos encontramos (sonríe mirando a Maud). Nos conocimos en una fiesta y entonces decidí quedarme. Nos casamos y formamos nuestra familia en Argentina. Tuvimos cinco hijos: Victoria, Robert, David, Peter y Ruth. Hoy ya están todos grandes.

Robert Cox está sentado mirando a cámara.

«El mayor problema es la auto-censura, cuando los periodistas mismos deciden callar», afirma el editor del Buenos Aires Herald en los años 70, Robert Cox. 

Después de que lo nombraran editor en jefe del Buenos Aires Herald, introdujo varios cambios en la dinámica del periódico. ¿En qué consistieron esos cambios?

En 1968 me nombraron editor en jefe. El Herald, al principio, era más bien un diario internacional, para lectores de muchos países -especialmente diplomáticos de embajadas y viajeros-, gente que hablaba en inglés. El diario no estaba enfocado sobre Argentina en sí, sino que era conocido por su cobertura de noticias internacionales. Pero algunos colegas del Herald y yo empezamos a interesarnos por lo que pasaba en el país y a escribir sobre noticias locales. Antes del golpe de Estado (1976) había un problema con el periodismo en Argentina, porque muchos periodistas eran poco éticos y no siempre reflejaban la realidad.

Durante la última dictadura militar, el Buenos Aires Herald fue uno de los pocos medios de comunicación que denunció abiertamente las violaciones a Derechos Humanos cometidas por el terrorismo de Estado. ¿Por qué cree que la mayoría de los medios de comunicación no informaban sobre las desapariciones de personas?

A lo largo de esos años hubo un gran silencio en Argentina, y nos encontramos con que nosotros éramos unos de los pocos que informaba sobre lo que pasaba en la dictadura. No éramos los únicos porque hubo otros diarios, pero todos chicos como The Southern Cross (un diario de la comunidad irlandesa). Pero los grandes medios decidieron guardar silencio. Todavía no tuvimos una explicación de su parte y yo creo que es importante que ellos mismos investiguen su pasado. Es importante que los grandes medios expliquen por qué decidieron no contar lo que pasaba, o por lo menos publicar una carta de alguna de las madres que buscaban a sus hijos. Tienen que explicar por qué no cumplieron con su deber de informar.

¿Cómo fue que tomó conocimiento de lo que estaba pasando?

La primera semana después del golpe recibimos una carta, enviada a mi colega Andrew Graham-Yooll, de una pareja que nos escribió porque nosotros publicamos en el diario un aviso fúnebre de un hombre que apareció muerto en una zanja. Fuimos a verlos a Zárate y nos contaron que esa persona, que era jefe de un laboratorio, había sido llevado por un grupo de uniformados. Era sospechado únicamente por haber ido a la universidad a buscar su doctorado en Química y por reunirse con otros estudiantes. Se lo llevaron y lo torturaron hasta matarlo. Después trataron de cubrir todo. En el velatorio pasaron los famosos Ford Falcon sin patente tirando panfletos fraudulentos con la firma de Montoneros diciendo: “El señor ha sido ajusticiado por ser traidor a nuestro movimiento”. Un día me llamó Monseñor Kevin Mullen, que solía ir con una lista de desaparecidos a pedirles información a los militares sobre su paradero, y me contó que un señor le había confesado: “Me llevaron los militares y me torturaron exigiéndome que les diera el nombre de «la Orga» (en referencia a la organización Montoneros); entonces yo les di los nombres de la personas más respetables que conocía, y ahora ellos han desaparecido”.

¿Cree que la sociedad argentina en general tenía algún conocimiento de la realidad o estaba totalmente desinformada?

Hubo mucho miedo. Al principio la gente tenía miedo de las guerrillas; después de la Triple A, que era la respuesta para reprimir las guerrillas; y por último al régimen militar, obviamente con apoyo de muchos civiles importantes. Era obvio lo que estaba pasando porque estaban secuestrando personas a plena luz del día. Pero la gente decidió no ver. Siempre me pareció difícil entender por qué en Alemania el régimen nazi mató a seis millones de personas y el pueblo alemán no hizo absolutamente nada, y es porque cuando la gente no quiere ver lo que pasa, no ve. En Argentina pasó lo mismo. Y cuando no hay periodismo para informar, es más terrible.

¿Cómo fue su acercamiento a Madres de Plaza de Mayo y qué lo impulsó a asistir a las rondas?

Al mismo tiempo que era director del Herald, trabajaba como corresponsal del New York Times, del Washington Post y de Newsweek. Un día estaba yendo al edificio SAFICO- sobre avenida Corrientes-, donde estaban todas las agencias de noticias extranjeras, para enviar mis notas y se me acercó una señora pidiéndome ayuda porque estaba buscando a su marido. Ella me dijo que había rumores de que se podía conseguir información sobre detenidos en una oficina de Casa Rosada si se llegaba a las 8 de la mañana. La gente, desesperada, se congregaba toda la noche en Plaza de Mayo para conseguir un turno. Una noche fui y me reuní con ellos -al principio eran 20 o 30 personas, después fueron cada vez más-, y ahí me enteré de los primeros esfuerzos de los familiares de desaparecidos para organizarse para conseguir información, porque era imposible ya que solo daban 10 turnos por día. Como en el Herald estábamos haciendo editoriales traducidos al castellano, la gente se dio cuenta de que estábamos informando. Al principio yo salía a buscar a la gente para conocer sus historias y escribir notas, pero después ellos comenzaron a acercarse al diario para explicarnos lo que pasaba. Las madres de desaparecidos venían a buscarnos. Al final el diario parecía un consultorio médico. Fue después de un tiempo que las Madres decidieron hacer las rondas. Para nosotros era importante tener un periodista en el lugar para tener testimonios, hasta que uno de nuestros cronistas fue detenido. A partir de eso, iba yo mismo.

En medio del clima de terror e incertidumbre que se vivía, ¿por qué usted decidió publicar denuncias sobre secuestros ilegales, aun sabiendo que podía sufrir represalias?

Me di cuenta de que era posible salvar vidas publicando los nombres de los desaparecidos. Eso era lo más importante. Obviamente, a los militares no les gustó eso. Yo le dije a (al Ministro de Interior de entonces) Harguindeguy: «Tengo una lista de nombres y no es que quiera publicarlos, pero mientras no aparezcan es necesario hacerlo; si salen, no hay ningún problema y no voy a seguir publicando más». Una vez hice una nota sobre una madre que buscaba a su hijo. A él ya estaban por trasladarlo, y cuando salió su nombre en el diario, no sabemos exactamente cómo, los oficiales fueron a preguntarle enojados por la publicación y él contestó: “Es un diario inglés, yo no sé hablar inglés”. Y después lo liberaron.

Robert Cox está de pie en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos. Está parado en Detrás suyo hay una gigantografía que muestra a Madres de Plaza de Mayo protestando por la aparición de sus hijos.

«Cuando la gente no quiere ver lo que pasa, no ve», dice Robert Cox en relación al silencio civil ante las atrocidades de la última dictadura.

Hace poco se conocieron unos audios inéditos de una entrevista que usted le realizó al Ministro de Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy, donde prácticamente admitía que las decenas de periodistas desaparecidos habían sido asesinados.

Yo siempre tuve una lista de aproximadamente 60 periodistas desaparecidos. Un día, poco antes del mundial del 78, Harguindeguy convocó a varios editores y periodistas a una conferencia de prensa más o menos para decirnos que nos portáramos bien, porque los ojos del mundo iban a estar sobre Argentina. Yo tenía mi grabador, que en ese entonces era un aparato enorme como una caja de zapatos, y lo seguí a su oficina con la intención de preguntarle por los periodistas desaparecidos. Él me respondió: “Yo no soy Jesús; no puedo decir ¡Lázaro levántate!”. No me di cuenta hasta mucho más tarde de que todo el tiempo había tenido el grabador encendido. Hasta ese momento no sabía que estaban asesinando a los detenidos, que en Argentina había máquinas de exterminio. Nosotros pensábamos que iba a ser como los anteriores golpes de Estado, que los estaban reteniendo para después liberarlos o enjuiciarlos, pero los estaban matando casi desde el principio. Esa frase del ministro fue tan clara como una confesión.

Muchos periodistas también fueron víctimas de persecución. Más tarde, usted viviría en carne propia la represión. ¿Cómo fue esa experiencia?

Cuando me detuvieron, me llevaron a un nexo de la Policía Central. En la entrada había una esvástica cubriendo la pared, la insignia del nacional-socialismo. Para mí era una repetición del nazismo. Estuve cuatro días detenido, pero quería quedarme más tiempo para averiguar más. Me encerraron en una especie de tubo y desde ahí escuché los gritos de personas bajo tortura. Afuera hubo una reacción inmediata porque el diario era reconocido en el exterior (a lo que Maud agrega: “Inglaterra, Francia y Estados Unidos intervinieron enseguida. Llamaban todo el tiempo a la Embajada argentina, los volvieron locos”). Después me fueron pasando de una celda a otra, hasta que al final me pusieron en una celda grande que llamaban «Sheraton», que era una especie de “cárcel VIP”, donde en un momento también estuvo (Jacobo) Timerman. Al final me liberaron.

En 1979 usted y su familia tuvieron que exiliarse del país. ¿Cómo llegaron a esa situación y cómo siguió su vida en el exilio?

Finalmente tuvimos que salir del país, después de muchas amenazas. Primero pusieron una bomba en la casa de un amigo nuestro que nos avisó que los militares estaban hablando con mucha furia sobre el Herald. Pensamos que estaban todos muertos, pero por suerte él y su familia se salvaron. Fuimos a verlo y antes de volver llamé a casa y mi hijo me advirtió que no volviera porque me estaban buscando. Ahí decidí salir del país por un tiempo. Tuve que separarme de mi familia porque yo era un peligro para ellos. En un momento trataron de secuestrar a Maud. Después regresé y nos quedamos seis meses más hasta que le enviaron una carta a mi hijo Peter, de 11 años, amenazándonos de muerte a todos. Ahí tomamos la decisión de irnos. Tuvimos que exiliarnos en Europa, pero siempre quisimos volver en cuanto los militares llamaran a elecciones. Más tarde nos instalamos en North Carolina. Durante el exilio, en un momento participé en un programa en Nueva York donde expuse la situación de Argentina. Ahí conocí a un ex agente de la SIDE que me pidió ayuda para conseguir asilo político en Estados Unidos y que me explicó el plan que tenían los militares para matarme. La idea era que cuando yo saliera a trabajar, iban a liberar a unos agentes montoneros presos e iban a montar un simulacro de enfrentamiento para ejecutarnos a todos y después decir que me habían matado los montoneros. Era un plan bastante inteligente.

El documental El Mensajero, dirigido por Jayson McNamara, retrata su trayectoria como periodista y reconoce la importancia del Buenos Aires Herald como uno de los únicos medios que se enfrentó a la dictadura. ¿Cuál fue su impresión del documental?

Para mí es muy bueno porque es totalmente honesto, que es lo más importante. Ellos han conseguido lo más cercano posible a la verdad y encontraron material inédito facilitado por estaciones televisivas extranjeras que nadie había visto en Argentina. Para mí, ver el documental es como volver a vivirlo exactamente como era; no es volver al pasado sino traerlo al presente. Creo que es una obra de arte, porque tiene tanta simpatía, especialmente para las Madres. Es un gran homenaje para ellas. Estoy seguro de que si no hubiese sido por esas mujeres, los militares habrían sido mucho peores porque ellos les tenían miedo al coraje de las Madres.

El director McNamara describió su obra como “la historia de cómo cuatro locos jaquearon al poder a través de la verdad”. ¿Usted cómo describiría la labor del Herald durante la dictadura? ¿Diría que funcionó como la voz de las víctimas de la represión?

Sí, porque las víctimas y los familiares no tenían voz. Había un gran silencio y nadie los escuchaba. Tenemos amigos que salieron de la ESMA por las historias que publicamos.

Usted recibió varios premios por su labor periodística y en 2010 fue declarado Ciudadano Ilustre por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires por su lucha en defensa de los derechos humanos ¿Cómo sintió esos reconocimientos?

Estaba muy sorprendido. No me gusta mucho eso de que me destaquen, porque hubo mucha gente que trabajó conmigo y es importante que los reconozcan a ellos también. Fue muy lindo sentir que, aunque no nací en Buenos Aires, ahora era parte de la ciudad. No tanto por la parte de «ilustre», pero sí que me reconozcan como ciudadano.

Tomando en cuenta su propia experiencia, ¿cómo puede un periodista ejercer su función de informar a la sociedad en un clima de persecución y censura?

La censura no es ningún problema, porque de una manera u otra uno puede comunicarle a la gente publicando una foto o algo. El mayor problema es la auto-censura, cuando los periodistas mismos deciden callar. Obviamente, es muy difícil porque los periodistas comunes también son víctimas. Yo tuve la posibilidad de hacer lo que hice porque era director del diario, pero no es fácil. Los periodistas no pueden silenciar la información.

¿Cuál es el rol del periodista en la defensa de los Derechos Humanos? ¿Qué mensaje les daría a quienes hoy se dedican al periodismo?

Hay que informar siempre con total honestidad. Hay que separar las opiniones políticas. El deber de un periodista es informar a toda costa, sea en un gobierno que le guste o no, sin pensar en ideología. Y cuando se trata de Derechos Humanos, tenemos que obviar la grieta y todos los periodistas tenemos que trabajar unidos. Los periodistas tienen que ser los guardianes del pueblo, ese es nuestro rol. Yo creo que el periodismo no es una profesión, sino una vocación. Tenemos que defender a la gente, porque ahora sabemos que en Argentina, cuando no hay periodismo, la gente está indefensa. Es parte del deber del periodista defender los Derechos Humanos.

 

Actualizado 15/11/2017.

Fue terrorismo de Estado

Fue terrorismo de Estado

El Tribunal Oral Federal de Tucumán (TOF) dio a conocer, el viernes 15 de septiembre, el veredicto de la mega causa “Operativo Independencia”, abierta contra 17 represores acusados por delitos de lesa humanidad cometidos contra 271 víctimas, entre febrero de 1975 y marzo de 1976. En el histórico juicio que se llevó a cabo en esa provincia, declararon 455 testigos -entre sobrevivientes de Centros Clandestinos de Detención y familiares de víctimas- sobre los hechos ocurridos durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón. El proceso que comenzó el 5 de mayo de 2016 finalizó, luego de que el Tribunal -integrado por los jueces Gabriel Casas, Carlos Jiménez Montilla y Juan Carlos Reynaga- leyera la sentencia que incluyó seis condenas a cadena perpetua, tres de prisión superiores a los diez años, una de apenas cuatro años y siete sorpresivas absoluciones. La sesión cerró con algunos fallos divididos y con la sensación de ausencia de justicia.

El pedido de los fiscales Pablo Camuña, Agustín Chit y Julia Vitar, que habían requerido la pena de prisión perpetua para diez de los imputados -Roberto Heriberto (El Tuerto) Albornoz, Luis Armando De Cándido, Ricardo Oscar Sánchez, Miguel Ángel Moreno, Jorge Omar Lazarte, Enrique José del Pino, Manuel Rubén Vila, Néstor Rubén Castelli, Jorge Gerónimo Capitán, y Omar Edgardo Parada- solo se dictaminó de manera parcial, ya que únicamente los seis primeros recibieron ese castigo. En cambio, tres de los cuatro restantes recibieron penas inferiores -Vila fue condenado a 10 años de cárcel, Castelli, a 18 años, y Capitán, a 16 años- mientras que Parada fue absuelto de todos los cargos pese a la gran cantidad de pruebas presentadas en su contra que adjudicaban su responsabilidad a decenas de casos de privación ilegítima de la libertad, torturas, vejaciones, delitos sexuales y homicidios, entre otros crímenes.  Por su parte, el ex militar Pedro López, por el cual la fiscalía había solicitado 13 años, finalmente recibió cuatro –pena que fue conmutada por considerarse ya cumplida-, sirviéndole como atenuante su servicio en la Guerra de Malvinas en 1982.  Por último, a pesar de los reclamos de las víctimas, los familiares de desaparecidos y de los organismos de los derechos humanos presentes en la audiencia, el tribunal dictó la absolución a José Ernesto Cuesta, Ramón César Jodar, Camilo Orce, José Luis del Valle Figueroa, Alberto Svendsen y José Roberto Abba.

En el histórico juicio declararon 455 testigos -entre sobrevivientes de Centros Clandestinos de Detención y familiares de víctimas-.

En diálogo con ANCCOM, Agustín Chit, fiscal de la causa, relató los hechos vividos durante el cierre del juicio. “De los 17 imputados, 10 fueron condenados, de los cuales sólo seis recibieron prisión perpetua. Y hubo siete absoluciones. Sobre los 10 primeros, se determinó que son culpables por crímenes de lesa humanidad, y por ende, se acreditó que hubo un plan sistemático de exterminio de personas opositoras. De este modo se tiró por tierra uno de los argumentos de la defensa, que decía que había habido una guerra durante el Operativo Independencia”, expuso Chit y, mostrando su disconformidad con el fallo del tribunal, agregó: “En relación con los imputados, advertimos una serie de inconsistencias en los veredictos. Porque algunas de las absoluciones fueron mencionadas con algunos criterios que a nosotros nos llaman la atención, porque no se condicen con las otras condenas que se dictaron. Entonces estamos expectantes para ver cómo el tribunal va a fundamentar la decisión de absolver a siete personas, no sólo por las pruebas que había en su contra y las penas que nosotros habíamos pedido -que eran muy elevadas- sino porque habiendo condenado a perpetua a otros imputados que quizás tuvieron el mismo rol o se desempeñaron en funciones similares, no entendemos por qué absolvió a unos y condenó a perpetua a otros”, desarrolló y advirtió: “Este va a ser un punto por el cual nosotros vamos a ir a Casación para impugnar este fallo. En el caso de las seis condenas a perpetua, no tenemos objeción acerca del fallo, porque eran las penas que nosotros habíamos pedido, pero algunos de los otros condenados obtuvieron penas inferiores a las que solicitamos. Este también va a ser un punto de impugnación en la Casación.”

Esteban Herrera es hijo de Abel Herrera, víctima del Operativo Independencia: “Es un fallo que deja un sabor muy amargo por la cantidad de absoluciones, sobre todo en casos muy emblemáticos, como el de Omar Edgardo Parada, que era el máximo responsable del Centro Clandestino de Detención Santa Lucía, cuya responsabilidad estaba suficientemente probada. Las absoluciones fueron tremendas porque, de alguna manera, están negando la condición de las víctimas de crímenes por los cuales no hay ningún condenado. Hay víctimas que han sido doblemente estigmatizadas, por las causas fraguadas en aquella época y ahora al negarles la condición de víctimas”, manifestó. Su madre, Georgina Simerman, fue secuestrada embarazada en 1977 y permanece desaparecida, Esteban busca a su hermano o hermana nacido en cautiverio. “Por otro lado hubo seis condenas a perpetua, en varios casos a represores que ya estaban condenados por otras causas, y algunas penas que superan los diez años. Mi padre -que militaba en el frente de propaganda del ERP- está entre las 271 víctimas y en el juicio declaré como testigo a partir de la reconstrucción que pude hacer acerca de la militancia de mi papá”, recordó y apuntó: “Por su caso hubo tres condenados. Se comprobó que fraguaron una persecución y dijeron que había sido abatido en un tiroteo. En realidad, lo secuestraron el 16 de septiembre (de 1975) en la vía pública y recién el 6 de octubre entregaron su cuerpo junto a los de otros cinco compañeros. Hicieron pasar sus ejecuciones por un enfrentamiento, a pesar de que eran evidentes los signos de tortura y los balazos a quemarropa con los cuales fueron ejecutados. Por el caso de ellos condenaron a perpetua a Albornoz, a Lazarte y a Del Pino por tormentos agravados y homicidio triplemente agravado.”

A pesar de los reclamos de las víctimas, los familiares de desaparecidos y de los organismos de los derechos humanos presentes en la audiencia, el tribunal dictó la absolución a siete de los imputados.

En la misma línea se expresó el militante de H.I.J.O.S Tucumán Iván Jeger, cuyo padre, el librero Maurice Jeger, fue secuestrado el 8 de julio de 1975 junto a su pareja Olga Cristina González, y permanece desaparecido. “Este fue el decimosegundo juicio por delitos de lesa humanidad en Tucumán, y es la primera vez que hay tantas absoluciones”, refirió Jeger. “De los que recibieron condenas a perpetua, la mayoría ya habían sido condenados, aunque también hubo algunos que recibieron perpetua por primera vez. Entre ellos está Enrique Del Pino, que estuvo implicado en la causa de mi papá. Pero también hubo muchos absueltos, como Camilo Orce, que integraba la patota del (ex comisario) Malevo Ferreyra en Tucumán. Fue bastante duro el fallo. Además, en esta causa se está juzgando un operativo que ocurrió durante un gobierno constitucional, con Isabel Perón en la presidencia. Hay muchos políticos responsables -entre ellos la misma Isabel Perón-, que no estuvieron en el banquillo de los acusados y que, si bien fueron propuestos como imputados, fueron separados por el tribunal”, reflexionó el hijo de Jeger, que como Esteban busca un hermano o hermana nacido en cautiverio. “Lo tremendo de las absoluciones es que la gente que testificó contra los imputados ahora está con justificado temor, porque los represores a los que acusaron quedaron libres. No queda la sensación de que se haya hecho justicia”, aseguró. Luego recordó que la pareja de su padre, Olga Cristina, estaba embarazada de cuatro meses al momento de su secuestro. Ella también continúa desaparecida e integra una lista de 15 mujeres embarazadas que fueron secuestradas en el Operativo y de cuyos destinos, al igual que el de sus hijos por nacer, jamás se supo nada.

“Para nosotros, como fiscales, este juicio fue un enorme desafío. Y sobre todo lo fue para las víctimas y los testigos, que apostaron nuevamente a la Justicia, luego de 42 años, para declarar y contar los horrores que vivieron. Se trata en su mayoría de personas de condición muy humilde, del interior de la provincia de Tucumán, que en muchos casos se acercaban por primera vez a un tribunal. Y creo que el tribunal no estuvo a la altura de sus circunstancias para mensurar y dimensionar las exposiciones de las víctimas”, expuso el fiscal Chit, describiendo la causa en estos términos: “Fue un juicio histórico por la cantidad de casos -por el momento, es el juicio más grande que hubo en Tucumán- y por la cantidad de imputados, muchos de los cuales fallecieron en el proceso y otros a quienes les garantizaron impunidad. Pero incluso con 17 imputados, fue un juicio de enorme relevancia para Tucumán, que de alguna manera intentó retratar una explicación, sin salirse del marco jurídico-penal, de lo que vivió la provincia desde la década del 60 en adelante”.

Una de las principales particularidades del denominado “Operativo Independencia” es que, a diferencia de muchos de los crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la década del 70 por el terrorismo de Estado, este se dio en el marco de una democracia, meses antes del golpe de Estado que derrocaría al gobierno constitucional de Isabel de Perón e instauraría en Argentina la dictadura autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”. Se estima que del total de desapariciones forzadas cometidas en la provincia de Tucumán, en el periodo comprendido entre 1975 y 1983, cerca del 30 por ciento tuvieron lugar en este operativo llevado a cabo por las Fuerzas Armadas bajo las órdenes de Acdel Vilas y de Domingo Antonio Bussi. Historiadores, políticos y expertos en el tema describen al “Operativo Independencia” como un ensayo del sistema represivo clandestino y la antesala del plan sistemático de desaparición forzada de personas y de exterminio que más tarde se extendería a todo el país y sería implementado por la dictadura de la Junta Militar a escala nacional.

Historiadores, políticos y expertos en el tema describen al “Operativo Independencia” como un ensayo del sistema represivo clandestino.

Sobre este punto, el fiscal Chit manifestó: “Sabemos que en las sentencias que se dictaron en las otras once causas por delitos de lesa humanidad en Tucumán, desde el tribunal se afirmó que el terrorismo de Estado había funcionado en Tucumán antes del golpe de Estado de 1976. A partir de esos antecedentes, se entiende que el tribunal consideró que Tucumán fue un tubo de ensayo en relación a la sistematicidad de la aplicación del terrorismo para lo que posteriormente sería el terrorismo de Estado ampliado sobre todo el territorio nacional. Si el tribunal es consecuente con sus propios antecedentes, y habiendo calificado los hechos en las condenas como crímenes de lesa humanidad, no creemos que se pueda apartar de este criterio, de que el Operativo Independencia efectivamente fue la prueba de lo que sería luego el terrorismo de Estado a nivel nacional durante la dictadura.”

Ante el desconsuelo de las víctimas por las absoluciones, todavía queda pendiente la instancia de Casación, que tendrá lugar en noviembre tras la lectura de los fundamentos de los magistrados respecto a sus leves sentencias. Allí, la fiscalía y los querellantes apelarán las decisiones del tribunal e intentarán revertir los resultados con sabor a injusticia con los que concluyó la Megacausa.

“El próximo paso es leer los fundamentos, el 8 de noviembre, y luego vamos a hacer una presentación ante la Cámara de Casación Federal para que revise aquellos puntos que nosotros consideramos que fueron tratados incorrectamente y que creemos que han sido una equivocación por parte del tribunal”, declaró Chit, y agregó:También existe en el TOF otro juicio del Operativo Independencia con nuevos imputados por causas de lesa humanidad y que tendrá lugar el próximo año, con lo cual este juicio va a funcionar como un precedente. Por eso va a ser importante que la Casación revise con mucha celeridad estas sentencias”.

Por su parte, Jeger afirmó: “En noviembre van a leer los fundamentos de la sentencia y se va a hacer una apelación en Casación porque, tanto en las absoluciones como las condenas menores a las que se había pedido, uno de los jueces, Juan Carlos Reynaga, siempre votó en disidencia; por ejemplo en algunas absoluciones él había votado perpetua. Al ser un fallo dividido, nos habilita para apelar. Desde el punto de vista personal, teniendo en cuenta cómo está la situación del país y quienes nos gobiernan, yo no tengo muchas esperanzas de que se reviertan los fallos. Pero aun así vamos a utilizar todos los medios que están a nuestro alcance. Nosotros siempre sostenemos que estos tipos son juzgados por un tribunal pero son condenados por la sociedad.”

“Yo sigo repitiendo que, con el clima político que tenemos en la actualidad, no quiero que la familia de Santiago Maldonado tenga que esperar 40 años para obtener justicia. Durante la sentencia también pedimos por su aparición”, concluyó Herrera, haciendo referencia al reclamo que se hizo presente en la audiencia por la aparición con vida de Santiago Maldonado, que lleva 50 días desaparecido.

Actualizada 20/09/2017.