«Tuvimos la osadía de pensar que se podía hacer un país mejor»

«Tuvimos la osadía de pensar que se podía hacer un país mejor»

En una nueva audiencia por los crímenes de los pozos de Banfield, Quilmes y Lanús, declararon los sobreviviente de la familia Suárez, militantes del PRT ERP y la nieta restituida, María Victoria Moyano Artigas.

En la audiencia 76 del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en las brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús, declararon Dalmiro y Nelfa Suárez, Silvia Negro y María Victoria Moyano Artigas en una jornada que duró más de siete horas donde hubo declaraciones extensas y detalladas para que, como dijo Dalmiro Suárez: “Lo que queda instalado acá es el relato histórico para que no se tergiversen historias. Tuvimos la osadía de pensar en que se podía hacer un país mejor”.

La jornada se inició con el testimonio de Dalmiro Ysmael Suárez, quien describió a su familia conformada por sus padres y cinco hermanos, todos provenientes de la provincia de Santiago del Estero: “Era una familia de origen campesino, por situaciones económicas y laborales mi padre tuvo que venir a Buenos Aires porque se había quedado sin trabajo”. Suárez menciona en el relato de la historia de su familia que tanto sus padres como sus abuelos siempre se preocuparon por cuestiones sociales: “Desde siempre, hemos tenido injerencia en el interés político y siempre estuvimos comprometidos con el accionar social”. El día en que sus padres se conocieron también estuvo marcado por la organización política: “Fue en la casa de mis abuelos en una reunión de reclamo que estaban preparando los campesinos y mi padre llegó ahí conducido por Francisco Santucho, padre de Roberto Santucho. Lo conoció porque Santucho era abogado en algunos gremios forestales”.

La familia llegó a Buenos Aires en 1963, terminó sus estudios bajo el mandato de sus padres: estudiar o trabajar. Tanto Dalmiro como sus tres hermanos (el mayor se había quedado en la provincia) eligieron estudiar. Primero estudió Bioquímica en la Universidad de Buenos Aires y luego el Profesorado de Física y Química, obligado por la persecución política y por haberse quedado sin trabajo y no poder pagar el viaje desde Quilmes hasta Núñez. Recuerda que, en 1972, cuando estaba estudiando con su compañero Carlos Höld, se enteraron de la Masacre de Trelew, y dice: «Ahí empezó nuestra militancia más firme, yo comencé a militar en el PRT, después mi hermano Ari y Nelfa». En 1974 se produce el asesinato de Ortega Peña: “Como muchos, fuimos al velatorio que se hizo en el Sindicato de Gráficos. El cortejo salió a llevar el féretro a Chacarita, se produjo una represión y detuvieron a mucha gente que fue fichada. Después toda esa gente apareció en las listas de las AAA”.  En esa lista estaban incluidos todos sus hermanos, excepto él porque no lo llegaron a detener. 

A fines de 1974 su hermano Ari (Aristides Suárez), que tenía 20 años, había sido sorteado para hacer la conscripción, pero lo asesinaron en una acción llevada a cabo por el PRT. “A partir de ahí, la seguridad nuestra ya no era posible”, dice. Dalmiro dio testimonio de los nueve años de detención desde el 13 de noviembre de 1974 hasta octubre de 1983. Lo llevaron a diferentes lugares de la provincia de Buenos Aires. El recorrido comenzó en Quilmes, después fue a Puente 12 (juicio en el que también prestó declaración), estuvo en el Pozo de Banfield donde dice que permaneció tres días, bajo tortura y maltratos, hasta que fue legalizado por el PEN. Ese mismo año lo trasladaron a la comisaría de La Plata, luego al penal de Sierra Chica y en 1979 lo trasladaron a Rawson, donde permaneció hasta que recuperó su libertad doce días antes de las elecciones, el 18 de octubre de 1983. 

Destaca la figura de su madre: «Estaba siempre adelante en todas las marchas, intentando encontrar una mínima noticia de sus hijos, ubicar o conocer algo sobre ellos. Dónde estuvieron y quiénes fueron los responsables. Y se murió sin saber nada. No se enteró de Omar. La familia quedó reducida a mi hermana y a mí que sobrevivimos, y mi sobrino, el hijo de Nelfa, que nació en la cárcel de Olmos». Continúa su relato citando a Roberto Santoro, el escritor del PRT desaparecido: «Él decía que el recuerdo es una aguja que teje y desteje permanentemente. Y eso es lo que hacemos acá, vamos tejiendo y destejiendo historias».

Antes de despedirse pide un minuto para agregar unas palabras: «Quiero hacer un recordatorio, todas las fotos que están atrás mío son mis afectos más cercanos, mis amigos y compañeros de militancia. Y quiero recordar que dentro de cuatro días vamos a recordar los 50 años de la Masacre de Trelew que fue una bisagra y un aviso de lo que se venía, un anuncio de lo que iba a acontecer en todo el país. Esos compañeros fueron masacrados hace 50 años y creo que también hay que recordarlos». 

Luego de un breve cuarto intermedio, declaró Nelfa Suárez, hermana de Dalmiro. En la mesa en la que está el micrófono, ubica una foto: Aristides Benjamín Suárez, su hermano menor. Y aporta más datos sobre su familia: «Provengo de una familia en la que mis padres tuvieron cinco hijos y criaron a dos primos hermanos. Somos hijos de dictaduras militares». 

A los quince años quiso empezar a trabajar, aunque sus padres estuvieron en contra por ser menor de edad y en su primera experiencia laboral la eligieron como delegada de su sector en la fábrica. Luego del cierre de la planta, afirma que se comprometió con la militancia: «Mi padre decía siempre que lo más importante era ser un militante de la vida y vivir dignamente y comprometidos con la realidad que nos toque a cada uno de nosotros». 

Posteriormente, recuerda lo ocurrido en el velatorio de Ortega Peña: “Después del velorio me detienen y me fichan y luego en mi casa aparecen volantes con nuestros nombres firmado por la “Alianza Anticomunista Argentina”, es decir, el grupo parapolicial ‘Las tres A».

Cuando los detuvieron en noviembre de 1974, Nelfa estaba embarazada de cuatro meses. Tiene certezas de la fecha debido a que su esposo en agosto fue a Tucumán a formar parte de la compañía de Monte (como militante del PRT – ERP). Por lo cual, calculaba la fecha para el 24 de abril, y recuerda la fecha porque era el cumpleaños de su hermana Nora. Con la fecha cumplida comenzó a pedir que la lleven a la maternidad, ya que su bebé tenía que nacer. “Finalmente, después de tanto insistir y exigir, me trasladan a la maternidad de La Plata, donde me suben a una camilla y me esposan de los pies y manos. Allí me tuvieron tres días. El 17 de mayo de 1975 me trasladan al quirófano de urgencia porque el médico dijo que no se escuchaban latidos. Víctor Benjamín nació a las 12. No recuerdo el nombre del médico y del pediatra que me asistieron, pero ese pediatra hoy engrosa la lista de los 30 mil desaparecidos”. Nelfa y su hijo estuvieron internados 12 días en La Plata y pudo recibir las visitas de su madre, su hermana Nora y es donde vio por última vez a su hermano Omar, que fue con sus sobrinas y le dijo: “Creo que va a ser la última vez que te vea, no puedo ir a visitarte a la cárcel”. 

Nelfa estuvo detenida desde 1974 hasta principios de 1983. Pero su liberación no le dio libertad ya que la siguieron persiguiendo y amenazando. A los tres días publican en los medios que se había ido en libertad a Europa y un auto sin identificación llega a su casa y le dicen a su padre que se la tienen que llevar por orden del Ministerio del Interior, quien responde: “De esta casa no se van a llevar a ningún hijo más mío, van a pasar sobre mi cadáver, pero no se la van a llevar”. Luego volvieron con una citación y el juez Gabrieli la interrogó y amenazó, le dice que tiene 48 horas para buscar el acta de defunción de Víctor Manuel Taboada al juzgado 2 de La Plata y Nelfa le preguntó: “¿Dónde está el cadáver?» a lo que le el juez le respondió: “Ah, no sé, búsquelo”. Ante su insistencia, el juez le repite: “Recuerde lo que le dije, usted tiene a su hermano aún preso en Rawson, a su hijo, a sus padres. Esta es la orden y tiene 48 horas”. 

 

La jornada continuó con la declaración de Silvia Negro, quien también estuvo embarazada al momento de su detención. “En la madrugada del 14 al 15 de 1974 fuimos detenidas por un grupo civil que se autodenominó la Triple A”. Los otros detenidos ese día en Lanús fueron Carlos Tacchela, Alfredo Manachian y su esposa y Roberto Omar Leonardo (su compañero y padre de su hijo). 

En el Pozo de Banfield recuerda haber escuchado a Víctor Taboada quejándose y cuando no lo escuchó más supo que había muerto. Sin embargo, en los diarios informaron que había caído en un enfrentamiento.

Negro siguió el circuito de detención y estuvo detenida como una «presa legal». En 1976 la trasladaron a Villa Devoto. En noviembre de 1976 declaró ante Amnistía Internacional sobre la ilegalidad del proceso de detención y en 1977 fue liberada. Su declaración concluyó: «Todos los hechos de mi vida fueron contados por eventos políticos. Han pasado 48 años desde la vez que nos detuvieron y han pasado 20 años desde la CONADEP. Quizás en algún momento todo esto tenga una resolución. Muchos ya no están, para nosotros es importante que exista la justicia porque hasta ahora no hay demasiado. Si bien he declarado muchas veces no hay una resolución sobre los hechos». Posteriormente, exhibe una foto de segundo año de la secundaria de su compañero, Roberto Leonardo, junto con un compañero jugando al ajedrez. Dice que ese compañero vive en Ituzaingó e hizo una escuela de ajedrez para niños reivindicando a Roberto quien lo había introducido en el ajedrez.

En último lugar, declaró la nieta restituida María Victoria Moyano Artigas, hija de María Asunción Artigas y Alfredo Moyano. Quienes habían sido detenidos y torturados en Uruguay cuando comenzó la dictadura en el país vecino, por lo que debieron exiliarse a la Argentina. Relata lo que le contaron sobre la vida de su familia y los posteriores secuestros de sus padres y su abuela, en 1975, cuando estuvieron tres días en la Brigada de San Justo. “La detención de mis padres fue parte de un operativo en conjunto entre Uruguay y Argentina, que se denominó «Operativo Dragón donde cayeron 21 militantes del MNLN y cinco del ERP”. 

«Todo lo que estoy contando no es porque lo haya vivido sino porque lo investigué. Porque es lo que nos tocó hacer a las víctimas, investigar para poder pedir justicia» y continúa: “Quiero destacar que, para llegar a San Justo, a la desaparición de mis padres, hubo una persecución política, hubo desapariciones y tortura. Esto no comenzó en el 76, yo tengo conocimiento que como mínimo empezó en el 74 en San Justo, pero también en el 75 y ahí es el primer secuestro de mis padres”. Fueron liberados y en diciembre de 1977 vuelven a secuestrarlos. Moyano Artigas afirma que sus padres hicieron el Circuito Camps. “Mi madre estaba embarazada de mí, pero no lo sabía. Desarrolla todo el embarazo en una situación de tortura permanente hasta que llega al Pozo de Banfield”. El día que secuestraron a sus padres habían secuestrado a más de veinte militantes que fueron llevados todos al Pozo de Banfield, pero con el pasar del tiempo los trasladaron a otros lugares. Su madre permaneció allí dando curso a su embarazo. Le contaron que en el Pozo de Banfield su mamá fue una persona muy solidaria. “Diego Barreda me contó que mi mamá le hizo con una frazada un poncho y que fue su único abrigo durante ochenta días. Ese poncho lo entregó en la Asociación de Madres de Plaza de Mayo con una carta diciendo que esa era la solidaridad que se expresaba en el Pozo”.

Adriana (Calvo) quien compartió cautiverio con su madre le contó que ella le cantaba todo el tiempo pero que quedó muy triste cuando trasladaron a su padre. Sabía que María Asunción estaba embarazada pero nunca pudo saber de su nacimiento porque había sido trasladado antes. “En esas condiciones terribles, lo que sé de mi madre y de mi padre me da mucho orgullo”.

María Victoria nació el 25 de agosto de 1978: “La llevaron a mi madre a una enfermería y me tuvo ahí. Adriana me contó que nací a las 12.30 del mediodía, a mi madre no le permitían darme el pecho, pero me lo dio igual”, y quien firma su partida de nacimiento es el médico Vidal (al igual que la de Paula Logares, otra nieta restituida). Continúa: “Mi madre, después del nacimiento, le empezó a contar a todos los detenidos cómo era yo para que, si alguno salía, me buscara y le contara a mi abuela cómo era yo, que iba a estar en la Casa Cuna”. Estuvo ocho horas con su mamá, que le dio el pecho y volvió a su celda sin su hija. Cuenta que el Comisario de San Justo, Oscar Penna la regaló a su hermano, quien muere un año después, y a su cuñada: “Lo más perverso es que la figura paterna era el torturador Oscar Penna, el jefe de la Brigada de San Justo, que había controlado el embarazo y el secuestro de mis padres”. Y denuncia: “Si pensamos el juicio solo en lo que puede ser la conducta del Pozo de Banfield, no vamos a hacer ni mucha justicia ni mucha verdad. Por eso planteo (investigar) toda la persecución desde el 75, el Plan Cóndor y llegada a Banfield. Es todo un trayecto donde intervienen de manera conjunta diferentes centros clandestinos”. Este es el quinto juicio en el que declara y advierte sobre la dispersión de las diferentes causas que no son tomadas como parte de un plan sistemático.

La próxima audiencia se realizará el martes 23 de agosto a las 8.30.

Las consecuencias concretas y las intangibles de la dictadura

Las consecuencias concretas y las intangibles de la dictadura

Después del receso invernal, se reactivaron las audiencias del juicio de lesa humanidad que investiga los crímenes en el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús.

Luego de la feria invernal, el último martes se llevó a cabo, la audiencia número 75 del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en las Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús. En esta ocasión, fue día de testimoniales en las que declararon sobrevivientes y familiares de desaparecidos de las atrocidades cometidas durante la última dictadura militar.

Las declaraciones se basaron principalmente en lo que les sucedió a dos familias. La primera, compuesta por María Enseñat, Miguel Río -quien se encuentra desaparecido-, y su hijo Valentín Río Enseñat. La segunda familia es la de José Luis D´Alessio y su hijo Francisco, sobrino de Alfredo “Bebe” D´Alessio, desaparecido desde 1977. 

 Marta Enseñat fue la primera testigo del día. Su relato repasó que, de su grupo familiar de nacionalidad uruguaya, compuesto por ocho personas, cuatro de ellas fueron secuestrados el 24 de diciembre de 1977: Miguel Ángel Río; su prima Aida Sans Fernández que además estaba embarazada; su madre Elsa Fernández y Eduardo ´” Cacho” Castro Gallo.

Marta, junto a su pequeño hijo Valentín de seis meses y su madre Clara Enseñat, fueron alertados de la situación por Cacho, un día antes de las desapariciones, gracias a lo que pudo evitar la detención. Cuatro de los familiares que mencionó, aún hoy se encuentran desaparecidos. Mientras que la beba que dio a luz Aida Sans fue, como declaró Enseñat, “apropiada y dada en adopción”.

 Sobre el secuestro, Marta recordó: “A las cinco de la mañana me golpean la puerta muy fuerte, mientras dormía. Me puse ropa y abrí. Era Cacho, el compañero de mi prima Aida. Me vino a informar que el día anterior, 23 de diciembre de 1977, un grupo de militares había irrumpido en su hogar, entre las 19 y 21 y se había llevado detenida a Aída con el embarazo súper avanzado. También, se llevaron a su mamá”, detalló.  

La sobreviviente contó que Cacho le sugirió que abandonara su hogar lo más rápido posible porque no había garantía de permanecer allí sin que llegara algún grupo armado. “Él nos sugiere que nos vayamos, y que se iba a quedar en mi domicilio a esperar que llegara Miguel Ángel que estaba en casa de unos compañeros”. Marta accedió y acordaron encontrarse al mediodía del día siguiente en la estación de Constitución para saber qué hacer. Miguel Ángel y Cacho acudieron a ese encuentro, y quedaron con asistir a otro encuentro en una estación de tren que no recuerda, a las 17 horas. Para hacer tiempo, la testigo relató que pasó la tarde entre plazas y visitas a compañeras de trabajo de ella. Cuando llegó y los dos hombres no aparecían presintió lo peor: “Me di cuenta con mucha claridad, ahí sí, no tenía donde ir”, sostuvo. 

Marta acudió a familiares cercanos, que le sugirieron irse a San Nicolás, provincia de Buenos Aires, donde se quedó unos días, pero luego decidió pedir refugio a ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ubicada en el barrio de Floresta. Allí se quedaron alrededor de seis meses, mientras esperaban su posible salida del país. 

En ese tiempo, Enseñat le consultó a una vecina qué había sucedido en su casa, luego de que ellos se fueran. La mujer le describió: “Habían montado una ratonera, no estuvieron mucho tiempo porque olfatearon que ahí no iba a volver nadie. Sospechaban que nos habían avisado. Sacaron porquerías que había ahí, de poco valor, garrafas, un televisor blanco y negro, una máquina de coser y las prendieron fuego. De no ser avisados por Cacho todos nos hubiéramos quedado”. 

Enseñat recordó a su pareja, Miguel Ángel Río, como una persona sonriente, muy alegre y con quien se divertía mucho. “Miguel Ángel había fantaseado, tenía ilusiones de enseñarle a jugar al fútbol, que era su pasión y lo practicaba. Él jugaba muy bien. Yo también proyecté. Pero en muy pocas horas todas esas ilusiones y lo que nosotros queríamos se fueron al tacho. Ya no se iba poder llevar adelante”. 

Este fue el primer intento de secuestro que sufrieron Marta y su hijo. El segundo ocurrió a las afueras del refugio, les habría llegado información de que “alguien se quebró” en los interrogatorios con tortura. Como consecuencia directa de esto, las personas encargadas del organismo deciden sacarla rápidamente del país con destino a Francia, el 8 de junio de 1978. Por un problema en su declaración jurada el día que llegó a ACNUR, la retuvieron seis meses más. Se olvidó de constar que tenía problemas en su país de origen (Uruguay), del cual se habían ido porque la perseguía la dictadura militar”. 

Luego Marta contó el padecimiento por el que supo pasaron sus compañeros. Sobre Aida recordó: “Cuando llega al Pozo de Quilmes, el 23 de diciembre, inmediatamente la torturaron con su bebé dentro de la panza. La tortura recaía sobre el bebé y aceleró el parto. Nació una niña. Los milicos le dijeron ‘mirala ahora porque después no la vas a ver más’. Dicho y hecho”. 

Y añadió que la madre de Aida también “estaba con sus muñecas lastimadas, con esposas. Tenía las manos atrás de la espalda. Ella, con 68 años, una anciana, callada, que era de poco hablar, sorda de un oído. Este tipo de cosas son las que me hacen pensar que el grado de crueldad es infinito. Era una señora que no tenía noción de nada. No la liberaron”. En el caso de Cacho y Miguel Ángel también fueron torturados. Este último tenía una herida de bala. 

 Marta ubica: “Pronto van a ser los 50 años y esto es como si hubiese pasado ayer para nosotros. Hay gente como todos ustedes, jueces incluidos, que siguen trabajando en esto con la finalidad de poner donde tienen que estar algunas ‘personas’, -no sé si puede utilizar en este caso-. Tampoco quiero decir una frase trillada ‘castigo a los culpables’ porque me parece que fueron tan pocos los castigados”, finalizó su declaración.

El siguiente en testimoniar fue su hijo Valentín Río Enseñat, quien hizo hincapié en la historia que pudo reconstruir de su padre. Miguel Ángel era militante del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros en Uruguay y en 1974 decide trasladarse a Argentina. 

“El militante era mi padre, mi madre no. Nací en Argentina el 21 de junio de 1977. Vivíamos en la Provincia de Buenos Aires, en Villa Numancia, en el partido de San Vicente, en una casita prefabricada. Ahí también vivían Aida y Castro Gallo junto a mis padres”. Río Enseñat aclaró que el secuestro de su padre se dio cuando “deciden ir a avisarle a Ataliva Castillo porque había una ratonera. Ahí mi padre es herido de bala en un hombro, cuando intentó huir y fue detenido. Cacho logró escapar, pero mi padre no”. 

“De mi padre no supimos más nada hasta que aparecen los testimonios de los sobrevivientes del Pozo de Quilmes. Lo habían torturado mucho a él y a Cacho. Aida Fernández comentó que el 27 de diciembre los trasladaron muy heridos, supuestamente, a un hospital. Luego de eso no hay más testigos de haberlos visto”, señaló. 

El familiar resaltó que “hay consecuencias muy concretas y otras intangibles”, luego de la desaparición de parte de su familia, pues “es un antes y un después. Además, las secuelas psicológicas que marcaron a mi familia hicieron que nos tengamos que desterrar y exiliar en Francia. Estamos declarando 45 años después y es muy extraño”. Y continuó: “Son hechos que tienen muchísimo tiempo, que dan la sensación de estar congelados en el tiempo. La incertidumbre sigue siendo la misma, con el agravante del paso del tiempo y con que aparecen nuevas personas afectadas por esta falta de verdad y justicia, como es el caso de los nietos de los desaparecidos. Somos una sociedad muy dañada por lo que sucedió. Mucho más de lo que se cree”, cerró. 

El siguiente caso fue el de la familia D´Alessio, secuestrada el 28 de enero de 1977. Alfredo D´Alessio contó su historia y la de su hermano José Luis D´Alessio, militante de Montoneros. Ambos fueron secuestrados y detenidos, primero en la Comisaría 22 de la Policía Federal y luego llevados al Pozo de Quilmes. 

D´Alessio relató el secuestro de su familia que se dio luego de que su hermano decidiera irse del país, junto a su pequeña hija Malena D´Alessio, por el riesgo que corrían. Para llevar adelante el plan, se había contactado con un hombre llamado “Turquito” que le iba a conseguir pasaportes falsos. 

Alfredo tuvo la tarea de ir a retirar los documentos para su hermano y en esa situación lo emboscan y lo detuvieron. Camino a su casa, en el barrio de Villa Urquiza, se cruzaron con el hermano que volvía de Zona Norte luego de ir a retirar unas pertenencias. Ese día, además, fueron detenidos su padre, Alfredo Ángel Agustín D´Alessio, su madre Sofía Yusell, Jorge Campana y Malena D´Alessio, quien era una niña. 

Salvo en el caso del declarante y su hermano desaparecido, toda su familia recuperó la libertad al día siguiente. La madre contó, muchos años después, que “fueron llevados en un auto a la Casa de Gobierno y ahí los dejaron. “A ella, a mi papá y a las nenas”, señaló.

Asimismo, D´Alessio recuperó la libertad, su hermano no, luego del pago de un cheque por 30.000 pesos. “Ese día, a la noche, me vinieron a buscar a la celda, me sacaron, me subieron a un auto, me llevaron a un descampado y me dijeron ‘bajate, camina en dirección contraria a la que estamos y no te des vuelta para mirar. Cuídate mucho porque seguimos atentos y vigilantes. Y con tu hermano no hagas nada porque no lo vas a volver a ver’”, recordó. 

Sus padres quedaron muy golpeados luego de lo vivido. Sin embargo, Sofia Yusell luchó hasta el último día de su vida para conocer lo que había sucedido con su hijo José Luis. Su declaración culminó con un pedido a los jueces: “‘Metan pata’ porque es muy grande este juicio, hay muchos testigos y estaría bueno que termine cuanto antes. Para nosotros, los que estamos declarando, para todos los sobrevivientes, para la familia y para la sociedad en general, que estos casos se cierren y que los genocidas reciban su castigo”.

El último en declarar fue Francisco D´Alessio, que nació en Brasil en el exilio de sus padres luego de la detención. “Soy una víctima indirecta de lo que sucedió. Siempre tuve un rol de aporte para acompañar a la familia en el proceso de reconstrucción de la memoria de lo que había sucedido y la búsqueda de la verdad, juicio y castigo”, indicó.

“Mi viejo pasó muchos años desde que sucedió el secuestro y la desaparición de su hermano y no pudo volver a hablar. Más allá de contar el secuestro o datos que sirvieron a la causa, nunca pudo volver a contar cómo fue la relación con su hermano”, subrayó. 

El familiar se refirió al impacto que tuvo sobre su familia: “No se hablaba del exilio, del secuestro, de la desaparición. Era un tema bastante tabú en mi familia. En la casa de mis abuelos había una foto del Bebe colgada en la pared. Mi abuelo se paraba al frente y lloraba”, finalizó D´Alessio.

La próxima audiencia será el martes 16 de agosto. El juicio de Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús es transmitido por el canal de la Retaguardia en YouTube que se encarga dar a conocer los juicios de lesa humanidad y ponerlos a disposición de la sociedad.

La trama de la asociación de las dictaduras argentina y uruguaya

La trama de la asociación de las dictaduras argentina y uruguaya

En la audiencia Nº 73 del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad ocurridos en los centros clandestinos Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús quedó expuesto el vínculo entre los gobiernos de facto de ambos países.

Carlos D´Elía Casco y Paula Eva Logares, nietos restituidos en 1998 y 1984, respectivamente, declararon el martes último en la audiencia Nº 73 del juicio por los crímenes cometidos en los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús. También brindaron testimonio Juan Berdún Cardozo, de nacionalidad uruguaya, sobreviviente del centro clandestino Pozo de Quilmes; y María Graciela Borelli, hermana de otro uruguayo desaparecido.

De manera presencial inició la jornada María Graciela Borelli Catánneo, hermana de Raúl Borelli Catánneo, estudiante de Medicina en Montevideo y secuestrado en Valentín Alsina, Argentina, en 1977, como parte del denominado Plan Cóndor, y estuvo detenido en los Pozos de Banfield y Quilmes hasta mayo de 1978. Con relación a estas fechas, dijo: “Es el inicio de una búsqueda que dura casi 45 años” para iniciar el relato de la reconstrucción que logró sobre los cinco meses que su hermano estuvo en cautiverio. Raúl militaba en el GAU (Grupos de Acción Unificadora) y con el comienzo de la dictadura en Uruguay, en 1973, se exilió en Argentina, donde en total secuestraron y desaparecieron a 26 uruguayos, de quienes María brinda nombre y apellido. Ella se exilió -vía San Pablo- en España, mientras que su marido se sumó varios meses después, ya que también había sido detenido y estaba en libertad provisoria. Afirma que muchos de los secuestrados en Argentina fueron llevados a Uruguay, lo que evidencia la coordinación y los vínculos entre las Fuerzas Armadas uruguayas y argentinas. “La Computadora, es el informe de la Armada, la armaron con detenidos que tuvieron diversos grados de colaboración en el FUSNA (Cuerpo de Fusileros Navales de la República Oriental del Uruguay), hacían inteligencia. Hubo coordinación, vínculos estrechos con la ESMA porque también funcionaba así”, declaró.

Antes de concluir su testimonio dijo: “Quiero homenajear a mis padres -Luis y Julia- que lo buscaron sin parar. Hubiera querido que no solo estuvieran los grandes mandos, sino aquellos que fueron los brazos operadores de todo, algunos que están identificados. Cuesta entender por qué no están sentados acá. Los juicios son importantes porque los testimonios construyen memoria”. Luego pidió: “Ojalá que aquellos que saben algo, que han presenciado y que pueden aportarnos datos, que lo hagan”, con una foto de Raúl y de su madre exigió “la desclasificación de los archivos como responsabilidad de los Estados para saber la verdad”. 

La auxiliar del fiscal, Ana Oberlin, le consultó si recibieron el testimonio de sobrevivientes que les hayan brindado datos, a lo que respondió afirmando que los testimonios de Adriana Charmorro, Washinton Rodríguez, y Luis Taub (todos declarantes de esta causa) le permitieron ir reconstruyendo todo. 

Luego declaró Carlos D’Elia Casco, nieto restituido, hijo de Julio D’Elia y Yolanda Casco. Explicó el vínculo que los une y desde qué momento descubrió quién es: “En 1995, a los 17 años, conocí mi verdadera identidad. Hasta entonces creía ser hijo de Marta Leiro y Carlos De Luccía, nunca había tenido dudas de mi identidad, por lo cual ese momento marcó un antes y un después en mi vida”. Más tarde, mencionó que pudo conocer aspectos de la vida de sus padres biológicos y el hecho de su secuestro, y habló sobre la paciencia que tuvo su familia biológica para transmitirle información.

En la siguiente parte de su declaración, relató la vida de sus padres en Uruguay y cómo se conocieron: «Mientras estudiaban, trabajaban y militaban en el contexto de la dictadura. Se vinieron a vivir en 1974 a Buenos Aires y mi papá terminó sus estudios en la Universidad del Salvador». Contó que su padre consiguió trabajo y que su madre estaba embarazada de él; que con un crédito lograron comprar un departamento en San Fernando, de donde fueron secuestrados en la madrugada del 22 de diciembre de 1977.  Por la reconstrucción que realizó a través de los testimonios de sobrevivientes como Adriana Chamorro y Luis Taub, pudo saber que estuvieron en la Comisaría de San Fernando, el COTI de Martínez, donde otros 27 uruguayos fueron llevados. También pasaron por el Pozo de Banfield y el Pozo de Quilmes. 

Sobre cómo sus abuelos se enteraron del secuestro de sus padres, Carlos respondió: «Llegaron a Buenos Aires el mismo 22 de diciembre, venían a pasar las fiestas y a esperar mi nacimiento. Tenían llave del edificio y cuando van a ingresar al departamento son recibidos por personas fuertemente armadas, algunos con tonada uruguaya. Tres parecían ser uruguayos, mis padres ya habían sido secuestrados a la una de la mañana, a mis abuelos los tuvieron retenidos todo el día». Según explica, quienes estaban en el departamento comían lo que sus padres habían preparado y que la ropa de bebé no estaba. A sus abuelos los obligaron a irse de Argentina. Sin embargo, dijo: «Regresaron pese a las amenazas, el 26 de diciembre estaban de nuevo. Ahí empezó ese proceso de búsqueda, empezaron ellos y toda mi familia biológica, y con el tiempo me empezaron a buscar a mí también cuando el embarazo ya había llegado a término».

Explicó que su familia recorrió juzgados, embajadas, oficinas de organismos internacionales, tanto en Argentina como en Uruguay, casas cuna, iglesias, hospitales buscando cualquier información que pudiera surgir, lo que lo lleva a destacar la importancia de los testimonios de sobrevivientes que compartieron cautiverio con sus padres: «Fue fundamental para que pudiéramos conocer detalles sobre el secuestros. Se sabe que hicieron el circuito que hacían todos los uruguayos». 

Entre el 21 y el 22 de diciembre de 1977 se orquesta un operativo en el que secuestraron a 27 uruguayos de los cuales se desconoce aún su destino. Carlos afirmó: «Entre ellos había tres mujeres embarazadas. Nacimos tres niños en el Pozo de Banfield; la hija de Aída Sanz, es la primera, a fines de diciembre de 1977. En enero nazco yo y creo que en agosto se da el nacimiento de Victoria Moyano». Varias declaraciones le permitieron tener la certeza que a todos los uruguayos secuestrados en Argentina los «movían» en grupo en ese circuito: «Hay testimonios de sobrevivientes que podrían indicar que algunos de los secuestrados podrían haber sido llevados a Uruguay. En el COTI Martínez, Luis Taub me dijo que vio a mi padre y se sabe que a las mujeres que estaban ahí les hicieron preparar sanguches de milanesa para cinco uruguayos que iban a ser trasladados» y continúa: «Según hemos logrado reconstruir la mecánica que se seguía en ese entonces es que de los secuestrados uruguayos se ocupaban los uruguayos y de los secuestrados argentinos se ocupaban los argentinos. De ahí se confirmó la coordinación represiva que existió entre los gobiernos de facto tanto en Uruguay como en Argentina y en el resto del Cono Sur».

«Luego de mi nacimiento, el 16 de mayo fue el último momento que se supo de los uruguayos que estaban en Banfield», señaló y agregó: «Solo dos uruguayas quedaron en Banfield, lo que demuestra lo perverso y macabro del pensamiento y la lógica que seguían los perpetradores de los secuestros y las detenciones clandestinas es que mantuvieron a quienes creían que estaban embarazadas, María Asunción Artigas y  a Liliana García de Dosetti».

Carlos nació el 26 de enero de 1978 según lo que figura en la partida de nacimiento apócrifa firmada por el médico policial Jorge Bergés. Llegó con sus apropiadores mediante la intervención de un allegado de la familia que era subjefe de la policía de la provincia, Rodolfo Aníbal Campos. «Cuando el embarazo de mi mamá Yolanda estaba a término les avisó que se acerquen a un lugar de Quilmes donde el mismo Jorge Bergés, envuelto en papel de diario y con rastros de sangre, me entrega en los brazos de Marta y sin preguntar absolutamente nada».

Carlos tuvo que procesar una herencia y muchas historias, algo que le llevó diez años: «Tal vez la postura que tomé como manera de protegerme o porque no estaba preparado para hacerme cargo de esta historia, empecé a conocer a mi familia biológica, a saber, más de mis padres, empecé a viajar a Uruguay. En una visita que hice solo, estaba charlando con mi abuela en el living de su casa, no sé por qué la charla llevó a hablar sobre mi mamá y mi papá y sentí la necesidad, como algo por dentro que me quemaba, de querer saber un montón de cosas que ya me habían contado pero que evidentemente no había hecho propias. A partir de esa charla con mi abuela empecé a hacerme cargo de esa historia. Necesité esos diez años para prepararme. De esa búsqueda liderada por mi abuela ahora me iba a hacer cargo yo».

La tercera en declarar fue Paula Eva Logares, hija de Mónica Sonia Grinspon y Ernesto Claudio Logares. «Llegaron a estar detenidos en el Pozo de Banfield, pero para saberlo tuvimos que reconstruir todo un circuito que fue muy difícil», contó. Por ser militantes, se exiliaron en Uruguay y allá los secuestraron a los tres en la calle: «Nos encapuchan, hay gente que lo vio. Nos traen a los tres juntos a la Brigada de San Justo, yo tenía 23 meses», relató Paula. Recuerda que el día exacto porque era feriado y que iban al Parque Rodó. El testimonio de Paula, pese a que tenía dos años al momento de su secuestro, está lleno de sus propias vivencias: «Durante mucho tiempo no mantuve recuerdos. Yo sé que viví la separación con mis padres». Recordó la Brigada de San Justo: » En los brazos de mi madre estaba en un CCD», dijo. También que, ya siendo una niña apropiada, quizás la hayan llevado al Pozo de Banfield: «Era posible que me hayan vuelto a llevar ahí, entré al lugar y lo vi y creo reconocer cómo era y cómo funcionaba».

Sus apropiadores la anotaron como hija natural: «Sé que aparezco ahí porque estoy anotada como hija propia del subcomisario de la Brigada de San Justo, Rubén Luis Lavallén y de Raquel Leiro Teresa Mendiondo. No sé de dónde se conocen, todo está muy denotado de lo que conocemos hoy en día que es el Plan Cóndor: somos argentinos exiliados en Uruguay, nos secuestran en Uruguay». Afirmó que Lavallén era una persona violenta tanto en la calle como con su mujer, ya que la golpeaba adelante mío y continuó: «A mí no me encontraron en una plaza o en un orfanato abandonada. Me secuestraron», afirmó.

Paula recuperó su identidad luego de una intensa búsqueda y la difusión de fotos que hizo Abuelas donde fue reconocida a los ocho años: «Mi abuela desde un principio nos buscó a los tres. Agradezco estar acá y formar parte de esta realidad. Yo estuve en ese lugar oscuro y siniestro en el que estuvieron mis padres. Los huecos de las familias y los vínculos se pudieron ir formando de alguna manera y otros se fueron ablandando y soltando. Y claro que tiene repercusiones». Elsa Beatriz Pavón de Aguilar, esa Abuela que la buscó incansable estuvo toda la audiencia sentada escuchándola.

Paula denunció que los Estados nunca se hicieron responsables de esclarecer lo que pasó: «En ningún momento dijeron que estuvieron detenidos aquí o allá. No tengo registros formales de la detención de mis padres. Podemos saber que estuvieron en el Pozo de Banfield y no sabemos más. Sabemos que llegaron ahí pero no sabemos qué pasó de ellos. Hay gente que estuvo a cargo de ellos y sí saben». Al reconstruir las vidas de sus padres se emociona cuando su padre fue reconocido como trabajador del Banco Nación, ya que allí los habían registrado como despedidos por abandono de cargo cuando en realidad habían sido desaparecidos. Por solicitud de los trabajadores se modificaron esos legajos. «Me emociona la idea que pude formar de mis padres. Desde el 78 dejé de tener contacto con ellos».

En último lugar, declaró en la audiencia Juan Berdún Cardozo, que fue detenido el 14 de abril de 1978 con 24 años en la localidad de Juan Madariaga. Relata las causas de su detención, y como causa destaca la persecución política. Juan nació en Montevideo, mientras estudiaba y sufrió la represión contra aquellos que formaban parte del cogobierno universitario. Era militante social, en aquellos momentos militaba en la UJC: «Aparezco en un folleto donde está mi nombre, donde decían que yo pertenecía a esa organización política. A esto se suma mi padre detenido con la camioneta llena del periódico La Carta que editaba el Partido Comunista de Uruguay». Y detalló: “»Que mi nombre aparezca derivó en la persecución mía que fue investigada por oficiales uruguayos de la OCOA. Cuando era interrogado, participaba gente con el tono de voz propio de donde venían, que no eran argentinos. Y preguntaban cosas referidas a esa actividad mía». 

El día que fue detenido salía a trabajar a la mañana de su casa en Pinamar, cuando irrumpió un grupo de personas de civil: «Me preguntan mi nombre, me cargan en el Falcón y me ponen en el baúl. Estoy en Campo de Mayo y me doy cuenta por esos campos y fui reconociendo esa experiencia. Estuve hasta entrada la noche, siete de la tarde y me trasladan a otro lugar, el Pozo de Quilmes. Siempre encapuchado y atrás de un Falcon». Cuando llega a Quilmes puede hablar con Washington Martínez: «A él lo liberan el día que yo llego, solo diez minutos hablamos y le alcanzo a contar que tengo una hija chica en Uruguay, que me trasladaron en un Falcón». Explicó cómo vivía ahí, el frio y el hambre que pasaban: «Al otro día empiezan las sesiones nocturnas de interrogatorio, con picana eléctrica y patadas. Y ocurre algo muy feo que voy a decir acá, ponen un piolín en el órgano masculino y me dicen de acá salís y no fifas más». Le preguntan nombres, por su padre y por las actividades que hacía en Pinamar y después de un mes y medio de cautiverio lo liberan.

En el tiempo detenido estuvo solo en una celda, privado de la visión y esposado. Lo torturaban uruguayos, aseguró. «Había una persona mayor y calculo que fue Gavazzo, pero no puedo decir que lo vi, lo uno a la voz». Cierra su testimonio con una frase que resume para él la causa: “Esto tengo para contar sobre cómo se operó la persecución política”.

 

La causa Pozos pasó de la virtualidad a la semipresencialidad

La causa Pozos pasó de la virtualidad a la semipresencialidad

El juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Brigada de Lanús y los pozos de Banfield y Quilmes retomó las audiencias en el Tribunal Nº1 de La Plata.

Luego de dos años de audiencias puramente virtuales, este martes comenzaron las jornadas semipresenciales en el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en los Pozos de Quilmes, Banfield y la Brigada de Lanús.

Por un lado, en la sala virtual, se encontraban parte de las querellas y las defensas. Por el otro, desde el tribunal, el juez Ricardo Basílico, Guadalupe Godoy, representante de la querella y los testigos de la fecha: José María Novielo y Gustavo Calloti, dos sobrevivientes del Pozo de Quilmes.

Con precisión, claridad y sentado frente al juez, Calloti comenzó su declaración. Contó que tenía 17 años cuando fue detenido y llevado al Pozo de Arana el 8 de septiembre de 1976. “Allí lo único que se hacía era torturar. Eran sesiones de torturas muy largas”, recordó. En Arana Calloti permaneció 15 días, en los que compartió cautiverio con las víctimas de la llamada Noche de los Lápices, entre ellos mencionó a Emilce Moler, Claudia Falcone y Pablo Diaz.  Poco después, fue trasladado a otro lugar que años más tarde pudo reconocer como la Brigada de Investigaciones de Quilmes: “Quilmes era como un depósito donde traían mucha gente. Los hombres estábamos en un segundo piso, las mujeres en el primer piso y en la planta baja había detenidos comunes”, recordó. 

Además, Calloti contó que en una de las celdas estuvo con Santiago Servín, director del diario La Voz de Solano, y con integrantes de la organización Montoneros.

El 21 de enero de 1977 fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata hasta ser liberado el 25 de junio de 1979. Luego de su liberación tuvo que enfrentar miedos, persecuciones y demás piedras en el camino. “Yo estuve esperando este juicio hace mucho tiempo (…) no quise declarar de manera virtual porque tenía la impresión de que algo iba a quedar inconcluso, agradezco el esfuerzo para que esto se haya hecho de manera presencial”, finalizó su testimonio Calotti.

Luego de un cuarto intermedio y de la organización entre el escenario presencial y virtual, declaró José María Novielo, quien empezó su militancia siendo estudiante de Agronomía. El 9 de octubre de 1976 fue secuestrado y,  como Calloti,  su primer destino fue el Pozo de Arana. Sobre sus torturas en ese sitio ya había declarado con anterioridad en el Juicio del circuito Camps. Pasaron 10 años de aquel testimonio donde relató múltiples vejaciones que lo acompañan hasta hoy. 

“En Banfield estuve desde octubre a diciembre. Me pusieron en una celda con Pablo Diaz. Al lado mío estaba Alicia Carminatti y su padre. También me encontré con Graciela Pernas en el baño”, declaró. Allí Novielo cuenta que Pernas le preguntó por cómo estaba su padre y él respondió que estaban muy preocupados por saber su paradero. En esa pequeña charla con Graciela, a quien Novielo recuerda con mucho cariño, con que con ella comentaban que estar en la cárcel sería “un paraíso” comparado con todo lo que vivían, pero el destino para su amiga fue otro. “Era como mi hermana y esa fue la última vez que la vi”, expresó con mucho pesar Novielo.

Días después, Noviello fue trasladado al Pozo de Quilmes, fue allí que se encontró con Calloti. Para mí es muy difícil venir acá. Hace 40 años que vivo en un país que me aceptó y me dio la tranquilidad para seguir viviendo, pero es muy difícil vivir acá, recuerdo a mis compañeros y solamente pido justicia para todos ellos porque yo nunca la tuve”, expresó con lágrimas, quien hoy se encuentra radicado en Canadá.

Ambos sobrevivientes pasaron a ser detenidos legales en la Unidad N° 9 de La Plata, donde finalmente fueron liberados, Calloti 1979 y Novielo en 1981.

 

Historia de un rugbier desaparecido

Historia de un rugbier desaparecido

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes cometidos en el Pozo de  Banfield, Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, declararon los familiares del militante desaparecido Juan Carlos Abachian.

La audiencia N° 50 del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en los pozos de Quilmes, Banfield y Lanús comenzó casi puntual, con solo cinco minutos de retraso. En esta ocasión, declararon Mercedes Loyarte, Rosario Abachian y Marta Susana Abachian, todas familiares de Juan Carlos Abachian, un joven rugbier y militante de la juventud peronista y Montoneros secuestrado el 27 de diciembre de 1976.

“Corré que te matan”, le gritó Juan Carlos Abachin a su compañera Mercedes Loyarte el día que lo detuvieron en la puerta de su departamento de La Plata. Mercedes, luego de ver por la ventana a personas uniformadas, atinó a escapar gracias al alerta del padre de su hija. Trepó las paredes de las casas linderas y desde ese momento nunca más volvió a verlo. Ambos habían militado en la juventud universitaria peronista, en la Universidad Católica de Mar del Plata hasta 1975, pero cuando mataron a unos compañeros de la Carrera de Derecho, decidieron mudarse a Buenos Aires junto a su bebé recién nacida, Rosario.

Con mucho pesar y dolor, Mercedes Loyarte relata la odisea que los padres de Juan Carlos tuvieron que hacer para saber dónde estaba su hijo y qué habían hecho con él. Además, contó cómo ella, con 22 años, tuvo que esconderse junto con su hermana, su hija y la odisea para conseguir asilo: viajar hasta Montevideo, Brasil y finalmente España, el país que las recibió en el exilio, durante los ocho años de Dictadura argentina y donde vive hasta hoy junto a su hija. “El exilio es un desarraigo enorme. Es volver a empezar en todos los sentidos – expresa Loyarte con angustia y emoción y continúa-:Seguíamos con miedo y era muy difícil relacionarse en España. No te salvaba estar tan lejos. Mi familia fue particularmente seguida, mis padres soportaron once allanamientos donde nos buscaban a mi hermana y a mí. Incluso se presentó un capitán negociando para que nos entregaran”.

A través de la lectura de una carta emotiva, Loyarte expresa su agradecimiento de poder declarar y reivindicó el pedido de justicia en nombre de las y los desaparecidos: “Espero que este proceso judicial sirva como reparación a todos nuestros compañeros, sus familias, amigos y a todos que junto con ellos les desaparecieron su futuro”.

“Yo nací el abril del 76, unos días después del Golpe y en diciembre secuestraron a mi viejo. Yo tenía ocho meses y mi padre 26 años”, dijo Rosario, hija de Mercedes y Juan Abachian, con un marcado acento español Rosario. Todo lo que sabe Rosario de su padre, fue a través de los relatos de su mamá y los distintos testimonios en los juicios por lesa humanidad. Es a partir de ellos que reconstruyó quién era su papá, cómo y dónde fue secuestrado, las torturas que sufrió e incluso las anécdotas que tuvo durante el cautiverio. En el momento que se lo llevaron, Rosario se encontraba junto a sus abuelos en Mar del Plata: “Por suerte, no estaba con ellos, sino mi madre no se hubiera podido escapar y hubiera sido una nieta más robada”, contó. 

Cuando la querella de ¡Justicia Ya! preguntó por cómo impactó en su vida y la de su mamá el exilio y vivir con la desaparición de su padre hasta hoy, Rosario, sin vacilar, expresó: “Fue una ausencia muy grande con la que hemos tenido que vivir todos y todas. Los duelos son distintos de las personas que lo conocieron y de las personas que casi no tuvimos relación con ellos. Es una ausencia y un dolor que forma parte desde siempre, que no se va y es permanente”. Rosario añadió que creció alejada de su familia de origen, ya que recién pudo conocerlos con la vuelta de la democracia a los nueve años. No tuvo la oportunidad de conocer a su padre, ni mucho menos recordarlo, pero pudo saber que fue una persona muy generosa, que soñaba con una sociedad más justa. “Me hubiera gustado conocerle y me siento heredera de ese compromiso que tenía mi padre, mi madre y sus compañeros», expresó al finalizar su testimonio.

La casa de la familia Abachian  sigue mostrando las huellas de los  disparos  hasta hoy.

La tercera y última testigo fue Marta Abachian, hermana de Juan Carlos, quien recordó que luego de un partido de rugby de su hermano, en septiembre de 1976, encontraron oficiales en la puerta de su casa. Allí empezaría “la pesadilla”, expresó. Ese día reventaron la puerta de su casa y ellos comenzaron a ir de casa en casa para que no los encontraran. Trece años tenía Marta cuando vivió aquello y cuando el suegro de su hermano les contó en diciembre que Juan Carlos había sido secuestrado. A través de declaraciones de testigos, ella y su padres supieron que su hermano estuvo en La Cacha y en el Pozo de Banfield, entre otros lugares. La búsqueda fue inalcanzable, tanto que viajaron hasta Uruguay detrás de datos que resultan falsos. “La dictadura no solo se llevó a mi hermano Juan Carlos sino a Miguel Ángel que murió de cáncer y reitero que fue por todo eso”, expresó quebrada en llanto. La casa de la familia de Marta sigue mostrando las huellas de los disparos hasta hoy. Los oficiales fueron hasta octubre de 1977 yendo a buscar a su hermano. “Mis padres desde el primer momento fueron a investigar qué había pasado pidiendo habeas corpus”, mencionó.

Marta exige la respuesta que nunca encontró: “No sabemos lo que pasó con mi hermano. Mi mamá es muy fuerte, tiene 90 años y piensa que por ahí Juan Carlos está en la selva en su imaginario, pero en el fondo sabe que no está”.

Muchos son los casos que reúne este juicio, pero el de Abachian es especial ya que permitió que declarase hoy su compañera de vida que pudo salvarse, su hija que por aquel entonces tenía tan solo ocho meses cuando su padre fue secuestrado, y su hermana que hasta hoy cuida a su madre y desde el primer día se abocó junto a su familia a la búsqueda de justicia. Todas reunidas con profundo dolor recordaron al “armenio” como solían llamarle sus compañeros en un acto de memoria, verdad, pero también de amor, valentía y justicia.