El antifeminismo y la campaña electoral

El antifeminismo y la campaña electoral

La socióloga e historiadora feminista Dora Barrancos analiza la avanzada  en contra del feminismo en medio de los discursos de campaña. La importancia de contar con un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, el llamado a deconstruir los discursos que se denominan liberales y cuáles son hoy los objetivos del movimiento feminista.

En diálogo exclusivo con ANCCOM, Dora Barrancos analizó algunas de las postales que cristalizan discursos en medio del inicio de la campaña electoral que ya comenzó antes de estar definidos los futuros candidatos.

Postal 1: 2022. Javier Milei, diputado nacional, líder del partido La Libertad Avanza y candidato a presidente, es entrevistado en el marco de la presentación de su libro El camino del libertario en la Rural. “Yo no tengo por qué sentir vergüenza de ser un hombre blanco, rubio y de ojos celestes. No tengo que pedir perdón por tener un pene, el Ministerio de la mujer ya saben, pista”, dice Milei y hace un gesto con la mano como quien echa a alguien. El público aclama.

Postal 2: 2023. Horacio Rodriguez Larreta, Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y candidato a presidente por la alianza Juntos por el Cambio, realiza una entrevista para Radio Rivadavia. “Voy a reducir los ministerios a la mitad. Yo no creo que la importancia que uno le de a un tema dependa de tener un ministerio, secretaría o subsecretaría”. El periodista le pregunta si planea cerrar el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad a lo que Larreta responde que sí, que los ministerios solamente implican más burocracia. Esta entrevista se realizó un día antes del  8 de marzo. Al día siguiente, el movimiento feminista se movilizó a las calles por el Día Internacional de la Mujer.

¿Por qué estos discursos sobre el cierre del Ministerio pasaron a formar parte de la campaña electoral?

Esa es la superficie, la fórmula discursiva en realidad entraña algo más. En primer lugar, es una oposición al avance de la perspectiva de género. Lleva embutido ese principio medular una oposición a los feminismos, a las feministas y a una política de las feministas, el avance con derechos hacia la equidad, hacia la paridad y hacia la justicia de género. En segundo lugar, es una oposición a la diversidad sexogenérica, al reconocimiento de los derechos de las personas y sus identidades. Ahí está el programa. Entonces, cuando dicen que quieren eliminar el Ministerio en realidad quieren eliminar estos principios. No se trata simplemente de una degradación del Ministerio, porque no podrían hacerlo desaparecer del todo, eso es evidente. En suma, es una amalgama de retrocesos tal como viene ocurriendo en las plataformas de la derecha y de la extrema derecha del mundo.

 

¿Qué importancia tiene contar con un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad?

¿Cómo se puede analizar la jerarquía valorativa conceptual del Estado sino a través de sus simbolizaciones en materia de jurisdicciones, potencias y poder? Si el Ministerio es llevado a una Dirección General, hay una degradación de las políticas tendientes a la equidad humana. Es el aspecto simbólico que el Estado le da, que corresponde a jerarquías. En el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires nunca se jerarquizó la institución por lo tanto nunca se jerarquizaron las políticas que tienen que ver con la equidad de género. Tiene una cierta materialidad pero además tiene un valor simbólico respecto de la jerarquía de los problemas del Estado.

¿Qué concepciones del Estado se ponen en juego cuando se reproducen estos discursos?

Primero, desde la perspectiva de esos discursos el Estado debería reducirse a una expresión mínima. Una expresión apenas emergencial, exclusiva a lo que las operaciones del mercado no pueden hacer. Se llegan a exacerbaciones que ponen en tela de juicio al mismo liberalismo. No son fuerzas liberales, son fuerzas que se han construido sobre la base de una gran operación ideológica y política contraria al Estado. La vieja receta liberal, si nos vamos a las fuentes liberales como Smith y Ricardo, no tienen nada que ver con esta pantomima. El poco retazo de liberalismo que tuvimos en Argentina fue la construcción de algo en manos del Estado. El liberalismo en Argentina se determinó por dos circunstancias que son eminentemente construcciones del Estado: la educación básica y la salud pública. Ni siquiera leen sus propias tradiciones.

 

¿Qué modelo de libertad proponen?

La libertad que proponen es la libertad de los fuertes, de los poderosos, no la libertad que tiene cada individuo. Es una libertad para subyugar. Es todo muy falaz y hay que deconstruir sus argumentaciones haciendo un buen ejercicio semiológico. Por eso yo a menudo recuso que a todas estas fuerzas se las llame neoliberales. Son neoconservadoras y neofascistas en gran medida. Se mueven con la falacia más cínica, la revolución. Es un oxímoron. Esas fuerzas están muy complicadas por situaciones gravísimas. Si hay una justicia un poquito más independiente, menos colonizada, algo debería pasar con los rituales de cercanía que han tenido con quienes intentaron el feminicidio y el magnicidio.

 

¿Qué cree que debería hacer el feminismo?

El feminismo debería empinarse de manera rotunda. Yo lo que diría es que no tiene que perder mucho tiempo en nombrar personas, sino en nombrar las políticas. No importan los nombres, puede ser Milei o Bullrich, lo importante es denunciar estos programas. La novedad de las fuerzas reaccionarias es que han incorporado activamente ir contra el feminismo y la diversidad.

 

«Ningún amor propio va a salvar al mundo»

«Ningún amor propio va a salvar al mundo»

A cuatro años de la aprobación de la Ley Nacional de Talles la activista y modelo de talles grandes, Brenda Mato, habla sobre las principales deudas de la sociedad respecto a la diversidad corporal.

Yo sé conscientemente que mi vida sería más fácil sí yo no fuera gorda, no sería mejor, sería más fácil”, dice la activista Brenda Mato. La sociedad tiene tan negada la diversidad de cuerpos que “todo lo que no es flaco, es gordo”. Pero destaca que la falta de derechos sigue presente, lo único que mejora cuando dejas de ser una persona gorda “es el trato de la sociedad”.

Desde su contenido en redes sostiene que “es posible tener una vida más allá de esperar a adelgazar”. En Gordes Activistas de Argentina encontró espacios seguros y entendió que lo que le pasaba era colectivo por lo que las respuestas no podían ser de otra forma.

¿Cómo y cuándo empezó tu activismo?

Yo no buscaba ser activista, buscaba alguna respuesta. El activismo es una respuesta a mi propia historia. Crecí en un cuerpo que estaba por fuera de la norma y mi percepción del cuerpo siempre fue dismórfica. Con el tiempo, entendí que muchas personas estaban atravesadas por las mismas cosas que yo, pero lo único que compartíamos era una corporalidad, por lo que era algo más grande lo que había que cuestionar. Lo que pude es sacarme de encima el peso que más me pesaba: el de la sociedad y llegar a un acuerdo con mi cuerpo. Igual cada vez tengo más preguntas (risas).

 

¿De qué manera comenzaste a participar en Gordes Activistas por Argentina?

El camino del activismo es poco solitario en un principio, pero la realidad es que los cambios sustanciales se dan desde el activismo colectivo. Y las respuestas tienen que ser colectivas porque ningún amor propio va a salvar el mundo. Que yo me ame a mí misma, no le va a cambiar el mundo a nadie más que a mí. Es buenísimo hacer ese trabajo, pero no cambia la realidad. Igual voy a salir a la calle y me van a gritar gorda puta desde un auto o no voy a encontrar talles o voy a ir al médico y me va a mandar una dieta, aunque me duele el oído.

Cuando lo que vivís es compartido con otres no deja de doler, pero duele menos. Laura Contrera dice algo que me encanta: para un gorde no hay nada mejor que otre gorde. No es una cuestión sectaria, sino que no hay nadie que te pueda entender mejor en este camino que alguien que está atravesando las mismas cuestiones que vos.

 

¿Cuáles son las principales denuncias, demandas y propuestas de la organización?

La principal demanda es la despatologización de la gordura. Dejar de pensar que todos los cuerpos gordos están enfermos y que la única respuesta a mis problemas de salud sea mi peso. Hay una baja calidad de atención médica a las personas gordas. Pudimos participar de las guías de obesidad que se le presentan a los médicos de todo el país y en la escritura de cuadernillos de sensibilización de corporalidades gordas. Hay que aprender de la existencia de la diversidad corporal, a cómo tratarnos, cómo preferimos ser llamados.

Es increíble estar en 2023 y todavía estamos pidiendo ser personas. A poder existir en el cuerpo que tenemos. Cuando reclamamos derechos molestamos y nos tratan de minorías, pero cuando hay que vender dietas y violentarnos somos mayorías.

Respecto a la Ley de Talles, ¿cuáles son los logros y las deudas?

El logro principal es haber puesto el tema en agenda. También la descolonización sobre nuestros cuerpos de la tabla de talles europea. Por primera vez en 200 años de historia, hay una tabla de talles que analiza cómo son los cuerpos en nuestro país desde el Estado y el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). Es increíble que sea información pública y para todes. Pero el mismo Estado que reconoce por un lado ser gordofóbico, por el otro tiene guardado en un cajón la Ley de Talles que está lista para salir y seguir trabajando. Es una ley que va a cambiar realidades porque el acceso a la ropa es un derecho fundamental que para muchas personas no se cumple. No tenemos respuestas, es un silencio matador y agotador.

 

En abril realizaron la primera Diversa Feria, ¿cómo viviste este evento? ¿De dónde surge?

Diversa Feria es una condensación del activismo de la Ley de Talles. Es poder crear un espacio seguro para la gente y decirle “para vos sí hay”. Tiene un rol social y político importante: todos los emprendimientos son nacionales y de confección propia, liderado por mujeres en su mayoría, con la participación de personas de la diversidad sexual y de la cooperativa de la Garganta Poderosa. La condición es que todos tengan al menos cinco talles. Hacer talles para todes no es una cuestión de plata, es una cuestión de compromiso y entendimiento de las necesidades de la sociedad. Es un evento que brinda espacios necesarios y que se va a repetir en julio de este año.

 

Brenda Mato invita a reflexionar sobre estas temáticas. “Las personas gordas vivimos en pausa. Estamos todo el tiempo pensando en que mi vida va a empezar cuando baje de peso, voy a tener novio, voy a hacer este viaje”. Destaca que es importante entender que no es necesario tener otro cuerpo para hacer las cosas que querés. “Ahora ya tenés un vida plena”.

«Cámpora era un hombre absolutamente leal»

«Cámpora era un hombre absolutamente leal»

A 50 años de la asunción de Héctor Cámpora como presidente, el abogado y catedrático Oscar Moreno reflexiona sobre los acontecimientos de la época y su vivencia personal de los que define como sus “49 días como oficialista”.

En junio de 1966, tras el derrocamiento del presidente Illia, se instauró la dictadura de Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston y Alejandro Lanusse, la autodenominada “Revolución Argentina”. Todos ellos, en ese orden, fueron los generales que estuvieron en la presidencia durante este período que finalizó en 1973. Cada una de las gestiones cayeron por un contexto nacional en el que la movilización popular desbordaba, lo que hizo que el régimen militar se viera obligado a preparar la transición hacia el retorno de la democracia. En este sentido, se levantó la proscripción del peronismo, aunque los militares implementaron diferentes mecanismos para evitar la candidatura de Perón.

Ante las restricciones, Perón eligió como candidato a Héctor José Cámpora para las elecciones presidenciales de 1973, quien ganó por amplia diferencia. A 50 años del “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, el abogado y profesor emérito de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Oscar Moreno, dialogó con ANCCOM sobre los 49 días de aquel fugaz mandato, no sólo desde una mirada académica, sino también que protagonizó los acontecimientos de la época.

¿Quién era usted cuando asumió Cámpora?

Me hice peronista en 1959. Mi padre era maestro en una escuela rural en La Pampa, vinimos a vivir a Buenos Aires para estudiar y vivíamos en un barrio muy humilde de Flores Sur, cerca del Hospital Piñero y el Cementerio de Flores. Allí vivían muchos de los obreros del frigorífico Lisandro de la Torre. Era muy divertido porque a las seis de la tarde, cuando volvían de su trabajo, todos se sentaban a tomar mate en pijama y camiseta en la calle y el día que no los veías a ninguno, era un día que había llegado una cinta de Perón. Cuando tomaron el frigorífico porque Frondizi lo quiso privatizar fue una revuelta popular de un tamaño… los vecinos del barrio arrancaban los adoquines y los tiraban a los tanques. Yo era muy joven y me dije: “Me he pasado la vida leyendo a Marx y buscando a los proletarios, los proletarios están acá” y a partir de ahí milité en el peronismo, como decíamos en broma con muchos compañeros, casi siempre del lado contrario. Casi siempre Perón nos ganaba. A partir de ahí, tuve un periodo de militancia bastante activa en la defensa de los presos políticos y muy cercana a lo que se llamó “La Tendencia”. Cuando Perón destituye a Paladino como delegado personal y nombra a Cámpora, ahí tuve un acercamiento mayor porque yo era bastante amigo, o por lo menos conocido, de un sobrino de Cámpora: Pedro Cámpora. Por Pedrito conocí a su hermano Mario, el primer embajador en Londres cuando se repusieron las relaciones diplomáticas. Fue como el ideólogo de todo esto: formamos un núcleo de amigos que trabajó por la candidatura de Cámpora.

 

¿Cuál era el ambiente de época?

Hay una cosa que entender. En 1966 Onganía destituye a Illia y fue un gobierno de origen nacionalista, católico y militar que tenía la intención de quedarse en el poder. Uno de los errores políticos que comete es intervenir y prohibir la vida política en las universidades. Los estudiantes dejaron de ser militantes para poner al presidente del centro de estudiantes y los consejeros en los consejos de la facultad. Se empieza a dar un proceso de politización de esa juventud y de acercamiento hacia el peronismo. Lo que uno sentía en ese momento es que se había roto aquella tradición de que las clases medias eran antiperonistas. Aparece un movimiento juvenil muy fuerte que se arrima al peronismo, que vitorea a Perón y pide su vuelta. O sea, ya el peronismo dejó de ser una cuestión propia de los trabajadores y los sindicatos y pasó a ser un proceso de masas.

¿Era el retorno de “los años felices” anteriores al 55?

No, esto es muy complejo. Lanusse entiende que debe abrir el proceso electoral y se ve así mismo, a partir de un acuerdo con Perón, presidente electo democráticamente y para eso genera el Gran Acuerdo Nacional. Perón, con esta cosa chicanera que tenía para hablar, tumba rápidamente esta idea cuando dice: «Lanusse tiene las mismas posibilidades de ser presidente electo en Argentina que yo rey de Inglaterra». Entonces empieza ahí un tironeo fuerte entre ambos y ocurre un hecho militar y político: la Masacre de Trelew. Esto trajo una especie de rebeldía contra Lanusse, quien así pierde sus posibilidades de ser candidato. Entonces, ¿qué es lo que empieza? Perón, que era un viejo zorro de la política, se aviva que Paladino, su delegado personal, era más un delegado de Lanusse ante Perón que un delegado de Perón ante Lanusse. Entonces lo destituye y trae a la escena a Héctor Cámpora, un tipo que tiene como virtud central haber sido toda su vida leal a Perón. Y a partir de ahí se gesta todo un movimiento, «el peronismo de la victoria», y la posibilidad del retorno de Perón. La dictadura apuesta a que no va a volver, pero cuando se hace visible la vuelta se produce una cosa absolutamente inconstitucional: el proyecto de transformación de las elecciones en el que pone una cláusula proscriptiva que consistía en que quien no estuviera el 25 de agosto del 72 en Argentina, no podía ser candidato. Perón vuelve en noviembre a pesar de ello, en un chárter con 150 dirigentes peronistas y hace una reunión con todos, incluido (el radical) Ricardo Balbín. Cuando Perón se va tratando de que no haya demasiados conflictos dentro del movimiento, lo deja a Cámpora como candidato y cuando vuelve es presidente. La campaña fue una cosa que sorprendió a todo el mundo, eran actos masivos en todos lados, pero en esa campaña toma muchísima fuerza la juventud, yo te diría de la izquierda montonera, y los discursos se iban radicalizando. Fuimos a las elecciones y con un sistema de computación de datos muy improvisado, a las 2 de la mañana, más o menos, teníamos la noticia de que llegábamos al 50 por ciento. Cámpora era un hombre absolutamente leal, pero muy tozudo. No quiere creer lo que Abal Medina decía: le estaban, desde antes del 11 de marzo, forjando su caída lo que podríamos llamar la derecha peronista: el teniente coronel Osinde, Norma Kennedy, Alberto Brito Lima, del Comando de Organización. Toda esa gente se alía con López Rega. ¿Cuál es el miedo del rumbo? Él había armado durante muchos años el gran negocio: llegar a la Argentina con Perón presidente, Perón enfermo, Perón se muere, queda Isabel y él está en el poder. Como Perón se agravó esos días, el gran miedo de “Lopecito” era que se muriera Perón en Madrid, Cámpora presidente y él queda fuera del juego. Entonces empieza a armarse toda una cosa muy fuerte contra Cámpora. Cuando Perón vuelve a la Argentina ocurre la Masacre de Ezeiza, un enfrentamiento entre Montoneros y la derecha de Osinde. Perón no puede llegar y a partir de ahí Cámpora empieza a perder cada vez más poder político hasta que le presenta la renuncia a Perón.

Estuve en la Casa Rosada. Lo echamos al representante del gobierno de Estados Unidos, no lo dejamos entrar. Era un ambiente increíble. Dentro del Salón Blanco, cuando Lanusse entrega los atributos a Cámpora, nosotros gritamos: «Se van, se van y nunca volverán» en la cara.

Oscar Moreno

¿Qué balance hace de la presidencia de Cámpora?

Su gobierno es difícil de entender porque duró muy poco tiempo y además porque tuvo un gabinete que en el lenguaje de ahora se diría “loteado”: había ministros de Cámpora aceptados por Perón, ministros de Perón aceptados por Cámpora y ministros que eran conversables. Entonces, lo que podría decirse del período de Cámpora, más allá de la lealtad a Perón, es que se producen algunas transformaciones. Por ejemplo, la presencia de Carcagno en la comandancia del Ejército hace que el ejército liberal tenga desde ahí pocas posibilidades de llegar, más allá de que los que entonces éramos unos terribles izquierdistas no queríamos a Carcagno. Queríamos que pusieran al último coronel así los echaban a todos. Ahora, 50 años después, te digo que no nos daba la política para hacer eso, pero entonces queríamos eso: poner un coronel y echarlos a todos. La otra cosa muy importante que queda del gobierno de Cámpora, me parece a mí, es una política exterior. No nos olvidemos que en su asunción las dos figuras centrales fueron Salvador Allende y Dorticós, el presidente de Cuba. Era decir: “Bueno, acá estamos, construyendo una unidad continental”. Tampoco puedo dejar de destacar el discurso que tuvo el Ministro del Interior “Bebe” Righi: “El discurso a la policía”, donde le dijo a la policía lo que tenía que hacer.

¿Qué rol tuvo usted dentro del gobierno?

Yo bromeo con eso, siempre digo: “Los 49 días que fui oficialista”. Yo no tenía ningún cargo, sí era parte de una banda de abogados que nos respetaban mucho: Mario Hernández, Roberto Sinigaglia… Nosotros entrábamos a la Casa de Gobierno como en nuestra casa. Cuando Cámpora decidió renunciar, Sinigaglia, yo y otra gente más nos quedamos afónicos discutiendo con el “Bebe” Righi. Le decíamos que Cámpora tenía que llevar la renuncia, pero que se tenía que transformar en una movilización, o sea llamar a la juventud a una gran movilización, con Cámpora al frente para entregarle la renuncia a Perón, pero con miles de personas.

¿Se acuerda de lo que estaba haciendo mientras asumió Cámpora?

Estuve en la Casa Rosada. Lo echamos al representante del gobierno de Estados Unidos, no lo dejamos entrar. Era un ambiente increíble. Dentro del Salón Blanco, cuando Lanusse entrega los atributos a Cámpora, nosotros gritamos: «Se van, se van y nunca volverán» en la cara. Después vino el primer gran problema del gobierno que fue la noche en Devoto, que también estuve, porque los presos se querían ir. Habían sacado una consigna: no puede haber ni un solo día de gobierno peronista con presos peronistas. Mientras tanto, Devoto ardía y ahí estábamos los abogados, con Mario Hernández, que era como el cabecilla nuestro. Estábamos todos y vino Juan Manuel Abal Medina, que no tenía ningún cargo, pero tomó la palabra y ordenó salir. Entonces se decretó el indulto, al otro día se discutió la Ley de Amnistía y se aprobó, pero cuando se discutió ya estaban todos los presos afuera. Era muy claro que la gente que salió de ahí lo hizo con la idea de volver a pelear y lo que me acuerdo de esa noche es que a muchos no los volví a ver. Yo fui muy amigo de Paco Urondo, que después se me perdió en la vida, quien esa noche entrevistó a los tres sobrevivientes de Trelew e hizo el libro La patria fusilada. Muy poca gente volvimos a ver porque se fueron a la militancia, que al poco tiempo se volvió clandestina. A 50 años, diría que la mayor locura que tuvimos todos, de todo eso que se llamó “la izquierda peronista”, “La Tendencia”, como le quieras llamar, fue creer que podríamos hacer un país socialista con Perón como líder. Perón nunca fue socialista ni lo quería ser ni lo iba a ser, entonces ese error de base. Ahora, sí yo tengo que rescatar la figura de Cámpora, o al propio Abal Medina, quedó claro que fueron figuras que permitieron el regreso de Perón y permitieron esta “primavera camporista”.

En la Revista Gestión Cultural escribió un artículo en el que plantea que “el retorno de Perón y su último gobierno, en un clima de efervescencia social, hicieron que las expresiones de las artes aparecieran subordinadas a un proceso político y social que ponía al descubierto una muy fuerte tensión social”. ¿Qué quiso decir con eso y cómo se manifestó durante el gobierno de Cámpora?

Cuando uno habla de los 60 en el mundo, está hablando de la aparición de un fenómeno nuevo llamado la juventud. O sea, los 60 traen a la escena la juventud. Si uno quiere hacer los 60 argentinos, tiene que tomar la idea del historiador Eric Hobsbawn, donde dice que hay siglos largos y siglos cortos, que estos no dependen del calendario sino que tienen que ver con hechos. Por ejemplo, él dice que el siglo XX es un siglo corto porque va desde el final de la Primera Guerra Mundial en 1918 hasta la caída del muro de Berlín. Ese es para él el siglo XX. Yo digo que los 60 empiezan en el 58 cuando asume Frondizi y terminan en el 66 cuando asume Onganía. Esos 60 generan un mundo cultural donde esa juventud que se estaba peronizando toma mucha importancia. Uno tiene que recordar que durante el gobierno de Ongania se cierran ingenios azucareros en Tucumán y se produce una gran rebelión de los obreros y las artes generaron una respuesta que se llamó “Tucumán arde”. Lo importante de esto es que un conjunto de artistas se solidariza con los trabajadores y arma una expresión artística. Ahora, ese movimiento en el período de Cámpora uno no lo puede identificar porque fue tan efervescente y tan corto que uno no puede trazar una línea y decir: “Hubo una política cultural de determinado tipo”. No la hubo porque no hubo tiempo de trazarla. La cosa más marcable de la cultura podría ser la apertura y vuelta a la política de las universidades.

¿Qué opinión le merece la juventud de aquel entonces?

Hay un fenómeno muy particular de la política argentina que es que el mayor hecho de masas del siglo XX, el Cordobazo, tiene como hijos organizaciones vanguardistas y armadas. O sea que ahí nace las FAR, el ERP, Montoneros, pero esta última tiene la virtud de incluir a todos los peronistas tradicionales de izquierda, se lleva a todos los Descamisados. Sí tengo críticas a Montoneros, en particular a su conducción: fue una organización aparatista que cuando lo bajan a Rucci y luego pasan a la clandestinidad, dejan a las organizaciones de masas muy descubiertas y esto permitió que avance la represión. Se transformó en una organización elitista que tenía el dinero afuera, mientras acá se morían compañeros que se quedaban dormidos en el tren de ida y vuelta al Tigre y el guarda los denunciaba. Yo decía: “Acá algo estuvo mal”. Ahora, críticas a la juventud en general no tengo, porque esa juventud siguió esa línea y bueno, sufrió la frustración que sufrimos todos, pero sí tengo para ellos una cosa que me parece admirable: la alianza con los obreros y la gestación de un movimiento que, entre otras cosas permitió, la vuelta de Perón.

¿Qué pensás de la juventud de la actualidad?

No sé hoy, tengo muchas dudas, tengo 80 años. No tengo participación en la política, pero sí opino desde afuera. Con el primer gobierno de Néstor se produce una cosa parecida a aquella “explosión camporista”. O sea, la juventud sale a apoyar a Kirchner y después de su muerte aún más. Hay una juventud importante que revive a la política, que viene a la política con Néstor y eso es muy parecido a lo que pasó hace 50 años. Ahora, después de Néstor la cosa se complica más y ahí no sé por qué. Yo ahora no tengo esta misma posibilidad de criticar a Montoneros, porque entonces tenía que ver y también me jugué la vida en alguna cosa y me comí 10 años de exilio durante la última dictadura. Ahora no tengo la misma crítica, pero La Cámpora, que dirige toda esta gente vanguardizada, no sé si no comete algunos errores aparatistas en el sentido que decía antes de la organización Montoneros. No lo sé porque no estoy militando, pero visto de afuera pareciera que hay también distancia entre lo que pretende la organización La Cámpora y esta enorme juventud que apareció en la política con Néstor. Entonces yo haría esa comparación: los que son de la juventud con Néstor a la aparición de la juventud con Cámpora.

La voz de Túnez en la Argentina

La voz de Túnez en la Argentina

La tunecina Mariem Labidi presenta su primer disco. Cómo pasaron sus canciones de expresar la protesta social a dar cuenta de su mundo interior. La Primavera Árabe y las similitudes de su país con Buenos Aires.

Mariem Labidi tiene 40 años, es cantante y hace 25 que se dedica a la música. En 2009 vino a vivir a la Argentina y es una de las 40 personas nacidas en Túnez que residen en el país. En algunas de sus interpretaciones, Mariem aborda temas como la libertad, la lucha contra la opresión y la búsqueda de la identidad, cuestiones muy conectadas con la historia reciente tunecina. Se considera como una artista poliglota y versátil musicalmente; canta en muchísimos idiomas distintos géneros musicales, como el jazz , melodías tradicional árabe y fusiones de distintos géneros. Mientras presenta su primer disco, que contiene canciones cuya letra y música son de su autoría, cuenta sobre su recorrido.

¿Por qué llegaste a la Argentina?

Llegué en 2009, te diría que fue un poco de azar porque no tenía pensado un destino fijo, podía ser Argentina como cualquier otro país del mundo. No conocía el idioma y la información que tenia de Argentina a nivel general era muy poca.

¿Sentiste un choque cultural al llegar?

Muy poco, logré adaptarme enseguida. Lo único que sabía de Argentina es que era un quilombo vivir ahí (risas), pero la realidad es que fui agradablemente sorprendida. La gente es muy acogedora y de alguna manera muy similar a la gente de Túnez. Más allá de que no nos encontramos cercanos en distancia son dos países con mucha influencia del Mediterráneo, compartimos el mismo gusto por la comida y la costumbre de agasajar a nuestros invitados. También veo que en los dos lugares son de salir mucho y compartir tardes sentados en la vereda tomando algo y charlando. El personaje del gaucho argentino tiene bastante de árabe, sobre todo en su estirpe de caballero. Tuve la suerte de no sentir un choque cultural. Además, me gustó encontrarme con mucha más libertad que en mi país.

¿Consumías productos culturales o noticias de Argentina antes de tu viaje?

Si, llegué a ver películas de Pino Solanas, también recuerdo ver la película Historias mínimas, escuchar temas de Mercedes Sosa o de Piazzola y leer algunos cuentos de Cortázar . Mucho de estos artistas estaban radicados en Francia y llegaban de rebote a las colonias francesas, como había sido Túnez. Una vez que me adapté al país, conocí artistas como Charly García , Spinetta y Gustavo Cerati . También me gusta el folclore, el tango , varios artistas de distintos géneros. Con lo que no llegué a adaptarme todavía es con los artistas nuevos que forman parte de toda la música urbana , me cuesta un poco , quizás sea por una cuestión generacional. Lo mismo pasa con la música que está de moda hoy en Túnez , todavía no llegó a interpelarme ya que el género número uno en la actualidad es el rap.

¿Cómo era el panorama en tu país cuando decidiste irte?

Estábamos viviendo bajo una dictadura que nos oprimía constantemente, nadie se podía expresar libremente porque enseguida eras castigado. Yo formaba parte de un colectivo de artistas que nos organizábamos para armar recitales, charlas, muestras de arte en universidades y ámbitos estudiantiles, era una de las maneras que teníamos para poder expresarnos libremente.

¿Cómo hacían para organizarse y no ser perseguidos? ¿Lo hacían de manera clandestina?

Todo esto se practicaba de manera libre pero con restricciones, no podías ser directo, utilizábamos muchos mensajes encriptados en nuestras obras para que no parezca que ofendíamos al régimen de Ben Ali. Aprendíamos a expresarnos con sutileza y doble sentido.

¿Volviste a Túnez desde que estás erradicada en Argentina?

Si, volví muchas veces. La primera vez me acuerdo que fue ocho años después de mi partida , encontré el ambiente muy cambiado .La gente está más libre y es algo que se siente en el aire , hay muchísimas más posibilidades de expresarse que antes. Imagínate que yo me fui en 2009 en una plena dictadura que duró más de 20 años, la revolución fue en 2011 , y para mi vuelta ya habían pasado 6 desde que derrocamos a la dictadura.

Hoy en día hay dos posturas sobre los procesos revolucionarios de la Primavera Árabe: por un lado se los toma como una oportunidad perdida y por el otro se los plantea como un gran avance para esas sociedades. ¿Cuál es tu postura en esta cuestión?

La Primavera Áabe se dio en muchos países, en algunos lugares, como en mi país, logramos que se llevaran a cabo elecciones y también se logró imponer una nueva Constitución que por ahora no funciona tan bien. Creo que estamos en camino a seguir mejorando, tuvimos la suerte de salir de la dictadura. Después tenés otro países como Siria o Libia que entraron en una guerra civil, por eso es difícil evaluar a las revoluciones bajo una misma mirada .Túnez es un país democrático con los problemas típicos de la democracia, no es fácil cambiar un régimen de un día para otro, el régimen no se encontraba solo en el gobierno, sino que lo podías encontrar en las instituciones y en las mentalidades de las personas. Tenemos casos de muchos exmandatarios que antes tenían poder y hoy salen disfrazados bajo el nombre de partidos nuevos para seguir con ese poder. Por el momento, Túnez no está teniendo el resultado que yo y muchas personas desearíamos que tenga pero creo que de todas maneras estamos muy bien encaminados, se valora muchísimo tener más libertades que en el pasado.

¿Me podés decir algo de lo cotidiano donde notaste esa libertad?

En muchísimas cosas. Por ejemplo, hoy las mujeres pueden usar el velo si es que lo desean. Mucha gente que no conocía de mi país pensaba que en una dictadura árabe era una obligación usar el velo , pero esta era una dictadura laica , entonces esa acción era condenada con castigos. Hoy la gente puede expresarse religiosamente con libertad. De todas maneras es una situación compleja, la gente que tomó el poder después de la dictadura son religiosos radicales y a veces actúan parecido a sus antecesores en el hecho de imponer ideas y creencias.

Mencionaste la situación con el velo y eso me da el pie para preguntarte como fue el papel de las mujeres en la revolución.

A diferencia de otros países de la región, se puede decir que en Túnez las mujeres siempre contaron con mayor libertad y participación dentro de nuestra sociedad. Por ejemplo, tenemos aborto legal y gratuito desde el año 1957, fuimos bastantes avanzados en varios sentidos, más allá del régimen que estaba vigente.

¿Cuáles eran los reclamos históricamente más comunes de las mujeres en la sociedad tunecina?

Una de nuestras luchas fue –y sigue siendo- lograr una herencia más equitativa. El hombre hereda el doble de lo que puede heredar una mujer. En mi caso somos tres hermanos, un varón y dos mujeres, el día que mi padre fallezca la ley marca que mitad de su patrimonio va a ser para mi hermano y la otra mitad debemos repartirla con mi hermana. Es una regla que proviene de la religión y más allá de eso también está alojado en la mentalidad y practica de la gente. Fue una ley que no fue forzada por la dictadura y el sentido común de las personas lo toma como algo normal.

¿Qué logros podes destacar de ese periodo para las mujeres?

Hoy en día podés fumar en la calle sin que nadie te insulte, antes corrías ese riesgo y hasta el de ser detenida. Además, está penalizado el piropo, los hombres que hagan esto pueden llegar a ir a la cárcel.

¿Este tipo de experiencias de lucha tuvo influencia en el trabajo que estás presentando ahora?

En este momento siento que no hace falta seguir expresándome de la misma manera que en el pasado. Hoy, Túnez es un país libre, el contexto cambió y por lo tanto el mensaje que transmito también cambió. Antes yo cantaba para los demás, lo hacía en modo de protesta y por una causa colectiva, hoy lo hago desde mi propia experiencia y por un mensaje que sale desde mi interior, por eso también me animé a componer. Antes utilizaba el arte como un arma de lucha, hoy solo lo veo como una expresión personal.

El hombre hereda el doble de lo que puede heredar una mujer. En mi caso somos tres hermanos, un varón y dos mujeres, el día que mi padre fallezca la ley marca que mitad de su patrimonio va a ser para mi hermano y la otra mitad debemos repartirla con mi hermana.

Mariem Labidi

¿Cual fue el motivo por el cual te animaste a lanzar tu primer disco después de 25 años?

Me sentía inspirada, toda la vida interpreté poemas y temas de otros compositores porque me gustaba mucho su contenido y los valores que expresaban, temáticas como la lucha contra la opresión estaban muy presentes, pero ahora sentía que yo también tengo algo para decir desde mis adentros y no tanto en nombre de otros. En el disco comienzo con el tema llamado “Diez”, que compuse a mis 15 años y lo voy a interpretar por segunda vez en mi vida durante la presentación del disco en vivo.

Túnez fue un país que antes de la dictadura fue colonia francesa, ¿podés distinguir alguna influencia de Occidente en tu formación como artista?

Totalmente, de pequeña escuchaba artistas como Jack Brel, que es un cantante belga, tuve mis momentos de rock pesado escuchando Metallica, algo de grunge como Nirvana y una gran cantidad de artistas occidentales, hasta me animaría a decir que escuché mas música occidental que oriental en mi juventud.

¿Esto por qué se dio así?

Es que la mayoría de los canales eran extranjeros, teníamos solo dos canales de TV tunecinos que pertenecían al eEstado y la verdad es que sus producciones no eran tan buenas como las extranjeras. Se me hacía aburrido ver ese contenido. Además, la música folclórica era bastante anticuada, no progresaba , tenia la sensación de que se habían quedado en los setenta.

¿Sentís que tu obra intenta despegarse un poco de lo anticuado de ese folclore?

Hoy me siento mucho más cómoda en el genero fusión por toda la apertura mental que transité durante estos años. Me encanta mezclar instrumentos árabes con otros que son parte del mundo, como por ejemplo el bandoneón. La realidad es que al estar lejos de mi país me siento mucho más cerca, consumo mucho de su cultura y noticias a la distancia .Hoy utilizo instrumentos árabes porque los necesito por una cuestión de afinidad con mi país. Además utilizo mucho el dialecto tunecino y el árabe clásico para cantar, es algo inevitable, no lo hago a propósito. Quizás si en este momento me encontraba en Túnez no lo planteaba de la misma manera, se me ancló más esa identidad y tengo mas claro quién soy. El salir de mi lugar y estar en contacto con otra realidad fue lo que incentivó un poco todo este proceso.

¿Qué artistas árabes son los que escuchás con frecuencia?

Hay una cantante egipcia que me fascina y se escuchaba en casa. Se llama Um Kalthu, es de los años cincuenta o sesenta. Sus canciones duran una hora y hay veces que el público va a sus recitales para que cante solo una canción. Este era un estilo muy típico de ella, además nunca sabías que canción de su repertorio tocaba ese día pero terminabas el recital aprendiéndola de memoria porque se repetía constantemente .Es como una ópera que repetía distintas partes de una misma canción varias veces. Te podría decir que a muchos artistas árabes pero ella es una de las cantantes que mas me marcaron.

La historia de un hito que nunca sucedió

La historia de un hito que nunca sucedió

El director Jorge Colás cuenta cómo filmó «Viedma, la Capital que no fue», un documental que aborda el frustrado proyecto de Raúl Alfonsín de trasladar la sede administrativa del país a la Patagonia.

El director de cine Jorge Leandro Colás estrenó este jueves Viedma, la Capital que no fue, en Cine Gaumont, espacios del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) del interior del país y Cinépolis Recoleta. El realizador habló sobre la producción del documental, que analiza el fallido proyecto de traslado de la capital hacia el norte de la Patagonia y anticipa: “Pensamos en la película como un organismo vivo que puede ir mutando hacia otras cosas como una serie o un podcast”.  

¿Cómo y por qué surgió la idea de este documental?

Yo soy de Viedma, vivo desde muy chico en Buenos Aires y la idea del traslado de la Capital Federal a Viedma siempre estaba dando vueltas en mi cabeza. Yo vengo haciendo documentales hace más de diez años, creo que es el formato más rico porque te permite trabajar con materiales reales, como la gente, los espacios, los archivos y los registros de cosas que son concretas, siento que ahí hay una fuerza que la ficción no tiene. Cada vez que digo en Buenos Aires que soy de Viedma la gente me responde: “Ah, de Viedma, de la Capital que no fue”. En un momento dije alguien va a hacer este documental y yo me voy a querer matar porque es una película que hasta me hubiera gustado verla a mí como espectador. No me demoré más y empecé a contactarme con los testimonios que muchos eran de un círculo bastante cercano y próximo, primero fueron charlas informales y después seguimos con todas las otras cuestiones que implican rodar un documental. Fueron alrededor de tres años todo el proceso de producción hasta al estreno de la película.

 ¿Cómo fue la elección de los testimonios y la recolección y edición del material de archivo?

El eje de la película siempre tuvo tres partes concretas con respecto a los entrevistados: la parte más política e histórica con gobernadores, diputados, intendentes de esas regiones involucradas en aquella época, otra parte arquitectónica con los arquitectos que organizaron el proyecto, que trabajaron desde Viedma y Buenos Aires y, por último, una tercera parte que tenía que ver más con lo social, con los vecinos que llegaron a Viedma en busca de un futuro mejor y también los vecinos que se veían afectados por el movimiento que iba a significar el traslado de la Capital. Así que, en base a esos tres ejes, fuimos buscando y encontrando a la gente más representativa de cada uno. Con respecto al archivo, trabajamos con una productora que es especialista en material de archivo audiovisual y dividimos la búsqueda en dos grandes grupos, uno que tenía que ver con las transmisiones oficiales que involucraban a Raúl Alfonsín, los spots publicitarios que promocionaban la nueva capital, que no estaban ni siquiera digitalizados, así que fue muy emocionante tener esos materiales inéditos en la película. Después, por otra parte, empezamos a rastrear los medios locales porque nos parecía interesante escuchar la historia desde los vecinos, los estudiantes y toda esa gente de la propia ciudad que estaba siendo involucrada en este proyecto de la nueva ciudad.

Hay mucha sorpresa de ver que en realidad fue un proyecto bastante concreto y que estuvimos mucho más cerca de lo que podemos pensar de modificar la Capital de Argentina y eso lo pone en escena la película.

Jorge Colás

 

  • ¿Qué significa para usted y para la gente de la Patagonia poder contar esta historia?
  • Me parece que está bueno que podamos contar en esta película todo ese proceso de tantos años y que salga un poco a la luz nuestra historia. Es muy importante porque mucha gente piensa que fue una idea de Alfonsín dicha en un discurso afiebrado y la verdad es que no fue solo eso. Al contrario, hubo un montón de gente trabajando para diseñar el proyecto desde el planeamiento general hasta la calefacción en cada una de las casas, estudios muy detallados de suelos, arboles, hasta un análisis de los hospitales de Viedma y Carmen de Patagones para saber si estaban en condiciones de brindarle atención de salud a toda esa gente que iba a llegar. Hay incluso una ley que fue sancionada y consensuada en la Cámara de Diputados y Senadores y que nunca fue derogada, muchas cuestiones que la gente se sorprende cuando empieza a ver la película. Hay mucha sorpresa de ver que en realidad fue un proyecto bastante concreto y que estuvimos mucho más cerca de lo que podemos pensar de modificar la Capital de Argentina y eso lo pone en escena la película.

 En el documental algunos testimonios hablan de esta idea como un fracaso. ¿Usted cómo califica este proyecto inconcluso?

En lo local, como viedmense siento que es verdad esa idea de la frustración, por algo que pudimos ser y no fuimos. Para toda la región este proceso de traslado de la Capital es como un hito, pero de algo que no pasó. Después en cuanto a algo más global, siento que la película y mi mirada tiene que ver con la nostalgia por esos primeros años de democracia en donde se pensaba un país que podía ser distinto, que podía ser mejor y dejar atrás los años tan terribles de la dictadura. Creo que ese intento de traslado fue tal vez en estos 40 años de democracia, el último gran proyecto drástico que podría haber cambiado el país, no hubo en este tiempo una propuesta tan marcada de cambiar el eje del país, federalizarlo y mirar hacia el sur pensando en potenciar la Patagonia.

 ¿Cuáles fueron las sensaciones en estos días de estrenos y cuáles son sus expectativas para los estrenos comerciales?

Fueron muy lindos los momentos de estrenos, primero en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI), con gente principalmente de acá y ahí teníamos un poco de incertidumbre, porque era la sorpresa de una historia que quizás apenas sonaba en la cabeza de la gente. Finalmente, algo de razón teníamos porque muchos se encontraron con una historia desconocida así que fue un poco de sorpresa y fascinación de una historia que pudo cambiar el país y no lo hizo. Después, en Viedma, la carga emotiva fue impresionante, hicimos cinco funciones a sala llena y mucha gente con lágrimas en los ojos se acercó para decirnos que vio la película con un nudo en la garganta durante toda su duración. Ahora tengo mucha expectativa con lo que viene porque a pesar de que para los documentales es muy difícil el acceso a las pantallas y que la gente vaya a ver las películas al cine, siento que se está despertando un interés muy grande por este documental. Nosotros, junto a la productora, alentamos a que se acerquen porque trabajamos mucho la imagen y el sonido para que el ámbito natural sea el de la pantalla grande. Por eso, estamos muy expectantes al estreno y a que la película encuentre a su audiencia ideal en esos espacios para después más adelante poder abrir la puerta a otras ideas, como una serie o un podcast, que cuente más en profundidad todo lo que está un poco concentrado en la película y que quedaron afuera. Hay mucho más material del que suponíamos y eso nos hace pensar en la película como un organismo vivo que puede ir mutando hacia otras cosas y proyectamos en un futuro poder concretar estas ideas y que no sea “la serie que no fue”.

Vivir para contarla

Vivir para contarla

El 2 de mayo de 1982, Mariano Francioni cumplía el Servicio Militar a bordo del Crucero General Belgrano. Fue uno de los 770 argentinos que sobrevivió al ataque británico durante la Guerra de Malvinas y acá relata su historia.

Corría el año 1981 y la última dictadura cívico-militar aún se encontraba azotando Argentina. Mariano Francioni, al igual que muchos jóvenes de la época, había decidido llegar más tarde al trabajo para quedarse a escuchar el sorteo que definía su entrada al Servicio Militar Obligatorio, ,más conocido como la “colimba”.  Esperando un número bajo que pudiera evitar la conscripción, tuvo que conformarse con el 917 que lo enviaba directamente a la Armada. No le quedó otra que resignarse. Se trataba, al fin y al cabo, de una obligación que había que cumplir. 

El conscripto Clase 62 fue incorporado en la última tanda de su año. “A diferencia del Ejército y de la Fuerza Aérea, que incorporaban a todos juntos, la Armada incorporaba cinco tandas por año”, cuenta Mariano. Luego de tres meses de instrucción comenzaron a realizar los pases. Si bien su lugar iba a estar en la armería donde se encontraba, el destino quiso que los planes fuesen distintos. Tras luxarse el codo no pudo seguir allí y cuando obtuvo el alta fue designado para embarcarse en el crucero General Belgrano. 

El primero de diciembre inició allí un entrenamiento más intenso. Su función era el control de averías y actuaba de bombero, enfermero, mecánico. Esas tareas, si bien fueron importantes y necesarias, la posibilidad y obligación de transitar y conocer a fondo el barco fue la clave fundamental para lo que vendría después. “Tenía un suboficial que nos decía: ‘Usted está en tierra, lo meto dentro de una bolsa y lo subo a bordo. Yo abro un poquito la bolsa y saca la mano, solo por tocar el mamparo tiene que saber dónde está’. Yo tenía 18 años, no me interesaba nada de todo eso. Y sin embargo, eso fue lo que me salvó la vida. Gracias al entrenamiento que tuve, quizá no fue el mejor, pero gracias a eso estoy acá”, reflexiona Mariano. 

El verano pasaba y la vida a bordo tenía su rutina pero también su encanto. “Era lo más parecido a tener un trabajo: levantarse temprano, desayunar, ir a la formación. Nos asignaban tareas a realizar, ese era el momento en que todos nos tratábamos de fugar aunque en mi división no se podía. A las dos de la tarde quedábamos libres pero siempre te enganchaban para hacer algo, y luego teníamos guardias. Los días de franco me iba para casa y me decían ‘¿vos estás seguro de que estás haciendo la colimba?’ Había recuperado y hasta aumentado el peso que perdí en la instrucción”. Los conscriptos tenían la posibilidad de ir a la pileta de natación cerca de allí, al casino o a la cantina. Pero Mariano prefería en lo posible ahorrar dinero para volver cada quince días, el fin de semana que tenían libre, y visitar a su familia y amigos. “A pesar de todo eso, uno contaba los días que pasaban como semanas y las semanas que pasaban como años. Incluso antes de la Guerra de Malvinas pensaba: ‘Todavía me faltan ocho meses acá’ y me quería morir. Pero era así, era una obligación”.

10 de abril de 1982. Hacía días que el ambiente estaba tenso: había un ir y venir de camiones, la flota se preparaba, había llegado toda la infantería de Marina y se cargaban los buques de desembarco. “Era como estar dentro de una película de guerra, todos vestidos de combate”, recuerda Mariano. Aquel sábado llamaron a todos los presentes para que dejaran sus puestos de trabajo y se dirigieran al comedor. Ubicado en una esquina en un televisor a color, algo particular para la época, se encontraba Leopoldo Fortunato Galtieri dando un discurso para todos los presentes reunidos en la Plaza de Mayo. En contraposición a los gritos provenientes de la pantalla, los conscriptos escuchaban las palabras en absoluto silencio. “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Finalizada la transmisión, los presentes se levantaron y regresaron a sus puestos de trabajo. “Éramos muchos y sin embargo nadie dijo nada. La sensación era de extrañeza y de una sorpresa muy importante”.

Esperando el regreso de la flota que había zarpado a la Operación Rosario, Mariano y sus compañeros se quedaron en el puerto Belgrano. A su retorno, llega la orden de ir hacia Ushuaia: “Teníamos la tarea de resguardar los canales fueguinos, el paso entre el Atlántico y el Pacífico”.  Se abastecieron con la cantidad necesaria de municiones, cargaron los otros barcos y la flota zarpó. En el tiempo transcurrido allí se realizaban prácticas llamadas zafarranchos. “También tuvimos situaciones de combate real en los que había que cubrir los puestos y lo hacíamos más rápido que en los zafarranchos. Todo eso, sumado a algunos incendios que hubo en el barco, fue un entrenamiento que nos ayudó a sobrevivir”, recuerda el veterano.

“Un día llegó un helicóptero y dejó órdenes: ir a Malvinas. Íbamos a la guerra”. El plan consistía en hacer un trabajo de pinza a la flota inglesa aprovechando el momento en que realizaban su desembarco y que se encontraban más vulnerables. Con barcos más antiguos a los del enemigo buscaban acercarse a la costa y burlar los radares que tendían a confundirse en esa zona. El plan fue suspendido a medio camino, “ya sabíamos que había submarinos por el área y que iban a intentar atacarnos. La pinza se tuvo que abrir y volvimos a los tres lugares designados al este de Islas de los Estados, lugar en el que teníamos que permanecer navegando en zigzag”.

2 de mayo de 1982. Este día no empezó como cualquier otro. El rumor de que iban a ser atacados recorría el General Belgrano. A diferencia de lo que finalmente sucedió, se esperaba un ataque aéreo. “A las seis de la mañana tocó combate real, teníamos que cubrir los puestos de combate y estuvimos así hasta el mediodía. Luego de eso, se levantó la alarma, almorzamos y continuamos con la vida normal en crucero de guerra”. Mariano tomó su guardia que finalizaba a las cuatro de la tarde. Faltando unos minutos para el horario de cambio y encontrándose en el comedor de tropa, decidió quedarse allí para tomar unos mates antes de ir a descansar. 

A las cuatro y un minuto, la historia del General Belgrano y de toda su tripulación cambiaba para siempre. “Me elevé en el aire y sentí como si una persona me agarrara del pecho y de la espalda y me apretara con todas sus fuerzas hacia adentro. Los oídos me quedaron zumbando del estruendo, del ruido del hierro rompiéndose. La luz se cortó”. Mariano se encontraba en el centro del barco, en un local cerrado por lo que el fuego que pasó por todos los pasillos no pudo encontrarlo. “Si hubiera decidido irme a descansar, me hubiera agarrado el fuego. Mi compañero de cucheta vio el fuego venir, se tapó con las frazadas y se descubrió los pies. Las medias de nylon se le fundieron en la piel”.

Mariano aún estaba recuperándose, solo había llegado a tomar un matafuegos cuando el segundo impacto volvió a sacudir la nave. Sobre su cabeza, colgados en el techo del comedor, unos corta caños resistieron ambos torpedos y se mantuvieron en su lugar, “si se caían me partían la cabeza”. Abandonó el comedor y vio al suboficial que se encontraba tomando mate unos minutos atrás. Viéndolo un poco aturdido, lo apuntó con una linterna y le gritó: “¿Qué hace acá? Váyase”. Enseguida se escucharon gritos provenientes de atrás del hombre, de la zona de las máquinas de proa, lugar en el que había pegado el primer torpedo. “Era un tripulante, y lo llamo así porque no tengo idea si era conscripto, cabo primero o segundo. Estaba bañado en petróleo y venía gritando”.

En el camino lo agarró y comenzaron a salir, o mejor dicho, a intentar salir en la oscuridad total. El suboficial con su linterna quedó atrás revisando el lugar. Mariano lo llevaba pero el camino se hacía imposible: “Nos resbalábamos por el petróleo. No se veía nada, no sabíamos a dónde ir. Sabía que estábamos cerca de una escalera y podíamos caer ahí dentro. El aire se consumió”. Fue entonces cuando el entrenamiento y los saberes adquiridos durante esos interminables meses les salvaron a ambos la vida. “Levanté la mano y fui tanteando el mapa, como me habían enseñado. Supe dónde estábamos y fuimos a la escalera de subida”.  Cuando estaban llegando, ya sin aire, el tripulante le dijo:

-Dejame acá, no doy más.

-No, de acá salimos los dos -contestó Mariano. 

Milagrosamente, la puerta se abrió y apareció una mano. Mariano agarró a su compañero y lo empujó hacia afuera. En el proceso sacó la cabeza y volvió a respirar. “Nunca supe si se salvó o no, ni siquiera quién era”. Salió a cubierta y se tiró a un costado, aún no sabía que había sucedido pero creía que los habían atacado por aire. Al no ver movimiento de cañones, ni del personal cargándolos y ante el grito de “¡vayan a las balsas!”, se levantó y fue hasta la popa. Recibida la orden de desembarco, Mariano junto a los 26 que compartieron con él la balsa, abandonaron el General Belgrano que se hundía lentamente. 

La situación era caótica. El barco continuaba inclinándose, muchas balsas se rompían. Las que estaban en el agua quedaban pegadas a la nave empujadas por la corriente de un lado y el viento del otro. Aquellas que iban llegando a la popa, si podían pasar, eran empujadas por el viento y las alejaba del lugar. Mariano y sus compañeros pudieron rescatar a tres personas más, un oficial y dos cabos que se hicieron cargo de la balsa. En el medio de toda esa escena, vio en cubierta a uno de sus amigos: “Éramos tres compinches que siempre estábamos juntos. Lo vi a uno de ellos: Osvaldo ‘negro’ Galvarne y dije ‘bueno, zafó’”. Lamentablemente, unos días más tarde y por medio de su otro amigo en común, se enteraría de su fallecimiento cuando el ancla del barco caía y arrastraba consigo la balsa en la que se encontraba. 

El barco fue recostándose hasta que se hundió por completo. Unidos por la situación vivida y por el cariño a la patria, los tripulantes de la balsa comenzaron a cantar el Himno Nacional. Al finalizar, nuevos ruidos de explosiones los sorprendieron. Las calderas del Belgrano se hacían escuchar desde los 4200 metros del fondo del mar y los puntales, maderas largas de seis metros que se encontraban debajo del techo del barco, salían disparados del agua. Entre los presentes había dos o tres heridos por quemaduras que fueron atendidos rápidamente. Uno tenía una radio y logró sintonizar Radio Colonia donde decían que el barco había sido atacado y averiado. “Si piensan que está averiado no nos van a venir a rescatar”. El miedo y la incertidumbre iban en aumento.

La noche los sorprendió con una fuerte tormenta, con olas de hasta diez metros de altura. Por más que intentaran mantener las puertas de la balsa cerradas, el agua helada ingresaba a borbotones. “Nos turnábamos para tenerla cerrada con las manos. Cuando terminó mi turno tuve que pedir que me sacaran de ahí, que me abrieran las manos a la fuerza porque no podía salir”. Sentados con las espaldas alrededor del habitáculo se encontraban mitad de los presentes de un lado y mitad del otro con las piernas cruzadas, unas encima de las otras. “El que quedaba con las piernas abajo hacía fuerza y las pasaba hacia arriba y así continuamente. Con el frío teníamos que orinarnos encima”. 

Cuando Mariano sucumbió al cansancio y cuando despertó la noche estaba quedando atrás, la tormenta había calmado. Organizaron los víveres que tenían para repartirlos entre los presentes. El agua fue reservada en su mayoría para los heridos y el resto tomó solo un trago. “Había caramelos de gelatina. Nosotros habremos comido un cuarto de caramelo y luego les dimos uno a cada herido. Por suerte estábamos bien alimentados”. Las horas pasaron y todos permanecían allí sentados sin hacer nada. Cerca de la una de la tarde algunas miradas comenzaron a cruzarse pero nadie se animaba a decir nada. Intentando agudizar el oído, miraban a los costados y buscaban la aprobación de los demás hasta que alguien se animó a romper el silencio.

“¿Ustedes escuchan? ¿Están escuchando?! ¡Un avión!”

El motor de un avión se acercaba, los estaban buscando. Pasó varias veces pero no había suerte, hasta que por fin, los del cielo y los del mar, se encontraron. El avión se movió ligeramente de un lado a otro, los estaban saludando. “¡Nos vio!” El ánimo cambió completamente y para levantar aún más a los presentes, el oficial les contó la historia de una gitana quién al leerle la mano le advirtió que luego de pasar la etapa más feliz de su vida tendría la prueba más dura. Pero que saldría adelante, que la pasaría. “Así que yo tengo confianza”, les dijo mientras les mostraba las fotos de su señora e hijos. 

Tras 29 horas y cerca de las cinco de la tarde se encontraron a lo lejos con las luces de un buque que se acercaba. No comprendían el por qué de la tardanza pero luego supieron que no muy lejos de dónde ellos se encontraban había un conjunto de balsas diseminadas por la zona. El momento de abordar el Aviso Gurruchaga llegó. “Nunca pasé tanto frío en mi vida como en esos minutos”, recuerda Mariano. Tiritando y con el agua congelada que salpicaba cada vez que la balsa y el buque chocaban, hizo lo posible para tomar la escalera de soga que le habían tirado. “Por suerte no me caí, yo no sé nadar. Igual no me hubiese servido de nada porque me hubiera muerto congelado”. 

El Gurruchaga era un barco pequeño, de poca tripulación pero todos allí brindaron hasta lo que no tenían para ayudar a los sobrevivientes. “Nos duchamos y nos dieron toda su ropa. Vaciaron hasta el último cajón para que nos pudiéramos cambiar la ropa orinada y vomitada. Después nos dieron sus jarritos y pasó un colimba con chocolate que nos advirtió que ‘no estaba caliente sino hirviendo’”. A medida que iban llegando los rescatados, los ponían en la cama, les hacían masajes para que entren en calor y cuando estaban mejor, iban con el siguiente. Sobrevivieron 770 personas pero aquel 2 de mayo murieron la mitad de los argentinos fallecidos en Malvinas.

El frío de Ushuaia fue mitigado por la calidez con la que los recibieron los fueguinos quienes los esperaron con cajas repletas de galletitas, chocolates, paquetes de cigarrillos. “Allí estuvimos en un hangar del aeropuerto donde nos dieron overoles, medias, zapatillas, camisetas, calzoncillos”. Esperando ver a sus dos amigos, Mariano embarcó en uno de los últimos aviones. Al llegar a la Base Naval un gritó le devolvió la alegría que había perdido: “¡Te dije, que la mierda flota!”. Su amigo, Hugo “la Bruja” Adeso, asomaba la cabeza desde una de las camas altas. Al feliz reencuentro le siguió la tristeza por la noticia del fallecimiento del “Negro”. 

Tras una serie de confusiones con su nombre y apellido, y el de un cabo segundo llamado Máximo Frangioni, la familia de Mariano no estaba segura de qué había sucedido con él. Su madre decidió ir hacia allí y aclarar la situación. “Nos cruzamos en el camino sin saberlo. Cuando ella llegó le dijeron que yo iba hacia Buenos Aires”. En un micro con todas las ventanillas y cortinas cerradas por la supuesta “subversión” los llevaron hasta Constitución. En el camino, se animaron a mirar hacia afuera y vieron a las personas que los observaban y saludaban. 

“¡¿A dónde los llevan?!”, querían saber algunos.

“¡Venimos del Crucero General Belgrano!”, les contaban a los peatones, que se agarraban la cabeza, sorprendidos.

Al llegar a Constitución, Mariano tomó el 12 que lo llevaba a Barracas, por fin iría a casa. La autopista aún en construcción y que siempre le había irritado al pensar en las casas destruidas, ahora se veía maravillosa. Las cinco cuadras que tuvo que caminar desde la parada hasta su destino le tomó una hora recorrerlas. Los vecinos salían y lo saludaban. “Me invitaban a comer y yo les decía que ni siquiera había arribado a casa todavía. Al llegar a la esquina vi a lo lejos a mi hermano que hacía señas: ‘¡Ahí viene, ahí viene!’, gritaba. Ahí salió mi viejo y lo vi en la puerta de casa”. A Mariano se le quiebra la voz.

Solo tuvieron diez días de licencia y nuevamente debieron volver, sin saber cuál sería su destino. “A mí me mandaron al Hospital Naval Central que todavía estaba sin inaugurar. Tuve que hacer guardia militar, nunca tuve la suerte de trabajar seis horas e irme a casa, como sí le tocó a algunos. Yo entraba a las ocho de la mañana y salía a la misma hora del día siguiente”. Tras un año en la colimba, Mariano obtuvo la baja.

Los meses e incluso los años que siguieron estuvieron marcados por el apoyo, la compañía y el cariño de su familia y amigos que lo ayudaron a seguir adelante. “Cada caso es distinto, hay algunos que no quieren saber nada con lo que pasó. Nadie está preparado para eso, ni en ese momento ni ahora. La gente nos recibió y nos acogió bien pero también es cierto que muchos no te daban trabajo por considerarte un ‘loquito de la guerra’. No fue mi caso pero sucedía”. Mariano se dedicó a ayudar a su hermano en su tapicería, luego acompañó a un socio en una relojería. Más tarde comenzó a trabajar con su padre en la tornería. “Ellos me ayudaban a mí. No era experto en esas cosas pero aprendía y me las rebuscaba. Todo lo que tení que hacer, preguntaba cómo se hacía y lo aprendía por necesidad, porque no nos quedaba otra”.  En el año 2005 surgió la posibilidad de formar parte del personal auxiliar de una escuela en Provincia, “era como un portero. Al principio el sueldo era bajo pero luego se consiguió un plus y con eso compensaba. Luego el plus aumentó y ahí ya era un buen sueldo. Me quedé ahí hasta que me jubilé”.

Mariano recuerda aquellos años como una lucha constante, cortando calles y peleando por hacerse notar en los medios de comunicación. “Nos escondieron cuando llegamos y recibíamos órdenes solapadas de consejos para que no nos juntemos con los centros de veteranos. Pero gracias a esos centros se consiguieron distintos puestos de trabajo y leyes”. Durante el gobierno de Néstor Kirchner se hizo la “Carpa Verde” que se instaló en la Plaza de Mayo y que nucleó a todos los veteranos del país. “Hubo palazos y muchos terminaron en cana, pero ahí las cosas empezaron a cambiar”, recuerda. “Fuimos consiguiendo más cosas que nos correspondían pero siempre con mucho sacrificio”.

La lucha por el reconocimiento histórico continúa pero, en particular, el excombatiente señala la “desmalvinización” constante e implacable que observa y percibe por parte de políticos como también de los medios. “Tenemos que seguir peleando, siempre desde la vía pacífica y política pero con fuerza. Si no levantamos la cabeza, no vamos a lograr nada”. También da cuenta de la existencia de “malvineros” que tal vez no fueron al conflicto pero que a ojos de sus hijos son veteranos por ser patriotas y transmitir ese amor por su tierra. 

Para Mariano el mayor reconocimiento viene del pueblo, de los amigos y de la familia. “Cuando voy por la calle y llevo algo que me identifica como excombatiente, siempre se me acerca alguien y me saluda, me da la mano. En los festejos del Mundial fui a comprar una gaseosa y me la dejaron más barato porque era para mí”, recuerda divertido. Un día sus hijos lo esperaban en casa con una sorpresa que habían estado escondiendo por unos días. Grabado para siempre en su piel, le mostraron las Islas Malvinas. Con los ojos llenos de lágrimas, Mariano comenta “para mí es un orgullo bárbaro”.

Llamativamente, en relación a la experiencia vivida, Mariano disfruta de ir a navegar. “Incluso antes de hacer la colimba tenía la fantasía de navegar a vela. Cuando estaba en el General Belgrano, generalmente estaba adentro, encerrado trabajando. Recuerdo un día que decidí ir a tomar aire y me quedé mirando desde el medio de la cubierta. No lo podía creer, había visto fotos, películas pero estar ahí, ver esas olas, ese mar azul”. Se encontró allí con un suboficial quien con aire sereno, poco habitual en él, le dijo: “El día que no pueda volver a navegar, me voy de la Armada”.  Programando unas vacaciones con amigos para ir a navegar a Brasil, decidió tomar clases. Allí se reencontró con ese amor por el mar. Desde entonces navega cada sábado y cuando encuentra un tiempo libre: “No importa qué esté haciendo, yo cuelgo cualquier cosa y me voy a navegar”.