Vuelve el Club del Cibercirujeo

Vuelve el Club del Cibercirujeo

Este 20 de mayo se llevará a cabo una nueva edición en el Polo Cultural Emergente Tacheles. El encuentro contará con shows musicales en vivo, olla popular de hardware, retroconsolas, videojuegos y la presentación de un nuevo proyecto denominado “Dibujo abierto”. Como siempre, se recibirán computadoras en desuso para ponerlas en valor y entregarlas a personas sin acceso a las teconologías.

El 20 de mayo entre hardware, música e ingenio se llevará a cabo el “Club del Cibercirujeo” en el Polo Cultural Emergente Tacheles, en Adolfo Alsina 1475, barrio de Congreso, una nueva oportunidad para donar computadoras en desuso que serán recicladas y puestas en valor para entregar a personas sin acceso a las tecnologías.

Entre las dinámicas de los distintos encuentros de Cybercirujas este evento tiene la función de difundir la actividad del club desde un espacio distendido y convocante a través de shows musicales y actividades para toda la familia. Este año contarán con la participación de Cinematronics y Cokeandaspirin, que realizarán música en vivo utilizando sus gameboys (consolas de mano de 1989); además pasarán música CoMu y Mambos Rivas.

La actividad contará con un espacio de retroconsolas, retrocomputadoras y un cyber compuesto por seis computadoras del programa Conectar Igualdad que fueron reacondicionadas con Linux y juegos open source y, como es habitual, habrá distintos feriantes que participarán del encuentro. En esta ocasión, dado al mayor espacio disponible, el colectivo «Dibujo abierto» estará presentando una herramienta creada con arduino desarrollada para realizar dibujos en vivo. Luego de la presentación la herramienta podrá ser utilizada por el público.

Como el resto de ocasiones, el evento se piensa como un espacio de interacción, aprendizaje y debate a partir de una mirada crítica de la percepción social sobre la tecnología.

En contra de la lógica del «úselo y tírelo”, la idea es que tanto entendidos y desconocidos del hardware y software logren reunirse con el fin de achicar esa brecha de conocimiento y se logre una desnaturalización de algunos de nuestros consumos instalados. “Queremos experimentar con mostrar talleres en vivo o que la gente traiga cosas que hace y pueda mostrar socialmente”, cuentan desde la organización. La entrada consiste en un bono contribución de $500 o más (aunque no es excluyente), que le sirve al club para pagarle a los músicos y músicas, como también para comprar componentes necesarios para las computadoras que recirculan.

 

Una cooperativa de junqueros que resiste al negocio inmobiliario

Una cooperativa de junqueros que resiste al negocio inmobiliario

Se llama Isla Esperanza y se encuentra frente a la costa de San Fernando. Sus integrantes defienden su tierra contra el avance de los desarrollos urbanísticos.

-La tierra es para vivir… -intenta decir Antonela, pero el ensordecedor rugido de los motores de los yates, combinados con canciones estridentes que salen de sus parlantes, interrumpe su tenue voz y rompe el silencio tranquilizador del entorno. 

La isla Esperanza está sobre el Arroyo Anguilas, frente a la costa de San Fernando, en el municipio de Tigre. Su calma es simple, como la de la arboleda que se desprende de la naturaleza, hasta que es invadida por los rugidos de los yates. 

-La tierra no es para comprar ni vender. Tenemos esos criterios básicos para generar una comunidad alternativa a los barrios privados y apostar a lo humano -relata Antonela Chávez, santiagueña, quien vive hace dos años en la isla y milita en la cooperativa de junqueros, que lleva el nombre de la isla. 

A sus espaldas, se levanta un galpón hecho de madera y sostenido por columnas de tronco, donde los isleños realizan actividades productivas y colectivas como la cestería, el junqueo, la pesca y la apicultura. En su frente, los carteles gritan sus protestas continuas: “Basta de quemas”, “Basta de muertes en el río”,“Basta de perseguir por pescar y junquear”. 

Al compás de una guitarra, acompaña una canción en la que el estribillo repite siempre la misma oración: “La tierra no es de nadie, es de todos.” 

La disputa que viven los habitantes de la isla no es de ahora, sino que empezó exactamente en el año 2008, cuando grandes inmobiliarios quisieron instalar “Colony Park”, un emprendimiento privado que significó el desalojo voraz de las familias que habitaban en ese momento, el dragado del arroyo, la creación de terraplenes y relleno con la tierra imposibilitando el paso del agua hacia los humedales, la destrucción total del monte nativo y la desaparición de animales y fauna. 

“Ahí empezó la resistencia, a partir de la violencia. Una cooperativa para luchar contra el emprendimiento. Juntos somos poderosos”, cuenta Diego Domínguez, uno de los integrantes de la organización que lleva el nombre de la isla, que tiene como objetivo resistir ante los barrios cerrados, la especulación inmobiliaria, la destrucción de los humedales y a favor de la defensa del modo de vida isleño. 

“Es un modo de vida que no está reconocido, no está visibilizado, pero que tiene que ver con la libertad de poder criar a tus hijos como vos querés, de producir lo que vos querés, de sentirte bien en tu tierra, trabajar: la libertad de levantarte y ser vos”, dice Rolfi, como llaman sus compañeros de cooperativa a Rodolfo González Greco, militante del Movimiento Nacional Campesino Indígena, quien fue uno de los principales protagonistas en detener, junto con Domínguez, el negocio inmobiliario. 

La idea es clara y concisa: derecho a la tierra, a la vivienda, a la producción de alimentos y artesanías, a la cultura, a la formación, a la libre navegación y a ser isleños e isleñas como bien les enseñaron sus antepasados. 

En aquel galpón -quemado dos veces por empresarios que desean instalar allí sus negocios-, se ve a tres mujeres que cocinan en conjunto: rapidito y sin mucho que pensar, cortan las verduras en trozos para después dárselas a los encargados de la olla popular. Esa olla grande que espera a nuevos visitantes que quieren recorrer la isla y conocer su historia. 

El primero en probar el sabor de la comida es El Papu, como llaman sus amigos a Ignacio, de piel morena y ojos vivos como cualquier niño de 10 años. Cuenta relajado, entre risas y con su voz finita, que para él, el rancho es una convivencia que ellos comparten: “Me gusta la isla porque estoy en paz, se puede pescar y estoy tranquilo.” 

A pocos metros, una parrilla y su fuego entran en calor, a la espera de choripanes y pescados frescos recién salidos del arroyo. No solo llegan nuevas personas que quieren conocer la cooperativa, sino también Prefectura: en un abrir y cerrar de ojos, junto con su navegación interrumpen la recepción para llevarse el trasmallo, el artefacto que usan los isleños para pescar, sin explicación alguna. 

“Seis pescados agarramos, es para consumo familiar y compartir. Lo levantó Prefectura. Fue un bote para pedir explicaciones de por qué lo levantaron. Estamos inscriptos en el Registro Nacional de Agricultura Nacional que nos posibilita a los junqueros a laburar, no queremos vaciar el río”, comenta indignada Antonela. 

Entre medio de árboles como fumo bravo, sauce y tala, un sendero atraviesa la isla que conduce a esas casas pequeñas hechas de adobe o barro, hamacas paraguayas en su frente y paneles solares en sus techos. Debido a la ausencia de Edenor, la energía es compartida entre los habitantes que no pueden acceder a estos modernos artefactos. Se empieza a sentir el cacareo y olor de las gallinas, dueñas por un rato de los huevos que comercializan y consumen los isleños.

“A mi marido le gusta mucho la naturaleza, el campo. Él tiene animales: chanchos, cabras, chivos, gallinas, gansos, patos, de todo. Las gallinas nos las donaron del INTA -Lorena Berton se refiere al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria-, cuando eran pollitos y ahora son gallinas”. Lorena se encarga de la repostería de la cooperativa durante los festejos y los días miércoles, junto con cuatro mujeres más, remoja el junco para tejer nuevos productos. Los gallineros comunitarios son parte de su economía popular, abastecidos por el INTA. 

Una vez a la semana, ellas se reúnen para realizar una de las actividades principales que sostienen a la isla: la cestería. Con ayuda de una hoz, cuchilla con forma de medialuna que se encarga de cortar tallos, principalmente el junco; esa planta recta y flexible que crece por la zona. Ya recolectada y humedecida desde el día anterior, la cortan en tiras para poder manipularla con sus manos y conseguir el producto deseado. De ese encuentro salen canastas chicas y grandes, cestos, cortinas, portalámparas o hueveras.  

Del trabajo final se encarga el sol, quien debe secar cada parte del tejido para poder ofrecerlos al mercado. 

“Las chicas cada 15 días van a la feria de agricultura y llevan los cestos para venderlos o hacemos por pedido. Ahora hicieron un Instagram para que nos compren más y para que tengamos venta. A veces nos piden mucho y si el cliente quiere, lo barnizamos”, cuenta Lorena, con su sonrisa compradora y cálida. 

Por parte del Estado, la ayuda es nula, casi como si no existieran: el agua no es potable, el gas no llega y hay luz solo por parte de los paneles; pero no pareciera importarle a nadie, excepto, a los oportunistas que ven a la isla como una tierra deseada a cambio de unos cuantos dólares. 

“Si esto sigue así, en algunos años no va a quedar ninguna familia isleña -dice Emma Moragas, militante de Isla Esperanza con la voz que se le quiebra-. Es cuestión de tiempo que el lugar quede en manos de quienes pueden pagarla y vale muchísimo. Ese día no van a dejar entrar a nadie más. Pondrán carteles de propiedad privada, prohibido pasar, prohibido circular, zona restringida o seguridad privada.”

«Del asfalto al barrio privado hay un solo paso»

«Del asfalto al barrio privado hay un solo paso»

La Asamblea de la Biósfera Pereyra Iraola realizó una jornada de limpieza, educación e interpretación para resguardar a la reserva bonaerense de proyectos viales que atentan con el medioambiente.

La Asamblea de la Reserva de Biósfera Pereyra Iraola realizó una jornada de limpieza, educación e interpretación en la Zona de Amortiguación Camino Negro, Reserva Integral Punta Lara. Nancy Geymoant, una de las asambleístas que participó de la jornada, explicó: “Estamos acá para demostrar cómo se limpia una reserva sin máquinas, con una guardaparques, conscientes de la importancia de que se mantenga la categoría de Reserva Mundial de Biósfera que le dio la UNESCO en 2007”.

Dicha categoría se vio amenazada en diciembre del 2022, cuando en pleno Mundial de Fútbol donde estaban puestos los ojos y las expectativas de gran parte de los argentinos, cuatro palas mecánicas, por orden de la Municipalidad de Ensenada, empezaron el desmonte para “ampliar y mejorar” la exruta provincial N°19, mejor conocida como Camino Negro, que va desde la bajada en Villa Elisa de la Autopista La Plata-Buenos Aires hasta la costa del Rio de La Plata en Ensenada.

“Cuando vinieron las máquinas, fue demoledor. Nos daba mucha tristeza. Los animales venían al lado nuestro como pidiendo ayuda”, recordó con tristeza Lidia Troglio, asambleísta. “Esto es la vida, los árboles. Si cruza un camino acá, todo esto se va”, agregó Lidia.

Al tratarse de una Reserva de la Biósfera (UNESCO) debe cumplir con ciertos requisitos. Si el camino se amplía, permitiendo el tráfico pesado de vehículos, aumentando la contaminación, desmontando la flora autóctona y el hábitat de los animales, perdería esta categoría. Si no se cuenta con este tipo de protección, y sin la sanción de la reclamada Ley de Humedales, las tierras del Parque pueden pasar a manos privadas, con planes inmobiliarios para unos pocos. “Lo que nosotros sabemos es que, si ellos hacen el asfalto, del asfalto al barrio privado hay un solo paso”, sostuvo Rosana Donato, guardaparque voluntaria y referente de La Asamblea.

La Reserva de Biósfera Pereyra Iraola, conformada por el Parque Provincial Pereyra Iraola y la Reserva Integral Punta Lara, posee una superficie total de 10.248 hectáreas, es el séptimo parque urbano más grande del planeta. Siendo una de las zonas de mayor biodiversidad de la Provincia de Buenos Aires, abarca los municipios de Berazategui, Florencio Varela, Ensenada y La Plata. Con una riqueza natural invaluable, con variedad de aves, insectos y animales silvestres; una flora autóctona que funciona como pulmón verde, regula la temperatura, filtra el agua de lluvia y carga las napas y los acuíferos. Es una joya natural, orgullo de todos los habitantes de la zona. 

En 2010, la Reserva ya se había visto amenazada por la construcción de una autopista que atravesaría el corazón del Parque. Es por este motivo que guardaparques, vecinos y visitantes conformaron la Asamblea de la Reserva de Biosfera Pereyra Iraola. Presentaron un recurso de amparo para impedir que se lleve a cabo esta iniciativa, y se propusieron proteger, preservar, educar y difundir la importancia de este pulmón verde para el mundo. “La Asamblea es la voz y el cuerpo de la Reserva. Nosotros somos parte de esa voz y ese cuerpo, porque la amamos con el corazón”, manifestó emocionada la asambleísta Lidia Troglio.  

 

En diciembre pasado, con órdenes del Municipio de Ensenada y alegando la limpieza del camino, cuatro máquinas empezaron el desmonte del Camino Negro. Rápidamente los asambleístas se movilizaron, empezaron a visibilizar y denunciar el crimen ambiental que se estaba cometiendo. Llevaron a cabo manifestaciones pacíficas; como lo fue el acampe durante dos noches y tres días a la vera del camino. Gracias a estas acciones, las máquinas no pudieron continuar con su cometido y se retiraron, dejando el daño que hicieron, tal como señalaba la guardaparque Donato: “La basura quedó, se llevaron el monte”.

“Nosotros conformamos una asamblea pacífica, y lo que busca es proteger la Reserva para que las futuras generaciones la puedan disfrutar. Si bien la Asamblea interpone amparos y hace denuncias, también presenta los proyectos alternativos”,destacó Donato.

Es así que la Asamblea presentó un proyecto con el que busca crear un“Corredor Natural de Educación Ambiental. La intención es poner en valor el camino, haciéndolo transitable para vehículos de emergencia, bomberos, policía y guardaparques, respetando la vegetación y retirando la basura sin desmontar. Además, propone habilitar el camino solo para peatones y ciclistas, colocar cartelería interpretativa y miradores, y mejorar la seguridad del camino con puestos de control de Guardaparques. 

Esta jornada simbólica de limpieza fue muy importante y satisfactoria; desde la Asamblea prevén realizar otras en los próximos meses. Con precaución de los animales silvestres y conservando la flora, se procedió a la recolección y clasificación de los residuos que se encontraban en ambos lados del camino. Además, se colocaron carteles amigables con el ambiente, señalando los nombres de la diversa flora y con leyendas como “La naturaleza es para amar, cuidar y proteger” o “Este lugar es un escudo protector del planeta”.

 

Vivir para contarla

Vivir para contarla

El 2 de mayo de 1982, Mariano Francioni cumplía el Servicio Militar a bordo del Crucero General Belgrano. Fue uno de los 770 argentinos que sobrevivió al ataque británico durante la Guerra de Malvinas y acá relata su historia.

Corría el año 1981 y la última dictadura cívico-militar aún se encontraba azotando Argentina. Mariano Francioni, al igual que muchos jóvenes de la época, había decidido llegar más tarde al trabajo para quedarse a escuchar el sorteo que definía su entrada al Servicio Militar Obligatorio, ,más conocido como la “colimba”.  Esperando un número bajo que pudiera evitar la conscripción, tuvo que conformarse con el 917 que lo enviaba directamente a la Armada. No le quedó otra que resignarse. Se trataba, al fin y al cabo, de una obligación que había que cumplir. 

El conscripto Clase 62 fue incorporado en la última tanda de su año. “A diferencia del Ejército y de la Fuerza Aérea, que incorporaban a todos juntos, la Armada incorporaba cinco tandas por año”, cuenta Mariano. Luego de tres meses de instrucción comenzaron a realizar los pases. Si bien su lugar iba a estar en la armería donde se encontraba, el destino quiso que los planes fuesen distintos. Tras luxarse el codo no pudo seguir allí y cuando obtuvo el alta fue designado para embarcarse en el crucero General Belgrano. 

El primero de diciembre inició allí un entrenamiento más intenso. Su función era el control de averías y actuaba de bombero, enfermero, mecánico. Esas tareas, si bien fueron importantes y necesarias, la posibilidad y obligación de transitar y conocer a fondo el barco fue la clave fundamental para lo que vendría después. “Tenía un suboficial que nos decía: ‘Usted está en tierra, lo meto dentro de una bolsa y lo subo a bordo. Yo abro un poquito la bolsa y saca la mano, solo por tocar el mamparo tiene que saber dónde está’. Yo tenía 18 años, no me interesaba nada de todo eso. Y sin embargo, eso fue lo que me salvó la vida. Gracias al entrenamiento que tuve, quizá no fue el mejor, pero gracias a eso estoy acá”, reflexiona Mariano. 

El verano pasaba y la vida a bordo tenía su rutina pero también su encanto. “Era lo más parecido a tener un trabajo: levantarse temprano, desayunar, ir a la formación. Nos asignaban tareas a realizar, ese era el momento en que todos nos tratábamos de fugar aunque en mi división no se podía. A las dos de la tarde quedábamos libres pero siempre te enganchaban para hacer algo, y luego teníamos guardias. Los días de franco me iba para casa y me decían ‘¿vos estás seguro de que estás haciendo la colimba?’ Había recuperado y hasta aumentado el peso que perdí en la instrucción”. Los conscriptos tenían la posibilidad de ir a la pileta de natación cerca de allí, al casino o a la cantina. Pero Mariano prefería en lo posible ahorrar dinero para volver cada quince días, el fin de semana que tenían libre, y visitar a su familia y amigos. “A pesar de todo eso, uno contaba los días que pasaban como semanas y las semanas que pasaban como años. Incluso antes de la Guerra de Malvinas pensaba: ‘Todavía me faltan ocho meses acá’ y me quería morir. Pero era así, era una obligación”.

10 de abril de 1982. Hacía días que el ambiente estaba tenso: había un ir y venir de camiones, la flota se preparaba, había llegado toda la infantería de Marina y se cargaban los buques de desembarco. “Era como estar dentro de una película de guerra, todos vestidos de combate”, recuerda Mariano. Aquel sábado llamaron a todos los presentes para que dejaran sus puestos de trabajo y se dirigieran al comedor. Ubicado en una esquina en un televisor a color, algo particular para la época, se encontraba Leopoldo Fortunato Galtieri dando un discurso para todos los presentes reunidos en la Plaza de Mayo. En contraposición a los gritos provenientes de la pantalla, los conscriptos escuchaban las palabras en absoluto silencio. “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Finalizada la transmisión, los presentes se levantaron y regresaron a sus puestos de trabajo. “Éramos muchos y sin embargo nadie dijo nada. La sensación era de extrañeza y de una sorpresa muy importante”.

Esperando el regreso de la flota que había zarpado a la Operación Rosario, Mariano y sus compañeros se quedaron en el puerto Belgrano. A su retorno, llega la orden de ir hacia Ushuaia: “Teníamos la tarea de resguardar los canales fueguinos, el paso entre el Atlántico y el Pacífico”.  Se abastecieron con la cantidad necesaria de municiones, cargaron los otros barcos y la flota zarpó. En el tiempo transcurrido allí se realizaban prácticas llamadas zafarranchos. “También tuvimos situaciones de combate real en los que había que cubrir los puestos y lo hacíamos más rápido que en los zafarranchos. Todo eso, sumado a algunos incendios que hubo en el barco, fue un entrenamiento que nos ayudó a sobrevivir”, recuerda el veterano.

“Un día llegó un helicóptero y dejó órdenes: ir a Malvinas. Íbamos a la guerra”. El plan consistía en hacer un trabajo de pinza a la flota inglesa aprovechando el momento en que realizaban su desembarco y que se encontraban más vulnerables. Con barcos más antiguos a los del enemigo buscaban acercarse a la costa y burlar los radares que tendían a confundirse en esa zona. El plan fue suspendido a medio camino, “ya sabíamos que había submarinos por el área y que iban a intentar atacarnos. La pinza se tuvo que abrir y volvimos a los tres lugares designados al este de Islas de los Estados, lugar en el que teníamos que permanecer navegando en zigzag”.

2 de mayo de 1982. Este día no empezó como cualquier otro. El rumor de que iban a ser atacados recorría el General Belgrano. A diferencia de lo que finalmente sucedió, se esperaba un ataque aéreo. “A las seis de la mañana tocó combate real, teníamos que cubrir los puestos de combate y estuvimos así hasta el mediodía. Luego de eso, se levantó la alarma, almorzamos y continuamos con la vida normal en crucero de guerra”. Mariano tomó su guardia que finalizaba a las cuatro de la tarde. Faltando unos minutos para el horario de cambio y encontrándose en el comedor de tropa, decidió quedarse allí para tomar unos mates antes de ir a descansar. 

A las cuatro y un minuto, la historia del General Belgrano y de toda su tripulación cambiaba para siempre. “Me elevé en el aire y sentí como si una persona me agarrara del pecho y de la espalda y me apretara con todas sus fuerzas hacia adentro. Los oídos me quedaron zumbando del estruendo, del ruido del hierro rompiéndose. La luz se cortó”. Mariano se encontraba en el centro del barco, en un local cerrado por lo que el fuego que pasó por todos los pasillos no pudo encontrarlo. “Si hubiera decidido irme a descansar, me hubiera agarrado el fuego. Mi compañero de cucheta vio el fuego venir, se tapó con las frazadas y se descubrió los pies. Las medias de nylon se le fundieron en la piel”.

Mariano aún estaba recuperándose, solo había llegado a tomar un matafuegos cuando el segundo impacto volvió a sacudir la nave. Sobre su cabeza, colgados en el techo del comedor, unos corta caños resistieron ambos torpedos y se mantuvieron en su lugar, “si se caían me partían la cabeza”. Abandonó el comedor y vio al suboficial que se encontraba tomando mate unos minutos atrás. Viéndolo un poco aturdido, lo apuntó con una linterna y le gritó: “¿Qué hace acá? Váyase”. Enseguida se escucharon gritos provenientes de atrás del hombre, de la zona de las máquinas de proa, lugar en el que había pegado el primer torpedo. “Era un tripulante, y lo llamo así porque no tengo idea si era conscripto, cabo primero o segundo. Estaba bañado en petróleo y venía gritando”.

En el camino lo agarró y comenzaron a salir, o mejor dicho, a intentar salir en la oscuridad total. El suboficial con su linterna quedó atrás revisando el lugar. Mariano lo llevaba pero el camino se hacía imposible: “Nos resbalábamos por el petróleo. No se veía nada, no sabíamos a dónde ir. Sabía que estábamos cerca de una escalera y podíamos caer ahí dentro. El aire se consumió”. Fue entonces cuando el entrenamiento y los saberes adquiridos durante esos interminables meses les salvaron a ambos la vida. “Levanté la mano y fui tanteando el mapa, como me habían enseñado. Supe dónde estábamos y fuimos a la escalera de subida”.  Cuando estaban llegando, ya sin aire, el tripulante le dijo:

-Dejame acá, no doy más.

-No, de acá salimos los dos -contestó Mariano. 

Milagrosamente, la puerta se abrió y apareció una mano. Mariano agarró a su compañero y lo empujó hacia afuera. En el proceso sacó la cabeza y volvió a respirar. “Nunca supe si se salvó o no, ni siquiera quién era”. Salió a cubierta y se tiró a un costado, aún no sabía que había sucedido pero creía que los habían atacado por aire. Al no ver movimiento de cañones, ni del personal cargándolos y ante el grito de “¡vayan a las balsas!”, se levantó y fue hasta la popa. Recibida la orden de desembarco, Mariano junto a los 26 que compartieron con él la balsa, abandonaron el General Belgrano que se hundía lentamente. 

La situación era caótica. El barco continuaba inclinándose, muchas balsas se rompían. Las que estaban en el agua quedaban pegadas a la nave empujadas por la corriente de un lado y el viento del otro. Aquellas que iban llegando a la popa, si podían pasar, eran empujadas por el viento y las alejaba del lugar. Mariano y sus compañeros pudieron rescatar a tres personas más, un oficial y dos cabos que se hicieron cargo de la balsa. En el medio de toda esa escena, vio en cubierta a uno de sus amigos: “Éramos tres compinches que siempre estábamos juntos. Lo vi a uno de ellos: Osvaldo ‘negro’ Galvarne y dije ‘bueno, zafó’”. Lamentablemente, unos días más tarde y por medio de su otro amigo en común, se enteraría de su fallecimiento cuando el ancla del barco caía y arrastraba consigo la balsa en la que se encontraba. 

El barco fue recostándose hasta que se hundió por completo. Unidos por la situación vivida y por el cariño a la patria, los tripulantes de la balsa comenzaron a cantar el Himno Nacional. Al finalizar, nuevos ruidos de explosiones los sorprendieron. Las calderas del Belgrano se hacían escuchar desde los 4200 metros del fondo del mar y los puntales, maderas largas de seis metros que se encontraban debajo del techo del barco, salían disparados del agua. Entre los presentes había dos o tres heridos por quemaduras que fueron atendidos rápidamente. Uno tenía una radio y logró sintonizar Radio Colonia donde decían que el barco había sido atacado y averiado. “Si piensan que está averiado no nos van a venir a rescatar”. El miedo y la incertidumbre iban en aumento.

La noche los sorprendió con una fuerte tormenta, con olas de hasta diez metros de altura. Por más que intentaran mantener las puertas de la balsa cerradas, el agua helada ingresaba a borbotones. “Nos turnábamos para tenerla cerrada con las manos. Cuando terminó mi turno tuve que pedir que me sacaran de ahí, que me abrieran las manos a la fuerza porque no podía salir”. Sentados con las espaldas alrededor del habitáculo se encontraban mitad de los presentes de un lado y mitad del otro con las piernas cruzadas, unas encima de las otras. “El que quedaba con las piernas abajo hacía fuerza y las pasaba hacia arriba y así continuamente. Con el frío teníamos que orinarnos encima”. 

Cuando Mariano sucumbió al cansancio y cuando despertó la noche estaba quedando atrás, la tormenta había calmado. Organizaron los víveres que tenían para repartirlos entre los presentes. El agua fue reservada en su mayoría para los heridos y el resto tomó solo un trago. “Había caramelos de gelatina. Nosotros habremos comido un cuarto de caramelo y luego les dimos uno a cada herido. Por suerte estábamos bien alimentados”. Las horas pasaron y todos permanecían allí sentados sin hacer nada. Cerca de la una de la tarde algunas miradas comenzaron a cruzarse pero nadie se animaba a decir nada. Intentando agudizar el oído, miraban a los costados y buscaban la aprobación de los demás hasta que alguien se animó a romper el silencio.

“¿Ustedes escuchan? ¿Están escuchando?! ¡Un avión!”

El motor de un avión se acercaba, los estaban buscando. Pasó varias veces pero no había suerte, hasta que por fin, los del cielo y los del mar, se encontraron. El avión se movió ligeramente de un lado a otro, los estaban saludando. “¡Nos vio!” El ánimo cambió completamente y para levantar aún más a los presentes, el oficial les contó la historia de una gitana quién al leerle la mano le advirtió que luego de pasar la etapa más feliz de su vida tendría la prueba más dura. Pero que saldría adelante, que la pasaría. “Así que yo tengo confianza”, les dijo mientras les mostraba las fotos de su señora e hijos. 

Tras 29 horas y cerca de las cinco de la tarde se encontraron a lo lejos con las luces de un buque que se acercaba. No comprendían el por qué de la tardanza pero luego supieron que no muy lejos de dónde ellos se encontraban había un conjunto de balsas diseminadas por la zona. El momento de abordar el Aviso Gurruchaga llegó. “Nunca pasé tanto frío en mi vida como en esos minutos”, recuerda Mariano. Tiritando y con el agua congelada que salpicaba cada vez que la balsa y el buque chocaban, hizo lo posible para tomar la escalera de soga que le habían tirado. “Por suerte no me caí, yo no sé nadar. Igual no me hubiese servido de nada porque me hubiera muerto congelado”. 

El Gurruchaga era un barco pequeño, de poca tripulación pero todos allí brindaron hasta lo que no tenían para ayudar a los sobrevivientes. “Nos duchamos y nos dieron toda su ropa. Vaciaron hasta el último cajón para que nos pudiéramos cambiar la ropa orinada y vomitada. Después nos dieron sus jarritos y pasó un colimba con chocolate que nos advirtió que ‘no estaba caliente sino hirviendo’”. A medida que iban llegando los rescatados, los ponían en la cama, les hacían masajes para que entren en calor y cuando estaban mejor, iban con el siguiente. Sobrevivieron 770 personas pero aquel 2 de mayo murieron la mitad de los argentinos fallecidos en Malvinas.

El frío de Ushuaia fue mitigado por la calidez con la que los recibieron los fueguinos quienes los esperaron con cajas repletas de galletitas, chocolates, paquetes de cigarrillos. “Allí estuvimos en un hangar del aeropuerto donde nos dieron overoles, medias, zapatillas, camisetas, calzoncillos”. Esperando ver a sus dos amigos, Mariano embarcó en uno de los últimos aviones. Al llegar a la Base Naval un gritó le devolvió la alegría que había perdido: “¡Te dije, que la mierda flota!”. Su amigo, Hugo “la Bruja” Adeso, asomaba la cabeza desde una de las camas altas. Al feliz reencuentro le siguió la tristeza por la noticia del fallecimiento del “Negro”. 

Tras una serie de confusiones con su nombre y apellido, y el de un cabo segundo llamado Máximo Frangioni, la familia de Mariano no estaba segura de qué había sucedido con él. Su madre decidió ir hacia allí y aclarar la situación. “Nos cruzamos en el camino sin saberlo. Cuando ella llegó le dijeron que yo iba hacia Buenos Aires”. En un micro con todas las ventanillas y cortinas cerradas por la supuesta “subversión” los llevaron hasta Constitución. En el camino, se animaron a mirar hacia afuera y vieron a las personas que los observaban y saludaban. 

“¡¿A dónde los llevan?!”, querían saber algunos.

“¡Venimos del Crucero General Belgrano!”, les contaban a los peatones, que se agarraban la cabeza, sorprendidos.

Al llegar a Constitución, Mariano tomó el 12 que lo llevaba a Barracas, por fin iría a casa. La autopista aún en construcción y que siempre le había irritado al pensar en las casas destruidas, ahora se veía maravillosa. Las cinco cuadras que tuvo que caminar desde la parada hasta su destino le tomó una hora recorrerlas. Los vecinos salían y lo saludaban. “Me invitaban a comer y yo les decía que ni siquiera había arribado a casa todavía. Al llegar a la esquina vi a lo lejos a mi hermano que hacía señas: ‘¡Ahí viene, ahí viene!’, gritaba. Ahí salió mi viejo y lo vi en la puerta de casa”. A Mariano se le quiebra la voz.

Solo tuvieron diez días de licencia y nuevamente debieron volver, sin saber cuál sería su destino. “A mí me mandaron al Hospital Naval Central que todavía estaba sin inaugurar. Tuve que hacer guardia militar, nunca tuve la suerte de trabajar seis horas e irme a casa, como sí le tocó a algunos. Yo entraba a las ocho de la mañana y salía a la misma hora del día siguiente”. Tras un año en la colimba, Mariano obtuvo la baja.

Los meses e incluso los años que siguieron estuvieron marcados por el apoyo, la compañía y el cariño de su familia y amigos que lo ayudaron a seguir adelante. “Cada caso es distinto, hay algunos que no quieren saber nada con lo que pasó. Nadie está preparado para eso, ni en ese momento ni ahora. La gente nos recibió y nos acogió bien pero también es cierto que muchos no te daban trabajo por considerarte un ‘loquito de la guerra’. No fue mi caso pero sucedía”. Mariano se dedicó a ayudar a su hermano en su tapicería, luego acompañó a un socio en una relojería. Más tarde comenzó a trabajar con su padre en la tornería. “Ellos me ayudaban a mí. No era experto en esas cosas pero aprendía y me las rebuscaba. Todo lo que tení que hacer, preguntaba cómo se hacía y lo aprendía por necesidad, porque no nos quedaba otra”.  En el año 2005 surgió la posibilidad de formar parte del personal auxiliar de una escuela en Provincia, “era como un portero. Al principio el sueldo era bajo pero luego se consiguió un plus y con eso compensaba. Luego el plus aumentó y ahí ya era un buen sueldo. Me quedé ahí hasta que me jubilé”.

Mariano recuerda aquellos años como una lucha constante, cortando calles y peleando por hacerse notar en los medios de comunicación. “Nos escondieron cuando llegamos y recibíamos órdenes solapadas de consejos para que no nos juntemos con los centros de veteranos. Pero gracias a esos centros se consiguieron distintos puestos de trabajo y leyes”. Durante el gobierno de Néstor Kirchner se hizo la “Carpa Verde” que se instaló en la Plaza de Mayo y que nucleó a todos los veteranos del país. “Hubo palazos y muchos terminaron en cana, pero ahí las cosas empezaron a cambiar”, recuerda. “Fuimos consiguiendo más cosas que nos correspondían pero siempre con mucho sacrificio”.

La lucha por el reconocimiento histórico continúa pero, en particular, el excombatiente señala la “desmalvinización” constante e implacable que observa y percibe por parte de políticos como también de los medios. “Tenemos que seguir peleando, siempre desde la vía pacífica y política pero con fuerza. Si no levantamos la cabeza, no vamos a lograr nada”. También da cuenta de la existencia de “malvineros” que tal vez no fueron al conflicto pero que a ojos de sus hijos son veteranos por ser patriotas y transmitir ese amor por su tierra. 

Para Mariano el mayor reconocimiento viene del pueblo, de los amigos y de la familia. “Cuando voy por la calle y llevo algo que me identifica como excombatiente, siempre se me acerca alguien y me saluda, me da la mano. En los festejos del Mundial fui a comprar una gaseosa y me la dejaron más barato porque era para mí”, recuerda divertido. Un día sus hijos lo esperaban en casa con una sorpresa que habían estado escondiendo por unos días. Grabado para siempre en su piel, le mostraron las Islas Malvinas. Con los ojos llenos de lágrimas, Mariano comenta “para mí es un orgullo bárbaro”.

Llamativamente, en relación a la experiencia vivida, Mariano disfruta de ir a navegar. “Incluso antes de hacer la colimba tenía la fantasía de navegar a vela. Cuando estaba en el General Belgrano, generalmente estaba adentro, encerrado trabajando. Recuerdo un día que decidí ir a tomar aire y me quedé mirando desde el medio de la cubierta. No lo podía creer, había visto fotos, películas pero estar ahí, ver esas olas, ese mar azul”. Se encontró allí con un suboficial quien con aire sereno, poco habitual en él, le dijo: “El día que no pueda volver a navegar, me voy de la Armada”.  Programando unas vacaciones con amigos para ir a navegar a Brasil, decidió tomar clases. Allí se reencontró con ese amor por el mar. Desde entonces navega cada sábado y cuando encuentra un tiempo libre: “No importa qué esté haciendo, yo cuelgo cualquier cosa y me voy a navegar”.

Denuncian al Gobierno mendocino por discriminación

Denuncian al Gobierno mendocino por discriminación

Integrantes de comunidades mapuches realizaron una presentación en el INADI y en el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial luego de que el Parlamento local los calificara como pueblo extranjero.

Luego de la aprobación del proyecto de ley provincial que afirma que “los mapuches no deben ser considerados pueblos originarios argentinos”, el pueblo indígena denunció al Gobierno mendocino por racismo y discriminación. La medida fue presentada ante el INADI y el CERD (Comite para la Eliminación de la Discriminación Racial). 

Hace casi un mes, la Cámara de Diputados de Mendoza afirmó, a través de su página web, que la insólita resolución se decidió “con base en los aportes científicos, históricos, antropológicos aportados al momento del tratamiento en comisión por especialistas en el tema indígena”.

Incluso, Rodolfo Suárez, gobernador de la provincia, expresó en sus redes sociales que “si no le damos la seriedad y la institucionalidad que el tema merece, alejándonos de los discursos fanáticos, vamos a tener estos grupos exigiendo la entrega de propiedades en toda Mendoza”. En sintonía con Suárez, el senador nacional Alfredo Cornejo afirmó que “no hay ni hubo mapuches en Mendoza” a través de su Twitter.

Damián Andrada, investigador y especialista en pueblos indígenas, comentó a ANCCOM que “la Legislatura mendocina no tiene la potestad de decir que integrantes de un pueblo indígena son argentinos. Además, no corresponde a ningún criterio científico”. 

Orlando Carriqueo, referente del pueblo mapuche, declaró a esta agencia que el proyecto representa “un acto racista, fascista, alejado de la verdad y fundamentalmente antidemocrático” y destacó que “tienen como claro objetivo deslegitimar la presencia mapuche y sus reclamos territoriales”.

Respecto a las discusiones sobre si los mapuches son extranjeros o no, Andrada explicó que “los pueblos indígenas están desde antes de la conformación del Estado Nacional. Existen antes de la conformación del Estado argentino y chileno.” A su vez, Diego Escolar,  antropólogo e investigador del CONICET experto en el tema, dijo que “la presencia indígena de los ancestros del mapuche en Mendoza data de más de mil años”.

El referente mapuche planteó que “la Argentina debe repensar su identidad, debe repensar su historia y debe aceptar primero que no venimos de los barcos y, segundo, que hay una gran identidad indígena en nuestra sociedad”.

Además, Escolar reveló que “el término mapuche como término de identidad, no es tan antiguo. Se empieza a generalizar en el siglo veinte y desde el siglo diecinueve. Antes, esos mismos grupos tenían otros nombres, por lo que es un error buscar datos del mapuche nombrados así en el periodo colonial”.

En referencia a cómo se trató la cuestión, Andrada sintetizó: “Cuando nos encontramos con pueblos que en lugar de desistir frente a estos avasallamientos, buscan resistir, rápidamente el poder económico lo toma como un enemigo. Los medios de comunicación que representan esos intereses, los ubican también como un chivo expiatorio, al igual que los movimientos y partidos políticos que se posicionan del lado de los poderosos”.

A la denuncia por racismo y discrimnación presentada por la comunidad mapuche, se suman la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, el INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) y el INADI quienes en el pasado manifestaron su preocupación por las medidas tomadas en Mendoza, ya que consideran que “este tipo de normas fomentan la reproducción de discursos de odio y legitiman prácticas muy peligrosas”.

Carriqueo afirmó que “ha habido un avance de discursos antimapuches, racistas y negacionista pero claramente tiene que ver con un problema que arrastra el Estado y la misma sociedad que es no reconocer el primer genocidio que ocurrió en Argentina y que tiene que ver con la campaña del desierto”. Agregó: “La democracia le debe a la sociedad el reconocimiento de ese genocidio y una discusion mucha mas amplia para poder desarmar y desarticular el racismo estructural que hay. Los partidos políticos no están ajenos a ese racismo que se ve fundamentalmente en el desconocimiento de la historia”.

 

Un barrio rico y fantasma

Un barrio rico y fantasma

Inquilinos con pocas opciones y departamentos vacíos: el problema de la Ciudad de Buenos Aires es aún más pronunciado en Puerto Madero. El rol de la especulación y los alquileres temporarios para turistas.

Torres altas y modernas, negocios lujosos que engalanan la vera del Río de la Plata; veredas cuidadas y autos de alta gama en casi todas las esquinas. Sin embargo, las calles están prácticamente vacías y rodeadas de un silencio inusual en el resto de la Ciudad de Buenos Aires. Nadie lo imaginaría a solo dos kilómetros de la Plaza de Mayo. Pero así es Puerto Madero, un barrio casi extranjero. Mientras que el resto de la población se esfuerza por acceder a un alquiler, en esta zona, la más cara de Latinoamérica, con un precio promedio de 5.921 dólares por m2 según la agencia Properati, sobra lugar.

El Censo de 2010 estableció que la población en este barrio era de 4.720 personas para una capacidad de 16.800 habitantes. Esto significa que hace 13 años sólo el 28% de las viviendas estaba habitada de manera permanente. El Censo de 2022 no midió por barrio la cantidad de viviendas, ni las cifras poblacionales, sino que lo hizo por comuna. Es por esto que no hay un dato concreto y específico sobre el nivel de ocupación permanente, aunque se estima que creció un poco.

En 2010, la población en Puerto Madero era de 4.720 personas para una capacidad de 16.800 habitantes: solo el 28% de las viviendas estaba habitada de manera permanente.

Fernando Bercovich, sociólogo y autor de “Trama Urbana” en la revista Cenital, explica que la zona “tiene mucha vivienda desocupada, que es uno de los grandes problemas en términos de generar un urbanismo que responda más a las demandas de la población. Hay mucha inversión como reserva de valor o que apuntan a sectores de clase muy alta, entonces quedan sin vender o están a la espera de que suba el metro cuadrado para aumentar sus ganancias”.

Mientras tanto, en el mundo real, la cantidad de inquilinos crece. La asociación civil Inquilinos Agrupados, que según su página web surge “en este marco de abuso inmobiliario y de ausencia del Estado”, aporta el siguiente dato sobre Buenos Aires: “De 22,1% de inquilinos que había en 2001 se pasó a más del 40% en la actualidad, lo que representa alrededor de un millón de personas alquilando unas 500 mil propiedades. Paralelamente, se construyeron más de 150 mil viviendas en los últimos 10 años, siendo el mayor boom inmobiliario del cual tiene registro la Ciudad.”

Paradójicamente, se siguen construyendo viviendas y hay demanda, pero no hay oferta. La disponibilidad de inmuebles para alquiler a largo plazo cayó más del 60%, informa la consultora Reporte Inmobiliario. Esta caída tiene varias causas, aunque siempre relacionadas a la especulación en un contexto de incertidumbre. En algunos barrios, como en Puerto Madero, se suma la problemática de los alquileres temporarios.

Alquileres dolarizados

Si uno entra en la página de Airbnb, la plataforma digital de alquileres temporarios más conocida del mundo, y busca un alojamiento en Buenos Aires, la zona de Puerto Madero está llena. Los precios van desde los 180.000 pesos mensuales hasta los 2.000.000. Bercovich comenta que “este tipo de alquiler tiene varios beneficios para los dueños de las propiedades porque en general se le puede sacar una renta mayor. Eso, en un contexto de devaluación y aumento del turismo extranjero, le conviene”. El problema, claro, es para los otros: “Así baja la oferta de alquileres a largo plazo y eso al mismo tiempo hace que suban los precios, generando muchas tensiones en el mercado”.

A los turistas se les suman los nómades digitales (una suerte de modernos trabajadores “golondrina”), quienes llegan a los barrios más caros de la Ciudad, aprovechando los bajos precios en dólares y la alta calidad de vida que se ofrece. Buenos Aires recientemente se ganó el primer lugar en la clasificación de la página Nomad List, una página que reúne a la comunidad nómada, por lo que se espera que en los próximos meses lleguen muchos más.

Puerto Madero nunca fue pensado como una zona exclusiva. Alfredo Garay, arquitecto e ideólogo del barrio, escribe en un artículo publicado en “Land Lines” que “fue un proyecto concebido como parte de una estrategia de desarrollo más amplia en todo el centro de la ciudad, que también incluía cambios en las normas sobre el uso del suelo, el reacondicionamiento de edificios y la construcción de viviendas de interés social en áreas tradicionales.” Si bien se lograron varios de sus cometidos, como el crecimiento del área y la creación de miles de puestos de trabajo, a causa de la estrategia de comercialización de los desarrolladores privados, se “diluyeron los objetivos de inclusión social de la gestión pública con el fin de favorecer la creación de un barrio de características exclusivas.”

La especulación inmobiliaria no es una práctica que se dé solo en esta parte de la Ciudad, pero allí se ve de forma más clara. Miles de departamentos continúan vacíos y a la espera de que sus precios se eleven o que las condiciones cambien. El método se repite en todo el distrito y hace estragos en el mercado de alquileres. Inquilinos Agrupados presentó en octubre de 2022 un proyecto de ley que busca revertir la situación.

El proyecto fue nombrado “Régimen de alquiler protegido” y tiene como objetivo mejorar progresivamente el acceso a la vivienda de aquellos ciudadanos que se encuentran en condición de inquilinos a través de la incorporación de los inmuebles vacíos con destino de vivienda. Para lograrlo se debería cumplir el Artículo 31, Inciso 2 de la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que “auspicia la incorporación de inmuebles ociosos” y del Artículo 4 (incisos a, b, c y d) de la Ley 1251. El proyecto estipula que toda vivienda que se encuentre deshabitada en forma permanente y sin causa justificada por el plazo de tres meses pasará a un alquiler protegido del Estado.

La finalidad es enfrentar el déficit habitacional que asedia a los inquilinos de la Ciudad de Buenos Aires, los mismos que, con mucho esfuerzo le dan vida. Enfrente tienen  una especulación inmobiliaria que se impone desde los barrios porteños más exclusivos.