“No soy solemne pero no por eso soy menos rigurosa”

“No soy solemne pero no por eso soy menos rigurosa”

«La Barbie apareció en un momento en el que me sentía muy mal. Estaba en un trabajo que tenía que ser el laburo de mis sueños pero me subestimaban constantemente», recuerda Mileo.

“Si el futuro es feminista, el conocimiento deberá serlo, otra no queda”. La frase es de Agostina Mileo y pertenece a su primer libro, Que la ciencia te acompañe. A luchar por tus derechos, publicado por Editorial Debate. Con lenguaje directo y accesible, Mileo aporta allí datos científicos para pensar temas de la agenda feminista: aborto, orgasmos, menstruación, las dietas, las diferencias entre el cerebro masculino y femenino; y desarmar sus mitos asociados.

Agostina es licenciada en Ciencias Ambientales, máster en Comunicación Científica, Médica y Ambiental, y doctoranda en Historia y Epistemología de la Ciencia. Además, es editora en Economía Femini(s)ta y coordinadora general de MenstruAcción, una campaña que apunta a que menstruar deje de ser un factor de desigualdad económica y un estigma. Pero en las redes sociales, a Agostina se la conoce como la Barbie Científica, un personaje que creó para enfrentar los prejuicios de ser mujer en el ámbito científico y “ponerle glitter al bullying”.

¿Cómo surgió la Barbie Científica y el interés por pensar la ciencia en clave feminista?

No surgió todo al mismo tiempo. La Barbie apareció en un momento en el que me sentía muy mal. Estaba en un trabajo que tenía que ser el laburo de mis sueños pero me subestimaban constantemente. Tenía que ver con mi aspecto, como si ocuparse de la imagen fuera sinónimo de ser superficial, y más por mi especialidad. Ya había hecho el posgrado en comunicación científica y dentro del ambiente de la ciencia se veía que no me había dedicado a nada serio. Muchos profesionales de la ciencia tienden a pensar que no hay nadie mejor para comunicar las cosas que ellos mismos y que no requiere ningún tipo de habilidad especial más que el sentido común o una disposición natural como el carisma. Necesitaba hacer algo más propio que me incentivara, y buscando estrategias me di cuenta de que en muchos estudios aparece que la comunicación pública de la ciencia y los contenidos satisfacen una demanda preexistente, que la gente que ya considera que la ciencia es un tema de interés general, busca cosas y las encuentra, pero que no hay productos que capten nuevas audiencias. Por como venía siendo socavada mi autoestima se me ocurrió pensar en un personaje, veía que es un recurso que se utiliza mucho para chicos. La Barbie Científica permitía que piensen que me estoy riendo de mí misma pero, en realidad, me estoy riendo de la situación que atravesaba todos los días y lo que se pensaba de mí cuando ingresé a trabajar en comunicación pública de la ciencia. Fue mi manera de ponerlo sobre la mesa y también me divertía la exploración de esos aspectos. Estudié teatro y danza de chica y me divertía construir un personaje. El otro día encontré un fanzine que hicimos hace unos años con amigos, y tiene textos que son súper exploratorios del personaje. Se ve que le estaba buscando la voz a la Barbie y dice cosas tremendas, es como una revista Cosmopolitan pero científica, muy gracioso. Hoy no haría ese contenido porque los ánimos están muy caldeados y la ironía a veces no se entiende. La Barbie está más resguardada pero hay algo en el aspecto y en el lenguaje corporal en los videos que es irónico y con lo que me gusta jugar. Soy yo misma, no es un alter ego forzado, es un aspecto de mí y fue parte de un camino de la aceptación porque yo también pensé muchas veces que no soy lo suficientemente seria. Y no, no soy seria ni solemne pero no por eso soy menos rigurosa.

¿Y el feminismo?

En relación al tema feminista, si bien por un lado nos piden una conformidad asfixiante con un montón de normas respecto al aspecto, a la forma en la que nos presentamos a nosotras mismas, la conformidad respecto a la femineidad nos abruma y nos ahoga, y cuando se evidencia eso no gusta. Entonces es evidente que no leíste el último paper porque te estabas pintando las uñas. Eso siempre estuvo de fondo en la construcción del personaje, una sátira de esa cuestión. Pero soy conscientemente feminista desde el Ni Una Menos. Unos meses antes de la primera marcha empecé a trabajar en una empresa de copas menstruales, tenía que recabar evidencia clínica sobre la copa menstrual para que en entornos médicos se empezara a prescribir y cuando comencé esa investigación me di cuenta de algo que es obvio: si no tenés plata para comprar productos de gestión menstrual vas a faltar a la escuela o a tu trabajo, y eso me flasheó. Ahí empecé a pensar que tenía que hacer algo, que tenía que poner el cuerpo. Siempre milité, no en lugares partidarios, pero trabajé en barrios y en distintos proyectos. No era ajena al activismo pero en ese momento se juntó todo. Pensé que para hablar de eso también hacía falta difundir la perspectiva científica al respecto, sostener los argumentos, recabar datos, y ahí empezó ese camino.

 

«No puede ser que la menstruación condicione nuestro acceso a derechos», se queja La Barbie Científica.

En el libro hablás de que cuando te cae la ficha de que el machismo está en todos lados, después no podés dejar de verlo. ¿Vos ubicás ese momento como tu propia caída de ficha al respecto?

Sí. Fue una epifanía. No puede ser que la menstruación condicione nuestro acceso a derechos. Pero lo pienso como un camino, hay un recorrido en el que aparece un elemento. Yo exploro mucho con la cocina vegana y hay algo muy difícil que es el reemplazo del huevo en ciertas preparaciones. Es eso: encontrar un elemento ligante y que de repente la cosa tome forma, ya no son los ingredientes por separado. Hay una cuestión que a mí me pasa con el feminismo, la comunicación pública de la ciencia y el personaje de la Barbie que tiene que ver con cosas construidas durante tanto tiempo que de repente tienen un sentido común, y yo empecé a estar más incentivada y a darme cuenta de que esto es mi carrera.

¿Cómo surgió la idea de escribir el libro?

No fue mía. Una vez vino el escritor Enzo Maqueira a un programa de radio que yo hacía y le había gustado el personaje y me dijo “¿por qué no escribís un libro?”. Me implantó esa idea pero lo dejé ahí. Y un día me llegó un mensaje de Facebook de mi editora, Ana Pérez, preguntándome si alguna vez había pensado en escribir un libro. Fui con una idea y ella me dijo “eso no”. Entonces le dije de hacer un compilado. Lo armé con material de varios años de trabajo, son temas que fui tratando desde distintos aspectos y noticias. Quería que fuera un libro corto, y que te quedaras con un panorama general de por dónde va la cosa. Porque no sé si a todo el mundo le interesa acceder a cierto nivel de detalle, primero, y me interesaba más poner en perspectiva dónde entra la ciencia en un colectivo feminista amplio, con demandas diversas, y con construcciones muy recientes en muchas personas, hay gente que recién se empieza a hacer preguntas, y me parece que está bueno poder acceder a información bastante digerida para poder incorporarlo a su propia perspectiva del feminismo. Y también para gente que está muy metida pero es un tema al que nunca accedió. Me parecía que tenía que ser para todo el mundo, independientemente del momento en el que estés respecto de tu feminismo. Hay muchos libros de comunicación científica pero, en general, están en el stand de autoayuda o en el de libros feministas. Eso para mí es tremendo. A mí me gustaría estar al lado de Manes. No en la vida, sólo en la vitrina. La idea era que fuera accesible y que cada capítulo te dejara una idea respecto del orgasmo, el aborto, y así. Tiene fuentes muy diversas, no son solo papers, hay charlas TED, videos, publicidades, hay capítulos de series. La idea es que podamos ir identificando estas cuestiones en los consumos culturales que tenemos porque si no tenés que ir a buscar esa información a lugares que son un poco inaccesibles a menos que seas del palo académico.

Barbie lanzó una campaña por la eliminación del IVA de los productos de gestión menstrual y su distribución gratuita.

Comentaste que el capítulo que tuvo mucha repercusión y te sorprendió es el dedicado a las dietas y la alimentación.

Era un capítulo que no era de mis favoritos y me lo nombraron mucho. Lo escribí, más  que por afinidad con el tema, por una cuestión de responsabilidad. Es algo súper local, recontra dejado de lado por la salud pública. Se habla muy poco de la cantidad de trastornos alimenticios que hay en Argentina. Es particular y es superlativa. Siempre estamos peleando el segundo o tercer puesto a nivel mundial en casos de anorexia y bulimia. Es una sociedad especialmente obsesiva con las dietas y la delgadez. Si bien yo no lo abordo tanto, desde ese lugar sí hablo mucho de cómo la salud empezó a ser un valor moral para acceder a cánones estéticos. Nos siguen vendiendo lo mismo para los mismos fines pero con discursos reformados que en la superficie parecen ocultar otra cosa. Ese capítulo además tiene una crítica muy cruda a la manera de presentar resultados en la academia y la ciencia, que tiene que ver con ser ciegos a la clase. Eso también generó repercusiones. Muchas personas que militan estas cosas no suelen verlo en personas que se dedican a hablar de ciencia o a hacer ciencia. Digo que muchos estudios acerca de la conducta alimenticia se hacen asumiendo que los humanos cambiamos nuestro comportamiento porque tenemos una disponibilidad de alimentos infinita. Si bien es verdad para muchas personas, es una falta de respeto supina enunciar eso. Debería decirse “para tal porcentaje de la población existe esta realidad, entonces yo estudio desde este recorte”, pero no reconocer eso a mí me choca muchísimo.

En relación a eso, una de las ideas principales del libro es el cuestionamiento de la supuesta universalidad de la ciencia, la idea de que el sujeto neutral de la ciencia es en realidad el varón blanco heterosexual. ¿Qué podés decir acerca de la ceguera de género a la hora de armar los muestreos sobre los que se basan la mayoría de las investigaciones?

Es súper complejo. Se tienen que hacer recortes porque no se puede estudiar la realidad toda. Pero no se trata de criticar y señalar porque si no entrás en ese círculo en el que la ciencia es un discurso más y es lo mismo que la astrología. ¿Qué es esa equiparación? Hasta ahora, la ciencia ha sido la mejor manera de argumentar que hemos encontrado como humanidad, pero se puede perfeccionar. No sólo por razones que tengan que ver con la justicia social sino para hacer mejor ciencia. Y esa es la parte que mis colegas nunca toman. Siempre me dicen que está bueno lo que hago por corrección política y porque ya no se pueden decir ciertas cosas. Pero cuando yo señalo que una muestra no está bien hecho no lo toman. Cuando en el libro hablo del paper de los culos y las tetas, que fue defenestrado de mil maneras, a mi no me interesaba reproducir esas críticas, lo que digo es que las conclusiones no se desprenden del estudio. En los medios salieron a decir que las mujeres están gastando mal la guita porque se hacen más las tetas que el culo, y que a los hombres les gustan más los culos. Se asume que si nos hacemos una cirugía es para gustarles a los tipos, y no se hizo ninguna contraprueba para poder afirmar eso. Me parecía interesante decir que las conclusiones no se desprenden del experimento y criticarlo desde ese lugar. Lo que quería demostrar es que en nombre del machismo, y obviando las diferencias entre géneros, se termina haciendo mala ciencia.

¿Cuál es tu diagnóstico de la brecha de género en el ámbito científico hoy en la Argentina?

Hoy está todo muy difícil. Ante una emergencia, los reclamos feministas parecieran ser hasta mezquinos. Hoy también, de cara a las elecciones también se puede pensar que el aborto no es tan importante porque la gente se está muriendo de hambre y eso se escucha hasta de dirigentes políticas feministas. Más allá del diagnóstico que se puede leer acerca de la situación de las mujeres en ciencia, de la segregación vertical, la segregación por estereotipos, el no incentivo y demás, yo insisto mucho en la responsabilidad institucional. Hay herramientas e iniciativas que se propusieron y que ni siquiera son tan nuevas. La Unión Soviética fue pionera en la reincorporación y permanencia de mujeres en la carrera científica. Hay una responsabilidad institucional que muchas veces se disfraza de que como la cosa está mejor que antes, como hay una especie de camino que se está recorriendo, hay que esperar porque va a llegar de repente a la igualdad, y sólo habría que esperar que suceda. Pero también hay una resistencia machista que no hay que dejar de ver. Me parece muy importante visibilizar que son los varones científicos los que menos creen en la evidencia que se recaba acerca de la discriminación a las mujeres en los campos científicos. Así como hay algo cultural que atraviesa, tampoco podemos negar las interacciones particulares de ciertos sectores. El estereotipo de varón científico es bastante misógino. Si te dedicas a la ciencia es porque sos una ameba sexual, sos nerd y no sos atractivo para nadie.

¿Qué iniciativas concretas podrían implementarse para generar una reestructuración del lugar que ocupan las mujeres en la ciencia? Mencionabas el caso de la Unión Soviética.

En el caso de la Unión Soviética, por ejemplo, se trabajó sobre la maternidad. Se pusieron espacios de cuidado en los lugares de trabajo. En Conicet no existe la licencia por paternidad. La licencia por maternidad llegó 30 años después a becarios y becarias. Todo el tema de la planificación familiar es obvio y es transversal a todas las aéreas, pero en particular ha habido capacitaciones específicas para los referatos de los papers en temas de sesgos de género que han mostrado efectividad. Suele suceder que los papers de las mujeres están más tiempo en referato o vuelven con más correcciones.  Otro tema que hay que enfrentar es el acoso sexual. Hay ingenierías donde la matrícula de mujeres es del 3%. También se habla mucho de la informática que es un área en el que el número de mujeres decreció. Era una carrera femenina en su momento porque se asociaba a tareas de secretaria. Hoy se dice que se necesitan más mujeres en tecnología pero andá a sentarte a un aula con un 95% de tipos. O con profesores que son todos chabones. Más allá de cómo hacemos para llegar a querer estudiar esas cuestiones, cuando llegamos el clima es sumamente hostil. Tiene que haber protocolos explícitos de acoso sexual y sanciones, te tienen que asegurar que vas a estar cómoda. El tema del acoso sexual en ciencia todavía es un tabú y no se ha destapado como en otros ámbitos.

Más allá de la falta de estímulo, en el libro te referís a la persistencia, como factor cultural, de la asociación de la capacidad intelectual con lo masculino.

Hay características innatas que se asignan según el sexo. Y es terrible pensar que hay características innatas que te hacen más apto para ejercer una carrera científica o no, y eso aleja a la gente en general de la ciencia. Está el estereotipo de que hay que ser especialmente inteligente o brillante para ser científico o científica, y eso es bastante expulsivo. Nadie es abogado para ser Ally McBeal, pero si querés ser científico es porque querés ser Einstein. No hay una idea del quehacer científico más allá de esa espectacularidad. Hoy la ciencia no sólo es expulsiva para mujeres, es para la gente en general. Te formas un montón de años en una situación de trabajo precario e informal que es la situación actual de becarios y becarias, y después no entrás a carrera. Y si entrás, los sueldos son bajísimos. Hay un sesgo de clase fuerte. Tenés que poder costearte la dedicación a la ciencia, tenés que poder no trabajar o hacerlo poco durante la mayor parte de la carrera. Está la idea de que tenés que hacerlo por vocación, porque querés ayudar a la humanidad y eso no tiene nada de atractivo como laburo. Ahí hay un problema grave. El primer problema es cómo consideramos que hay que ser para hacer ciencia y eso está generizado y sexualizado. A las mujeres no se nos considera inteligentes, ni objetivas, ni pragmáticas, y se piensa que hay un montón de cosas de nosotras que son contraproducentes con respecto a la labor científica, como ser muy emocionales.

Otro punto fuerte del libro es el abordaje de la menstruación como factor de desigualdad, ¿Cómo surgió la campaña MenstruAcción?

Yo venía trabajando en el tema, y en el primer Paro Internacional de Mujeres vi que dentro de las consignas, el tema de la menstruación ligado a la salud y a los derechos sexuales y reproductivos no aparecía. Lo comentamos con las compañeras de Economía Femini(s)ta, especialmente con Mercedes D’Alessandro, y yo dije de hacer una colecta y ella me decía que teníamos que hacer también un reclamo. Finalmente lanzamos la campaña con tres peticiones: la eliminación del IVA de los productos de gestión menstrual, la distribución gratuita, y la investigación y datos. Tuvo una recepción que no nos esperábamos. Seguimos trabajando para que los proyectos no estén cajoneados. El 28 de mayo es el Día de la Salud Menstrual y vamos a lanzar un nuevo proyecto que trata de intervenir sobre la ESI. El tema todavía se está tratando desde un lugar bastante tradicional dentro de los materiales vanguardistas de la ley. Nosotras militamos fuerte por su aplicación, así que este año vamos a ir por ese lado. También estamos terminando de actualizar los datos del costo de menstruar, lo veníamos haciendo con herramientas más rudimentarias y este año nos pusimos las pilas con la metodología para poder hacer una estimación más precisa. Es una campaña que nos da muchísima satisfacción. La red es súper amplia, es una campaña abierta para que la aplique quien quiera, y en todo el país hay grupos que han hecho trabajos fantásticos.

La importancia de darle visibilidad a un tema que sigue siendo tabú

Es un tema tabú incluso dentro del feminismo. Hemos tenido más tracción en grandes medios y mucha respuesta en el Poder Legislativo que dentro de las organizaciones del feminismo. Eso no está bien ni mal, pero las organizaciones que han respondido son las que trabajan directamente con personas vulneradas. El trabajo diario es ir tendiendo redes entre las personas que se acercan, más que centralizar en nosotras la información.  

¿Cuáles son a tu criterio las prioridades y expectativas en relación de los temas de agenda feminista para este año?

Espero que se vote de nuevo el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Si bien tenemos un movimiento fragmentado, con demandas distintas, creo que hoy hay dos consignas que realmente nos aúnan. Una es el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito, y otro es el acceso efectivo a la justicia en temas de violencia de género. Son dos grandes deudas pendientes y es en lo que yo me concentraría. Muchas veces se hace hincapié en los desacuerdos que tenemos entre nosotras, que no está mal, pero terminamos teniendo consignas con puntos contradictorios por un afán de incluir a todas las voces, y en realidad tal vez incluir todas las voces sea tomar dos consignas con las que estamos todas de acuerdo. Creo que el feminismo siempre tiene que estar más del lado de un movimiento de presión y construcción popular, que no tiene que estar dentro de la lógica electoral. Las elecciones ocurren y las feministas votamos pero me parece que por respeto a la heterogeneidad del movimiento y para aprovechar la fuerza que tiene, estando tan atrasadas en reclamos básicos, sería más productivo concentrarnos en lograr pisos de derechos. Creo que las consignas del aborto y del Ni Una Menos, en tanto acceso a la justicia para las víctimas de violencia de género, son cosas que tenemos aprovechar para demostrar que hay un movimiento muy fuerte y con capacidad de mover la aguja.

“La ficción es la única herramienta disponible para entender la realidad”

“La ficción es la única herramienta disponible para entender la realidad”

«El amor es una temática que no circula mucho en la narrativa contemporánea argentina», cuenta López.

Cuenta Julián López que los días siguientes a entregar la versión final de su último libro, La ilusión de los mamíferos, despertó con sensación de bochorno: “Me parecía que estaba mostrando demasiado y que no lo iba a tolerar. Después me tranquilicé, no había manera de volver atrás”. Y por suerte no la hubo. Publicada por Random House, la novela tuvo una recepción notable, probablemente de las más celebradas de 2018. Allí cuenta, con absoluto lirismo, la historia de amor entre dos varones que se encuentran únicamente los domingos y puertas adentro. Es la historia de un amor que se rompe y esto no es un spoiler porque queda claro desde el principio. Abrumado por la pérdida, el narrador reconstruye las horas compartidas -los silencios, la incomodidad de las primeras veces, el placer de la conversación y el sexo- en primera persona y en tono confesional mientras la Ciudad de Buenos Aires resiste como puede a los embates del neoliberalismo.

Julián dice que no piensa la escritura, que es algo que le viene, “un impulso” al que no se puede negar. Tenía 10 años cuando las letras lo asaltaron por primera vez. Estaba sentado en el umbral de su casa, cuando de pronto sintió algo extraño y de un tirón salieron dos poemas. Su entrada formal a la escena literaria llegaría más tarde. En 2004 editó Bienamado, su primer libro de poesía, y también participó en diversas antologías. Si bien reconoce que es de procesos largos, su última publicación tuvo un origen muy singular. Tras el éxito de su primera novela, Una muchacha muy bella (Eterna Cadencia, 2013), el autor se encontraba trabado con su escritura: “Me di cuenta de que todo lo que hacía era subir idioteces a Facebook y me empecé a preocupar porque no tenía ganas de escribir”. Como solución, se obligó a improvisar cinco minutos de escritura los domingos a la mañana en la red social. “Ahí empezaron a aparecer estos textos. Cuando me di cuenta de que tenían un tono, un narrador y un universo común, empecé a laburar la idea de una novela respetando la dinámica de Facebook: textos fragmentarios, cortos, que empezaban y terminaban”, explica mientras toma una taza de té en su departamento de San Telmo.

¿Fue un desafío escribir una novela de amor en el siglo XXI?

Tengo la sensación de que es una novela un poco anacrónica. Por un lado, la idea de abordar la cuestión del amor y también el modo en que lo evoca, con los ritos del siglo XX. Pero eso se me fue imponiendo en la escritura. Cuando empecé a escribir y parecía que iba a ser una novela de amor, me entusiasmé mucho. El amor es una temática que no circula mucho en la narrativa contemporánea argentina. Empezó a aparecer el material y me dieron ganas, pero no tenía pensado escribir una novela de amor. A mí en general los materiales me asaltan, no los voy preparando. Empecé a escribir y se impuso esto, y ahí recién empecé a tomar algunas decisiones.

En la primera página está contado el final. ¿Fue difícil sostener esa decisión a lo largo del proceso de escritura?

Sí. Lo pensé para facilitarme la escritura. Dije: “Voy a hacer una novela donde en la primera página ya sepa todo, que no haya nada más para revelar”, para no trabajar mucho y fue justamente todo lo contrario. No me acuerdo cuántas páginas había escrito con esa información en la primera página y me empecé a preguntar cómo sostener eso. Ahí tuve que diagramar una estrategia para ver cómo iba a ser la novela, si no iba a contar ninguna peripecia en el orden de la trama. Me di cuenta que era un medio tono. No contaba sucesos sino cada uno de los encuentros que tuvieron esos amantes.

En ese sentido, el juego de lenguaje prevalece por sobre la trama. ¿Crees que eso se vincula con tu trayectoria como poeta?

Puede ser. Por otra parte, a mi la trama es lo que menos me importa de un libro. Ahí se ve qué busca mi lectura cuando lee. Más allá de lo que pase me interesa cómo está presentado eso que pasa. Es una novela que en ese sentido está facilitada porque lo que se cuenta ocurre en el interior de un departamento chiquito y la mirada está muy puesta en cada detalle. Los contactos con el afuera son el balcón o las pequeñas caminatas que hacen los personajes. Hay claramente una marca entre adentro y afuera. Y el afuera desde adentro es la contemplación de los árboles, de una manera de la ciudad. Todo eso lo fui descubriendo cuando pensaba cómo voy a hacer con esa historia que no va a contar ningún suceso más.

El texto puede empezarse a leer por cualquier parte y funciona igual.

Claro. Eso tiene que ver con la idea Facebook y con la idea de que no va a haber suceso. Son textos cortos que empiezan y se cierran. Yo soy muy activo en las redes sociales, muy a mi pesar, porque preferiría que no. Era de los que decían que jamás iban a entrar a esa porquería. Un día me asomé y me quedé a vivir ahí adentro, fue espantoso. Me encantaría irme pero no puedo. Tuve que inventar una estrategia para que Facebook me diera algo a mí. Tengo muchos amigos que no entran y que tienen un discurso sostenido por los nuevos filósofos como Bifo Berardi, que dicen lo que son efectivamente las redes sociales: sistemas de control social muy espantosos. Yo venía con toda esa carga también. De alguna manera encontré cómo sacarle provecho a esa adicción espantosa de la que no pude salir.

Retomando lo que decías de que en la novela se construye un mundo cerrado, el de los encuentros de la pareja, y un afuera en el que aparece una ciudad arrasada por los desarrollos inmobiliarios, hace poco cerró La Giralda, que forma parte de ese universo porteño que retratás. ¿Qué te pasa con eso?

Mi adolescencia fue en La Giralda, ir a tomar ginebra en tiempos de recién vuelta la democracia. Me acuerdo que había un mozo que me avisaba cuando entraba algún servicio y yo me aterraba. Nunca voy a saber si era verdad pero había una fauna que iba ahí a la que le avisaban, había cierta solidaridad que no era tal. Incluso no sé si el mozo era un servicio, supongo que no, pero en plan paranoia cualquiera de las opciones funcionaba. El cierre de La Giralda viene a confirmar todo lo que está pasando. Es un delirio lo que están haciendo en Corrientes. ¿Cómo el arreglo de una vía tan importante va a tardar tanto? Es extrañísimo. Es la desnaturalización de los usos de una ciudad y meterse con la calle más característica de Buenos Aires. Cuando yo era pibe era hermosa porque tenía realmente vida cultural, había librerías, cafés, los escritores e intelectuales deambulaban por ahí, y hace muchos años que es horrible. El discurso es que la gente la pueda usar pero es paradojal lo que sucede: hay tanta intervención sobre lo público que te retira cada vez más. Yo quería escribir una novela sobre Buenos Aires y hoy eso no puede ser más que escribir sobre el arrasamiento que el neoliberalismo le está haciendo a la mayoría de las ciudades del mundo.

En este punto es donde la novela se vuelve más explícitamente política.

Sí. Fue algo que tuve que controlar con el auxilio de mi editora, Ana Laura Pérez, porque sometía a la novela a decir cosas que pienso yo. Sin embargo, de Buenos Aires hoy no se puede hablar en otros términos. Claramente está esa impronta exhibicionista del perfil político de la novela pero a la vez tuve que recortar cosas que eran un “yo pienso” y en términos de la construcción de una novela no le importan a nadie.  

¿Qué motivó el uso de la primera y segunda persona?

Venía de una novela con una primera muy poderosa y quería animarme a una segunda. Cuando era adolescente escribía en tercera pero hoy se me pegó mucho la primera, me interesa la perspectiva muy de cerca de las cosas. Pero acá quería meter una segunda voz. Es muy difícil lograr que el artificio de estar hablando a otro no suene como un ejercicio que estás haciendo para el lector. Tenés que ser muy cuidadoso al armar la segunda persona para que el lector se disuelva y el lector empiece a ser interpelado. Entonces mantuve la primera, que aparecía en los primeros textos, pero refiriéndose a otro muy claramente. El desafío fue mantener una voz hegemónica porque la novela la cuenta un tipo pero está contándosela al otro, lo cual es un artificio completamente ridículo porque el otro vivió eso que está contando. Tenía que lograr que eso no fuera absurdo. Creo que más o menos lo logré. Yo estoy conforme.

En otras entrevistas comentaste que no pensás tu escritura en la clave de lo diverso.

Yo no escribí una novela sobre el amor gay. Es una historia de amor homosexual, está clarísimo. Pero la novela no quiere reivindicar nada.

El protagonista dice “si accedía a que sucediéramos no era por ninguna militancia de nada para mi”.

Exactamente. Son dos personajes de clase media ilustrada y porteña que están protegidos dentro del discurso de las conquistas de los últimos años. Si bien cualquier historia amor implica la idea de un riesgo, estos dos no arriesgan nada porque no están haciendo culto a una identidad. Están aprovechando los pocos momentos que les quedan libres para convertirlos en encuentros amorosos. No quería que la novela estuviese con la idea de la ganancia de la identidad diversa porque no habla de eso. El riesgo de esta novela es que sea leída en clave gay, pero los personajes no admiten esa lectura. Si fueran dos pibes de la villa, por supuesto que sí.

Hay una escena muy poderosa, cuando el protagonista comparte una comida con la familia de su amante, que es casado. Sin embargo, no se explicita cuál es el arreglo entre las partes. ¿Te interesaba jugar con esa ambigüedad?

Exacto. Esa escena fue la más ardua. Todo el tiempo tenía que tener claro qué tipo de información podía circular para que el lector nunca estuviera tranquilo. El protagonista entra a un espacio que no conocía y que responde a la intimidad del otro, lo ve espléndido y funcionando, y él siendo tan bien recibido, que cualquier fantasía de enemistad se le disuelve. Cualquier cosa que dijeran los personajes inclinaba para un lado o para el otro entonces tuve que ser muy consciente. Además, yo no quería que fuese una escena de “vengo a buscar a mi hombre”. El protagonista quiere más del otro y el otro está dispuesto a dárselo, aunque nunca se especifica qué. Cuando éste, que vive inmerso en su soledad, ve la vida burguesa de una familia porteña no entiende nada y se da cuenta de toda la fantasía.

En el texto trabajás también la idea misma de ficción. ¿La ilusión del título remite a la construcción ficcional del amor?

Durante mucho tiempo pensé que no podía empezarla así pero la novela comienza diciendo “no soy”. Es alguien que viene a negar. Después dice: “No tengo nada para contar”. Dice: “No soy pero vengo acá, donde son, a contarte esta historia que vivimos los dos para que una vez que la pueda hacer relato pueda participar del mundo de la realidad y por tanto pueda terminar, hasta que no la ficcionalice va a ser eterno, va a pertenecer al orden de la fantasía, si no la organizo con palabras va a ser una cosa y yo necesito que sea un relato para poder despedirme”. En ese sentido la novela está organizada como un intento de la despedida del amor. Está la idea de que la ficción es la única herramienta disponible para entender la realidad. No soy pero vengo a armar un relato de esto que fue y después veo que soy. Está la idea de si ese amor fue o no fue. A veces uno vive cosas que después en el futuro te hacen preguntarte si fueron de esa intensidad. Las palabras son el rito que da entidad a eso que se recuerda, la corporización más poderosa que tiene este protagonista es la idea de hacer relato. Necesita contar cada uno de esos encuentros para decir esto sucedió, terminó, ahora puedo marchar.

Las escenas eróticas están narradas con mucho lirismo y a la vez son muy explícitas.

Cuando empecé a darme cuenta que era una historia de amor entre dos tipos, esa fue la única condición que me impuse: si no hay garche no me interesa, la idea de dos que se dan un besito no me interesa nada. El desafío era pensar si lo podía lograr. Las escenas de sexo pueden ser particularmente difíciles de escribir. Porque yo quería que fuesen escenas de sexo muy explícitas y que de eso diera cuenta el lenguaje. Si te fijás, dice miembro, pene, pija. Va aumentando la crudeza. Necesitaba que hubiese escenas de sexo muy duro pero entre esos dos cuerpos enamorados y en medio de esa historia. No me interesaba que mi protagonista se fuese a garchar por ahí con otro. No me interesaba la escena porno per se. De nuevo, no quería contar lo gay. Si yo hubiera querido contar la idea de la identidad gay lo hubiera mandado al tipo a un sauna. Yo quería contar esos dos cuerpos que están enamorados, con tanto condicionamiento.

¿Qué influencias literarias identificas en tu obra?

Siempre me es difícil responder eso. Te puedo decir escrituras que me impactaron mucho que supongo que hacen sedimentos y maneras de traducción de lo que para vos es la escritura, que después intentás reproducir. La escritura de Néstor Sánchez fue muy deslumbrante para mí. Antonio Di Benedetto, Marguerite Yourcenar, Gabriela Cabezón Cámara. La poesía también, sin dudas. Yo no le veo filiaciones específicas a esta novela pero tampoco me puse a verlo. Aníbal Jarkowski, a quien admiro enormemente, marcó una filiación con Héctor Tizzón y me súper sorprendió.

¿Te da miedo volver a atravesar esa traba que experimentaste después de Una muchacha muy bella?

Me dio miedo, me condicionó mucho y por eso tardé tanto en la escritura. Todavía no estoy escribiendo nada nuevo pero tengo una idea a la que quiero ir. Siempre tenés el miedo de que la vas a cagar y está bien, en algún momento uno la tendrá que cagar pero estoy tranquilo con mi escritura. Me gusta en el sentido de que es lo que yo pretendo que sea. Hasta ahora es lo que yo quería, sabiendo que lo que uno hace entra a una idea de mercado y habrá gente a la que le interesa y gente a la que no. Es lógico, me pasa a mí con los escritores que leo. Pero estoy conforme con cómo está saliendo, y para un neurótico grave como yo es un montón.