“El impacto de la dictadura sobre la infancia hace que desaparezca la Teoría de los Dos Demonios”

“El impacto de la dictadura sobre la infancia hace que desaparezca la Teoría de los Dos Demonios”

“Mi memoria es una memoria del terror”, cuenta Ángela Urondo Raboy en alusión a sus días en cautiverio en el D2, el centro clandestino más grande de Mendoza. Ella, junto a sus padres, el escritor Francisco Paco Urondo, periodista y responsable de la Regional Cuyo de Montoneros y la periodista Alicia Raboy, fueron interceptados en un operativo cuando viajaban en un auto con otra militante, René Ahualli. Era  el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, Mendoza. Paco fue asesinado y las mujeres lograron escapar, hasta que Alicia y Ángela fueron luego secuestradas.

Ángela, que en ese entonces era una beba de once meses, estuvo secuestrada en el D2. Se desconoce cuánto tiempo permaneció allí. Luego la llevaron a la Casa Cuna de Mendoza, hasta que fue devuelta a su propia familia: una prima de su madre junto a su esposo la adoptaron legalmente y le ocultaron su verdadera historia hasta su adolescencia. Desde muy pequeña supo que sus padres biológicos habían muerto en un accidente de auto. Ese era el discurso. De su madre, había visto un par de fotos y le habían contado que era estudiante de Ingeniería. De su padre, jamás le hablaron. Al momento de descubrir la verdad, cuando su familia adoptiva decidió, a sus dieciocho años, empezar a contarle los hechos para que pueda cobrar la indemnización por ser hija de desaparecidos, supo la importancia pública que tenía la figura de su padre y descubrió también que además de su madre, tiene una hermana y un cuñado desaparecidos: Claudia Urondo y Mario Koncurat, ambos pasaron por  la ESMA. Años más tarde, inició el juicio de desadopción y recuperó su identidad.

Para ella, es una vivencia especial  tener como padre a Paco, es “el desaparecido reivindicado socialmente”, dice, pero considera que su mamá, su hermana y su cuñado son víctimas del Terrorismo de Estado anónimas como la gran mayoría: “Cuando pienso en la desaparición no pienso en la cuestión concreta de la desaparición de los cuerpos sino en la desaparición social, cuando uno deja de nombrar al desaparecido”, relata y concientiza en esto de que “desaparecer no es desexistir”.

Dibujante y performista, Ángela creó además los blogs Pedacitos -un espacio autorreferencial que escribió entre 2008 y 2011-  e   Infancia y dictadura -creado en 2010-, una colección de relatos simbólicos y visiones infantiles sobre el Terrorismo de Estado. Luego escribió el libro ¿Quién te creés que sos?, publicado por Capital Intelectual en 2012. En todos esos escritos, rememora y remarca la etapa de la niñez. “Elegí contar la infancia porque es el periodo en el que no pude hablar”, cuenta y reafirma que su impulso a la escritura fue su  momento de maternidad.

Angela Urondo

«Cuando aparece la figura de mi viejo aparece con mucha fuerza y con la posibilidad de leerlo a él directamente. Tener claro cuál era su punto de vista, su tono, empecé a saberlo y a corroborarlo en sus relatos».

¿Cómo fueron tu infancia y tu adolescencia?

Quizás es la parte que más me cuesta procesar. Era de clase media, llevaba una vida cómoda, no puedo decir que la haya pasado mal en términos de violencia pero me cuesta pensar retrospectivamente esa etapa de mi vida. Muchas veces me doy cuenta que me resulta mucho más fácil hablar de cuestiones hipertrágicas como la desaparición forzada o el secuestro o la muerte que esos episodios grises donde estaba mezclada la vida cotidiana, con la mentira, con esconder la verdad. En la adolescencia tuve una explosión de rebeldía que no sabía de dónde venía y hacia dónde iba, fue como un momento de muchos cambios, quería salir al mundo y ahí me empecé a sentir distinta a las personas que tenía alrededor y empecé a significarme de manera distinta, circulaba por espacios alternativos muy mal vistos por mi familia de crianza. En esos lugares pude plantar una bandera soberana sobre mí misma, sobre mi vida y empezar a delinear. Y cuando supe la historia, todo eso empezó a tener un montón de sentido y una dirección.

¿Cómo  fue que te enteraste de la verdad?  ¿Por qué creés que tu familia adoptiva decidió contarlo en ese momento?

La que era mi madre adoptiva empezó a decirme muy a cuentagotas algunas cosas. Yo recuerdo varios episodios a los que me cuesta ubicarlos en el tiempo. En un momento, mis papás  adoptivos se separaron  y yo me quedé con ella, quien empezó a sentir un poco más de libertad de acción. Un episodio del montón fue uno muy gráfico: una vez, pasando por la ESMA, la que era mi madre adoptiva, largó una puteada a los milicos. “¡Milicos de mierda, la puta que los parió!” Nunca antes la había escuchado tener una expresión emocional política. Entonces le pregunté por qué decía eso (no porque no supiera eso de los milicos).  La respuesta fue: “¿Cómo por qué? Si  mataron a tus padres”. Ella manejaba, no me miraba y me decía que en otros momentos me lo había dicho.  Es probable que me lo haya dicho, no te voy a decir que no me lo dijo antes, porque a veces la memoria tiene juegos complejos, pero esa vez sí recuerdo su actitud. Entonces, luego pensé todos estos años en las justificaciones. Una vez me dijeron  que fueron a ver a un pediatra, le preguntaron  cómo tenían que hablar de este tema conmigo y el médico les aconsejó no hablar de lo que yo no preguntara. Yo nunca pregunté nada y ellos no hablaron de nada pero con los años empecé a pensar que era mi responsabilidad preguntar pero era responsabilidad de ellos enseñarme a hacerme esas preguntas porque ellos me enseñaron a hablar. Otro punto de inflexión fue durante los años 90, cuando aparecen las leyes reparatorias. En ese momento, mi familia tomó la decisión de ir a consultar por esa posibilidad de ir a cobrar ese dinero y esa fue la primera vez que me llamaron a la mesa de diálogo: “Existe una ley reparatoria, ¿a vos te interesa?”. Cuando me dijeron eso dije que sí, no porque me interesase el dinero, incluso dije sí con mucho pudor, pero de algún modo, era la primera vez que ellos me permitían ser la hija de mis padres.

¿ Y el momento en que supiste quiénes eran tus padres y todo lo que vino  después?

Cuando tenía 18 años, fuimos a la Secretaría de Derechos Humanos y la chica me preguntó si sabía quién era, súperacongojada. Yo pensaba: “¿Por qué lloras?” Ella me dijo que conocía a mi papá, claro, estaba emocionada. Yo de mi papá no sabía ni la edad, no entendía por qué esa chica había reaccionado así. Me miro a mí y a mi madre adoptiva y entendió que yo no sabía nada. Me dijo que lo había leído y que lo admiraba como escritor. El asunto es que yo sabía que él escribía sobre Economía y entonces me parecía ridículo que alguien se emocionara sobre eso. Ahí sentí que me faltaban un montón de elementos. Después, la chica me explicó  que no era beneficiaria de esa ley porque “la adopción disolvía  los vínculos con mi familia de origen”. De esa frase todavía no me repongo… La empleada de la Secretaría de Derechos Humanos, entonces, me aconsejó que me  fijara en quiénes eran los herederos de mis padres. Ahí me di cuenta que, además de un padre desaparecido, tenía una familia detrás de ese padre, eso nunca antes los había pensado. Mi madre adoptiva, en el viaje de vuelta,  empezó a decirme todo eso que toda la vida había dicho que no sabía.  “Bueno, si vas a buscarlo, concentrate en buscar a tu hermano, porque tu hermana no sé si está viva, no te hagas ilusiones”. Yo ahí supe que tenía un hermano probablemente vivo y una hermana probablemente muerta. Me estaba habilitando la verdad después de tantos años. Pasó un tiempo largo y empezaron a abrirse puertas para que yo pudiera encontrarme con mi hermano (Javier Urondo, hijo del primer matrimonio de Paco con Chela Murúa, con quien también tuvo a Claudia, desaparecida en 1976).

¿Cómo fue el reconstruir las figuras de Paco y de Alicia, tus padres?

No lo puedo decir en pasado, eso ocurre todo el tiempo. Durante todos los años de la infancia y la adolescencia, de mi mamá yo sabía quién era, sabía su nombre, sabía su cara, yo había visto algunas pocas fotos. Yo sabía un montón sobre ella, entre comillas. Siempre supe lo del accidente, que había estado en la panza de mi mamá, pero de mi papá nadie hablaba. ¿Cómo se me iba a ocurrir que los hijos nacen de una madre y de un padre? La figura paterna estaba totalmente anulada. Pero cuando encontré a mi hermano y empecé a visitar al resto de mi familia paterna pude ver  los libros, el archivo  familiar, recortes de diarios, fotos y fue fundamental la transmisión oral: sentarme horas y horas con mi hermano, con amigos. Entonces, cuando aparece mi viejo aparece con mucha fuerza y con mucha presencia y… la posibilidad de leerlo a él directamente. Tener claro cuál era su punto de vista, su tono, empecé a saberlo y a corroborarlo en sus relatos. Me di cuenta, entonces, lo poco que sabía de mamá; empezó a ser muy notorio el silencio, incluso de su familia, de la que siempre había estado cerca. Sus hermanos no hablaban de ella, había una cuestión tácita de no hablar del pasado. Y hoy me pasa que mis hijos saben mucho más de su abuela de lo que yo sabía a la edad de ellos. Saben en qué se parecen, saben que pertenecen y yo pienso nuevamente en eso de que la desaparición no desexiste a las personas; eso fue lo que me dieron mis hijos como pensamiento.

¿Qué sabés de la historia de amor entre ellos? Se sabe que Montoneros los había condenado por su unión extramatrimonial…

Sé que se conocieron en la revista Noticias, se flecharon, no pudieron contenerlo. “El Perro” (Horacio) Verbitsky los vio una vez saliendo de un albergue transitorio, entonces papá le dijo que de ahí en más, como sabía de la relación amorosa, iban a poder encontrarse en su casa. Horacio siempre me cuenta algunas cosas, que me habían puesto un nombre de guerra, me llamaban Felipita. También están todas las teorías sobre la degradación dentro del Movimiento, el juicio político, el Código de Moral Revolucionario de los Montoneros y su artículo 16 que castigaba la “deslealtad amorosa”. Mi papá era un tipo muy abierto, de vanguardia en sus relaciones afectivas, hoy es mucho más fácil pensar en ese tipo de vínculos. Entonces pienso que para él, adaptarse a la rigidez de ciertas normativas conservadoras y no achicarse para caber en un molde, habla de un contraste, el de un tipo en busca de sus libertades y el tipo que es juzgado por sus propios compañeros por dejar una compañera y enamorarse de otra.

«Hay memorias traumáticas que no empiezan con la palabra. Yo no recuerdo a mis viejos, no recuerdo personas, sólo recuerdo recorridos arquitectónicos»

Fuiste una niña secuestrada, ¿tenés recuerdos de esos momentos?

Sí,  pero no me acuerdo tanto, hay una laguna a propósito ahí. Tengo certeza de que estuve en Casa Cuna porque de ahí me retiran y tengo certeza que estuve en el D2 porque lo recuerdo y lo pude recorrer. Los papeles dicen que estuve un día en el D2 pero los papeles escritos por ellos dicen cualquier cosa. Hay muchas versiones de lo que pasó y mi memoria es una memoria del terror donde registré los espacios, los lugares donde estuve. En mis sueños, los dos sitios eran el mismo lugar: un pasillo continuo donde por momentos había ventanas alargadas y altas, después soñaba con unas escaleras, muchas puertas; soñaba que  bajaba y había caras que no conocía, que nunca llegaba a ningún lado, que me perseguían. Había también unas habitaciones color celeste con una entrada de luz y un lugar que no podía definir. De grande, volví a ese sueño y cuando viajé a Mendoza fui a la Casa Cuna y encontré un pabellón, no estaban las escaleras, pero cuando fui al D2 busqué la escalera y me explicaron que esa escalera existía, que era la que conducía a la sala de tortura. Después, volví y vi una habitación celeste, esa que veía en mis sueños,  con una claraboya en el techo, esa que en mis sueños era casi como una ventana. Supe que lo que había descrito en los juicios era exactamente como el lugar. Yo declaré mis sueños, que eran reiterativos. Tenía la sensación de que esos espacios verdaderamente existían, y realmente era así. Esto refuta toda la teoría que dice que la memoria empieza con la palabra; hay memorias traumáticas que no empiezan con la palabra. Yo no recuerdo a mis viejos, no recuerdo personas, sólo recuerdo recorridos arquitectónicos.

¿Cuál fue el puntapié que te hizo empezar a contar tu historia, tu intimidad? ¿Por qué hacerlo público?

Con el embarazo. Cuando supe que iba  a ser madre empecé a escribir el blog. Empecé a escribir cosas que me pasaban cuando estaba embarazada y todo eso me hacía pensar en cómo habría sido el embarazo de mi madre, y el no poder hablar con ella. Yo hubiese querido saber si tenía antojos, dolor de pies, calambres, cosas que a las mujeres nos movilizan. También tuve sueños y empecé a sentir muy en el cuerpo la cuestión de la rama femenina de la familia,  en esa cadena de mujeres. Ahí empecé con el blog Pedacitos  y empecé el juicio para disolver la adopción y ese fue el punto de inflexión. En ese primer blog, que era algo íntimo, no me interesaba que nadie me entendiera, no necesitaba explicarle nada a nadie, eran unos jeroglíficos internos. De a poco, pude desarrollar el texto, articular la historia con palabras más ampliamente y ahí lo vi como una escalera. Podía bucear sobre los temas, encontré una herramienta gigante donde poder ordenar el pensamiento y para poder desarrollarme. Después, comenzados los juicios, tenía una necesidad de escribir sobre otros, y empecé a mirar para los costados, y a charlar mucho con los Hijos, empezamos a juntarnos y hubo una gran necesidad de compartir y recopilé pequeños relatos de las infancias de uno y de otro y ahí empiezo con el blog Infancia y dictadura, pensado para contar el impacto generacional de la dictadura sobre la infancia.

¿Por qué te interesa hacer tanto hincapié en la infancia?

Me parece que la violencia del Terrorismo de Estado pensado desde un cerebro adulto tiene un montón de lugares de apoyo, podés hilar las dictaduras previas, la lucha armada, cosas que te explican… Pero desde la visión de un niño, el impacto de la violencia de la dictadura es un absurdo extremo. Pensé que a los niños no nos tomaban en cuenta como testimoniantes, era como una memoria inmadura; el que podía decir era el que lo había vivido y, de pronto, me di cuenta que generacionalmente, en algún momento, los que fuimos niños en la dictadura vamos a ser los últimos que podamos dar cuenta en primera persona de esa vivencia. Yo quería un espacio donde se rescate subjetivamente la visión del niño.  Otra cosa que me importaba es que cuando uno pone sobre la mesa el impacto de la dictadura sobre la infancia desaparece la Teoría de los Dos Demonios, de toda esta cuestión de la que hablan ahora, de la verdad completa, del revisionismo tendencioso, parece que éste es uno de los mejores argumentos que tenemos para explicar que no hubo dos demonios. Entonces, todas estas cosas terminan siendo de acompañamiento mutuo. Cuando yo veo que los maestros que se adhieren al paro aparecen en listados… nosotros ya conocemos esto. Me parece que estos testimonios nos sirven para fortalecernos como sociedad, cuando decimos “nunca más” decimos esto: nunca  más a que vayan a buscar listados a las escuelas de los maestros que tienen una militancia política, nunca más que te echen del trabajo por tus ideas, nunca más persecución.

¿Qué opinión tenés al respecto de los dichos de varios funcionarios del Gobierno sobre la cantidad de desaparecidos y de los actos de provocación este último 24 de marzo?

Hay que tomarlo como de quien viene, este es un gobierno que hizo negocios con la dictadura; son los hijos,  los nietos y los sobrinos de los dictadores. Hay apellidos como Massot, Bussi, Saint Jean… son una larga lista. Y esto no quiere decir que los familiares de los genocidas no puedan trabajar,  pero es todo un símbolo.  Me parece que cuando dicen “nunca más a los negociados con los Derechos Humanos y ese cartel lo tiene un Massot,  es de un cinismo enorme. Porque si hay alguien que hizo negocios  durante la dictadura pasando por encima de los Derechos Humanos fueron ellos: los Massot, los Blaquier, los Bussi, toda la pata civil y comercial y los empresarios que se beneficiaron con las políticas económicas de la dictadura. Ellos saben muy bien que los juicios de lesa humanidad siguen avanzando, que avanzan sobre los civiles, los jueces, los empresarios y esa es la parte en la que están más a la defensiva porque saben que son parte de la historia del genocidio, no son ajenos.

 

Actualizado 28/03/2017

 

Salir del molde

Salir del molde

«¿Así te sentas en tu casa?», «no uses el celular», «ponete el uniforme reglamentario», «atate el pelo», «no llegues tarde». «No contestes.» «no me subas el tonito», «ya estás grande, hacelo». «Respetá a los mayores que saben más que vos», «portate bien», «dame el asiento», “si sos varón, no llores”, “sos demasiado chico para opinar”. Lejos de todas estas frases hechas que los jóvenes suelen escuchar día a día, el propósito que los reunió era el de cuestionar esos mandatos sociales que muchas veces suelen potenciar o funcionar a costa de sus verdaderos deseos o expectativas. Ellos, “demasiado chicos”, se tomaron el espacio, para opinar -por suerte- demasiado.

El martes 11 de octubre, a primera hora del día, alrededor de cien alumnos y alumnas de colegios secundarios se mostraban entusiasmados con su excursión poco habitual: todos estaban muy motivados por participar de Juventear (en sus tres jornadas tuvo un total de cuatrocientos participantes), un proyecto pensado como una serie de congresos que se propone revisar la realidad, visibilizar problemáticas y abrir puntos de fuga para el desarrollo de un pensamiento crítico.

La cita era a las nueve de la mañana en el Centro Cultural Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Y a esa hora, bien puntuales, todos se encontraban listos para presentar las ponencias que habían estado preparando desde hace tiempo.

El lugar elegido no fue librado al azar. La idea también representó una oportunidad para acercar la Universidad a la Escuela, “potenciando las expectativas de construcción de futuros posibles”, en palabras de Lara Purita, docente y una de las organizadoras del evento.

La consigna que los chicos recibieron era la de elaborar un documento como los que se preparan para los congresos académicos, que problematizara mandatos sociales de su preocupación o recurrencia, para hacerlo público y luego, con ello, generar un debate enriquecedor y de interacción, con variados puntos de vista.

El lugar elegido no fue librado al azar. La idea también representó una oportunidad para acercar la Universidad a la Escuela.

El lugar elegido no fue librado al azar. La idea también representó una oportunidad para acercar la Universidad a la Escuela.

Mandatos

Entre el deseo y el saber fue el lema que guió al Congreso que, en la primera de sus jornadas, tuvo como protagonistas a alumnos y alumnas de los últimos años del secundario del Instituto Inmaculada Concepción (Parque Patricios), del  Instituto Canto a la Vida (Villa Lugano) y de la  Escuela Técnica de la UNDAV (Avellaneda).

Pasadas las diez de la mañana comenzaron las exposiciones: las estudiantes “voceras” del Instituto Inmaculada Concepción rompieron el hielo cuando les llegó el turno de tomar el micrófono y lanzarse a hablar: “Los jóvenes nos encontramos encerrados en una maraña de expectativas  que los demás tienen respecto de nosotros, por el sólo hecho de ser jóvenes. La sociedad también hace su aporte y nos pone por delante estereotipos, a los cuales se espera que nos acomodemos”.

La primera ponencia tuvo como principal tópico destacar que los mandatos sociales, que denotan un deber ser, son mandatos culturales, ya que atraviesan la sociedad civil en sus diversas instituciones. “Entendemos a la cultura como un entramado simbólico  que organiza y da sentido a la realidad de una época y en un determinado espacio geográfico”. Además, manifestaron que “los mandatos culturales son problemáticos porque ponen en riesgo nuestra identidad individual”.

Con un público joven expectante, se empezaba a generar un espacio para la escucha,  la reflexión, y el intercambio de ideas: “El Estado, con sus políticas, también nos dice qué espera de los jóvenes. Cuando se compran computadoras para poblar escuelas, cuando pone en agenda la discusión acerca de la edad mínima para establecer penas a los que delinquen , o cuando permite que la policía demore a las personas por su aspecto físico”.

Así comenzaba Juventear, con las consignas “Pensamiento crítico” y “Juventud debate”, promoviendo además el uso de las redes sociales con sus respectivos hashtags. “La idea -señaló Purita- es la de fortalecer una mirada que entienda a la cultura como una construcción colectiva de potencial transformador y que se piense a los jóvenes como un sector de producción simbólica fundamental para las actualizaciones que el presente nos exige”.

El rol de los medios de comunicación y su capacidad de propaganda fueron otros de los asuntos clave que se trataron en relación a la construcción de los mandatos sociales vinculados a la imagen: “Estamos todos enterados de que la chica debe tener un cuerpo apto para pasarelas, un pelo que no tenga frizz, una cara angelical y todas esas cuestiones que poco tienen que ver con su formación académica o su gusto por el arte”, continuaban las expositoras de la primera escuela disertante.

Esta temática también fue tratada por el Instituto Lengüitas, el día miércoles: “La prensa es la única ventana a la realidad que casi todo el resto de la población ‘no pobre’ tiene. Esto le facilita a los medios de comunicación, la manipulación de la realidad. Y así es como pintan  la imagen de los llamados ‘pobres’, como cachorros sin salvación, incapaces de valerse por sí mismos, ni en su cuidado, ni en su bienestar; un grupo de personas del que hay que cuidarse, y, de vez en cuando, sentir lástima”.

La mirada estaba siempre puesta en una misma cuestión: animarse a cuestionar la realidad y a quebrar las reglas.

Estudiantes de la Escuela Técnica UNDAV en plena ponencia.

Estudiantes de la Escuela Técnica UNDAV en plena ponencia.

Violencia institucional

“Hoy nosotros, acá, con todos ustedes, queremos dejar una marca, un testimonio de la realidad que nos atraviesa día a día”. La segunda ponencia estuvo a cargo de las estudiantes de la Escuela Técnica de la UNDAV, quienes pusieron el foco en la violencia institucional iniciando su exposición con una mención a Ezequiel Demonty (joven que fue torturado por la Policía y arrojado al Riachuelo en 2002). “Nos conmovió este caso porque habla del abuso de las fuerzas policiales, algo que ocurre cotidianamente a nuestro alrededor; tenemos amigos y familiares que han sido víctimas de esto. Sin ir más lejos, a algunos de nosotros, cada mañana, camino a la escuela, nos palpan para ver si estamos armados o para ver si tenemos drogas, sólo por portación de cara, ¿nos pararían si tuviéramos una apariencia diferente?, ¿nos dejarían entrar a todos lados si nos vistiéramos de otra forma?”.

Las chicas, que viven en los barrios de Isla Maciel, Villa Azul e Itatí destacaron la cuestión de los mandatos ligados al origen de una persona que se vinculan, además, con la vestimenta o la manera de hablar: “Se espera mucho de nosotros como sociedad. Que dejemos de cometer delitos, que trabajemos, que no seamos vagos. Sin embargo, nos nos dan posibilidades de progresar o estar a la altura de los otros. Hay veces que queremos buscar trabajo y otros, siguiendo estereotipos, nos niegan esa oportunidad”.

Para concluir con su ponencia, leyeron una poesía de su autoría, que continuaba el tema planteado:

“Quieren ahogar nuestras ganas de progresar.

No estamos en la agenda de los poderosos porque ellos nos creen pequeños y débiles.

Frenan nuestra educación como si lo que hacemos fuera ilegal.

Nos quieren borrar del mundo como si fuéramos basura.

Poco a poco vamos demostrando con fuerza y humildad que somos mejores de los que ellos creen”.

Y los aplausos colmaron el salón principal del Urondo.

Los chicos, colgando los carteles manuscritos que respondían a la pregunta: «¿a qué le decís basta?»

Las familias no-tipo

Luego de que las alumnas de la UNDAV se levantaran, llegó el turno de los estudiantes del Instituto Canto a la Vida, de Villa Lugano, quienes consideraron, desde los inicios de su exposición, que los mandatos están a menudo naturalizados y que deberíamos cuestionarlos: “Cada mandato está sostenido por diversas organizaciones, se transmiten de generación en generación y los incorporamos todo el tiempo mediante publicidades, películas, redes sociales y otros medios de comunicación en general”.

La idea de la ponencia del colegio de Lugano fue centralizarse en los mandatos relacionados con las familias tipo: “Esas en las que hay un padre que trabaja y administra el dinero, una madre que se encarga de la limpieza, de mantener a sus hijos. Los hijos, que estudian en un colegio privado no se pueden relacionar con gente diferente, y tienen una carrera elegida. Todos comparten la misma casa, mamá, papá y los hijos, que comparten los domingos, se van de vacaciones y tienen un auto y un perro”. Las chicas plantearon que ese ideal, hoy, prácticamente es insostenible, ya que existen diversos tipos de familias y diferentes personas pueden cumplir variados roles: “En muchos casos se lleva a las familias a forzar una relación cuando ya no funciona o te hacen desear ser reconocido por un padre que nunca se interesó por verte y en creer que esa es la única posibilidad de estar bien. En otros casos, este modelo es engañoso y nocivo, te hace creer que perdonar a tu familia, pase lo que pase, es un deber, que está mal dejarlos de lado, aún cuando tengas que soportar maltratos y malos momentos. Y eso te hace sentir sofocado, estresado, angustiado en silencio, por no poder cortar con relaciones que no van”.

La exposición de las estudiantes llevó a preguntarse: “¿Queremos vivir nuestra vida de esta manera?, ¿vale la pena? Y si no existe este ideal, ¿por qué lo seguimos buscando?”

Concluyeron exclamando a dúo: “Somos hijos de padres separados, hijos de la violencia, hijos de padres solteros; somos hijos de padres separados que viven juntos, somos objetos de nuestros padres”.

La última ponencia de la primera jornada tuvo un enfoque claramente dirigido a pensar que para lograr una transformación colectiva y para dejar de sentir que hay vacíos que llenar, porque hay un modelo que nunca se alcanza, hay que empezar a revisar estas ideas, reflexionarlas, cuestionarlas y enfrentarlas. Y, sin duda, para eso estaban allí.

La primera jornada tuvo al Grupo artístico Beso como performance de cierre.

No me callo nada la boca

Cerca del mediodía, y finalizadas las exposiciones, de la mano de los conductores del evento se abrió el debate. Fue ahí cuando el público empezó a activar mucho más que su capacidad de escucha. El micrófono pasaba de lado a lado, generando así una riqueza de opiniones: “Vivimos en una sociedad en la cual quien usa remera rosa es homosexual y la que usa la remera corta es una trola”, “los mandatos están super vinculados al consumismo”, “confesé que era gay, pero antes pensaba que estaba mal decirlo”, “habría que hacer una campaña de concientización para los más grandes”, “esto hay que llevarlo a los demás, para que no existan más mandatos para las futuras generaciones”, “las diferencias no nos hacen ni mejores ni peores, solamente nos hacen diferentes”, “hay que salir de la idea de que hay que matar al ladrón porque te quiso robar”, “no da responder con más violencia”, “en mi barrio muchos chicos salen a robar porque no les dan la posibilidad de trabajar”, “no podemos pensar en que si me matan a algún familiar, tengo que matar, lo que tenemos que pensar es que hay un Estado ausente, nosotros no podemos hacer justicia por mano propia”.

Desde sus inicios, Juventear, -que el año pasado resultó ser el trabajo con que las organizadoras concluyeron la Diplomatura en Producción Cultural- busca acortar las distancias entre el nivel de educación medio y el superior, promover lazos entre estudiantes secundarios y generar una oportunidad para acercar la Universidad a la Escuela, visibilizando y democratizando prácticas que a ella la constituyen, volviéndola accesible. Purita, en este sentido, agregó: “El pasaje de la secundaria a los estudios superiores no suele ser nada fácil para los chicos. Muchas veces piensan que no van a poder.  Hay en ellos desconocimiento, inseguridad y falta de estímulos que los terminan inhibiendo. Por eso Juventear cumple un rol muy importante”.

Muchos de los comentarios que surgieron del debate tuvieron que ver con con la elección de futuras carreras: “Quiero estudiar algo que el día de mañana me pueda mantener”, “hay que estudiar lo que te dé felicidad independientemente del dinero”. Y las reflexiones seguían colmando la sala, generando así un ambiente de atención y -en algunos momentos- algo tensos, entre los mismos jóvenes, como así también entre los organizadores y el público en general que se acercó a participar del evento.

Estudiantes del Instituto Inmaculada Concepción (Parque Patricios), del Instituto Canto a la Vida (Villa Lugano) y de la Escuela Técnica de la UNDAV (Avellaneda).

Los poderosos

Finalmente llegó el turno de la invitada motivadora, otro de los ejes del Juventear. En esa ocasión fue Alejandra Díaz, miembro de La Garganta Poderosa, quien hizo aportes en relación a la violencia institucional: “A mi hijo lo mató la policía,  fue eso lo que me hizo militar; pero nunca busqué venganza, yo no quiero causarle el dolor que me causaron a mí, porque esa madre no tiene la culpa”. La juventud escuchaba atenta el relato  de Alejandra, quien tocó uno de los temas más recurrentes de la mañana.

“Creemos que la figura del invitado motivador es clave, porque aporta una perspectiva constructiva sobre los ejes del debate que las escuelas propusieron para cada jornada, dispara nuevos modos de reflexión, aporta herramientas para seguir pensando”, comenta la productora. También contaron con la presencia de Genoveva Purita, una especialista en Comunicación en la era digital, y con Azul Lombardía, actriz y co-guionista de la serie Según Roxy. “La idea partió de que puedan contarles sus experiencias a los chicos sobre la búsqueda del deseo y la vocación, la capacidad de reinventarse y sortear obstáculos, la identificación de las presiones y la pregunta por las expectativas a la hora de terminar la escuela y tomar decisiones sobre sus futuros”, aclaró.

Durante los días que continuaron se realizaron más de diez ponencias que tuvieron como eje principal del debate a los mandatos de género, maternidad y el legado del “cuerpo perfecto”. También se puso en cuestionamiento el asunto de la discriminación que sufren las mujeres en el deporte y en el mundo laboral, y el mandato del éxito ligado a la felicidad. A su vez, se problematizó respecto de la futura elección de carreras universitarias. Los protagonistas fueron, entonces, los estudiantes del Instituto Glaux, de la Escuela Argentina del Oeste y del Instituto Nuestra Señora del Huerto.

El cierre del día martes estuvo a cargo del grupo Beso. Integrado por más de veinte artistas, protagonizó una performance ligada al contacto con el otro, generando así un momento de suma atención por parte de los chicos y chicas del público, y de tensión y descontento por parte de las organizadoras del Ciclo. A puro beso y abrazo, los intérpretes – descalzos y vestidos con ropas claras- crearon un clima totalmente inesperado.

Finalmente, Ricardo Manetti, director de la Carrera de Artes y del Centro Cultural Paco Urondo, cerró el ciclo motivando a los concurrentes a perseguir siempre sus deseos. Por su parte, los “jóvenes referentes” participantes del Juventear del año anterior (ya egresados del colegio secundario) siguieron el mismo camino.

Con el entusiasmo y la fuerza de la juventud se dio por terminado el segundo año de este ciclo, el cual promete continuar creciendo cada vez, para seguir fortaleciendo los lazos entre los estudiantes secundarios que se encuentran en la búsqueda de Instituciones para desarrollar sus capacidades. Una vez más, los jóvenes fueron el centro de atención, construyendo un espacio de debate hecho por y para ellos.

La finalización del Congreso se coronó con una consigna entre aplausos y gritos: “La peor lucha es la que no se hace; ¿estamos dispuestos a luchar?”. Y la juventud protagonista, nuevamente, prometió seguir dando que hablar.

Actualizado 15/10/2016

“La escritura es lo que salva”

“La escritura es lo que salva”

“Mi madre se decide finalmente a explicarme, a grandes rasgos, lo que pasa. Hemos tenido que dejar nuestro departamento, dice, porque desde ahora los Montoneros deberán esconderse. Es necesario, ciertas personas se han vuelto peligrosas: son los miembros de los comandos de las AAA, que levantan a los militantes como mis padres y los matan o los hacen desaparecer”. Así comienza La casa de los conejos, la primera novela de Laura Alcoba,  obra en la que cuenta sus vivencias de niña inmersas en la última dictadura cívico militar, que lleva hasta el momento once ediciones y fue traducida en varios idiomas.

¿Qué rol ocupa la literatura a la hora de narrar las memorias? ¿Qué significa hoy ese libro para quien vivió su infancia en dictadura? ¿Cómo es el vínculo que tiene con Chicha Mariani, la abuela que busca a la niña que se llevaron de esa casa y aún sigue apropiada? En una charla exclusiva con ANCCOM luego de haber visitado el país, Laura Alcoba, habla de la importancia del testimonio entrelazado con lo ficcional  para narrar la Argentina de los 70.

El libro de la buena memoria

La casa de los conejos saca a la luz las memorias de una niña de siete años que transcurre una vida clandestina en una casa activa de Montoneros en la ciudad de La Plata, arrasada por un operativo en el que participaron más de cien efectivos del Ejército y la Policía Bonaerense en noviembre de 1976. Allí asesinaron a todas las personas que se encontraban en el lugar, entre ellas, Diana Teruggi, quien estaba con su hija de tres meses, Clara Anahí. La beba secuestrada y apropiada hasta la actualidad, es la nieta de María Isabel Chorobik de Mariani -una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo- que posteriormente creó una fundación con el nombre de su nieta desaparecida. Laura Alcoba y su madre, vivían allí pero el día del operativo no estaban, por eso sobrevivieron y pudieron exiliarse luego en Francia. Alcoba cuenta que escribió ese libro en un estado muy particular: “Acá y allá, en París y en francés, pero al mismo tiempo en La Plata; en 2006 -año en que finalizó su obra literaria- y a la vez en 1976”. La novela fue por entonces traducida por Leopoldo Brizuela para Edhasa. Alcoba asume que su escritura fue llevada adelante con todas esas imágenes de la  muerte pero también con la impresión, al mismo tiempo, de que «Diana estaba viva y sentada a  su lado».

La escritora vive en París desde 1979, año en que se exilió junto a su madre. En febrero pasado volvió a la Argentina junto al contingente que acompañó al presidente François Hollande, a días de conmemorarse el 40 aniversario del golpe de Estado más sangriento de nuestro país. La experiencia le dejó “una mezcla de impresiones y de emociones” que aún procesa. Alcoba expresó que ese viaje representó un modo de agradecimiento a Francia, por la solidaridad del pueblo francés en aquel entonces, algo que siempre recuerda con muchísima emoción: “Pensé que era importante significar todo aquello, hoy, en la Argentina de 2016”. Entre todas las actividades programadas, estuvo también en el homenaje a los desaparecidos que el presidente francés realizó junto a organismos de derechos humanos locales en el Parque de la Memoria: “Sólo puedo decir que el acto fue fuertísimo, había mucha emoción entre las personas presentes, sentí que ese momento era importante. Estaban las Abuelas de Plaza de Mayo y pude abrazar a Estela de Carlotto (presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo); ese encuentro dio sentido a mi viaje”, relata con emoción.

Laura Alcoba cuenta que vive “con tristeza y temor” los cambios que se han dado en materia de derechos humanos desde la asunción del presidente Mauricio Macri y considera que la Argentina, hasta entonces, era un ejemplo porque  “hay algo que proteger, que cuidar” y cree que la justicia tiene que seguir haciendo su trabajo.

Foto: Pascal Hée - Gentileza de Laura Alcoba

Esa niña adulta

Alcoba se licenció en letras en l’Ecole Normale Supérieure, es especialista en el Siglo de Oro español, editora y traductora en Francia. Su obra se tradujo al alemán, al inglés, al serbio, al italiano y al catalán.  La casa de los conejos fue su debut literario; una novela  caracterizada por la construcción de la narradora infantil y sus vivencias dentro de esa casa clandestina: “La voz de la niña era la que tenía más fuerza y si bien, en un primer momento  la voz infantil alternaba con una voz adulta, la  voz infantil se impuso”, reflexiona sobre la figura de  la narradora.

Leer la novela de Alcoba, que es su historia, es como meterse en ese sitio entre conejos y armas, es sentir el cariño de Diana -con quien de niña forjó una relación de amor incondicional –  es también desear la sonrisa de Clara Anahí y soñar el ansiado abrazo. Alcoba permite con su belleza literaria abrir las puertas de un pasado traumático desde la sutil mirada de la niña que fue, entre la inocencia y el conocimiento en un marco de encierro, y que con la palabra da cuerpo al silencio instituido de aquella época: “Si alguno nos pregunta cómo llegaste a casa, le decimos simplemente que alguien te dejó en la puerta de casa. Si te pregunta algo a vos, vos le decís lo mismo: que estabas en un lugar que no sabés cómo es ni dónde queda, con gente que no sabés cómo se llama, y que te dejaron en nuestra puerta nada más. Pero sería mejor que nadie preguntara nada”. La cita remite a una de las tantas advertencias hacia la niña, que no deja de expresarse: “Me parece que tengo miedo. No sé. En fin, es una más de las tantas cosas de las que no estoy segura”. Así, la niña de La casa de los conejos, utiliza estrategias narrativas para contar el dolor y la incertidumbre del futuro desde la mirada inocente y a la vez consciente, del terror que acechaba a su alrededor: “El miedo estaba en todas partes. Sobre todo en esta casa”, escribe.

Laura Alcoba continuó en sus obras el legado de la memoria: luego de escribir La casa de los conejos, siguió con Jardín Blanco (2010), libro que aborda, entre otras, las figuras de Perón y Evita. Luego, en Los pasajeros del Anna C (2012), relata la historia de una pareja de jóvenes argentinos que viajan a Cuba en los años sesenta para formarse política y militarmente y que luego, vuelven a su país, como lo hicieron sus padres, en un barco. En 2014 publicó El azul de las abejas, que muestra la relación epistolar que mantuvo con su padre -preso- cuando ella llegó a Francia, exiliada de Argentina. La autora afirma con convicción que “la escritura es lo que salva”, en relación al silencio y al recuerdo del trauma. Es que para ella, entre la escritura y la  memoria social hay una construcción lenta, progresiva que está en marcha;  algo que aún no podemos ver “porque no tenemos la distancia necesaria”, pero se va tejiendo, porque “no se puede dictar ni decretar, tampoco se puede detener”.

La casa de los conejos

“Te preguntarás, Diana, porqué dejé pasar tanto tiempo sin contar esta historia (…) Aquí estoy. Voy a evocar al fin toda aquella locura argentina, todos aquellos seres arrebatados por la violencia. Me he decidido porque a menudo pienso en los muertos, pero también porque ahora sé que no hay que olvidarse de los vivos”. Así inicia el relato la narradora para contar la vida -a escondidas- en esa casa, que, “oficialmente” funcionaba como un pequeño emprendimiento de conservas de conejos, pero que en realidad era la imprenta de la revista “Evita Montonera”, publicación oficial de la organización. Laura Alcoba vivió allí durante un tiempo junto a su madre, entre temores y amenazas: “Debo de haber entrado en pánico, porque yo sé muy bien que sobre mi madre pesa un pedido de captura, y que estamos esperando que nos den un apellido nuevo y documentos falsos. ¿A mí también me buscan, acaso?”. De esta manera, la narradora historiza las memorias en torno a la violencia política de esos años en los que el ámbito de lo privado se veía constantemente amenazado por el terrorismo de Estado. La novela deja en evidencia las escenas donde protagonizan el deber del silencio y el mundo familiar clandestino.

Volver

“Acompañada por Chicha, casi treinta años después, en La Plata, pude así volver a ver lo que queda de la casa de los conejos (…) No existen palabras para la emoción que me invadió cuando descubrí, en cada cosa recordada, las marcas de la muerte y la destrucción”. De esa manera Laura narra en la novela el momento del reencuentro con el sitio, que desde hace unos años se convirtió en un espacio de memoria, llevado adelante por la Asociación Clara Anahí, organismo de Derechos Humanos presidido por Elsa Pavón y Chicha Mariani desde 1996. “Es emocionante y no deja de ser extraño. El recuerdo de ese lugar tal como era en 1975-1976 sigue muy presente en mí. A las imágenes de la casa, tal como es hoy, siguen superponiéndose en mi recuerdo las imágenes de ese lugar tal como fue, como si los tiempos se confundieran”, relata  admitiendo que esos retazos de la memoria que le volvieron de ese sitio son la materia prima del libro. Es que los recuerdos de esa casa y de esa época, no se borraron con el tiempo, sino que están más latentes que nunca.

Alcoba cuenta que su regreso a la Argentina, en 2003, fue como meterse en el túnel del tiempo, “o más aún, como si el tiempo de repente no existiera”. Es que en la casa, todo quedó así, congelado: la camioneta estacionada, las paredes destrozadas por el brutal impacto, el escondite en el fondo. “Cuando vi la furgoneta de Diana en la que tantas veces había estado con ella, ahí la tenía, delante de mis ojos, acribillada de balas. Pero yo aún me veía adentro, al lado de Diana”.

El libro nació de esas sensaciones, pues la casa le hablaba desde aquel entonces “como si fuera un nuevo presente”. Pero claro, allí todo estaba destruido, había muerto mucha gente, cuando la policía entró luego del brutal operativo encontró diez cadáveres. Alcoba afirma que de esa superposición de sensaciones e imágenes nació el libro; “el libro que tenía que escribir”. Sucede que al momento que entró en contacto con Chicha Mariani, por mail, en 2003, antes de viajar a la Argentina y de volver por primera vez a la “casa de los conejos”, la respuesta que Chicha le envió fue determinante: “De cierto modo, fue el disparador de todo lo que vino después. Ella sabía que mi madre y yo habíamos vivido ahí, con su hijo y con Diana. Después de la emoción y la alegría del reencuentro que formulaba en las primeras líneas de su email, venían estas palabras: “yo creía que vos y tu mamá estaban muertas”. Fue terrible para mí leer esa frase. Lo sabía, claro, pero nunca me lo había formulado a mí misma de ese modo: podíamos haber muerto. Es más: tendríamos que haber muerto. Luego pensé, estoy viva. Y me acuerdo. Por eso escribí, por eso sentí que tenía que escribir”.

El dolor del abrazo que no fue

El 24 de diciembre llegó la noticia más linda para esperar la Navidad: los medios anunciaban la aparición de Clara Anahí, la hija de Diana; la nieta de Chicha. Circularon fotos y la alegría era compartida desde la Argentina hacia la prensa mundial. A Laura le llegó el anuncio desde la familia de Diana antes de que fuera público y sintió por entonces una emoción enorme, “una sensación como de vértigo, una felicidad infinita que me hizo llorar de felicidad”. Luego fue la decepción; la mujer en cuestión, finalmente no era Clara Anahí. Para Alcoba, fue un episodio horrible: “Lloré de tristeza y de rabia también, porque tuve la impresión de que se había jugado con nuestro dolor. ¿Quién lo hizo? ¿Fue sólo precipitación, equivocación, ganas de creer? Tal vez. Pero fue como si Clara Anahí hubiese aparecido y vuelto a desaparecer en 24 horas. Violentísimo”.

Alcoba sigue en contacto con Chicha Mariani y con la familia de Diana Teruggi que vive en París y también con los dos sobrinos de Diana, que después de haber vivido en Francia, volvieron a la Argentina. Su última charla telefónica con Chicha fue el 25 de diciembre.  “Todo esto dejó muy mal y triste a Chicha Mariani. La responsabilidad de las personas que difundieron esa información, sin respeto además, hacia la intimidad que requería ese momento de “reencuentro”- es enorme.  No termino de entender cómo ni por qué se apresuraron de ese modo antes de haber verificado la información. Me sentí muy mal por haber creído todo eso – por haber compartido la noticia en las redes sociales, también. El dolor que se hizo con todo esto es muy grande. En Chicha, es infinito”.

Tejer la memoria

Laura considera que aún queda mucho por contar, mucho por decir, mucho por hacer, por transformar, “porque sólo así se digiere el pasado”. Sucede que los/as hijos/as de la dictadura aún todavía tienen mucho por contar, pero “la necesidad de hacerlo es íntima y vital”. Alcoba cuenta que no le gusta la expresión “deber de memoria” pues no se trata de hacer deberes ni obedecer ninguna orden exterior, y alerta que tampoco hay deber de silencio ni de olvido. “Cada uno dirá lo que quiera, cuando se sienta dispuesto a hacerlo, cuando lo sienta necesario. Cuando encuentre las fuerzas, también. Muchos, aún hoy, no encuentran las fuerzas”. Afirma que le llegan muchos mails de lectores que le cuentan cosas personales después de haber leído sus libros, como si la lectura los ayudase a formular, a reencontrar recuerdos.  

Sin dudas, Laura Alcoba colabora con sus obras con ese trabajo de memoria que se va tejiendo con el tiempo. La lucha continúa y la búsqueda también porque “Clara Anahí vive en alguna parte. Ella lleva sin duda otro nombre. Ignora probablemente quiénes fueron sus padres y cómo es que murieron”. Así concluye Alcoba su libro y remata: “Pero estoy segura Diana, que tiene tu sonrisa luminosa, tu fuerza y tu belleza. Eso también, es una evidencia excesiva”. Y claro, que no es un final, porque el abrazo llegará y también se podrá escribir, quien dice,  sobre la belleza de encuentro.