Nov 23, 2021 | DDHH, Destacado 1
La 5ª Marcha de la Gorra convocó a una multitud, impulsada por los recientes asesinatos de Lucas González y Elías Garay. La CORREPI ya contabilizó más de medio millar de víctimas de la violencia institucional en lo que va de 2021.
Ella tomó unos stickers de su mochila y comenzó a pegarlos con delicadeza en la garita del colectivo. Se podía ver la imagen de un muchacho y se leía “No fue enfrentamiento, fue gatillo fácil”, seguido de un nombre: “Alejandro Espíndola”. Un hombre que se percató de lo que las pequeñas imágenes decían, le tocó el hombro y preguntó con un tono cuidadoso: “¿Era tu hermano?” La chica lo miró, un tanto sorprendida, dejando escapar un sollozo: “Era mi marido, hoy se cumplen 13 meses desde que lo mataron”. El hombre le sostuvo la mirada, apoyó su mano en el hombro de la chica, y apretó con suavidad. Había una complicidad, no es solo un nombre en un registro, la ausencia es enorme.
El sol de la tarde porteña combinaba con el calor de los reclamos en la Quinta Marcha de la Gorra. Organizaciones de todas las banderas políticas, y gente no agrupada se movilizaron desde Avenida de Mayo y 9 de Julio hasta el Congreso para hacer oír un “Basta de violencia institucional”, una vez más. Una multitud ocupó las más de seis cuadras de distancia, por momentos de manera abigarrada.
Alrededor de las 17, luego de dos horas del horario pactado, las personas comenzaron a llegar en oleada a la Plaza de los Dos Congresos. Los recibirán la Comunidad Charrúa Etriek, con sus banderas bien en alto, la de las Comunidades Indígenas y aquella perteneciente a los Mapuches. Al ritmo de sonidos de percusión y con cantos, la gente que iba llegando comenzó a aplaudirlas y en ese aplauso se fundía un entendimiento, y es que hace pocos días la comunidad Mapuche sufrió la pérdida de Elías Garay a manos de la policía de Río Negro.
La convocatoria de la Marcha de la Gorra fue nutrida, cuadras completas de gente con sus bombos, trompetas, carteles y ocasionales humos de colores que formaban una nube densa en el aire que luego se evaporaba. Las banderas políticas eran diversas, los colores partidarios podían formar un arcoiris, pero la consigna que los unía era una sola: “Basta de violencia institucional”. Y es que las cifras de muertes en manos de la policia solamente este año según el informe de la CORREPI, que aún no tiene su corte definitivo, es de 537 víctimas.
Los episodios de violencia por parte de las fuerzas represivas comportan un problema sistémico y, por ende, una política de Estado. Mariana Vergara, madre de Cristián Ariel “Coqui” Montecinos, el joven fusilado por el gendarme Elliezer Acosta a cinco cuadras de su casa, abraza a una de sus amigas que la acompañó a marchar. Tras haber expresado a ANCCOM con voz temblorosa pero firme: “La Policía y la Gendarmería dicen que están acá para cuidarnos, pero es mentira. Hoy el asesino de mi hijo está en la calle y debería estar en la cárcel”.
Frases en cartulinas decoraban las rejas del Congreso: “No más muertos por portación de cara”, “Mi ropa no es delito”, “Las balas que piden se llevan a los pibes”.
Las fotos impresas y colgadas en los cuellos de los asistentes inundaban la plaza del Congreso. Incontables nombres y fechas en la que fueron asesinados y reiterados pedidos de justicia fueron el símbolo más presente en esta marcha. Estela, la madre de Marcelo Rivero, quien fue asesinado por dos policías en 1989 y su causa archivada en el 2000, gritó a un micrófono: “Lo mataron porque era pobre nada más, nos matan por eso”. Las palabras quedaron resonando, igual que aquellas frases escritas en cartulinas que decoraban las rejas del honorable edificio: “No más muertos por portación de cara”, “Mi ropa no es un delito”, “Las balas que ustedes piden se llevan a nuestros pibes”.
Se hicieron presentes La Cámpora, el MTE, la Juventud Comunista Revolucionaria, el Movimiento Ni un Pibe Menos Por La Droga, Barrios de Pie, el Movimiento Evita, la CORREPI, las Madres en Lucha contra la Impunidad, La Garganta Poderosa y AMMAR. Hubo lectura de un documento consensuado, tres líneas cada representante de cada organización, tres líneas y se pasaban el micrófono al siguiente, y así completaron que “La vida en los barrios se vuelve todavía más precaria y los conflictos por derechos básicos son inevitables. Las políticas públicas para mejorar nuestra vida no llegan, seguimos teniendo que salir a inventarnos un laburo, dejar la escuela, resignar nuestros sueños, sufrimos la falta de salud, de vivienda. La respuesta a estos problemas vienen siendo muy insuficientes y en muchos casos se saldan con represión.”
Y continuaron:
“La represión se vuelve aún más cruda e invisible en contextos de encierro. Nuestros compañeros y compañeras privadas de su libertad sufren de condiciones de detención pésimas, donde la tortura y los malos tratos son moneda corriente.”
La gorra como símbolo que marcó a la convocatoria de la tarde, marcó también la narrativa, hay una gorra que mata, y una que no. “Mi gorra no mata, la tuya si”, se leía en el cartel que sostenía una de las amigas de Lucas Verón, el joven que salió a comprar con sus amigos y la policía por suponer que estaba robando lo asesinó. “No por tener gorrita, estar vestidos de cierta manera, ser de color, la policía tiene derecho a quitarnos la vida” explicó conmovida.
La lectura del documento fue la despedida de los asistentes, que cerró:
“Los peligrosos seguimos siendo los pibes de los barrios populares, los trabajadores de la economía popular, las disidencias. Los discursos de odio programados por mercenarios mediáticos, y dirigentes políticos buscan instalar que nosotros somos el problema de la inseguridad.”
Nov 23, 2021 | DDHH, Destacado 4
En apenas cinco años de historia, la Policía de la Ciudad de Buenos Aires fue protagonista de 121 fusilamientos por gatillo fácil. No es la única: en total la violencia policial alcanzó los 537 casos de fusilamiento, muertes en lugares de detención, femicidios de uniforme, desapariciones seguidas de muerte y otras modalidades como el atropellamiento deliberado con patrullero.
“En los últimos cuatros días hemos tenido que sumar a Lautaro Rosé en Corrientes, a Lucas González en Capital, a Alejandro Martínez en Provincia de Buenos Aires y, ayer, a Elías Garay, el joven mapuche que mataron en Cuesta del Ternero en Río Negro”, cuenta a ANCCOM María del Carmen Verdú, abogada penalista que forma parte de la Coordinadora contra la Represión Policial (CORREPI).
Anualmente, la CORREPI realiza informes sobre violencia policial, y detalla que en los últimos cinco años la Policía de la Ciudad de Buenos Aires fue protagonista de 121 “fusilamientos por gatillo fácil”. En un informe previo a aquel que se presentará en diciembre, llegan a 537 los casos totales de fusilamientos de gatillo fácil, muertes en lugares de detención, femicidios de uniforme, desapariciones seguidas de muerte y otras modalidades como el uso del patrullero para embestimientos deliberados en persecución.
El de Lucas González no es un caso aislado, ni de “asesinos sueltos”, es sistémico, y por ende una política de Estado, según expresa la abogada penalista. A su vez, el Comité Nacional para la Prevención de la Tortura reclamó al gobierno porteño no sólo la sanción de los responsables del homicidio de Lucas González sino que se tomen medidas de prevención “para evitar hechos” que se repiten “desde la creación de la Policía de la Ciudad”.
Por un hecho absolutamente circunstancial, el caso de Lucas Gonzalez rompió el blindaje mediático, y es que gracias al club, la familia pudo hablar de lo sucedido. El informe inicial fue una versión policial tomado de “forma acrítica y sin hablar con el entorno de la víctima para chequear”. El primer parte se conoció a través del Ministerio de Seguridad y Justicia de la Ciudad, para ser difundido luego por varios medios de comunicación. El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) recalcó la tergiversación de los hechos, al igual que la CORREPI, que apartó el caso para hacerle seguimiento, encontrando en el texto de la nota ciertos vacíos. Se explicita, entonces, que la información que difunden las comisarías no puede replicarse “sin ser contrastada porque es en ese lugar donde se imponen los relatos de los operativos policiales”. El CELS subrayó que existe una “historia muy extendida” de “procedimientos ilegales” en operativos policiales fraguados que quedaron al desnudo en la investigación judicial realizada por Daniel Rafecas a fines de los 90’, cuando actuaba como fiscal e investigó causas fraguadas por la Federal publicadas por los medios como persecuciones.
El relato policial del caso de Lucas González es idéntico al de “paragüita” Toledo. El joven de la villa 21-24 que el 15 de julio de 2017 fue asesinado a tiros por Adrián Otero, oficial de la Policía de la Ciudad, mientras volvía de bailar junto a dos amigos. A raíz de una discusión de tránsito, Otero comenzó a perseguir el auto donde estaban los tres jóvenes y a disparar contra los tres chicos. Ocho balas impactaron en el auto, una de ellas le causó la muerte a Cristián Toledo. En un primer momento, la versión de los hechos difundida planteaba que el policía había actuado en defensa propia ante un intento de robo, buscando criminalizar a los jóvenes, quienes fueron detenidos durante dos días. La respuesta de vecinos, amigos y familiares fue lo que permitió que liberaran a los dos jóvenes y se exigiera justicia por Cristián.
El caso de Cristian Toledo comportó el primer juicio contra un efectivo de la Policía de la Ciudad por gatillo fácil. La sentencia para Otero de prisión perpetua, en octubre de 2018, sentó un precedente importante. Los casos en los que se logra una condena correspondiente: aquella de homicidio agravado por el abuso funcional de un miembro de la fuerza de seguridad, explica Verdú, son muy pocos. Y agrega que la regla común del gatillo fácil es que “le sigue sistemáticamente el sobreseimiento fácil”. Explica la abogada que en la mayoría de los casos, cuando no existe una familia que se presente frente a la fiscalía o el juzgado, que se constituya como querella o particular damnificado, y que empiece a poner puntos sobre las íes en materia de prueba o de interpretación de la misma, en menos de seis meses la causa es archivada.
La criminalización de la víctima va en paralelo con la narrativa de la víctima inocente, que desde la CORREPI se intenta desterrar y explican que “vuelve a resurgir con los discursos del odio: el ‘algo habrán hecho’ o ‘la polícia no mata porque sí’”. Tal es el caso de Luciano Cabello, el joven que en noviembre de 2015 recibió tres disparos por parte del oficial Ayala de la, entonces, Policía Metropolitana, quedando en estado de cuadriplejia. Las justificaciones del accionar del agente vinieron de la mano de la exgobernadora de la provincia de Buenos Aires, por entonces era vicejefa de Gobierno porteño, María Eugenia Vidal, quien alegó que Ayala había accionado en un supuesto marco de violencia de género. Lo insólito de sus declaraciones es que fueron desmentidas por la mujer de Cabello, la supuesta denunciante.
El juicio contra Ayala se llevó a cabo en 2019, y lo condenaron a 16 años de prisión en diciembre de ese año, pero aún así está libre porque la Cámara de Casación aún no se expidió sobre el fallo del Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de la Ciudad de Buenos Aires, por lo que la condena no está firme. Dice la abogada del caso que “si vos tenés que querellar a alguien en una situación de empate con la defensa partís de 0. Contra un policía, un gendarme, un prefecto, un servicio penitenciario no arrancàs de cero, arrancás de -8500”.
Ayer, en el marco de un doloroso reclamo por justicia, se llevó a cabo frente a Tribunales una congregación por el asesinato de Lucas González. Este martes, a las 15, se llevará a cabo en Av. de Mayo y 9 de Julio la quinta Marcha de la Gorra organizada por la CORREPI. Habrá un amplio arco de organizaciones convocadas, y se leerá un documento consensuado. El primordial reclamo es contra la violencia institucional que se carga con las muertes de personas, día tras día. El informe oficial de la Coordinadora hasta ahora presenta cifras récord, con 537 muertes donde no es el gatillo fácil lo que más aumentó sino las muertes en lugares de detención por covid-19. La situación es crítica, concluye Verdú: “Tenemos la falacia de un país que tiene un Código Penal que dice que no existe la pena de muerte, pero a punta de (pistola) reglamentaria está decidida por policías en la calle”.
Sep 28, 2021 | Deportes
A la cancha salieron los jugadores estrenando las camisetas. En el público sobresalían los familiares de los chicos asesinados en Villa Carcova en 2011 y de los fusilados de José León Suárez, los mismos que aparecen en Operación Masacre, de Rodolfo Walsh y, sobre todo, la participación de uno de los sobrevivientes, Juan Carlos Livraga. “Yo sentí que había logrado hacer algo lindo, agregar un mensaje a la camiseta”, dijo Ezequiel Rodríguez, jefe de Prensa de Central Ballester y gestor de la idea de vincular al club con emblemas de luchas de la comunidad.
Rodríguez estaba motivado en la recuperación del rol social que alguna vez logró tener Central Ballester, fundado en 1974. Nostálgico de aquella historia donde los clubes en Argentina habían logrado ser un semillero de los mejores logros deportivos además de la tierra fértil para la construcción de valores e ideales. Sin embargo, la eterna peregrinación por diversas canchas para ser locales, que data de hace 25 años cuando la sede en Villa Carcova fue vendida fraudulentamente, imposibilitaba el acceso a herramientas para acercarse a la gente del barrio.
“Central Ballester era un club viejo. Cada vez que la gente me veía con ropa del club me decía ‘Yo tengo una historia’ -relata Rodríguez-. Todos tenían historias viejas. Pero en el presente no estaba el club, nadie lo conocía. Entonces yo quería hacer algo con eso.”
Homenaje a los fusilados de José León Suárez.
Para acercar el club a los vecinos, en 2016, el dirigente y diseñador gráfico buscó el hito histórico más significativo de José León Suárez. Se encontró entonces con los fusilamientos del 56 que tuvieron como escenario el mismo barrio y el asesinato en 2011 por parte de la Policía Bonaerense de Franco Almirón (16 años) y Mauricio Gabriel Ramos (17 años), vecinos del barrio La Carcova. Con estos dos sucesos latentes en la memoria, nació una camiseta en contra de la violencia institucional que generó impacto visual con su estampa: una figura de una persona con los brazos abiertos y dos pelotones de fusilamiento a los costados. El objetivo era comunicar algo y que la gente pregunte y escuche.
“Era para que los pibitos de las divisiones juveniles o del barrio se pregunten: ‘¿Che por qué hay un fierro en una camiseta?’. Que empiecen a indagar, les surja la curiosidad, escuchen y saquen sus propias conclusiones”, afirma el jefe de prensa del club.
Para la presentación de las camisetas y con motivo de los 60 años desde los fusilamientos, se decidió organizar un partido homenaje, donde cada uno de los jugadores saldría a jugar con el nombre de una de las víctimas de estos sucesos en su espalda. Ese partido sería especial porque contaría con la presencia de los familiares de los fusilados del 56, de los chicos de 2011 en Carcova, además de la participación de Juan Carlos Livraga, sobreviviente de los fusilamientos. Esta decisión de Central Ballester, la de realizar un homenaje, no solamente despertó la sorpresa y agradecimientos de los familiares de las víctimas, sino que además generó un efecto que jamás se imaginaron: una catarata de pedidos de casacas desde todo el país.
“Eso fue conmovedor -relata Ezequiel-, muy gratificante todo lo que se dio, incluso sentí que había logrado agregarle un mensaje a la camiseta, más allá de los sponsors, los colores.”
Osvaldo Bayer, con la camiseta de Central Ballester.
Salen a la cancha los Derechos Humanos
Con la repercusión que tuvieron las camisetas, Rodriguez sintió que estaba devolviendo algo de lo social que el club no podía cumplir. El 2016 terminó convirtiéndose en un punto de partida que marcó el camino para construir un sentido de pertenencia del club. Se continuó en esta línea, con camisetas que llevasen un mensaje, y que fuesen representativas de diversas causas sociales, con algunas resistencias de parte de la Comisión Directiva. El plan de venta fue el escudo para presentar las camisetas ante los miembros que a regañadientes daban su visto bueno, plasmando así en cada una de las casacas que salían a jugar una manera de ver el mundo, de plantear valores y de cambiar aquello que no gusta del mundo.
El Canalla, como llaman a Central Ballester, ha logrado reinstalar discusiones a través de un deporte que no suele manejar ese idioma. Se ha embanderado con la causa Ni Una Menos, a raíz de un aumento exponencial visible en los casos de violencia de género en San Martín, violeta con el escudo en rosa y el número de asistencia a las víctimas en la espalda del jugador, que generó no pocos disgustos dentro de la hinchada.
El Canalla también se sumó a la campaña Ni una menos.
“Hice la camiseta de Ni Una Menos y se pudrió todo, cómo iba a hacerle poner a la hinchada una camiseta así, la usaron dos partidos y no la usaron más –se lamenta Rodríguez- Hay una cuestión muy importante generacional en cuanto a estos temas.”
A pesar de estas diferencias, a raíz de la camiseta se pudieron organizar charlas desde la Secretaría de Género de San Martín con el plantel de Primera División, para poner en juicio lo que implica usar una camiseta de esta índole, qué causa representa y así empezar a romper las masculinidades características de un deporte como el fútbol.
También salió a la cancha una camiseta que junta símbolos de distintos pueblos originarios, de diversas regiones de Argentina y la más reciente, una camiseta representativa con la bandera de la comunidad LGBTQI+. Esta camiseta se acompañó de un gesto que tuvo reacciones diversas en la hinchada de Central Ballester: el capitán y arquero del equipo, Juan Pablo Ghiglione, llevó en su cinta distintiva la bandera de la comunidad LGBTQI+. La idea de la cinta nace por parte del Área de Prensa del club para celebrar el Día Mundial del Orgullo.
En palabras del capitán: “Me pareció una idea que sumaba, también para concientizar. Es un ambiente muy machista, muy cerrado, que no permite muchas veces que los deportistas se expresen libremente sin temor a ser señalados por la sociedad y el ámbito.”
Ghiglione, en su relato a ANCCOM, menciona también las repercusiones en las redes sociales personales de los hinchas, quienes hicieron comentarios despectivos, bromas y también ofensas hacia él. Una vez más las estructuras del fútbol, que marcan la disciplina y su ambiente, pone como ley primera el prejuicio.
“Y va a traer repercusiones. Pero creo que, a la larga o a la corta, va a terminar siendo positivo -argumenta el capitán- y permite que cada uno pueda expresarse como quiera y no sea reprimido por la sociedad.”
Alentando a la memoria
El homenaje por los 60 años conmemorativos de los fusilamientos de José León Suárez, fue el punto de inicio de la relación entre la Comisión de Memoria, Verdad y Justicia de San Martín y el club Central Ballester. De esa confluencia nacieron charlas, capacitaciones e incluso un mediometraje que devino en película presentada en el Festival de Cine de Mar del Plata, titulada “Hay un fusilado que vive”. Lo que llevó a un club de la Primera “D” nacional a participar de un gran evento del cine en nuestro país.
Mientras más se enseñaba la historia, quedaba más en evidencia la falta de conocimiento, la identidad olvidada, y la memoria vacía en las distintas escuelas de San Martín. Ese fue el punto desde dónde partieron para empezar a trabajar el tema de la identidad, cultura y memoria. Explica la Secretaria de la Comisión de Memoria, Verdad y Justicia de San Martín, Laura Lagar: “¿Cómo puede ser que en nuestros propios barrios no sepamos sobre nuestra historia y viene alguien de afuera para contarnosla y la hace famosa? ¿Cómo puede ser que no sepamos nuestra historia y no la revalorizamos? Este pensamiento nos une con Central Ballester para trabajar en conjunto”.
El camino se vuelve sinuoso al insertar estos temas en realidades alejadas, se relaciona mucho con un “hacer política” distante de la noción de la política como medio para generar acciones, otorgar derechos y posibilitar un futuro. Por eso, cuenta Lagar, el fútbol se convierte en una gran puerta que permite trabajar los distintos temas, sobre todo la cuestión de los derechos humanos. Permite romper con los esquemas, aproximarse a un contar desde lo cotidiano, de una vivencia similar a la de uno mismo y ser personajes de la historia. La secretaria de la Comisión relata que sigue llevando a cabo charlas por el fusilamiento acompañada de la camiseta contra la violencia institucional de Central Ballester: “Cuando la muestro, los chicos flashean. El fútbol rompe totalmente, hay una aceptación, derriba barreras. Pasa a ser popular, lo toman en seguida, no ponen peros.”
El club que mejor comunica
Por el nivel de compromiso con diversas causas sociales, el club ha sido nombrado recientemente por Claudio Destéfano, un periodista argentino reconocido por ser especialista en marketing deportivo, como el club que mejor comunica. Este reconocimiento solo implica una gratificación placentera aunque sin mayores cambios en la realidad material.
A raíz de esto, Rodríguez se cuestiona si es que hay alguna deficiencia de no poder capitalizar el gran interés que desató la camiseta en sus diferentes representaciones sociales. “Nosotros seguimos teniendo los mismos sponsors, y seguimos estando identificados por la misma gente.” define el jefe de Prensa.
Esto también pesa a la hora de una de las deudas más grandes que arrastra Central Ballester, la falta de un estadio. La carencia de apoyo de organismos sociales y de banderas políticas han resultado en un trabajo encomiable en comunidad que comienza a dejar atrás la historia de despojo y el camino recorrido en canchas neutrales. Con pasos cortos pero firmes, el club se encuentra próximo a inaugurar un estadio, con un terreno propio ubicado en la calle Sarratea y Camino Del Buen Ayre en José Leon Suárez. La nueva cancha es el fruto del trabajo y esfuerzo de toda una generación de hinchas y dirigentes, la mayoría los cuales nunca vivieron un partido del club en su propia casa.
Sep 25, 2021 | Comunidad, Novedades
Cuando el día atardeció y el sol se puso en el Congreso, alrededor de las 19, cientos de antorchas encendidas lo despidieron aferradas por manos pintadas de negro, simulando ser petróleo y en rechazo a los hidrocarburos. Eran miles las personas, la mayoría jóvenes, que a espaldas del Congreso de la Nación reclamaban que no se les diera la espalda.
“Hoy salimos a la calle, porque no hay Planeta B”, cantaban las voces enérgicas y resonantes que llegaron a la Plaza del Congreso alrededor de las 18.30. Los cantos fueron súbitamente interrumpidos por el ritmo de los bombos de murga de Talleres Batuka, que recibían a todas las columnas que ya concluían su recorrido iniciado en Plaza de Mayo.
Una hora antes, mujeres cubiertas con un atuendo de un color violeta llamativo, emulando aquella vestimenta de las mujeres de los países islámicos, caminaron en total silencio en contraste con su alrededor para terminar ubicadas en primera línea de la marcha. Extendieron sus brazos hacia los costados y guiaron las banderas que se aproximaban. Llamaron la atención de los concurrentes, y cientos de fotos las tuvieron como protagonistas. Formaban parte de Extinction Rebellion Argentina (extinción o rebelión), un movimiento social a nivel mundial que se caracteriza por realizar actos de resistencia no violenta.
La marcha por la Crisis Climática de alcance mundial, se replicó a lo largo de toda la Argentina. En la Ciudad de Buenos Aires la movilización partió desde la Plaza de Mayo hasta el Congreso. Reunió más de 10 mil personas, encolumnadas con organizaciones o no encolumnadas, pero cada cual con su reclamo latente. La heterogeneidad de partidos y colores políticos colmaron la plaza unidas por la preocupación por el futuro.
“Hoy las organizaciones sociales, los cooperativistas, los ambientalistas, todos estamos peleando lo mismo y lo estamos haciendo en el mismo lugar donde hace unos meses propusimos una Ley de Envases con Inclusión Social”, dijo Leonor Larraburu, referente de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores, desde un escenario montado sobre un camión, frente mismo al Congreso y de cara a las columnas y banderas que se concentraban en la plaza.
La juventud que se reunió en las calles reclama un cambio de paradigma y sus carteles ilustraban el reclamo. “Nuestras políticas ambientales son un chiste pero nadie se está riendo”, decía uno. “El pueblo / consciente /defiende el medio ambiente”, resaltaban los diversos manifiestos sostenidos por manos igual de diversas, niños acompañdos de sus madres, jóvenes con máscaras de animales, trabajadores organizados, entre otros.
Los mensajes fueron contundentes y tan numerosos como la cantidad de asistentes. Sin embargo no solo los jóvenes estuvieron presentes, gente de otras generaciones también hizo suyo el reclamo.
“Yo estoy acá por el planeta, porque creo que hay que defenderlo y no hay que esperar más. La voz y la fuerza tiene que venir de abajo hacia arriba, declaró con convicción Susana Fernández, de 68 años. Susana forma parte de un proyecto llamado “Zurciendo el planeta”, donde mujeres latinoamericanas cosen y bordan para compartir mensajes sobre la emergencia climática y las muchas maneras de vivir de un modo sustentable.
El futuro preocupa, y con él el mundo que se le deja a las generaciones venideras. “Es el momento de salir a la calle y pelear por aquello que nos están quitando, la posibilidad de un futuro, así como estamos no va a quedar nada. Nos quedan menos de 10 años para cambiar el rumbo, no queda mucho más tiempo”, exclamó Joaquín Gonzalez, de 18 años, miembro del MST.
La convocatoria estaba impulsada desde las redes, con itinerarios e invitaciones a participar, incluso si no se tuviese compañía Jóvenes por el Clima convocaba a unírseles. Las razones para marchar eran, y son, varias. Las más concretas, la crisis climática que acecha y ya está en todos lados; la necesidad de tomas de decisiones de manera urgente para no superar los 1,5°C de calentamiento; presionar por una ley de humedales que se encuentra “cajoneado” desde noviembre de 2020 y exigir por una transición hacía energías sustentables.
A las 15, tres horas antes de que las columnas desembocaran frente al Congreso ya habían comenzado a concentrar los asistentes en Plaza de Mayo, con pecheras distintivas de cada organización o alguna remera que los distinguiese. Las banderas fueron desplegadas una hora después y a eso de las 16.45 las columnas ya estaban expectantes para iniciar su recorrido. Con la gente llegando, también lo hicieron los vendedores que esta vez tuvieron un menú diferente al del resto de las marchas: mucha de la oferta era vegana. Las olas de gente se fueron sumando desde todos los extremos de Plaza de Mayo, hasta confluir en una sola en la calle Avenida de Mayo mientras de frente el sol iba cayendo.
“Nuestro desarrollo tiene que ser armónico con la naturaleza. Pedimos una democracia directa, no se puede hacer nada sin consultar a los pueblos”, declaró contundente, desde el escenario, Mariano Sánchez Toranzo, ambientalista que lleva adelante diversas acciones en pos de la defensa y el cuidado del medio ambiente, y fue despedido con un vitoreo.
Al cierre, desde la Red Nacional por los Humedales reclamaron “decir basta. Basta de ser funcionales a los antiguos paradigmas de progreso, estamos todos en el mismo río y se está secando. Basta del Estado Ecocida. Basta de pelearnos entre nosotros por cual es la bandera más grande o más chica. Y a los muchos que se suman por primera vez hoy, bienvenidos, vengan siempre, los necesitamos.”
Ago 17, 2021 | Culturas, Novedades
En el último año y medio, un fenómeno lleno de prosa y lírica se hizo presente en el mundo literario. Editoriales -en su mayoría independientes- se volcaron al género poético, llenando las vidrieras de las librerías -virtuales o físicas- con publicaciones en verso. Los números no son concretos por lo reciente de esta explosión, sin embargo aquellos que forman parte de este mundillo tienen una certeza: hay un boom de poesía.
Las razones de esta proliferación parecen ser diversas, pero Vanina Colagiovanni, escritora y además directora de la editorial de poesía Gog y Magog, destaca lo activo de los mecanismos de difusión como punto crucial de partida: “La poesía tiene algo particular, y es que, por la brevedad y porque un poema es una unidad de sentido que puede salir del libro, es decir, que puede funcionar solo, genera su propio circuito de difusión.”
En un mundo donde, de pronto, primó la virtualidad, este mecanismo de fácil difusión pisa fuerte en redes sociales, donde la falta de presencialidad ha generado otras instancias. Si bien el mundo de la poesía es pequeño, resulta muy activo desde antes de la pandemia, y lo que ha cambiado con ella son sus modos de llegada. El lugar que ocupaban los ciclos de lectura presenciales, ha sido ocupado por las redes de las editoriales como escenario para que autoras y autores se encuentren y compartan sus escritos. Donde estaban las presentaciones de libros y confluían el evento, el contacto, el disfrute, ahora aparecen los vivos en las diversas plataformas digitales, tanto de los escritores como de las editoriales. Incluso la Fundación Filba se encargó de armar un espacio virtual de festival, que incluye entrevistas con invitadas excepcionales como Sharon Olds y Vivian Gornick, lecturas y talleres y pueden disfrutarse en su canal de Youtube (Filba Literatura) .
Los ciclos de lectura presenciales, la poesía enunciada con voz y con cuerpo, se trasladaron a lo virtual, creando un espacio totalmente distinto. Cada vez más, pueden escucharse podcast con lecturas de poemas: como es el espacio creado por “Chubasco En Primavera” revista online sobre poesía y arte que ha volcado en Spotify una dosis de poesía diaria recorriendo obras de diversos autores y enunciadas por distintas voces. O pueden escucharse también los diez capítulos creados por el “Proyecto Mostras: Maestras de la Poesía Argentina” que busca dar cuenta de las trayectorias de grandes poetas argentinas que dejaron huella.
Hay un acuerdo unánime en el mundo de la poesía, se extraña el cuerpo, el espacio compartido, el momento del té o el mate, que también formaba parte de la presencialidad, y se espera vuelva lo más pronto posible. En la actualidad, el medio digital aunque incluye, satura, y aquello que en un momento resultó nuevo, ahora ya es rutina.
Persianas bajas, libros abiertos:
Cuando las persianas de muchos comercios estaban bajas, las librerías de barrio, como el resto, se adaptaron a los cambios inevitables. Es que en medio de la pandemia, aquellas empresas de estructuras pequeñas pudieron amoldarse más fácilmente y buscaron la forma para que sus ventas no cayeran, generando lazos con los lectores de cercanía, alimentando mecanismos de venta distintos, ofreciendo productos de manera creativa, creando packs de libros combinados con otros productos como vinos, por ejemplo. Las editoriales también se sumaron a la creatividad para sus ventas, colaborando entre ellas, armando combos de libros de dos editoriales distintas con catálogos afines. Los libreros tomaron sus bicicletas y se encargaron de crear un delivery de libros puerta a puerta, que fue algo muy propio del principio de la pandemia y su novedoso sistema de take away.
La idea de recibir un libro en casa, poder leerlo, compartirlo e incluso tener una charla por redes o distintas plataformas entusiasmó. Atrás quedaron, parece, los días que la poesía no vendía. En el último año y medio se agudizó la publicación de varias editoriales en los géneros poéticos, autobiográficos y de autoras mujeres.
Así como los comercios se pusieron al día con las necesidades del contexto, fue momento para las editoriales de poner manos a la obra. El primer cambio, muy marcado, fue implementar las ventas online. La mayoría de las editoriales no tenían esta función en sus webs, como si quizás las librerías de mayor estructura. El carrito de compras fue el protagonista de gran parte de la pandemia, sobre todo en sus comienzos y no fue la excepción a la hora de comprar libros. Incluso se abrieron muchos proyectos de librerías virtuales y clubes del libro que alimentaban la demanda de los libros en físico.
Aquí también entra en juego un nuevo grupo de actores muy reciente: los “Book Grabbers», que se popularizaron en redes, aquellas personas que poseen carisma, leen, comentan y luego recomiendan libros, con una comunidad que sigue sus consejos y compra las lecturas sugeridas. Desplazando así el lugar del crítico más académico, democratizando las recomendaciones y también aportando al circuito de consumo de los libros.
Otro cambio importante, resalta Colagiovanni, fue darle importancia al Ebook, dado que mucha gente se acostumbró a leer en archivos digitales, coincidente con una caída de la romantización del libro que abrió el juego para leer a más autores, donde varios títulos se volvieron disponibles en diversas plataformas para su compra.
Lugar de encuentro
Una mochila con rueditas cargada de libros, de poesía mayormente, que solía recorrer la ciudad se vio obligada a encerrarse y perder su utilidad por un tiempo. Es que cuando la pandemia arrasó con las rutinas habituales, obligando a cada uno a reinventarse y adaptarse, la primera sensación para aquellos que llevaban a cabo talleres de lectura y escritura fue que desaparecerían, llevándose el trabajo de muchos. Sin embargo, sucedió lo opuesto. Con el mayor tiempo dentro de casa afloraron nuevas necesidades creativas que dieron muchísimo trabajo para los escritores que dictaban talleres. El tiempo que se ahorraba al quedarse en casa se vio como una oportunidad de retomar viejos hábitos o crear nuevos. Muchos talleres y clínicas individuales se poblaron de personas que habían dejado de lado la escritura, que querían corregir textos de años anteriores y que ahora pudiendo mantener su trabajo y organizándose le daban un espacio a algo que antes les era imposible.
La pandemia impulsó la intención de preservar los espacios que produjeran disfrute y mantuvieran activa la motivación. El contacto con el otro, cara a cara, se dificultó cada vez más, por eso los espacios virtuales de encuentro fueron de suma importancia. La lectura y la escritura corrían con ventaja de ser de las pocas cosas que podían mantenerse como actividades sin grandes cambios ya que, por su esencia, no necesitan de la fisicalidad y a veces, tampoco de compañía. Florencia Fragasso, escritora que tiene a cargo la coordinación de grupos de lectura y escritura, cuenta cómo cambió su modo de trabajo a partir del contexto, destacando su sorpresa ante la participación de gente que está a miles de kilómetros. “Estás ahí sentada y hay una persona que está en un lugar con 10 grados bajo cero cuando vos estás con 30 grados, o que está en otro horario -cuenta-. Escuchás acentos de gente que habla distinto, con sonidos tan distintos, esto es una pavada o una obviedad, pero cuando estás en un taller donde se trabajan las palabras, trabajando desde la literatura, con el lenguaje como protagonista, el trabajo se enriquece muchísimo. Ni hablar cuando se trabaja poesía.”
Adicionalmente, fueron estelares las participaciones de las personas tímidas y reservadas, que en su momento no se animaban a acercarse a un taller presencial y si lo hacían, el silencio era su refugio. Estar detrás de una pantalla permite una distancia, un “no estar en el lugar”, que lleva a una mayor soltura y confianza al leer lo que escriben.
“La poesía tiene un componente sonoro importante, la puesta en voz -describe Fragasso- la lectura en voz alta, pero una cosa es poner en voz un poema y otra cosa es ponerlo en cuerpo, en un espacio donde hay otra gente.”
Si bien la escritora se encarga de trabajar junto con varios grupos, con recorridos bastante plásticos según los intereses de los participantes y sus propuestas, se detiene particularmente en uno de ellos creado en 2019, que tiene como piedra angular la poesía, que se ha vuelto un espacio protegido, que entre todos los integrantes con mucha voluntad decidieron conservar. “Fue un año difícil para cada uno de los individuos de ese grupo por causas muy diferentes, entonces se volvió un lugar al que queríamos ir, queríamos todos que llegase ese día”, señala.
En su discurso, la poeta termina caracterizando a la poesía como un territorio, un lugar donde los integrantes querían estar, compartiendo lo que cada uno había escrito, escuchándose, e incluso recomendando lecturas. La poesía se constituye por un componente emocional muy fuerte, la ausencia de emoción le quita la magia. Sin caer en cuestiones terapéuticas, cuando un lenguaje poético se comparte, y se da este fluir de emociones, se construye un lugar donde funcionan y circulan voces, con gente que viene de lugares distintos, que escribe de maneras diversas, que tienen lecturas diferentes.
“Me parece que la poesía tiene esa posibilidad de volverse territorio, de volverse un lugar a ser habitado-comparte la escritora- y me parece que con ese grupo pasó eso, en un año en que las vidas por fuera del taller eran bastante arduas, fue un sostén, un sostén poético.”