Desalojan una fábrica recuperada

Desalojan una fábrica recuperada

Hoy a las cinco de la madrugada, 600 efectivos policiales -infantería, cabellería, oficiales con caninos- se presentaron en la fábrica ex Petinari para concretar el desalojo de los 120 trabajadores que conforman la cooperativa ADO constituida en agosto de 2015, luego de que en febrero venciera la suspensión de desalojo que los trabajadores habían conseguido por 30 días.

En diciembre del año pasado iba a declararse oficialmente la quiebra de la empresa. Pero Petinari solicitó una prórroga y el juez postergó la sentencia definitiva para el 17 de marzo de este año.  A pocos días de la resolución, el presidente y delegado gremial de ADO, Jorge Gutiérrez, sostuvo, en diálogo con ANCCOM, que «el fuerte operativo de desalojo de alguna manera nos favorece porque demuestra que la intención de ellos no es pagar sino sacarnos de la fábrica».

Gutiérrez explicó que 20 trabajadores permanecían de guardia cuando la policía llegó  a la fábrica. Los trabajadores se retiraron pacíficamente y están acampando afuera como forma de resistencia hasta que resuelva el juez.

Sobre la situación económica actual de la cooperativa, Gutiérrez contó que mejoró en relación al año pasado y que ahora esperaban poder retirar las unidades que quedaron adentro para terminar el trabajo aunque sea afuera de la fábrica y no perder la confianza de sus clientes. «Volvemos a nuestra lucha. Moralmente estamos más fuertes que antes -expresó Gutierrez- Estamos a pocos días del final. Nuestro sueño sigue siendo mantener las fuentes de trabajo».

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Actualizado 3/3/2017

ADO-Petinari: trabajadores sin patrón

ADO-Petinari: trabajadores sin patrón

“Todo lo que te imagines, el torno lo hace”, explica Julio Ramírez mientras pone en marcha la máquina que ahora está iluminada y produce un fuerte ruido metálico. Coloca el pistón, ajusta el milímetro, mueve una palanca y modera la velocidad; hace todo con la rapidez y la facilidad de quien practica el oficio hace veinticinco años. La herramienta de corte se acerca y tornea la pieza: «Esto es parte de mí –dice Ramírez mientras mira el torno-. Acá aprendí, es mi vida».

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Torneros, herreros, soldadores, matriceros; los trabajadores de la fábrica ADO-Petinari son obreros calificados que en cinco días pueden armar una carrocería completa. Durante cinco décadas ésta metalúrgica fue una de las más importantes del mercado nacional dedicada a la fabricación de volcadoras, acoplados y semirremolques. Pero en 2015 la firma Acoplados Petinari dejó de pagar salarios y fue acumulando una deuda que llegó a más de 50 millones de dólares con los trabajadores. La fábrica cerró sus puertas: los trabajadores quedaron fuera; la seguridad privada, dentro. Luego de varios meses de estar en la calle, los operarios decidieron entrar y crear la cooperativa Acoplados del Oeste, ADO. Cuando empezaron -en agosto de 2015- eran 15. Hoy la integran 120 trabajadores.

Ese mes apareció en el diario La Nación el comunicado sobre la convocatoria a concurso preventivo por cesación de pagos de Petinari. En septiembre la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires aprobaba el proyecto de expropiación de la fábrica presentado, a instancia de los trabajadores, por el diputado Miguel Funes, del Frente para la Victoria. En marzo pasado consiguió la aprobación de ambas cámaras: votó a favor hasta el PRO, el bloque oficialista. La expropiación era ley.

Pero un mes después la gobernadora María Eugenia Vidal la vetó.

Y desde entonces, 120 familias pueden volver a quedar en la calle.

 

 

ADO está en Merlo, a la altura del kilómetro 32 de la ruta 200. Tres banderas flamean en la entrada: la de Argentina, la de la provincia de Buenos Aires, y la de la cooperativa. Son dieciséis hectáreas de predio: galpones con techos de hasta veinte metros de alto, maquinarias gigantescas, construcciones que tienen cien años y son patrimonio histórico, como un antiguo leprosario que los bomberos utilizan para operativos de simulacro. En la antigua vivienda del casero de la fábrica vive Julio Centurión con su mujer y sus tres hijos. Hace dos meses, cuando ya no pudo pagar el alquiler de la casa donde vivía, ni el plan de vivienda en el que estaba invirtiendo, sus compañeros le dijeron: «¿Por qué no te venís a la casa del casero?” Centurión es hincha de River, tiene 48 años y el deseo de bautizar en la fábrica a su hija de dos meses, Milena Lucía, a quien -de antemano- sus compañeros llaman “Ado” .

Centurión dice que lleva catorce años trabajando en la fábrica y que de allí sólo pueden sacarlo de una manera: muerto. “He dejado mucho en esta empresa, desde lo físico, lo moral y lo psíquico -cuenta con la garganta cerrada y los ojos llenos de lágrimas-. Es muy doloroso lo que vivimos con los compañeros . Nos dejaron en la calle”.

 

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La historia de Petinari incluye capítulos de traiciones familiares, estafas a los empleados, pedidos de quiebra y disputas judiciales. En 2006, con la muerte de Pedro Petinari -fundador de la empresa-, empezaron los conflictos. «Los hijos empezaron a hacer cualquier cosa con la fábrica -sitúa Luis Becerra, trabajador e integrante de la cooperativa-. Son cinco hermanos y se robaban entre ellos millones de dólares. ¿Cómo no nos iban a cagar a nosotros?»

En 2012 fue el primer gran conflicto salarial; duró tres meses hasta su resolución. “A partir de ese momento, la patronal empezó a vaciar la fábrica -recuerda el presidente de la cooperativa, Jorge Gutiérrez-. Los depósitos estaban llenos y empezaron a rematar todo; nos decían que era para traer máquinas nuevas, pero nos dimos cuenta de que no era así». La política de desguace alcanzó también a la mano de obra. De 350 trabajadores en 2009 -época en la que Petinari se instalaba como pionera en el mercado mundial-, la empresa pasó a tener 189 en 2012.

Y desde junio de 2014 la situación se agravó aún más. La familia Petinari comenzó a forzar a los empleados a firmar convenios mensuales con quitas del 40% del sueldo y suspensiones de jueves y viernes sin goce de haberes. La modalidad se iba a mantener sólo por tres meses, pero la patronal decidió extenderla más allá de septiembre, y en noviembre los trabajadores se negaron a firmar una nueva prórroga. Recuerda Gutiérrez: “Al aguinaldo lo cobrábamos en seis cuotas de mil pesos: al de diciembre de 2014 lo terminábamos de cobrar en junio de 2015, y así. Con las vacaciones nos decían que si nos íbamos, no cobrábamos el aguinaldo”.

La situación no dio para más y en febrero de 2015 decidieron cortar la Ruta 200 para hacer visible el reclamo y exigir respuestas al Estado. Ya lo habían hecho también durante el conflicto de 2012. Pero esta vez Petinari redobló la apuesta y envió cien telegramas de despido. El Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor de la Argentina (SMATA), les dio la espalda: “El SMATA nos pedía que levantáramos la medida de fuerza y (Ricardo) Pignanelli (el secretario general del sindicato) nos empezó a acusar despectivamente de zurdos -rememora Gutiérrez-. Nosotros le dijimos que si ser zurdo era pelear por nuestros derechos, entonces que nos acusara de zurdos, pero esto no podía seguir así”.

El 19 de marzo de 2015 tuvo lugar una primera orden de desalojo y el predio quedó apenas ocupado por personal de seguridad privada. Allí cobró impulso definitivo el proyecto de constituir una cooperativa. Pero para entonces Petinari ya llevaba casi una década de descalabro administrativo. “No decidimos cortar la ruta y formar la cooperativa de un día para otro, veníamos de un año largo de conflicto”, asegura Diego Esteche, trabajador de la fábrica desde hace doce años. Sin embargo, lo peor no había pasado: “Cuando volvimos a entrar encontramos un boleto de compraventa: los Petinari le iban a vender la fábrica a un grupo de accionistas propios -agrega Esteche-. En junio se iba a hacer la escritura. Nosotros estábamos afuera, la empresa pasaba a nuevos dueños y listo. Por suerte conseguimos que saliera una cautelar y se paró todo”.

 

Jorge Gutiérrez es el último delegado gremial que queda en la ex Petinari desde que comenzó el vaciamiento; cumple esa función desde hace ocho años, de los doce en total que lleva trabajando en la fábrica. Fue elegido presidente de ADO gracias al respeto y a la admiración que por él sienten sus compañeros. “Es un rol difícil y desgastante, porque todos tienen sus problemas y hay que trabajar duro para mantenernos unidos -reconoce-. Podemos tener nuestras diferencias pero el objetivo es uno: recuperar a fábrica y la fuente de trabajo de mis compañeros». Viaja permanentemente a La Plata, corazón político de la provincia, en donde mantiene reuniones con funcionarios y legisladores para involucrarlos en su lucha. “Esta experiencia es nueva para mí”, admite Gutiérrez, que enfrenta el desafío con la ayuda de su consejero Francisco Martínez, a quien apoda “Manteca” (en referencia a Sergio Martínez, el delantero uruguayo que jugó en Boca Juniors en los ‘90), un cooperativista de Textiles Pigüé recomendado por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (de la gestión anterior), cuando los trabajadores de la ex Petinari decidieron crear la cooperativa.

Entre quienes apoyan a la cooperativa están las Madres de Plaza de Mayo. Hebe de Bonafini, con quien tiene relación -y a veces habla- Gutiérrez. En su visita reciente al Papa, le llevó una carta de parte del obispo de Merlo en la que contaba la situación de la cooperativa.

 

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Eber Moreno tiene 41 años, es santiagueño y conserva la tonada y la simpatía provinciana. A los trece empezó a trabajar esquilando ovejas y cosechando papa; a los diecinueve, viajó a Buenos Aires. El oficio lo aprendió en la fábrica; veintidós años después tiene conocimiento en casi todas las áreas. Mientras la empresa pagó, Moreno muchas veces destinó todo su aguinaldo en herramientas de soldadura y herrería; a aquella inversión hoy la considera una ventaja para poder tener sus trabajos independientes y sostener a la familia, conformada por su mujer, sus cuatro hijos y sus dos nietos. «Así voy sobreviviendo”, dice Moreno y cuenta que hace poco construyó su primera escalera. “Toda la estructura que ves acá es mano de obra y pulmón de los trabajadores”, explica, y se acuerda de un trabajador de setenta y pico de años que hizo todos los techos y que cuando se jubiló se fue así, como si nada.

Felix León, de 60 años, está en la fábrica hace ocho. “¡Hasta infartado trabajó!”, dice Moreno señalando a su compañero. León –dice- no cree en la empresa, cree en sus compañeros, y por eso asegura: “Hoy no quiero darle nada a nadie, esto lo quiero para todos nosotros”. Durante el conflicto del verano de 2015 estuvo todos los días de los ocho meses en la ruta: por eso se autodefine como “una marca registrada”. “Al principio me escondía, me tapaba la cara porque me daba vergüenza -dice-. Yo laburé toda mi vida, es muy feo terminar de esa forma. Después ya me conocía todo el mundo y me hice un cara rota”. Se ríe, León.

 

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Todos recuerdan ese verano como una época muy dura y triste. Se organizaban en grupos de seis personas y se dividían los turnos; ponían dos tachos en la mitad de la ruta para visibilizar el conflicto pero sin cortar el tránsito. “Nos plantamos en la puerta porque si la dejábamos libre, venían los dueños para llevarse las maquinarias y las herramientas -explica Centurión-. Y si nos sacaban eso, nos quedábamos sin nada”. Durante un año Centurión pasó  las veinticuatro horas del día en la ruta para evitar el vaciamiento de la planta. «Le decía a mis hijos que papá se iba a defender el trabajo, y no sabía cuando volvía -recuerda- Fue una lucha fuerte, constante, pero con mucho orgullo».

“Muchos ayudaban porque conocían la lucha -se acuerda León-. Pero también estaban los que pasaban y te gritaban: ‘¡Anda a laburar!’, y eso me hacía pomada, me destruía”.

Cuando en agosto los trabajadores no toleraron más la situación, decidieron entrar y recuperar la fábrica. “La empresa dice que nosotros entramos por la fuerza; pero mirá -demuestra Gutiérrez señalando con la mano la enorme entrada al predio que abarca cuadras y cuadras- está abierto por todos lados. Dijeron que rompimos el portón y secuestramos a los de seguridad, cuando fueron ellos mismos los que nos abrieron”. Hoy Gutiérrez está procesado penalmente por ese supuesto “secuestro” de los tres guardias de seguridad; él lo traduce como una estrategia de la empresa para desarticular a la cooperativa.

Petinari también acusó a los trabajadores de que entraron a la fábrica para robar, pero cuando se hizo el inventario junto con la empresa y el síndico de concurso sobraban máquinas. “Nos somos usurpadores, somos defensores de nuestros derechos laborales”, sostiene Centurión sobre los adjetivos que usa Petinari para deslegitimar a los trabajadores. “¿Pero qué puedo esperar de la empresa si en catorce años nunca tuve un salario digno, ni una obra social digna, ni vacaciones dignas, nunca tuve la libertad de salir un fin de semana con mi familia, y siempre existí para la fábrica de lunes a lunes?”

 

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Rosa y Fernanda, las mujeres de la fábrica, se encargan del trabajo administrativo. Rosa es de las cooperativistas más nuevas -está hace tres años-, y siente que en esta lucha recuperó su dignidad como trabajadora. “Hubo mucho maltrato; para la empresa el trabajador era un esclavo -explica Rosa-. Mucho tiempo la gente aguantó trabajando sin ART, sin elementos de seguridad, sin cobrar los aumentos correspondientes, cobrando fuera de término o en cuotas, y hasta no cobrando. Incluso la falta de higiene, con semejante establecimiento nunca se hizo comedor. Y el trabajador siempre se calló la boca para no perder la fuente de trabajo”.

Como víctima de la negligencia, los trabajadores recuerdan a su compañero Maximiliano, que en 2006 murió aplastado contra una columna cuando el gancho de una batea de cinco mil kilos, que no estaba asegurado, se desprendió y lo mató en el acto. «Lo taparon con una lona y querían que siguiéramos trabajando», cuenta Esteche. También se acuerdan de otro compañero que quedó con la mitad del cuerpo paralizado al electrocutarse con una soldadora mojada por el agua que caía del techo roto.

“Durante varios años era obligación trabajar doce horas diarias, pero en el recibo figuraban sólo nueve”, denuncia Fernanda, que trabaja en la fábrica hace dieciocho años y parece conocer de cerca las irregularidades de la empresa: “Estafó hasta facturando doble una unidad. Petinari tiene todo mal: con los proveedores, los clientes, los trabajadores, y con el Estado. Pero también está la falla del Estado: si vas a Morón verías la infinidad de denuncias que hicimos constantemente como empleados hacia Petinari. Empapelás la ciudad, con esas denuncias”.

 

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Julio Ramírez es -según sus compañeros- el científico de los tornos. Lleva diez años en la fábrica. “Es el oficio más viejo del mundo”, dice mientras manipula el torno paralelo, que hace el trabajo artesanal de la tornería, y se usa principalmente cuando el torno computarizado -que según Ramírez “hace maravillas”- está roto. Hacer un cilindro en el computarizado puede llevarle a Ramírez tres horas; artesanalmente, dos días. Pero si tiene que elegir, se queda con el torno paralelo.

Ramírez tiene dos barras de titanio y cuatro tornillos en la espalda por haberse caído de una máquina en 2012. En ese momento la ART le dijo que sólo era «un fuerte dolor de espalda»; pero cuando se fue a hacer una revisión más específica se encontró con que tenía una vértebra rota y que podía quedarse en silla de ruedas. “Decidí operarme y cuando fui a hablar con la empresa me dijeron: ‘no se preocupe Ramírez, después vamos a arreglar’; así como lo dijeron, quedó en la historia”. Ramírez hace una pausa. Y pregunta: “¿Vos pensás que yo les puedo dar esto? Si me arruinaron la vida».

A sus cincuenta años Ramírez siente que su cuerpo ya no aguanta tanto. La lucha por el trabajo, sin embargo, lo hizo más fuerte. «Lloré, me enojé, zapatée; no lo podía creer; pedíamos monedas en la calle siendo todos obreros calificados”, recuerda sobre el conflicto. “Hoy la cooperativa me cambió la vida; siento que peleo por algo muy mío”, dice, y está seguro, como Centurión, de algo: «Yo de acá me voy muerto”.

 

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El alma de la fábrica es el sector de corte y plegado, donde la materia prima se corta e inicia su recorrido hacia los demás sectores: tornería, hidráulica, armado, pintura, terminación y reparación. “Ahora no hay trabajo, pero sabemos que es un problema general”, dice Gutiérrez sobre la situación económica actual de la cooperativa. La producción en los últimos meses bajó casi un 70 por ciento. Desde agosto hasta diciembre, los trabajadores cobraban alrededor de ocho mil pesos por mes. Hoy, el salario se redujo a dos mil. Y a pesar de que la fábrica está funcionando a un 30 por ciento, las tarifas de los servicios aumentaron de diez mil a cuarenta mil pesos.

Frente a la desaceleración de la producción, de los 120 trabajadores que integran la cooperativa sólo 70 están trabajando actualmente en la fábrica. «Hoy funcionamos como una escuela. El que era tornero, ahora aprende a hacer guillotina y viceversa; nos ayudamos entre todos», cuenta Gutiérrez. El ritmo de la actividad en la metalúrgica también se modificó: el trabajador ya no cumple un horario y se va; si hay que quedarse más tiempo para terminar, lo hacen. “Se cobra si se trabaja; todavía hay que concientizar a los compañeros sobre eso -dice Gutiérrez-. Es aprender a trabajar sin patrón”.

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“Desde que somos una cooperativa el compañerismo se reforzó más que nunca: todos estamos luchando por lo mismo -expresa Centurión-. Somos como una gran familia”. Sueña, dice, con que algún día haya 600 compañeros en ADO. A futuro, la cooperativa tiene el objetivo de ser también un espacio de formación y de primer empleo para los jóvenes que egresan de los colegios industriales, a través de un convenio con el municipio. “Queremos darles la oportunidad a hombres y mujeres de integrar la teoría con la práctica, que puedan llevarse su moneda con enseñanza y futuro -dice Centurión-. Que los compañeros más grandes puedan enseñarles a los más jóvenes la educación del trabajo y de la expresión, y se llenen de satisfacción. Esa es la ilusión y el futuro que queremos para esta fábrica».

 

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El abril pasado la gobernadora Vidal decidió vetar la ley de expropiación de la fábrica. A través del Decreto N° 307/2016 establece que la expropiación implica “la creación de un nuevo gasto en la Ley de Presupuesto vigente”; también asegura la presunta “voluntad de la parte empresaria de abonar las primas adeudadas”. “Eso no es cierto -replica Becerra-. Si se fijan en las actas del Ministerio de Trabajo que están en Morón, figura claramente que la empresa ni se presentó a las audiencias”.

A principios de mayo los trabajadores impulsaron un  nuevo intento de  llevar a la Legislatura la expropiación de Petinari. “En realidad, lo que se quiso hacer fue anular el veto -relata Becerra-. Teníamos el compromiso del bloque del Frente Renovador para acompañarnos, pero a último momento se dieron vuelta y el proyecto se cayó”. En cambio, consiguieron que la Cámara de Diputados bonaerense diera media sanción a una ley que impide cualquier intento de desalojo en la fábrica durante 90 días. “Falta la otra media sanción, pero esperemos que a ésta no la veten también -dice Esteche-. Suponemos que no, porque fue aprobada por los mismos diputados del oficialismo. Sería un papelón que la gobernadora vetara una ley sancionada por sus propios legisladores”.

 

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“Nuestro objetivo es resistir hasta fin de año, cuando debería declararse oficialmente la quiebra de Petinari, lo que sería un paso decisivo para que se reconozca a nuestra cooperativa”, explica su presidente, Jorge Gutiérrez. El cielo está despejado y el sol le ilumina la cara: “El veto nos hizo más fuertes y nos dio más ganas de pelear -dice-. Con la empresa no queremos negociar, no es creíble, y los compañeros quedaron mal psicológicamente. Ya estamos conformados como cooperativa. Y no hay ni un paso atrás”.

“La violencia de género es un problema cultural”

“La violencia de género es un problema cultural”

Selva Almada es entrerriana, nacida y criada en el pueblo de Villa Elisa. A los diecisiete años viajó a Paraná y se recibió como profesora de literatura. Diez años después, se mudó a Buenos Aires, ciudad en la que -dice- le encanta vivir. Escribió Una chica de provincia, El viento que arrasa y Ladrilleros. “No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer –escribe–pero había escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando. Anécdotas que no habían terminado con la muerte de la mujer, pero que sí habían hecho de ella objeto de la misoginia, del abuso, del desprecio”.

El libro de crónicas Chicas muertas –publicado en 2014– está centrado en tres casos de femicidio de los años 80 ocurridos en el interior del país cuando esa palabra todavía se desconocía. “Mi intención cuando escribí el libro fue recuperar la memoria de esas tres mujeres”, cuenta Almada en su casa ubicada en el barrio de Flores. Detrás de ella, hay un cuadro en blanco y negro, en el que se distingue un ilustrador –que en realidad puede ser un hombre o una mujer– dibujando sobre su hoja, en la penumbra de la noche y en completa soledad.

Chicas muertas es tu primer libro de no ficción. ¿Qué fue lo que te motivó a escribirlo?

El caso de Andrea Danne fue el disparador. Ella era una chica que vivía en San José, a veinte kilómetros de mi pueblo, y que a los diecinueve años fue asesinada mientras dormía en su cama. La noticia me impactó muchísimo, yo tenía trece años y era el primer caso de femicidio con el que tomaba contacto. Pensando en perspectiva, lo que más me impactaba –sin saber que me impactaba, ni por qué– no era tanto que tuviese casi mi misma edad, sino que la habían matado dentro de su casa. Eso lo pensé muchos años después, cuando escribí el libro. Que la mataran dentro de su propia casa contradecía lo que siempre nos habían enseñado desde chicas sobre el peligro, que estaba afuera, y por eso no había que hablar con extraños, ni andar por lugares desconocidos. Le daba otra dimensión al tema, había una cosa simbólica muy fuerte que tenía que ver con lo que es la violencia de género: el que te mata es alguien en quien vos confiás o confiaste alguna vez, no es un asesino serial como las series de televisión. Siempre tenía ese caso en la memoria; y cuando empecé a escribir ficción, en un cuento que se llama «La chica muerta» –publicado en Una chica de provincia en 2007– reconstruí lo que yo me acordaba que había pasado. Al escribir sobre esa historia me dieron ganas de saber más sobre el caso, porque además ya en esa época prestaba más atención a este tipo de casos de mujeres asesinadas y cada vez me sentía más interpelada. En ese momento también leía mucha crónica. Y creo que se juntaron esas cosas.

¿Y cómo llegaste a los otros dos casos?

Con el de María Luisa Quevedo me topé medio de casualidad a través de una noticia en un diario del Chaco, en la que se recordaban los 25 años de su asesinato. Ella tenía quince años cuando su cuerpo apareció ahorcado en una represa. Ahí fue cuando pensé en un libro de crónicas, no de casos recientes, sino que tuviesen más de veinte años. El caso de Sarita Mundín fui a buscarlo, me parecía que el libro iba a tomar más cuerpo con tres historias. Ese caso, en sí mismo, reviste otra complejidad. Ella estuvo desaparecida casi un año, encontraron su cuerpo en el lecho de un río y en ese momento se le dio su identidad. Diez años después, la madre, que nunca se convenció de que esa fuera su hija, pidió un estudio de ADN; se lo hicieron y dio negativo, lo repitieron, y volvió a dar negativo. Esa es la cuarta chica del libro que en realidad no sabemos quién es, y tampoco hay certezas de que Sara Mundín esté muerta. Son tres casos de los años 80, que quedaron impunes, y en los cuales las víctimas son adolescentes jóvenes. Los tres son también anteriores al caso de María Soledad Morales, que es el primer caso de asesinato de una chica en un pueblo de provincia que toma estado público nacional y que marcó un paradigma en el tratamiento de estos casos.

 

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Con la beca que le dio el Fondo Nacional de las Artes, Almada viajó a las tres provincias donde fueron los crímenes: Chaco, Córdoba y Entre Ríos. Entrevistó a familiares y amigos de las víctimas, revisó diarios de la época para saber cómo se había construido la noticia en aquel momento y qué seguimiento había tenido, y leyó los expedientes donde también pudo rescatar los testimonios de quienes ya estaban fallecidos –como el médico que vio el cuerpo de Andrea Danne inmediatamente después del crimen, y sus padres–.  “Al haber pasado tantos años, lo que recordaban muchas veces se contradecía con lo que ellos habían declarado en aquel momento. Eso me pareció interesante: cómo el familiar reconstruye su propio recuerdo”, cuenta Almada.  

Al momento de empezar a escribir las historias, Almada buscó en su biblioteca la crónica A sangre fría de Truman Capote. Releyó el comienzo: aquella narración bucólica le disparó el principio y el final de su libro.

¿Por qué elegiste la geografía provinciana para hablar sobre la violencia de género?

Está en sintonía con la geografía que trabajo en las ficciones. Eso no quiere decir que esto sólo pase en el interior; la violencia de género atraviesa los lugares, las geografías y las clases sociales. A partir de historias de mujeres del interior, hay una representación de lo que nos pasa a la mujeres en Argentina.

¿Hay particularidades?

Hay ciertos lugares del interior donde la sociedad patriarcal está mucho más habilitada. En la ciudad, quizás hay más herramientas. La mujer de un pueblo del interior, por falta de educación o incluso por vergüenza, tal vez no dice nada si su marido le pega. Las mujeres están mucho más desprotegidas y a veces no tienen a quién acudir, porque siendo un lugar donde todos nos conocemos, muchas veces la mujer va a denunciar y el policía es amigo de su marido.

¿Con qué desafíos te encontraste como escritora a la hora de escribir sobre algo real?

Lo que más difícil me resultaba era tener un tono periodístico; como había hecho una investigación, sentía que tenía que ponerme en ese lugar de cronista-periodista. Los primeros intentos de escritura fueron por ese lado, pero me sonaba una voz muy impostada. Hablé con mi editora, Ana Laura Pérez  -que viene del periodismo y dirige la colección de no ficción de Random- y me dijo que no tenía porqué hacerme la periodista: yo era una escritora de ficción que iba a escribir un libro de no ficción. Y ahí me di cuenta de que las herramientas estilísticas que uso para escribir una novela, podían ser las mismas pero con la diferencia de que estaba hablando sobre historias que sucedieron en la realidad.

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Uno de los recursos que Almada utiliza en su libro es el no uso de comillas, ni mayor margen de espacio, para las citas. Todas las voces tienen entonces la misma jerarquía: la cronista, los testimonios, los informes de autopsia y los expedientes, incluso una tarotista que Almada consultó cuando ya se había terminado su beca y que aparece en el libro casi como un personaje literario.

Construís una narración intimista, cruzando las historias de esas chicas con tus propias vivencias como mujer. ¿Cómo te atraviesan en lo personal?

Cuando empecé a escribir la primera versión del libro, comenzaron a colarse esos aspectos más autobiográficos. Se me venían anécdotas o pensamientos sobre cómo me hubiese sentido yo en esa situación o qué hubiese hecho. Pero me daba la sensación de que eso no tenía que estar en la narración, porque se relacionaba con mi vivencia personal. Sin embargo, mi editora, a quien le iba compartiendo lo que escribía- me dijo que lo dejara porque le daba otra perspectiva. Y después me di cuenta que el relato funcionaba así. A mí nunca me pasó que un novio me pegara, nunca sufrí una violación, ni estuve en verdadero peligro de muerte por una situación como ésas. No a todas las mujeres nos ha pasado algo tan extremo. Pero sí todas, alguna vez, vivimos una experiencia que tiene que ver con la violencia machista; experiencias que son más imperceptibles porque están más naturalizadas, pero que son las que van tejiendo una trama que después permite un femicidio.

Si el femicidio es la forma más explícita y extrema de la violencia de género, ¿cuáles son esas otras formas más discretas y solapadas?

Las que se dan en el nivel del lenguaje: el ninguneo sutil de algunos hombres hacia las mujeres o hacia la manera de pensar que tienen esas mujeres. El apriete psicológico, la manipulación y la posesión, disfrazados siempre de amor y por eso difíciles de detectar. Los estereotipos femeninos que se reproducen constantemente en la televisión y desde la publicidad son también espantosos: la mujer envidiosa, la competitiva, la consumista que se gasta toda la plata del pobre marido en ropa, hasta el detergente todavía lo promociona una mujer.

Incluso, volviendo al lenguaje, todos tenemos incorporado decir “hijo de puta” o “la puta que te parió”…

Bueno, esas son las expresiones de las que no se salva nadie; decimos muchas cosas sin pensar. La violencia de género es un problema tan cultural, que desmontarlo va a llevar muchísimo tiempo; tiene que haber un cambio radical de las cabezas.

¿Qué pensás sobre el tratamiento que hacen los medios de comunicación sobre este tema? ¿Cambió la construcción de este tipo de noticias de los años 80 a hoy?

Lamentablemente, no mucho. El caso de María Luisa Quevedo, en el que se construyó toda una telenovela que la gente seguía a diario, no difiere mucho de lo que hoy se hace. Se sigue tratando el tema con mucha falta de respeto; excepto en Página 12, que me parece un referente en ese sentido porque siempre trató estos casos de manera impecable, con mucha seriedad y con periodistas especializadas. Hace cinco años, el término “femicidio” sólo lo usaba Página 12; después, abrías cualquier otro diario y hablaban de “crimen pasional”, aun en casos muy conocidos, como el de Rosana Galeano, cuyo ex marido la había mandado a matar. Y cuando el caso llega a la televisión, empieza a darse una banalización. Sobre Melina Romero, hablaban de sus piercings o de que había dejado la escuela; sobre Daiana García, que había ido en short a buscar trabajo; sobre Micaela Ortega, la nena de doce años que mataron hace poco, que tenía cinco perfiles falsos de Facebook. Enseguida se estigmatiza a la víctima poniendo en tela de juicio su vida privada,  e instalando finalmente en la cabeza de la gente la idea de que «también ella algo de culpa tuvo». Y los medios, justamente, deberían contribuir a instalar lo contrario.

Una contradicción entre el repudio a los femicidios y la construcción de estereotipos que terminan legitimando esos mismos femicidios…

Hay contradicciones constantemente. Es como un absurdo: el mismo medio que en su noticiero cubre el Ni una menos, tiene en su programación a Tinelli. Lo de Barbi Velez y Federico Bal, lo banalizaron totalmente. Rial, que es un gran maltratador de mujeres por lo menos en lo verbal y psicológico, aparece hablando con una supuesta propiedad sobre la violencia de género. Entonces en los medios se mezcla todo. A mí lo que me da un poco de temor es la corrección política. Se vuelve correctamente político hablar de un tema sobre el cual, sin embargo, no se profundiza. La corrección política mata la verdadera reflexión. Hoy nadie va a decir que está bien que le peguen a una mujer, porque no es políticamente correcto. Pero hay que profundizar el debate y revisar las acciones de cada uno sobre este tema; no alcanza con sacarte la foto con el cartel de Ni una menos.

¿Qué deberíamos cambiar, por lo menos en lo cotidiano, para desarticular la violencia machista?

Tiene que haber una reflexión constante sobre el tema. Podemos exigirle al Estado políticas públicas, pero también cada uno tiene que ver desde su lugar qué hacer para ayudar a desmontar este asunto o qué está haciendo para fomentarlo. Pensar los usos que hacemos del lenguaje y nuestras propias conductas; y no permitirlas en otros, ni en otras, porque también a veces somos las mujeres las que reproducimos esa violencia.

¿Se avanzó en algún aspecto desde la época en la que sucedieron los crímenes de tu investigación hasta hoy?

Hubo un avance. Ahora existe una ley que castiga con más dureza al femicida; los asesinatos se nombran como femicidios, y no crímenes pasionales como se decía hasta hace muy pocos años; hay visibilización a través de las marchas de Ni una menos, en las que participa tanta gente. Son un paso, pero el problema es cultural.  Hay que difundir un discurso antimachista en todo lo que podamos. Y la educación, en este sentido, tiene un rol muy importante. Hay escuelas en las cuales desde la propia Dirección se establece, dentro de lo que no se debe hacer y en la misma línea de otras prohibiciones -como no usar celular o no masticar chicle-, que “las chicas no usen calza” porque “distraen a los varones”. Así como ponen a la mujer en el lugar de provocadora por llevar determinada ropa, también ponen al varón en un lugar espantoso que es el de potencial violador. 

Y los géneros están estereotipados desde que nacemos: a las nenas nos visten de rosa y a los nenes de azul…

Sí; me acuerdo que hace unos años, cuando mi sobrino estaba en el jardín de infantes, fui a una clase abierta en la que la maestra nos mostraba la ciudad que habían construido. Era como un barrio, donde los nenes habían aprendido las señales de tránsito para manejar el auto, y las nenas, habían hecho las compras y paseado a los bebés.

¿Por qué elegiste el título Chicas muertas?

Surgió primero del cuento que había escrito, “La chica muerta”. Cuando empecé a escribir los borradores, los archivaba como “Chicas muertas”. Y en los expedientes que leí sobre los casos, se nombraba en algunos momentos a la víctima como «la chica muerta». Entonces me empezó a gustar cada vez más. En un momento también pensé como título «La cosecha de mujeres», que es una canción de cumbia colombiana:

Se acaba la papa, se acaba el maíz/ se acaban los mangos, se acaban los tomates/ se acaban las ciruelas, se acaban melones/ se acaba la sandía y se acaba el aguacate/ Y la cosecha de mujeres, nunca se acaba.

Es una canción linda y alegre, pero si la pensás con otra lectura es tremenda, habla de las mujeres como frutas que se cosechan de los árboles. Pero era un título ambiguo; y prefería “Chicas muertas”, aunque me parecía bastante fuerte y no sabía si a la editorial le iba a convencer o no. Le comenté a mi editora las dos opciones que había pensado y a ella también le gustó más “Chicas muertas”. Era un título duro y violento, pero era de lo que íbamos a hablar.

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Almada sigue conversando mientras acaricia a su gata Corazón. El mate quedó quieto. De fondo, sigue estando el cuadro del ilustrador: tiene líneas blancas, onduladas, que contrastan con un relleno negro. Esa es la imagen que se percibe a una cierta distancia; porque si uno acerca la mirada y la detiene en las figuras que forman las líneas, va a descubrir que al cuadro lo habitan también otros personajes, y que para Almada, “están como al acecho”. El ilustrador, o mejor la ilustradora, no está sola.

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Actualmente, Selva Almada está escribiendo un libro de crónicas sobre el rodaje de Zama –una película de Lucrecia Martel-, y una novela, que espera terminar en diciembre.

Actualizada 08/06/2016

“Fue un golpe contra los campesinos”

“Fue un golpe contra los campesinos”

Una campesina tiene en su mano un morrón de su propia cosecha. Es rojo oscuro, su forma es flaca y arrugada; no se parece a los grandes y brillantes que venden las verdulerías. “Esto ya no sirve para comer porque está todo envenenado”, dice la mujer en guaraní. Las líneas de su mano son profundas, guardan historia y el trabajo de la tierra que pisa. Camina por su chacra y señala a su perro enfermo: todos sus animales lo están. Camina y avanza, un poco más, hacia el imponente y desolador paisaje verde que se ve de fondo y que parece no tener fin. Son inmensas plantaciones de soja.

“En Paraguay, la lucha de clases se da en el campo”, explica Celeste Helmet, directora y guionista de Tierra Golpeada, un documental que reconstruye, desde una mirada social, política y cercana a la comunidad campesina, el histórico conflicto de las tierras de un país que siendo tan rico es, sin embargo, pobre. Dos hechos paradigmáticos son el punto de partida de la narración: la Masacre de Curuguaty –un enfrentamiento entre campesinos sin tierra y policías que dejó 17 muertos- y la consecuente destitución del presidente constitucional Fernando Lugo, mediante un cuestionado juicio político impulsado por el Parlamento. “Pero esa es la punta del iceberg -asegura Hemlet-. Por debajo hay un montón de subtemas que están ligados”. Tierra Golpeada indaga sobre ese complejo trasfondo.

Celeste Helmet nació en Buenos Aires pero tiene la raíz paraguaya de su madre, que en 1960 viajó a la Argentina en busca de trabajo y de una formación profesional. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA y Guión en la ENERC, y fue la guionista y productora de la serie de televisión Los pibes del puente, ganadora del premio AFSCA a la mejor serie de TV Metropolitana. Mientras cursaba la materia de Guión Documental, el 22 de junio de 2012 Fernando Lugo fue destituido. La motivación profesional se combinó con la ligazón afectiva y el proyecto surgió de inmediato: al mes siguiente Helmet viajó a Paraguay con Ludmila Katzenstein, su compañera de investigación, y durante una semana entrevistaron a distintos actores sociales, como la referente de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (CONAMURI), Perla Alvarez, y el investigador del Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ), Abel Irala. De vuelta en Argentina, Helmet escribió el guión y en diciembre entregó la carpeta. Un año después fue el rodaje. “Nunca había estado en un sojal –cuenta-. Recién cuando estuve en el campo mismo entendí lo que estaba pasando. Cuando ves a una familia de pequeños agricultores que tiene su plantación rodeada de soja, te das cuenta que esa realidad es el conflicto”.

Paraguay es uno de los países con mayor desigualdad en la tenencia de tierras en el mundo: el 2% de la población es propietaria de más del 85% de las tierras. El latifundio es principalmente plantación de soja, cuya expansión cada vez mayor, junto con la agresiva utilización de agrotóxicos, provoca el desplazamiento de las familias campesinas hacia una Asunción sobrepoblada, sin trabajo y en condiciones de pobreza extrema. “La fumigación envenena y pudre sus plantaciones, con el agravante de que ellos viven ahí –señala la directora-. Es un éxodo obligatorio. Pero ¿qué van a hacer en la ciudad si la reproducción de su vida tiene que ver con la tierra?” En su ópera prima, Helmet y su equipo filmaron a campesinos y campesinas en sus escenas cotidianas, recuperando las voces que en torno a esta problemática más necesitan ser escuchadas y que, paradójicamente, son las más ignoradas.

La concentración de las tierras tiene larga data. Durante el la dictadura de Stroessner, los campos que debían haberse destinado a la reforma agraria fueron entregados a personas ligadas al gobierno, por fuera de lo que planteaban los estatutos. Esas tierras se las conoce como “tierras malhabidas”. Después de 80 años de hegemonía del Partido Colorado, Lugo asumió la presidencia en 2008. “Es el primer presidente de centro izquierda en la historia paraguaya –explica Helmet-. Y si bien tiene sus contradicciones, como aprobar la ley antiterrorista o aceptar el apoyo técnico de Estados Unidos a través de los programas Iniciativa de Zona Norte (IZN) y UMBRAL, plantea una serie de medidas a favor de los sectores populares que ponen en pie de guerra a la clase dominante: una tibia distribución de la riqueza y la regulación de la venta de agrotóxicos y de semillas transgénicas. Desde que asumió, Lugo estuvo constantemente amenazado por los sectores dominantes. Tuvo 23 intentos de golpe de Estado. El número 24 les salió bien”.

El predio de Marina Kue, donde ocurrió la Masacre de Curuguaty, son tierras malhabidas. El 15 de junio de 2012 -ocho meses antes de las elecciones presidenciales en las que Lugo daba como candidato favorito-, once campesinos y seis policías murieron durante un operativo de desalojo contra las familias que habían ocupado esas tierras con el fin de alimentarse y mantener su cultura. “Las circunstancias del enfrentamiento son dudosas: no se sabe quién inició la balacera, si hubo francotiradores e incluso si fue un operativo montado o no –contextualiza Helmet-. Campesinos y policías fueron carne de cañón”. No se abrió ninguna línea de investigación que aclare la muerte de los campesinos y los que sobrevivieron a la masacre permanecen detenidos sin ninguna prueba concreta. Helmet hizo un pedido formal para entrar al penal para entrevistarlos y se lo denegaron: “Atenta contra el sistema democrático paraguayo”, le argumentaron. “Todo hace sistema cuando te das cuenta de que el Poder Judicial es el latifundista –sostiene Helmet-. Entonces siempre van a fallar a favor de los grandes terratenientes. No existe la justicia independiente”.  

A la hora de rodar “todo fluyó mágicamente”, expresa Helmet. Cuando fueron en busca de stencils en contra de la soja, de Federico Franco y de Horacio Cartes, una vuelta en camioneta bastó para tener todas las imágenes. Tampoco fue necesario charlar largo rato con sus entrevistados para generar la confianza antes de prender la cámara. Los campesinos no sólo no se inhibían sino que salían muy naturales. Incluso, cuenta Helmet, una vez llegó con su equipo a entrevistar a un campesino que finalmente pudo pelear y ganar un pedazo de tierra, y no alcanzaron a prender los equipos que éste ya estaba hablando y mostrándoles su chacra. “Ellos trasmiten tristeza pero también resistencia”, señala la directora, y lo que dice tiene su correspondencia con el grupo de jóvenes que estudian en la escuela de agroecología y cuentan, en el documental, cómo producir sanamente, planteando el cultivo diversificado en contraposición al monocultivo de transgénicos.

Tierra Golpeada tiene una estructura circular: empieza y termina en el campo. “La realidad está ahí, en el pequeño campesino luchando por su pedazo de tierra”, expresa la directora. Sin embargo, esa estructura apareció recién en mesa de montaje. “Yo estaba encaprichada con que la primera secuencia tenía que ser igual que el guión, y la superó”, cuenta. Helmet imaginaba una animación del enfrentamiento entre campesinos y policías, pero en Paraguay consiguió un material más real y poderoso: el video del funeral y del entierro de los campesinos asesinados.

“El golpe de Estado no fue a Lugo –subraya-. Fue un golpe de Estado a la comunidad campesina y a todos los pequeños avances que había hecho Paraguay en materia de derechos. Con Cartes en el poder, hoy se vuelve a un proceso de neoliberalización y de extranjerización de recursos naturales”. Helmet ya encara un nuevo trabajo, cuyo rodaje empezará en dos meses: el documental se llamará Monstruos con pie de metal y es una continuación sobre la problemática de la tierra en Paraguay pero centrándose, esta vez, en la comunidad indígena.

La cámara se acerca a los campos y se mete entre las plantaciones; luego se distancia y recorre la ciudad. Tierra Golpeada viaja en el tiempo, desde la dictadura de Stroessner hasta el gobierno de Cartes. A pesar de contar con poco presupuesto, lo que implicó que se hicieran ocho jornadas de rodaje en vez de dos semanas, o que faltara material en mesa de montaje, Helmet logró una película coral en la que diversos testimonios dialogan entre sí: dirigentes campesinos, investigadores y funcionarios públicos que ejercieron sus cargos durante la gestión de Lugo, como la ex viceministra de Minas y Energía, Mercedes Canese, o el ex presidente del Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas (SENAVE), Miguel Lovera.

Tierra Golpeada nos interpela a todos; nos habla de cuestiones presentes que parecen tener cada vez más peso en la región: un modelo agropecuario mortal que no reconoce límites, que avanza sobre comunidades históricamente desprotegidas y que están desapareciendo, pero que también avanza sobre nosotros y se mete imperceptiblemente en nuestro ADN; y una clase dominante que golpea las experiencias progresistas, ya no a través de la fuerza, sino con la justicia como principal aliado para restaurar el orden conservador. “El documental reflexiona sobre los complejos procesos de apertura democrática en la región”, dice Helmet, y enfatiza sobre la apuesta principal de su trabajo: “Abrir el diálogo, que sirva como material de discusión para pensar a Paraguay y a América Latina”.  

Tierra golpeada se estrena mañana, jueves 12 de mayo, a las 20.05, en el Cine Gaumont.

 

Actualización 11/05/2016

La música pudo más

La música pudo más

En un comunicado del martes 19 de abril el Colectivo de Trabajadores de las Orquestas y Coros del Bicentenario anunció que a raíz del acto del pasado 14 de abril en reclamo por la continuidad del Programa «y luego de finalizado, los trabajadores acompañados por representantes gremiales, fuimos recibidos por el Subsecretario de Gestión y Políticas Socioeducativas del Ministerio de Educación y Deportes, Profesor Marcelo Cugliandolo, quien nos informó que el ministerio emitió las resoluciones que garantizan el traspaso de fondos anual para todo el área Socioeducativa de donde dependemos, junto a otros programas como CAI, CAJ, Plan Fines, Administradores de Red, Conectar Igualdad, Radios Comunitarias» y agregaron que «Cugliandolo afirmó que la Coordinación Pedagógica Nacional tendrá continuidad y confirmó también la descentralización de nuestro programa (como de todos los del área de Socioeducativa), lo cual nos llena de preocupación y nos pone en estado de alerta». 

Leer el comunicado aquí

Cómo fue el reclamo

“Cantar nos traslada”. “No nos saquen la música, queremos estudiar”. “Música es vida”. Las consignas escritas en pancartas y carteles, se agitaban y brillaban bajo un intenso sol de mediodía en la plaza frente al Palacio Pizzurno, escenario del concierto que dieron músicos de guardapolvos blancos. Cientos de niños y jóvenes se reunieron para hacer lo que más les gusta: tocar música. Pero también para defender el programa socioeducativo que les permite ejercer ese derecho y cuya continuidad hoy no está garantizada: muchos docentes están dando clases sin contratos vigentes y sin cobrar.

El Programa de Orquestas y Coros para el Bicentenario que depende de la Dirección Nacional de Políticas Socioeducativas del Ministerio de Educación de la Nación, es una propuesta dirigida a niños, niñas y jóvenes de toda la comunidad, específicamente a quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad social.  Más de 300 orquestas y coros funcionan en todo el país, involucrando a 2.000 docentes en la formación de 20.000 chicos de primaria y secundaria con el objetivo de mejorarles el acceso a bienes y servicios culturales, tender puentes hacia la reinserción y retención de los jóvenes en la escuela y estimular el contacto y el disfrute de la música. A través de este proyecto pedagógico de inclusión, los chicos aprenden a leer partituras, a tocar un instrumento que pueden llevarse a su casa, visitan teatros, participan en conciertos didácticos, hacen giras y tienen encuentros con orquestas y coros de distintas provincias. Y sobre todo, aprenden música de manera colectiva. Una experiencia que tanto los alumnos como las familias viven como muy transformadora.

A medida que iban llegando al lugar, acompañados de sus familiares y docentes, los chicos sacaban de las fundas negras sus instrumentos para afinar y prepararse para el concierto. De a poco se fueron sumando todos los sonidos: el clarinete, el oboe, el fagot, la flauta traversa, la trompeta, el trombón, el violín, el violonchelo, el contrabajo, la viola, la guitarra, la percusión; todo eso, a la vez, iba mezclándose con las voces de los coros que practicaban por última vez las canciones.

Barracas, Flores, Vicente López, Avellaneda, Lomas de Zamora, Berazategui, Quilmes, Florencio Varela, Moreno, Esteban Echeverría: los coros y las orquestas se identificaban con sus propias pancartas. Bajaban sin parar de micros escolares: Punta Indio, Bella Vista, Luján. Verónica Acosta vino desde El Pato, localidad de Berazategui, acompañando a sus hijos Joaquín, 8 años, trompetista; Guadalupe,  12, que toca el chelo y Belén, 15, que toca la viola. Hace un año que los tres forman parte de la orquesta, “un lugar de contención para los chicos, los estimula desde el aprendizaje hasta los sentimientos”, describió Verónica, sorprendida por ver a sus hijos tan comprometidos, incluso hasta el más chico: «El sábado tienen orquesta y ellos ya se están preparando desde el lunes». En la Escuela 12, donde funciona el programa, las clases se redujeron a una vez por semana por la falta de pago salarial de los docentes. “A los chicos les genera mucha tristeza», dijo Verónica y agregó “No todos tenemos la posibilidad de mandarlos a una institución privada. Somos gente trabajadora y sin este programa sería imposible que mis hijos puedan acceder a tocar instrumentos y aprender lo que es la música».

Inés es la mamá de Luciano, 14 años, que desde hace tres toca el contrabajo en la orquesta de Solano, provincia de Buenos Aires. Cuando ingresó, Luciano quería tocar el órgano, pero como el instrumento no estaba en la orquesta el profesor le propuso el desafío de tocar el contrabajo y le aseguró que, empezando por ahí, podría dominar los demás instrumentos. Y así fue: hoy también toca la guitarra y el órgano. «La orquesta es una familia más”, definió Inés, y comparó, sonriente: «Para Luciano ir a música los sábados es como ir a misa los domingos». Inés hablaba orgullosa de su hijo como “un niño muy feliz”, y sobre todo, rescataba: «No lo tengo en la calle, con adicciones, ni pensando adónde puede escaparse. Él sabe que el día sábado es de su música. Pero si el programa no continúa, ¿dónde lo meto?»

Con el primer movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven, la Orquesta Juvenil Nacional inició el concierto con la dirección de Mariano Kosiner. Como músicos profesionales, los jóvenes leían las partituras apoyadas en sus atriles y levantaban un poco más la mirada para seguir la batuta de su director. Al bajar del escenario, Kosiner habló con ANCCOM: “Este programa funciona en lugares donde no hay conservatorios ni a 200 kilómetros, pero incluso donde hay, tenés que saber tocar un instrumento para entrar, explicó. En este caso los chicos aprenden a tocar un instrumento desde cero y al mismo tiempo entran a la orquesta. La esencia del programa es la orquesta, tocar juntos. En este sentido, Kosiner –que también es arreglador y capacitador de grupo- argumentó que lo que se busca es “acercar la música a todos y que los chicos aprendan a armar algo hermoso, cada uno por su parte y entre todos. ‘Juntos es mejor’ no es una metáfora, es la realidad misma y eso lo viven los chicos desde el primer momento”.

Frente a este contexto de vaciamiento, que incluye otros programas como Conectar Igualdad, Plan FinEs y los Centros de Atención Infantiles (CAI) y Juveniles (CAJ), Kosiner interpretó: «Están intentando quitar el Estado del lugar que debería tener como impulsor y fomentador de la educación y de la cultura. El Estado está para atender cuestiones que no son negocio”.

«Los chicos aprenden a hacer música colectivamente» delineó sobre el programa, Nicolás Gave, director de la orquesta del barrio Independencia de José León Suárez, y agregó que «crecer con esto es crecer diferente, con otras herramientas que te da la educación musical de calidad, una educación que debe ser para todos». El contrato de Gave vence a fin de mes y si bien la jurisdicción dijo de palabra que el programa iba a continuar, todavía no hay ninguna confirmación concreta sobre su renovación, situación que alcanza incluso a los contratos de otros compañeros docentes, que finalizaron en febrero y marzo.

Al costado del escenario, Juan Sopé, director de la orquesta infantil del Bajo Flores y profesor de guitarra, tocaba los temas junto a su alumno mientras le indicaba con la palabra los acordes y lo seguía atento con la mirada. “Apenas empiezan a venir a la orquesta, se quieren llevar los instrumentos a la casa para estudiar –contó Sopé a ANCCOM. Hay un compromiso muy grande de los pibes. A diferencia de la educación tradicional que enseña individualmente, aprender en una orquesta estimula la solidaridad, el escuchar al otro, la concentración que requiere aprender a tocar un instrumento los beneficia para estudiar en la escuela, y cuando salen de las orquestas están preparados para tocar con cualquiera”.

Entre los temas que sonaron como el malambo de la suite “Estancia”, “El huaynito del sapo”, “Tren del cielo”, “Rezo por vos”, el micrófono pasó de mano en mano entre distintos oradores. “El Estado Nacional mediante el Ministerio de Educación no ha garantizado ni política ni económicamente la continuidad de las orquestas y coros de todo el país”, manifestó una de las representantes del Colectivo de Trabajadores de Orquestas y Coros. A pesar de que el ministro Esteban Bullrich aseguró la continuidad del programa, la mayoría de los docentes no tienen contratos vigentes al día de la fecha y existen jurisdicciones donde se adeudan salarios de 2015 y de los meses transcurridos del 2016. Desde el Colectivo de Trabajadores denunciaron que esta política de vaciamiento se evidencia también en el cierre de cargos cuando renuncia un profesor, en escuelas donde no permiten el ingreso de los docentes para dar clases ni que los chicos puedan acceder a los instrumentos, y también en la falta de insumos. Además, se refirieron a la intención del ministro de destinar los fondos de los programas a las provincias: “Esta afirmación, que tan linda queda en nombre del federalismo, oculta la desvinculación del Estado nacional como coordinador de este tipo de política pública, dejando librada a la buena voluntad y deseo de cada provincia la continuidad de este programa y de todas los del área”, declararon las representantes del Colectivo.

“Las orquestas son una apuesta por la educación pública, la inclusión social y la igualdad de derechos”, defendieron las docentes. “Queremos seguir siendo parte de un Estado presente que no piense que la cultura y la educación son un gasto sino una inversión, porque son una herramienta de transformación social y mejora de la calidad de vida de los ciudadanos”, expresaron por último.

El público devolvía aplausos. “¡No al cierre!”, coreaban los chicos con el ritmo que marcaba la percusión y pedían “¡que salga el ministro!”, mientras levantaban sus instrumentos en dirección al cielo. Pero Esteban Bullrich, que había sido notificado sobre el concierto, había dejado su despacho a las doce del mediodía.

“¡La paz se construye con políticas públicas! ¡Menos armas y más instrumentos! ¡La real seguridad es la educación!”, exclamó sobre el escenario Silvia Almazán, Secretaria de Educación y Cultura de SUTEBA. También estuvieron presentes acompañando el reclamo integrantes de la Comisión Directiva de ATE y CETERA. El concierto finalizó con el Himno Nacional, que se cantó mientras familiares, amigos y docentes se unieron en un abrazo simbólico al Ministerio de Educación.

Ya eran pasadas las dos de la tarde cuando los profesores empezaron a llamar a sus alumnos para emprender la vuelta a los barrios. Los instrumentos se guardaron en las fundas y alejándose del Palacio Pizzurno en distintas diagonales, cada orquesta y coro se diferenció por primera vez.

Una ronda de amigos con instrumentos al hombro todavía no se iba. La primera en hablar fue Karen, 21 años, que toca la flauta traversa desde los 16 en la orquesta de Ciudad Evita. Cuando empezó no sabía ni cómo tomar el instrumento pero hoy confirma que todo es cuestión de práctica. «Me siento muy especial, nunca pensé que desde mi lugar iba a llegar a una orquesta y mucho menos que iba conocer otras provincias del país», expresó Karen a ANCCOM.

«Cuando entré me impresionó cómo gente que no se conocía podía tocar y hacer algo lindo que suene bien», dijo entusiasmado Lucas, 17 años, compañero en la orquesta. Él aprendió a tocar el violín hace unos meses y ya sabe interpretar «El huaynito», «La tempestad» y «Rezo por vos».

Camila, 13 años, toca el chelo hace cinco y escuchaba a su compañero Román, 19 y violinista desde hace tres, cómo destacaba las buenas amistades que le dio la orquesta: «No sólo es el hecho de aprender a tocar un instrumento sino crecer como persona», reflexionó y consideró que de no continuar el programa «se les cierra una puerta a las personas y se les impide que crezcan culturalmente, que es un derecho que tiene todo ser humano».

La ronda de los jóvenes de la orquesta de Ciudad Evita seguía completa a pesar de la señal de sus profesores de subir al micro para volver a las casas. Antes de irse, Karen fue la última en hablar: «La música genera una paz y una armonía entre todos que no es solamente la que se escucha cuando tocamos, también la tenemos nosotros».

Actualizada 19/04/2016