Chacarera de los pobres

Chacarera de los pobres

Festivales, peñas, guitarreadas y encuentros culturales están suspendidos hasta nuevo aviso. Músicos y bailarines quedaron afectados en este contexto sanitario. ¿Cómo hacen para sobrevivir? La comunidad folclórica pide la palabra.

La segunda ola de coronavirus está provocando un desconcierto absoluto en el ambiente artístico. Todo indica que falta tiempo para que los trabajadores de la cultura puedan volver a estar cara a cara con el público, y así poder recuperar su fuente de ingresos.

“Solo vivía de las actuaciones y actividades asociadas a la música, con eso mantenía el alquiler de una casa y todo tipo de sustento diario para mis hijos”, dice Carlos Bustamante, cantautor santiagueño que reside hace pocos años en la provincia de Buenos Aires. Sus “oficinas” eran los colectivos que circulan en el Conurbano y sus herramientas de trabajo la voz y la guitarra.

En nuestro país hay un total 86.542 de trabajadores y trabajadoras culturales, según el Registro Federal del Ministerio de Cultura de la Nación. De los cuales 50.757 recibieron el apoyo extraordinario “Cultura Solidaria”, ayuda que implica el pago de dos cuotas de 15 mil pesos para ayudarlos a afrontar esta difícil situación.

Reinventarse y elegir otros rubros del mercado laboral parece ser la única solución posible para los hacedores del arte. Ejemplos sobran. Tal es el caso del locutor nacional Pablo Bauhoffer, quien conduce el espectáculo más importante de la música folclórica argentina: el Festival Nacional de Folklore de Cosquín,  el cual – dicho sea de paso- tuvo que cancelarse por la pandemia. “Fue entonces que me puse a hacer comidas con la ayuda de mi mamá y con la ayuda de la suegra de mi hermano, horneamos pan para vender todas las semanas; también empanadas, locro, pollo relleno”, explica.

Además, cuenta que en una primera instancia pudo “resistir el embate” con sus ahorros y con su estudio de grabación, que ya lleva más de 15 años en la provincia de Córdoba. Añade que en el mes de diciembre pudo entrar a trabajar en la inmobiliaria donde alquila: “Estoy yendo tres días a la semana, tres horas, lo cual es una gran ayuda económica”, agrega.

En cuanto a la danza, el panorama es aún más desolador. “Es una actividad (profesional e informal) precarizada histórica y estructuralmente, esto se viene padeciendo desde hace mucho, no hay leyes que nos amparen en situaciones extremas, como esta pandemia”, se lamenta Sonia Lescano, coordinadora y comunicadora perteneciente a la región AMBA del Movimiento Federal de Danzas. En Argentina, la música, el cine y el teatro son disciplinas que están reglamentadas. En cambio, la comunidad dancística no cuenta con una ley nacional que la regule. Aunque “fue presentada nuevamente por la senadora Norma Durango, que ha ingresado el expediente”, afirma Lescano.

En tanto, Luciano Lugones vive en Merlo y es profesor y director del ballet folclórico “Flor de Ceibo”. Cuenta que en 2019 se quedó “sin trabajo estable” y se dedicó a “dar clases, armar certámenes y organizar peñas. Ahora, para solventar sus gastos cotidianos trata “de hacer changas, me dedico al armado de PC y a la herrería”. Por otra parte, Marcela Alzogaray directora de la agrupación folclórica “Mi alma en la danza”, también de Merlo, relata: “Al no poder realizar peñas no podemos juntar plata para abastecernos de los elementos esenciales como: los trajes, sombreros, ponchos, zapatos”. No solo eso, también comenta que sus alumnos “son chicos de bajos recursos, chicos de barrio, la danza los contiene, el folclore es su refugio”.

¿Lo virtual como una posible salida?

Para cuidar la salud, el protocolo sanitario vigente  impide el contacto físico en las actividades culturales. Hoy solo predomina otro tipo de vínculo entre personas – o mejor dicho conexión- gracias a la virtualidad. “Sin dudas, le doy gracias a la vida de pertenecer a esta era donde existe la tecnología, las redes sociales, las plataformas, en donde achicamos las distancias con la gente”, dice Juanjo Abregú, violinista y cantante nacido en la provincia de Tucumán, a quien la pandemia lo “golpeo desde otro frente” como es la enfermería, profesión que viene “haciendo paralelamente desde hace 12 años”, en el Hospital Rivadavia.

Las herramientas digitales fueron grandes aliadas a la hora de fomentar la cultura. Pero eso no implica que sea una tarea sencilla. “Todo evento que tenemos en mente lo pensamos como para que sea virtual pero cuesta muchísimo”, asegura Noelia Ciocca, creadora de la cuenta de Instagram TyC Folk, que difunde noticias relacionadas al ambiente folclórico. Uno de sus objetivos en esta pandemia es “ayudar a algún artista que no la está pasando bien económicamente”. Para ella es “muy difícil vivir del arte completamente, mi compañero trabaja en el armado de muebles, y yo me dedico a la docencia y otros emprendimientos”.

Por su parte, el productor artístico Víctor Ríos afirma haberse reinventado: “Abrí un sello discográfico propio invirtiendo en bandas, en canciones básicamente, y trabajando con plataformas”. No obstante, desconfía del streaming como forma efectiva de generar ingresos, ya que “rinde para los artistas grandes y solo al principio, los menos conocidos solo cubren los gastos”. Cuenta que es representante de “Los 4 de Córdoba” y lo último que hizo, a nivel artístico- antes del cierre- fue “el homenaje al Chango Nieto para la Peña de Morfi en Telefé”.

El covid 19 está provocando un estado de emergencia cultural. Antes de la pandemia la comunidad folclórica argentina disfrutaba de grandes noticias como la aprobación de la Ley de Cupo Femenino en los escenarios y la enseñanza obligatoria del folklore en las escuelas. Eso ya forma parte del pasado. Hoy el sector artístico se dirige a un destino incierto. La mayoría se encuentra en la economía informal o son monotributistas. Valorar el trabajo de estos artistas es una deuda que tenemos como sociedad, ya que el folclore, tal como lo expresó alguna vez Augusto Raúl Cortázar,  “es el alma máter de un pueblo”.