La pandemia se ensañó con las prostitutas

La pandemia se ensañó con las prostitutas

Un estudio del CONICET junto con la Asociación de Mujeres Meretrices Argentina señaló que, tras el aislamiento, el 74% de las entrevistadas acumuló deudas por alquiler, el 55% sufrió amenazas de desalojo y el 24% se vio obligada a dormir, al menos una vez, en la calle.

La pandemia por covid-19 aumentó los niveles de precarización en muchos sectores de la sociedad y puso sobre la mesa una serie de desigualdades estructurales que hoy están siendo visibilizadas. Ese es el caso de las personas que se dedican al trabajo sexual, cuya situación de vulnerabilidad se profundizó en este contexto. De modo que, desde la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR) se acercaron al CONICET con el objetivo de relevar el estado actual del sector, en pos de esbozar alguna propuesta de política pública que vele por una mejor calidad de vida. Así nació el Estudio diagnóstico sobre la situación habitacional de las trabajadoras sexuales en el contexto de la pandemia de COVID-19.

En palabras de Georgina Orellano, Secretaria General de AMMAR, este informe busca: “Poder dar cuenta de la forma de vida comunitaria de las trabajadoras sexuales, de la incapacidad de acceder a una vivienda y de las dificultades que aún hoy se nos presenta día a día para alquilar una habitación en un hotel. Y para dar cuenta, también, de la ausencia del Estado y, sobre todo, del rol que tuvo la policía en todo este contexto de crisis sanitaria”.

El relevamiento tuvo como base a una muestra de 99 trabajadoras sexuales, mayores de 18 años, que habitan el barrio porteño de Constitución. El informe se centra, principalmente, en dos aspectos: el acceso a la vivienda y la violencia policial. En tal sentido, Orellano señala: “Las trabajadoras sexuales vivimos la pandemia como uno de los momentos más difíciles que debimos atravesar como colectivo. Fue un contexto de mucha angustia e incertidumbre, donde atravesamos muchas dificultades que tienen que ver con lo alimentario, con lo habitacional y, sobre todo, con el recrudecimiento de la violencia institucional”.

«Se generaron muchos intentos de desalojo y se reveló una situación de precariedad de todo el colectivo”, afirmó Cecilia Varela.  

Emergencia alimentaria y habitacional

Según los datos que arroja el informe, el 88% de las entrevistadas alquila y 8 de cada 10 lo hacen en casas de pensión o alquiler. Inclusive, hubo una pequeña porción de las entrevistadas que, al momento del relevamiento, se encontraba en situación de indigencia: el 8% de la población vivía en un refugio o en situación de calle. No obstante, un 24% había tenido que dormir al menos una vez en la calle y un 9% en un parador o refugio desde el inicio de la pandemia.

La investigación fue liderada por la antropóloga Cecilia Varela, quien estuvo acompañada por su equipo de trabajo. La investigadora afirma que “en los primeros meses de la pandemia se multiplicaron las amenazas de desalojo por toda la Ciudad y, por supuesto, los trabajadores en la informalidad fueron aquellos que más difícil la tuvieron para producir ingresos que permitieran costear los alquileres. Al volverse eso imposible, se generaron muchos intentos de desalojo y se reveló una situación mucho más profunda y estructural de precariedad de todo el colectivo”. El 55% sufrió amenazas de desalojo y, alrededor del 50%, se mudo más de tres veces durante la pandemia.

 Además, “el 74% acumuló deudas por el alquiler de la vivienda; y esa es una población que sale endeudada por la imposibilidad de haber costeado sus alquileres durante los meses en que estas trabajadoras, que están en mercados informales, no pudieron generar ingresos. Por otro lado, el 61% sufrió aumentos de alquiler, eso quiere decir que el congelamiento de alquileres que se había establecido el decreto 320 no se cumplió”.

En el marco de este contexto crítico, desde AMMAR pusieron en marcha distintas estrategias de “construcción organizativa” para subsistir. “No hubo cuarentena para las delegadas de los hoteles, de los barrios, ni para las referentes de AMMAR”, asegura Orellano. La dirigente cuenta que en todas las sedes del sindicato, a la entrega de preservativos y elementos de higiene, se le sumó la asistencia alimentaria. El gremio también tuvio un rol central en el acompañamiento legal de las denuncias de violencia policial. Así como, por otro lado, puso en marcha la creatividad para asistir a aquellas compañeras que no tenían permiso para circular y vivían lejos de la zona, de manera que se veían imposibilitadas de trabajar.

Respecto al rol del Estado, Orellano hace hincapié en que las instituciones estatales con las que articulan, en una primera instancia desconocían las problemáticas y las demandas del colectivo, pero fueron aprendiendo en el camino. Durante la pandemia, la Casa Roja se transformó en una sede de acompañamiento y de asesoramiento: desde AMMAR se pusieron al hombro la tarea de averiguar, caso por caso, si sus afiliadas podrían aplicar a algún plan social, tarjetas alimentarias o subsidios habitacionales.

La digitalización obligada implicó una gran dificultad “ya que, no solamente en nuestro colectivo muchas no cuentan con herramientas como un celular o conexión a wifi, sino que en algunos casos tampoco cuentan con el conocimiento de cómo hacer un trámite online, por ejemplo, o como bajarte el DNI al celular, que en otras generaciones está super claro”, explica Orellano. En tal sentido, señala la importancia de que el gobierno contemple estas limitaciones a la hora de diagramar políticas públicas.

Al momento del relevamiento, el 71% de las trabajadoras sexuales tenía acceso al menos a un programa social estatal. Los datos estadísticos evidencian que el acceso a programas habitacionales, programas alimentarios (la Tarjeta Alimentaria, el Ticket Social o el programa Ciudadanía Porteña) y al Potenciar Trabajo aumentó entre un 22% y el 26%.

Nunca con la yuta

Otra de las preocupaciones que aborda el informe es “el aumento de las denuncias contravencionales por oferta y demanda de sexo en el barrio de Constitución, a contrapelo de la tendencia general en la Ciudad hacia la disminución entre los años 2019 y 2020. Se redujo a la mitad en un barrio típico de trabajo sexual, mientras que en Constitución aumentó a más del doble”, afirma Varela. En tal sentido, explica que la particularidad de Constitución es que se trata de un barrio en el que las trabajadoras sexuales, además de desarrollar su oficio, viven.

“Este aumento no se dio solo por la actitud proactiva de las fuerzas de seguridad, sino también por las denuncias de los vecinos. Entonces, ahí creemos que las alertas por los cuidados sanitarios se sobreimprimieron sobre poblaciones que ya son consideradas indeseables y peligrosas por los vecinos del barrio, quienes sistemáticamente las denunciaron en los canales que dispone el Ministerio Público Fiscal”, continúa.

Según el relevamiento, el 73,3% de las encuestadas experimentó alguna situación conflictiva con la policía: a más del 50% les pidieron documentos en la vía pública o las requisaron; a más del 30% las hostigaron, les labraron actas por ofrecer servicios sexuales, no respetaron su identidad de género o las insultaron. El resto de las situaciones refieren a ser detenidas en la comisaría; que no actuaran frente a un pedido de ayuda, auxilio o denuncia que hayan realizado; o haber sufrido violencia física u hostigamiento.

Inclusive, en muchos casos, la policía utilizó el artículo 205 del Código Penal (que establece la detención del que violare las medidas adoptadas para impedir la propagación de una epidemia), para controlar los movimientos de quienes ejercen el trabajo sexual incluso, en algunos casos, cuando iban a adquirir los elementos básicos para la subsistencia.

Varela señala que una de las recomendaciones que proponen desde el equipo de investigación es la “derogación del Artículo 86 del Código Contravencional, que penaliza la oferta y demanda de sexo porque, como ya viene demostrándose, esas actas no se traducen en condenas judiciales. La última condena judicial es del año 2016, pero la persistencia de ese artículo, habilita el hostigamiento permanente de las trabajadoras sexuales”.

Orellano señala que también se pensaron políticas que aporten a la desestigmatización de las trabajadoras sexuales, ya que existe una construcción social de criminalidad sobre ellas. Eso se traduce en que “el 70% de las intervenciones que realiza la policía en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con respecto al artículo contravencional 86, surgen a partir de denuncias de los vecinos”. Por ende, “es importante poder realizar campañas que logren desestigmatizar a las trabajadoras sexuales, que las ponga nuevamente como un sujeto porque también son vecinas que pueden generar canales de diálogo para resolver los conflictos de otra manera, y no bajo la intervención punitiva”, asegura.

Otras de las recomendaciones son “poder pensar políticas públicas que contengan la realidad y los modos de vida de manera comunitaria que tenemos las personas que ejercemos trabajo sexual. Cuando se piensan políticas estatales para el acceso a la vivienda, se piensan políticas que no contemplan que hay personas migrantes que no tienen documentación, que los subsidios habitacionales no abarcan la totalidad real de lo que las compañeras abonan. Estamos hablando de subsidios habitacionales con un piso ocho mil pesos, cuando las compañeras pagan a partir de dieciséis mil pesos una habitación. Se pensó en programas de acceso a la vivienda que contemplan digamos esta realidad”, concluye la Secretaria General de AMMAR.

«La libertad individual en abstracto puede ser el origen del terror»

«La libertad individual en abstracto puede ser el origen del terror»

“Sólo es pensable la libertad si ampliamos sus márgenes colectivos, no los individuales – explica Alicia Stolkiner, titular de la Cátedra de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la UBA–. Pero se nos enseña desde muy chicos que mis derechos terminan donde empiezan los del otro. Eso es muy riesgoso porque da la impresión de que cuanto menos otro haya, mejor, y eso justifica una serie de segregaciones. Un ejemplo: mi casa termina donde empieza la de mi vecino, ahora, si estoy en Alemania en el inicio del nazismo y mi vecino es judío, quizás puedo hacer una denuncia que me facilite usar su terreno. Siguiendo al filósofo Emmanuel Lévinas, sobreviviente de los campos de concentración y pensador de la otredad, es posible pensar que mis derechos son los del otro y míos en cuanto yo soy el otro del otro”.

A partir del aislamiento preventivo, parte de la sociedad se ha manifestado contra las limitaciones a la libertad individual, ¿por qué?

Las respuestas de la sociedad estuvieron atravesadas por dos posiciones distintas que son, además, dos concepciones de la vida y dos conceptualizaciones del derecho. Hubo también, desde sectores de la oposición, un intento de capitalización política de los conflictos y malestares que generaba la pandemia y las medidas que se tomaban gubernamentalmente para disminuir su impacto. Pero esto no explica totalmente el accionar de las personas, su adhesión a ese discurso, hay una relación más compleja entre discursos sociales y subjetividades. Sucede que atravesamos una situación absolutamente inédita que produce una gran incertidumbre. Aún quienes lo niegan saben que se ha producido un desequilibrio catastrófico en un sistema que ya estaba en un altísimo nivel de inestabilidad, que era la forma de gestión de la vida humana en el planeta. Frente a eso hay distintas respuestas de adecuación o adaptativas, y algunas de ellas se resuelven por la vía de la negación, de dar por no existente el fenómeno o sus dimensiones, posibles riesgos o consecuencias. Estas posiciones también tuvieron manifestaciones políticas, como el presidente de Brasil diciendo que por qué darle semejante envergadura a una gripe común. Estamos hablando de cómo se articulan los macrodiscursos con las posiciones que después toman subjetivamente las personas. El segundo paso de la negación es la oposición a restricciones a la “libertad individual” dispuestas por el Estado para garantizar determinadas formas del funcionamiento social. Eso precede a la pandemia. Extrañamente, quienes aceptan medidas restrictivas cotidianamente se oponen a estas. Por ejemplo, la libertad de ir de acá a Rosario a 300 kilómetros por hora no depende del auto que se tenga, aunque el coche lo permita no se puede sin recibir una sanción, porque en la regulación de las normas del tránsito el Estado cumple una función del cuidado del derecho a la vida y, por ende, limita una acción individual que puede poner en riesgo a otros. En su libro Terror sagrado. La cultura del terror en la historia, Perry Anderson afirma que esa idea de libertad absoluta que no conoce ni vínculos ni límites inherentes como un deseo o una expansión infinita, está en el origen del terror.

Mucha gente tiene internalizada la lógica de cuidado individual. Más aún: creen que lo que lograron fue solo por su esfuerzo…

Hay personas para las que la renegación del fenómeno ha sido muy alta. Inventan razones para pensar que están fuera del riesgo. Son los que decían que era mayor la mortalidad por la gripe común. Ahora, cuando comparamos las cifras de 2020 con las de años anteriores, vemos un aumento determinado por el covid. Ahora están en debate los casos de los varados en el exterior que, por supuesto, son un grupo minoritario. Pero no hay que abordarlo por el lado de la culpabilidad, porque cualquiera puede tomar una mala decisión en estas circunstancias, inclusive por negación. Lo que resulta llamativo es que algunas personas apelen a que es una violación a la libertad individual que no puedan regresar, cuando firmaron una declaración jurada en la que aceptaban los riesgos al salir del país. Uno no le reclama a un seguro cuando firma un contrato que dice que no se van hacer cargo de determinados riesgos. En la década del 90, las prepagas de salud no cubrían el HIV. Decían que era una enfermedad de adquisición voluntaria. Había gente que firmaba contratos para atenderse ellos y su familia, sabiendo que no lo cubría. Obviamente si lo hacían es porque pensaban que no les sucedería. Jamás hubieran firmado un contrato que no cubriera el cáncer.

Pensaban que el HIV no les iba a tocar…

Claro, lo negaban. Cuando aparecía y era una catástrofe, le reclamaban al Estado. No a la empresa, porque esta les decía que habían firmado un contrato que no incluía su cobertura. No había una legislación que lo regule, llegó después. No cuestiono las razones por las cuales las personas hacen cosas que, inclusive a veces, son en contra de sí mismas. No todo el mundo opera cuidándose a sí mismo. En cambio, sí preocupa cuando aparecen discursos que exigen, en nombre de la libertad individual, que se arriesgue el derecho de vida de otra persona, por ejemplo, si entra la variable del Delta porque alguien regresó del exterior y no hizo la cuarentena invocando su libertad de circular.

¿Los discursos antivacunas son un síntoma social o se trata de casos aislados?

Preexisten a la pandemia. Ganaron impulso después de que la revista The Lancet publicara un artículo de investigación, del que luego tuvieron que retractarse porque era erróneo, que relacionaba la vacuna contra el sarampión con el autismo en Italia. Lo cierto es que la aparición del complejo médico-industrial- financiero ha hecho que la gente desconfíe de los medicamentos. Y para serte franca, yo también desconfío. Soy lo suficientemente grande para saber que alguna vez se vendió algún medicamento que se llamaba talidomida, que se distribuyó entre mujeres embarazadas e hizo nacer niños con deformidades. Soy de la generación que incrementó el cáncer de mama por consumir pastillas anticonceptivas de alto dosaje hormonal. Entonces, hay un punto de anclaje para la sensación de desconfianza, pero en esta situación las vacunas son una esperanza. Se trata además de su capacidad de circulación, un virus que tiene una mutación muy rápida y para peor. Si no se controla la circulación a nivel global, como alguna vez se hizo para erradicar la viruela, se van a seguir produciendo mutaciones. Es necesaria una acción mancomunada de las naciones, y no de los mercados. Se debe lograr un acuerdo como el que se consiguió cuando nació la OMS para erradicar la viruela y se vacunó al 80 por ciento de la población mundial. En este momento tenemos a toda África sin vacunar, salvo algunos países. Y volviendo a la cuestión de la individual, no queda otra opción más que vacunarse. Hay que aceptarlo, aunque a uno le produce cierto temor. ¿Nos va a mejorar? Sí. ¿Va a bajar la mortalidad? Sí. ¿Va a desaparecer la enfermedad? No, porque ninguna vacuna garantiza una efectividad del 100 por ciento. Esto no es la polio. No por ahora. La polio tampoco está erradicada en todo el mundo. Además, debo recordarles que Sabin renunció a la patente. La podía fabricar todo el mundo. Hoy, mientras se pone en riesgo a gran parte de la humanidad, hay gente que está peleando la ganancia. Y después, hay una cierta instrumentación política de los antivacunas también o articulación, en los Estados Unidos coinciden mucho con los partidarios de Trump.

¿Cómo va a ser la nueva normalidad?

Algunas prácticas ya no van a ser como eran. La psicología incorporó de manera masiva el uso de las tecnologías. Si bien todos añoramos volver al contacto cara a cara, cuerpo a cuerpo, esto me parece que se instaló. Pero es difícil saber cómo van a ser las nuevas normalidades, porque hay un desequilibrio del sistema global… Es como cuando se caen las laderas de una montaña y se va armando una avalancha: estamos en la avalancha. No sé qué va a pasar cuando termine. Estoy segura que ni la universidad ni la escuela van a volver a ser lo mismo, no deberían. Dicho sea de paso, esas instituciones ya estaban en crisis. Además, la pandemia señaló la inviabilidad de los grandes centros urbanos, porque uno de los problemas más serios que tenemos en este país es que la tercera parte de la población está agrupada en una sola unidad urbana, el Área Metropolitana de Buenos Aires.

¿Qué duelos implica la pandemia?

Los duelos son por uno mismo y por la pérdida de certeza respecto al futuro. En segundo lugar, por las pérdidas concretas, materiales, de proyectos y trabajos. También por las muertes, en un contexto de funcionamiento muy extraño, porque en la actualidad alguien puede salir de dar una clase, abrir WhatsApp, enterarse de que murió una persona que para una era significativa y entrar a hacer otra actividad…

Las muertes se convirtieron en una cifra para la televisión…

Perdimos el contacto corporal. Son curiosas las pandemias, van tocando lo relativo al vínculo con las personas. Cuando habíamos logrado terminar con la viruela, empezaron a aparecer las enfermedades emergentes, la primera fue el sida. Y fue y tocó justo ahí, en la sexualidad, con algo que la humanidad ya sabía porque la sífilis había sido igualmente grave, hasta que después aparecieron los antibióticos. Hubo una generación que, con los antibióticos y los anticonceptivos, rompió con la ecuación sexualidad y muerte. Pero en este caso, este tipo de alteración en el contacto corporal con los otros, la cercanía… Nos va a producir efectos que nos va a costar mucho cambiar. No soy partidaria de psicopatologizar, pero sí creo que los esfuerzos adaptativos a realidades totalmente nuevas producen conductas, sensaciones y sentimientos que pueden ser confundibles con psicopatologías, pero no las clásicas. Preguntaste por la nueva normalidad, es un oxímoron, o sea: o es nuevo o es normal. Esta crisis no sólo es una pandemia, sino que está derrumbando el mundo como fue organizado en la posguerra. Está en reconsideración toda la geopolítica, cómo será la hegemonía de las monedas cuando se preanuncia el final del patrón dólar, qué sucede con esos poderes económico-financieros corporativos que parecen estar por encima de los Estados… Todo eso cambia radicalmente la idea de cómo puede llegar a ser el futuro. Da la impresión de que estamos en un cambio de época, como fue el pasaje del feudalismo al capitalismo. No digo que estemos pasando del capitalismo a otra cosa, sino que hubo un cambio de época importante.

La crisis sanitaria puso en evidencia múltiples desigualdades estructurales, ¿podría haber una oportunidad para resetear nuestra forma de vida a una más justa?

Es una oportunidad. Es una situación de crisis cuyo final no es predecible, puede ser distópico u utópico. De lo que estoy absolutamente segura, es que, si no la aprovechamos para transformar nuestra forma de vida, nuestra forma de vida va a acabar con nosotros. El hombre de la modernidad se creyó el verso de que podía dominar la naturaleza. La naturaleza nos va a sobrevivir si nosotros no tenemos otro vínculo con ella.

«Vos que la viviste, no dejes que te la cuenten»

«Vos que la viviste, no dejes que te la cuenten»

“Para tener memoria” y como “homenaje a las víctimas y sus familias”, la periodista Paloma García publicó un libro con sus fotos de diciembre de 2001. “La fuerza la tiene el fuego de esa noche, la resistencia del pueblo”, afirma la autora.

Durante el estallido de 2001, nucleada en el colectivo Argentina Arde, Paloma García se dedicó a retratar el hambre, la violencia y la represión. De ese archivo surge este trabajo que compila una selección de 50 fotografías de más de 70 rollos.

Editado por Grupo Editorial Sur, 2001. Fotografías diciembre 2001 – junio 2002 es el primer libro de la autora. Fotógrafa, periodista especializada en investigación, García ha trabajado en el área de noticias de TV Pública y en Telesur. Hoy, además de colaborar con diversos medios, participa del colectivo de Fotógrafes x los Barrios, que combina acciones fotográficas y solidarias. En charla con ANCCOM, recuerda esa larga jornada del 19 y 20 de diciembre, veinte años atrás.

¿Cómo lo viviste?

Como fotoperiodista y periodista, el 19 y 20 me encontró bastante al tanto de lo que estaba pasando. De hecho, estaba trabajando en el Congreso, en el despacho del grupo de diputados socialistas Oscar González y Alfredo Bravo. Seguíamos bastante de cerca todo lo que pasaba, sobre todo en La Matanza y en el conurbano. También porque estaba trabajando junto a Carlos Bosch, mi maestro en fotografía y mi gran amigo, estábamos haciendo un trabajo sobre piqueteros y ya habíamos empezado a estar en contacto con la gente que se reunía en la Escuela Amarilla en La Matanza. Recordemos que unos meses antes se dio el Matanzazo, antes del estallido. El 19 de diciembre a la noche salí con mis vecinos de Saavedra, barrio en el que vivía, y militábamos por los derechos humanos en un grupo que se llamaba Madres del Pañuelo Blanco. Fuimos a reunirnos en la esquina con toda la gente indignada que empezó a salir a las calles para responder a esa imposición de un estado de sitio y llegamos hasta Plaza de Mayo. Yo llevé mi cámara, mi Canon AE 1.

¿Qué te impulsó a publicar este libro a 20 años del estallido?

Lo que me impulsó, en este aniversario, es entender que, así como como el 19 y 20 supe que mi cámara era una herramienta para dar testimonio, para dejar grabado lo que estaba siendo parte de la historia de los argentinos y de las argentinas, también entendí que era momento de dejar ese documento pensando que, tal vez, jóvenes que no vivieron ese momento puedan encontrarse movilizados por una foto, ir hacia atrás en la historia y tratar de entender qué nos pasó, para tener memoria. Por sobre todas las cosas, para tener memoria. Y también me impulsó el homenaje a las familias de las víctimas y a las víctimas.

¿Cómo fue el proceso de selección de las imágenes?

Fue difícil porque es un trabajo minucioso poder escanear esas 400 fotografías. Tuve la ayuda de la colega fotógrafa Cristina Pereira y también de Álvaro Giménez, mi compañero, que viene del área de Bellas Artes. En cuanto a la edición del libro, al ensayo que quedó plasmado, de esas 400 fotografías quedó una selección de 50, que son las que lo integran. Ese trabajo lo hice con Diego Sandstede y Valeria Bellusci, también fotógrafos.

 

¿Qué criterio seguiste?

Tuvo que ver con encontrar un ritmo en el mensaje que quería dar. Muchas fotografías que me gustan mucho no pudieron estar porque abrían la historia hacia otra historia también. Por ejemplo, un retrato de Lidia Quinteros, la líder del Tren Blanco de los cartoneros, que dieron tanta batalla en aquel momento. Seguí a Lidia durante meses en el tren, todas las veces que volvían a José León Suárez, después de la cantidad de horas que pasaban recogiendo cartones en la Capital. Pero eso ya era otra parte del ensayo. O todo el trabajo de la Asamblea de Saavedra para recuperar una huerta cerca de Balbín y Donado, donde yo vivía. Todo eso era otra historia u otro libro. Pero en éste, la fuerza la tiene el fuego de esa noche, la resistencia del pueblo. Hay algunas fotografías más que van hasta junio del 2002, que quiere mostrar no solamente la cuestión de los cacerolazos y de la clase media a la que le habían tocado el bolsillo, sino que también había una unión en la lucha de clases muy interesante. Todo un pueblo resistiendo junto, logrando, por ejemplo, que por lo menos el payaso de Fernando De la Rúa se fuese. Lo lamentable es que tuvimos que esperar hasta 2016 para que haya justicia e incluso tuvimos que esperar hasta este lunes pasado para que esas penas, que lograron en el 2016, estén confirmadas. De la Rúa murió impune.

¿Qué recuerdo tenés del colectivo Argentina Arde?

Nos empezamos a juntar en los primeros días de enero de 2002. Fue a partir de una volanteada que se hizo en Plaza de Mayo en uno de los cacerolazos. Un volante decía: “Vos lo viviste, no dejes que te la cuenten”. Ahí nos agrupamos y empezamos a trabajar juntos y juntas en la sede de Madres de Plaza de Mayo. Nos reuníamos ahí y lo que hacíamos era trabajar de manera urgente todo lo que registrábamos. Editábamos una muestra en conjunto y esa muestra la trasladábamos. Con ella tomábamos las paredes del Cabildo, también la llevábamos a la Asamblea interbarrial que se daba en Parque Centenario.  La llevábamos a cada lugar en donde hubiese un piquete o una asamblea trabajando.

Preventa solidaria para apagar el incendio

En el marco de la presentación del libro de Paloma García, se inauguró también una muestra de fotos con las imágenes de la obra que se podrá visitar hasta el 30 de diciembre en el 3° piso de la Biblioteca Nacional. Lamentablemente, durante el lanzamiento no se pudieron entregar ejemplares porque el local de Grupo Editorial Sur sufrió un incendio el pasado 7 de diciembre que arrasó con la tirada completa de 4000 volúmenes. Para remontar la situación, desde la editorial promueven una preventa solidaria: “Les pedimos que compren un libro en la tienda de nuestra página web  grupoeditorialsur.com –dicen en un comunicado–. Cada libro que compren nos va a permitir volver a imprimir ese libro y algunos más que volverán a circular en librerías, festivales, colectivos, trenes y mesas de luz”.

Las mujeres fueron protagonistas principales de la resistencia

Las mujeres fueron protagonistas principales de la resistencia

Movilizadas por los despidos de sus maridos, el hambre y la violencia económica, las mujeres de los barrios lideraron piquetes, marchas y acampes, en el 2001 organizaron comedores, clubes de trueque y cooperativas, y, sobre todo, se empoderaron como referentas políticas de sus comunidades.

“La enorme crisis del 2001 impactó especialmente en las mujeres por el desempleo acentuado, por vérselas en una situación familiar hipercrítica y porque por otra parte tuvieron que ser protagonistas centrales en la resistencia que produjo los acontecimientos”, explica la socióloga feminista Dora Barrancos. En aquel año, durante la presidencia de Fernando De la Rúa, el índice de pobreza que hasta entonces rondaba el 46%, ascendió al 66%, según el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS).

Como parte de las medidas de lucha que se tomaron en ese momento, Barrancos rememora marchas populares, cortes de calles y piquetes. “Al frente de algunas de esas manifestaciones, como lideresas, actuaron mujeres. Tal es el caso de Plaza Huincul y General Savio –localidad donde se habían producido acontecimientos, antes incluso, por el cierre de Altos Hornos–, pero en 2001 fue particularmente estridente la participación de mujeres en los acampes, cortes de ruta y otras muchísimas manifestaciones. No sólo en esa área de lo privado o lo no público como hacer la comida, sino sosteniendo de modo activo piquetes y acampes”.

“¿Cómo viví el 2001? Organizada”, responde Gabriela Sosa, actual directora ejecutiva de la mesa federal de Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLá), quien en aquel tiempo era coordinadora de la juventud de Patria Libre en Santa Fe –hoy Libres del Sur–. Según cuenta, si bien la crisis se vivió con “mucha bronca y angustia por la pérdida de derechos, o por situaciones económicas muy concretas, como la impotencia con el corralito”, quienes estaban organizadas en espacios políticos y sociales habían “convertido esta situación en fuerza y en convicción para dar pelea y resistir este modelo”, porque tenían el “convencimiento absoluto de que era posible derribarlo y que más temprano que tarde se iba a caer”.

Fueron las mujeres de los sectores populares las que pusieron el cuerpo durante la crisis. Sosa asegura que fue fundamental durante toda la década del 90 y que la participación femenina en movimientos sociales que combatieron el neoliberalismo en Argentina tuvo un correlato en toda Latinoamérica. Fueron ellas “las que sostuvieron, de manera comunitaria, la posibilidad del alimento, de desarrollar algunas experiencias cooperativas o de emprendedurismo para la subsistencia. Fueron las mujeres las que poblaron las ollas populares, los comedores, los roperos comunitarios, el trueque. Paradójicamente, porque si hay un mandato que tiene el patriarcado para nosotras, las mujeres, es mantenernos en nuestro espacio privado, doméstico”, afirma. Así se fue popularizando una nueva forma de pensar el feminismo: “Ocupar la ruta, ocupar el comedor, ocupar el barrio fue el inicio de lo que hoy llamamos ‘feminismo popular’”. Así fueron apareciendo preguntas orientadas a reflexionar “sobre las otras desigualdades por el hecho de ser mujeres”, agrega.

Un ejemplo es Naty Molina, hoy referenta de la Corriente Villera Independiente de la Villa 21-24/Zavaleta. En diciembre de 2001, trabajaba como empleada doméstica y, luego de 10 años, buscaba un segundo hijo. Poco después de enterarse que estaba embarazada, recibió la noticia de que su pareja, que trabajaba como bachero en un bar de Retiro, había sido despedido. “Fue un momento tremendo: yo embarazada y él sin trabajo, no fui capaz de procesar lo que se venía”, recuerda. Naty asumió la responsabilidad de garantizar un plato de comida para su familia. Trabajó sin parar hasta los últimos meses del embarazo, a pesar de que le costaba caminar, subir escaleras y limpiar.

En medio de la crisis y el abandono estatal, la solidaridad se volvió fundamental. Entre vecinos del barrio se corría la voz cuando algún espacio brindaba comida o algún otro tipo de bienes para la supervivencia. Así se enteró que en una iglesia de Constitución daban el pan que sobraba, entonces, Naty embarazada, junto con su pareja, caminaba desde Barracas hasta allí. De la misma manera se fue difundiendo que en algunos lugares intercambiaban ropa por leche. “La mayoría de las vecinas iban al trueque”, asegura.

“El rol de la mujer se invirtió y las mujeres salieron a trabajar, mucho más que antes, además de laburar en las casas. En mi caso, por ejemplo, mi compañero se quedó de amo de casa y yo tuve que salir porque tenía más posibilidades de trabajo”, cuenta. Y agrega: “Hoy nosotras, como mujeres, ocupamos un rol en la construcción de una nueva cultura. Eso se ve reflejado en el crecimiento de muchas compañeras que cada vez están más empoderadas, cada vez la justicia de las otras la sentimos más propia. Hoy podemos intervenir, nos animamos a ocupar un lugar político, a pelear por un trabajo, porque queremos que nunca nos falte como nos faltó, porque eso nos lleva a lo más bajo del ser humano: a pedir la dignidad”.

El empoderamiento de los feminismos se tradujo en una serie de conquistas que se concretaron en los últimos años, entre ellas, destaca Gabriela Sosa, la ley integral contra la violencia de género, la ampliación de la ley de cupo o la ley de paridad, así como la reciente legalización del aborto. Dora Barracos reconoce que la organización popular femenina durante el 2001 generó  “una contribución a lo que luego fue la concatenación de las luchas feministas, sobre todo años más tarde con el despertar del Ni una menos”. Sostiene que “hay una cierta tradición en esa manifestación y la sostenibilidad pública de la protesta a cargo de mujeres, que tiene, sin duda, consecuencias sobre las formulaciones políticas”. Sin embargo, advierte que “muchas mujeres lideresas que participaron activamente en el 2001, por diversas razones, luego abandonaron el campo de lo público. Por razones de género, muchas fueron acusadas de algunas situaciones de corrupción y, ese descrédito, esa suerte de imputación sin pruebas, significó lo que siempre ocurre para los grupos de mujeres: un regreso a la vida doméstica”. Y concluye: “Por eso las mujeres necesitan sororidad, sostenibilidad y mucha fuerza del colectivo de mujeres para seguir actuantes en la arena política y social”.

El modus operandi de la policía que termina en asesinatos como el de Lucas González

El modus operandi de la policía que termina en asesinatos como el de Lucas González

Según la CORREPI, cada 20 horas ocurre una muerte por violencia institucional. El caso de Lucas González, ocurrido a una cuadra de la 21-24, es uno de ellos. ANCCOM dialogó con vecinos del barrio para descubrir cómo actúa cotidianamente la policía con los jóvenes. También cuentan cómo se organizan para resistir el abuso de las fuerzas estatales.

 

El homicidio de Lucas González, a manos de la Policía de la Ciudad, tuvo una gran repercusión mediática por su gravedad: un claro ejemplo de la estigmatización y de la criminalización por portación de rostro. Sin embargo, el de González no es el único caso de violencia institucional que ocurre en la Ciudad. Según la Coordinadora contra la Represión Policial (CORREPI), cada 20 horas una persona es asesinada por las fuerzas del Estado.

El “Diagnóstico y estrategia para erradicar la violencia institucional en CABA” es un documento presentado por el Ministerio Público de Defensa (MPD) y fue recientemente difundido por Página/12. Revela que sólo entre el 1º de julio y el 19 de noviembre de este año, en la Ciudad de Buenos Aires se registraron 472 hechos de violencia institucional. En promedio se contabilizan 94 casos por mes y más de 3 por día.

Las comunas de la zona sur son las que concentran una mayor cantidad de violencia institucional.

La persecución policial que le costó la vida a Lucas González ocurrió a una cuadra de la villa 21-24, ubicada en el barrio porteño de Barracas. Según el informe, las comunas de la zona sur son las que concentran una mayor cantidad de violencia institucional: la 1, la 4 (en donde se encuentra Barracas) y la 8 suman el 50% de los casos. Además, al menos el 37% de las víctimas se encuentran en una situación habitacional de vulnerabilidad: el 17% situación de calle y el 20% habita viviendas precarias.

Carlos Desajes, docente de una escuela de la Vill 21-24, ex vecino, y miembro de la Comisión de Derechos Humanos, dice que los jóvenes del barrio ven a las fuerzas de seguridad como “algo violento”, que los “mantienen encerrados y perseguidos». Explica que esto ocurre porque actúan sin estar “en absoluto preparadas para intervenir, en casi ninguna situación, y mucho menos en barrios como los nuestros. No tiene preparación, no saben cómo hacerlo, no tiene estudios en sociología, ni en psicología, ni en antropología, ni en nada”, declara.

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Anchura máxima: auto
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En el barrio, la actitud que tiene la unidad de Prevención Barrial (UPB) con los jóvenes , que depende de la Policía de la Ciudad, “es la de siempre”, dice Lucas Bogado, miembro de la Junta Vecinal y militante del Movimiento Evita. Sin embargo, advierte que, en los últimos dos años, cuando la Prefectura dejó de ser la fuerza a cargo del barrio y se creó la UPB, los casos de violencia aumentaron: “Históricamente los molestan por tener un cigarrillo de marihuana, los paran, los revisan, los cachean. Y ni siquiera hace falta que tengan marihuana, sino que tienen esa rutina de parar.  Esas situaciones generan violencia con los jóvenes, porque se hacen los piolas, los pillos; y los efectivos de las fuerzas de seguridad también son jóvenes, entonces se genera un enfrentamiento, una competencia y una pelea. En vez de cuidarte, hacen que sientas miedo y confrontación”, asegura.

Respecto a los cambios en las fuerzas intervinientes en el barrio se puede señalar: inicialmente la presencia de la Policía Federal, después la Prefectura y Gendarmería, durante un breve período la Metropolitana y, hoy, la UPB. Esta última, “al principio se presentaba amablemente hacia la comunidad”, cuenta Desajes. Y continúa: “Como dice el refrán popular: ‘escoba nueva barre bien’. Intentan mostrarse como gente honesta, no corrompible, que iba a hacer su trabajo como corresponde, pero a los pocos meses empezaron los conflictos”.

Tanto Desajes, como Bogado coinciden en que el sector más violentado por la policía es el de la juventud. En tal sentido, el informe postula que la edad promedio de las víctimas es de 33 años, en un rango que va desde los 15 a los 65. Por otra parte, Desajes explica que si bien la adolescencia es un momento difícil en la vida de todas las personas, en las villas se acentúa. “Algo que nota una persona que viene de afuera de la villa es que la niñez tiene algo de jugar en el pasillo, de andar en la calle, de encontrarse con amigos a jugar, de entrar en una casa y salir en otra”, cuenta. 

El problema se genera, especialmente para los varones, cuando terminan la primaria, comenta. “Aquel pibe que ayer era un chico al cual su familia lo cuidaba y lo protegía, de golpe se le cierran las puertas, las posibilidades de continuar”, dice Desajes. Y, acorde con el informe del Ministerio Público de la Defensa, cuanto mayor es el nivel de vulnerabilidad, más alta es la posibilidad de sufrir abusos por parte de las fuerzas de seguridad: el 57% de las víctimas no completó la educación secundaria y el 65% atraviesa una situación laboral de vulnerabilidad: 20% desocupados, 20% actividades de subsistencia y 25% ocupaciones informales”.

Por otro lado, el docente recuerda que, desde una perspectiva psicológica, “lo que genera identidad para un adolescente está en esto de confrontar con un otro para darte identidad a vos mismo. Bueno eso se da en todos lados, no sólo acá por ser una villa, aunque a veces por esta situación de ocultamiento tiene picos más violentos que quizás en otros lugares”, propone. Entonces, a esta sensación de desamparo o de falta de acompañamiento, combinada con una actitud confrontativa se le suma una “presencia policial, que es más notoria dentro del barrio y alrededor del barrio, no solamente por lo numérico sino también por el tipo de relación que se establece con el habitante joven del barrio”.

La presencia de la policía no se limita al cercamiento externo del barrio: mientras los efectivos uniformados rodean el barrio, en su interior se encuentran las “brigadas”, que recorren los pasillos de la villa vestidos de “civil”. Desajes dice que trabajan “con un arma que muchas veces se utiliza para mantener dividida a la población, separada, peleada: el rumor, que funciona como un arma de división dentro del barrio”. De esta forma, la policía genera enfrentamientos entre distintos grupos. “Así tenés la fórmula perfecta: encierra, divide y reinarás. De esta manera mantiene el control social las fuerzas de seguridad en un barrio como el nuestro”, asegura.

Respecto al modus operandi de la policía, tanto Desajes como Bogado coinciden en que los hechos de violencia suelen ocurrir durante la noche y, especialmente, cuando las víctimas se encuentran bajo el efecto de alguna sustancia. Y “cuando (los jóvenes) se encuentran en una situación de soledad, ahí agarrate Catalina porque empieza el baile”, advierte Desajes. En tal sentido dice que la Policía actúa “con una prepotencia que pareciera que se creen los dueños dentro de un zoológico”.

No obstante, desde hace muchos años, se vienen gestando diversas formas de organización territorial para hacerle frente a los abusos policiales. Cuando algún caso llega a los oídos de los vecinos, conscientes del accionar inhumano de la policía, se organizan en asambleas y salen hermanados a poner el cuerpo. Eso fue lo que ocurrió con el caso de Lucas González, quien no era del barrio, pero “como vecinos son simpatizantes del club Barracas, en el que él jugaba, inmediatamente salieron a denunciar”, narra Desajes. Y agrega: “Al día siguiente estábamos cortando la calle las organizaciones de la 21. Es decir, no teníamos una relación directa, pero acompañamos a la familia a la comisaría y fuimos a reclamar. Inmediatamente se puso sobre la mesa que acá había habido un gatillo fácil; que no había habido ningún enfrentamiento, que los pibes salían de entrenar. Simplemente está esa discriminación de ver al pibe morocho, con ropa deportiva y la gorrita; eso de por sí es sospechoso: cuatro pibes arriba de un auto, por el color de piel y por la forma de vestirse. Eso es lo trágico”, concluye.

Por su parte, Bogado también destaca todo el trabajo de las organizaciones que actúan en el barrio. En ese sentido, cuenta que llevan adelante la tarea de concientizar a los jóvenes y de enseñarles sus derechos pero advierte la complejidad de la situación “porque podés saber todos tus derechos, pero si te agarran en un pasillo a las doce de la noche cuando no hay nadie, es difícil”. Y finaliza diciendo: “Las fuerzas de seguridad dependen del Estado. Deberían tomar medidas más serias y un mayor control. Estas brigadas que existen en el barrio no deberían estar”.