Correr sin mirar

Correr sin mirar

Son conocidos como “la marea roja” por el color de su indumentaria. Entrenan en el Club Unión, ex Seden, ubicado en el Partido de Merlo. Cuatro días por semana, los deportistas comienzan los entrenamientos puntualmente a los ocho de la mañana y ANCCOM los acompañó en una de las prácticas.

“El trabajo con los chicos ciegos me ha motivado mucho. Actualmente, tenemos ocho en el equipo, cuatro ya están trabajando a nivel. Esto ya me gratifica, los otros cuatro están en trabajo de adaptación. Para mí, es algo inusual nuclearlos a todos en el mismo equipo. Pero nosotros tenemos la posibilidad de hacerlo”, relata -antes de comenzar el entrenamiento- Walter Javier Píccolo, atleta de triatlón y conductor del grupo.

Corredores ciegos y entrenadores del Triforrest posan para la cámara posicionados como si fueran un equipo de fútbol y con sus características remeras rojas.

El equipo de la «marea roja» nuclea a cuatro corredores en nivel y cuatro en adaptación.

Con sus 55 años, Piccolo va al frente del grupo de corredores y parten raudos por la calle Libertad y luego por Maipú. Transcurrida una hora y cuarenta minutos, los atletas regresan tras haber dejado atrás 14 kilómetros de recorrido. Al volver se van directo al gimnasio del club. Durante unos veinte minutos, Walter realiza un balance del entrenamiento. Los corredores, tirados sobre colchonetas, lo escuchan atentamente los problemas a superar mientras realizan trabajos de elongación. “Somos un grupo selecto dentro de la zona, porque a donde nosotros vamos, siempre andamos bien”, arenga Piccolo.

El primer corredor ciego del TriForrest es Ernesto José Vera, de 57 años, profesor de Folklore, que enseña actualmente en el “Taller de ciegos, Ricardo Vázquez”. Hace tres años y ocho meses que corre junto a Piccolo, su lazarillo. Son amigos desde la infancia y esa unión potencia el trabajo de cada día, Ernesto cuenta cómo es el triatlón: “Nos tocan mil quinientos metros de natación; así se empieza. Salís del agua y tenés cuarenta kilómetros en la bici, en tándem con Walter, por supuesto. Después, a bajarse de la bici, sacarse ese casco y recorrer los últimos diez kilómetros de pedestrismo”.

Un cansado Ernesto Vera corre con la remera del Triforrest. En su mano sostiene una correa que lo une a Walter, su lazarillo.

Ernesto Vera, primer corredor de Triforrest.

A la par de Ernesto, se entrena Fernando Yraola, de 48 años, quien participó en varias carreras. “La primera carrera que participé fue el 24 de marzo, en La Carrera por la Memoria, el 2016 en Castelar. Desde allí, no paré. Siempre subo a los podios”, se ufana y agrega: “Gané la de Rosario que era para ciegos y disminuidos visuales, de 15 kilómetros, en la categoría B1, que es para ciegos totales. Eran más de ochenta corredores y vinieron de todas partes del país”.

De los ocho corredores ciegos que cuenta el grupo, la única mujer es Verónica Ruth Etchegoyen. “Hace tres años llegué al Taller sin saber utilizar el bastón, tuve mucha contención, el grupo me estimuló mucho para utilizarlo. Además aprendí Braille, orientación y movilidad para poder manejarme por la calle”, señala. “Estuve en varias carreras, en Rosario, en los 15 kilómetros, salí primera en la categoría B2, que es para disminuidos visuales”, dice.

Ernesto Vera y Walter Píccolo sostienen los premios conseguidos en el Triatlon Baradero.

Ernesto Vera y Walter Píccolo sostienen los premios conseguidos en el Triatlon Baradero.

Los atletas ciegos del TriForrest participan del Taller de Ciegos Ricardo Vázquez, fundado en 2012, actualmente con sede en Merlo. Anahí García, profesora especial y maestra de grado, es la fundadora y coordinadora del Taller y la principal promotora de la existencia del grupo de corredores ciegos. “Lo único que tuve es la mirada de quién podía hacer éste deporte. Vi que Ernesto tenía potencial, y él me decía: ¡Qué groso es tu marido! (por Walter Píccolo)- cómo hace esas actividades, corre, nada, pedalea. Le dije: ‘Vos podés llegar hacer lo mismo. Hablé con Walter, se preparó y comenzaron a entrenar”.

 El presidente del Taller, en tanto, Ernesto Hugo Echevarría, comenta: “La cantidad de asistentes al taller es cercana a las cincuenta personas y las puertas están abiertas a toda aquella persona ciega y disminuida visual que necesite ayuda, aquí tenemos muy buenos profesores y desarrollan diferentes actividades”. Como las que realiza Claudio Adrián Arjona, que no forma parte del Triforrest pero participa con ejercicios de movilidad. Su mamá, Susana Reyes, explica: “Claudio quedó ciego a los 31 años. Él era un chico sano, manejaba auto, me sacaba a pasear, íbamos a todos lados. Venimos al Taller hace dos meses, le ayuda a tener más movilidad y a hacer deportes. Cuando no puede venir al Taller está desesperado”.

 

Volvió el trueque en el Conurbano

Volvió el trueque en el Conurbano

En un contexto en donde la inflación acumulada en los últimos dos años es del 65 por ciento, empujada por devaluaciones y tarifazos, numerosos sectores de la población sufren cada vez más para poder adquirir bienes básicos. El impacto es contundente, especialmente en los barrios del Gran Buenos Aires. Este panorama lleva a que con el instinto de sobrevivencia y con la experiencia adquirida en la crisis de 2001, se vuelva a recurrir al trueque, como una forma de intercambio de productos anterior a la aparición de la moneda. Lo que parecía historia vuelve a ser una realidad cotidiana.

Dos mujeres revisan una bolsa de pan en el Mercado de trueque "Lulú".

Ante la agravante situación económica, reapareció una práctica que parecía olvidada: el trueque.

María Magdalena Isasi es una de las administradoras del “Trueque Canje Lulú” en Merlo. “Conocí el trueque hace más de cinco años –relata-, pero cambiábamos objeto por objeto, no era por mercadería; esto empezó recién a finales del 2015. Coordinamos casi todo por Facebook, al principio lo hacíamos en la plaza, frente a la estación de Padua. Algunas tenían un punto de encuentro, pero los inspectores municipales les quitaban las cosas, nos movilizamos y se consiguió el Ateneo de Padua para hacer el trueque, fue una lucha. No fue gratis”.

Isasi continúa narrando su experiencia: “Hoy somos como 35.000 personas, abonamos 15 pesos la entrada para costear los gastos, en un principio éramos todas mujeres, hace dos semanas recién se incluyeron a los hombres, haga calor o frío siempre vienen muchas personas. Cuando alguien no realiza ningún cambio hacemos una colecta de alimentos para ayudarlo”. Para poder ser miembro de este nodo se tienen que asociar enviando una solicitud por Facebook y aclara que no se utilizan bonos de trueque.

Una multitud en el Club Unión de Merlo. Una mujer en primer plano se lleva algunos productos en sus brazos.

Desde finales de 2015, en el mercado «Trueque Canje Lulú» se intercambian mercaderías.

Lorena Cardoso, que va al nodo que funciona en el Club Unión de Merlo, dice que antes el espacio funcionaba en otras entidades, pero tuvieron que mudarse “porque cada vez hay más gente”. “Me enteré por Facebook –cuenta-. Vi una publicación que me interesaba y comencé a ir a principios del año pasado, éramos pocos y ahora somos muchísimos. Para entrar se demora como una hora y media, mi marido trabaja pero nunca me alcanza. La mercadería me sirve mucho, todos los sábados voy religiosamente”. Y agrega que a veces se acerca gente que vive en Capital, en donde todavía no resurgieron los nodos con la misma intensidad.

En la Sociedad de Fomento de Rafael Castillo, Partido de La Matanza, funciona un espacio de trueque desde 2001, los martes y jueves a la tarde y el sábado a la mañana. “En este lugar el intercambio de los productos se realizan por mercadería o por créditos, la entrada cuesta trece pesos o 200 créditos, ahora lo que más se busca es la mercadería”, explica María Rosa, en lo que es uno de los pocos nodos que funciona con créditos –una especie de cuasimoneda- igual que hace 16 años.

La ropa acomodada en el piso del Club Unión de Merlo está lista para ser intercambiada.

Cada mercado de trueque tiene su propia lógica. El de la Sociedad de Fomento de Rafael Castillo funciona con créditos.

En esa zona también existe el “Trueque por Mercadería Rafael Castillo”, que se lleva adelante en la plaza de la estación de tren todos los días. Mediante el uso de Facebook se realiza el contacto y se coordina la entrega del producto. Algunas personas, como Rosana Gómez, ya son habitués de diferentes nodos. “Mi mamá me enseñó cómo es el trueque, vamos a Castillo. En Merlo voy al Martín Fierro, al Club Unión, cambio por mercadería o algún producto que pueda vender en la feria y de esa manera puedo tener algún ingreso”, explica.

Ya en el sur del Conurbano, Marcela Benítez, administradora del Trueque “Cambio por Mercadería Barrio Sarmiento”, dice: “Comenzamos cinco mujeres, hoy somos como 10000. No aceptamos hombres para no tener problemas”. Y agrega: “Mi marido perdió el trabajo el año pasado, él trabajaba en el Hospital Borda, te imaginás lo que pasé. También recolectamos alimentos para sortear a las compañeras que no lograron cambiar nada, de esa forma les ayudamos”. Acongojada y resignada, Marcela comenta y recuerda cómo vivió el 2001: “pensar que volvimos a esto; soy madre de dos hijos y tengo que poner el pecho”.

Dos mujeres venden ropa sobre mesas de madera en el club Unión de Merlo.

Los distintos mercados de trueque tienen una participación mayoritaria de mujeres.

Actualización 30/01/2018