«Lo único que falta es que yo saque un libro y se pare el mundo»

«Lo único que falta es que yo saque un libro y se pare el mundo»

Veintidós años, 1,94 de altura, pelo largo y algo que muy pocos logran: ser futbolista de primera división. Auto nuevo, plata en el bolsillo, fama, autógrafos, ¿qué podía salir mal? “Me sentía inmortal”, afirma Hugo Lamadrid en su libro Lamadrí, el renacido, editado por Ediciones Al Arco.

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“Llegar a primera es coronar la parte inicial de la carrera, es el proceso de muchos años en divisiones inferiores”, cuenta el ex jugador, quien busca retratar en su libro la vida de la mayoría de los futbolistas. Entrenar desde los 8 años todos los días, debutar a los 20 en primera, el fin de la corta vida útil a los 35 y el retiro. “Bajo a la tierra la imagen del jugador de fútbol estrella, multimillonario. La mayoría de los jugadores somos iguales al que se toma el 31 que va hasta Avellaneda”, recalca.

¿Quién hubiera dicho que, en el mejor momento de su carrera, un partido le jugaría una mala pasada? 19 de febrero de 1989, segundo tiempo, 2-0 arriba frente a Instituto en Córdoba, un golpe en el pie derecho y el ruido de un hueso roto determinarían un giro inesperado en la vida del Flaco. “Vi a mis compañeros, pero no al rival. No lo veo. No llego a amortiguar el golpe. Siento el ruido a hueso roto. Después, oigo el silencio”.

Racing ganó aquel partido, pero Lamadrid salió derrotado. Al día siguiente, su padre lo llevó al médico: base de la tibia astillada, en la articulación con la zona del pie que recibe todo el peso del cuerpo. Con el yeso puesto, a puro calmante, esperaba la primera operación. Pero llegó el pedido del Coco Basile, técnico de la Academia, y Lamadrid se sacó la protección, se inyectó antiinflamatorios, jugó un segundo y un tercer partido lesionado con el coraje del gigante capaz de comerse el mundo. “Después de más de veinte años, Racing clasificó para la Copa Libertadores. En el arco, el Pato Fillol, a la izquierda Rubén Paz y atrás Néstor Fabbri. Y yo pensé, ‘con este equipo, ¿cómo no me la voy a jugar?’”, rememora Lamadrid en diálogo con ANCCOM.

En ese momento había dos caminos: ser campeón de América con Racing después de 21 años o poner en riesgo la carrera. “Me tocó perder”, dice el Flaco. Para entender sus decisiones hay que contextualizar el fútbol de ese momento. No existía conciencia sobre la importancia de la alimentación, no había casi representantes y aún estaba en proceso de profesionalización. El corazón del fútbol estaba en la pasión por la camiseta, la tribuna y no en el negocio. Hoy un futbolista está rodeado de contadores, psicólogos, abogados y todos quieren participar de su parte. Incluso los representantes se profesionalizaron.

El club fue eliminado de la Libertadores en 1989, y tras tres operaciones, a Lamadrid le siguió una rehabilitación de un año y medio. El presidente del club, Juan Destéfano, quien especulaba con su recuperación para renovarle el contrato y venderlo a Europa, comenzó a presionarlo para un retorno rápido a las canchas. El temperamento y los dolores del ídolo desencadenaron insultos y peleas. “En mi época no existía el representante. En mi casa no se sabía demasiado de fútbol, no tenía con quién hablarlo ni preguntar. Fui a prueba y error y así terminé jugando una Libertadores con el pie roto”, explica Lamadrid, hoy de 54 años.

A partir de entonces, sus malas decisiones, el destrato y las negligencias de la dirigencia de Racing, junto con una campaña en su contra, dieron por finalizada su carrera. “Jodo con que soy víctima de la primera fake news”, bromea el ex volante devenido en standapero y tuitero. La recuperación se demoraba y un posible pase a Europa se cayó. Otros clubes lo querían, pero Destéfano se negó a renovarle el contrato o firmar una transferencia, e incluso hizo circular el rumor entre los presidentes de otras entidades que querían ficharlo, entre ellas Boca Juniors, de que estaba roto y no iba a poder volver.

 

“La discusión con Destéfano era de plata, pero el problema era ir a discutir. En ese momento me enojaba muy fácil y el error fue haber ido y no tener un representante que peleara por la plata. No porque no tuviera la capacidad, sino porque enfrente tenía una persona que manejaba el club como el patio de su casa”, recuerda. Al Flaco no le interesaba la plata, sino el reconocimiento. “Yo necesitaba que el tipo me diga: ‘Te agradezco lo que hiciste, pero tenés dos mangos’. Por ahí lo firmaba, pero la discusión dialéctica de ver quién era más guapo me salió mal. Él tenía las de ganar porque era presidente del club y el error no fue la discusión sino haber ido yo”, enfatiza. Después de eso fue un año a Universidad de Chile, para deambular luego por varias ligas hasta 1999. Pero hoy no guarda rencores.

Gentileza Leo Patti

 

Te arrepentís de cómo manejaste las cosas?

Las decisiones son límites que condicionan lo que viene. En un momento de la vida me paré. Cuando miro para atrás, veo qué es lo que estuvo mal hecho. El 80 por ciento fueron decisiones mías, mal tomadas. Borré de un plumazo y me hice cargo de mis culpas para, a partir de ahí, construir otras cosas.

Pero no te quedaste viviendo del recuerdo futbolero…

Les pasa a muchos jugadores que recorren los recuerdos de canchas e hinchas desde la nostalgia y no pueden salir de ese recuerdo. Quedan ahí, a un paso de la melancolía. Yo no lo recuerdo sufriendo, lo recuerdo bien.

¿Cómo llegaste al stand up?

Empecé a escribir y un día me encontré con un montón de material, de anécdotas que bajaba al papel. No me resultó difícil empezar a escribir porque casi todos los jugadores de fútbol tenemos la capacidad de contar anécdotas.

¿Cómo se te ocurrió escribir un libro?

En una entrevista que me hizo Alejandro Wall, le dije una frase que uso mucho. “Yo nunca salí en una foto festejando un gol. Yo no era una figura, era el que corría y en el gol no llegaba”. Ahí él me dijo “Flaco, tenés que escribir un libro”. Ya me lo habían sugerido antes.

¿Cómo fue la experiencia?

Con la ayuda de Julio Boccalatte, de Ediciones al Arco, para ordenar el material, y el ojo de Hernán Casciari, junté anécdotas, páginas y capítulos. En febrero estaba para salir, pero empezamos a escuchar lo de China, un murciélago y dije: «Lo único que falta es que yo saque un libro y se pare el mundo». Soy un tipo con suerte…

¿Te gustó escribir?

No me resultó difícil. Cada vez que salía de la radio en Puerto Madero y me sentaba en un bar de Wilde con la notebook a escribir o veía los comentarios de quienes me leyeron, lo disfruté mucho.

¿Y cómo llegaste a Twitter?

Me enseñó mi hija. Yo venía de los posteos de Facebook, de pelearme por política partidaria de Racing a las tres de la mañana y pensaba “qué vida de mierda”. Cuando aparece Twitter fue como llegar a un cumpleaños donde no conocés a nadie, no sabés la dinámica ni qué poner ni qué escribir. Aprendí a usar Twitter a prueba y error, diciendo cosas que hoy son impensadas. Cuando fue la polémica Wanda, Icardi y Maxi tuiteé: «Yo volvería al fútbol, pero para romperle las piernas a Icardi”, algo que hoy no pondría ni loco. Apagué el celu y cuando lo volví a encender me caían notificaciones de todos lados. Me puteaban hinchas de Icardi, los fans de Wanda y todo el mundo. Ahí pensé qué había hecho. Me di cuenta que me había dado retweet Juan Pablo Varsky, que tenía muchos seguidores, y también de lo poderoso que es Twitter.

¿De dónde sacás ideas para tus guiones?

En el tren tenés comedia todo el tiempo, con cosas, comidas, con lo que pase, hay miradas, hay cosas que se dicen graciosas o comparaciones que encuentro por ahí con algo que me pasó. El desafío de hacer reír es más difícil cuando te conocen por el fútbol. Hay dos caminos: o sos muy bueno o sos un boludo. Esto se potencia cuando sos conocido. La vara es más alta.

 Seguir renaciendo

Simultáneamente a la comedia, el ex futbolista de la Academia no pierde el tiempo y busca otro título: el de periodista. Hace poco arrancó la carrera en la Universidad Nacional de Avellaneda y, si bien cuenta con la ventaja de hacer programas de radio, sigue capacitándose para conocer las herramientas de los medios. El Flaco aclara que no está en sus planes hacer periodismo deportivo debido a la gran pelea que existe entre los periodistas deportivos y los ex futbolistas: «Muchos echan en cara que por haber sido jugador de fútbol no podés hablar de ello en los medios porque no sos periodista. Entonces, yo quiero ser un jugador, pero con un título”.

A pesar de todo, los motivos de su elección van más allá de estas controversias: “Cuando uno tiene 20 años se cree inmortal, pero cuando ya tenés 50 empezás a pensar la vida desde otro lado. Hoy tengo 54, me duele la espalda, estoy frío con algunas situaciones y sé que la salud me puede jugar una mala pasada, entonces pienso, ¿cómo puedo seguir ganándome la vida? Escribiendo”, concluye.

«Lo único que falta es que yo saque un libro y se pare el mundo»

«Lo único que falta es que yo saque un libro y se pare el mundo»

Veintidós años, 1,94 de altura, pelo largo y algo que muy pocos logran: ser futbolista de primera división. Auto nuevo, plata en el bolsillo, fama, autógrafos, ¿qué podía salir mal? “Me sentía inmortal”, afirma Hugo Lamadrid en su libro Lamadrí, el renacido, editado por Ediciones Al Arco.

“Llegar a primera es coronar la parte inicial de la carrera, es el proceso de muchos años en divisiones inferiores”, cuenta el ex jugador, quien busca retratar en su libro la vida de la mayoría de los futbolistas. Entrenar desde los 8 años todos los días, debutar a los 20 en primera, el fin de la corta vida útil a los 35 y el retiro. “Bajo a la tierra la imagen del jugador de fútbol estrella, multimillonario. La mayoría de los jugadores somos iguales al que se toma el 31 que va hasta Avellaneda”, recalca.

¿Quién hubiera dicho que, en el mejor momento de su carrera, un partido le jugaría una mala pasada? 19 de febrero de 1989, segundo tiempo, 2-0 arriba frente a Instituto en Córdoba, un golpe en el pie derecho y el ruido de un hueso roto determinarían un giro inesperado en la vida del Flaco. “Vi a mis compañeros, pero no al rival. No lo veo. No llego a amortiguar el golpe. Siento el ruido a hueso roto. Después, oigo el silencio”.

Racing ganó aquel partido, pero Lamadrid salió derrotado. Al día siguiente, su padre lo llevó al médico: base de la tibia astillada, en la articulación con la zona del pie que recibe todo el peso del cuerpo. Con el yeso puesto, a puro calmante, esperaba la primera operación. Pero llegó el pedido del Coco Basile, técnico de la Academia, y Lamadrid se sacó la protección, se inyectó antiinflamatorios, jugó un segundo y un tercer partido lesionado con el coraje del gigante capaz de comerse el mundo. “Después de más de veinte años, Racing clasificó para la Copa Libertadores. En el arco, el Pato Fillol, a la izquierda Rubén Paz y atrás Néstor Fabbri. Y yo pensé, ‘con este equipo, ¿cómo no me la voy a jugar?’”, rememora Lamadrid en diálogo con ANCCOM.

En ese momento había dos caminos: ser campeón de América con Racing después de 21 años o poner en riesgo la carrera. “Me tocó perder”, dice el Flaco. Para entender sus decisiones hay que contextualizar el fútbol de ese momento. No existía conciencia sobre la importancia de la alimentación, no había casi representantes y aún estaba en proceso de profesionalización. El corazón del fútbol estaba en la pasión por la camiseta, la tribuna y no en el negocio. Hoy un futbolista está rodeado de contadores, psicólogos, abogados y todos quieren participar de su parte. Incluso los representantes se profesionalizaron.

El club fue eliminado de la Libertadores en 1989, y tras tres operaciones, a Lamadrid le siguió una rehabilitación de un año y medio. El presidente del club, Juan Destéfano, quien especulaba con su recuperación para renovarle el contrato y venderlo a Europa, comenzó a presionarlo para un retorno rápido a las canchas. El temperamento y los dolores del ídolo desencadenaron insultos y peleas. “En mi época no existía el representante. En mi casa no se sabía demasiado de fútbol, no tenía con quién hablarlo ni preguntar. Fui a prueba y error y así terminé jugando una Libertadores con el pie roto”, explica Lamadrid, hoy de 54 años.

A partir de entonces, sus malas decisiones, el destrato y las negligencias de la dirigencia de Racing, junto con una campaña en su contra, dieron por finalizada su carrera. “Jodo con que soy víctima de la primera fake news”, bromea el ex volante devenido en standapero y tuitero. La recuperación se demoraba y un posible pase a Europa se cayó. Otros clubes lo querían, pero Destéfano se negó a renovarle el contrato o firmar una transferencia, e incluso hizo circular el rumor entre los presidentes de otras entidades que querían ficharlo, entre ellas Boca Juniors, de que estaba roto y no iba a poder volver.

 

“La discusión con Destéfano era de plata, pero el problema era ir a discutir. En ese momento me enojaba muy fácil y el error fue haber ido y no tener un representante que peleara por la plata. No porque no tuviera la capacidad, sino porque enfrente tenía una persona que manejaba el club como el patio de su casa”, recuerda. Al Flaco no le interesaba la plata, sino el reconocimiento. “Yo necesitaba que el tipo me diga: ‘Te agradezco lo que hiciste, pero tenés dos mangos’. Por ahí lo firmaba, pero la discusión dialéctica de ver quién era más guapo me salió mal. Él tenía las de ganar porque era presidente del club y el error no fue la discusión sino haber ido yo”, enfatiza. Después de eso fue un año a Universidad de Chile, para deambular luego por varias ligas hasta 1999. Pero hoy no guarda rencores.

Gentileza Leo Patti

 

Te arrepentís de cómo manejaste las cosas?

Las decisiones son límites que condicionan lo que viene. En un momento de la vida me paré. Cuando miro para atrás, veo qué es lo que estuvo mal hecho. El 80 por ciento fueron decisiones mías, mal tomadas. Borré de un plumazo y me hice cargo de mis culpas para, a partir de ahí, construir otras cosas.

Pero no te quedaste viviendo del recuerdo futbolero…

Les pasa a muchos jugadores que recorren los recuerdos de canchas e hinchas desde la nostalgia y no pueden salir de ese recuerdo. Quedan ahí, a un paso de la melancolía. Yo no lo recuerdo sufriendo, lo recuerdo bien.

¿Cómo llegaste al stand up?

Empecé a escribir y un día me encontré con un montón de material, de anécdotas que bajaba al papel. No me resultó difícil empezar a escribir porque casi todos los jugadores de fútbol tenemos la capacidad de contar anécdotas.

¿Cómo se te ocurrió escribir un libro?

En una entrevista que me hizo Alejandro Wall, le dije una frase que uso mucho. “Yo nunca salí en una foto festejando un gol. Yo no era una figura, era el que corría y en el gol no llegaba”. Ahí él me dijo “Flaco, tenés que escribir un libro”. Ya me lo habían sugerido antes.

¿Cómo fue la experiencia?

Con la ayuda de Julio Boccalatte, de Ediciones al Arco, para ordenar el material, y el ojo de Hernán Casciari, junté anécdotas, páginas y capítulos. En febrero estaba para salir, pero empezamos a escuchar lo de China, un murciélago y dije: «Lo único que falta es que yo saque un libro y se pare el mundo». Soy un tipo con suerte…

¿Te gustó escribir?

No me resultó difícil. Cada vez que salía de la radio en Puerto Madero y me sentaba en un bar de Wilde con la notebook a escribir o veía los comentarios de quienes me leyeron, lo disfruté mucho.

¿Y cómo llegaste a Twitter?

Me enseñó mi hija. Yo venía de los posteos de Facebook, de pelearme por política partidaria de Racing a las tres de la mañana y pensaba “qué vida de mierda”. Cuando aparece Twitter fue como llegar a un cumpleaños donde no conocés a nadie, no sabés la dinámica ni qué poner ni qué escribir. Aprendí a usar Twitter a prueba y error, diciendo cosas que hoy son impensadas. Cuando fue la polémica Wanda, Icardi y Maxi tuiteé: «Yo volvería al fútbol, pero para romperle las piernas a Icardi”, algo que hoy no pondría ni loco. Apagué el celu y cuando lo volví a encender me caían notificaciones de todos lados. Me puteaban hinchas de Icardi, los fans de Wanda y todo el mundo. Ahí pensé qué había hecho. Me di cuenta que me había dado retweet Juan Pablo Varsky, que tenía muchos seguidores, y también de lo poderoso que es Twitter.

¿De dónde sacás ideas para tus guiones?

En el tren tenés comedia todo el tiempo, con cosas, comidas, con lo que pase, hay miradas, hay cosas que se dicen graciosas o comparaciones que encuentro por ahí con algo que me pasó. El desafío de hacer reír es más difícil cuando te conocen por el fútbol. Hay dos caminos: o sos muy bueno o sos un boludo. Esto se potencia cuando sos conocido. La vara es más alta.

 Seguir renaciendo

Simultáneamente a la comedia, el ex futbolista de la Academia no pierde el tiempo y busca otro título: el de periodista. Hace poco arrancó la carrera en la Universidad Nacional de Avellaneda y, si bien cuenta con la ventaja de hacer programas de radio, sigue capacitándose para conocer las herramientas de los medios. El Flaco aclara que no está en sus planes hacer periodismo deportivo debido a la gran pelea que existe entre los periodistas deportivos y los ex futbolistas: «Muchos echan en cara que por haber sido jugador de fútbol no podés hablar de ello en los medios porque no sos periodista. Entonces, yo quiero ser un jugador, pero con un título”.

A pesar de todo, los motivos de su elección van más allá de estas controversias: “Cuando uno tiene 20 años se cree inmortal, pero cuando ya tenés 50 empezás a pensar la vida desde otro lado. Hoy tengo 54, me duele la espalda, estoy frío con algunas situaciones y sé que la salud me puede jugar una mala pasada, entonces pienso, ¿cómo puedo seguir ganándome la vida? Escribiendo”, concluye.

Comida sana y a precio justo

Comida sana y a precio justo

“Al comienzo de la cuarentena aumentó mucho la demanda de bolsones, no nos alcanzaba la estructura que teníamos”, cuenta Sandra, productora del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) Rama Rural. En cuestión de días, pasaron de vender en un punto fijo a la semana a hacer dos repartos casa por casa al mismo tiempo en La Plata. Así fue que el MTE cuadriplicó las ventas y sumó otros alimentos saludables a su cadena de comercialización. “Llegamos a más personas que quizás comenzaron comprando por el precio, porque les servía para organizarse la alimentación en la semana y que no habían escuchado nunca sobre agroecología”, afirma.

Sandra lleva cuatro años produciendo alimentos agroecológicos en los «cinturones verdes», es decir, quintas alrededor de las ciudades. En estos lugares se producen las verduras que se consumen en los centros urbanos. Desde el MTE Rural, comercializan sus productos a través de la cooperativa Pueblo a Pueblo. «Somos una organización de pequeños productores. Teníamos la necesidad de ser escuchados y hacer visible nuestro trabajo”, destaca.

“Hoy somos muchos compañeros que tenemos toda la quinta agroecológica”, relata Sandra, que comenzó con este nuevo tipo de producción de manera colectiva, a través de talleres de capacitación. La expansión sigue. “Para poder ser más compañeros, hacemos talleres y un acompañamiento de seis meses. Los productores llevamos adelante la capacitación y somos los técnicos quienes hacemos el apoyo de la transición agroecológica. Mientras pasa ese tiempo, los nuevos logran integrarse al grupo, construyendo relaciones de confianza y comercialización”.

Acceso a la tierra, comercio justo, viviendas dignas, el fin de la explotación y masificar la producción agroecológica: esos son algunos de los objetivos que se plantean desde el MTE Rural. “Comercializamos estos productos porque queremos construir soberanía alimentaria. Esto es, producir alimentos sanos a precios justos, valorizando nuestro trabajo y a través de un circuito corto de comercialización, directo desde el productor al consumidor. Pensamos en la alimentación y la salud de la población local. Cuidamos de nuestra salud al no trabajar con venenos y la del medioambiente, sin contaminarlo, intentando reparar tanto daño hecho con la producción intensiva convencional”, explica Sandra.

El director del Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (CIPAF) del INTA, Diego Ramilo, sostiene que la crisis generada por la pandemia representa una oportunidad para fortalecer el sector en manos de productores familiares. Y agrega que “a escala país, se observa un fuerte incremento en la demanda de bolsones con hortalizas agroecológicas con un aumento promedio del 50 por ciento en las ventas directas del productor al consumidor, mediante distintas comercializadoras de la economía social”.

La agroecología es más que los bolsones pedidos semanalmente a través de WhatsApp, formularios web u otros mecanismos virtuales. “La agroecología surge de una mirada crítica a lo que se llama agricultura convencional. Me gusta más bien decir agricultura industrial”, precisa el doctor en Agroecología Damián Vega. Esta disciplina analiza las consecuencias negativas que tiene el actual modelo de producción agropecuario desde el punto de vista ambiental, social y económico.

Degradación de los suelos, contaminación de aguas, pérdida de biodiversidad por la deforestación y de diversidad agrícola de semillas criollas nativas son algunos de las consecuencias ambientales que señala Vega. Las problemáticas sociales no escapan a la agroecología: “Las consecuencias sociales del modelo de producción vigente son los procesos de concentración de la tierra, del sistema agroalimentario, que lleva a que haya problemas en el acceso a la alimentación, problemas de malnutrición o directamente de hambre”, enumera.

La soberanía alimentaria está vinculada a la agroecología y a los movimientos que la impulsan “que son principalmente las organizaciones campesinas e indígenas. Con la agroecología se rescatan conocimientos antiguos (lo que llamamos agricultura tradicional) que no solo tienen que ver con técnicas agronómicas sino con las formas en que se organizan las sociedades”, remarca Vega.

“Las consecuencias del modelo de producción vigente son la concentración de la tierra, malnutrición y hambre», dice Vega.

La agricultura convencional o industrial “tiende a reducir los procesos agrícolas a una ecuación económica. Todo el sistema está motorizado y traccionado por la rentabilidad empresarial. Se busca maximizar ganancias del sector agroempresarial. Para eso hay que maximizar rendimientos. Esto deja fuera cuestiones sociales y ambientales”, asegura.

La agroecología se basa en pensar el diseño y el manejo de los agroecosistemas en base a dos pilares: la promoción de la biodiversidad (fundamentalmente entre las plantas) y la promoción de la salud de los suelos. “Es importante que el suelo esté vivo, que haya mucha biodiversidad de organismos que cumplen una serie de funciones y procesos que hacen a la salud de los agroecosistemas”, apunta. Esto reduce la dependencia de insumos externos y fomenta la no utilización de agrotóxicos. Además, la producción ganadera animal está contemplada en los agroecosistemas que propone la agroecología: “El pastoreo permite que haya un período de descanso para los suelos y que los pastos se recuperen del ciclo agrícola”, explica Vega.

“La agroecología se piensa en la sociedad. Es el manejo ecológico de la naturaleza por medio de acciones sociales colectivas. Los agricultores se organizan para impulsar la transición ecológica de forma colectiva. Los canales de distribución y comercialización son importantes. Esto lleva a producir alimentos respondiendo a las necesidades de la sociedad. Es una producción muy beneficiosa para pequeños productores familiares, campesinos e indígenas no sólo por la reducción en la contaminación, sino porque también reduce la dependencia de insumos externos y del mercado”, sintetiza.

 

Un movimiento federal

En Santa Fe, Venado Tuerto es catalogada como ‘La Perla del Sur’. Este nombre deriva de su importancia como polo del agronegocio en la provincia. “Hay una visión demasiado sesgada en relación a la alimentación y a la producción agropecuaria en la zona”, señala el militante de Ciudad Futura Venado Tuerto, Bruno Taddia.

Taddia integra el Mercado del Futuro, un proyecto de Ciudad Futura que tiende un puente entre productores y consumidores, haciéndose cargo de la comercialización de productos agroecológicos. “Nos fueron llegando experiencias de productores agroecológicos, de alimentación consciente y consumo responsable pero que tenían una estrategia individual, aisladas entre sí”, rememora. Desde Ciudad Futura, investigan cuál es la capacidad productiva y organizan bolsones que reparten a través de distintos puntos de la ciudad.

El precio justo es uno de los ejes centrales. “La alimentación es un derecho, pero por cuestiones estructurales es una necesidad que se intensificó con la pandemia. Entendimos que había que dar una respuesta concreta a la alimentación y que debía tener por protagonistas a las ciudades”, detalla. La respuesta desde la organización territorial fue la construcción de un circuito solidario que involucra a productores pequeños (con dificultades para comercializar) y miles de venandeses “que hoy están complicados”.

El proyecto agroecológico tiene una visión integral de su impacto en la sociedad venadense, según cuenta Taddia: “Desde una perspectiva económica, el mecanismo de venta directa posibilita acceder a comida rica, sana y un 40% más barata. Desde el lado afectivo, hay una mayor empatía cuando el consumidor sabe quién produce ese alimento: la producción deja de ser algo impersonal, generando mayor reflexión. El elemento territorial nos permite llegar y acercar esta experiencia a toda la ciudad. Y en cuanto a la salud, tal vez lo más importante es una alimentación sin veneno, sin intervenciones, y una transición agroecológica de los productores”.

«Queremos darle un carácter más democrático a estas nuevas formas de producir, comercializar y consumir», dice Bruno.

Y agrega, “Queremos repensar y discutir el modelo de producción y consumo imperante. La pandemia no es un elemento que apareció de la nada, sino que tiene una clara correspondencia con este sistema. Es insustentable. Queremos reivindicar la producción local y darles un carácter más democrático y más popular a estas nuevas formas de producir, comercializar y consumir. Que no sean un privilegio de determinados sectores sino un derecho de toda la ciudadanía venadense”, sostiene Taddia.

Mariana Arregui forma parte del Colectivo Agroecológico de Río Negro y hace tres años integra la organización Alimenta en Viedma. La agrupación nació como una comunidad de consumo constituida por familias productoras y consumidoras que empezaron a comercializar los primeros productos agroecológicos en la zona. “Buscamos contribuir al desarrollo y fortalecimiento de este tipo de producción”, explica. El objetivo principal no es vender hortalizas a cambio de dinero. “Como consumidoras le hablamos al consumidor para que se involucre y entienda el rol activo y político que tenemos a la hora de comer. Cuando tenés este tipo de experiencia te das cuenta que uno puede cambiar a pequeña escala”, dice.

Para esta organización la cuarentena también disparó las ventas: “Pasamos de 200 a 1500 familias. Sabemos que gran parte no está eligiendo los productos agroecológicos, sino que están accediendo a ellos porque es la forma más fácil. Para la distribución, se organizaron vecinos y familias para acercar los bolsones a cada barrio. Fue un trabajo en conjunto”.

La representante de la organización destaca la colaboración del INTA. «Hay un fuerte acompañamiento con los productores familiares en la asistencia técnica y en el traslado de bolsones con hortalizas agroecológicas para abastecer la creciente demanda».

Desde otro rincón del país, Solana Peña de Almacén para Terrícolas, cuenta: “En Tucumán, el consumo de este tipo de alimentos es muy incipiente. Solo un pequeño grupo de personas, en proporción a la población, lo consume”. Y agrega que uno de los principales problemas que señala es la falta de continuidad de los productos: “Es un tema del manejo de las huertas, que tengan variedad y se mantenga en el tiempo para que la comercialización sea viable y continua y no sólo esporádica”, afirma.

Según Peña, hubo un leve aumento de la demanda de estos productos, pero no está convencida de que sea una tendencia estable. “Hay que ver que no sea algo pasajero, de moda. Había muy poca concientización acá en Tucumán y quien consumía prepandemia era gente que estaba empapada en el tema”, observa.

Sin embargo, tiene esperanza: “Hay una franja de jóvenes que tiene más conciencia. También, estar en un contexto donde como sociedad estamos vulnerables (desde la salud a lo económico), está haciendo que algunas personas se pregunten sobre los modos de subsistencia, el modo de producción agrícola que ‘fomentamos’ al consumir lo que nos alimenta y cómo impacta en la salud de todos. No queremos más pueblos fumigados y, para eso, hay que cambiar el modo de producción. Es una gran oportunidad que tenemos como sociedad”.

En la localidad de San Rafael, Mendoza, la Asociación Feria de Arte e Integración (AFAI) trabaja en el armado, comercialización y distribución de bolsones de verdura, fruta y mercadería de productores locales desde hace más de cinco años. Los productores de la entidad firmaron un convenio con el INTA en el marco de la Mesa de Economía Social y Solidaria del Sur de Mendoza que articulan líneas de financiamiento. A partir de esto, distintos puntos urbanos de San Rafael y distritos como Punta de Agua y Agua Escondida reciben un promedio de 250 y 300 bolsones, abasteciendo de alimentos a pueblos alejados que quedaron aislados en la pandemia.

 

De la academia a su mesa

Bolsón Soberano es el nombre que lleva el proyecto de la cátedra libre de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Agronomía (UBA). Está integrado casi en su totalidad por estudiantes de distintas carreras de esa casa de estudios. “El bolsón funciona desde marzo de 2016 con entregas quincenales y propicia la generación de vínculos entre los diferentes actores de la cadena hortícola”, cuentan desde el proyecto. Durante los primeros meses de la cuarentena, pasaron de entregas quincenales a semanales de la misma cantidad de bolsones. “Afortunadamente, gracias a las herramientas y proyectos de la economía social, pudimos responder parcialmente a esta demanda”, explican.

Alineado con las premisas de la agroecología, Bolsón Soberano busca garantizar el acceso a los alimentos y la permanencia de estos canales de comercialización que sostienen el trabajo agroecológico de los productores, asegurando una retribución económica justa y consensuada. “Los productores reciben un 55 por ciento del precio final del bulto, el cual se concuerda en una asamblea donde participan distintas instituciones que forman parte de esta red”, indican. “Hábitos más saludables, conciencia sobre la producción y la búsqueda de una economía más justa son algunos ejes que se vienen plasmando a una velocidad más importante desde que se desató la pandemia”, concluyen.

La pandemia desnudó que la Villa 31 sigue sin ser un barrio

La pandemia desnudó que la Villa 31 sigue sin ser un barrio

 

En los últimos días, la Ciudad de Buenos Aires se transformó en el epicentro del coronavirus en la Argentina. Más del 25 por ciento de los infectados viven en los barrios vulnerables, según datos del propio Gobierno porteño.

Hasta el 21 de abril, cuando dio positivo una mujer en el “Padre Mujica” (Villa 31), no se habían registrado casos en los barrios populares. “Apareció en medio de once días donde no tuvimos agua”, afirma Miriam Suárez, vecina integrante de Barrios de Pie y coordinadora de un comedor. “Durante esos días, los contagios se dispararon como un cohete. Si no tenés agua, ¿cómo te vas a lavar las manos? La falta de agua contaminó el barrio”, concluye.

El hacinamiento en las casas, la precariedad laboral y el acceso limitado a servicios esenciales, como agua, luz y gas, dificultan el aislamiento social. La falta de agua, que impide sostener las medidas sanitarias básicas, no es el único problema. La mayoría de las personas se quedaron sin trabajo y sus ingresos se redujeron parcial o enteramente.

La demanda en los merenderos se duplicó y hasta triplicó. El que coordina Miriam no es la excepción: “Con el coronavirus se sumó mucha gente. Antes dábamos cincuenta raciones, hoy damos cien”, cuenta. Las medidas de higiene se extremaron. “Mantenemos todo lo más limpio posible, lavamos bien, usamos lavandina, para no contagiarnos. Si nos enfermamos, sería un desastre. ¿Quién le daría de comer a toda esta gente?”

«Si nos enfermamos, sería un desastre. ¿Quién daría de comer a la gente?”, dice Miriam, coordinadora del comedor.

En el sector donde trabaja Miriam, dos merenderos cerraron porque sus encargados enfermaron y las personas tienen que encontrar su ración en otro lugar: “Los comedores están saturados: no damos abasto ni de comida ni de utensilios”, asegura.

Desde su espacio, insisten a los vecinos para que respeten las medidas de distanciamiento. “Les pedimos que limpien bien sus tapers, que mantengan distancia en la fila, que usen barbijo, que se cuiden, porque si nos enfermamos, no podríamos abrir”, subraya.

“No hay presupuesto”

Ante el brote en los barrios populares, el Gobierno porteño, junto con Nación, puso en marcha el programa Detectar, que incluye operativos de testeos a personas con síntomas en las zonas más vulnerables al contagio. A través de un comunicado en Facebook, la organización villera La Poderosa denunció que estos testeos se realizan sólo en dos barrios de los 29 de la ciudad: en la Villa 31 y en la 1-11-14, las más afectadas por el momento.

Las organizaciones sociales están llevando adelante tareas fundamentales para contener la pandemia en los barrios marginados. No sólo para poner un plato de comida en la mesa de las familias sino también para el seguimiento y el cuidado de los contagios. “El Gobierno de la Ciudad entró al barrio para hacer controles de quién tiene el virus, pero no van casa por casa. Las organizaciones armamos un listado de quiénes estuvieron cercanos a los contagiados y a ellos les están haciendo los controles. También pusieron postas sanitarias en la entrada y varias zonas, ayudando a la gente que sale a trabajar porque ya no se aguanta la cuarentena sin comida”, detalla Miriam.

Las personas infectadas con hijos y personas mayores a cargo, ni siquiera saben si les están dando de comer.

Mientras tanto, el Gobierno porteño no les brinda información de cuántos infectados tienen, cuántos muertos, cuántos fueron dados de alta. “Nadie informa nada”, se queja Miriam. El desamparo no lo padecen sólo los que quedaron en el barrio. Vecinos que están contagiados y aislados en hoteles y hospitales denuncian malos tratos y falta de insumos básicos como jabón o abrigo. “Dos compañeras mías de la cooperativa están en esta situación. Cuando piden algo, no se los dan y las tratan mal. No sé si es así porque son de la villa o actúan de la misma manera con la gente que tiene una casa”, se pregunta.

 

Esto genera que mucha gente no quiera ir a espacios que brinda el Estado para realizar el distanciamiento obligatorio: “Muchos prefieren recibir el resultado en su casa. Si te tratan mal, ¿para qué salir de tu hogar?”, dicen. El miedo a dejar sola a la familia está presente. Las personas infectadas que tienen hijos y personas mayores a cargo, ni siquiera saben si les están dando de comer.

A raíz de las problemáticas que desnudó y agravó la pandemia –hambre, desempleo y condiciones de vida extremamente precarias–, las organizaciones sociales, los merenderos y comedores, junto con los curas villeros, conformaron un comité de crisis en la 31 para relevar las complicaciones y notificar al Gobierno porteño. “Nosotros somos los que vivimos y sabemos lo que pasa en el barrio, que los comedores están saturados. Les pedimos que brinden más raciones. Les dieron comida a 22 comedores no reconocidos, pero eso no llega a todo el barrio. La respuesta de ellos siempre la misma: ‘No hay presupuesto’”, explica Miriam.

El acceso al agua tampoco ha sido garantizado hasta ahora. Desde la Secretaría de Integración Social y Urbana de la Ciudad les informaron que se iba a cortar el agua en algunas manzanas por una obra en el caño matriz, “pero no nos dicen qué sectores van a quedar afectados para prever y llenar baldes –señala Miriam–. Esto es lo que nos genera más contagios”.