Por Thiago Cammarota
Fotografía: Francisco Rodríguez Pérez, Rocío Forte

El juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa vuelve a poner al rugby en el ojo de la tormenta. ¿Es todavía un deporte elitista como en sus inicios? ¿Fomenta la violencia? ¿Por qué no pasa con otros deportes?

 El rugby es un deporte de larga historia en nuestro país. El primer partido se jugó en 1873 en el Buenos Aires Cricket Club y 26 años después se fundó la River Plate Rugby Championship, antecesora de la Unión Argentina de Rugby (UAR), y organizadora de la liga local. Según datos de la UAR, el rugby argentino tiene hoy 574 clubes divididos en 25 uniones. Hay más de 100.000 jugadores fichados y 1.693 referís. En las mujeres, el número es mucho más bajo: 4.500 jugadoras.

Como se ve, el rugby tiene una larga tradición en nuestro país y no han sido extraños los casos en que se los asoció con la violencia, el elitismo y el machismo. El juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa volvió a instalar el debate alrededor de un deporte que practicaban algunos de los ocho acusados. La pregunta insistente entre propios y ajenos es: ¿qué pasa en el rugby?

Es que el asesinato de Báez Sosa no es un hecho aislado: en los ulltimos años se han registrado muchos ataques y golpizas protagonizados por rugbiers. La muerte ocurrida en Villa Gesell renovó el interés de la prensa que volvió a prestar atención a algo que, en realidad, es recurrente y adquire diversas formas: los tuits racistas y xenófobos de Los Pumas Pablo Matera, Guido Petti y Santiago Nocino, lo demuestran. Los tres fueron sancionados y pidieron disculpas pero sus “chistes” hablan de qué resulta gracioso para jugadores que son mirados con admiración por sus pares. También tuvo repercusión la experiencia vivida por Julian Princic, productor de TyC Sports.

Sin caer en generalizaciones, la reiteración de estos sucesos invita a pensar si existe o no una relación entre la violencia y el rugby o en por qué estas situaciones no se dan tanto en otras disciplinas deportivas.

Violencia y rugby

“La violencia apunta a una descarga agresiva, sin ningún filtro, con tintes de reírse, maltratar y humillar al otro”, explica Elvecia Trigo, psicóloga y miembro de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (AEAPG). Ante la consulta de si el rugby es o no un deporte violento, la especialista responde: “Puede ocurrir que la persona que juega al rugby sea violenta previamente y elija al deporte para canalizar sin límites su propia violencia. Pero los deportes no son destructivos, todo lo contrario”.

A diferencia de muchas voces del rugby que prefieren barrer bajo la alfombra estos temas, el ex capitán de Los Pumas, Agustín Pichot, pateó el tablero hace un año durante una entrevista que le hicieron en Infobae: “El gran problema que hemos tenido como deporte es no haber diferenciado lo bueno y lo malo. Haber naturalizado la violencia”.

“A mí me mordió la cola una persona de 130kg que tiene una mandíbula diferente, parece un dogo”, confesó Pichot. “No me pude sentar por cuatro días y eso es cero gracioso, pero se naturalizó”. Los bautismos se realizan cuando un jugador debuta en el primer equipo. Son un rito de iniciación que por lo general suponen un carácter violento. Van desde cortes de pelo, violencia física o ser humillado frente a los demás. Este tipo de tradiciones son históricas en el mundo del rugby, pero en los últimos años, su frecuencia y carácter violento han ido disminuyendo.

El periodista y escritor, Daniel Dionisi, coincide y celebra las declaraciones de Pichot. Según él, el rugby aún tiene muchas cosas por corregir, como los bautismos, el consumo de alcohol o las salidas en manada: “En el rugby existe el hábito del golpe. El jugador está más acostumbrado a sufrirlo que en otros deportes. Desde chico jugás golpeándote. Además, tienen un físico más desarrollado en cuanto a la fuerza que otros deportistas. En muchos partidos sucede que un jugador le pega una piña a otro y al rato están como si nada. O en reuniones sociales, donde de la nada se agarran a piñas y después comparten una cerveza. Algunos rugbiers no entienden que el resto de la sociedad no está acostumbrada a este tipo de situaciones”.

Rugby de clases

“Buena parte de la sociedad ve a los jugadores de rugby como personas violentas y prepotentes. Mucha gente cree que el rugby es un deporte elitista, de chetos, pero eso cambió hace décadas”, asegura Christian Gomez Scher, periodista y ex rugbier.

Si bien hoy en día es un deporte más popularizado, aún persisten componentes elitistas, clasistas y discriminatorios en el rugby argentino. El hecho de que se practique en todo el país, inclusive en las áreas más carenciadas del conurbano, suele utilizarse como argumento para catalogarlo como un deporte “popular”. Para Dionisi esta simplificación puede ser una trampa: “Si vos sos jugador de un club en González Catán y por el hecho de jugar ahí te sentís superior a los pibes que viven en la villa de enfrente, está funcionando un elemento elitista igual que si el club quedará en San Isidro. Entonces no solo se trata de llevar el rugby a todos lados, sino que además hay que eliminar esa soberbia”.

¿Pasa lo mismo en otros países? En Inglaterra, el rugby fue históricamente de los “college”. Existía allí un componente elitista y clasista que fue copiado por el rugby argentino en sus inicios. En cambio, en Francia siempre se caracterizó por ser un deporte de los sectores populares, al igual que en Gales, donde lo jugaban los mineros. “En los primeros enfrentamientos con Francia, en los años 40’, cuando el rugby sí era un deporte elitista en nuestro país, los jugadores argentinos se sorprendían de jugar ante un carnicero, un barrendero o un obrero”, cuenta Dionisi.

En Nueva Zelanda, país más ganador de la Copa Mundial y del Rugby Championship, es el deporte nacional. Sin embargo, esto no ha impedido que numerosos jugadores estuvieran involucrados en casos de violencia fuera de las canchas, en algunos casos contra las mujeres.

En Sudáfrica, donde incluso antes de que se introdujera la legislación del apartheid en 1948, su selección nacional era integrada sólo por jugadores blancos. Los “Springboks” fueron un símbolo de la división racial dentro del país. La situación comenzó a modificarse paulatinamente gracias a las transformaciones llevadas a cabo por Mandela a partir de 1994. Aún así, solo siete jugadores negros fueron convocados para disputar el mundial de 2015 pese a que forman el 84% de los jugadores sudafricanos menores de 18 años, según el diario Marca.

En estos países no aparece con frecuencia la asociación entre rugby y violencia, al menos fuera del campo de juego.

 

El machismo y racismos presentes

Otro de las variables que afectan al rugby es el machismo. A diferencia del resto del mundo, donde se está fomentando el rugby femenino, los clubes más tradicionales de nuestro país mantienen muchos prejuicios machistas. Para el sociólogo y ex-rugbier Jorge Elbaum: “Una gran parte de los chicos están educados en una impronta donde se autoriza una forma de machismo y lógica patriarcal que lleva a una violencia física totalmente injustificada. Hay una combinación entre el machismo y la violencia dentro del rugby”.

Elbaum señala a las instituciones y al Estado como los responsables de modificar esta situación, exigiendo a los clubes que estén más en contacto con la educación formativa del deporte: “Tiene que haber una política de concientización acerca de lo que significa portar un cuerpo con la capacidad de lastimar. Hay que explicarles desde chicos que no pueden levantarle la mano a nadie, ni dentro ni fuera de la cancha. La UAR, la URBA y los clubes están en falta con lo formativo”.

“Estamos ante un problema social grave, cuya estructura básica tiene dos componentes: un problema de género y otro de clase. En nuestro país, el problema de clase tiene un subproducto que es el racismo. El asesinato de Báez Sosa es la expresión de todas estas problemáticas”, agrega.

Con el objetivo de erradicar la violencia y resolver cualquier tipo de conflictividades del rugby en Argentina, a mediados de 2020 la UAR implementó el programa “Rugby 2030, hacia una nueva cultura”. Siguiendo la misma línea, la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) creó la comisión de formación integral y mejora del comportamiento (FIMCO), que realiza diversas actividades y talleres. Sera cuestión de tiempo saber si estos programas logran modificar la formación de los chicos en este deporte.

No cabe duda de que todas estas cuestiones son mejorables, pero sus raíces son profundas. Las decisiones que se tomen no deberán ser aisladas e inconexas como ocurrió hasta el momento. Se debe erradicar la soberbia todavía presente en algunos sectores del rugby que los lleva a idealizarse en una posición ética y moral superior al resto. En definitiva, la solución debe apuntar a problemas sociales de fondo: la violencia, el machismo, el clasismo y la discriminación que continúan particularmente enquistados en el rugby argentino.