Por Luciana Díaz
Fotografía: TELAM

Miles de personas recibieron a la Selección en el predio de Ezeiza e hicieron guardia hasta que salió la caravana que recorrió el Conurbano. ¿Por qué estuvieron allí?

La zona sur del conurbano estaba revolucionada desde la madrugada del martes. La selección campeona del mundo llegó a las cuatro de la mañana al predio de la AFA en Ezeiza en un micro descapotable surfeando en un mar de gente.

La mañana no fue diferente. La autopista Richieri tenía retenes policiales que desviaban el tránsito desde la zona de La Horqueta, por lo que quienes se acercaron en auto lo tuvieron que dejar donde pudieron: «Nos acercamos hasta acá y el resto vamos a ir caminando», dijo una familia que venía desde Tristán Suárez. El camino se hacía cada vez más largo y cada vez más hinchas embanderados en celeste y blanco se sumaban a la procesión. En el River Camp las familias que se movilizaban con heladeras portátiles se detuvieron unos minutos para sacarse fotos y sentarse un rato. «Venimos desde Monte Grande, nos bajamos en la Ruta 205 y desde ahí estamos caminando», contó Martín, un padre de familia que mientras hablaba con ANCCOM le respondía a su hijo que ya faltaba poco para llegar. 

Niños y niñas, abuelas (lalala) y abuelos caminaban bajo un sol agobiante y agitando la bandera nacional. Nadie se quejaba, todos querían estar cuando pase el micro de la selección campeona para poder saludar y, en especial, agradecerles. 

«Falta poquito», se escuchaba que murmuraban unas chicas. En realidad, faltaban más de tres kilómetros, las piernas no daban más, pero tenían que seguir, ya estaban cerca.

La procesión sigue y se detiene cerca de Barrio Uno, antes de llegar al predio de la AFA y en ese momento se comenzaron a escuchar las sirenas de la policía. Algunos empezaron a apurar el paso y otros a correr. Cualquier movimiento incitaba a entonar «Muchachos» o «Dale Campeón». Los terraplenes de la Richieri camino al aeropuerto estaban llenos de familias ansiosas y expectantes que escribían a familiares y amigos para saber por dónde iba a circular el micro. Cuando pasó el primer convoy de la policía en motos les preguntaron: «¿Pasan por acá?». No había certezas, pero sí esperanzas. Los chicos y chicas más pequeños tirando espuma y preguntando por Lionel: «¿Cuándo viene Messi?». 

A las 11.34 un grupo que se había ubicado a descansar e hidratarse bajo la sombra que daba un árbol empezó a decir: «Ya salieron». El descontrol se apoderó de la tranquilidad y empezaron a correr a los costados de la calle y a treparse a cualquier lugar que les permitiera estar más cerca de los Campeones del Mundo. A unos minutos de esos mensajes empezó a pasar la policía en moto y los ruidos de las sirenas se intensificaron. «Que de la mano/ de Leo Messi/ todos la vuelta vamos a dar», inundó las gargantas. El micro estaba acercándose. Adelante de todo estaba parte del cuerpo técnico. Lionel Scaloni tiraba espuma y sonreía con el puño en alto al frente del equipo. Leandro Paredes no dejaba de abrazar la Copa del Mundo que brillaba inmaculada bajo el sol. Los gritos al Capitán que miraba y no miraba no se hicieron esperar. Los niños, las chicas alentando a Julián Álvarez y a Emiliano “Dibu” Martínez. 

«Vine a agradecerles», explicó Juan que estaba con su nieto y agregó: «Yo ya fui campeón, pero esto no me lo olvido nunca más y quería estar». A la vera de la calle asomaban los carteles escritos a mano en cajas de pizza, en afiches donde la palabra gracias y felicidad no dejaban de aparecer. «Me hicieron la persona más feliz del mundo», dice Johanna entre lágrimas y con la voz rasposa de tanto gritar. Alejandra también se acercó por lo mismo y agregó: «Los vine a recibir en 2014 porque me llena de orgullo que dejen todo por defender estos colores hoy no podía no estar, les quería dar las gracias». Mientras pasaba el micro y saludaban a quienes fueron a recibirlos, todos corrían al lado hasta que pasaron por debajo de un puente donde del otro lado los esperaban miles de personas que no dejaban espacios vacíos.

– ¿Por qué viniste? 

-Porque me hicieron feliz. La mañana del martes en Ezeiza fue algarabía, emoción y calor. Sólo podían verse lágrimas de alegría, sonrisas y abrazos de un pueblo que se unió para alentar y aguantar a una selección nacional que les dijo que no los iba a dejar tirados y que creyeran.

El micro siguió su camino por la autopista, con el objetivo trunco de llegar al Obelisco. Cómo volver a las casas ya no era un problema.