Por Catalina Anapios
Fotografía: Rocío Forte

Aunque el tenis profesional aparenta ser un deporte de privilegio, no todo es color de rosa. Tres tenistas de alto nivel comparten los gajes del oficio y revelan los sacrificios necesarios para llegar a la cima.

«Muchos compiten con lesiones crónicas, problemas musculares, problemas óseos», relata Mariano Navone.

A simple vista, el mundo del tenis masculino es terreno de lujos y privilegios, un escenario donde abunda el dinero, los viajes y los hoteles cinco estrellas. Detrás de escena, sin embargo, muchos de estos prejuicios se resquebrajan y revelan una larga lista de dolores, presiones y decisiones complicadas que son imprescindibles para triunfar en el deporte. Además de una serie de tensiones físicas, emocionales y financieras que se niegan a abandonar el circuito tenístico, las carreras profesionales se encuentran inevitablemente supeditadas al reloj biológico. En promedio, la edad de retiro del deporte es menor a los 30 años.

 Todo a pulmón 

Mariano Navone es de la localidad de 9 de Julio, Buenos Aires, y tiene 21 años. A fines del mes pasado alcanzó su mejor ranking hasta ahora, colocándose en el puesto 239 dentro de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP). Al igual que el resto de los jugadores de alto nivel, entrena prácticamente todos los días, y cuando no lo hace está compitiendo. La constante actividad física supone un gran desgaste energético en comparación a otras profesiones.

“Dentro de las cosas que no se ven, muchas veces hay que entrenar cargados, doloridos. Muchos compiten con lesiones crónicas, problemas musculares, problemas óseos. A veces, siguen en movimiento por la vorágine del circuito, que te demanda jugar todo el tiempo”, asegura Navone. Explica que esto pasa especialmente en los niveles más bajos, donde aún no hay acceso a kinesiólogos o médicos de alto nivel. Para sobrellevarlo es necesario hacer oídos sordos a ciertos dolores y disgustos, lo que para el nuevejuliense provoca una relación bastante insana con el cuerpo.

Los resultados de juego, si bien acordes al nivel de destreza física, dependen también de cuán bien se maneje la presión del deporte. “El sacrificio emocional también engloba al sacrificio físico. Hay que estar jugando en condiciones de mucho estrés, de extremos calores o fríos. Además, estás lejos de tu casa y tus seres queridos. Tenés que forzarte mentalmente a poner el objetivo de ganar, bancarte perder en las primeras rondas y quedarte toda la semana sin jugar. Primero la cabeza tiene que ir para adelante para que el físico pueda llevarle el ritmo”, reflexiona.

Los vaivenes del deporte crean un terreno fértil para las dudas, por lo que muchos jugadores acaban abandonando frente a las frustraciones del oficio. Navone, por su parte, hizo un alto en su carrera a los 15 años, pero luego de tres meses decidió volver a las canchas. “Extrañaba la adrenalina, el competir. El tenis es un deporte individual donde lo mental predomina sobre todo, te da las sensaciones más lindas y las más duras a la vez”, destaca.

Ignacio Carou estima que un tenista profesional promedio puede gastar hasta 50.000 dólares al año. 

El super tie break

Entre otras fuentes de estrés para los jugadores se encuentra la pregunta por quiénes o cómo financiarán sus carreras. En Argentina, un jugador sin sponsors o dinero familiar está condenado al fracaso, pero aún quienes tienen recursos deben lidiar con la responsabilidad que la inversión no sea en vano. “La presión de ganar y subsistir en los niveles más bajos desde lo económico es lo más difícil de todo. Es muy duro entrar a la cancha pensando que si no ganás ese partido probablemente pierdas la semana, o que vas a perder plata de tu familia o tus sponsors”, recuerda Navone.

Por su parte, Ignacio Carou estima que el gasto anual de un tenista profesional promedio puede oscilar de los 30.000 a los 50.000 dólares. Carou es nacido en Capital Federal, y con 23 años se encuentra en el puesto 243de dobles y 581 de singles ATP. Aunque el riesgo muchas veces rinde frutos, las posibilidades de perder el dinero invertido suponen una responsabilidad muy grande. “Obviamente, siempre hay gente que gasta un poco menos o un poco más. Para hacer las cosas bien, ese es el importe promedio. Al principio hay que invertir un montón”, asegura.

Los gastos que deben sustentar abarcan desde entrenadores y material como raquetas, cuerdas y grips hasta pasajes de avión, hoteles y psicólogos deportivos para sostener la salud mental. “El entrenador te sale unos 1.000 dólares por mes, los encordados entre 5 y 10 dólares si encordás cada uno o dos días, el preparador físico unos 400 o 500 más mensuales”, comenta. Para hacer notar el contraste, señala que en los torneos de Futures, por ejemplo, una semifinal puede dar una ganancia de 800 dólares

Francisco Comesaña, de 21, sabe que el dinero puede ser el quiebre que determine si un jugador avanza o no en el circuito. Si tu familia no está muy bien económicamente y no tenés un sponsor, es muy difícil ser profesional. En países más chicos es más fácil conseguir ayuda porque son menos los jugadores, pero Argentina hoy tiene tantos jugadores que son muy pocos los que tienen apoyo de la Federación”, dice el tenista.

El tercer tiempo

 El 25 de julio pasado, Comesaña alcanzó el puesto 204 en el ranking mundial ATP, el más alto de su carrera hasta el momento. Aunque el 2022 no para de bañarlo de logros, sabe muy bien el sacrificio que requirió llegar hasta este lugar. A los 15 años, Alejandro Cerúndolo -padre de los tenistas Francisco y Juan Manuel, que se encuentran en el puesto 28 y 156 entre los mejores del mundo- se ofreció a recibirlo en Buenos Aires e introducirlo al escenario tenístico porteño. Un tiempo atrás y todavía en Mar del Plata, su ciudad natal, había pensado en abandonar el deporte frente a la desmotivación de sentirse “muy chiquito al lado de los otros jugadores”. Con el apoyo de su familia acabó por mudarse a la capital, y vivió en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD) entre los 16 y los 20 años.

Aunque su amor por la raqueta es más grande que todo, no desconoce la realidad afuera de la cancha. “No se habla de la cantidad de fechas importantes, salidas con amigos que uno se pierde, o en las que uno está solo. Quizás no podés festejar tu propio cumpleaños, el de un amigo, el de tu pareja. Yo vivo en Córdoba y mi familia en Mar del Plata, y en el último año solo pude ir una vez a verla”, cuenta el marplatense.

Respecto a las frustraciones diarias que enfrenta en su carrera, rectifica: Todos dan por sentado que el tenista tiene una vida de lujo porque “es millonario” y viaja por todo el mundo. Sí, viajás mucho, pero casi nunca tenés la posibilidad de llegar a conocer esos países. Los aeropuertos son difíciles, hay muchos problemas con pérdida de valijas, retrasos de vuelos, etcétera. A veces llegas muy sobre la hora al torneo y pasás un estrés tremendo”.

Haciéndole frente a todas las adversidades, los jóvenes del circuito continúan poniendo cuerpo y alma al deporte todos los días del año, porque para el tenis no hay vacaciones. Aunque los premios y medallas traen alegrías, la verdadera motivación está hecha de fuerza y sudor, y es color arcilla: “Hay muchas dificultades. Pero cuando te sentís bien adentro de la cancha, es cuando decís: estoy haciendo las cosas bien”, concluye Comesaña.