Por Catalina Anapios
Fotografía: Rocío Forte, Sofía Barrios

El fantasma de aquella crisis se cuela en conversaciones de café y también mediáticas. ¿Qué tan cerca estamos de repetir la historia? Opinan economistas y polítólogos.

En medio de una fuerte inflación, de cambios acelerados de ministros de Economía, de versiones acelerada devaluación y de tensiones y movilizaciones en la calle, comienza a circular un murmullo que se pregunta qué rumbo tomará la Argentina. Entre otras hipótesis que reaparecen, se encuentra aquella que se pregunta si el país se dirige o no hacia un “nuevo 2001”. Hasta la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner señaló que la represión en la puerta de su casa le hizo recordar aquellos tiempos.

Aunque el factor económico protagoniza la crisis, los expertos sugieren que es allí donde menos similitudes pueden encontrarse con el estallido de principios del siglo. Damián Pierri es profesor asistente en la Universidad Carlos III de Madrid e investigador en el Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP-BAIRES), dependiente de la UBA y el CONICET. Al analizar los indicadores de ambos momentos explica: “En 2001 había un problema bancario y con la balanza de pagos, sin inflación. Hoy no tenés problemas en los bancos ni en los servicios de deuda, pero tenés alta inflación. En ese sentido, la génesis no tiene nada que ver”.

Pierri asegura que factores determinantes como el PBI, la deuda externa y la situación de las cuentas públicas no muestran ningún paralelismo con los del gobierno de Fernando De la Rúa. En cambio, explica que, si de parecidos se trata, la naturaleza de la crisis se asemeja más a aquella de 1975, que terminó con el “Rodrigazo”, la megadevaluación de Celestino Rodrigo.

“Quienes tienen este tipo de opiniones son quienes presenciaron el 2001 pero difícilmente vivenciaron el ‘89 y el ‘75. Por una cuestión de edad, estas personas tienen mayor acceso a redes sociales, entonces es un sector más ruidoso”, dice el economista. Frente al debate sobre un posible shock devaluatorio como el de 1975, responde que en realidad lo que representa esa inquietud es el temor a una eclosión social. “La gente no mira objetivamente la anatomía de la economía, sino que es una forma de hablar de algo que pasó que básicamente era gente corriendo y rompiendo cosas”, comenta.

Por su parte, el posdoctor en Ciencias Económicas Alejandro Estévez afirma que, a pesar de que factores como el índice de pobreza y la inflación eran exponencialmente más bajos,  “en 2001 la gente tenía memoria fresca de la tragedia inflacionaria de Alfonsín, entonces había una sensación de que los cambios económicos iban a ser grandes y peligrosos”. En cuanto a presiones externas, destaca en esa época a un FMI sumamente duro, que buscaba quebrar a algún país latinoamericano altamente endeudado de forma ejemplificadora, situación muy diferente al que encara actualmente la Argentina.

Estévez, que también es doctor en Administración Pública y director del Centro de Estudios del Estado y las Organizaciones Públicas (CEDEOP), menciona que hoy los gremios son más débiles por su competencia con los movimientos piquetero, y, por lo tanto, salen menos a la calle. Además, resalta que “cuando está el peronismo en el poder, anestesia los paros sociales. Con De La Rúa todo era imperdonable. Hoy, incluso con un Alberto disminuido, la percepción no es tan grave. En los paros se piensa en los especuladores, y no en un Estado que parece haber emitido más de la cuenta”. Por eso, a diferencia del gobierno de la Alianza, considera que este gobierno tiene más posibilidades de terminar su mandato.

En cuanto a movilizaciones colectivas, el sociólogo Pablo Semán comenta que en 2001 hubo una reacción unificada contra el gobierno por un tema vinculado a la moneda, que no hubiese sucedido si el problema se hubiese limitado al desempleo. Señala que, actualmente, la inflación recién está empezando a unificar la sensación de crisis. Al mismo tiempo, insiste en que las comparaciones 2001-2022 suponen condensar el problema en un momento del tiempo. “Esta crisis es una serie de 2001 anunciados y aplazados, que podría haber tenido Macri, y a su vez a la que podría haber afectado al final del último gobierno de Cristina”, dice.

Además de ser investigador en el CONICET, Semán es doctor en Antropología Social. Desde su punto de vista, considera que los paralelismos son limitados porque la cultura hoy es diferente. “El kirchnerismo cree que aún puede denunciar el mismo consenso de compasión por la pobreza que había en 2003, pero la atribución de valores a los sujetos sociales cambió muchísimo. Hoy hay un gran sentimiento anti-estatal y anti-pobres», afirma. En ese sentido, evalúa a la pandemia como un factor fundamental del cambio: “Obligó al Estado a intervenir y al mismo tiempo a erosionarse porque intervenía pero sus intervenciones sólo podían ocasionar pérdidas”.

El politólogo Santiago Leiras, en tanto, coincide en que hay factores que limitan una repetición de aquella crisis, y habla de una estructura de contención social que no existía en ese momento, que tiene base en una serie de organizaciones y movimientos sociales. A su vez, sostiene que la discusión que convoca hoy a la Argentina es respecto a la sustentabilidad de esa estructura. “Lo que fue una medida de emergencia, en el tiempo se volvió crónico. Hoy no tenés un problema de paz social, sino de su sustentabilidad fiscal. El Estado representaba cerca del 25% del PBI, hoy representa alrededor del 45%. Es un esquema socialmente viable pero económicamente inviable, al contrario de lo que sucedió en ese momento”, analiza.

Leiras, doctor en América Latina Contemporánea y profesor de la carrera de Ciencia Política en la UBA, enumera tres factores que espejan a la actualidad con el 2001. Por un lado, coaliciones electorales que se forman para ganar elecciones, y que no logran conformarse como coaliciones de gobierno. Al mismo tiempo, una brecha entre el liderazgo formal y real: De la Rúa por un lado, y Alfonsín y “Chacho” Álvarez por el otro. Hoy en día, la brecha que señala es entre Alberto y Cristina. Por último, un estilo de decisión formal en el que se tiende a procrastinar.

Aunque la política es cíclica, el politólogo desestima las chances de un regreso a los ‘90 porque aquel “era un mundo que tenía cierta configuración, empezando por un esquema del desarrollo de la economía internacional que hoy está en crisis”. Respecto al accionar político, enfatiza que la dirigencia sabe que es necesario reformular el modelo de organización social y productiva para salir de lo que considera “una suerte de crisis permanente, que el país atraviesa desde hace más de medio siglo”. Expresa que eso no significa volver a un modelo pasado, pero “sí implica notar que a todas luces este modelo es inviable”. Resalta que una reformulación de ese tipo es de largo plazo, y que probablemente los sectores que comiencen esa reforma no vean sus frutos. “A pesar de que hay cierto diagnóstico compartido, lo que conspira en contra son los cálculos de corto plazo y el conflicto que supone sobre quién recaen los costos de esa reforma”, concluye.