Por Luciana Díaz
Fotografía: Captura de pantalla de La Retaguardia

En una nueva audiencia por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los pozos de Banfield Quilmes y Lanús, la familia Gutiérrez narró el infierno que vivió la familia durante la dictadura.

La audiencia número 77 del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Lanús y Quilmes durante la última dictadura cívico militar se desarrolló de manera virtual con los testimonios de las sobrevivientes Lidia Araceli Gutiérrez y Mery Quisdert y de Natalia Ledesma Gutiérrez, hija de desaparecidos y sobrina de Lidia.

El primer testimonio fue el de Lidia Araceli Gutiérrez, quien fue secuestrada y recuperó su libertad: «Somos una familia conformada por mi padre, madre y cinco hermanos. Yo soy la mayor. Cuando era adolescente empecé a militar en la Juventud Peronista, con mi hermana América “Pichuca” Isabel. Ella se casó con el chileno Juan Carlos Ledesma, a los 19 años y se fueron a vivir a La Plata», describió. Lidia recuerda que en 1975 comenzaron a enterarse de secuestros, desapariciones y asesinatos, lo que llevó a que los militantes más conocidos escaparan: “Me fui para Olavarría porque la situación se había complicado”, recordó. Mientras que sus padres y hermanos menores se fueron a vivir a Tandil, donde su padre continuó trabajando como subcomisario de la Policía. 

En La Plata permanecieron viviendo su hermana y su cuñado. En la vivienda alojaron a unos compañeros que llegaron de Bahía Blanca con tres hijos, pero se produjo un ataque de fuerzas conjuntas en el que asesinaron al matrimonio compuesto por Catalina Ginder y Rubén Santucho, y secuestraron a su hija mayor, Mónica, que tenía 14 años. La niña fue trasladada a la Comisaría Nª5 de La Plata, al Pozo de Arana y fue torturada por Miguel Etchecolatz. Sus dos hermanos, Alejandra y Juan Manuel fueron resguardados por los vecinos, que luego se organizaron para llevárselos del lugar. Lidia estaba volviendo de trabajar cuando los vecinos le avisaron lo que había ocurrido en su casa y decidió refugiarse. Estableció contacto con alguien de Mar del Plata, pero cuando llegaron a la ciudad no lograron encontrarse y decidió irse a Olavarría.

La testigo recordó que el 13 de septiembre de 1977 secuestraron a su padre y en todo momento le preguntaban dónde estaba su hija Pichuca. Lidia vivía en Olavarría y fueron a preguntar a su casa por su hermana y su cuñado, y luego comenzó a circular por el vecindario una foto de su hermana. “A mi hermana y a mi cuñado los secuestraron. Mi hermana había tenido una bebé hacía cinco días y se la llevaron con ella. Al nene lo dejaron en la casa de una vecina. Los trasladaron a Las Flores y en el camino, en Cacharí, la dejaron a mi sobrina en el hospital”. Y continuó: “También nos secuestraron a mi marido y a mí y a un grupo con el que militábamos en Olavarría y nos llevaron a Las Flores”.

En Las Flores hubo una división de los secuestrados. A un grupo los llevaron a Monte Peloni, pero Lidia luego fue blanqueada y trasladada a Devoto, hasta su liberación en febrero de 1978. Otro grupo, en el que estaba su padre Francisco y su hermana, fue llevado a la Brigada de Investigaciones de La Plata, su padre estuvo varios meses secuestrado. Su hermana siguió el circuito, primero al Pozo de Arana y luego al Pozo de Banfield. Esta reconstrucción la pudo realizar al leer el testimonio de Liliana Zambrano: “Ella declaró que los había visto y había hablado con mi hermana que le había dado precisiones de sus hijos, y sobre dónde había estado”. 

Su padre fue liberado y sobre ello recordó: “Mi padre contaba pocas cosas porque le producía un gran dolor hablar del tema. Él cuenta que a mi hermana la habían sacado y ella dijo: “Pero yo todavía no comí”. A lo que le respondieron que a donde iba no iba a necesitar comida”. Luego del parto había desarrollado una septicemia y estaba muy mal de salud, por lo cual Lidia asegura: “El gran consuelo de mi padre era que por lo menos dejaba de sufrir”.

Mientras gran parte de la familia estaba secuestrada, la madre de Lidia se quedó con sus nietos y sus hermanos y recuerda un hecho que le permitió llegar a su nieta: “A los tres días de llevarse a mi papá le aparece en el parabrisas del auto un recorte del diario que decía que había una bebé en un hospital y escrito en el diario: Esta es su nieta”.

Al recuperar su libertad, Lidia junto a su familia comenzó a investigar qué había pasado con su hermana. Y recuerda lo que un oficial del Departamento de Policía de La Plata le reveló: “Cuando me vio se sorprendió porque me dijo que me vio en la morgue policial. Entonces pensé en mi hermana porque la solían confundir conmigo. Es el último destino después de la Brigada”. 

En 1977, luego de ocho meses, el padre de Lidia fue liberado. Lo echaron de su trabajo por abandono de servicio. La testigo dijo: “Estuvo averiguando en el Departamento de Policía y en una reunión que tuvo con Camps le dijeron que no preguntara más, que optara por una de sus dos hijas, cuando yo ya estaba presa en Devoto. Se lo dijeron como una amenaza: si seguís preguntando te quedas sin las dos”.  

Luego del primer cuarto intermedio, declaró Natalia Ledesma Gutiérrez, hija de América Isabel Gutiérrez y Juan Carlos Ledesma, sobrina de Lidia Araceli Gutiérrez. Antes de comenzar mostró una fotografía de sus padres el día de su casamiento y destacó el modo en que se miraban. Continuó: «Se llevaron a toda mi familia. Quedamos todos los nietos con mi abuela materna. A mi abuelo, a mi tía, mi tío, mi papá, mi mamá y a mí, incluida. Nací el 8 de septiembre de 1977 en Olavarría, yo tenía ocho días. Los únicos que no recuperaron su vida fueron mi mamá y mi papá y recuperar es una forma de decir, pudieron volver a estar con nosotros”.

El testimonio de Natalia es producto de la reconstrucción que pudo realizar sobre la vida de sus padres, su militancia, sus amigos. “Mi mamá y mi papá no pensaban igual que esa gente. Lo que pude reconstruir fue por las personas que estuvieron con mi mamá y mi papá, quiero que eso quede claro”. El 16 de septiembre secuestraron a los padres de Natalia y a ella misma. “Fui reconstruyendo de a poco la historia de mis padres porque tampoco hay mucho material fotográfico. Mi familia fue muy atacada por los militares, por ayudar y pensar en el otro”. Luego agregó: “Mi mamá pasó por el Pozo de Banfield, de Arana, por la Comisaría de La Plata, por Las Flores. Estaba muy infectada, me había tenido hacía ocho días y no tuvo la posibilidad de nada. Ni de tomar una aspirina para no sufrir”. 

A Natalia la dejaron en un hospital: “Ocho meses tardé en estar con mi familia, me dejaron en un hospital. Hasta que mi abuela pudo restituirme. Fui NN, tuve otro apellido. Hasta los 37 años fui hermana de mi mamá, y tía de mi hermano. Hasta que en 2012 pude recuperar mi identidad”. Cuenta que la inscribieron bajo el nombre María de las Mercedes Martínez. “Me dejan en un hospital de un pueblo cercano a Azul, Cacharí. En el hospital de Azul me cuidaba una enfermera. A mi abuela le dejaron un papelito con avisos del diario que la beba que habían encontrado era su nieta. Ahí comenzó todo el trajín para recuperarme y me recuperó con una adopción que terminó en 1983. Me tienen que adoptar porque en ese momento no había forma de comprobar nada”. 

Natalia cuenta que siempre supo lo que había ocurrido y que recuperar su identidad en 2012 fue un choque de emociones: “Mis abuelos cumplieron la función de padres y sé todo el dolor que habrá sido, porque yo tengo un parecido muy grande con mi mamá y como que mi abuelo crió dos veces a su hija. Entonces, yo quería recuperar mi identidad, para aliviar el dolor a mi abuelo Francisco Nicolás Gutiérrez. Fue para poder cuidarlo a él, que le causara menos dolor del que ya había vivido”.

Al finalizar sus declaraciones, tanto Lidia como Natalia, pidieron cárcel común para todos. Y Natalia concluyó: “Yo voy a cumplir 45 años este año, mi mamá no llegó a esta edad”.

El último testimonio fue Mery Quisdert, que el 28 de enero de 1977 fue secuestrada en la clínica donde trabajaba. En ese momento trabajaba en una empresa que prestaba servicio de emergencias domiciliarias. Cuenta que estando en su trabajo: “Alrededor de las 16 llegó un camión del ejército, bajaron las persianas y entraron. Como recién empezábamos en cada turno había solo una empleada. Me tiraron al piso, me pusieron una bota en el cuello, otra en la espalda y me apuntaron. Tiraron todos los muebles buscando algunas cosas. Se fueron casi todos los soldados y quedaron cinco personas de civil conmigo y me encerraron en el baño”. Recuerda que estuvo bajo amenazas constantes en las que le decían: “Si tenés algo que ver, tené cuidado”. La retuvieron hasta las nueve de la noche. Le consultaron sobre los médicos que trabajaban allí: “Me preguntaron por los médicos, si eran zurdos. Era muy joven y no tenía idea de la política. Me llevaron a un lugar y ahí reconocí a la madre de uno de los dueños, escuché su voz y a la nena de uno de los dueños. Sólo sé que había gente gritando “basta, basta”. No puedo decir ni sé, sólo me imaginaba que los estaban torturando”. 

Luego, afirmó que estuvo con otro señor que era el primo del dueño de la empresa. En ese lugar estuvieron dos noches y recuerda que había celdas: “Cuando me estaban llevando pasaba por esos compartimientos y se escuchaban muchísimas voces. Escuché la voz del hermano del dueño, D’Alessio. Era cuando me llevaban al baño”. Luego los llevaron a otro sitio por lo que cree que parecía un camino de tierra porque el coche saltaba: “Nos tenían acostados uno arriba del otro y no podíamos percibir nada” En este lugar, Mery recuerda que les decía: “Quiero que me escuchen, que me tomen declaración, yo no soy nada, no sé nada. Hasta que vino un señor que me dijo quedate callada o te vamos a callar, me levantó en hombros y subimos una escalera caracol y me dejó en una celda. Siempre pensé que estaba en Ezeiza, porque sentía mucho movimiento de aviones”. En su celda escuchaba a otras personas que hablaban: “Escuché que había una chica que era de Lanús. Luego el comentario de una psicóloga que estaba de seis meses de embarazo que dijo que la habían picaneado hasta llegar al feto”.

Su familia la buscó y nadie les decía nada: “En el consulado le dijeron que hasta que no pasaran los ocho días no podían hacer el habeas corpus. Mi madrina era prima hermana del ministro Liendro, nadie le decía nada, fue a las comisarías y le respondieron que no se podía averiguar nada”. Mery estuvo ocho días secuestrada. El sábado posterior a su secuestro le dijeron que podía irse: “Me llevaron al coche, me bajaron y también me encontré con el primo del dueño de la empresa. Nos dijeron que nos habían investigado y que podíamos irnos con la frente bien alta, que no habíamos hecho nada y nos dejaron en un descampado”. Luego de averiguaciones y de un recorrido de reconocimiento de celdas supo que estuvo en el Pozo de Quilmes y que ese descampado quedaba en Wilde, ya que el trayecto del colectivo que tomó hasta Constitución no fue largo.

Mery tomó la decisión de no volver a hablar de esta experiencia por el daño que le había provocado y dijo: “Yo no sé nada de política. Soy ignorante en el tema. Estuve 15 días sin salir, ni siquiera me asomaba a la ventana. Traté de olvidar y no pensar más en eso hasta que el dueño de otra empresa me llamó y me dijo: “Mirá Alfredo D’Alessio es un amigo mío, fuimos a tomar un té y me dijo si quería salir de testigo porque el hermano (José Luis “Bebe” D’Alessio, militante del PCR y de la Juventud Peronista) no había regresado nunca”.

 

La próxima audiencia, se realizará el 30 de agosto a las 8.30 de manera virtual. Declararán María Raquel Camps Vargas, Mariano Camps, Felipe Antonio Favazza y Washington Rodríguez.