Por Lucía Iossa Urbizu y Agustina Pasaragua
Fotografía: Candela Bandoni

Los placebos existen desde hace siglos pero la sociedad comenzó a hablar masivamente de ellos a partir de los ensayos de las vacunas para el covid. ¿Qué son y cómo funcionan?

El uso de placebos ha generado un largo debate en la investigación médica. Si bien es conocido desde hace mucho tiempo, su uso y efectos siguen siendo temas controvertidos. Hoy no solo se emplean en ensayos clínicos para medir la eficacia de los medicamentos sino también para aliviar síntomas de una amplia variedad de condiciones como la depresión, el insomnio, la náuseas, entre otros. ANCCOM dialogó con diversos profesionales del área de la salud para conocer más acerca de este tema.

Los placebos se utilizaron por primera vez en ensayos clínicos en el siglo XVIII para desacreditar a los curanderos. Estas personas contaban con la característica de un “don” basado en saberes ancestrales o transmitido de generación en generación. Asimismo recurrieron a diversos métodos como las oraciones, la imposición de manos, hierbas naturales, etc. De hecho, en la actualidad sigue teniendo vigencia esta medicina tradicional.

Con el avance del método científico se empezó a documentar la experimentación y los resultados en una secuencia que sigue hasta hoy: ensayar, documentar y publicar. Esta metodología pasó a ser reglamentada y fundamentada por académicos de la ciencia que a través de ensayos lograron incorporar como medicina a los placebos. ¿Pero qué son en realidad, cómo están compuestos?

“El placebo es una sustancia que no tiene ningún tipo de actividad farmacológica, que se usa para hacer creer al paciente que lo que ingiere es un medicamento realmente efectivo para cierta patología”, explica Ricardo Marcelo Corral, presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras y Jefe de Docencia e Investigación del Hospital José T. Borda. 

La ingesta de estas sustancia inocuas ocasiona un efecto terapéutico o de mejoría en el paciente: “El efecto placebo es algo de hace mucho tiempo en la medicina. Se ha estudiado sistemáticamente desde las últimas décadas porque tiene un efecto significativo en la evolución de varias enfermedades del sistema nervioso como ansiedad y depresión, muchas veces es tan alto este efecto que potencia el tratamiento”, sostiene el psiquiatra.

Si bien el placebo no “cura”, muchos estudios han sugerido que pueden ser eficaces cuando la percepción permite modificar los síntomas, es decir que este efecto está fuertemente vinculado a las expectativas de los pacientes. En este sentido, Corral menciona que diversos estudios han confirmado que hacer uso de este engaño puede “ayudar a reducir los síntomas de ansiedad, depresión e incluso enfermedades respiratorias tan físicas y típicas como el asma. Dentro de mi especialidad, que es la psiquiatra, recetan placebos a personas con depresión que responden positivamente ante la confianza del médico y lo que se les da”. Esta causa-efecto forma parte de lo que se denomina “reflejo condicionado”.

El psicólogo ruso Ivan Pavlov comprobó este efecto en un experimento con perros: los animales comenzaban a salivar al oír el ruido que asociaba a la comida incluso cuando no veían el alimento.

Respecto a la etimología de la palabra “placebo”, Laura Raccagni, farmacéutica y Coordinadora del Observatorio de Salud, Medicamentos y Sociedad de la Confederación Farmacéutica Argentina comenta que proviene de la etimología “yo puedo” “yo complacere”: “Se le da esta sustancia que complace al paciente porque está convencido de que eso que consume le sirvió”, subraya.

Por su parte, Lucas Bonamico, jefe de Servicio de Neurología del Hospital Fleni de Escobar, menciona que así como está el efecto placebo, el cual actúa sobre el sistema de recompensa en áreas del cerebro como el hipotálamo y el lóbulo frontal, también existe un efecto nocebo que se trata de un “fenómeno opuesto al del placebo». Este efecto alude al perjuicio que pueda tener lugar tras el consumo de una sustancia que en realidad carece de ‘propiedades’ y que conlleva perjuicios «dañinos», «indeseables» o incluso «peligrosos». También destaca que se utiliza más como prueba terapéutica que como tratamiento y que no sirve para enfermedades graves: “Estos casos son derivados a enfermedades poco complejas. En algunas enfermedades con componentes ‘psicosomáticos’ o enfermedades funcionales como el colon irritable o la psoriasis se usa con masividad”. Sin embargo, Corral añade que esta sustancia inerte puede generar efectos adversos en algunos casos: “Se le brinda a un paciente para un síntoma y en vez de producirle un efecto positivo, le produce vómito o otro síntoma de malestar», concluye.

Usos

Los usos de los placebos son múltiples, desde ensayos clínicos, tratamientos médicos o deportivos. Respecto a ello, Raccagni sostiene que si bien se lo utiliza muy poco con fines terapéuticos se lo receta cuando al paciente no puede recibir un medicamento puntual: “Cada medicamento tiene un código y especificaciones. En estos casos se trata de píldoras con azúcar o almidón que generan este ´efecto placebo´. Esto se suele acompañar con el seguimiento controlado del mismo médico”. También manifiesta que muchos pacientes recurren a las clínicas para salir con una receta médica, siendo “los medicamentos el recurso terapéutico más utilizado”.

Por otro lado, el placebo se utiliza también en ensayos clínicos y forma parte de la metodología científica que implica distinguir si un medicamento es útil o no: “Se utiliza como un instrumento para desarrollar un procedimiento adecuado de investigación y el efecto en la clínica donde el paciente no sabe de este efecto. Esto existe también en la medicación que tiene propiedades moleculares con el sistema nervioso” detalla. Corral.

A su vez señala que hay diversos estudios que analizan los efectos placebos según sus propiedades: “Muchas investigaciones confirman que el efecto placebo está determinado por el color del comprimido, el tamaño o también el costo económico: a mayor costo la expectativa de que funcione dicha sustancia, suele ser más alta”.

Frente a esta situación, Bonamico afirma que el mejor ensayo clínico es contra placebo: “Para ver si esta droga funciona la probás contra una pastilla que tiene la misma pinta pero que no tiene la droga”. A su vez, subraya la importancia que tiene el acto médico en diversas disciplinas: “El tipo que va a la consulta y cuenta lo que le pasa, recurre a un ‘profesional calificado’ no solo por su capacidad intelectual y su formación sino por determinadas características particulares: delantal blanco, títulos universitarios, el mismo consultorio”. Todo esto activa el cerebro y funciona como un efecto placebo. Además, resalta que se lo utiliza en pediatría ya que en los niños el placebo supera el 50% de efectividad “porque el niño es inocente y si le dicen que una pastilla le va a hacer bien, es mucho más probable que le haga bien”. Agrega que en el caso de los adultos “uno da placebo cuando excluyó todas las causas que correspondan para descartar que el paciente tiene una enfermedad”, y al obtener resultados positivos en una prueba terapéutica resulta indicativo de que el paciente tiene algún problema psicológico por lo cual se lo deriva a un psicólogo.

Con respecto al procedimiento en investigaciones Raccagni agrega que “hay ensayos clínicos que son a doble ciego y otros a triple ciego. ¿Qué significa ser a doble ciego? Que ni el paciente ni el médico saben a quién le están dando el medicamento o el placebo. Hay otros que son a triple ciego que significa que ni el paciente, ni el médico, ni el que administra, que generalmente son enfermeros, saben qué se le está dando, se codifica todo. El paciente tiene un número asignado y se le da la medicación que tiene tal código pero nadie sabe. Está bueno eso porque vas a tener los pacientes que fueron elegidos al azar”.

Por último, el uso de placebos también se da en el ámbito deportivo. Tal como señalan los especialistas, no es algo nuevo que nuestro cerebro afecte al rendimiento deportivo. 

A pesar de ser una sustancia inerte, el deportista que los toma cree que su rendimiento deportivo mejorará con dicha sustancia, coinciden los tres médicos. Así lo demostró Ramzy Ross, un fisiólogo que precisamente programó un estudio con 15 corredores basándose en la premisa de introducir un supuesto medicamento propulsor de energía. El resultado fue que todos los corredores afirmaron sentirse más rápidos y con mayor energía.

Entonces, ¿es nuestro cerebro el mayor impulsor de nuestras expectativas?