Por Franco Ojeda
Fotografía: Diego Castro Romero

Desde hace 20 años se realizan ferias medievales en la Argentina. Sus aficionados cuentan el trabajo que hay detrás, sus motivaciones para participar y algunos hasta se ilusionan con la posibilidad de que el combate medieval sea un deporte olímpico.

“Esto más que un trabajo es un estilo de vida”, afirma Rob, un diseñador de pipas con símbolos nórdicos, quien, al igual que muchos de los que participan en las ferias medievales, empezó su afición luego de visitar un evento con esta temática en 2015. En estos enceuntros, que hunden sus raíces en el siglo VII y se hicieron populares en el XX, confluye gente diversa que personifica a diferentes sociedades del siglo IV al XIV. Unas y otros cuentan y explican a los visitantes las historias de las distintas regiones y las ilustran con artesanías, vestimentas, comidas y armas que son réplicas de las culturas representadas.

En la Argentina, las primeras ferias medievales se organizaron a principios de la década del 2000, influidas en buena medida por las novelas de John Ronald Reue Tolkien, autor de El señor de los anillos. En la actualidad, se realizan más de 70 en el país, la mayoría en la provincia de Buenos Aires. Miguel Ángel es el organizador de Terra Avstralis y participa de eventos medievales y fantásticos desde hace 20 años. “Interpreto a más de 30 personajes –comenta–, entre ellos Merlín y Gandalf”. Hoy está caracterizado como un bufón medieval.

“Conocí este ambiente en una feria que se realizó cerca de mi casa. Al principio tenía una idea vaga sobre lo medieval. Creía que se trataba sólo de vikingos o caballeros. Cuando me contaron acerca de los lombardos y me interioricé de su historia, dije: ´Listo, quiero hacer de ellos por lo que representan: valor y valentía´”, relata David, uno de los integrantes de Valherjes Arimani, uno de los grupos de aficionados que realizó su primer evento medieval en 2007.

Cada grupo busca que el visitante tenga una experiencia interactiva a partir de la narración de historias, mostrándole herramientas y utensilios de la época, el origen de los nombres y en algunos casos permiten que pruebe las armas y armaduras. También comparten con sus pares historias e información para aprender sobre otras sociedades y culturas.

En cada puesto, el público se encuentra con artesanías inspiradas en los pueblos medievales, muchas fabricadas manualmente y con instrumentos usados en la Edad Media. “Esto comenzó como un hobby hasta que me interioricé más sobre los vikingos y me enamoré de esta forma de arte, por eso decidí dejar mi anterior empleo y me dediqué al diseño de hachas”, expresa Adrián, quien empezó a producir herrería vikinga hace seis años. El hombre, de barba blanca y aspecto recio, pero que trasmite calidez, recuerda la primera hacha que fabricó y que lo motivó a crear su emprendimiento llamado Yokan Kunts Og Stal.

En las ferias también hay lugar para el circo medieval adaptado para niños y niñas, donde el bufón presenta a dos caballeros que combaten por una princesa y el público participa del espectáculo. Entre los principales atractivos aparecen los combates entre clubes. La batalla medieval es una actividad que se inició a comienzos de la década del 90 en Rusia. Sus integrantes dedican muchas horas al desarrollo de sus armaduras y vestimentas, que deben respetar el momento histórico que representan. Los combates pueden ser individuales o por equipos.

“Conocí el deporte por un afiche en la parada de colectivos que daba justo enfrente de mi habitación. Fui a verlos y me encontré a un ruso sacando chispas con los golpes del rival. Fue amor a primera vista”, evoca Matías Manfredi, capitán del equipo de San Isidro Medieval en la modalidad “buhurt”. “Me invitaron a un evento en Pinar de Rocha y fue un camino de ida, ver las armaduras, las armas, como se daban golpes a mansalva y ver volar chispas, romperse un escudo y que tiraran a un peleador fuera del campo de batalla”, asegura Alexis Guzmán, competidor en la misma modalidad.

La preparación para una batalla puede llevar seis meses. Se trabaja sobre el aspecto físico y la técnica de combate que es aprendida a través del “soft combat”, con armas y protección acolchadas, que puede ser practicado por menores de edad. “La complejidad inicial es encontrar tu arma. Porque hay un cuerpo para cada arma y una técnica para cada una”, sostiene el entrenador de Kan Kombat, un club que practica soft combat. “Hace poco que participo en este deporte y la verdad que es una práctica llena de aprendizajes, camaradería, historicidad y experiencias”, subraya Bárbara.

Las armaduras son fundamentales. La estructura de protección metálica, de acuerdo al tipo de material, puede pesar hasta 35 kilos y dentro de ella la temperatura puede estar 10 grados por encima del ambiente. El diseño de cada elemento llega a demorar semanas e inclusive meses según el grosor, aunque los peleadores deben usar modelos históricos y respetando la temática que representan. “No podés usar un yelmo ruso con una armadura italiana”, aclara Aníbal Pérez Brocani, alias “Bonasus”, competidor y herrero de San Isidro Medieval.

Muchos practicantes de la disciplina han participado de sus primeras competiciones con equipamiento prestado debido a los elevados costos para adquirirlos. El compañerismo, la preparación física, la armadura, la atención y el estado de ánimo son algunas de las claves de este deporte. “Pelear con la cabeza fría, estar atento a todo lo que pasa alrededor tuyo y aunque la técnica y la práctica es importante, el principal enemigo es el cansancio y la mala postura”, remarca Ariel Bohn, competidor de buhurt. 

Julián ingresa a la liza, como se denomina al área de combate. Es un competidor novato y tiene el apoyo de los espectadores debido a que es oriundo de Ingeniero Maschwitz, donde se realiza el evento. Su rival es Manuel, integrante del seleccionado nacional de combate medieval, quien porta un escudo de Argentina. El “marshall”, como se lo denomina al árbitro, da inicio a la confrontación. Al comienzo, el más experimentado neutraliza los movimientos del debutante, lo derriba con una toma en el cuello y levanta tierra del piso polvoriento al voltearlo. Pero el joven se pone de pie rápido. Segundo round. El novato ataca directamente a su rival, lo tira con un golpe de escudo y el público festeja. Nervioso, el muchacho continúa la ofensiva contra su adversario en el piso, pero éste, sagazmente, aprovecha un descuido para escapar de la situación y luego le patea la cabeza al terminar el asalto. El siguiente round es más friccionado, pero el novato cae en una esquina después de recibir un puntapié en los genitales, considerado ilegal. En la última ronda, el novato está exhausto. El impacto del golpe bajo anterior disminuyó su capacidad de movimiento y su rival aprovecha, lo tumba y con otro golpe termina la confrontación. El derrotado recibe la ayuda del ganador y de personal sanitario, mientras la gente aplaude su desempeño.

Pese a su crecimiento, el combate medieval en Argentina continúa siendo amateur. “Mi expectativa más grande es que el deporte se federalice a nivel nacional y, de este modo, se obtenga cobertura legal para licencia por actividades deportivas, y que se arme una liga”, se ilusiona Ariel Bohn, de San Isidro Medieval. El deseo de Kan, docente de Kan Kombat, es que se produzca un salto cualitativo. “Esperamos que el soft combat crezca y que en un futuro no muy lejano se transforme en un deporte olímpico”, dice mientras muestra los cortes y hematomas que le quedaron de la batalla.