Por Hebe Barrios
Fotografía: Sofía Barrios

El impacto económico que causaron las medidas de Domingo Cavallo en diciembre de 2001, en primera persona. Tres historias para recordar qué significó la crisis en la vida de las familias argentinas.

“Cuando acompañé a mi papá al banco estuvimos desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Vi gente llorando que perdía la plata de su vida”, dice Liliana Ramírez.

La crisis social, política y económica estalló con gran virulencia el 19 y 20 de diciembre, pero fue el 3 diciembre de 2001 que el estallido empezó a incubarse. Después de diez años de políticas neoliberales de los gobiernos de Carlos Menem que trajeron consigo el cierre de fábricas, pérdidas de puestos de trabajo, la convertibilidad y la desestabilización del sistema financiero, esta vez, de la mano del gobierno de Fernando De La Rúa, del ministro Domingo Cavallo, anunciaba la restricción de la libre disposición de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorros tanto en pesos como en dólares, dando origen al famoso Corralito. Esta decisión llevó a que centenares de personas, comerciantes como Armando Orlando, pequeños ahorristas como Claudia Culeddu e incluso quienes simplemente habían hecho una transacción eventual por esos días, quedaran prácticamente en ruinas.

Sin dinero para trabajar

La historia de Armando Orlando y su microemprendimiento arranca con la vuelta a la democracia. Desde un local en plena estación de La Plata junto a su cuñado por años, hicieron y vendieron berlinesas, churros, pastelitos, entre otras especialidades durante muchos años. “Trabajamos muy bien por aquellos años”, recordó con nostalgia. Se habían hecho conocidos entre los trabajadores y los niños, que por la mañana pasaban por la estación a comprar algo dulce para desayunar, pero el 2001 paralizó su producción y Ricas Platenses- como se llamaba su negocio- nunca más pudo abrir sus puertas. 

Orlando no era un gran ahorrista, vivía el día a día y para él cada peso que entraba a través de la venta de sus productos, era signo de reinversión en materia prima. “Después de lo que pasó no podíamos comprar ni siquiera harina para seguir haciendo nuestro trabajo, nada, la pasamos negra”, contó. Armando contó, además, que tuvo que pedir prestado a sus familiares para poder subsistir. Por esos años, estaba casado y su esposa trabajaba en una casa de familia adinerada en el centro de la ciudad, pero no era suficiente el sueldo para ambos. “Yo tenía que trabajar, hacer algo, sino mi esposa me iba a matar”, recordó.

Armando se enteró de todo lo que sucedía por las calles a través de los canales de televisión: “Cuando veía la tele lloraba,  más de impotencia, porque estaba mal, y nosotros íbamos a reclamar, íbamos y nos decían: Vuelva tal día, y lo único que quedaba era poner un abogado, pero no teníamos plata para el abogado. Yo tenía todo el dinero en el Banco que confié toda la vida, el Banco Obrero, y no podía retirarlo”. Víctima del corralito, tTres meses, más precisamente 80 días, pudo sostener el negocio. Si bien no tenía empleados, no contaba con dinero para seguir produciendo.

“Al otro día que pasó el desastre te decían que iban a devolver la plata, pero no devolvían nada, y yo la necesitaba. No me la devolvieron, no vi más esa plata. Por esto entré en una depresión terrible en esa época y era más joven”, recordó que tenía 51 años. Armando es religioso en la Capilla de San Antonio de Papúa. Hoy trabaja como diácono en las capillas más humildes de Quilmes y cuenta que en aquel momento, la fe lo ayudó a salir de su pozo depresivo. “Salí rezando, yo ya estaba en la iglesia, era ministro y me decían, y yo me decía a mí mismo, que la plata ya iba a volver”.

Armando trabajó toda su vida como trabajador autónomo y el 2001 significó un antes y después en su vida, transitó la crisis con “changas” hasta que encontró trabajo en una empresa como pintor contratista, pero a pesar de ello, se le hizo difícil sostener la cuota de monotributista- “Ahora estoy mejor, por lo menos me va alcanzar, no para tirar manteca al techo, dice Armando – entre risas-, pero por lo menos me alcanza”, cuenta hoy, con 70 años, esperando ansioso su jubilación.

El 2001 dejó marcas, traumas -asegura Armano- que por ello resalta que nunca más me animó a hacer un emprendimiento. “Siempre pensaba que me podría volver a pasar”, expresó respecto a su miedo de perderlo todo nuevamente.

Sueños que se hicieron pesadillas

 

Cuando el corralito la sorprendió a Claudia Culeddu, trabajaba en una agencia de computación. Alquilaban junto a su marido Daniel, un monoambiente en Lanús y tenían una hija de dos años. Claudia y Danielabrieron una cuenta en el Banco Francés, donde mes a mes juntaban dinero para cumplir el añorado sueño de la casa propia. Un día antes del corralito, habían renovado el plazo fijo que compartían juntos: “Nosotros no teníamos mucha plata, pero nos había costado mucho sacrificio juntarla. Sentíamos mucha bronca y angustia”, dijo y comparó su situación con la película “La odisea de los giles” que narra la historia de un grupo de personas afectadas por el corralito del 2001 y la corrupción de un banquero y el sistema financiero. “La primera vez que vimos la película con mi marido, nos pusimos a llorar porque se nos vino todo el recuerdo a la mente. Mi hija tenía dos años y medio e hicimos muchos sacrificios para juntar la plata. Da mucha bronca que otro se la coma, fue un momento de mierda”, expresó.  

Después pudieron recuperar una parte del dinero, logramos comprar un departamento en cuotas, cinco años después. Hasta que finalmente, vendimos ese departamento y con esa plata, más un préstamo, compramos una casa. “Mucho laburo siempre para poder comprar la casa. Lo que hicieron fue un robo encubierto. Nunca más confié en un banco”.

Para Claudia y su esposo, el fin de año del 2001 fue más que difícil, ya que luego de la pérdida de sus ahorros, ambos se quedaron sin trabajo “Estuvimos unos meses sin laburo, estábamos alquilando. Fue todo un combo”, contó. La crisis los obligó a dejar de alquilar y vivir en casas de familiares. Si bien venían siguiendo por las noticias la situación política y económica del país, nunca imaginaron lo que ocurriría. 

Claudia hoy es trabajadora del turismo, uno de los sectores más golpeados durante la pandemia y si bien su situación actual es muy distinta a la que vivió hace 20 años, expresó su preocupación por quienes aún no tienen trabajo ni tampoco una vivienda digna para vivir.

Buscar deudores para recuperar la plata

«Cuando llegamos a Buenos Aires, el banco era un caos. Era terrible», recuerda Liliana Ramírez

Liliana Ramírez es docente jubilada y desde que se casó soñó con vivir al sur del país y por ello pagaba un plan de vivienda en la provincia de Chubut, pero al tiempo se les volvió insostenible el mantenimiento de la casa y como su  trabajo estable era en Buenos Aires, decidió vender la vivienda en el sur. “Fuimos pagando mientras iba pasando el tiempo. Queríamos vivir en el sur, pero la vida allá es mucho más difícil. Cuando vendimos nos dijeron que la plata iba a estar a principios o finales de diciembre 2001”.

Liliana y su marido no eran ahorristas, sino que habían hecho una transacción para girar el dinero de la venta de su casa a Buenos Aires, justo un día antes del estallido. “Cuando llegamos a Buenos Aires, el banco era un caos, era terrible. Mi marido me pasaba a buscar por el trabajo e íbamos al banco y había muchas cuadras de cola. La gente estaba muy nerviosa. Nosotros escuchábamos cosas. Ya habíamos pasado por 1989, una crisis difícil en la escuela. Esta crisis pensábamos que se iba a superar”.

Entre los afectados, también estuvo su padre quien sí tenía ahorros desde el año ‘99, y se vio afectado por el corralito, sin poder recuperar nunca la totalidad de lo depositado. Años antes, Liliana había perdido a su hermano y tanto ella como su padre se encontraban mal anímicamente. “Mi papá, ya venía con una angustia terrible y verlo en el mostrador, como tantas otras personas mayores, me salió gritar”, recordó. Como su padre, había cientos de jubilados y personas mayores que hacían largas filas en las puertas de los bancos por una respuesta. “La última vez que lo acompañé me dio mucha pena, eran los ahorros de toda su vida”. Su papá tenía dinero también por la venta de una casa en el Banco Provincia. “Cuando acompañé a mi papá al banco estuvimos desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Vi gente llorando que perdía la plata de su vida”.

Las soluciones “eran muy sencillas” según sugerían los empleados de los bancos. No se retiraba la plata en dólares ni tampoco en pesos. “La suma completa no se podía retirar. Nosotros decidimos buscar una persona por decisión propia, porque el banco recomendaba que buscáramos a alguien con deuda con el banco y nosotros le pagáramos la deuda y esa persona nos diera a nosotros la plata. Perdimos mucho dinero, ya que se pagaba solo un porcentaje”, recordó Ramírez, quien por entonces encontró en el diario un deudo.

“Éramos jóvenes. Sabíamos que íbamos a salir adelante. Teníamos trabajo, con altibajos, porque mi marido trabaja en la construcción y a veces le salía trabajo y otras veces no”, pero era una situación desoladora. Veíamos las imágenes que pasaban en Plaza de Mayo y nos queríamos morir. Nunca imaginamos eso. Mucho nerviosismo se sentía en general y en particular en el lugar donde vivía”. Liliana es de Claypole, uno de las tantas localidades del conurbano bonaerense donde en 2001 se desataron saqueos a causa del descontento social.