Por Chiara Minore
Fotografía: Sofia Ruscitti

Victoria Zaccari tiene 32 años y es una militante política, pero su área de lucha está lejos de las reuniones partidarias: ella da la batalla en un universo de telas y máquinas de coser y se sumerge en la competitiva, cruel y desintegrada industria de la moda.

Estudió artes visuales y es diseñadora de indumentaria. Desde 2018 al 2020, formó parte de Fashion Revolution Argentina, una organización sin fines de lucro que se dedica a informar cómo se produce en el país. Además, fundó el Movimiento Textil Argentino, un proyecto que pretende unir al sector en busca de crear una industria más sostenible. Escribe y publica semanalmente una columna en El País Digital, y actualmente cursa un posgrado en Diseño Textil y de Indumentaria en la Universidad Nacional de Córdoba y la diplomatura en Comunicación Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

 

¿Cuál es la relación entre la moda y la política?

La moda y la política tienen un fin estético, un fin armónico, pero también son herramientas para vincularnos con las personas. La moda y todo su sistema se basan en el sentido de pertenencia, la identificación con algunos estilos o la manera de expresarnos en el vestir son prueba de ello. Todo lo que gira en torno a la moda tiene que ver con el afán de aprobación, de querer lucirnos o de querer que nos miren. La política tiene algo de eso, de querer conquistar, de querer convencer, pero también tiene esa cuestión de organizar. Hacer política es, en parte, poner sobre la mesa los temas que nos afectan a las personas, es un lugar donde compartimos y negociamos. Y esa capacidad de negociación es lo que creo que comparten ambos mundos. Pero, sobre todo, creo que la política es una herramienta fundamental para mejorar el sistema de moda actual. No sé quién lo empezó, pero creo que fue un error gravísimo de las instituciones educativas del diseño, y de todo el ámbito de la moda en general, el de despolitizar la moda. Porque en el momento en que no habla de política hay un montón de derechos que se vulneran. Y no sólo cuando hablás de trabajadores textiles, sino cuando hablas de modelos, cuando leés una revista, cuando ves la desinformación que hay para los consumidores, para usuarios de la moda, cuando no hay talles para todas las personas, cuando hay pocas marcas que confeccionan para personas con discapacidad. La despolitización de la moda tiene esas consecuencias. Entonces, cuando empezamos a hablar de todos esos temas, estamos de alguna manera politizando la moda, pero al mismo tiempo, además de hablar y ser activista, también es necesario que haya políticas públicas. Y eso también hay que discutirlo y visibilizarlo.

¿Puede la moda ser una herramienta para movilizar o mover algunas estructuras sociales?

La moda, como la entendemos hoy, nació y fue construida (como sistema y como industria) en Francia, durante el reinado de Luis XIV, que a mí me parece un personaje fabuloso, que supo ver algo que no existía y crearlo. Por eso, la moda nació con este espíritu elitista, excluyente y con el afán de diferenciarse. El error fue, como con tantas otras cosas, querer sostener eso a través del tiempo. En ese momento, tenía sentido que la moda fuera y naciera con ese espíritu. ¿Porqué? Porque había toda una concepción y una construcción que podríamos expresarla como un reflejo de la sociedad. Si así fuera, la moda tendría un montón de sentidos distintos en cada lugar y se expresaría de muchas de formas diferentes. En la práctica lo hace. Lo que sucede es que hay una disociación entre la realidad y lo que se enseña y lo que se aprende en diseño de indumentaria (y en moda en general). En este sentido, en relación a cómo la moda refleja las realidades, los contextos o las coyunturas, si lográramos entenderla con esa pluralidad de significados según el territorio, puede perderse esa primera y primitiva concepción de que el acceso (a las prendas) es algo de elite y se convierta en una herramienta más sensible. Pero para eso hay que ser diseñadores un poco más disruptives y esto implicaría también otras formas de vincularse con el capital, que al fin y al cabo es lo que sostiene todo. Por ejemplo, la BAFWeek (la Semana de la Moda en Buenos Aires) tiene cada vez más logos de tarjetas de crédito y de bancos. Me parece que está bien que te banquen las corporaciones, pero ¿a cambió de qué? ¿Cuál es el intercambio que queremos para el futuro? Sobre todo, en esta época en la que nos estamos replanteando cuestiones importantes como el acceso a la tierra o la soberanía alimentaria.

¿Es posible que la sostenibilidad pueda ayudar a eso?

En mi caso, prefiero pensar en una soberanía de la moda como paso anterior para pensar una moda sostenible, que tiene un montón de aristas. Sobre todo en Latinoamérica: está ligada a una concepción europea, nórdica y en esa región hay otra idiosincrasia y otros valores. Estamos hablando de países que con otra concepción de la vida, otro nivel de ver racismo y xenofobia, pero que también tienen jornadas laborales de seis o cuatro horas. A nivel nacional y regional, contamos con otras problemáticas, otra historia, otro contexto. Latinoamérica, por suerte y por desgracia, es un pueblo despierto. El nivel de abuso y de vulneración de derechos que tenemos acá por parte de las instituciones es totalmente diferente, y eso no es ajeno a la moda y a la sostenibilidad. Fijate que el proyecto de ley que se quería implementar en Colombia para aumentar el IVA tenía la palabra «sostenible», qué curioso y perverso es que se use esa palabra tan bien vista para algo tan abusivo y nefasto, que impactaba en sectores populares. Y eso pasa todo el tiempo, se abusa de este concepto que, en lo concreto, tiene que ver con cuestiones muy básicas de salud y de convivencia. Por eso, pefiero pensar en soberanía, que tiene que ver con reflexionar en cómo reorganizarnos desde adentro y cómo pararnos en ese sistema, en este contexto.

 ¿Una moda soberana empezaría con reeducarnos con respecto al vestir?

Sí, totalmente, lo pienso así. Pero acá también me gustaría hacer hincapié en dos cosas. Por un lado, para mí este proceso de reeducación o transmisión de saberes necesariamente tiene que darse desde adentro, desde los profesionales y trabajadores del sector para con les usuaries, como está pasando en la industria alimenticia. Todo lo empezaron los trabajadores de la economía popular, la UTT. Se organizaron, empezaron a aplicar otras formas de producción, a informar a las personas por qué hacían lo que hacían, a educar en compostaje y formas de alimentarse. Entonces, en definitiva, el objetivo educativo tiene que surgir por parte de los profesionales del sector, la responsabilidad es de todos los trabajadores, no sólo de diseñadores y académicos. Por otro lado, quiero resaltar que este proceso es algo comunitario, no depende solamente de que vos o yo nos hagamos soberanas y tengamos el poder de decisión, porque ese es uno de los errores en los que se incurre muchas veces con las distintas corrientes alimentarias o con las distintas militancias, que terminan cayendo inevitablemente en decirle a la otra persona lo que está bien y lo que está mal, y eso no es más que seguir reproduciendo violencias. Hay que confiar en lo comunitario, pensar que, si vamos a tener el poder de decisión, que lo tengamos muchas personas, que sea algo realmente sororo en el sentido de colaborativo. Hacia allí hay que ir.