Por Hebe Barrios
Fotografía: Gentileza Télam y Captura de TV

En una nueva audiencia por los crímenes cometidos en los Pozos de Banfield, Quilmes y Lanús, declaró Delia Giovanola, una de las 12 fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, madre de Jorge Ogando, suegra de Stella Maris Montesano, y abuela de Virginia y de Martín Ogando Montesano, nacido en cautiverio y restituido en 2015.

Delia, ya conectada al Zoom, esperó su momento para dar testimonio de los hechos, después de 45 años. Esta vez empezaron las preguntas por parte de las querellas: “¿Delia, un familiar tuyo fue desaparecido y/o víctima de la última dictadura militar?”, consultó la abogada de Abuelas, Carolina Villella. Ese fue el disparador para todo lo que se escucharía durante la extensa audiencia. Es que la vida de Delia cambió radicalmente desde la llegada de los militares al poder.

“Para comenzar, quisiera aclararles que en estos momentos me siento acompañada por mi nieta Virginia Ogando”, expresa Delia mientras muestra la foto de una joven hermosa, de cabello color oro y sonriente a cámara. Y continúa: “Virginia fue una víctima más de este genocidio. Está conmigo en todo momento. Estuvo conmigo por 35 años, acompañándome en todo lo que ocurrió desde el 16 de octubre del 1976, hasta que falleció como una víctima más del genocidio. Virginia está conmigo, está a mi lado”. El 14 de agosto de 2011, Virginia se quitó la vida en la ciudad de Mar del Plata.

“Cada vez que veía un chiquito rubio de ojos celestes, me preguntaba si no era mi nieto”, confiesa Delia.

Aquel 16 de octubre de 1976 secuestraron en La Plata al único hijo de Delia, Jorge Oscar Ogando, de 29 años, empleado del Banco Provincia. Ese día, también se llevaron a su compañera, Stella Maris Montesano, de 27 años. La joven se encontraba embarazada de ocho meses. Virginia, que en ese momento tenía tres años, quedó sola durmiendo en una cuna. “Cuando nació Virginia yo tenía 47 años y me convertí en abuela de la vida, pero cuando se llevaron a Jorge y a Stella me convertí en madre”, describe Delia. Desde ese entonces, Delia y Virginia caminaron juntas. Su nieta la acompañó siempre e incluso participó en la búsqueda de su hermano, aunque nunca volvió a hablar de su padre y de su madre. “Ahí empezó el calvario de Virginia, al bajar la cortina”, lamenta Delia, quien además cuenta que recién su nieta pudo hablar del tema cuando por sus propios medios, recién a los 18 años, inició la búsqueda de su hermano.

“Yo era una maestra de grado viviendo con su hijo, una persona común, con una familia, con una vida tranquila, serena, sin altibajos”, expresa Delia. Un 17 de octubre –un día después del secuestro- le sonó el teléfono. Era la hermana de Stella, comunicándole que “se llevaron a los chicos”. Delia no entendía y se encontraba trabajando como directora en una escuela de San Martín. “Pegué el grito, cómo, cuándo, dónde. No entendía nada y era ajena a lo que ocurría por esos años en la Ciudad de la Plata, una ciudad estudiantil, donde ya era común que desaparecieran personas, pero yo no me enteraba”, declara.

Delia recuerda a Jorge poco interesado en política. En cambio, a Stella sí la describe con una posición más formada, “por su carrera de abogada”, arriesga. La pareja era amiga de un matrimonio que participaba activamente en política y Jorge les prestaba la casa para realizar reuniones. De pronto, un día, Vigo -el compañero a quien prestaban su casa- desapareció. Stella le contó este incidente a Delia, pero por entonces, ella no le prestó importancia. Con el tiempo, Delia pudo “atar cabos”, pero confiesa que durante muchos años se olvidó de aquella escena.

 Antes de viajar a La Plata, donde vivía su hijo, Delia, fue a lo de una amiga, cuyo esposo era militar. Creyó que allí encontraría alguna respuesta, alguna información del paradero de su hijo y su nuera, porque sabía que se los habían llevado gente del Ejército, pero no lo consiguió, y sin éxito continuó con la búsqueda por otros lados, pero nadie le daba información sobre dónde podían estar.

“Mamá no está, se fue a declarar”, respondía la pequeña Virginia cuando le preguntaban por sus padres. Tal vez la respuesta rápida y natural se debía a que la niña mamó la palabra tribunales, declarar, entre otros términos judiciales que se manejaban en su casa ya que su mamá era una joven abogada recién recibida que por esos años tenía sus primeros casos y el oficio la encontraba fuera de la casa. Pero los días pasaron, los años también y la ausencia empezó a notarse más y más.

“Cuando venían los guardias, las Madres nos agarrábamos instintivamente y empezábamos a caminar en silencio», recuerda.

Delia enviudó muy joven del padre de Jorge, pero volvió a casarse a los 43 años con Pablo Califano, quien también la acompañó en la crianza de la niña. “Para mi marido, Virginia era un regalo de la vida”, cuenta.

Un día, a Delia se le apareció una señora en la escuela donde trabajaba. A ella también le habían secuestrado a su único hijo. “Me pidió que la acompañe a Plaza de Mayo, donde había escuchado que se reunían las madres”. Delia creía que era la única a la que le habían llevado el hijo, pero no, había más madres. A pesar de ello, Delia no le dio importancia, se sentía desesperanzada, a quién iba a reclamarle “¿a los árboles, a la plaza?”, se preguntó entonces. Dejó pasar tiempo hasta que se decidió a ir. Allí conoció a Azucena Villaflor. “No nos conocíamos, pero teníamos algo que nos unía, nuestros hijos que se los habían llevado. Éramos un grupo muy chiquito, pero al jueves siguiente crecía porque se corría la voz”, recuerda y describe: “Cuando venían los guardias de la Casa Rosada, nos agarrábamos instintivamente y empezábamos a caminar en silencio, en contra de las agujas del reloj”. Al mes de sus rondas en la Plaza, aparecieron los cánticos y el apoyo de gremialistas con pancartas y distintas consignas.

“Si hay alguna madre o suegra de una embarazada, salga de la ronda”, le dijeron y allí Delia salió como y nació como Abuela, sin saber que sería parte de un nuevo grupo que buscaría incansablemente a los nietos y nietas. “A mí me parieron las madres. Yo salí como abuela de las rondas de las madres” y continúa “Éramos dos o tres. Pensábamos cómo buscar a un nieto. La misma duda que para buscar a un hijo teníamos con un nieto. No había un manual ni nada que enseñara a buscar a un nieto”. Juntas comenzaron a ir a orfanatos, casas cunas, guardería de bebés, a hospitales que tenían maternidad, pero sus hijas y nueras parían en cautiverio. Ni ellas, ni los nacimientos de sus hijos eran registrados. Nunca tuvieron noticias de nada.  También presentaron habeas corpus, pero no tuvieron respuesta alguna: “Nos habremos equivocado muchísimas veces, pero como nadie nos decía que estábamos equivocadas, seguíamos buscando”, expresa Delia. El grupo fue creciendo rápidamente y en el camino de la búsqueda, se topaba con más y más abuelas, llegaron a ser doce en Buenos Aires. Empezaron a hacer ruido y reunirse ya como Abuelas Argentinas con Nietos Nacidos en Cautiverio. Había nacido Abuelas de Plaza De Mayo. “Las locas de la Plaza”, las bautizó la dictadura y los medios de comunicación, aquellas locas que se animaron a denunciar ante el mundo al terrorismo de Estado, el secuestro, la tortura y la desaparición; aquellas locas, que como dijo una vez Eduardo Galeano, serán siempre un ejemplo de salud mental, porque se negaron a olvidar en los tiempos de amnesia obligatoria.          

En 1979, todavía en plena dictadura, vino la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al país y en esa fila interminable de madres que denunciaban sus casos, se encontraba una amiga de Delia. En la fila la llamó y le contó del nacimiento de su nieto. Se había enterado por Alicia Carminatti, sobreviviente del centro clandestino de detención Pozo de Banfield, que “los chicos y chicas de La Noche de los lápices” habían compartido cautiverio con Stella Maris.  Es allí que Delia tuvo las primeras noticias del nacimiento de su nieto. Le habían dicho que era igual que Virginia. “Cada vez que veía un chiquito rubio de ojos celestes, me preguntaba si no era mi nieto”, confiesa.

Virginia comenzó la búsqueda de su hermano en el programa de Franco Bagnato Gente que busca gente y si bien el caso tuvo mucha difusión, no pudo encontrarlo. Poco después entró a trabajar en el Banco Provincia, en el puesto de su padre. “Desde siempre Virginia supo que iba a ocupar el cargo de su papá y fue recibida con los brazos abiertos”, cuenta Delia quien nuevamente vuelve a mostrar la foto de su nieta a cámara y recuerda la búsqueda incesante de la joven. “Necesitaba a su hermano, no tenía a nadie, habían muerto sus otros abuelos, el único lazo que le quedaba era ese hermano que buscó siempre”. Con profunda emoción Delia recuerda que Virginia le había escrito ocho cartas a su hermano. Ocho donde clamaba por él.  

“Yo era una maestra de grado, una persona común, con una familia, con una vida tranquila, serena, sin altibajos”, dijo Delia.

El Banco Provincia cambió la carátula del puesto de Jorge, de cesante por abandono de cargo pasó a desaparición forzosa y es a partir de allí que monta la búsqueda de su ex empleado. Fue la primera institución oficial que acompañó a Abuelas en la búsqueda de sus nietos. Stella, Jorge y Virginia buscan a Martin, decían los carteles de difusión del Banco que empapelaron la provincia. Delia guardaría por años esos afiches que en esta audiencia muestra con orgullo.

Delia llegó a recibir un anónimo de un militar arrepentido, allí se encontraban los nombres de quienes podían haber torturado y desaparecido a Stella y Jorge: Teniente Coronel Durand Sáenz, Capitán Diaz alias la víbora, Teniente Flecha, teniente. Chausi, Sargento Brovarone, Cabo primero Nieva, Sargento Donato García datos que se los dio el Sargento Primero Sorroza, el encargado de la secretaría del regimiento. Todos ellos eran los más destacados, según la carta y quienes conformaban el grupo de tareas de desapariciones.

El 5 de noviembre de 2015 Delia recibe el mejor llamado de su vida. Aquel día tenía que ir a un acto, pero le dicen que se suspendió y que vaya urgente a Abuelas. “Cuando llego estaba lleno de gente, pregunté qué pasa y nadie me dijo. Entonces me voy, pero me agarran y me dicen que encontraron a Martin”.  

“Martin, Martin te encontré”, le dijo Delia en su primer contacto telefónico a su nieto.  Delia recordó que con 89 años había corrido a su llamado. Después de 39 años, por fin había escuchado su voz por primera vez. Martin atinó a hacerle un aluvión de preguntas. “Quería que le cuente 39 años en una llamada”, recuerda Delia, pero ella tuvo que cortar para pronto volver a comunicarse. “Anda, después te llamo”, le dijo Martín, a lo que Delia le preguntó con temor: ¿Me vas a llamar de vuelta? “Y sí, si sos mi abuela”, respondió el joven. Martin Ogando Montesano fue el nieto restituido número 118 por Abuelas de Plaza de Mayo.  

Delia continúa exigiendo memoria, verdad y justicia porque tras 45 años Jorge y Stella aún permanecen desaparecidos y sus verdugos nunca se arrepintieron ni aportaron datos. “Juicio y castigo porque no tenemos un lugar donde ir a llorar a nuestros hijos, a dónde llevarles una flor (…) La búsqueda de mi nieto, costó la vida de mi nieta. No merecen estar cumpliendo prisión domiciliaria quienes fueron artífices de todo el horror que se vivió en el país, por los 30 mil”, cierra con firmeza la cofundadora de Abuelas de Plaza de Mayo su declaración.