Por Sofía Monzón
Fotografía: Gentileza Prensa La necedad del hombre blanco

“Los dioses no ven con buenos ojos este mundo porque la obra que nos legaron ya no está”, abre Ernesto Vera Ozuna, tamoy o líder espiritual ava guaraní, en el documental La necedad del hombre blanco, dirigido por Celeste Casco, que este martes se estrena en Cine.ar. El filme pone en escena cómo el desmonte de la región occidental para la ganadería y los monocultivos en la región oriental, destruyen la flora y fauna autóctona del país y despojan a los pueblos indígenas de sus viviendas y recursos.

La directora viajó al chaco paraguayo durante la filmación de su primer documental, Tierra Golpeada (2016), que trata sobre el golpe de Estado a Fernando Lugo. En esa travesía comenzó a interactuar con las comunidades desplazadas, entre ellas los Ayoreos. En diálogo con ANCCOM señaló: “Los entrevisté y me contaron que existen algunos que viven en aislamiento voluntario: con el proceso de deforestación, al no haber desarrollado inmunidad para enfermedades en general, el solo contacto con la gente que se ocupa de desmontar les puede costar la vida”.

Celeste Casco, directora de La necedad del hombre blanco.

Ese encuentro la llevó a la investigación y creación de este proyecto que en 2015  ganó el subsidio a documentales digitales INCAA y en 2017 ganó en el certamen Bolivia Lab; el premio fue la realización de la post producción de sonido en Estudio Filmo, Chile.

Según el sistema satelital (GFW), desde 2002 hasta 2020, Paraguay perdió 1,06 millones de hectáreas de bosque primario húmedo, que lo posiciona como el segundo país más deforestado en Sudamérica. Casco advierte que no es un proceso que se limita a una nación y que puede vese también en Argentina: “Analizar críticamente esta forma de producción extractivista nos permite entender el fenómeno de los incendios que arrasa con todo y solo tienen como norte la ganancia económica”, comenta la cineasta.

La necedad del hombre blanco establece una relación de continuidad entre la coyuntura actual y el plan de reducción de los pueblos indígenas que data de los años en que llegaron las primeras misiones jesuíticas. Deja al descubierto la sistematicidad de la violencia con estas comunidades, acentuada por la aparición de las nuevas tecnologías para la producción agrícola intensiva. 

“Queda claro que lo ambiental es político. Y es necesario hacer política en este sentido” señala Casco, que mediante los testimonios recopilados en el documental refleja la insuficiencia del accionar estatal para proteger los derechos de las comunidades.

El relato oscila entre imágenes de los paisajes del monte y las topadoras tirando árboles, niños nadando en el arroyo y las denuncias por el agua envenenada a causa de los agrotóxicos usados para el cultivo de soja. Pero el largometraje no representa a las comunidades indígenas simplemente desde un rol de víctimas desposeídas, sino que también hay lugar para reflejar la  resistencia, la organización e incluso la esperanza; en las palabras del líder espiritual Vera Ozuna, “Muchas veces pensamos que el reclamo es en vano, pero quizás alguna vez alguien nos escuche”.

“Los indígenas disponen de una sabiduría basada en la experiencia, conocen los ciclos de la naturaleza y tienen una forma armónica de interactuar con ella” remarca Casco y agrega: “Es momento de escuchar a los pueblos originarios, entre su saber y el conocimiento científico de Occidente, se puede llegar a una síntesis, en la que podamos vivir en equilibrio con la tierra. El sistema de producción no tiene visión a largo plazo, si no reaccionamos a tiempo, estaremos ante un desastre ambiental, social y planetario”.