Por Mariel Fontanet Peres
Fotografía: Nicolás Parodi

En un momento histórico donde la tecnología se volvió un medio imprescindible para el estudio o el trabajo de buena parte de la población mundial, la pregunta por los efectos de estar frente a una pantalla por muchas horas y a lo largo del tiempo, se hizo más presente. La virtualización de las relaciones sociales en diversos ámbitos de la vida se profundizó. Niños, niñas y adolescentes se enfrentaron a una mayor exposición a las pantallas. ¿Qué problemáticas plantea esta realidad? ¿Qué consecuencias produce el uso lúdico de las pantallas en los primeros años de vida y en la adolescencia?

El neurocientífico Michel Desmurget esbozó en su libro La fábrica de cretinos digitales: los peligros de las pantallas para nuestros hijos un llamado a la reflexión y a la acción sobre los efectos nocivos del uso recreativo de los dispositivos tecnológicos. Entre los numerosos discursos que celebran este uso y los que rechazan y desmienten cualquier resultado beneficioso, Desmurget toma posición: “¿Cómo es posible que, después de cincuenta años de coincidencia de resultados en las investigaciones, los padres sigan pensando que este tipo de productos tienen efectos positivos en el desarrollo de los niños?”, expresa en su obra. Los usos tempranos de los dispositivos digitales determinan en buena medida el consumo posterior. Además, los primeros años de vida son fundamentales para el aprendizaje y la maduración cerebral.

El Doctor en neurociencia ofrece investigaciones científicas como prueba y pone en cuestión los conceptos “nativos digitales” y “revolución digital” que para él se basan en el mito del Homo digitalis, el cual forma parte del imaginario colectivo. Frente a la homogeneización que difunden las leyendas sobre una población uniformemente hiperconectada, Desmurget expone datos que dan cuenta de situaciones heterogéneas relacionadas con las características socioeconómicas de los hogares. No existe una nueva generación uniforme de individuos expertos en el manejo y la comprensión de las herramientas digitales. Los niños, niñas y adolescentes hacen usos diversos de los dispositivos y el tiempo que le dedican también varía. Por lo tanto, para analizar el consumo de las pantallas, no hay que perder de vista el contexto del que cada uno forma parte.

El mito de los nativos digitales

Grandes porciones de la población mundial no tienen acceso a Internet, afirma Carolina Duek, doctora en Ciencias Sociales, magíster en Comunicación y Cultura, investigadora del Conicet y docente. La especialista indaga en los usos que las infancias hacen de las pantallas, los consumos culturales y la socialización atravesada por la presencia de los dispositivos electrónicos. En el ámbito de la investigación, analizar el acceso a los dispositivos implica indagar en un perfil de clase social. “Uno de los grandes hallazgos de la pandemia tiene que ver con la absoluta visibilidad que tienen las desigualdades sociales, económicas, culturales y educativas en Argentina y en el mundo. No son nuevas pero sí se pusieron en evidencia de múltiples formas. Entonces creo que desnaturalizar el acceso es un buen primer paso para abordar el contexto cultural contemporáneo desde una perspectiva materialista”. En Argentina, como en muchas partes del mundo, las posibilidades de conectividad son desiguales y en estas condiciones han surgido iniciativas de las propias comunidades que se organizan para tender redes y garantizar el acceso a Internet.

Duek explica que si bien hay muchos artículos que dan cuenta, o por lo menos pretenden dar cuenta, de ciertos efectos de las pantallas en niños y niñas, no hay ningún estudio que sea concluyente cuyo diseño metodológico pueda ser extrapolable a múltiples países, regiones, clases sociales, entre otros factores. “Lo que aparece como impedimento es que las conclusiones tienden a ser parciales y a estar orientadas en función a las preguntas de investigación. Esto no es nuevo pero sí hay un afán particular en lo que respecta a las infancias, en tratar de sistematizar cuánto tiempo, cuántas horas, desde qué edad les hace bien o les hace mal estar frente a una pantalla”. Para la investigadora es importante primero preguntarse por el contexto sociocultural en el que vive ese niño o niña y luego se podrá evaluar qué efecto puede producir en términos conjeturales esa exposición. “Porque muchas veces frente a la soledad, contextos hostiles o responsabilidad de hermanos menores, ver la televisión, estar enganchado en YouTube o estar frente a una tablet, es mucho menos nocivo que presenciar situaciones de violencia”, señala.

Por otra parte, Duek coincide con lo que plantea Desmurget respecto al concepto de nativos digitales. Cree que hay que desnaturalizarlo así como romper con la idea de que por haber nacido en un momento histórico particular, ya sos “algo”. Respecto del uso patológico o preocupante de las tecnologías, Duek afirma que tenemos que pensar las pantallas en coexistencia con otros dispositivos y con otros espacios. Pero en contexto de pandemia encontrar un equilibrio ha sido desafiante, difícil e incluso hostil. “Porque no podés ver a tus amigos y amigas, incluso ahora que estamos en una fase más avanzada de la pandemia respecto de los permisos, la no escolaridad ha modificado muchísimo la experiencia cotidiana de niños y niñas en este 2020”. En este sentido, es relevante reflexionar sobre los usos educativos de las pantallas y no sólo los ociosos. El autor de La fábrica de cretinos digitales hace hincapié en el “uso idiotizante” de estas tecnologías, que predomina en comparación con las actividades que pueden ser enriquecedoras como las iniciativas pedagógicas y los recursos educativos a los que se puede acceder por medio de las herramientas digitales.

Las consecuencias sobre el desarrollo

En el mes de mayo la Sociedad Argentina de Pediatría compartió un comunicado en el que explicó que era posible que el tiempo de pantalla de niños, niñas y adolescentes aumentara ya que la continuidad escolar y las relaciones sociales se habían digitalizado. En ese marco, elaboró recomendaciones tomando como referencia las directrices de la Asociación Americana de Pediatría que pidió priorizar al niño o niña, el contenido y el contexto en el que utilizan las pantallas, recomendando límites más laxos. Antes de la pandemia sugería que los niños menores de dieciocho meses no utilizaran pantallas de ningún tipo y luego no más de una hora por día como máximo, menos de ser posible. Ya que la niñez es un período de crecimiento y desarrollo donde son fundamentales la tridimensionalidad del mundo real y la interacción humana.

De acuerdo a Desmurget, el uso de los dispositivos es tan sencillo que puede aprenderse en cualquier momento de la vida. Mientras que aptitudes básicas de la infancia y la adolescencia como el pensamiento, la reflexión, la concentración, el dominio de la lengua, la jerarquización de los vastos flujos de información que produce el mundo digital o incluso la interacción con los demás, son aprendizajes esenciales difíciles de adquirir con el paso del tiempo. Las experiencias tempranas tienen una importancia fundamental, asegura. Lo que ocurre en los primeros años de vida marca profundamente lo que viva a futuro un niño o niña. El aprendizaje se produce gradualmente y para el neurocientífico el uso de las pantallas puede obstaculizar la construcción de los primeros armazones y el desarrollo de las competencias. Por ejemplo, el tiempo diario dedicado a las pantallas durante los primeros meses de vida, va en detrimento de las actividades destinadas a la interacción social, emocional y lingüística de los bebés con los adultos, de la observación activa del mundo, los juegos espontáneos y las exploraciones motoras.

Alejandro Maiche es Doctor en Psicología y forma parte del Centro Interdisciplinario en Cognición para la Enseñanza y el Aprendizaje (CICEA) de la Universidad de la República, donde investiga el desarrollo cognitivo en la niñez para comprender los procesos implicados en la adquisición de aprendizajes como el lenguaje, el cálculo numérico y la dimensión temporal y espacial. Consultado sobre la obra de Desmurget, señala que la preocupación puesta en la niñez y la adolescencia se debe a que en estas etapas se adquieren determinadas habilidades y existen períodos de alta sensibilidad, por ejemplo en la adquisición del lenguaje que está correlacionada a la interacción con otros hablantes. Estos períodos no son críticos, lo que significa que no son determinantes y que hay posibilidades de aprender algo nuevo en la adultez. Pero también en la adolescencia se construyen los criterios racionales y morales. “Hay algo en el uso pasivo, en el consumo de las emociones de los otros, que básicamente tiene un paradigma en Instagram y en YouTube. Los adolescentes usan estas plataformas para ver videos de gente jugando, de gente haciendo cosas que ellos no hacen. Está bien la figura del cretino en ese sentido, una masa de gente que consume lo que algunos elegidos hacen. El libro de Michel está bueno porque abre las preguntas para que otros podamos tomar”, afirma. Para Maiche estas aplicaciones son las que terminan triunfando en términos de tiempo diario dentro de los consumos digitales y entre los elementos de peso que atraen la atención de adolescentes y adultos se encuentra el celular. “Hay que, activamente, desactivar las notificaciones automáticas. El problema es cuando las cosas no son tu decisión. Creo que va a haber que regular a las empresas y regular las notificaciones automáticas. Previamente, hay que empezar a llamar la atención desde el lado científico y quizás está faltando obtener datos ciertos sobre las capacidades que se están perdiendo para que después los Estados empiecen a regular. Nadie se anima a decir “no” en medio de una pandemia. En este momento es complicado pero apenas pase, habrá que abordar este tema muy en serio”.

Maiche fue precursor en la idea de usar el despliegue de CEIBAL para la investigación. Se trata del Plan de Conectividad Educativa de Informática Básica para el Aprendizaje en Línea, implementado en el 100% de Uruguay, que busca la inclusión e igualdad de oportunidades y garantiza el acceso a un dispositivo –laptops y tablets- de uso personal a cada niño, niña y adolescente. A través de este programa, junto a un equipo diseñaron intervenciones en la escuela usando juegos de tablets, que consistieron en pruebas y evaluaciones de las capacidades cognitivas de niños y niñas, y su impacto sobre las habilidades matemáticas. “Una de las cosas que explica Desmurget es que los adolescentes que parece que saben un montón de tecnología porque están todo el día conectados, no tienen idea de cómo buscar cierta información en un buscador, por ejemplo. Michel creo que lo dice bastante claro. Dice qué significa ser nativo digital. Debería querer decir que no creés cualquier cosa de lo que circula por Internet. Pero además hay un tema de labilidad emocional, como tu disposición psicológica es justamente la búsqueda de emociones rápidas, vas a ser proclive a lo que te venda una pseudoemoción rápida”.

Un consumo fuera de control

 Desmurget advierte los efectos de los usos abusivos de las pantallas y para explicarlos diferencia qué pantallas se utilizan diariamente, cómo y quiénes las usan. Ya que asevera que el consumo no es homogéneo y que delimitar las modalidades de consumo digital de una población no es sencillo. Para explicar estos efectos, retoma investigaciones provenientes en su mayoría de Estados Unidos, que convergen con las observaciones de otros países similares económicamente como Francia, Reino Unido, Noruega o Australia. El tiempo de exposición a la televisión, los móviles, las tablets, las videoconsolas y las computadoras, destinado a contenidos audiovisuales, redes sociales e Internet, y a los videojuegos, varía desde el primer año de vida hasta los 18 años y de acuerdo a las características socioculturales de cada hogar. En términos generales, Desmurget define tres pilares básicos del desarrollo que corroen las pantallas: las interacciones humanas, el lenguaje y la concentración. Socializar en la “vida real”, desplegar la capacidad verbal y estructurar el pensamiento, quedan en un segundo plano frente al uso abusivo de los dispositivos.

Desmurget no apela a la prohibición o restricción pero sí propone alertar y comunicar sobre las consecuencias que puede producir la exposición a las pantallas lúdicas. Así como expone las omisiones de la industria digital respecto a los productos que comercializan y el lobby que ejercen en el ámbito de las políticas públicas. A su vez, realiza una fuerte crítica a especialistas y periodistas que ponen por delante del interés colectivo el afán de lucro, y comunican las investigaciones respecto a este tema sin rigor.

El neurocientífico destaca la necesidad de explicar desde la infancia los motivos de los límites que se establecen respecto a estos usos, entre ellos las consecuencias negativas en el sueño, la salud, el rendimiento escolar, la inteligencia y la capacidad de concentración. Además es un uso que va en detrimento del tiempo que podría ser dedicado a actividades enriquecedoras como leer, tocar un instrumento, practicar un deporte o hablar con otras personas.

No hay ningún estudio que indique que carecer de pantallas para las actividades recreativas conduzca al aislamiento social ni a ningún tipo de trastorno emocional, señala el investigador francés en su libro, publicado antes de la pandemia. En cambio el impacto negativo en la salud, producto del consumo de pantallas durante el tiempo de ocio, se puede observar en muchos efectos perjudiciales. Entre ellos, una alteración grave del sueño, un incremento en el nivel del sedentarismo y la exposición a contenidos inadecuados o de riesgo (relacionados con el tabaco y el alcohol, la violencia, el sexo y los trastornos alimenticios), ya que son prescriptivos y modelan representaciones sociales que inciden en el comportamiento de niños, niñas y adolescentes. Frente a esta problemática, propone establecer normas para que el tiempo de consumo se mantenga por debajo del umbral a partir del cual comienzan a aparecer los efectos negativos. En dosis moderadas las pantallas no dañan y un consumo reducido puede dar lugar a otras actividades de socialización, deportivas, artísticas e intelectuales, o incluso el aburrimiento que también es parte del desarrollo.

El tema, ya complicado, se vuelve aún más complejo aún en tiempos de pandemia. No queda duda de que especialistas de todo tipo, sobre todo piscólogos, sociólogos, educadores y neurocientíficos deberán comenzar a establecer un debate que dé un marco razonable y fundamentado a la discusión y eventuales campañas desde el Estado.